XXXVII: La pudrición de la tierra.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
Esperaban una gran tormenta, pero solo recibieron piadosos copos de nieve. La tormenta estaba dentro suyo, todo estaba en silencio, al menos el fuego se había extinguido y los lagos volvían a congelarse. Pero sus muertos no revivirían.
Nevaba sobre suelo nuevo, Serendipia jamás sería ni volvería a ser lo que alguna vez fue. Su nombre estaba maldito y los recuerdos parecían frívolos. Habían acabado con los Centinelas, pero el pueblo no sentía que había ganado. Se sentían los perdedores más grandes y darían lo que fuera por dejar de cavar tumbas para sus grandes amores. Se sentían como unos idiotas incapaces de abrir los ojos a tiempo... Si tan solo hubiesen apoyado a Kaira y a Farkas desde el principio, Vulpes ahora no sería cenizas.
Quizás, se repetían todos, si hubiesen escuchado al Bloque Negro desde el inicio...
Serendipia, aquel maravilloso hallazgo afortunado que uno no buscaba ni esperaba encontrar. Una epifanía cuando estás en busca de algo más... Una mentira y la condena de muchos, decidieron olvidar el nombre que los Dioses le habían dado a las tierras.
Camila transformó rápidamente la Piedra Blanca de los Dioses en un centro para tratar a los heridos. Aggie, la hermana de Boris, se encargó de organizar a todos los médicos y voluntarios de todas las comarcas que viajaron hacía Vulpes. Decididos a reconstruir la ciudad, herida a herida, ladrillo a ladrillo. Todos tenían en sus cuadernos las anotaciones de sus aprendizajes con Freyja. Salvaron incontables vidas.
El resto se limitó a contar e identificar cadáveres, reconstruir hogares y abrigar a los niños. Las Belladonas trabajaban sin descanso, pero todas dejaron ir sus pañuelos morados, se mezclaron con el pueblo y nadie jamás volvió a ver a Roger. Nunca supieron de quién se trataba, fue olvidada por todos menos por las Belladonas, las únicas en conocer su identidad.
Kaira ayudaba con lo que podía, pero se negaba a salir de la alcoba de Farkas, donde permanecía ordenando y etiquetando sus cosas. Quería que su padre tuviera los recuerdos de su hijo en buen cuidado y a salvo del paso del tiempo, antes de que ella se marchara.
Vilkas no se levantaba de la cama, Sao cuidaba de él en La Choza, una de las pocas casas que había quedado intacta. La Capitana y Wilhelm se turnaban para ayudar a limpiar las calles y cuidar del padre sin hijo.
Victoriano se encargaba de repartir las provisiones y a los voluntarios que llegaban sin fin de las comarcas. La tierra sin nombre se movilizaba entera.
Yong se había puesto manos a la obra en reconstruir Marítima Regio, él mismo se había encargado de identificar los cuerpos de sus amigos. Había llorado por sus hermanos y hermanas, ahora se encargaba de completar el sueño de todos ellos. Cumplió su promesa y llevó a Porto d'Oro a la costa, donde ultimaba los detalles del viaje.
La Guardia Real, que se había vuelto una, ayudaban a los obreros a construir una nueva ciudad. La Academia del Coliseo Gélida casi estaba acabada y en la antigua Escuela de Niñas donde Lilith y Freyja se habían refugiado se construyó un templo para Makra. En la antigua choza de Sigmund, uno para Durga. A partir de ahí, el renacimiento comenzó a girar sobre ruedas.
El templo de Knglo, que se mantenía en pie a duras penas, fue sellado y olvidado, no se arriesgaron a tirarlo abajo. Los pocos que lo intentaron fueron bombardeados con fiebres y gritos en su mente.
Como las Diosas habían susurrado a algunos, Egot fue perdonado. Su avaricia no sería olvidada, pero muchos habían plantado su fe en él por generaciones y su religión había ayudado a incontables familias. Los pecados y las muertes resultaron ser manipuladas por Knglo. Le llamaron el Dios Maldito y volvieron a adorar al resto de los Tejedores.
No había nadie para advertirles nada. Todo había acabado.
Camila, fiel a las enseñanzas de Zervus, pasaba su duelo trabajando. Siempre la primera en levantarse, la última en acostarse. Su primera acción fue plantar el pimpollo de un sauce llorón en el centro de la plaza principal, aún con las lágrimas de su duelo y la sangre de Farkas y Grimn en sus manos.
Cada día, la doncella se arrodillaba en frías ruinas y apartaba escombros. Cargó con cada cuerpo y talló cada uno de sus nombres en el suelo de la plaza principal, rodeando el pequeño árbol. El primer nombre tallado fue el de Farkas, el Rey más breve en la historia, el más gentil. El pueblo decía que la doncella tenía un corazón de acero, y que el recuerdo de Farkas El Bueno viviría en ella para siempre.
Todos conocían su nombre, la gentil doncella que había acompañado a la Reina en sus visitas a cada ciudadano. Ahora, con la oleada de depresión que los abarcó, conocieron el sol que la iluminaba, su gran bondad y antes de que Camila se diera cuenta todos acudían en su busca cuando problemáticas se presentaban.
Nadie lo había pedido, no era prioridad, pero el pueblo comenzó con la reconstrucción del castillo: El Palacio de los Cuervos. Camila merecía un lugar digno para dormir, decían muchos. Ella era la razón por la que el pueblo no perdió la fe.
Camila solo tuvo una condición: que nadie se acercara a la antigua alcoba de Kaira. Alguien muy especial le había pedido que así sea.
Camila recorría el Palacio de los Cuervos en ese mismo instante, las puertas estaban siempre abiertas y los pueblerinos entraban y salían a su antojo. Cada esquina estaba llena de gatos que dormían o jugaban. Los ciudadanos reparaban y limpiaban o venían en busca de sus provisiones semanales. Los días habían pasado con rapidez, para alivio de algunos y pena de otros.
Tenía unos minutos libres, ya que la mayoría estaba descansando y almorzando. Ya no trabajaban con tanto apuro, las construcciones estaban listas y la nieve había cubierto la sangre que la tierra no había podido absorber.
Se dirigió a los establos, Boris le seguía como una eterna sombra. Había sido nombrado el nuevo Sargento de la Guardia Real, todos habían quedado sorprendidos por sus proezas en La Gran Guerra. Camila se encontró con Kaira y Karma jugueteando, pegando saltos sobre los charcos junto a Costus. Camila se cruzó de brazos con una sonrisa. Kaira se detuvo al verla y le sonrió, Karma la esquivó y siguió saltando a su alrededor con el canino. El sol les iluminaba como un sueño hecho realidad.
—Que amanezca en paz, Su Majestad —dijo Camila con tranquilidad.
—Que en calma anochezca, Princesa —respondió Kaira con una reverencia, luego aclaró—: Y ahora soy solo Kaira.
Kaira había renunciado a la corona esa misma mañana, luego de terminar de empacar las cosas de Farkas y entregarlas a Vilkas. Ahora, vestía unos pantalones marrones y una camiseta blanca que olía a frituras, ya que acababa de volver del comedor comunitario donde se la había pasado ayudando con todo lo que podía.
—Y tú no me llames así —susurró Camila con las mejillas encendidas.
—Todo el mundo te llama así, el pueblo hizo su elección, Cami...
Camila suspiró y se acercó a Karma, este frenó el paso y se agachó para que la Princesa del Pueblo pudiera tocar su rostro.
—Es increíble como el tiempo pasa... ayer ha sido el Día de Serendipia ¿lo sabías? —exclamó Camila con una pequeña sonrisa triste. Kaira bajó la mirada y comenzó a acariciar a Costus que se refregaba en sus ropas. Nadie había festejado. Serendipia ya no existía. Camila sabía perfectamente lo consciente que era Kaira del paso del tiempo, la había buscado para desearle feliz cumpleaños, pero la antigua Princesa, la Reina que había renunciado, se había escondido el día entero en el Lago de los Poetas Muertos. No quería festejar, Camila respetó su decisión de ignorar la fecha—. Cuatro años desde que todo esto comenzó...
—Estaríamos llegando a otras tierras si nos hubiésemos escapado en ese entonces.
Camila se dio la vuelta con una triste sonrisa, Kaira se acercó a ella y se tomaron de las manos. El veintitrés de febrero estaba maldito para cada uno de los ciudadanos de aquella tierras, como lo había estado para Kaira desde sus siete años.
—Te marchas, ¿verdad? —susurró Camila, sus ojos azules se llenaron como el mar.
Kaira asintió y colocó el cabello de Camila detrás de su oreja. Camila pensó en Farkas.
—Ya no hay nada para mí aquí, Cami, y jamás seré la persona que quieren en el trono... Se merecen empezar de cero, la sangre de mis padres corre por mis venas y mancha mis manos. Se merecen una Reina que quiera quedarse y no puedo caminar más por esta ciudad sin romperme.
Los rumores eran una parte de aquellas tierras que jamás fallaba. En las tabernas se cantaban canciones de la Princesa Melancólica que había matado al Rey Pervertido y a la Reina Violenta. La historias contaban que la Princesa fugitiva, con su canto de sirena, se había enamorado del Angel, la huérfana pirata, vengadora de generaciones, vigilante de la noche. Y así su historia, su amor, se transformó en leyenda, su legado en polvo, como "Petricor Eterno" los niños leerían sus nombres en los libros y soñarían con un lazo eterno como el de ellas, escribiendo poemas en los márgenes de las páginas.
De boca en boca la historia que se contaba no era correcta, el lazo de hermanas olvidado y un amor imposible fue creado.
Pero el final era el mismo: se habían transformado en extrañas en tierras marchitas. Y así llamaron a su historia.
La traición de la Princesa en el corazón de Lilith solo vivía en sus propios recuerdos y el Bloque Negro y su Olympe de Gouges de humo se transformó en el fantasma de todos. Porque las bestias y los huesos de humo se habían marchado, pero en las noches de Luna llena las piratas y Jolly navegaban por el horizonte. Los que tenían suerte de verles, pedían un deseo.
Y en la Noche de Venus, el pueblo bautizó a su nueva nación: Hiraeth.
Con el Festival de las Flores, Vilkas se levantó de la cama cuando las voces de las mujeres emocionadas se filtraron por la ventana. Tomó trozos de metal y los pintó de dorado, construyó un invernadero alrededor del jardín de Okoye, que la niña cuidaba cada día sin falta. Cuando la hora dorada llegó luego de un día de arduo trabajo, el sol iluminó su obra. Como oro brilló, y sonrió, recordando el día que el sueño de su hijo nació y como había bautizado a su sueño por el puerto de oro.
Rodeado de mariposas de Farkas, dejó que el último calor del sol lo abrazara y a través del cristal observó como un zorro de ojos verdes le vigilaba entre la maleza del Bosque Cenizo. Tenía una cicatriz cerca del ojo, igualita a la que su hijo lucía con orgullo. Siempre que alguien preguntaba por esta, utilizaba la oportunidad para contar las aventuras que él y su padre habían vivido en alta mar. Su apellido era su gran orgullo.
Zheng Yi Sao y Okoye esperaban frente a la Choza en ese mismo instante, ambas tomadas de la mano. El árbol de ciruelas que Sao había plantado frente a la cabaña daba sus primeras flores blancas. Heba apareció al fin, con una sonrisa las saludó y les extendió a ambas sus coronas de flores. Eran de metal, una idea de Meena creadas con ayuda de Yong; con las antiguas armaduras de los Centinelas había creado una corona de flores para cada mujer de Hiraeth. Cumpliendo el sueño de todas: sus flores jamás se marchitarían, su libertad no tendría fin.
El festejo en las calles pasó a ser el más grande de la historia, con familias de toda las comarcas que se despedían de Vulpes y todas las muertes de las que fue escenario. Hombres, mujeres y más. El trabajo ya estaba hecho, regresarían a sus hogares y vivirían en unas tierras nuevas. Libres de pecados y cargadas de fantasmas. El Festival de las Flores/ La Noche de Venus, era ahora la Noche de Hiraeth.
Pidieron deseos a las estrellas, dejando La Gran Guerra detrás... sin saber que toda aquella sangre derramada fue el antídoto que siempre necesitaron para el veneno de su historia.
Los Tejedores no lo querían de otra manera.
En la antigua alcoba de Kaira, Lilith permanecía sentada en el suelo, al borde del gran agujero que predominaba la mitad de la habitación. Debajo observaba a la multitud danzar y sonreír, sus risas le llegaban con el viento. En el suelo junto a ella, su máscara manchada de sangre de aliados y enemigos.
Oyó unos pasos pero no se dio la vuelta, sabía quién era.
Freyja se agachó a su lado y colocó una mano en su rodilla. Su cabello era completamente blanco. Estiró una mano, tomó entre sus dedos la púa que colgaba del collar de Lilith y acarició su cabello, sus twists aún tenían manchas de sangre.
—Kaira y Meena se marchan mañana... —susurró Freyja.
Lilith se limitó a asentir, sin sacar la mirada de las familias en la plaza.
—¿Te despedirás de ellas?
Lilith negó en respuesta evitando aún su mirada, sentía que Freyja veía a través de ella. Veía la desesperación, el aferró a su persona. Viejas noticias, su cabello había crecido pero era la misma niña, no había crecido, sus miedos ya eran viejos. Nadie podía volver a construir sus pedazos y ella no quería que Freyja le mirara a los ojos, ante él eran transparentes y se reflejaban los miles de discursos que quería gritarle. Finalmente, lo aceptó y dijo:
—Tú también te marchas, ¿verdad?
Esta vez fue Freyja quien asintió lentamente.
—¿Por qué? Por favor, no me abandones... —susurró Lilith, se dio la vuelta y con la mirada suplicante observó a Freyja.
—Extraño a mi familia, Lilith... —explicó Freyja, con tranquilidad.
—¡Dijiste que te habías ido porque no los hacías felices! ¡Que no podías ser la clase de persona que permanecía a su lado sin romper sus corazones!
—Ya no soy así, Lilith, estoy lista para regresar con ellos y ser esa persona.
—... ahora yo soy así, ¿y te marcharás?
—Te advertí que era un camino solitario, Lilith... Los héroes mueren solos.
No soy ninguna heroína.
—Eres veneno puro —susurró Lilith, enjugándose las lágrimas y volteandose al festejo.
Freyja suspiró, se puso de pie y se alejó a la salida. Observó a Lilith, apoyada en la pared destruida. Se quedó en silencio recordando su historia, una que jamás contaría.
—Por favor, quédate, eres lo único que me queda —susurró Lilith pasados los segundos.
—La decisión está tomada.
—No me abandones.
—Dame una buena razón para quedarme.
Lilith se dio la vuelta, señaló su pecho y gritó:
—¡Quédate por mí!
—...¿Alguna vez eso fue razón suficiente para que alguien se quedara? —susurró Freyja con la cabeza torcida.
Lilith bajó la mirada, con las lágrimas surcando su rostro. Odiaba admitirlo pero sabía que tenía razón. Freyja caminó hasta ella, levantó su rostro sosteniéndola suavemente y le dio un beso en los labios, el último. Secó las lágrimas de la joven y se marchó, no miro atrás. Ni siquiera cuando Lilith soltó con enfado:
—Sabes que te amo, ¿verdad? A pesar de todas tus mierdas...
—Ese siempre fue tu mayor defecto, Lilith —respondió Freyja segundos antes de cerrar la puerta a sus espaldas.
Lilith se recostó en la pared, sacó un cigarrillo de su bota y lo puso en su boca. Cerró los ojos con un suspiro y el cigarrillo se encendió solo. Una lágrima cayó por su rostro, se arrancó el cigarrillo de la boca y lo arrojó al vacío. Sollozando volvió a posar su mirada en la plaza, observó a Meena bailar con Kaira, a Okoye bailar con Heba y Ajax, a Camila abrazando a Yong emocionada por la noticia que sus labios le habían dado, y Sao... estaba de pie fumando en la lejanía y observaba en su dirección.
Para sorpresa de Camila, Yong había decidido quedarse, insistiendo que ya no había nada para él en las olas sin su hermano y que no podía abandonar a su hermana. El mecánico no se sorprendió cuando Freyja se le apareció en el taller, rogando que le acompañara en su travesía, que estaba listo para amarle.
—Y ahora, yo ya te he olvidado —susurró Yong en respuesta con una sonrisa sincera.
• ────── ☼ ────── •
Will empacaba sus cosas con tranquilidad en el piso de arriba de La Choza, faltaba menos de una hora para el amanecer. Se mudaría al palacio con Victoriano, ambos habían sido nombrados Emperadores de la nueva nación esa misma mañana. El pueblo había votado con sus nombres en tinta. La nueva realeza se formaría por tres integrantes de igual poder, elegidos por el pueblo. Ya solo faltaba elegir el último.
La Choza ahora sería el hogar de Vilkas, Sao y la pequeña Okoye. La pareja había rechazado la corona que le habían ofrecido incontables veces, querían una vida tranquila y Vilkas se negaba a pisar otra vez el suelo donde su hijo había muerto. Criarían a Okoye juntos en la tranquilidad de la monotonía.
Meena ya había guardado todas sus pertenencias en Porto d'Oro, que se alzaba imponente en El Puerto de los Viajeros Perdidos, como un sueño del futuro. El primer destino del Transatlántico era Aszus: irían en busca de la familia de Meena.
Wilhelm estaba solo en la cabaña, Vilkas y Yong habían organizado una despedida en Marítima Regio para los viajeros y muchas familias aún estaban en la plaza festejando.
Oyó ruidos en el piso de abajo. De alguna manera supo de quién se trataba antes de verla sentada en la oscuridad, en el suelo frente al fogón observando las llamas que se extinguían.
Will bajó las escaleras con cuidado, se acercó a la cocina sin quitarle de encima la mirada a Lilith, quien se puso de pie y caminó hasta la mesa del comedor. Se sentó en silencio como si fuera un fantasma, uno sin propósito.
Wilhelm se sentó frente a ella, dejando sobre la mesa una bolsa de tela abierta repleta de ciruelas moradas. Lilith extendió una mano temblorosa hacia las frutas, Will se apresuró y le tomó la mano.
—Te estaba esperando —susurró él, acariciando la mano de ella.
—Solo he venido a despedirme, Will, no voy a regresar.
—¿Despedirte? ¿a dónde vas?
—¿Cual es mi propósito ahora, Will? —preguntó Lilith levantando la mirada—. ¿Para qué me esconderé en las sombras o correré por los tejados? Todos ustedes tienen un después, el mío se marcha mañana.
Wilhelm entrecerró los ojos tratando de buscar las palabras correctas.
—Freyja me abandona, porque sí, después de todo ustedes tenían razón, aunque eso yo ya lo sabía —dijo Lilith con tranquilidad—. Meena y yo... la sangre ha manchado lo nuestro.
—Kaira te aceptaría sin dudarlo, Lilith, te ha buscado todo este tiempo... Al menos despídete de ella.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Por qué no quiero rogarle que se quede...
Wilhelm suspiró ante las palabras, se acercó más a Lilith y acarició su rostro con dulzura. Ella cerró los ojos.
—Puedes volver a mí —susurró él con una sonrisa.
—Nunca te he dejado.
Will se rió con tristeza, Lilith abrió los ojos con una sonrisa, se enderezó y se metió una fruta en la boca.
—Sao esperará por ti hasta que el mundo se acabe, siempre tendrás un hogar junto a nosotros... Ella aún espera el día en que te sientas lista para volver a sus brazos, no perderá la esperanza, sabes como es...
—No creo estarlo jamás. No me siento capaz de volver a esa dinámica, no estoy destinada a eso —soltó Lilith con tranquilidad, recordando la mirada asustada de su madre entre las llamas que ella había provocado.
—¿Qué vas a hacer, Lilith? —preguntó Will con tristeza, desesperado por que Lilith dejara de luchar—. La guerra ha terminado, no te condenes a ser una guerrera eterna.
Lilith se puso de pie pesadamente, Will la observó desde su asiento. No pudo evitar fruncir el ceño al ver su cabello tan largo, estaba suelto. Lilith se había desasido de los twist durante la noche.
—Siempre te amaré, Will, en el tú y yo no hay lugar para el arrepentimiento... —dijo Lilith con decisión, quería que sus palabras fueran claras. Wilhelm abrió la boca confundido, Lilith se adelantó—: ¿Puedes decirle a Sao que a ella también siempre la querré? Dile que por favor viva su final feliz sin mí.
—Lilith, pequeña, hay un lugar para ti en nuestro final.
—Lo siento, Will. —Lilith dio un paso al frente y se arrojó a sus brazos y cuando el hombre la abrazó con la fuerza de un amor eterno, sollozó en silencio.
Lilith se alejó, el fogón soltó un chispazo. Will secó sus lágrimas y no se sorprendió al ver que estaba solo. Suspiró y se enderezó en su asiento, la silla vacía frente a él le dolía. Desvió su mirada hacía la mesa de madera.
Aela estaba clavada en la madera, las tres agujas de su reloj se habían detenido por completo.
Con el ceño fruncido, Will pensó en las palabras de Lilith con la mirada clavada en el reloj estático. Pudo jurar que el corazón se le detenía, asustado tomó la daga entre sus manos y comprendió por qué Lilith se despedía de él.
Ya había amanecido, ahora, Will corría por las calles desesperado. En ese momento, no había Bestia más veloz que el hombre que quería evitar una tragedia.
La Noche de Hiraeth había acabado, Camila estaba frente al trono y Victoriano colocaba sobre su cabeza una corona de cobre, hecha enteramente por Yong, repleta de mariposas de Farkas. Las coronas antiguas se habían fundido, con estas hicieron los picaportes de las puertas de Porto d'Oro.
El pueblo entero se arrodillaba ante la Emperatriz.
Esa mañana, la doncella que ahora era coronada como una de las autoridades con más poder de Hiraeth, había tallado el último nombre en la plaza dando por finalizada la reconstrucción de la nueva ciudad de Vulpes. Todos acudieron a ver cómo la joven tallaba el nombre de Zervus en la piedra.
Lilith estaba de pie en la alcoba de Kaira, al borde del precipicio observaba la Luna llena frente a ella. Se había arrancado su collar de pua, antaño perteneciente a Kaira y lo había arrojado a las olas. No había vuelto a ella.
Su amuleto de Luna tampoco la acompañaba, lo había colgado en las ramas del sauce de la plaza principal, sin saber que muchos imitarían su gesto en el futuro.
—¿Están satisfechas ahora? —susurró a las Diosas con tranquilidad, su mirada bi-color clavada en la Luna Llena frente a ella—. Hice todo lo que querían y más, ¿que recibo a cambio? ¿fantasmas y soledad? Knglo me envenenó, y ustedes no fueron capaces de protegerme...
No recibió respuesta, soltó un gritó de rabia.
—¡¿Cual es mi propósito ahora?! ¡Un inmenso poder para nada, estoy sola! —gritó en un llanto desconsolado—. ¡Ni siquiera tengo a nadie para calentar con un fogón!
Will corría con la velocidad de mil corazones rotos, esquivando ciudadanos en una nación nueva, con un Jardín de los Dioses repleto de sauces y una justicia divina. Se le terminaba el tiempo, Aela ni siquiera se burlaba de él. Ya lo había hecho lo suficiente con Lilith.
Vió la decisión en la mirada de Lilith cuando entendió todo, no podía permitírselo.
Y por la eternidad en las tabernas cantarían sobre la velocidad del hombre con un pasado incierto. Su tragedia se transformaría en leyenda.
Lilith se calmó, se secó las lágrimas como pudo y con la voz entrecortada rogó al viento:
—Denme una señal —rogó balanceándose en el vacío—. ¡Denme una señal que si regreso con Sao todo estará bien! No puedo, no puedo arriesgarme a matarla a ella también... Por favor, ¡les pido solo eso a cambio!
Wilhelm abrió la puerta de la cocina que daba a los establos, empujó a un Guardia que estaba en el medio y trepó por las escaleras. Tiró una puerta abajo y corrió por los pasillos, las doncellas se apartaron asustadas. Su velocidad era amenazante, corría más rápido que su miedo. Y jamás había tenido tanto miedo en su vida. Debajo, se oía a Camila recitar su juramento. En su cuello, su amuleto y el de Farkas encajando perfectamente como sus manos solían hacerlo.
—Di todo por ustedes, mi existencia entera... ¿Silencio es todo lo que recibo a cambio? —susurró Lilith con tranquilidad. No había ni pájaros cantantes, ni el rugir de las olas. Las Diosas no le darían respuesta, ya no le necesitaban.
Wilhelm no llegaría a tiempo.
Lilith dió un paso al frente, su cuerpo en el vacío.
⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro