XXXV: Venganza familiar.
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Los Centinelas estaban ganando, quedaban unos pocos rebeldes en pie, con el peso de sus muertos flanqueando su esperanza, su fuerza. Ahí fue cuando llegó Kaira, cantaba la canción que Jolly le había enseñado.
"El rey y sus hombres, robaron a la reina de su cama.
Y la ató en sus huesos. Los mares sean nuestros
Y por los poderes,
donde estaremos, deambularemos."
Montaba a Karma, con su cabello al viento y un canto hipnotizador. Sus dedos se habían vuelto verdes con su Despertar, como Lilith, como Okoye. Sus tatuajes dorados aún brillaban sobre su piel. Costus corría frente a ella y detrás un ejército entero de animales salvajes. Y cuando se despidió del miedo a su canto, todas las bestias de humo se transformaron en hueso. Sus garras y dientes estaban afilados y con sed de venganza.
Aves, lobos, zorros, osos, se integraron en la multitud de la plaza, defendiendo a los heridos. Las bestias que la seguían fueron las que atacaron. Dragones prendiendo fuego el cuartel de los Centinelas, el Coatl asfixiaba a los soldados de la muerte con su cuerpo de serpiente, Mamuts, sirenas, águilas gigantes. Todo estaba ahí, de humo y huesos. Gracias al Despertar de Kaira.
Ella lo pensaba, cantaba y los animales obedecían.
"No es una buena noche para perder el control...
Justo cuando la tierra se está desmoronando,
juegas con tus bloques hasta que se rompen.
Y estas paredes se derrumban."
Saboreaba sangre, no se había golpeado pero el rojo se deslizaba por la comisura de sus labios como un lobo salvaje devorando su presa mientras cantaba. Y el viento cantaba con ella.
Pronto entendió que el pueblo entero estaba armonizando con ella, cantaban con largas vocales como marineros fantasmas trabajando al unísono. El canto les permitió sincronizarse, y como una sola colmena de abejas lucharon en una sintonía perfecta.
Kaira se aferraba a Karma, estaba furiosa. Todo el miedo que había sufrido había vuelto a su cuerpo, ahora comprendía quién era y para qué había nacido. Cabalgaba por la ciudad, enormes lobos gruñían a su lado y saltaban sobre los Centinelas. En el mercadillo, un dragón aterrizó a su lado. Kaira estiró la mano hacía un grupo de Centinelas, furiosa les gritó y el aliento de fuego de la bestia los envolvió.
Karma subió las escaleras y llegó a la plaza principal, un mamut corrió a su lado y con sus colmillos derribó unas columnas sobre unos Centinelas, salvando a unas cuantas Belladonas.
"Dale un beso de despedida a tu día perfecto,
porque el mundo está en llamas."
La sangre continuaba manchando su rostro, como una cascada en su barbilla y recorriendo su cuello. Su canto estaba cargado de venganza y los loberos brotaban de cada callejón. Aves revoloteando a su lado y serpientes siguiendo a su corcel. Frenó su avance cuando el cuerpo de Ruby rodó frente a ella, los lobos continuaron corriendo y saltaron sobre el Centinela que había matado a la joven.
Con lágrimas en sus ojos, levantó la mirada y vio a Lilith de pie frente a las puertas del castillo en llamas. Supo cuánto la amaba cuando entendió que su Despertar no era nada si Lilith no estaba a su lado. Los lobos aullaron y Lilith cerró los puños.
El fuego llegó tiempo después, como ríos rápidos, apresurados y urgentes, esquivaban aliados y quemaban Centinelas. El Despertar de Lilith, que todos temían y ella anhelaba, prendió fuego la plaza entera con un suspiro. Hasta los fantasmas tenían miedo.
Kaira fue rodeada por el fuego, sentía el calor pero no le quemaba. Y la tierra se volvió loca, el viento ensordecedor, las olas hacían temblar el castillo y una tormenta repentina se movía en el cielo como tentáculos venenosos. La lluvia limpiaba la sangre, pero no apagaba el fuego.
Todo se había vuelto rojo, el pueblo no dejó de cantar, Kaira tampoco. Los cuervos revoloteaban entre la gente, el daño en el castillo ya estaba hecho y ahora Okoye destruía el templo de Knglo; dejó tranquilo el de Egot, las Diosas le susurraron que él había ayudado a mucha gente, le perdonaban.
Una flecha alcanzó a un cuervo, Okoye la sintió en su propio cuerpo. Cayó al suelo y las velas se apagaron, se agarraba el pecho atemorizada y no podía respirar. Gracie corrió hacia ella asustada.
—¡Dejalo ir, Okoye! ¡Te matará! —gritó Gracie poniendo sus manos en el corazón de la niña.
Okoye negó con la cabeza, lloraba. No quería hacerlo, porque sentía como la magia se desvanecía en su interior. Si soltaba el enlace con el cuervo perdería su conexión con las Artes Oscuras, de alguna manera lo sabía. Si se aferraba, moriría junto con el ave. Cerró los ojos y pensó en Sao que aún vivía, la había escuchado hace segundos luchando como una guerrera inmortal. Con un beso al recuerdo de Jolly, soltó. Sollozó cuando el aire volvió a ella y la Magia Antigua la abandonó... Okoye supo que no le dejaría ir tan fácil. Descansando en el césped, con Gracie a su lado cuidándola, se prometió hacer lo imposible por volver a sentir el Arte Oscuro correr por sus venas.
Algún día.
Lilith caminó por la plaza como si fuera un sueño, sus palmas hacia el suelo, guiando el fuego lejos del Bloque Negro. Era como un laberinto de llamas. Arrastraba a Selene tras de ella. Sus ojos se posaban con tranquilidad sobre los Centinelas, sus dedos se contorsionaban y el fuego los alcanzaba. En su pecho el dolor crecía, así como las llamas que destruían la ciudad que estaba repleta de recuerdos de sus muertos. Sintió la sangre correr a los costados de su rostro. Sus oídos sangraban, años de voces que solo ella podía oír. Ahora, ríos escarlata brotaban de sus cansados oídos, ahora todos podían oír las voces. Ya no estaban en ella, estaban en las llamas y Vulpes parecía el mismísimo infierno. Ahora, todos sufrían sus fantasmas.
De pie entre las llamas se detuvo, Kaira estaba en la otra punta de la plaza. Su cabello revuelto, su rostro con sangre, su canto viajaba con la brisa. Lucía como una verdadera guerrera. Lilith sonrió, suspiró y el fuego le abrió el paso a Kaira hacía los Centinelas. Una enorme pared de llamas se interpuso entre ellas, Lilith sabía que Kaira la estaba buscando y no quería ser encontrada, pero no podía escapar de su canto.
"Esconde tu inocencia esta noche, has vendido a tus amigos como mercenarios.
Ve a jugar con tus bloques... Y ahora pagarás cuando estas paredes se derrumben."
Se dio la vuelta dispuesta a alejarse de su canto que le llegaba como dolorosas cuchillas. Se encontró con una mirada que le dolió de la misma manera que la canción de Kaira.
Zheng Yi Sao respiraba asustada, el fuego la rodeaba y miraba a Lilith con confusión. Lilith la miró y no pudo descifrar lo que sus ojos decían. ¿Orgullo? ¿decepción? ¿miedo? Te extraño.
Al final, todo lo que habían previsto para ella había sucedido. Ella estaba hecha de susurros clandestinos, malos presagios y una niña que se ahogó en sus propias lágrimas. No quedaba nada para ella en Vulpes, y su fuego se aseguraría que no quedara nada para nadie. El mundo compartiría su pena.
—Lilith, detente, la ciudad... —susurró Sao acercándose a ella lentamente. Su voz era dulce y comprensiva.
—No... Vulpes debe morir, Sao —susurró Lilith con tranquilidad. El fuego creó un círculo alrededor de ellas. La lluvia goteaba de sus armaduras limpiando lodo y sangre—. Aquí es donde han matado a todos, debemos empezar de cero.
—Lilith...
—No —insistió Lilith con tranquilidad, caminó hasta Sao y la agarró de la manos. Esta se aferró a su pequeño sol sorprendida.— ¿No has caminado por el Bosque Cenizo? Grandes cosas florecen desde la ceniza... Tengo que hacerlo, por Octubre, Ruby, Cressida, Jolly, Selene...
La voz de Lilith se quebró, comenzó a llorar. No se encontraba capaz de nombrar a todos sus muertos, todos sus fantasmas que la perseguían en sueños como la voz de Kaira y lo que juntas podrían haber sido. Sao la rodeó con los brazos, el fuego las custodiaba con una distancia respetuosa. Zheng Yi Sao se sorbió la nariz y se aferró a Lilith, estiró la mano y tocó la sangre a los costados del rostro de Lilith.
—Tengo que hacerlo por ellos, quemar la tierra donde fueron asesinados... —susurró Lilith.
Sao negó con la cabeza, jamás podría detenerla. Ya era tarde, la había perdido para siempre. Soltó un sollozo y deseó que con la muerte de los Centinelas, el duelo eterno de Lilith desapareciera.
Lilith se apartó con cuidado, se secó las lágrimas y preguntó:
—¿No has visto a Jacoba? Quiero saber si está bien —En su rostro se dibujó una dulce sonrisa, el fuego reflejado en sus pupilas.
El rostro de Sao perdió todo su color, sus vellos se erizaron y sus ojos se abrieron en horror. Sonrió a través de las lágrimas, besó a Lilith en la frente y con la voz temblorosa susurró:
—Pequeño sol, ya lo hemos hablado... Jacoba ha muerto hace años... —se sorbió la nariz y acarició el rostro congelado de Lilith, quien sintió sus palabras como una mala broma de la vida—. ¿Es que tampoco lo recuerdas?
—¡Estás equivocada! —sollozó Lilith rápidamente, confundida, sin apartarse.
—Lilith, cariño, escúchame —insistió Sao—. Jacoba fue la primera de todas, el primer asesinato de los Centinelas... ¡Tú estabas ahí!
Lilith se apartó cuando una visión cubrió su rostro. Sao tiraba de su brazo en una noche estrellada, el cadáver de Jacoba en una hoguera que iluminaba la plaza principal. La Luna llena presenciando, las Diosas no hicieron nada. Sin corazón, sin ojos, una estaca en su cuerpo. Grimn la había destruido.
La Capitana dio un paso al frente, Lilith movió su mano y dibujó una línea de fuego entre ellas. Se dio la vuelta y se marchó.
—¡Lilith! —gritó Sao en la lejanía.
Caminó entre cadáveres y peleas. Los Centinelas estaban perdiendo bajo la fuerza de la venganza de generaciones, las bestias acudían en su ayuda y la fauna se doblegaba ante el canto de Kaira, mientras la flora anhelaba el fuego de Lilith. Era su sueño hecho realidad, pero no le importó. Recordó cada momento, las señales de que Jacoba ya no estaba ahí. Recordó la realidad de su visita a Mare Turtur, Jacoba nunca había estado con ellos y Finn tenía un altar en su nombre, donde la misma Lilith había dejado flores. Finn jamás había bailado con ella en la costa. Jacoba jamás la había llamado amiga.
Entre llamas levantó la mirada, la Luna llena sobre su cabeza tenía un tono rojizo. Frunció el ceño ante la burla que le habían hecho las Diosas todos estos años.
—¿No te parece que brilla más que nunca? —susurró Jacoba con una sonrisa frente a ella.
Lilith bajó la mirada e inclinó la cabeza con pena al encontrarse con ella.
—¿Por qué me hacen esto? No merezco esta tortura —murmuró Lilith enfadada, refiriéndose a las Diosas.
Jacoba frunció el ceño y se rió.
—¿De qué hablas? —Jacoba estiró las manos y señaló su cuerpo de carne y hueso, su piel tersa y su cabello al viento—. No estoy hecha de humo, ¿verdad?... No son las Diosas, Lilith. Es tu cabeza, siempre estuviste loca y ahora me ves en todos lados.
Lilith dio un paso al frente enfurecida, Jacoba dio un paso atrás con los brazos estirados al frente.
—¡Espera! —gritó Jacoba con una sonrisa y la voz extrañamente distorsionada.— Estaba bromeando... Entrégate a mí, Lilith. Todos estos años estuve esperando... Juntos doblegaremos el mundo a nuestro placer.
Lilith observó horrorizada la figura de Knglo que se alzaba detrás de Jacoba como una sombra, y en ese momento comprendió todo. Comprendió por que no sentía el consuelo de las Diosas, por que estaba tan segura de la traición del Bloque Negro y por que sus sueños le susurraban odio puro hacia Kaira.
Todo este tiempo Knglo la había manipulado a través del recuerdo de Jacoba... y Lilith le había creído.
Jacoba rió, Lilith arrugó el rostro, llorando se arrojó sobre ella. La tiró al suelo y sentada sobre ella comenzó a golpearla. No era real, Jacoba no era real, aun así su rostro sangró con cada golpe, sus ojos expresaron miedo y su corazón dejó de latir a manos de Lilith. El Ángel se puso de pie, cubierta de una sangre que no estaba ahí. Miró a la Luna una última vez, entendió que ella y las Diosas habían terminado, no se merecía ser nada en su nombre, les había fallado. Y estaba furiosa con ellas por eso. Con tranquilidad se despidió de ellas y el Bloque Negro, y como un estallido el fuego cubrió todo. Gritos a su alrededor, llamas hasta el cielo, armaduras que se calentaban al punto de asesinar a sus portadores. La venganza de la pequeña Lilith que añoraba a su madre cada día.
Lilith bajó la mirada hacía Jacoba. Su cuerpo ya no estaba, pero al menos ahora se habría librado de un fantasma.
Cuando levantó la mirada comprendió que no podía siquiera confiar en sus propias llamas, porque la habían encerrado en un círculo de fuego junto con Kaira. Y no importó cuanto retorció los dedos, no le dejaron salir.
Recorrió su rostro con sus ojos tristes en detalle, la antigua princesa había dibujado en su blanco rostro las líneas rosadas con las que Jolly había nacido.
Kaira la observó cubierta de sangre, de pie frente a ella, con el arco en su mano y Karma protegiéndola en sus espaldas. No había rastro de debilidad en Kaira, y Lilith no pudo evitar sonreírle. Kaira relajó los hombros y le devolvió la sonrisa, corrieron al centro del círculo de fuego y se abrazaron como lo habían hecho aquella noche en El Corazón cuando Kaira rogó unirse a la lucha.
Por favor, déjame luchar... Le había susurrado Kaira aquella noche. Por nosotras, por Durga y por Makra, por todas nosotras.
—Lo siento... —susurró Lilith aferrada a Kaira.
Kaira se alejó lentamente.
—Jamás podría odiarte, Lilith. Eres mi alma gemela y siempre lo serás.
—Yo... Knglo... —tartamudeó Lilith apenada.
—Lo sé... las dos fallamos —le interrumpió Kaira.
Lilith suspiró, pareció recuperar la compostura. El pueblo continuaba cantando, las Bestias rugían, el fuego ardía. Lilith elevó la barbilla con cuidado y clavó sus ojos en la mirada de Kaira.
En silencio, con rostros inexpresivos se miraron.
Se oyó un estruendo a lo alto de la montaña, ambas se voltearon para ver como las paredes y rocas caían de las paredes del Palacio, se derrumbaba.
—El reino... Se va a caer —susurró Lilith mirando el castillo.
—No se va a caer, lo vamos a tirar.
Se voltearon para volver a mirarse a los ojos, Lilith soltó un suspiro y lentamente se arrodilló en el suelo ante la Reina. Kaira la tomó del brazo, la puso de pie con decisión y le susurró:
—El Ángel no se arrodilla ante nadie...
—Dime que pare y lo haré, Kaira. Dejaré la ciudad en paz si tú me lo pides —confesó Lilith con tranquilidad.— Tú decides, Majestad.
Kaira respiró con tranquilidad, observó a su alrededor pensativa. Se giró hacía Lilith, estaba segura de su respuesta.
—Redúcelo todo a cenizas.
Lilith sonrió, Kaira también, y en ese momento una franja de fuego las separó. Lilith suspiró aliviada, cerró los ojos y en su mente pudo ver el fuego extenderse a cada rincón de Vulpes. Borrando toda la muerte, las injusticias. Ya no había callejones oscuros, no había frío.
Intentaron evitar la guerra, ahora que había llegado, les mostraría el infierno que Ellos habían creado.
Se alejó caminando con tranquilidad escuchando la madera arder, al pueblo cantar con Kaira.
Las llamas le susurraron: Los Centinelas estaban muertos, el pueblo había ganado. Lilith había perdido y su corazón latía a duras penas. Y antes de marcharse se aseguró que la joven Roger cuidara de sus Belladonas.
• ────── ☼ ────── •
El fuego comenzó a apagarse y esconderse en sombras y montañas de ceniza, los pocos supervivientes bajaron las armas. No podían creer que todo había acabado. Se miraron sorprendidos y apenados ante los pocos que eran. Boris se encontró rodeado de Centinelas que él solo había matado, respiraba agitado y no podía creer la fuerza que tenía en sí. Kaira bajó de Karma en el centro de la plaza, ella y Meena se fundieron en un abrazo cargado de lágrimas. Los animales se marcharon de vuelta al bosque y las bestias de hueso se transformaron en gotas de lluvia que la brisa se llevó para siempre. Will y Victoriano caminaron por las ruinas tomados de la mano, observando la ciudad carbonizada, hecha trizas. No quedaba nada.
El silencio era muerte. Serendipia había muerto.
El cielo se tiñó de celeste... la luz del sol bañó los cansados rostros, y los cadáveres de todos sus amantes.
Comenzaron a oírse llantos, gente que corría apresurada volteando los cuerpos gritaban nombres y se aferraban a sus seres queridos, rogando por los latidos de corazones aplastados y desgarrados. Otros se sentaron sobre las ruinas y se limitaron a observar, con la boca abierta y los ojos sorprendidos. No reconocían nada, ni a ellos mismos. Se sentían extraños en tierras marchitas.
Yong corrió hacia Farkas y a Camila, gritó sus nombres y agradeció a todos los Santos al verlos de una pieza. Estaba acelerado, apenas podía respirar y una sonrisa que no encajaba con la situación se dibujaba en su rostro. Fue el primero en comenzar a ayudar a los heridos y limpiar el desastre. Uno a uno, todos le siguieron. Camila no pudo evitar pensar en que todos estaban luchando con su duelo como Zervus solía hacerlo: enterrándolo debajo de trabajo y responsabilidades.
Zheng Yi Sao recorría la plaza, gritaba el nombre de Lilith. Vilkas le seguía, sosteniendo su mano y secando sus lágrimas. Su niña no estaba por ningún lado.
Victor envió aves mensajeras a las comarcas, necesitaban toda la ayuda posible. Will seleccionó a un grupo de ciudadanos fuertes y en buen estado, juntos comenzaron a limpiar y organizar los suministros. Meena y Kaira, después de organizar a las Guardias Reales, se reunieron con Farkas y Camila al pie del castillo, ella lloraba desconsolada en sus brazos.
—¡Se ha terminado! somos libres —lloró como una niña pequeña.
Farkas, con la mirada brillosa, acariciaba su cabello.
—Solo falta uno... —susurró Meena.
Cruzaron miradas, los cuervos le susurraron a Kaira que Grimn se escondía en el castillo. Se miraron entre ellos, tenían un aspecto deplorable y apenas podían reconocer a su familia debajo de la mugre y la sangre. Caminaron en silencio, subieron las escaleras lo más rápido que su agotamiento les permitió. Muchas torres se habían derrumbado, algunas esquinas estaban aún en llamas y el agua había ingresado en La Corte. En donde estaba la habitación de Kaira había un hueco enorme en la pared, producto de una de las explosiones de los cuervos. El Palacio de los Zorros daba tristeza de solo verle. Meena rodeó a Kaira con sus brazos, Farkas agarró la mano de Camila.
Ingresaron por las puertas abiertas, con armas de fuego en sus cinturones, todo estaba en calma. No veían a Grimn pero lo escuchaban vomitar y arrastrarse en alguna esquina, el eco les confundía. Caminaron con cuidado, empuñando sus armas. Todo estaba a oscuras, a excepción del trono, estaba torcido y destruido. La luz ingresaba desde la cúpula rota. Ya no oían a Grimn, Kaira rezó que se hubiese ahogado en su propia mierda.
Meena y Kaira se apartaron de ellos, se alejaron hacia la escalera de cobre donde rastros de vómito guiaban hacia el piso de arriba.
Camila soltó la mano de Farkas y se acercó al trono partido a la mitad. En sus manos sostuvo a Aela, observó sus tres manecillas del reloj que giraban perfectamente como una hermosa canción de cuna. Un rayo de luz brillaba solo para ella, iluminando sus movimientos como si estuviera hecha de oro.
—Mira, Farkas —dijo Camila con una sonrisa, dándose la vuelta para mirarlo.
Él soltó una carcajada ante la felicidad de ella, parecía que todo estaba bien cuando ella sonreía. A pesar de todo, la muerte y la oscuridad, ella seguía siendo el ser más puro que había visto en su vida. Camino al castillo Camila le había mostrado apenada su collar de Luna, se había quebrado, Farka la tranquilizó mostrándole su amuleto. Ahora encajaban como uno solo.
Ella le confesó que no había sido capaz de matar a nadie, lo había intentado pero no tenía eso en ella.
Farkas le dijo que por eso la amaba.
Y su corazón latió por ella hasta el último segundo.
Grimn se acercó a él por detrás, apareciendo entre la oscuridad, empuñaba una flecha partida a la mitad. Camila abrió los ojos con sorpresa cuando el Último Centinela clavó la flecha en el corazón de Farkas.
—¡Farkas! —chilló Camila.
En el piso de arriba se oyeron gritos de sorpresa de Meena y Kaira, ahora corrían hacia ellos.
Farkas cayó de rodillas, con las manos en su corazón sangrante. Rogó a las Diosas que salvaran a Camila.
Grimn cayó hacia atrás, la vista se le nublaba, la flecha cayó al suelo débilmente. Camila corrió a él, lo empujó, tropezó desesperada y sin pensarlo clavó a Aela en su pecho. Dio un salto hacia atrás asustada al ver la sangre que brotó.
—¡¿Por qué eres así?! ¿Por qué transformas todo en ruinas y muerte? —lloró Camila arrastrándose en el suelo, alejándose de Grimn, quien lentamente apoyaba su cabeza en el suelo. Él no intentó sacar a Aela de su pecho ni detener el sangrado—. Eres la pudrición de la tierra... ¡Incluso así mamá te amó! —gritó Camila con rabia—. ¡Intentaste matarnos, éramos tu familia! ... Años de tortura ¡a mi! ¡tu propia hermana, Grimn! ¡¿Qué te he hecho para que me condenes cada día?!
Grimn cerró los ojos, maldijo a Zervus y sintió como sus últimos latidos se escapaban con la sangre que bañaba el suelo. Rogó ser suficiente para su padre al menos en la muerte.
—¡Te odio! —gritó Camila.
Farkas tosió sangre y tanteó el suelo en busca de Camila, ella gateó desesperada hasta él.
—Por favor, por favor, Farkas, no —dijo arrodillada a su lado. Farkas se recostó en el regazo de Camila y le tomó la mano asustado. Él le susurraba que todo iba a estar bien, le sonreía. Camila rogaba a las Diosas que lo salvaran, él le sonreía y acariciaba su rostro—. Por favor, Farkas. Quédate conmigo, tú eres mi libertad... Te quiero, por favor resiste.
Meena y Kaira bajaron corriendo las escaleras. Al ver el enorme charco de sangre rodeando a Farkas, Kaira cayó de rodillas gritando. En el rostro de Meena la confusión, las lágrimas caían silenciosas por su rostro.
Kaira gritaba y golpeaba el suelo con sus palmas, si algo había aprendido en ese último año es que con toda esa sangre derramada, no había plegaria que le salvara. Se lastimó con la caída.
Meena se arrojó al suelo junto a Farkas, se arrancó el pañuelo de su cabello y cubrió la herida desesperada, pero la sangre brotaba como un río furioso. Kaira había quedado en silencio, recostada en la escalera, tenía los ojos entrecerrados y no parecía estar despierta.
—Sobrevive, Camila —susurró Farkas, llorando.
Camila lo miró desesperada, lo abrazó con toda la fuerza que fue capaz rogando por su vida eterna. Cuando los ojos de Farkas se cerraron, deseó entregar su propia libertad para devolverlo a la vida.
Vilkas entró corriendo en el palacio y se detuvo en la puerta al ver como la mano de Farkas soltaba la mano de Camila y caía al suelo. Sus manos comenzaron a temblar, cayó de rodillas al suelo. Su rostro como un fantasma.
El suelo de aquel salón, una vez más se tiñó con la sangre de un Rey muerto.
Camila se incorporó desesperada, con ambas manos intentó reactivar su corazón. Lloró y rogó por la vuelta a la vida de un corazón que ya no tenía sangre para derramar. Meena la observó en silencio, sin saber cómo decirle que no había nada que hacer. Kaira finalmente había recuperado el conocimiento, en completo silencio y aparente calma caminó hacía Vilkas y se arrodilló a su lado.
Camila levantó la mirada al cielo, observó la Luna blanca a través de la cúpula rota. Sollozando el nombre de Farkas intentó revivir su corazón, sabiendo que no había plegaria o magia suficiente en el mundo para devolverlo a la vida.
Un copo de nieve cayó sobre sus lágrimas.
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✾ Créditos.
Canción:
Hoist the colors - Malinda
Guns for hire - Woodkid
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