XXXIII: Mi humo y tu metal.
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Lilith y Sao luchaban lado a lado, y las bestias defendían sus espaldas. Aparecían entre el inexplicable humo y desorientaban a los Centinelas, así la guerra comenzó a equilibrarse. Humo, la historia y la justicia estaban de su lado. De todas maneras, mucho no podían hacer... entre el humo y el metal, ganaba el metal.
No era suficiente, las bestias eran escasas. Intervenían para defender, pero no podían atacar, desesperadas lo intentaban.
Les resultaba difícil ignorar que sus tropas disminuían notablemente a cada segundo y los Centinelas no parecían sufrir cansancio. Todo estaba cubierto de humo y la fuerza de las antiguas bestias no parecía ser suficiente. Comenzaban a organizarse, pero todo era caos y muerte. El Bloque Negro se había preparado la vida entera, pero la mente de sus aliados era poseída por el miedo y olvidaban su entrenamiento.
Vilkas y Yong estaban cercas de ellas, el primero con un martillo mandoble, el segundo con dos hachas de guerra. Farkas pasaba a su lado a cada rato, cabalgando su corcel, persiguiendo Centinelas con su espada y escudo. Camila seguía aferrada a él, pero con un rifle de larga distancia ayudaba como podía. Dañar le revolvía el estómago, pero haría lo que sea para que Farkas no la enviara a las comarcas. Quería quedarse con él a toda costa.
La Guardia Real se concentraba en la defensa, protegiendo las espaldas del Bloque Negro y la Rebelión, mientras estos se encargaban de aniquilar a los pocos Centinelas que lograban vencer. Boris organizaba a la Guardia masculina, siguiendo a la pareja real por todos lados. Mientras que Wilhelm dirigía a la Guardia femenina, quienes se encargaban de proteger a sus aliados que disparaban a distancia, o a los que correteaban curando y apartando heridos. Lord Victoriano le seguía, obligado pero agradecido, estaba abrumado ante la masacre a su alrededor. Gracias a su entrenamiento podía controlar el temblor en sus manos y disparaba su mosquete cada vez que podía... Pero las garras que aparecían en la oscuridad y los colmillos que atrapaban a los Centinelas le confundían. Es solo humo, se repetía, una ilusión.
El cuerpo de Octubre, Ana María y muchos más, se había perdido. Entre barro, pisotones y duchas de sangre. Los guerreros se batían a duelo sobre una arena de cadáveres y tierra que alguna vez había albergado la más blanca de las nieves.
Karma cabalgó junto a Lilith y Kaira no pudo evitar observarla, como cada vez que la veía. Como si el mundo se detuviera, sus miradas se cruzaban repletas de incógnitas sin respuesta.
Meena se había negado a bajarse del intimidante corcel, no pensaba dejar a Kaira sola y Farkas estaba de acuerdo. Karma había conectado con el corazón de Kaira en el primer instante que esta lo tocó, corría a gran velocidad, recibiendo flechas en la armadura que Yong le había puesto, salvando a incontables miembros del Bloque Negro. Embestía como si fuera un juego a los Centinelas que caían al suelo, rompiendo sus huesos y relinchando a los cuervos que le seguían.
Era una máquina de guerra.
Casi todos ahora utilizaban armaduras, corazas que Yong había construido y preparado en las últimas semanas. No eran armaduras completas como los Centinelas por que si hay algo que el Bloque Negro necesitaba era moverse rápido. Desde Kaira, Camila hasta Sao y Lilith. Todos habían encontrado la manera de proteger sus pieles con metales.
Todavía no habían resuelto cómo proteger sus almas.
Los perros de Grimn no tardaron en aparecer, pero este mismo se marchaba del campo de batalla a cada rato. Vomitaba rincones, caía al suelo desmayado y sentía que no bebía agua hace años. Pero el agua, de solo pensar en ella, lloraba. Rezaba a los Dioses no tener que cambiar sus pantalones en medio de la batalla. Sin embargo, cada vez oía menos las órdenes Knglo, ¿le estaba abandonando?.
Las bestias parecían buscarlo específicamente a él, su peor pesadilla se volvió real.
Supo que estaba lejos de terminar cuando perdió por completo el control de los Centinelas, Knglo se los había arrebatado y ahora lo echaba a la calle como un hijo no deseado.
Una flecha rozó la oreja de Sao, comenzó a sangrar enseguida. Lilith se dio la vuelta para mirarle y una gran ola se formó en la costa junto a ellas. Ante la distracción, un Centinela atacó a Lilith, golpeándole el rostro con la ballesta. La joven pudo sentir uno de sus dientes partirse.
—¡Ey! —gritó Sao con la furia de mil bestias renacidas. Empujó al Centinela al agua, mientras Lilith sostenía su boca sangrante con dolor.
La Capitana se dio la vuelta y tomó el rostro de Lilith, esta abrió la boca para mostrarle su herida, como una niña pequeña.
—Uf, no ha sido una de tus paletas, que alivio —dijo Sao con una sonrisa—. Siempre me parecieron bellísimas y sería una lástima que se rompiera una.
Lilith rió, sus ojos desaparecieron como en los viejos tiempos.
Ambas se dieron la vuelta al escuchar al Centinela gritar en el agua. Lilith sonrió maliciosamente, Sao dio un paso atrás sorprendida. Cuatro pares de manos esqueléticas tiraban del hombre, que se aferraba a las rocas de la costa. Lo agarraron de todas partes y lo hundieron, segundos después asomaron sus ojos de fuego para mirar a Kaira que pasaba cabalgando junto a la costa. Cuando la Reina se alejó otra vez, las sirenas saltaron en el aire y se volvieron a sumergir. Patrullaban la costa en busca de víctimas, aprovechaban los pocos segundos que tenían cuando sus cuerpos de humo se solidificaban en antiguos huesos.
Las bestias parecían luchar con sus propios interiores para convertirse en algo más que humo. Pocas veces lograban transformarse en esqueletos aterradores, pero se convertían en cenizas al segundo. No tenían fuerza, necesitaban algo más que fe. Necesitaban el Despertar.
Lilith señaló una criatura a la lejanía, un lomo cubierto de escamas con una punta larga y filosa nadaba en el mar negro. Era de huesos y humo, al igual que el Olympe de Gouges que se alejaba en el horizonte.
Zheng Yi Sao soltó un jadeo al verle, se llevó una mano a la boca. Comprendió que su hogar ahora era un fantasma, y se preguntó si algún día todo valdría la pena. Lilith se preguntaba lo mismo.
Lilith se aclaró la garganta y comenzó a alejarse. La Capitana se dio la vuelta desesperada.
—¿A dónde vas?
Lilith le ignoró. Sao comprendió que el momento que habían compartido era solo una ilusión, no más real que su barco que navegaba en el horizonte, un espejismo. Aun así, insistió.
—¡Lilith! —gritó apenada.
Entre luchas, la joven se dio la vuelta con cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres?
—¿A dónde vas?
—Voy a buscar a Freyja —murmuró entre dientes. Sus ojos dejaban algo en claro: no tenía por qué darle explicaciones a Sao.
—Quedate conmigo —rogó Sao con una sonrisa.
—Basta, ya para... Tú y yo hemos terminado —dijo Lilith irritada, cansada de repetirse—. Eso no va a cambiar.
Lilith desapareció entre el gentío. Zheng Yi Sao maldijo y se lanzó a la lucha, más furiosa que nunca.
Lilith corría en el campo de batalla, en el Puerto de los Viajeros Perdidos, Marítima Regio estaba en silencio por primera vez. Se encontró con Victor y Will, pero no la vieron. Se detuvo a observarlos un segundo, a pesar de todo el dolor que había a su alrededor, los hombres enamorados desprendían brillo luchando lado a lado y una sonrisa se dibujaba en su rostro cada vez que sus miradas se cruzaban.
Una flecha se dirigía hacia el rostro de Victoriano amenazando con asesinar a sangre fría su gran historia de amor. Con la velocidad de mil ciervos y la fuerza de mil leonas, Lilith corrió hacia Victor. Wilhelm se dio la vuelta y vio la flecha cortar el rostro de su amado. Lilith tiró del Lord hacia atrás, su mejilla sangraba y soltó un grito. Gracias a ella, una herida superficial en su rostro fue la única sangre derramada en ese momento.
Will se llevó la mano al corazón, miró a Lilith y susurró:
—Gracias...
Ella sonrió melancólicamente, soltó a Victor con cuidado y se incorporó. Oyeron una voz asustada, se voltearon a verle.
—Esperen, ¡detenganse! —gritaba un Centinela a su lado, se había quitado el yelmo y miraba a todos lados confusos. Le faltaba la nariz, la herida estaba cicatrizada. Lilith le reconoció enseguida—. ¿Qué hacen? ¡Basta!
El hombre lloraba y rogaba a sus compañeros Centinelas que detuvieran la masacre, bajó la mirada a sus manos y comenzó a llorar al ver la sangre de las familias en sus propias palmas. Lilith levantó su revólver y disparó. Will y Victor se sobresaltaron, el antiguo Centinela murió llorando.
Escapó de allí, antes de que los hombres se voltearan a verla con desaprobación por sus actos. En el camino se cruzó con una Belladona herida, la tomó entre sus brazos y continuó avanzando. Se integró en el Bosque Cenizo, verde en todo su esplendor, deseando jamás separarse de Will. Pero debía buscar a Grimn o la guerra jamás acabaría.
Dejando el campo de batalla atrás, se encontró con centenares de heridos descansando apoyados en la copa de los árboles. Los rayos de sol parecían filtrarse entre las hojas e iluminarlos solo a ellos. Algunas Belladonas patrullaban la zona y cuidaban de los heridos, sonrieron encantadas al ver a Lilith y la saludaron con un asentimiento de cabeza cargado de la más devota de las admiraciones, mientras le indicaban donde podía dejar a la herida para que descansara.
Lilith se acercó a un hombre y una adolescente que se curaban sus heridas mutuamente, eran padre e hija. Se arrodilló frente a ellos.
—Hola, ¿dónde está?
La muchacha abrió los ojos sorprendida y le susurró a su padre que se encontraba frente al Ángel. El hombre sonrió enternecido ante las mejillas coloradas de su hija, Lilith sonrió con simpatía.
—Dijo que iba a buscar más heridos —respondió el hombre con el agotamiento en su voz.
—Vale, ¿necesitas ayuda? —respondió Lilith con una pequeña sonrisa.
El hombre negó con la cabeza, con una sonrisa le dijo que no se preocupara, que fuera a acabar con los Centinelas. Lilith se despidió del hombre con unos golpecitos en el hombro, le chocó el puño a la joven y se marchó. Visitó a cada herido, cuando acabó, se acercó a los cuerpos que estaban apartados, cubiertos por sábanas y cortinas. Los que Freyja no había podido salvar. Desprendían humo.
Cada tanto, Lilith se alejaba de la lucha, porque la furia cegaba sus sentidos y temía explotar y calcinar a enemigos y aliados. No quería, pero debía serenarse, no sabía cómo controlar sus llamas.
Se despidió de todos los muertos, uno a uno, conocidos o no. Les agradeció y deseó el más pacífico de los descansos mientras sentía sus palmas enfriarse y el fuego en su corazón danzar con tranquilidad. Sólo le faltaba el último cadáver, apartó la sábana y suspiró pesadamente al ver el rostro de Emiko. Le acomodó el cabello y le susurró:
—El más glorioso de los descansos, Emiko. Gracias.
Cubrió su rostro con la sábana y se puso de pie. Observó el grupo, no quiso contarlos pero la cantidad se le hizo obvia. Eran demasiados, y faltaban más. Levantó la mirada, en la otra punta del bosque un dragón de humo se enroscaba en su cola y la observaba con tranquilidad, tenía dos pequeños cuernos sobre su cabeza y dos colmillos que se escapaban de su hocico.
Lilith le sonrió sintiéndose extraña. Apretó los puños distraída en sus pensamientos... el mayor de sus sueños se volvía realidad frente a ella. Pero ahora solo se sentía un espejismo de la persona que había sido, la que había rogado a las estrellas el regreso de las bestias y a los pétalos de las flores un ejército enorme del Bloque Negro. Tenía todo lo que había imaginado y más, no fue una sorpresa darse cuenta que había sacrificado todo para obtenerlo. Incluyendo su propio ser.
Oyó hojas secas a su derecha, se dio la vuelta y vio a Freyja que arrastraba a una joven con una horrible herida en el muslo. Lilith corrió hasta allí y levantó los pies de la joven. Tuvo que hacer una fuerza de voluntad inhumana para no soltarla al ver que era Heba. Tenía también una navaja clavada en su hombro y aguantaba las lágrimas con el miedo dibujado en su rostro.
Lilith desvió la mirada de Heba y observó a Freyja, mientras la colocaban bajo un pino. El cabello de Freyja apenas tenía algunos mechones negros pequeños y su piel ya era de un solo color. Unas pocas pestañas mantenían su color original, y sus cejas eran completamente blancas. Se arrodilló frente a Heba y preparó gazas y un ungüento limpiador. Cuando comenzó a curarle, la mujer no pudo aguantar más las lágrimas y comenzó a llorar.
Lilith suspiró y se sentó a su lado, tomó la mano de Heba.
—Tranquila, estás en las mejores manos que puede haber —le tranquilizó Lilith, secando las lágrimas de Heba, quien asintió asustada.
Freyja sonrió sin dejar de trabajar.
—Al fin te veo de cerca, Lilith. Las Diosas han sido benévolas al enviarte a nosotras —dijo Heba con una sonrisa—. Nabila siempre decía que tú nos liberarías a todas, ella tenía una intuición impresionante.
La sonrisa de Lilith desapareció, se sintió una basura por odiar a la joven, por sentir incontrolables celos. Incluso por pensar en matarla en más de una ocasión. Suspiró y se esforzó por sonreír.
—Todas lo haremos —susurró.
Heba sonrió, pero pronto sus ojos se agitaron nerviosos. Alterada gritó:
—¿Alguien ha visto a Ajax? —preguntó mirando a las Belladonas y los heridos. La mayoría negó con la cabeza, otros no respondieron. Heba se giró a Lilith—. ¡Por favor! Necesito saber que está bien, él no es ningún guerrero.
—Vale, tranquila, yo me encargo —aseguró Lilith, dándole unos golpecitos en la palma a Heba.
Freyja se dio la vuelta para mirar a Lilith, ambas se pusieron de pie, la herida de Heba ya estaba lista. Y Lilith se sentía lista para volver a la guerra, sin miedo de prender fuego a todos los que alguna vez quiso, como en el pasado le había hecho a su madre, su fantasma y ángel eterno.
—Si lo encuentras dile que me ayude, que cargue a los heridos —dijo Freyja.
Lilith asintió y comenzó a darse la vuelta, Freyja la tomó del brazo y la acercó a sí. Sus labios se encontraron y Lilith entendió lo mucho que los había extrañado. Freyja era su perdición, no le quedó duda, su destino y vuelo eterno. Con él volaba en las nubes tormentosas, y la hacía caer en los prados de flores más venenosas. Cada mañana la llevaba al límite de la locura, el fuego amenazaba con destruirles cuando las palmas de Lilith se calentaban. Histérica le lloraba y discutían con las palabras más crueles. Pero en las noches la entendía, le clavaba las palabras más dulces y recorría cada una de sus cicatrices, incluso las que Lilith no era capaz de aceptar. Las voces callaban, cuando Freyja le mordía los labios y el cuerpo de Lilith explotaba en placer.
El amor no debía matarte, eso Lilith lo sabía. Sin embargo, sabía que jamás dejaría a Freyja, porque ella también la devolvía a la vida. Era como su Santo Boticario, que sembraba flores en su cadáver... y Lilith siempre resplandecería para ella.
Por eso tardó en darse cuenta el dolor de que alguien jalaba de su cabello. No entendió lo que sucedía hasta que sus labios se separaron. El Bosque Cenizo se cubrió de gritos asustados y las Belladonas corrían hacia ella.
Grimn, con la mirada inyectada en sangre, bañado en un sudor de los más malolientes, colocó una daga en su garganta y apuntó a todos los que se les acercaban con su ballesta. Lilith observó asustada de reojo la comisura de los labios de Grimn, goteaba espuma.
La mirada de Freyja casi desprendía fuego como las bestias, pero no se movió, porque Lilith estiró las manos para detenerle a él y a todas las Belladonas.
"Busca ayuda" gesticuló Lilith con la boca.
Grimn la arrastró hasta al castillo a tropezones, Lilith se resistió. No se detuvo siquiera cuando entendió que jamás tendría tanta fuerza como él, no lo maldijo, se limitó a sentir los rayos de sol en su rostro haciéndose paso a través del humo, en su boca el sabor de las cenizas y la sangre.
A su madre rezó, que Grimn acabara con ella pronto... y que las malditas Diosas tuvieran piedad de todo aquel cuyo nombre se talló en su corazón...
Ella no podía salvarlos.
Mi destino siempre fue perder, como tú lo hiciste... ¿verdad, Aela?
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