XXXII: Tierras de sangre y ceniza.
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Ruby estaba de pie en la plaza de Cuenca de las Abejas Obreras con la carta de Sao en su mano, discutía con una Belladona que le cortaba el paso.
—¡Escuchame! —gritaba la pequeña joven enfadada—. ¡Solo estamos pidiendo que los dejen vivir! ¡Lo que menos necesitamos es que las conviertan a ustedes en villanas!
—Ya te lo he dicho centenares de veces, Ruby —bufó la Belladona—. ¡Matarlos no son las órdenes de Lilith! ¡Pero si cambian obedeceremos a Lilith, no al Bloque Negro!
Ruby soltó un grito de frustración y levantó los brazos desesperada.
—¡Madre mía! ¿es que no hablábamos el mismo idioma? —gruñó Ruby.
La Belladona frunció el ceño y se dispuso a responder, pero se detuvo. Señaló el cielo y dijo:
—Otra carta.
Ruby se dio la vuelta rápidamente, un cuervo llegó a ella, soltó una carta y se marchó desesperado de vuelta a Vulpes. Ruby frunció el ceño y atajó el papel que volaba en la brisa.
Abrió la carta sin sobre, no reconoció la letra, pero estaba firmada por Okoye. Probablemente alguien la había escrito por ella.
—¡¿Qué dice?! —chilló la Belladona con urgencia.
—Los Centinelas, han... —La mirada de Ruby se llenó de lágrimas, fingió no darse cuenta.— El Bloque Negro necesita ayuda, tengo que irme.
Ruby se dio la vuelta con urgencia, la Belladona la detuvo, le quitó la carta y la leyó rápidamente.
—¿Han matado a...? ¡¿Todas las familias originarias?! —gritó la Belladona, enfadada ante la información que Ruby le ocultaba.
Ruby sollozó al oír la noticia en voz alta, negó con la cabeza e intentó parar lo que sabía que se venía. Intentó hablar con la Belladona, pero esta la echó y se metió en el castillo, murmurando algo de que esperaban órdenes de una tal Roger.
Ruby no iba a perder el tiempo, corrió a la Escuela y preparó todo, ella y todas sus aliadas marcharían inmediatamente. Ahora comprendía por qué los Centinelas habían desaparecido de la noche a mañana, estaban todos camino a Vulpes, preparándose para la masacre más grande de la historia. Una vez más.
La noticia viajó como dinamita explosiva, y para su sorpresa, el pueblo entero se preparó en el puerto para ayudar al Bloque Negro y la Rebelión a cruzar y recibir a los refugiados. Revisaron cada casa, las escenas que encontraron terminaron de abrir sus ojos. Vidas de familias inocentes arrebatadas por el miedo a la libertad, su único pecado era la sangre de la opresión con la que habían nacido.
Las comarcas habían tomado una decisión: el reino de terror se acabaría en ese instante. Eran un ejército de esperanza.
Ruby llegó al puerto de Apis justo a tiempo cuando Okoye desembarcaba. La niña se aferró a sus brazos y le rogó que no le dejara. Ruby se disculpó mil veces, y a pesar del llanto se marchó.
Dejando a Okoye al cuidado de Gracie, la joven muchacha que Lilith había conocido en su visita a Apis.
En Cuenca de las Abejas Obreras, las Belladonas se organizaron. La mitad partió al puerto a ayudar, la otra mitad encendió las velas de los altares. Lilith estaba ocupada, no podría comunicarles nada, pero quizás las Diosas le indicarían el siguiente paso.
Las hojas del té estuvieron claras, las llamas no mentían y las voces en el viento se oían con claridad. Era el momento: los tiranos Tábido-Vetusto conocerían su final. Las Diosas no perdonarían sus pecados, debían morir.
Las bestias querían regresar, querían vengar... y las Diosas Olvidadas hace tanto, estaban débiles y necesitaban fuerza para convertir el humo en algo más, exigían sangre azúl derramada con la justicia en mente.
Las Belladonas se dirigieron a la alcoba de Afrodisio, marcharon por el castillo hasta llegar a su puerta. Listas para acabar con él, destrabaron la puerta e ingresaron en grupo, se esparcieron y le observaron. El trabajo ya estaba hecho.
El hombre se había colgado utilizando las sábanas de seda de su cama, atándose a las vigas del techo. Acabó con su propia vida, arrebatándole la venganza a las Belladonas.
En su cuello aún se observaba la gargantilla con cuarzo rosa y un relicario, estaba abierto y se veía una foto de su esposa.
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Las Belladonas en la Fortaleza del Alce Dormido observaron al Bloque Negro correr al puerto. Nico y Sebastian organizaban a la Rebelión y se preparaban para luchar en Vulpes, algunas Belladonas y el pueblo recibían y cuidaban de los refugiados, mientras otros organizaban los cadáveres de sus vecinos asesinados en su lecho.
Una vez más, las Belladonas se dirigieron a cumplir la voluntad de las Diosas.
Cuando ingresaron en su alcoba, Macabeo comenzó a gritar, maldiciendo a las jóvenes que se acercaban y a su esposa traidora que había huido asustada, llorando perdón. El hombre intentó escapar, pero no había silla de ruedas lo suficientemente rápida para salvarle de su destino.
Una joven Belladona extendió el mosquete hacía adelante y con un tiro entre sus cejas, acabó con el segundo hermano.
Sus exquisitas alfombras se tiñeron de rojo.
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Celestino corría por los pasillos de Caparazón de la Tortuga Marina. Había logrado escabullirse de las Belladonas, arrojando a sus esposas frente a él. Buscaba la salida desesperado, asustado y sediento de hongos. Dio la vuelta a la esquina y chocó con una de sus esposas, la agarró de los brazos y le indicó que le siguiera. Sin embargo, ella comenzó a gritar en alerta.
Pocos segundos después las Belladonas lo acorralaron, con la espalda en la pared. El hombre se deslizó a la derecha, se asomó por la ventana y calculó la distancia. Podía llegar a la copa del árbol frente a él sin problema si saltaba lo suficiente. Evitó mirar la distancia que le indicaba una muerte segura si fallaba.
Sin pensarlo mucho saltó, su pie se enredó en una liana y se mordió la lengua. Cayó al vacío, su corazón se detuvo antes de llegar al suelo, todos sus huesos se rompieron. En el rostro de sus esposas se dibujó la más grande de las sonrisas.
Fedora abrazaba a Ixora, quien estaba en sus brazos, asustada.
—¡¿Qué sucede?! —preguntó a un marinero que recibía refugiados.
Ella se había pasado la noche en vela, cuidando de Ixora que había rogado a Finn pasar la noche con su tía. Ella aceptó, ya que las Belladonas habían prendido fuego El Rincón del Tango hacía mucho tiempo. Se había despertado esa misma mañana con los gritos del puerto, sus padres tampoco sabían que pasaba por que poco salían. Fedora salió en busca de su hermano, preocupada.
—¡Los Centinelas están tomando Vulpes! —gritó el marinero, mientras le daba la mano a una anciana lastimada y la ayudaba a bajar del bote—. ¡Roger dice que asesinaron a las familias originarias y a los sospechosos del Bloque Negro en la noche y partieron a Vulpes hace unas pocas horas! ¿Te vas a luchar o te quedas a ayudar?
El marinero se dio la vuelta, solo vio a Fedora correr desesperada hacia la selva, con la niña en brazos.
Ixora preguntaba una y otra vez que pasaba, comenzó a llorar cuando Fedora soltó un grito al ver la casa de Finn y Jacoba a la lejanía. Estaba carbonizada, ni siquiera en llamas. Se había quemado hasta los cimientos, reducida a cenizas.
Fedora caminó hasta las ruinas, sosteniendo la cabeza de Ixora contra su cuello para que no mirara. Con su última fortaleza contó los cuerpos, sin ser capaz de identificarlos. Confirmó lo peor: todos habían muerto, sus pequeños sobrinos y su hermano gemelo. Los Centinelas habían arrasado con todo lo que ella amaba.
Volvió a su casa, no le dijo a sus ancianos padres que su hijo estaba muerto, sus nietos carbonizados. No tenía fuerzas para eso ahora. Simplemente rogó que cuidaran a Ixora y se marchó al puerto. Se vengaría, en nombre de su otra mitad. La muerte de Finn no sería en vano, sus sobrinos se merecían un mar de sangre derramado en su nombre.
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El océano estaba negro, el agua oscura, no podía verse nada. Los Centinelas que se habían marchado de las comarcas apenas comenzaban a acercarse a Vulpes. Las órdenes de Grimn no eran claras, y no podían resolver nada por sí solos. No fue hasta que Grimn dio la orden que entendieron que tenían que regresar.
Habían dejado una masacre de familias a su paso, pero no lo sabían. Ellos simplemente cortaron, golpearon y quemaron. Grimn le dijo que lo hicieran. Ahora navegaban en sus pirañas de metal, para cortar, golpear y quemar en Vulpes. Sus hermanos Centinelas en la ciudad ya habían comenzado. Les esperaban para reiniciar Serendipia. Grimn quería acabar con todos, solo dejarían a Lilith y algunas mujeres más seleccionadas. Crearía una nueva generación de cero, devotos y leales a los Dioses. Era la única manera, así lo había dicho Knglo.
Una vez su primogénito se convirtiera en digno sucesor, se suicidaría, estaba decidido. Se lo había contado a los Centinelas pero estos no entendían que era la muerte y la vida. Ya no podía vivir así, su estómago estaba triturado, todo lo que comía lo vomitaba, no podía beber agua por más que se esforzara. Tenía que marcharse antes de volverse débil y la voz de Egot que siempre le consolaba había desaparecido de su mente después te traicionarle. Lo único que oía eran los gritos de Knglo.
Las pequeñas flotas de metal de los Centinelas se acercaban a Vulpes, ya podían ver las torres de humo. El agua estaba negra, y humo emanaba de ella. El humo tenía vida, y eran tentáculos gigantes que comenzaron a rodear las embarcaciones. Los Centinelas se sobresaltaron cuando notaron que su barco se detenía, golpearon los tentáculos, pero estos se deslizaban por la cubierta como serpientes venenosas, enredándose en los mástiles y rompiendo los cristales.
Los Centinelas dispararon, sin entender por qué la flecha no hacía daño al humo. Y utilizando la fuerza de las comarcas rezando en nombre de las Diosas Olvidadas, el humo se transformó en huesos... Sin embargo, no era suficiente, los huesos se volvían polvo después de un rato.
Se oían sonidos extraños, como cuernos sombríos en la lejanía. Era la bestia bajo el agua, que con sus tentáculos de hueso dobló el metal y quebró los cuerpos. Una figura de hueso emergió, con ojos de fuego y sus tentáculos de humo, observó a los Centinelas confundidos. El miedo luchaba por florecer, pero ya no tenía espacio en aquellos cuerpos torturados. Ni siquiera cuando el agua llegó a sus botas, cuando los tentáculos lanzaron a los Centinelas a alta mar, cuando la bestia de miles de dientes devoró a otros.
No tuvieron miedo, ni siquiera cuando se dieron cuenta que flotaban en el agua. Los tentáculos se enredaron en sus pies, la oscuridad los rodeó. La bestia tiró de ellos hasta que la luz del sol fue solo un recuerdo en sus mentes.
Grimn esperó por ellos, jamás llegaron. Nunca supo por qué. Estaba de pie en el Puerto de los Viajeros Perdidos, con la guerra a su alrededor. Las olas se enloquecieron frente a él, bajó la mirada y soltó un grito. El agua iba a matarle, lo sabía de alguna manera. Apretó los puños asustado y los llevó a su pecho, una ansiedad repentina amenazaba con acabar con su vida ahí mismo. Todos se volverían contra él, moriría mil veces. Había monstruos bajo su cama. El Bloque Negro estaba en todos lados, eran animales. Los animales eran ellos, los cuervos le arrancarían los ojos. Lilith no lloraría por él. Le dolía la cabeza ¿donde estaba?, todos morirían, Lilith sería suya. ¡¿Dónde estaba?! Sigmund, ayúdame, ¿dónde estás? Estaba enfermo y Egot ya no quería curarle. Lilith.
Sintió la presencia de Knglo que se cernía sobre su cabeza, le llegó la claridad. Estaba en el Puerto; todos no morirían, él los mataría. Se puso en marcha cuando la voz de Knglo le susurró:
"Lilith."
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