XXXI: Cadáver.
⊱ ☽ Parte final: La balada del Diablo y la muerte. ☾ ⊰
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Lilith saltó del tejado hacia el balcón carbonizado. Estaba en las ruinas de la Escuela para Niñas, donde ella y Freyja se habían escondido los últimos días. El interior era deprimente, con la madera negra, carbonizada. A veces se cruzaban con la figura de humo de Zervus, parecía no verlas, siempre estaba intentando limpiar algún rincón y llamaba a Camila para que le ayudara. El eco de su voz entristecía a Lilith.
Golpeó con el hombro la puerta y cayó al interior, cerró la puerta a sus espaldas y se apoyó en esta. Aterrada, con el corazón roto... Octubre ¿cómo podía ser? las Diosas, ¿dónde estaban? Le habían prometido no más funerales de negro...
¡¿Cómo pudieron dejar morir a Octubre?!
Se secó las lágrimas que no sabía que había derramado y caminó por la estancia, sintiendo sus pensamientos callarse y sus sentimientos dormirse, sintió como si su propia alma le abrazara y le hiciera olvidar el mundo entero, dándole unos minutos de paz. Sonriendo un poco aliviada cruzó el pasillo e ingresó en la improvisada alcoba suya y de Freyja, estaba dormido en la cama y su rostro denotaba un profundo sueño. Lilith caminó hasta allí con una sonrisa de alivio, pero se detuvo al ver que Freyja tenía compañía.
Arrojó la sábana a un lado para revelar el rostro de la desconocida, solo se encontró con el cadáver de Octubre. De su nariz salían gusanos.
Lilith dio un saltó hacia atrás, pestañeó y pudo ver quien era en realidad: Emiko.
—Mierda, Lilith... —murmuró Freyja poniéndose de pie rápidamente, se había despertado con el grito de Emiko, quien corría por la habitación recogiendo sus prendas y vistiéndose. Freyja se acercó a ella y le ayudó.
Lilith se mantuvo de pie mirándoles, con la boca abierta y la confusión en su rostro. Le dolía el pecho como si su corazón estuviera marchitándose, incluso así, su mente le gritaba que no era real, que estaba confundida. Observó a Emiko correr en ropa interior blanca por la habitación, recogiendo las ropas que las manos de Freyja le habían arrancado. Su mirada recorrió su piel, a ojos de Lilith parecía perfecta y suave. Su cabello brilloso, su dentadura perfecta y su cintura el sueño de cualquier amante. Lilith se sintió gigante, torpe y grotesca.
—¡¿Cómo no me dijiste que estabas con ella?! —susurró Emiko a Freyja, enojada. Freyja murmuró algo por lo bajo que Lilith no pudo entender. La asiática comenzó a caminar hacia Lilith ya vestida y rogó—: Lo siento mucho, Lilith, Freyja no me dijo nada. Te juro que si hubiese sabido...
—Emiko, no te acerques —se apresuró a decir Freyja, tomando a Emiko de la mano y alejándola de Lilith.
Lilith les observó, cerró los ojos con fuerza y se llevó las manos a la cabeza cuando su imaginación comenzó a mostrarle en detalle lo que había sucedido. Donde se habían besado, sus manos recorriéndose, los gemidos...
—¡Suéltame, Freyja! ¿Qué estabas pensando? —dijo Emiko, apartándose de Freyja—. Lo que has hecho es horrible y encima me has arrastrado contigo.
—¿No le has contado a nadie de lo nuestro? —dijo Lilith de pronto con lentitud, abriendo los ojos y relajando sus manos—. ¿Por qué?
Emiko se giró a mirarle sorprendida, dio dos pasos hacia atrás, queriendo desaparecer. Lilith bloqueaba la salida.
—No había nada que decir... —explicó Freyja con tranquila.
—¿Cómo que no? —respondió Lilith genuinamente sorprendida—. ¿Es que lo nuestro no significa nada para tí o es que querías vía libre para acostarte con todas?
Emiko resopló, asintió con la cabeza dándole la razón a Lilith.
—¿Cuantas han sido? —insistió Lilith.
—Lilith, no preguntes lo que no quieres saber —advirtió Freyja.
Lilith soltó una carcajada y aplaudió sorprendida, Emiko comenzó a asustarse y a buscar otra salida. Freyja resopló, en su mirada se delataba la falta de paciencia.
—No es para que te pongas así, Lilith —soltó Freyja, elevando la voz—. No exageres como haces con todo, tú y yo no somos nada.
—¡¿Qué?! —gritó Lilith con una sonrisa. Emiko aprovechó para escabullirse a la salida, Lilith la empujó y gritó—: ¡Tú quédate quieta! —Emiko levantó las manos asustada y se refugió lo más lejos de ella que pudo. Lilith se volteó hacia Freyja con una sonrisa de incredulidad—. ¡Eso no es lo que me dices durante las noches! ¡¿O es que solo eres mio cuando de rodillas abro la boca para ti?!
—Oh —susurró Emiko con las mejillas coloradas.
Freyja inclinó la cabeza y frunció el ceño, se estaba enfadando. Respiró con fastidio. Lilith insistió:
—¡¿Y qué de la escena que me hiciste el otro día por Grimn?! —gritó Lilith caminando hasta Freyja—. ¡Es que yo soy siempre tuya y tú jamás mio! ¿Verdad?
—Vete, Emiko —dijo Freyja girándose hacia la joven asustada, esta comenzó a correr. Sin embargo, Lilith se dio la vuelta y disparó a la puerta. Emiko soltó un grito y retrocedió. Freyja agarró a Lilith de las muñecas—. ¡Dejala ir, ella no tiene la culpa!
Lilith tiró su cabeza hacia atrás y con toda la fuerza que pudo le pegó un cabezazo a Freyja, quien tropezó con la cama y golpeó su espalda con las maderas de esta. Emiko comenzó a llorar y gritar, pidiendo ayuda. En ese momento la desesperación invadió a Lilith, si el Bloque Negro le oía podían encontrarle... o peor aun: los Centinelas.
Caminó hasta ella y la empujó, gritándole que cierre la boca.
—¡Para, Lilith! —gritó Freyja a sus espaldas.
Lilith levantó a Emiko del suelo, su nariz sangraba y gemía asustada después de golpear su rostro con la pared. Su mirada le recordó a Sao, gruñó y la lanzó a la salida.
—¡Lárgate de aquí! —gritó, Lilith—. ¡Si le cuentas a alguien donde estamos te romperé cada uno de tus huesos!
Emiko se puso de pie lo más rápido que pudo y corrió aterrorizada a la salida. Tropezó en la escalera, se agarró de la barandilla y de un salto aterrizó en el primer piso. Destrancó la puerta de la calle y con una respiración ruidosa huyó.
Con manos temblorosas, Lilith se acercó a la ventana y observó a Emiko huir desesperada. No había nadie en la calle y todo estaba cubierto de un extraño humo que danzaba en cada esquina. No podía ver nada.
—Esto es tan injusto, Freyja —susurró Lilith con las lágrimas recorriendo su rostro.
—Eres mucho para soportar, Lilith. No es fácil estar contigo —se defendió Freyja, sentándose en la cama.
Lilith recordó cuando en el mercadillo oyó a Okoye describiendo sus discusiones como tormentas infernales, que acababan de pronto y desaparecían sin dejar otro rastro que habitaciones desordenadas y miradas brillosas. El corazón de Sao se había roto al oír aquellas palabras, y rezaba cada noche para que la claridad le regresara a su pequeño sol. Ahora, Lilith se sentía una estúpida, porque sabía que no tenía la fortaleza de marcharse... una vez más.
Lilith se dio la vuelta y se apoyó en la pared, las mejillas empapadas.
—¿Entonces estás o no estás conmigo?
—A veces —respondió Freyja con fastidio, cruzó los brazos con tranquilidad y suspiró pesadamente.
—Yo no sirvo para los "a veces", necesito todo y últimamente no me das nada. Incluso siento que soy una molestia para ti —sollozó Lilith. ¿Que tengo que hacer para que me mires como lo hacías cuando no me tenías? Soy un manojo de nudos por ti, por favor, no puedo respirar cuando no me sonríes.
—¡Últimamente no eres fácil! Estás alterada todo el rato y temo que me prendas fuego de pronto. —Freyja se puso de pie y caminó a la ventana, con cuidado se asomó.
—¡¿Es que no es eso lo que querías de mí?! —chilló Lilith con un puchero volteandose para mirarle, sus manos señalando su pecho. Deseaba con todo su corazón que Freyja le abrazara y olvidar todo una vez más—. ¡Estoy dando lo mejor de mi para cumplir con todas tus expectativas, Freyja! ¡Por favor!
—Para de gritar —murmuró Freyja con molestia—. Ya estás grande.
Lilith se tragó sus lágrimas, susurró una disculpa y limpió su rostro. La misma historia de siempre.
—¿Qué está pasando afuera? —preguntó Freyja distraído, viendo una columna de humo que ascendía desde Marítima Regio.
—Los Centinelas... —dijo Lilith angustiada. De pronto, estalló en un llanto desconsolado, su alma ya no le abrazaba, recordó y todo volvió a ella. Se sentó en el suelo y abrazó sus piernas, Freyja se arrodilló frente a ella y tomó su mano—. Han matado a Octubre, perderemos todo, otra vez.
Freyja se puso de pie rápidamente y obligó a Lilith a hacer lo mismo. De pronto se oía gente corriendo, gritando, espadas y muerte. Las armaduras de los Centinelas se oían y el sonido insistente de sus ballestas. Ladridos y llantos. La guerra se extendía por toda la ciudad.
—¿Y Yong, y Farkas? —preguntó asustado—. ¿Le has visto, Lilith? ¿siguen vivos?
—No lo sé —murmuró ella llorando aún por Octubre.
Freyja secó sus lágrimas, le dio un beso en los labios y la guió a la salida. Abrieron la puerta. Apenas podían ver al otro lado de la calle, todo estaba cubierto de un denso humo que emanaba del suelo. La muerte había llegado al centro de Vulpes, había luchas por todos lados y pueblerinos que huían atemorizados.
Lilith se concentró, se olvidó de sus lágrimas y sus motivos cuando tomó a Selene y se integró en la lucha, Freyja le siguió.
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Farkas corría por el pasillo, arrastraba a Camila de la mano, guiándole a los establos. Se encontró con las otras doncellas y comenzó a gritar:
—¡Todo el mundo fuera! ¡Hay un carruaje para ustedes listo! —El Rey abrió la puerta y comenzó a guiar a las asustadas jóvenes al exterior, Camila se aferraba a él.— ¡Las llevarán al puerto y se irán a las comarcas, allí estarán a salvo!
Las mujeres se mantenían con toda la calma posible, pero la mayoría lloraba y gritaba. Vilkas esperaba en el establo, organizando a la multitud, donde diez carrozas esperaban a todos los empleados del castillo. Farkas se dio la vuelta cuando el silencio se hizo en la cocina, solo quedaban cinco.
—¿Qué están esperando? ¡Vamos! —gritó Farkas.
Valeria estaba de pie, apoyada en la encimera miraba el suelo con los brazos cruzados. Fabiola y Teresa negaban con la cabeza. Claudia y Esther estaban a su lado con la desesperación en su rostro.
—Esto es ridículo, no hay nada para ustedes aquí —intervino Camila.
—Valeria, por favor, esto es suicidio —rogó Claudia.
—¡Ya vámonos! —chilló Esther en un llanto mal disimulado.
Valeria negó con la cabeza, no dijo nada.
—Si Fabiola se queda, yo me quedo —dijo Teresa.
—¡Este es nuestro hogar! —insistió Fabiola.
La discusión continuó por unos minutos, y se acaloró. Esther y Claudia se marcharon al establo desilusionadas. Camila discutía con las otras dos, Valeria no hablaba. Se oyeron disparos en la plaza, los Centinelas estaban cerca.
—Se terminó el tiempo, vámonos —dijo Farkas, tomando a Camila de la cintura y empujándola al exterior
—¡Por favor! ¡No! —gritó Camila empujando a Farjas—. ¡No podemos abandonarlas! ¡Morirán!
—¡Y tú también si te quedas! —gritó Farkas enfadado. La tomó con fuerza y la arrojó al carruaje, intentó bajarse pero Claudia y Esther le detuvieron. El resto de los carruajes ya se había marchado, Vilkas dio la orden y los caballos se pusieron en marcha.
—¡Farkas! —gritó Camila enfadada.
Farkas, de pie en el lodo, murmuró una disculpa, se dio la vuelta y miró al interior del castillo. Un Centinela agarraba el brazo de Fabiola, otro le disparó a Teresa que corría a la salida. Valeria no se movió, ni siquiera cuando el Centinela le apuntó con la ballesta y le disparó. Farkas se preparó para luchar, sin embargo, Vilkas le agarró del brazo y lo alejó de allí. Ya no había nada que hacer.
Hasta la misma Guardia Real había tenido que huir del Palacio de los Zorros, al menos los pocos que sobrevivieron.
Farkas se subió a un caballo, Vilkas con Yong a otro. Galoparon por las calles hasta alcanzar a los carruajes, el de Camila se había atrasado. Vilkas y Yong se adelantaron con los otros, a asegurarse de que llegaran a salvo al puerto. Farkas permaneció con el de Camila. Las doncellas se asomaban por las ventanillas, espantadas con los cadáveres en la calle, las explosiones, el humo que no dejaba ver nada y las sangrientas peleas.
Se oyó un rugido lejano.
Sao cortó la cabeza de un Centinela, arrojó un cuchillo al cuello de otro. Estaban en el Puerto de los Viajeros Perdidos, intentaba organizar sus tropas pero todo era un completo caos y no eran suficientes. La Rebelión y el Bloque Negro luchaban por proteger a los ciudadanos, mientras los Centinelas asesinaban todo a su paso. Y los rumores circularon como la pólvora: después de la masacre ocurrida en Marítima Regio, los guerreros se habían metido en cada casa de Vulpes y asesinado a todos los descendientes de las familias originarias, niños, bebés, ancianos y familia enteras. Grimn temía el Despertar de las masas; Sao, la extinción de estas. Aún no podía creer lo que había presenciado, intentando salvar a aquellas familias.
Alguien golpeó sus piernas, haciéndola caer entre la multitud. Dio una vuelta en el suelo, esquivando el pisotón de un Centinela. Le apuntó con la ballesta, Sao se cubrió con sus brazos.
Selene golpeó la ballesta, esta salió disparada hacia Freyja, la tomó entre sus manos y comenzó a disparar. Lilith tiró de la cadena y desgarró el brazo del Centinela, lo atrajo hacia ella y golpeó su rostro con su puño cubierto por la cadena de su arma. Clavó a Aela en su pecho, empujó el cadáver.
La Capitana se puso de pie y tomó a Lilith de los brazos antes de que esta se integrara en otra pelea.
—¡Escucha! —gritó la mujer—. ¡Nunca ganaremos así! ¡Por favor, diles a las Belladonas que pongan a la gente a salvo!
Lilith le observó sorprendida, se dio la vuelta y disparó a un Centinela que se acercaba, cayó al agua. Lilith volvió a centrar su atención en Sao.
—Por favor... esto es lo que has estado esperando toda tu vida, demuestrame que siempre tuviste razón —rogó la mujer.
Lilith sonrió, Sao no pudo evitar imitarle. Finalmente soltó a su niña, esta desapareció en la multitud. Minutos después, las Belladonas se hicieron ver entre la multitud y comenzaron a llenar tres grandes barcos. Uno por comarca. Roger, la belladona, gritaba orden tras orden organizando las tropas de Lilith. Quizás con suerte la gente sobreviviría, al menos la mayoría, pensó Sao observando a las Belladonas, viendo a Lilith en cada una de ellas. El grupo rebelde había desaparecido en los últimos días, ahora Sao podía ver por qué. Habían recolectado las armaduras de los Centinelas que ellas mismas habían matado, las habían destruido e incorporado en sus propios ropajes. Puntas, mental y protección en su cuerpo pintadas de morado, como Lilith las había pintado de negro para el funeral del Rey. También, cada una de ellas luchaba con la ayuda de una pesada lanza pintada de dorado.
Finalmente, el Bloque Negro y la Rebelión se concentraron en luchar con los Centinelas. La esperanza comenzó a florecer.
Sao corrió a uno de los botes, donde Okoye llamaba su nombre. Roger le gritaba a una joven al lado de la niña que no la dejara bajar hasta no estar en Apis.
—¡Sao, por favor! —gritaba la niña, luchando con las mujeres que la retenían en el barco.
Sao se acercó a ella y la agarró de la mano.
—Por favor, Okoye, no te resistas ¡Tienes que irte! —explicó Sao con dulzura.
—¡Sao, por favor! ¡No me dejes sola! —lloraba la niña—. ¡No puedo volver a hacer esto!
El barco comenzó a alejarse, sus manos se separaron y la niña gritó desesperada.
—¡Iré a buscarte cuando todo acabe, Okoye! —gritó Sao, en un llanto—. ¡Lo prometo!
Vilkas y Yong llegaron protegiendo a todos los carruajes, que avanzaban a gran velocidad. Los Centinelas intentaban atacarlos pero debían retroceder ante las defensas. Una vez junto a los barcos, las doncellas, criados, sirvientes, mozos de cuadra, mecánicos y más, bajaron y comenzaron a correr a las embarcaciones, las Belladonas los guiaban y protegían. Algunos cayeron por las flechas.
El carro de Camila, Claudia y Esther, apareció en el horizonte junto a Farkas. Un grupo de Centinelas les cortó el paso. Le arrojaron corazones de acero, estos se clavaron en las ruedas del carruaje y estallaron. Los caballos tropezaron, uno perdió las piernas traseras; el carro voló y giró por los aires, destruyendo todo a su paso, incluidos los mismos Centinelas.
Farkas frenó su paso, observando boquiabierto el carruaje donde él había subido a Camila volar por los aires y perder su forma. Sintió que su corazón se paraba, la mirada asustada de Camila invadió su mente y sus ojos se llenaron de las lágrimas más desesperadas.
Saltó de su caballo, estaba llorando y ni siquiera se daba cuenta. Corrió hacia el carro volcado, la sangre emanaba de este. Se asomó y solo vio muerte y ojos cerrados, apartó un cadáver y encontró a Camila, soltó un grito y comenzó a agitar su cuerpo. Con cada segundo que pasaba sentía que su propia vida se marchitaba. Camila tenía una herida horrible en la cara, y la sangre que manchaba su rostro a Farkas se le hizo la peor de sus pesadillas. Farkas tiró de sus piernas y la arrastró entre los cristales.
—¡Camila! —gritaba desesperado, sollozando como un niño.
Camila despertó con un jadeo y extendió los brazos hacia Farkas, este la rodeó con sus brazos y sollozó palabras de amor. Ella se dio la vuelta y observó el carruaje, todos habían muerto, Esther y Claudia tomándose de las manos. De los cadáveres emanaba sangre y humo, pero una vez más, los brazos de Farkas la protegían.
Farkas la subió a su caballo, le limpió la sangre del rostro con una sonrisa de alivio. Camila se aferró a él en completo silencio, el frío en su rostro. Cabalgando entre muerte y sueños rotos, El Puerto de los Viajeros Perdidos se hizo visible en el horizonte.
—¡No! —gritó Farkas al ver los últimos barcos que se alejaban. Comenzó a maldecir, tenía que ponerla a salvo, era lo único que importaba. Ella lo abrazó con más fuerza, enterrando su rostro en sus ropas y deseando jamás separarse.
Karma, con Kaira y Meena sobre este, aparecieron a su lado.
—¡Han matado incontables familias! ¡Esto es una locura! —gritó Meena incrédula, disparando flecha tras flecha.
—Sígueme, Farkas, conseguiremos un bote para Camila —dijo la Reina elevando la voz entre el barullo.
Se dieron la vuelta al oír una explosion, debido al humo no podían ver bien de qué se trataba. Pronto entendieron que los Centinelas habían volado por los aires sus últimas vías de escape.
Camila no iría a ningún lado.
—¡Demonios! —gritó el Rey desesperado.
Lilith rodó frente a ellos, siendo empujada por un Centinela. Meena se apresuró a disparar tres flechas, el guerrero murió. Lilith se puso de pie sorprendida, se encontró con los ojos de Kaira.
—Lilith... —susurró Kaira.
—Kaira.
El suelo retumbó, el humo les rodeaba. Una figura enorme se acercaba a ellos detrás de Lilith, caminando tranquilamente entre el humo. La gran bestia llegó a su lado y se detuvo. El grupo abrió los ojos incrédulos, la sorpresa en sus semblantes, el caballo de Farkas se removió asustado; Karma resopló. Lilith tenía miedo de voltearse, pero lo hizo de todas maneras. Girando lentamente empuñaba a Aela con fuerza.
El humo se arremolinaba y creaba la figura de un enorme mamut, estaba frente a ella. Inclinó la cabeza para mirar a Lilith, quien quedó rodeada por los enormes colmillos de humo. Ella soltó un jadeo, de sorpresa y alegría. El mamut le miraba con ojos vacíos donde el fuego brillaba. Lilith estiró su mano y en el momento que intentó tocar el rostro fantasmal de la magnífica bestia, oyó un rugido. Levantó la mirada, un Cóatl de humo cubrió la luz del sol, volando sobre sus cabezas.
—Están aquí... —susurró Lilith con una enorme sonrisa, cuando la bestia voladora chilló de alegría al verla.
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