XXVII: El mal presagio del cuervo.
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—Tú te quedas fuera de esto. Yo seré la que se encargue de este asunto —gruñó Sao, con la rabia acumulada en su voz.
Okoye volvió a arrastrar sus manos por el libro, intentando leer. Pero la discusión en el piso de abajo no le dejaba concentrarse. De todas maneras, ya había perdido la cuenta de cuantas horas se había pasado investigando sobre el regreso de las bestias. Nada había vuelto a suceder. Solo un vistazo de algunos y el asesinato de unos cuantos, y la bestia se habían esfumado con el humo. Cada libro era más inútil que el otro, de por si no todos estaban en braille y tenía que pedirle a Octubre que leyera para ella. Las páginas estaban repletas de contradicciones y mentiras. Serendipia jamás consideró el regreso de unas bestias en las que la mayoría jamás creyó.
—¡Esto ha ido demasiado lejos, Sao! —gritó Meena en el piso de abajo de La Choza—. ¡No me quedaré de brazos cruzados!
—Meena —intervino Octubre, intentando calmar las aguas—, podemos arreglar esto. Sao quiere-
—¡Intentó matarla, Octubre! —gritó Meena. Se oyó un estruendo como si la joven hubiese empujado alguna silla, furiosa—. ¡No hay nada que arreglar, no quiero verla poner un pie fuera de esa celda! Se acabó.
Meena paseó por el salón, nerviosa y furiosa. Okoye arrojó el libro irritada, había vuelto a perder el hilo en la lectura. Últimamente todo era gritos, frustración y discusiones. Había casi tan poco consuelo como paciencia.
Meena caminó hasta Sao y le acusó:
—Agradece que acabó a tiempo... Si Kaira hubiese muerto, Lilith la hubiese seguido segundos después con una flecha en el corazón. Y no dudaré en acabar con ella si se vuelve a acercar a Kaira.
Se oyeron pasos furiosos y el golpe de una puerta. Se hizo el silencio, Okoye se puso de pie y lentamente caminó escalera abajo, oyendo los susurros tranquilizadores de Octubre.
—Hola, cariño. Ven aquí —susurró Sao con voz triste y dulce al ver a Okoye.
La niña obedeció, se acurrucó en su regazo. Fue rodeada por dos brazos fuertes y protectores.
—¿Meena quiere matar a Lilith y Lilith a Kaira? —preguntó Okoye en un susurro, Octubre tomó su mano—. ¿Cuándo nos transformamos en esto?
Sao se hamacó con suavidad, siseando con tranquilidad. No pudo evitar pensar en que después de todo, Jolly tenía razón.
Wilhelm ingresó en La Choza con una sonrisa iluminadora que tenía el nombre de Victoriano grabado en ella, junto con el sol del mediodía.
—El Baile de los Cuervos es esta noche y nadie ha visto a las Belladonas desde el funeral —contó, mientras se acercaba a saludar a la niña.
—Que conveniente, ¿verdad? —bromeó Octubre sin un atisbo de sonrisa, sentándose en el suelo frente a Sao.
—Y Lorenza está desaparecida —soltó Wilhelm de pronto, con su manos en sus caderas.
Los ojos de Zheng Yi Sao se abrieron con urgencia, abrió la boca para decir algo, pero Will se le adelantó:
—Lilith y Freyja siguen en sus celdas, lo comprobé yo mismo... —explicó, evitando decirle a Sao que Lilith le había insultado y echado de allí con gritos y maldiciones.
—Entonces... Esta noche es la noche —susurró Sao, recostandose en su asiento con los ojos cerrados—. El pueblo tendrá que tomar una decisión, o están con nosotros o están contra nosotras.
A pesar de la amargura y el duelo que nublaba sus días, las cosas parecían seguir el curso que intentaban dictar para las futuras generaciones de Serendipia. En las comarcas, en especial en Apis, aceptaron con bastante rapidez la idea de los deportes mixtos y una gran academia para todos los estudiantes. Nadie quería admitirlo pero las hijas de todos habían comenzado a parlotear durante las cenas sobre las grandes posibilidades con las que deseaban... Había almas oscuras en todos lados, que callaban a sus hijas con violencia, decididos a jamás permitirle los mismos derechos que sus hijos. Sin embargo, la gran mayoría solo quería verlas felices, y seguras. Que las niñas de muchos no vuelvan a casa luego de ser atacadas en la noche se había vuelto un problema imposible de ignorar para la mayoría.
Eran fieles a los Dioses, pero el reino siempre había sido la mayor influencia en sus pensamientos. Ahora sin Sauro, Farkas y Kaira dictaban un camino completamente diferente, el pueblo estaba confundido, pero seguía el sendero hacia un futuro brillante.
El caos continuaba en las comarcas, las mujeres exigían justicia cada día en la plaza principal. Aun así, las Belladonas eran mucho más tranquilas que las de Vulpes, quienes bajo la influencia de Lilith seguían sus oscuros pasos.
Eso era lo que le preocupaba a Kaira, quien sentada en su tocador leía un libro sobre estrategia política que Victoriano le había recomendado, mientras Camila peinaba su cabello, tarareando dulcemente. El plan de Kaira no era ninguna obra maestra, y por eso estaba orgullosa. El camino a una sociedad igualitaria era tranquilo y simple si el pueblo estaba de su lado. Gracias al orgullo de la Guardia Real, los miles de arreglos y mejoras de Farkas en la ciudades y las visitas de Kaira y Camila a los pueblerinos con problemáticas, el pueblo ponía la mano en el fuego por ellos... y si todo salía bien en el baile organizado por la Reina, el pueblo finalmente acabaría exigiendo el expulso de los Centinelas. Y así, finalmente Grimn pasaría el resto de sus días tras las rejas.
Todo lo que la realeza buscaba era evitar una guerra, ganar sin necesidad de desenfundar las armas. Incluso con ese objetivo en mente, pasaban cada segundo libre entrenando, porque sabían que evitar el campo de batalla no dependía de ellos... si no de Grimn.
Sin embargo, ¿qué sucedería si las Belladonas comenzaban a pasar los mismos límites que los Centinelas? Al punto que el pueblo no pueda identificar los héroes de los villanos. Kaira no quería condenarlas, pero a cada segundo que pasaba con Lilith entendía el destino inevitable al que se enfrentaban.
—¿Qué te parece? —preguntó Camila con una sonrisa, llevando las cuatro trenzas de Kaira hacia su pecho, para que esta pudiera verlas.
Camila le había hecho dos coletas bajas a cada lado de su rostro, atándolas con lazos del color del vino, dependiendo de la iluminación se veían morados o escarlata, incluso negros. El Baile de los Cuervos estaba centrado en ese tono específico, todos asistirán con ropas de aquel color.
En cada una de las coletas Camila había hecho dos trenzas las cuales también habían acabado con hermosos lazos de seda.
—Una maravilla, como siempre —respondió Kaira con una sonrisa, acariciando su cabello. Camila siempre le sorprendía con sus manos hábiles. Se puso de pie, se dio la vuelta y en un susurro emocionado exclamó—: Quiero ver el vestido.
Camila corrió al cuarto del baño, regresó con una enorme sonrisa, sosteniendo en alto el gancho donde estaba colgada la prenda. El vestido de boda de Kaira, antaño blanco, había sido teñido del color del vino desde la falda. El color se dispersaba a medida que subía, dejando un poco de blanco al descubierto donde aún se podían ver rastros de la sangre de Kaira, producto de la corona de espinas. Habían diseñado un nuevo corsé, de acero y pintado de negro. Debajo de su vestido utilizaría una malla protectora.
Kaira caminó lentamente hasta ella, estiró la mano y tocó la falda, sorprendida de como Camila tenía el poder de transformar sus peores recuerdos en arte.
De pie en el centro del salón solo en compañía de algunas doncellas que preparaban todo, Sao paseaba de brazos cruzados, observando la decoración. Por primera vez después de mucho tiempo se paseaba sin dolor, físico al menos. Una sola pieza de tul color vino recorría el salón entero, de punta a punta. Se enroscaba en las barandillas y las columnas, colgaba de los techos y a veces se arrastraba por el suelo. Se habían asegurado de no cubrir ninguna de las marcas que la bestia había dejado. En ciertas partes del salón se habían creado como salas de paredes de tela. Era un bosque encantado de tul, que te rodeaba, abrazaba y sofocaba.
Estaba repleto de jaulas de oro de puertas abiertas, donde los cuervos entraban y salían a su antojo.
La doncella Teresa pasó junto a La Capitana, cargando una bandeja repleta de copas de cristal negro, representaban rosas y estaban en cada esquina del salón. Te invitaban a llenarlas de vino una y otra vez hasta olvidar tu propio nombre. Como Kaira y Victoriano solían hacer en el pasado.
La iluminación era íntima y sombría, siendo enteramente botellas de vidrio que colgaban de cadenas del techo, con velas negras dentro. También colgaban botellas con el nuevo vino que Kaira presentaría, la excusa de todo el evento. Algunos ingenuos acudían creyendo que se trataba de un homenaje a Sauro y su afición por los vinos baratos o exquisitos. Pero la mayoría acudían sabiendo que presenciarían un renacer.
Poco sabían que la verdadera estrellas eran ellos, el pueblo, y sus ojos finalmente abiertos. Después de esa noche, ya no habría vuelta atrás.
Zheng Yi Sao llevaba el cabello en una sola trenza, con dos mechones sueltos que enmarcaban su rostro. Vestía una larga falda y una camisa del color correspondiente, con su corsé y botas negras de siempre. Y por primera vez, llevaba su sombrero negro a vistas de todo el mundo. Levantó la mirada hacia las botellas sobre su cabeza y sonrió.
Cuando bajó la mirada se encontró con Grimn frente a ella de pie. La sonrisa de la Capitana desapareció al instante.
—Te recuerdo... —dijo con tranquilidad, sus manos entrelazadas frente a él. Llevaba armadura completa a excepción del yelmo. Tenía el rostro demasiado delgado y pálido, y ojeras casi tan oscuras como el negro de la noche. La mordida en su rostro había cicatrizado de mala manera, su piel estirada y arrugada en ciertas partes.
—Sé que es difícil olvidarme —respondió ella con una simple sonrisa.
—Debiste haber muerto.
—¿Debería? ¿Cómo estás tan seguro que no lo hice?
Sao enseñó su perfecta dentadura y torció la cabeza en un gesto de inocencia infantil. Grimn bajó la mirada y reprimió un escalofrío, para luego volver a sus ojos.
—No comprendo sus planes —susurró él, con genuina confusión—. ¿Por qué aún no me han matado?
—¿Por qué tú no lo has hecho tampoco? —Sao extendió los brazos a los costado, guiñó un ojo y dijo—: Estuvimos frente a tí todo este tiempo.
Grimn no respondió, entrecerró los ojos por un segundo y suspiró pesadamente. Levantó la barbilla, fingiendo que no sentía dolores en su estómago como cuchillos en su piel. Cada día, cada segundo y Knglo gritando en su mente no ayudaba. Se sentía trastornado, incapaz de controlar su respiración.
—Eliminarnos no será suficiente. Necesitas a las masas... y ellos te odian —susurró coqueta Sao, con una sonrisa provocadora. Negando con la cabeza lentamente observó el pecho tembloroso del muchacho y sus manos tensas.
El joven Agares se rió. Eran todos unos ingenuos, le temían sin saber que él era una pequeña brisa comparado al huracán que vendría si Knglo perdía la paciencia. Se dio la vuelta, encontrándose con Kaira de pie detrás de él. La corona brillaba sobre su cabeza, sus labios escarlata curvados en una sonrisa de excelencia. Sostenía una copa de vino en su mano, un líquido negro que desprendía un aroma embriagador. Sus brazos cubiertos por unos largos guantes de seda negra.
—Te ves un poco débil, quizás te serviría una copa de vino —dijo Kaira, con una sonrisa extendió la copa hacia adelante.
—No insultes mi inteligencia, Torvar. Hace falta muy poco para que me canse de tus juegos —gruñó Grimn.
—No insultes mi valentía, Agares. Hace falta muy poco para que el pueblo se canse de ti... —respondió la Reina en un gruñido. Farkas apareció con una sonrisa detrás de ella, tomó la copa y se terminó el líquido de un trago.
Grimn los observó con el ceño torcido, se dio la vuelta, Sao no estaba. Le dio un último vistazo a la pareja real para finalmente marcharse. Camino a su alcoba apretó los puños. El miedo que le tenían comenzaba a disiparse, estaba fallando. Estaban bajando la guardia. Los dejaría bailar y beber, sabiendo que la resaca sería inevitable.
Se sentó en su cama, mirando fijamente un dibujo de Lilith en su pared. Se había enterado de los sucesos del funeral a medias, sus Centinelas no eran muy buenos recaudando y entregando información. A menudo se olvidaban las palabras y farfullaban frases sin sentido. Su informante que nada le informaba tampoco le había servido, la solía llevar a la cama esperanzado que ella revelara los secretos de su gente. Sin embargo, una y otra vez se negó a decir mucho más que sus nombres o pistas que ya eran obsoletas hace tiempo. Ya no importaba...
Se relamió los labios observando una fotografía de Lilith, abalanzándose al fotógrafo con los nudillos sangrientos. Tenía que encontrarla, y cuando lo hiciera, se aseguraría de que pariera el futuro de Serendipia. El reinado de los Tábido-Vetusto había acabado, ahora era el momento de que los Agares tomaran el mando que siempre les perteneció.
Grimn jamás había tenido deseos de engendrar, pero los Dioses lo requerían, llenando sus sueños con noches donde Lilith se entregaba a él.
Sin embargo, sus favoritos eran cuando ella se resistía.
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Octubre ingresó en el baile mirando su reloj, el barullo le llegó enseguida. Sonrió al ver el gran salón atestado de los ciudadanos de Serendipia, mientras guardaba el reloj que colgaba de una cadena dorada, de nuevo en su bolsillo. La mayoría vestían el color correspondiente del evento, paseaban entre el tul y las luces y sus ropas cambiaban de morado, a escarlata y a veces negro. Estaba lleno de personas usando su amuleto de Luna con orgullo, la mayoría jóvenes. Otros, en su mayoría hombres ancianos, vestían de verde. De pie en una esquina, como quien no encaja pero se niega a marcharse o intentar integrarse, tomaban el vino de Kaira con miradas recelosas a todos los que rompían con la tradición de Serendipia de usar verde.
Octubre había optado por un traje entallado, con saco y chaleco. Llevaba una camisa blanca y el resto de la ropa del color que Kaira había solicitado. Los sonidos de los instrumentos viajaban por el salón como la mirada de Octubre, pronto encontró a Sao y a Vilkas quienes caminaban entre la multitud, presentándose ante ellos y prometiendoles ayudarles a solucionar las problemáticas que estos les presentaban. Avanzó hacia ellos, con una mano descansando en el bolsillo de su pantalón y otra que ajustaba los botones de su chaleco.
—Ya no tienes que preocuparte por eso —decía Sao, con una simple sonrisa. Miraba a una joven pareja. La muchacha estaba embarazada—. Sir Vilkas y yo trabajaremos con el Consejo de Comarcas para financiar su proyecto.
—En poco tiempo tendrán un hermoso almacén a su nombre —segundió Vilkas con una sonrisa.
Octubre llegó hasta ellos y con un asentimiento de cabeza los saludó a todos.
—No tengo palabras para agradecerle, Madame Torvar —agradeció el hombre, con las palmas de sus manos juntas como si rezara.
—Todo ha comenzado a resplandecer desde el momento que Su Majestad fue coronada. Es un placer tener gente como ustedes en la realeza —dijo con tranquilidad la mujer, con una sonrisa cargada de seriedad. El grupo se volteó a verla, ella decretó—: El futuro es brillante.
La pareja acabó por despedirse, emocionados acudieron a su grupo de amistades a contar las novedades. En poco tiempo todos los beneficiados hablaban del consejero y padre del Rey, quien junto a la mano derecha de la Reina, Madame Zheng Torvar, financiaba los proyectos y sueños de grandes trabajadores de familias gentiles de Serendipia. Pronto, los emprendedores de todas las comarcas viajaban a Vulpes para al menos conocerles.
Los fieles seguidores de Sauro y los Dioses realmente se esforzaban por detestar lo involucrada que se mostraba Kaira con su nuevo puesto, dándole un nuevo significado a ser Reina. Pero cuando la joven de largo cabello y una sonrisa cada vez más frecuente tocaba tu puerta con canastas repletas de comida, arreglaba tu hogar, le cantaba a tus niños bajo la promesa de una grandiosa academia y te invitaba a una cena en el palacio. No resistías a sus encantos... terminaban de aceptarla cuando las estrofas de sus canciones y la vibración de cada una de las notas que cantaba poblaba sus más dulces sueños. Cada noche.
La Guardia Real femenina había sacudido los cimientos de todos, sorprendidos ante la capacidad de las mujeres que habían visto como frágiles toda su vida. Pocos lo admitían, pero comenzaron a sentirse más seguros cuando las mujeres en armadura reemplazaron a los Centinelas. Y allí estaban, el salón con un escuadrón femenino y otro masculino patrullando, protegiendo a los ciudadanos.
La Guardia Real se convirtió en el sueño de todos los niños y niñas. Los Centinelas estaban a un paso de dejar de ser temidos, y comenzar a ser repudiados; Grimn siempre había sido ambos. A pesar de todas las vidas que el joven Agares había quitado de manera brutal, la gente comenzaba a olvidarle. Se rumoreaba que sin Sauro había perdido toda su valía, que él y Lorenza eran cosa del pasado. Los Centinelas eran parte de un futuro que jamás habían querido, ahora estaban obsoletos, el Bloque Negro ya no amenazaba sus noches y comenzaban a entender que nunca lo habían hecho.
La verdadera amenaza era el Rey que solía exigir la pureza de las hijas de todos desde su trono de oro. Todo eso había acabado.
Octubre soltó un suspiro de alegría y le dio unas palmadas en la espalda a Vilkas, quien asintió orgulloso del trabajo que estaban haciendo. Zheng estaba distraída, observaba las velas danzar sobre su cabeza.
—¿Heba está con Okoye? —preguntó sin quitar la mirada del fuego.
—Si, están esperando a que comience el baile para salir —respondió Okoye—. Ajax ya está allí y-
—¡Sir Vilkas! —interrumpió Suscitavi. Mare Turtur y Apis le seguían—. ¡Tenemos los dictámenes que seguir! Es nuestro deber cívico y profesional aconsejarle que se detenga ahora mismo. Si sigue por este camino acabará con la economía de Vulpes en menos de un año.
—Suena a exigencia, no a consejo —respondió el hombre con seriedad, volteandose lentamente al grupo de hombres—. Lo siento si su modelo de consumidor superior y trabajadores sin descanso no se amolda a la visión que la realeza tiene para Serendipia. ¿Cree que sirve de algo montañas de oro en nuestras alcobas si nuestros ciudadanos no pueden permitirse descanso? ¿Usted entiende que se está pronunciando contra el Rey y la Reina?
Vilkas se enderezó y esperó pacientemente por una respuesta que no llegó. Mare Turtur frunció el ceño ofendido, mientras la piel de Suscitavi perdía todo su color. Apis miraba el suelo.
—No es necesario asustarse, tienen permitido diferir en opinión sin perder la cabeza —continuó Vilkas, cruzó los brazos y dijo—: Es otra de las costumbres de Sauro IV que Su Majestad ha dejado atrás.
—Estamos hablando de costumbres que nos han acompañado desde el comienzo de las Eras, valores creados por los mismos Egot y Knglo antes de que el primer árbol creciera en Serendipia. Usted no puede saber lo que eso significa, estoy seguro de que en sus tierras profanan las verdaderas creencias religiosas —escupió Mare Turtur—. Y El Consejo de las Comarcas fue creado para pasar esas creencias de Rey en Rey sin importar quien esté en el trono. No estamos de acuerdo por el rumbo que todo está tomando, con Reinas escandalosas, doncellas ruidosas y niñas en armaduras.
—Habla por ti mismo, Mare Turtur —se apresuró a murmurar Apis, acariciando sus propios brazos con nerviosismo.
Octubre se volteó hacia Apis y sorprendido le sonrió. Vilkas soltó una risotada, sin una pizca de alegría dijo con tranquilidad:
—El Consejo de las Comarcas fue creado hace media década, solo porque Sauro se vio obligado a escuchar al resto de la gente que no estaba en Vulpes. Hasta sus nombres se esfumaron, reducidos a las riquezas que sus tierras le podían ofrecer a la capital. Y no quieres sacar el tema de las niñas, porque el Rey acabaría con ustedes en segundos por las cosas que han hecho... Quizás sea momento de reemplazar a los miembros que no tengan la misma visión que el Rey y la Reina para sus tierras.
—¡Sir Vilkas, por favor! Le ruego que considere sus siguientes palabras con más cuidado —exclamó Suscitavi exaltado.
Vilkas sonrió, recordando cómo cada uno de ellos se pusieron en su contra cuando Sauro lo quitó de su puesto. Octubre soltó una pequeña risa ante los patéticos hombres que rogaban al Consejero Real, llenándose la boca de mentiras con Eras e historias borradas.
—Cometes un grave error... —murmuró Mare Turtur negando con la cabeza.
—No es mi decisión de tomar. Nos veremos en otro momento en La Corte, consultaré con Sus Majestades y les haré saber su decisión... Me aseguraré de mencionar las reinas escándalos, las doncellas ruidosas y las niñas que de pronto parecen importarles. Hasta entonces, es mejor que se marchen del baile. Arruinan el ambiente.
Suscitavi se marchó en ese mismo instante, murmurando histérico por lo bajo y negando con la cabeza. Mare Turtur se despidió con un duelo de miradas, Vilkas ganó y con una plegaria, rogando perdón a los Dioses por aquellos que profanaban sus tierras, Mare Turtur se alejó.
—Solo intentamos ayudar, es nuestro único propósito —susurró Apis con ojos tristes, antes de correr detrás de Suscitavi.
Vilkas silbó, intentando recuperar la paciencia que el Consejo de las Comarcas siempre le hacía perder. Se volteó hacia Octubre, exclamó:
—Estamos intentando llevar la misma grandeza que hay en Vulpes a sus comarcas... ¿porque insisten en negarse?
—Porque cuando te enseñaron que tu lugar es sostener todo sobre tus hombros mientras que los que no mueven un dedo toman las decisiones, es difícil comenzar a pensar tus propios pasos sin seguir a alguien más. Tener poder puede ser aterrador y muchos encuentran seguridad en la opresión —soltó Sao de pronto. Dejó de mirar las llamas danzantes en las botellas para bajar la mirada hacia Octubre. Sus ojos hablaron por ella.
—Me ha tomado todo el día, pero al final encontré a algunas familias dispuestas a hablar —comenzó a informar Octubre, con los brazos cruzados sobre su pecho. La Capitana le oía con atención—. Por lo que me dijeron, sabemos que se repartieron y marcharon hacia las comarcas la misma noche del funeral, Lilith parecía haberles dejado órdenes. Pocas Belladonas se quedaron, pero no han dado la cara.
Sao entrecerró los ojos ante dichas palabras. Una antigua Belladona, ahora Guardia Real, pasó detrás de Octubre y saludó a Sao con la mano. Las apresadas habían sido liberadas bajo la condición de unirse a las fuerzas del reino. No todas habían aceptado.
—Por más que no nos guste admitirlo, sus planes no colisionan con los nuestros —comentó Vilkas, al mismo tiempo que un cuervo pasó volando sobre su cabeza.
—Por ahora... Lilith no se toma nada a la ligera —comentó Sao. Se preguntaba por qué las Belladonas estaban tan listas para la detención de Lilith, demasiado perfecto. Abrió la boca para expresar su preocupación, la cerró cuando vio a Meena acercarse a ellos. No dejaría que le hiciera daño a su pequeño sol, y revelar su preocupación provocaría una reacción en cadena horrible. Irían a por ella, necesitaba más tiempo para convencer a Lilith de que lo que sea que planeaba era una completa locura.
Meena, con su armadura reluciente y su cabello en una trenza, intercambió algunas palabras con Octubre. Vilkas se marchó en busca de la pareja real, quería comentarles inmediatamente la situación del Consejo de las Comarcas. Sao permaneció en silencio, mirando el fuego.
—Espero que por el bien de todos, tus planes no colisionen con los nuestros... —murmuró Meena de pronto.
Zheng Yi Sao se giró a mirarle con cara de pocos amigos, la joven le observaba con el ceño fruncido, resentimiento en sus ojos. Octubre se había marchado hace unos segundos, dejandoles solas.
La Capitana levantó una ceja ante las palabras de Vilkas en la boca de Meena.
—Los cuervos hablan, ¿sabes? —se explicó Meena, con una sonrisa provocadora. Estaba demasiado enfadada con Sao.
—¿Quién crees que les ha enseñado? —respondió Sao, volviendo su mirada al fuego—. Ellos fueron nuestros espías más fieles, salvaron incontables vidas.
Meena bajó la mirada avergonzada, se aclaró la garganta y su rostro se suavizó. Sao no pudo evitar sonreír al pensar que Lilith le respondería: "No las suficientes."
Nunca había sido suficiente para Lilith, ahora comprendía que la culpa no era de la niña. Sao había luchado toda su vida por apagar unas llamas que arderían eternamente, podría haberle enseñado a danzar con el fuego, ver belleza en las chipas... de todas maneras, el fuego también ilumina.
Pero no, los presagios de Jolly le habían asustado y Sao acabó por colocar una sombría nube lluviosa sobre la cabeza de Lilith, convirtiendo su existencia eterna en la melancolía que un petricor eterno trae consigo.
Ahora, Freyja no había mostrado miedo a quemar sus palmas, había llenado el camino de Lilith con dinamita, prometiéndole bailes bajo la lluvia.
—¿Tuviste en cuenta tus sentimientos cuando planeaste esta noche? —preguntó Meena con una dulzura que no fue capaz de disimular.
La joven no se sorprendió cuando Zheng Yi Sao suspiró, sus ojos se aguaron y se alejó caminando con tranquilidad. Sintiendo que cada uno de sus pasos martillaba el corazón de Lilith, preguntándose si su pequeño sol en los oscuros calabozos esperaba por ella.
Dulce como la miel, espeso como mentiras de generaciones, negro como los secretos del Bloque Negro. Un néctar que podías jurar que era venenoso por la forma en que tu corazón se ralentizaba al final de la primera copa. Pronto entre los jóvenes muchachos enamorados comenzó a circular el dicho de que el vino creado por la antigua Princesa era una probada líquida de lo que su prohibido canto te hacía. Se colaba en tus huesos, se sentía clandestino pero no podías parar... lo querías solo para tí, para embriagarte cada medianoche con sonetos atrevidos.
Con la ayuda de la Rebelión, la Reina se encargó de llevar la más grande de las riquezas y fuentes inagotables de trabajo a las tres comarcas, con sueldos dignos que les permitirían trabajar para vivir y no al revés. Justamente lo que el Consejo de las Comarcas luchaba por evitar.
En Apis, Ruby contactó con una familia de avicultores para que criaran cuervos. Bandadas del ave maldita, odiada y señalada por años, como símbolo del ojo vigilante del Bloque Negro, volaron hacia Suscitavi. Allí, Sebastián ya se había puesto en contacto con una familia de bodegueros que plantaban y cosechaban una especie de uva rara, negra, que solo crecía en las cuevas más oscuras de la ventosa región. Conocida por el éxtasis que una ración podía darte. Le decían: El Fruto de los Delincuentes, debido a que su color combinaba con El Bloque Negro.
Por último, Fedora recibía a los cuervos que cargaban los racimos de uva. Con un proceso parecido al de la mermelada el vino se fermentaba en el calor de Mare Turtur, con una pizca de Gymnopilus purpuratus; un hongo color escarlata que creía en los árboles de los cementerios. Era venenoso.
El Viñedo del Cuervo era empaquetado en antiguas botellas de cristal de Skooma y enviado a Kaira en barcos que también llevaban y traían armamentos para La Liberación. Sus cuervos volaban de comarca en comarca, escuchando conversaciones y pasándole toda la información a Kaira. Esta sabía que ciudadanos amenazaban con sus planes, cuales necesitan un empujón para apoyarlos, sus dudas y preocupaciones. Sabía todo lo que su pueblo pensaba y lo había utilizado para manipularles, había movido las fichas de ajedrez para que la amaran. Ahora, eran suyos... tal como Jolly había prometido.
Farkas no se sorprendía que hasta los animales se doblegaran ante el encanto de Kaira. Él mismo caía de rodillas cada vez que la veía. Y en ese momento, con Custos sentado protector a su lado, la multitud danzando en cada esquina y la sombría música, se sintió el perro más fiel.
Farkas caminó hasta ella y besó su mejilla, ella sonrió sin mirarle, estirando la mano para que un enorme cuervo se posara sobre esta.
—¿Qué te dicen? —susurró Farkas, acomodando las trenzas de Kaira en su espalda.
—No hay persona en el reino que no la ame —respondió ella con una sonrisa.
—¿Mm?
Kaira se dio la vuelta con una sonrisa, el cuervo se alejó revoloteando y la pareja le siguió con la mirada cuando se posó sobre el hombro de Camila. La comandanta estaba en la otra punta del salón, preguntando a cada invitado si estaban a gusto. Vestía una falda con mucho vuelo, del color del vino con flores blancas bordadas. Una camisa blanca de mangas abullonadas y un chaleco del mismo color que su falda. Dos rodetes con lazos en su dorado cabello, sus enormes orejas resaltaban como su dulce sonrisa y la gentileza de su mirada. Por primera vez usaba guantes elegantes, Kaira la había convencido.
Camila se inclinó hacia el pico del cuervo, quien le recitó unas dulces palabras de Kaira. Camila se rió y con sus manos dibujó un corazón en el aire.
Farkas sonrió y quiso conservar aquella imagen por siempre.
—Entonces, ¿cómo te sientes? —preguntó Farkas, rodeando a Kaira con sus brazos.
—Estoy drogando a media Serendipia, ¿tú como crees? —bromeó ella con una sonrisa, escrutando a la multitud con la mirada.
—¿Sensacional? —dijo él elevando ambas cejas. Kaira soltó una carcajada nasal que viajó por el salón. La mirada de Farkas brilló y sus labios exclamaron—: No tienes porqué preocuparte, te perdonarán en el momento en que cantes.
La sonrisa de Kaira tembló, Farkas pudo leer sus preocupaciones en el gris de sus ojos.
—Has comprobado las medidas trece millones de veces, todo estará bien —insistió él.
—Lilith me enseñó por años y aun así siempre me confundía en algún ingrediente y...
—Kaira —le regañó él.
—¿Y si sus corazones se paran?
—Entonces volverán a latir cuando escuchen tu voz.
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