XXVI: Fría maternidad.
(este capítulo contiene escenas de violencia explícita.)
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Tres velas iluminaban la alcoba de la pareja real. Farkas tomaba un baño, Kaira estaba sentada en su tocador, con el rostro hinchado y surcado de lágrimas. Se había pasado la última hora en los calabozos, intentando que Lilith reconociera su presencia y le hablara más de los planes que estas supuestas Diosas le susurraban, había fallado terriblemente.
Los presentes en el entierro se habían reunido en La Corte para hablar de aquella frase preocupante que Lilith había dejado deslizarse de sus labios. Sao no fue capaz de apreciar la belleza de La Corte, estaba demasiado espantada con la posibilidad de que alguna sombra se hubiese aprovechado del corazón roto de su pequeño sol...
La Reina reflejada en el espejo, con el rostro serio observó su nariz colorada y su mirada triste de ojos hinchados. Tomó su paño húmedo con agua de rosas y limpió sus saladas mejillas, lo dejó a un costado y abrió una caja de cristal. Contenía polvos de colores perfumados. Tomó una brocha de oro y le dio un poco de color a sus mejillas. Con un fino pincel sumergido en una pintura morada delineó sus ojos, terminando en una punta filosa.
Se enderezó en el asiento y se observó. Se sintió como una estúpida cuando estalló en un nuevo llanto. Sollozando y sorbiendo su nariz, tomó un lápiz labial y se inclinó hacia adelante. Pintó sus labios con un rojo escarlata, como el que su madre solía usar.
Ignoró sus lágrimas y embelleció su rostro como ya había hecho desde que tenía uso de razón.
...
—¿Qué vas a hacer con ellas? —susurró Farkas. Estaba de pie, apoyado en el umbral de la puerta del cuarto de aseos, mirando a Kaira quien estaba sentada en el borde de la cama, mirándole. Llevaba un hermoso vestido de terciopelo color esmeralda. Era de una falda prominente con muchas capas, mangas largas que se entrelazaban en sus dedos y un corsé blanco. En los pies solo calcetines de lana blanca y el cabello suelto con unas pequeñas ondas en las puntas.
Ella negó lentamente, sabiendo que esa noche no podría dormir con Lilith encerrada en los calabozos. La imagen de ella acurrucada en una oscura esquina ignorando los llantos de Kaira evocó su mente. Bajó la mirada al recordar la decisión que vio en sus ojos al levantar a Aela sobre su cuerpo.
—Sabía que mis palabras se volverían contra mí... —rió Kaira, negando con la cabeza—. Esta no es la clase de decisiones que tenía en mente cuando rogé poder.
Farkas caminó hacia ella, la Luna nueva ausente en el cielo. Se arrodilló frente a ella buscando su mirada, y colocó sus manos en sus delgadas rodillas.
—No tienes por que saber la respuesta correcta ahora —le tranquilizó él—. Espera a que tu corazón se calme antes de que deba exponerse.
Ella estiró sus manos hacia las de él con una pequeña sonrisa. Aún se le hacía extraño entrelazar sus dedos con los de Farkas sin el peso de la actuación y obligación en sus hombros. Sin embargo, era esa clase de sensación que no podías esperar a que se volviera monótona, una costumbre diaria.
—¿Y dejarla allí pudriéndose en la marginalidad? —Kaira soltó una carcajada sarcástica, mirando las vigas del tejado. Los ojos de Farkas brillaron— Si, eso seguro ayuda a que me perdone.
Kaira bajó la mirada con una sonrisa, ésta desapareció al leer el rostro de Farkas.
—¿Qué? —exclamó ella—. ¿No crees que algún día me perdone?
—¿Por qué quieres el perdón de alguien que su mayor deseo es que de tu cadáver broten flores?
Kaira se puso de pie con tranquilidad, de brazos cruzados caminó hacia la ventana. Casi pudo jurar que veía a una Lilith adolescente acudir a sus brazos.
Farkas la siguió con la mirada, incapaz de dejar de admirarla. Aquella falda inflada hacía ver su cintura aún más pequeña y sus movimientos más elegantes. Como siempre, Farkas se sintió un simple mortal frente a un ser mágico.
Él vestía unos pantalones marrones de una tela gruesa, una camisa blanca y un chaleco del color de las uvas verdes. Su cabello peinado hacia atrás, todavía húmedo.
—No lo sé, por la misma razón que he perseguido el amor de alguien que jamás quiso reconocer mi existencia. El mismo sin sentido de rogar a mis sábanas cada noche que mi padre cambie con el día.
»Por que algo en mi estómago me dice que esa no es Lilith... y aquellas manos que la guían no son las Diosas.
Oyó los pasos de Farkas acercarse a ella, deseaba con todo su ser que él la abrazara y borrara los malos recuerdos de su padre con nuevos besos. Sin embargo, la imagen de su madre sentada en su silla ocupaba su mente cada vez que consideraba entregarse a sus antojos y sucumbir ante la lujuria que él despertaba en ella.
Kaira extendió sus manos y abrió la ventana. Una fuerte brisa entró de repente, las cortinas volaron y las velas se apagaron. Se sumaron en la oscuridad, ella cerró los ojos.
—El mundo te ha traicionado incontables veces, Kaira. Cumpliendo una condena que no te merecías —exclamó él con tranquilidad, viendo como ella rodeaba su propio cuerpo con sus brazos—. Tienes derecho a tomar las decisiones equivocadas, es una deuda que tienes que saldar. Y aun así siempre serás inocente, sólo recuperarás el poder que se te arrebató.
Kaira se dio la vuelta y corrió hacia él, abrazándolo desesperada y enterrando su rostro en su pecho. Farkas se sorprendió, pero al instante la rodeó con sus brazos y la protegió de todos los recuerdos de esa alcoba maldita que amenazaban con destruirla.
Sus cuerpos, abrazados en la oscuridad, rodeados de la brisa nocturna que viajaba como susurros, se sintieron como dos piezas de un rompecabezas infinito que finalmente estaba terminado.
Ante ese pensamiento, Kaira se alejó de él y no pudo evitar reír al ver la sonrisa que se dibujaba en su rostro. El verde de sus ojos fue una epifanía; la nieve se había derretido en Vulpes, revelando una ciudad verde debajo. Ahora, veía la mirada de Meena y Farkas a donde sea que fuera.
Meena había sido el comienzo de su historia, Farkas era el desenlace. Sin embargo, su deuda estaba lejos de ser saldada.
El rostro de Kaira se ensombreció, relajando el rostro y oscureciendo sus ojos con un esplendor cargado de rabia. Farkas pareció leer sus intenciones, colocó el cabello de ella detrás de sus orejas y besó su frente. Él no se metería en su camino, la historia que sus padres habían dictado debía seguir su curso.
• ────── ☼ ────── •
Lorenza estaba sentada en su silla, con su respaldo soberbio y cojín aplastado debido a las horas que ella permanecía ahí. Su alcoba estaba vacía, tanto como su ser. No solía dormir por las noches, se le hacían más llevaderos los días viendo la Luna y el Sol intercambiar lugares en un ciclo interminable. No se molestaba en encender ningún farol o vela.
La puerta se abrió, ella se puso de pie lentamente. No estaba sorprendida, por eso llevaba su mejor vestido, dorado con brillos verdes; era de seda fría, con una cola larga y mangas amplias. Se había hecho un recogido de complicadas trenzas y las cadenas colgaban de estas hacia sus espaldas. Sus labios rojos, como a Sauro le encantaban.
Boris estaba de pie en la puerta, no supo qué decir, sin embargo, Lorenza ya estaba lista para seguirle.
Los pasillos se le hicieron pequeños, vacíos y silenciosos. Las flores feas y las alfombras sucias. Siguiendo al guardia observó las paredes, donde aún se veían los fantasmas de sus cuadros.
Llegaron finalmente al jardín interno, donde Boris le abrió las puertas. Lorenza ingresó, las puertas se cerraron a sus espaldas. La mujer se encontró sola, así que recorrió el gran laberinto, oliendo cada flor y clavando en sus dedos algunas espinas. Llegó al centro, la fuente se alzaba solo iluminada por la luz de Pandora. El sonido del agua le sonó a hogar.
Un atril con un lienzo en blanco le esperaba. En el bordillo de la fuente: pinturas nuevas y pinceles. Sonrió.
...
Se alejó dos pasos para observar su gran obra de arte. La imagen evocaba un corazón rojo ardiente, sangriento, descansando en el fondo del más oscuro mar. De sus arterias y cortes salían enredaderas venenosas que se alejaban aferrándose al suelo. Asintió satisfecha ante el efecto de luces sombrías que había logrado crear, sabiendo que Kaira estaba de pie detrás de ella.
—¿Es ese el corazón de padre? —preguntó esta, aburrida, de brazos cruzados en la oscuridad.
—Oh, no, cariño —respondió Lorenza, riendo con suavidad y dándose la vuelta para mirar a Kaira. Esta fruncía el ceño ante las palabras que salían de los labios de su madre—. Es el corazón de mi madre.
Lorenza se dio la vuelta hacia la pintura, Kaira caminó hacía ella también para observar el resultado final. Era la mejor y última pintura de su madre.
—No recuerdo nada de ella, solo sé que cuando me arrebataron de sus brazos ambas habíamos caído en un lecho de espinas —susurró Lorenza.
—Jamás fuiste ni la mitad de mujer de lo que ella fue en sus peores días, madre —exclamó Kaira, asintiendo lentamente.
—Si, lo sé. Pero no me arrepiento... al menos fui lo suficiente fuerte para ejercer mi fuerza sobre un individuo.
Kaira se giró a mirarla, entrecerró sus ojos, su mirada se afiló.
—No era individuo, era tu hija... Ejerciste tu fuerza sobre una niña,una niña que desesperadamente rogaba por que la rescatáras. Eres la más débil de todas.
Lorenza finalmente se volteó, sus miradas se encontraron, no respondió.
—Sabes lo que está por suceder, ¿verdad? —murmuró Kaira con el ceño fruncido.
—¿Es muy tarde para cambiar el rumbo de nuestra historia? —preguntó Lorenza con dulzura, sonriendo.
Kaira observó la sonrisa por un segundo, dudando. Volvió a sus ojos con un brillo peculiar en su gris.
—Dictaste el final hace mucho tiempo.
Lorenza apretó los puños, su sonrisa desapareció y sus ojos reflejaron el miedo que tan bien conocía en los ojos de su hija. Finalmente, Kaira sonrió y su mirada se oscureció.
Extendió su mano con rapidez y con la tijera de oro que sostenía en su mano, cortó la mejilla de su madre. Esta tropezó a un lado sorprendida, la pintura se salpicó de sangre. Volvió a pararse recta, las lágrimas caían por su rostro y la sangre emanaba hacia su cuello.
Con ambas manos, Kaira usó toda su fuerza para empujarla en la fuente. Lorenza cayó hacia atrás y golpeó su cabeza con las estatuas que emanaban agua. Kaira se arremangó el vestido e ingreso en la fuente con ella, dos bofetadas después gritó:
—¡Defiendete! ¡Lucha conmigo!
Lorenza escupió sangre y negó con la cabeza como pudo. Kaira la pateó.
—¿Solo eres fuerte cuando le pegas a niños? Vamos, ¿qué esperas? —gruñó Kaira, empujando a su madre hacia el costado.
La hundió en el agua y se arrodilló frente a ella, su madre estiró los brazos empujando, pero Kaira no la soltó. Cuando la lucha de Lorenza comenzó a flanquear, Kaira la tomó de su vestido y la arrastró a la superficie. Con debilidad Lorenza la observó, suplicante. Kaira sabía que estaba mal, que no había excusas para lo que hacía, que las dos eran víctimas. También sabía que no le importaba, que jamás podría dejar atrás sus fantasmas con el rostro de su madre embrujando los pasillos del castillo... los mismos pasillos donde Lorenza la había arrastrado del cabello más de una vez, donde había quedado inconsciente por los golpes, cada vez más brutales. Los mismos pasillos que la llevaron a cornisas donde la antigua Princesa quería tirarse.
—Soy lo que me hiciste, madre —lloró Kaira, en respuesta solo recibió un sollozo ahogado. Furiosa, con las lágrimas en su rostro, gritó—: ¿Por qué no peleas conmigo? ¿No es esto lo que siempre quisiste? ¿Estás orgullosa de mi ahora, mamá?
Las manos de Kaira se cerraron con más fuerza, pero su cabeza cayó hacia adelante en un llanto infantil. Rogaba a su madre, forzando las palabras a través de las lágrimas. Lorenza la miró detenidamente, ambas sentadas en el agua de la fuente. Por primera vez, se incorporó y colocó sus manos en la espalda de su hija. Lentamente acercó su cuerpo hacia el de ella y la rodeó con sus brazos.
Kaira expulsó un grito de dolor mientras abrazaba a su madre, sintiendo sus brazos de pronto gentiles acariciando su espalda y se aferró a ella como si el fin del mundo se acercara.
—¡No! —gritó Kaira empujándola, la mujer se alejó rápidamente hasta el otro extremo de la fuente—. ¡Es muy tarde ahora para quererme!
—No lo entiendes, Kaira —exclamó finalmente Lorenza, descansando la espalda en el bordillo de piedra. Su rostro magullado y cansado—. Eras débil. Mujer. Un insulto a mis raíces e inservible ante mi nueva vida... Tu padre te amaba, no podía matarte... —Lorenza tosió, cerrando los ojos con dolor se agarró el costado del cuerpo—. No importó cuánto lo intenté, no logré que acabaras con tu vida. Creciste sin amor, sola y maltratada. No tenías razon para vivir e incluso así te aferraste a mí, como una maldición... Y nunca, jamás, serás suficiente.
Kaira se dejó caer hacia atrás, sentándose sobre sus pies. Tenía muchísimo frío y el agua de la fuente caía sobre sus hombros. Negó con la cabeza y soltó una pequeña risa antes de decir:
—Contra todo pronóstico, resulta que tengo mucho amor para dar —Kaira asintió con la cabeza, sonriendo orgullosa ante sus palabras. Lorenza frunció el ceño—. Porque cada vez que mi corazón se enamoró significó un acto de rebeldía contra tu fría maternidad, tu constante odio y desilusión insaciable.
»¡Realmente lo intentaste, madre! —gritó, estirando los brazos a los costados y poniéndose de pie. Pronunciando cada palabra a la perfección señalaba su pecho, caminó hacia ella exclamando—: Rompiste mi corazón incontables veces pero me encargué de repartir los pedazos.
Lorenza apartó la mirada, con vergüenza en sus ojos. Sin embargo, Kaira se inclinó hacia adelante y la tomó de la mandíbula con toda la violencia que recorría su cuerpo. Apretó su rostro y enseñando los dientes le obligó a mirarle.
—Aceptaría una flecha en el corazón por Camila, me enfrentaría a muerte ante cualquiera que quisiera arrebatarle su final feliz a Victoriano. —Kaira sonrió, observando las lágrimas de su madre. Se sintió más poderosa que nunca. Sintió que por primera vez su madre era la presa y ella el depredador hambriento.— ¡Me casé con una hermosa mujer en el barco del Bloque Negro! ¡Viví nuestro amor prohibido en cada comarca y luzco mis tatuajes con orgullo!
Sin soltar su rostro, golpeó la cabeza de su madre contra el bordillo de la fuente, mientras gritaba con todas sus fuerzas:
—¡Hice el amor cada noche con ella en la misma cama donde padre me arrebató la vida más de una vez! —Kaira suspiró, una solitaria lágrima cayó por su rostro.—... Rompería cada hueso de mis rodillas por el perdón de Lilith, el rostro de la rebelión que acabará con ustedes. Y aunque intenté parar ahí, acabé por perderme en los brazos del hombre que tanto deseaste que me hiciera la vida imposible, como Sauro fue contigo.
»Has perdido, madre. —Volvió a golpear la cabeza de Lorenza contra el bordillo. La Viuda gritó y el agua comenzó a teñirse de rojo rápidamente. Kaira podía jurar que todas las estatuas se habían girado a mirarle—. Soy lo que me hiciste y tú no eres nada. Tu corona me queda de maravilla y tú y yo tenemos una deuda pendiente... Necesito saldarla esta noche, no puedo seguir adelante hasta no provocar en tí todo el miedo que me hiciste pasar.
Kaira gruñó de rabia, golpeando a su madre tres veces más, su cuerpo comenzó a deslizarse hacia abajo.
—Por favor, lo siento —murmuró Lorenza como pudo, tomando las muñecas de su hija.
—¡Es muy tarde para tus disculpas, mamá! No soy capaz de entregarme a Farkas hasta no asegurarme de que no me encontraré con ustedes en los pasillos... ¡Y no voy a sacrificar mi final feliz por tu mísera existencia! —El gran volumen de su voz, y de su dolor, viajó por la silenciosa noche.— ¡Eres un monstruo y te mereces morir como un pedazo de basura!
—¡No! ¡Por favor, para! —gritó Lorenza una vez más, luchando débilmente, tirando de las manos de su hija que sostenían su cabeza.
—¡Soy mujer, pero no soy débil! —gritó Kaira más para sí misma, en un llanto desconsolado.
—¡Kaira! —rogó Lorenza.
Kaira no respondió, volvió a golpear a su madre. Una y otra, y otra, y otra vez. Y como si las historias se repetirán, perdió la cuenta de cuantas veces golpeó a su madre, cuantas veces apuñaló a su padre, y cuantas veces lloró por ellos. Cuantos besos con Meena, cuantas noches Farkas susurraría su nombre...
No se detuvo, incluso cuando las manos de Lorenza cayeron inertes en el agua y una mirada sin vida le observaba. Cuando tuvo la certeza de que estaba muerta, que la había asesinado, no se detuvo. Quería pero no podía.
Atrapada en un pantano de sangre, sus llantos comenzaron a nublar su mente. Soltó un grito desgarrador, destruyendo su garganta y arreglando su corazón.
Farkas abrió las puertas del jardín, preocupado. Había oído todo, manteniéndose al margen, lo había prometido. Pero era suficiente. Corrió hacia Kaira, pero frenó su avance al ver a Grimn de pie junto a la fuente. Observaba a Kaira, satisfecho y aburrido.
Farkas le observó incrédulo, mientras Kaira seguía golpeando a su madre. Grimn levantó la mirada hacia Farkas y sonrió. Kaira no paró.
Farkas suspiró y corrió hacía ella, la tomó de los brazos y la separó del cadáver de su madre. Su piel helada, sus nudillos calientes y la sangre cubriendo su cuerpo. Farkas la abrazó y acarició su cabello, ella se aferró a él, temblando.
Sin dejar de abrazarla, Farkas observó cómo Grimn se inclinaba sobre la antigua Reina, la observaba con detenimiento y curiosidad para luego marcharse. Farkas apartó la vista del cuerpo de Lorenza y cruzó miradas con Grimn, sonreía.
Cuando se encontraron solos, Farkas tomó a Kaira de los hombros para mirarle el rostro. Quería saber si Lorenza la había lastimado, no se sorprendió cuando Kaira le regaló una triste sonrisa.
—Se ha terminado, jamás volverá a ser lo que fue —exclamó con un puchero infantil—. Soy libre, Farkas.
—Eres libre, Kaira —susurró Farkas, besando su frente, la abrazó y sin querer giraron lentamente como dos amantes en un vals silencioso.
Luego de susurros y abrazos, Farkas se encaminó a la fuente. Bajo la vigilancia de Kaira, sacó el cuerpo de Lorenza y lo cargó por los pasillos, siguiendo a la Reina. Llegaron al Murmullo de los Duendes. Farkas colocó el cuerpo de Lorenza sobre la barandilla. Kaira tocó su hombro así que él se detuvo.
Con un suspiro, ella caminó hasta Lorenza. Apoyó las manos en su pecho y se inclinó para besar la mejilla de su madre muerta. Sonrió tristemente y la empujó. Apresuradamente se asomó por la barandilla, viendo a los restos de su madre agitarse en el vacío, golpear las rocas, romperse y desaparecer en la oscuridad del furioso mar debajo.
Todo había terminado, Kaira había ganado y el sol comenzaba a iluminar el horizonte. Bajó la mirada hacia sus nudillos sangrantes, aferrados a la barandilla. Aflojó el agarre y exhaló todo el aire y todos sus pecados. Sintió las manos del Rey posarse en su espalda, así como también la frente de él. Ella podía sentir el calor de sus manos a través de sus ropas frías.
Dio un paso hacia atrás sin soltarse de la barandilla. Su cuerpo chocó contra él de Farkas, este la abrazo de la cintura. Ella cerró los ojos y colocó sus manos sobre las suyas.
—Kaira, no... —susurró Farkas, apartándose.
Kaira se dio la vuelta con un suspiro tembloroso, apoyó su espalda en la barandilla y acercó a Farkas a ella tomándolo del chaleco. Él la observó como una súplica, mejillas coloradas, sorprendido y nervioso hasta los huesos.
—¿Me harás rogar por ello? —murmuró ella con una sonrisa, casi en un ronroneo.
Farkas rió, negó con la cabeza y colocó sus manos en la barandilla a los costados de la cadera de Kaira. Volvió a rogarle que parara, deseando que nunca lo hiciera.
—Vale, lo admito... —insistió ella con una enorme sonrisa, ojos gatunos y unas manos que acariciaban su pecho que subía y bajaba nervioso—. Puedo haber ganado la guerra contra mi familia, pero he perdido ante ti...
—Me estás matando, Kaira —murmuró él, besando su hombro con cariño—. No creo que sea el momento más-
Kaira lo interrumpió tomándolo de la barbilla y besando sus labios con urgencia por unos breves segundos. Él se sintió en la cima del mundo.
—Vamos, ¿enserio me vas a hacer rogarte? —rió con sus rostros rozandose. Farkas había cerrado sus ojos y acariciaba los brazos de Kaira con cuidado—. Puedo arrodillarme si quieres —bromeó ella.
Farkas dejó salir una carcajada escandalosa, ella lo imitó, sin quitarle la vista de encima. Él negó con la cabeza, incrédulo que la mirada de Kaira brillará cuando le miraba. Se moría por tomarla una y otra vez allí mismo, hacerla olvidar todo con besos y que sus piernas temblaran por buenas razones. No quería apresurarse, pero era difícil resistirse cuando ella le miraba así.
—Solo me puse este vestido para ti —rogó ella, cerrando los ojos y agachando la cabeza. Muriendo por que Farkas apagara su fuego.
El fuego se transformó en un palacio entero envuelto en llamas cuando sintió la mano de Farkas levantar su barbilla, sus labios besarla y su cuerpo presionando el suyo contra la barandilla. El amanecer sobre sus cabezas y sus corazones atravesando piel y hueso para latir juntos.
Desesperada por él, Kaira enterró sus dedos en el cabello de Farkas y lo apretó contra ella, queriendo atravesar cuerpo y alma.
Él mordió su labio, ella sonrió. Los besos continuaron, ruidosos y húmedos. Los duendes que murmuraban les alentaban, y las manos de Farkas bajaron. Kaira levantó una pierna a través de la falda, Farkas apartó la tela con urgencia, sin separarse de sus labios. Sus respiraciones agitadas, su piel sudorosa, Kaira no podía más. Sus manos se extendieron hacia el pantalón de Farkas, apartó la tela que les separaba y con sus frías manos desesperadas sintió el cuerpo latente de Farkas que llamaba su nombre. Nos iremos al infierno de todas maneras, pensó Farkas mientras la besaba.
Farkas desgarró la tela que se cruzaba en su camino, levantó la falda de Kaira mientras ella subía su otra pierna, abrazando el cuerpo de él. Separaron sus labios por un segundo, Kaira se aferró a él, abrazándole asustada y emocionada con sus manos temblorosas sobre sus hombros. Él la observó con una sonrisa mientras acariciaba sus piernas lentamente, llegó al final y acarició la zona con la yema de sus dedos. Kaira gimió sin querer, y finalmente él penetró su cuerpo con toda la suavidad que fue capaz.
Farkas se aferró a sus caderas, desesperado por las piernas de Kaira que lo atraían cada vez más dentro de sí. Sintió como si cumpliera un sueño cuando sus oídos fueron bendecidos con los gemidos que Kiara soltaba en cada movimiento de Farkas.
Kaira tiró su cuerpo hacia atrás, colgando en el vacío. El precipicio debajo de ella, las olas furiosas. Las manos de Farkas en todo su cuerpo y un placer que limpiaba el dolor de incontables noches.
Y con la fuerza de mil corazones rotos, Farkas y Kaira explotaron de placer gritando sus nombres.
• ────── ☼ ────── •
Los rayos matutinos calentaban la piel de Kaira, sentada en su tocador. Con un paño húmedo limpió el labial corrido por los besos de Farkas, que también habían manchado su propio cuello. Coqueta sonrió, con las piernas débiles y el corazón contento, se inclinó hacia adelante con el labial en mano. Lentamente pintó sus labios de rojo escarlata.
Su amor con Meena era dorado, iluminaba todos sus temores y la abrazaba con calidez. Como sus tatuajes de oro que brillaban en las noches de Luna llena.
Ese amanecer descubrió que ella y Farkas eran rojo escarlata, ardiente, nacido del odio y la injusticia. Su encuentro en el Murmullo de los Duendes no había sido suficiente, en la cama habían terminado de reemplazar todos los malos recuerdos de Kaira por la mejor de las sensaciones. Y con ello habían traído el cielo a la tierra.
Frente al espejo levantó su mano hacia su rostro, ignoró sus nudillos amoratados y limpió un poco de maquillaje de su labio inferior. A través del reflejo observó a Farkas dormido en unas sábanas desordenadas, sobre la cama la pintura El Corazón de la Bruja, manchando con la sangre de Lorenza.
Kaira sonrió al recordar la hermosa sensación de acariciar el pecho de Farkas, moviendo sus caderas sobre él, oyendo sus gemidos y ruegos. Observando la sangre de su madre muerta.
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Este capítulo no pretende promover ni alentar la violencia, mucho menos fetichizarla.
Todo esto es mera ficción y simbolismos para el arco de Kaira.
Gracias por leer :)
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