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XXV: Exilio.

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   Los ojos de Lilith pasearon entre la multitud, oculta debajo de una capucha observó como los Santos Boticarios rezaban junto a la tumba de Sauro. Se encontró con Kaira de pie, con una sonrisa observaba a Farkas que le susurraba algo al oído. Meena estaba a su lado, verla con la armadura de la Guardia Real le revolvió el estómago.

   Todavía recordaba cuando creía que esas cosas eran la victoria, ahora comprendía que caminaban en la cuerda floja y debían sacrificar mucho para regresar el dominio de las Diosas Olvidadas.

   Una niña pasó corriendo a su lado, abrazó a su padre y emocionada exclamó:

   —¡Papi! ¡La Capitana me ha dado la mano! —La niña observó a su padre desde abajo, con una enorme sonrisa. Él rió y le acarició el cabello.

   Lilith miró hacia la derecha, entre la multitud Sao de pie sostenía una flor y observaba la interacción padre-hija conmovida. Lilith frunció el ceño, Heba estaba a su lado, junto a Marina, Octubre y Okoye.

   Volvió a mirar al frente con un suspiro, se arrancó la capucha y se puso su máscara. Automáticamente la gente la notó y se apartó de su camino a tropezones apresurados. Comenzó a caminar hacia la tumba de Sauro, las Belladonas se sumaron de entre la multitud, atando los pañuelos en su rostro.

   Los Santos Boticarios huyeron en cuanto la vieron, la Guardia Real se posicionó frente a la pareja real, sin embargo, Kaira los apartó con la desesperación en sus ojos y caminó hasta Lilith. Meena se apresuró a seguirla, sorprendida por su acción. Boris quiso seguirle, pero Farkas lo sostuvo del brazo. No por que no estuviera preocupado, si no porque había oído a Kaira llamar a Lilith en sueños incontables veces... necesitaban un cierre.
   Lilith, quien caminaba directo hacia la tumba de Sauro, frenó su avance sorprendida cuando Kaira le cortó el paso estirando una mano temblorosa. Kaira la observaba, con ojos suplicantes, se apartó el velo de la cara y susurró:

   —Lilith, por favor, las cosas no tienen porqué ser así.

   —Tú las hiciste así.

   Se oyó un disparo. Meena agarró a Kaira de la cintura y de un tirón la apartó del medio. Lilith se agachó y se cubrió la cabeza con sus manos, sorprendida. La multitud gritó y comenzó a huir, el Bloque Negro les ayudaba a escapar y los guiaban hacia la salida.
   Lilith se enderezó rápidamente y observó la bala clavada en la piedra detrás de ella, se dió la vuelta para encontrarse a Lorenza con lágrimas en sus ojos extendiendo un mosquete hacia ella. La joven frunció el ceño enfadada, dio dos pasos hacia Lorenza y la empujó con ambas manos, la mujer voló hacia atrás y cayó torpemente en la tierra. Se oyeron gritos de sorpresa y terror.

   Lilith levantó uno de sus revólveres y apuntó, apuntó a la cabeza de Lorenza y disparó sin siquiera pensarlo. Una mano fría tomó su muñeca, desviando su brazo hacia arriba. El disparo se enterró en la piedra del techo y trozos de tierra cayeron en su cabeza. Lilith miró a Kaira sorprendida, quien con la respiración agitada sostenía la mano de Lilith.

   Su tacto no se sentía correcto.

   —Lo siento... ¿quieres disparar tú? —dijo Lilith, soltándose del agarre con violencia, tomando la mano de Kaira y colocan el revólver en su mano.

   Kaira cerró los dedos alrededor de la empuñadura, frunció el ceño, sus manos temblaban.

   —Debes parar, Lilith. Sé que te lastimé, y te pediré perdón hasta que las flores broten de mis poros.

   Lilith soltó una carcajada, pudo ver de reojo como las Belladonas las rodeaban, protegiendolas de los guardias. Lorenza seguía en el suelo, mirandoles aterrorizada.

   —Se marchitaran en segundos, está en tu sangre —gruñó Lilith, arrugando la nariz y apretando los puños—. Apártate de mi camino.

   Kaira no se movió.

   El pueblo al fin logró escapar en su totalidad, Heba incluida, quien se llevó a Okoye a la seguridad de La Choza. Las doncellas y los Santos Boticarios huyeron, Camila fue arrastrada por Yong a la fuerza hacia la seguridad del castillo. Las Belladonas rodeaban a Lilith, Kaira y Lorenza, mientras las Guardia Real y el Bloque Negro ejercían presión poco a poco. Nadie quería dar el primer golpe, sabían que en aquel momento todo se volvería un caos drástico.
   Farkas tenía el corazón en la mano, pero Meena con el arco y flecha preparado apuntaba a Lilith, lista para todo, y Farkas confiaba en su puntería con los ojos cerrados. Aunque no pudo evitar notar que la esposa de la Reina tenía la mirada inundada de lágrimas.

   —Vuelve, Lilith. Vuelve y si quieres me aparto del camino —dijo Kaira de repente, acortando lentamente la distancia entre ellas—. Renunciaré al Bloque Negro, a la corona, a lo quieras... Lo haré por ti. No me perdones si no quieres, odiame toda la vida ¡pero no condenes tu existencia con mis errores!

   —¡Eres tan ingenua! —gritó Lilith, Kaira tembló asustada. Meena contuvo la respiración—. Nos condenaste a todas, años de lucha hundidos en minutos. Con tus palabras extinguiste el altar más grande de las Diosas, mataste a sus seguidoras más fieles. ¿Y sabes que es lo más gracioso? Te perdonaron al instante... sé que tenías millones de razones para matarlo, pero si yo hubiese estado en tu lugar, me hubiesen crucificado al instante.... Esto —exclamó Lilith, señalando a la Guardia Real femenina y a los amuletos del Bloque Negro al descubierto—, ya no es suficiente. Las Diosas exigen sangre, venganza en su nombre y el de todas mis hermanas.

   —¿Entonces qué harás? —exclamó Kaira irritada—. ¿Matarás a todos los que no estén de acuerdo con tu idea de futuro y libertad?

   —No, solo tengo que matarte a ti.

   Kaira palideció, comprendió que había caído directo en la trampa. Debía salir inmediatamente de allí o Lilith pintaría la tumba de su padre con su sangre.
   Lilith estiró la mano y tomó a Kaira de la ropa, la acercó hacía a ella y murmuró entre dientes:

   —Has profanado a las Diosas Olvidadas, debería haber confiado en que nos traicionaras... de todas maneras, el veneno es tu legado. ¿Verdad, Su Majestad?

   Kaira comenzó a tironear, miró a su alrededor desesperada, buscando a Meena. Todo se había vuelto un caos de un momento a otro: la Guardia Real y el Bloque Negro luchaban para llegar a ella, pero las Belladonas impedían el paso con todas sus jovenes fuerzas.
   Lilith observó el rostro de Kaira asustado, sintió arrepentimiento de sus acciones y no le gustó. Arrojó a Kaira al suelo y borró aquella sensación, golpeándola con toda su fuerza. Esta gritó y se sostuvo el rostro ensangrentado, tirada sobre la tierra fresca de la tumba de su padre. Su madre no hizo nada.


   Meena aguantó la respiración, ahogó un sollozó mientras apuntaba a la espalda de Lilith.

   —¡Meena, no, espera! —chilló Sao desesperada, corriendo hacia ella.

   Meena la ignoró y comenzó a dejar que la flecha se escurriera entre sus dedos. Freyja apareció como un susurro a su lado, tomó el arco y tiró hacia abajo, arrancándolo de las manos de Meena, la flecha se clavó en el suelo. Meena observó esto y luego levantó la mirada hacia Freyja, a tiempo para verla clavar una jeringa de cristal en su brazo. El líquido rojo ingresó en sus venas con rapidez, Meena apartó la jeringuilla de su brazo con un golpe pero la mitad del veneno ya recorría su cuerpo. Se sintió débil al instante, no se desvaneció pero no fue capaz de pelear. Tropezó hacia atrás, Freyja la tomó de un brazo y la arrojó al suelo, boca abajo. Sostuvo ambas de sus manos en sus espalda y se colocó sobre ella.
   Meena intentó liberarse pero sus miembros no respondían como debían, inclinó la cabeza y entre la multitud que luchaba vio como Lilith golpeaba a Kaira en el suelo.

   —¡No, por favor! —lloró Meena.


   Lilith se paró sobre Kaira, sostuvo a Aela en sus manos y todo quedó en silencio. Solo podía oír el reloj de Aela y el llanto de quien había sido su hogar más grande. Extendió los brazos al aire, los ojos de Kaira le miraron asustados, con un río de sangre en su nariz. No podía hacerlo, no quería, pero debía. Así que cerró los ojos.

   Sintió las lágrimas en su rostro y bajó sus brazos con toda la fuerza que fue capaz. Se preparó para sentir la piel de Kaira desgarrarse.

   Solo se encontró con metal.

   Abrió los ojos y observó el corsé de Kaira, era de acero. Estiró su mano y desgarró el vestido de Kaira, una manga y el pecho. Una malla de bronce protegía su cuerpo entero.
   Los hombros de Lilith cayeron ante la realización. Kaira sabía lo que Lilith quería hacerle, sus sospechas eran ciertas: todos finalmente la veían como lo que realmente era: una tormenta que destruye todo a su paso.... Por alguna razón, se sintió libre.

   Lilith miró a Kaira, está la observaba suplicante, no paraba de llorar.

   —Confié en que me traicionarías —susurró Kaira, con una pequeña sonrisa.

   Lilith salió disparada hacia un costado y rodó por el suelo, empujada por alguien que se había arrojado sobre ella. Golpeó su cabeza con el tronco de una tumba y de pronto las voces de lucha a su alrededor se volvieron más insoportables que nunca. Alguien agarró sus muñecas y las presionó contra el suelo, para luego sentarse sobre ella. Lilith apartó los twists de su cabello de su rostro, moviendo su cabeza hacia un costado. El rostro asustado de Victoriano sobre ella le dolió en lo más profundo de su ser... Un gran amor hacia Will le impedía provocarle un solo rasguño a aquel hombre.

   Lilith dejó caer su cabeza en la tierra, gruñendo de rabia e impotencia.

   —Lilith, te ruego que pares esta locura —soltó Victor con la más dulce de las desesperaciones.

   Lilith no pudo hacer otra cosa que reír.


   Sao paseó la mirada entre el gentío enloquecido. No podía encontrar a Lilith. Su mirada encontró a Octubre y Marina quienes rompían las filas de las Belladonas y las apartaban una a una. Sin embargo, estas regresaban a la lucha una y otra vez, aferrándose a los brazos y ropas del Bloque Negro, frenando su avance.
   La Guardia Real se llevaba a Lorenza y levantaba a alguien del suelo. El alivio recorrió el cuerpo de Sao al ver cómo ayudaban a una llorosa Kaira a levantarse. Boris cubrió su vestido desgarrado con una capa, limpió la sangre de su rostro con su mano y la rodeó con un brazo, ayudándola a huir.

    Oyó maldiciones, metal y hierro a sus lados, se dio la vuelta apresurada al oír el llanto de Meena. Freyja estaba sobre ella y forcejeaban. Se decidió a caminar hacia allí, pero Farkas se le adelantó. Con su brazo rodeó el cuello de su atacante y tiró hacia atrás; Freyja intentó liberarse rasguñando las manos de él, pero Farkas le arrastraba por el jardín, ejerciendo presión, enseñando los dientes.

   Sao ayudó a levantar a Meena, esta se mantenía en pie a duras penas.

   —¡¿Kaira?! —chilló con la mirada perdida.

   —¡Ella está bien! —respondió Sao, poniendo una mano en su pecho para que la joven no cayera hacia adelante—. Ella está bien, Boris está con ella.

   —¿Lilith? —sollozó Meena.

   Zheng Yi Sao no respondió, se limitó a suspirar y buscar a Lilith con la mirada. No pudo evitar sonreír cuando vio a Wilhelm levantarla del suelo, con ayuda de Victoriano.

   Will sostuvo los brazos de Lilith detrás de su espalda con toda su fuerza. No importó qué tanto pataleó, grito e intentó golpearle con su cabeza, no podía liberarse. Era una sensación que odiaba y no quería volver a sentir jamás. Se sintió traicionada de que Wilhelm fuera el responsable de tal desesperación.

   —¡Suéltame, bastardo! —gritó Lilith con la voz ronca, Will frunció el ceño afligido pero no se movió.

   Lilith observó a su alrededor, las Belladonas caían rendidas pero se negaban a marcharse y dejar a Lilith atrás. Asustada buscó a su segunda a cargo, como Jolly había sido para Sao. La encontró corriendo hacia su dirección con desesperación con su cabello negro al aire. Era la única que llevaba un pañuelo dorado en su cabello, como Meena solía hacer. Le apodaban Roger.

   Lilith negó con la cabeza apresurada, Roger frenó y la observó. Lilith movió su cabeza al costado, ordenando la retira.

    La Belladona apretó los puños, no queriendo abandonarla pero tampoco desobedecerle. Metió dos dedos en su boca y silbó, una a una las Belladonas comenzaron a retirarse y escaparon como ratas asustadas. Unas pocas fueron apresadas por la Guardia Real y el Bloque Negro.
    De pronto, la guerra se transformó en silencio.

   Lilith bajó la mirada, sin dejar de forcejear, queriendo evitar cruzar miradas con nadie.
   Vilkas reunía a las Belladonas atrapadas y las sentaba en el suelo de manos atadas, algunos guardias las rodearon. Meena se acercaba a ellos, Sao le ayudaba a caminar. Poco a poco sus miembros volvían a moverse con naturalidad. Farkas obligó a Freyja a ponerse de pie y acercarse al grupo, sin soltarle. En la mirada de ambos se dibujaba el resentimiento.
   Lilith levantó la mirada cuando oyó a Kaira acercarse a ella. Orgullosa elevó la barbilla y torció sus labios en una media sonrisa. Kaira analizó su rostro, buscando atisbos de la Lilith que ella había conocido.

   Octubre observó a Lilith de reojo, incómodo, mientras se acercaba a Sao para tomar a Meena en sus brazos. Se sentó en el suelo, Meena se recostó en el césped y con la respiración agitada esperó lo más paciente posible a que el veneno se limpiara de su cuerpo. Podía sentir el vómito que amenazaba con salir en ese instante. Freyja la observó y se rió de ella.
   Zheng Yi Sao acarició su cabello suavemente, para luego acercarse al otro grupo.

   Marina no se acercó a nadie, la nueva Lilith le hacía sentir extremadamente incómoda y prefirió quedarse apartada, ayudando a los guardias heridos.

   Lilith cambió el objeto de su burla cuando Sao llegó a su lado, para su sorpresa, esta ni siquiera le miró. En ese momento Will agitó los brazos de Lilith, la dio vuelta para mirarla a los ojos con preocupación, gritó enfadado y apenado:

   —¡¿Qué estabas pensando?!

   —¡Las Diosas reclamaron que derrame su sangre! —gritó Lilith desesperada. La respuesta de Will fue un silencio extraño, y todos los integrantes del Bloque Negro se giraron a mirarle en silencio. Miradas extrañadas fueron compartidas.

   "No vuelvas a casa, ellos no te esperan." susurró para sí Lilith las palabras que las Diosas habían grabado a fuego en su mente. Sabía que su comportamiento había sido objeto de los juzgamientos más fríos. Pero a diferencia de lo que muchos murmuraban, ella jamás se había desviado de su camino. Seguiría la voz de las Diosas hasta la tumba de ser necesario, suya, o de quien sea...

   Wilhelm la volvió a girar para que la joven le diera la espalda, y para evitar que esta viera la mirada asustada de Sao. Will cruzó miradas con La Capitana y supo que ambos pensaban lo mismo... No eran las Diosas las que estaban guiando el camino de Lilith, los Tejedores eran conocidos en Serendipia por aprovecharse de un corazón roto.

   Kaira observó la escena igual de confusa, confiaba ciegamente en las Diosas Olvidadas y las palabras de Lilith no cambiarían eso. Se inclinó con cuidado hacía Sao y le susurró:

   —Es tu decisión, no la mía —El semblante de la Reina estaba serio, pero sus ojos estaban rojos debido a las lágrimas derramadas.

   Sao observó a Kaira, paseó la mirada por el caos del Jardín de los Dioses. Decretó:

   —Creo que se sentirán como en casa en los calabozos del Palacio.

   Sao se dió la vuelta una vez más para mirar a Freyja, quien escupió el suelo a sus pies con indiferencia. La Capitana emprendió su retirada, seguida de Vilkas. No se detuvo, ni siquiera cuando Lilith le maldijo una y otra vez, gritando su nombre y maldiciendo cada una de las traiciones.
   Octubre se llevó a Meena, Marina se quedó a ayudar a la Guardia Real y a las doncellas con el desastre.

   Boris se acercó con precaución hacia Lilith, esta intentó patearle pero bastó con un tirón de Will para retenerla. El frío de las cadenas en sus muñecas rompió algo en sí, la furia no se apartó pero las lágrimas limpiaron sus mejillas finalmente.
   Farkas, Kaira y Boris se marcharon con Lilith y Freyja en cadenas.

   Wilhelm les vio marchar, deseando regresar en el tiempo y detenerlo cuando Lilith les amaba. Se dio la vuelta y se encontró con que él y Victoriano se habían quedado solos en aquel cementerio. Este estaba de pie junto al roble de su difunto padre, quien había quedado completamente opacado por las enormes ramas del Haya de su madre.
   Will caminó hasta estar a su lado, observando los miles amuletos colgando del roble. Del árbol de Seraphina, la madre de Victoriano, solo colgaba un brazalete rudimentario. Estiró el brazo y tocó la piedra del brazalete, "Indigo" estaba grabado detrás.

   —Siempre sospeché que mi madre había abandonado al amor de su vida cuando mi padre la eligió... —susurró Victoriano observando lo mismo que su amado. Con un suspiro tranquilo se dió la vuelta y caminó hacía la tumba de Sauro.

   Con las manos en los bolsillos de su pantalón observaba las flores manchadas de sangre. Will no se sorprendió cuando Victor comenzó a pisotear las flores, golpear al pequeño roble y destruir cada uno de los adornos que habían colocado en honor a su hermano.

   Se arrojó de rodillas y con los puños cerrados golpeó la tierra donde Sauro descansaba.

   Con tranquilidad, Will se agachó junto a él y apoyó su mano en su hombro. Victoriano se dio la vuelta apresuradamente y le abrazó como un niño pequeño. Wilhelm lo rodeó con sus brazos. Finalmente, Victoriano comenzó a llorar.

   —Lo odié tanto cada día —sollozó él hombre.

   —Lo sé —susurró Will, acariciando su cabello.

   —Él... era mi hermano —la voz del Lord se quebró y un gemido de dolor viajó por la cueva vacía.

   Wilhelm lo abrazó con más fuerza aún y besó su frente. Victoriano lloró y lloró por la muerte de su hermano, porque al fin se habían librado de él... de la peor manera posible, su mayor pecado y orgullo se volvió contra él. Lloró por la hermandad que siempre anheló y nunca consiguió. El amor de una familia que para él se había terminado cuando a su madre le brotaron flores.

   El amor que persiguió y rogó toda su vida, ahora descansaba tres metros bajo tierra.


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