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XXIII: Nuevos horizontes.

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   Zheng Yi Sao vestía una falda marrón tableada por encima del ombligo, una camisa blanca manga larga y una pesada chaqueta de cuero sobre los hombros. El cabello recogido en una coleta que resaltaba sus rizos chocolates.
   Un hombre pasó por su lado y la observó asombrado, levantó el sombrero en un respetuoso saludo y le deseó un buen amanecer. Sao respondió con un silencioso asentimiento de cabeza.

   Vilkas apareció a su lado y observó al hombre marchar con una ceja elevada.

   —Que bien te integras en la sociedad —murmuró Vilkas entre dientes, fingiendo celos.

   —¡Vamos!, ¿te sorprende? —bromeó Sao, señalando su figura con sus manos.

   —¿Tú? cada día —respondió él guiñandole un ojo con galantería.

   Zheng Yi Sao dejó escapar una carcajada y golpeó con suavidad el pecho del hombre, él comenzó a reír con ella, sintiéndose aliviado por verla mejor. La noche anterior se la había pasado llorando por Cressida y Lilith. Había vuelto al Corazón más de una vez pero solo se había encontrado con Las Belladonas, dejó de ir al comprender que Lilith no volvería por aquellos lados ahora que le habían descubierto.
   Ambos se voltearon hacia el Cuartel de la Guardia Real al oír unas pesadas puertas rechinantes. Victoriano salió con una enorme sonrisa, como disfrutando del sol en su rostro. Will le seguía, ajustando el cuello en su camisa con la expresión de quien siente que todo el mundo puede leer sus sucios pensamientos. Él tenía las mejillas coloradas y Víctor el cabello revuelto.

   La pareja caminó hasta ellos, Victor les saludó contento y les invitó a pasar. Cuando fue el turno de Sao, se inclinó sobre Will y le murmuró:

   —¿Entrenamiento matutino?

   Wilhelm aguantó una carcajada y sus mejillas se tornaron del color de las fresas.

   Los cuatro caminaron por los pasillos, observando el increíble estado y disciplina de los guardias. La madera por todos lados y risas en cada esquina, los gatos callejeros habían tomado los pasillos del cuartel como suyos. Llegaron hasta las alcobas, donde un ala nueva estaba siendo inaugurada esa misma mañana.

   Boris les esperaba en la puerta.

   —Sir. Torvar, Lord Victoriano, Sargento —saludó a cada uno, hasta llegar a Sao. La observó con una sonrisa avergonzada al no saber cómo dirigirse a ella.

   Ella lo observó igual de sorprendida al no saber cómo presentarse... su nombre no era sabido en el continente pero pronunciarlo completo le hacía sentirse expuesta. Se hizo el silencio y se extendió, Boris esperó pacientemente hasta que Sao le extendió una mano formalmente.

   —Zheng Torvar, un gusto.

   Boris estrechó su mano con una enorme sonrisa, sin importarle que no podía saludar a una mujer estrechando la mano como si fuera un hombre. Había aprendido que eran puras patrañas y estaba más que orgulloso de formar parte del nuevo Serendipia.

   Abrieron las puertas e ingresaron a un amplio salón con un fogón, sofás y bibliotecas, con múltiples puertas que daban a las habitaciones. En el centro del salón esperaban uno de los mayores orgullos de Kaira y Sao, uno de los grandes cambios que habían sido posible gracias al estado de Grimn.
   Veinte jóvenes mujeres estaban de pie, vestían la clásica armadura de la Guardia Real, parecían árboles caminantes. Se ajustaba a sus cuerpos perfectamente gracias a la ayuda de la fragua de Farkas y en ese momento Sao solo pudo pensar en las ahora extintas ninfas.

   Wilhelm enseñó su dentadura entera en una infantil sonrisa al verles, se giró para ver la reacción del resto. Sao había quedado boquiabierta, se aferraba al brazo de Vilkas al ver hecho realidad uno de sus más locos sueños. Él la observaba a ella.

   —Vamos, no te pongas tímida ahora —dijo una voz femenina entre las tropas formadas.

   Zheng dejó salir una carcajada, se soltó del brazo de Vilkas y caminó observando a las jóvenes una a una. Estas le sonreían al verla pasar, reconoció a la mayoría... había logrado sacarlas de Las Belladonas y convencerlas de unirse a la Guardia Real femenina. Muchas desistieron, decididas a romper todos los límites para conseguir los sueños de Lilith.
   La mujer se presentó una a una, llenándoles de elogios y buena suerte, hasta llegar a la última, la que había hablado anteriormente. Sao estiró sus manos, la joven colocó las suyas sobre estas.

   —¿Cómo te sientes? —le preguntó Sao.

   —Imparable —respondió Meena, con sus ojos verdes brillando dentro del yelmo de la Guardia Real.

• ────── ☼ ────── •

   Camila entró silenciosamente a la alcoba de Kaira, le acarició el brazo con toda la suavidad que fue capaz, aun así esta se despertó asustada. Sonrió y se relajó al ver que era Camila, Farkas se despertó con el grito de la Reina y se puso de pie alarmado.

   La misma rutina todos los días.

   Como cada mañana, Farkas se desperezó, adolorido de dormir en el sofá. Continuaban fingiendo cumplir su deseo a pesar de que Grimn continuaba postrado en la cama. Quien se despertaba de a ratos y las doncellas cuidaban de él, obligadas por los Centinelas que lo protegían a todas horas.
   Aún no podía levantarse de la cama pero poco a poco mejoraba. Sin embargo, el dolor de estómago ocasional que el veneno de Camila le había dejado se volvió rutina, al igual que las náuseas y el dolor de cabeza. Nada le aliviaba y sus sueños por la fiebre siempre eran protagonizados por el Bloque Negro y Lilith.

   Camila opinaba que era una tontería que durmieran en la misma alcoba porque Grimn lo había exigido, al mismo tiempo que desobedecían el resto de sus demandas. Pero se guardaba su opinión para ella misma al entender que Grimn se había transformado en una simple excusa.

   Camila comenzó a ayudar a Kaira a prepararse, Farkas se marchó para regresar minutos después con Yong, cargando bandejas de desayuno. Los cuatros juntos bajaron hasta La Corte, donde como cada mañana desayunaron con las olas sobre ellos; planearon, compararon datos y rieron hasta el cansancio. Hasta que sus mejillas ardían y su estómago dolía de tanta risa, al punto de no poder creer lo mucho que había crecido el cariño entre ellos.
   La mañana avanzó, Yong se marchó a trabajar en Porto d'Oro. En la tarde Farkas le ayudaba si lograba liberar algunas horas. Camila se marchó a supervisar el avance en las construcción de La Academia de Estudios de Serendipia. Una de sus mejores ideas, aseguraba Kaira.

   El coliseo era enorme, y si, las niñas necesitaban una escuela. ¿Pero y si lo volvían la primera academia mixta? ¿hasta que todas las escuelas terminen siéndolo? Camila recibió el visto bueno de la pareja real y a pesar de los peros del Consejo de las Comarcas, Camila se hizo cargo del proyecto. Pronto, el pueblo entero comenzó a encariñarse con esa dulce joven que parecía llevarse bien con todos sus hijos e hijas y les vendía la idea de una educación jamás vista, con nuevos horizontes inimaginables.
   Victoriano y Vilkas trabajaban para encontrar nuevos candidatos para el Consejo, pero no era tan simple como sonaba. Nadie parecía muy entusiasmado de vivir en la misma fortaleza donde los Centinelas patrullaban y Grimn dormía.

   Después estaba el asunto de las comarcas, contra todo pronóstico las protestas disminuían de la mejor manera. Los hermanos de Sauro acudieron al Rey, rogando ayuda y pidiendo consejos. Ahora, firmaban acuerdos para financiar las Escuelas y las mujeres podían denunciar cualquier discriminación o acoso, enviando directamente una carta a la Reina. Los cerdos tenían las manos atadas, sus vidas habían quedado de cabezas... pero lo más extraño era: que a la mayoría no le desagradaba del todo. Los pueblos seguían adorando y honrando a Knglo y Egot, por lo cual, los Centinelas no pudieron hacer nada. En especial porque Grimn no parecía capaz de hilar pensamiento coherente.

   Kaira estaba sentada en silencio en la mesa de La Corte, leyendo una carta que le había enviado una maestra de Mare Turtur, denunciando el mal estado de su institución y los hombres que la acechaban a la salida. Kaira redactó una carta para Celestino donde se le exigía la construcción inmediata de una sede para la nueva Academia de Serendipia, y una protección digna para las maestras.

   No era ingenua, sabía que las cosas estaban mejor pero pronto los hombres de ego frágil y complejo de superioridad entenderían que las mujeres querían mucho más. Querían poder, querían tomar decisiones, que su voz se escuche tanto como la de los hombres y que su valía no se vuelva a poner en duda. En ese momento estaban en la cima, pero Jolly le había advertido que antes de la victoria se enfrentarían a una guerra, que cuando creyeran que se habían salvado y habían ganado, era por que el caos estaba a la vuelta de la esquina. Calma antes de la tormenta.

   Pero estaban preparadas. Después de años de opresión, que las dejaran tranquilas no era suficiente. Querían todo lo que se le entregaba a un hombre por simple derecho de nacimiento, y que nadie dudara que una mujer se lo merecía de la misma manera. Además, Jolly había plantado un pensamiento en Kaira: usaría aquello que tanto había detestado, a su favor. Tarde o temprano, el pueblo la seguiría con una fidelidad inquebrantable. Aquel beso de sirena no sería en vano.

   Kaira deslizó el papel por la mesa. Farkas sonrió con la mirada gacha, lo tomó en sus manos y lo firmó sin ni siquiera leerlo. Levantó la mirada sin dejar de sonreír y se lo devolvió.

   Eso quieren las mujeres, pensó Kaira, completa confianza en su juicio.

   Kaira también firmó el papel (aunque no debería), lo metió dentro del sobre y lo selló con la cera caliente. Dejó la carta a un lado y entre papeles y libros observó a Farkas recostado, con libro en mano a dos asientos de ella. Una ráfaga de luz le iluminaba, sus lentes descansaban en el puente de su nariz. Su mirada paseaba por las páginas con tranquilidad, se relamió los labios y levantó la mirada sin mover la cabeza. Sonrió al ver que Kaira lo estaba observando.

   Aunque cuando me mira así no puedo confiar en mi juicio, pensó Kaira, imitando la sonrisa de Farkas automáticamente.

   Inclinó la cabeza para leer el título.

   —¿Otra vez "Petricor Eterno"? —murmuró, apoyando su cabeza en sus manos.

   Farkas cerró el libro y se acomodó en su asiento hacia adelante, acercándose a ella.

   —No estoy leyendo la historia, estoy leyendo las anotaciones de Camila —le contó con una sonrisa—. Cada vez que lo acaba vuelve a empezarlo y llena las páginas con sus pensamientos.

   —En ese caso ten cuidado que ese libro es un tesoro nacional —respondió ella, con una sonrisa enternecida.

   Farkas no respondió, su sonrisa desapareció de su boca pero no de su mirada. Sus ojos no se despegaron de los de Kaira, y ella ya sabía que no podía sostenerle la mirada cuando se ponía así. Se puso de pie nerviosa y comenzó a apilar sus libros, preparándose para marcharse.

   —He estado averiguando lo que me pediste —dijo Farkas, mientras se ponía de pie rápidamente y caminaba siguiendo a Kaira—, puede ser que tenga a alguien que consiga responder tus preguntas.

   Kaira se dio la vuelta con una enorme sonrisa y apoyó ambas manos en el pecho de Farkas, este elevó las cejas sorprendido y sonrió. No se apartó.

   —¿Lo dices enserio? —Kaira se aferró a la camisa de Farkas, sintiendo el calor de su cuerpo viajar por sus palmas—. ¿Quién?

   —Ana María —respondió él, poniendo sus manos sobre las de Kaira, la sonrisa de esta no se borraba, asintió al reconocer el nombre—. Yong la comparó con Marina, que sabe todo de todos y le encanta compartir sus conocimientos... dijo que si hay alguien capaz de responder tus preguntas, es ella.

   La relación de Yong y Marina no había prosperado, lo habían intentado pero el corazón de Yong aún lloraba un amor imposible y Marina entendió que estaban mejor como amigos. Grandes amigos.

   —Me haces muy feliz en este instante —anunció ella. Finalmente lo soltó y volvió a apilar sus libros, su sonrisa se negaba a desaparecer. Negaba con la cabeza incrédula ante las buenas noticias.

   —¿Cómo es...? —preguntó Farkas, pero se detuvo. No era una pregunta muy adecuada, pero con Kaira sentía que nada lo era.

   Ella se dio la vuelta, abrazando sus libros con una sonrisa. Asintió invitándolo a hablar. Farkas suspiró lentamente, se arremangó la camisa intentando calmar su pulso, pero al sentir la mirada de Kaira que seguían los movimientos de su mano, se puso aún más nervioso. Así que sin más soltó:

   —¿Cómo es sentir así por dos personas? —Levantó la mirada y enarcó las cejas, sintiéndose un idiota por no preguntar lo que realmente quería saber.

   Kaira levantó las cejas sorprendida y dejó salir una pequeña risa.

   —¿Siento eso por dos personas? —preguntó ella, fingiendo inocencia enarcó las cejas. Sabía a qué se refería. Ella y Meena, su amor. Ella y...

   Farkas sintió que su respiración se cortaba, imitó el gesto facial de Kaira y susurró:

   —No lo sé, ¿lo sientes?

   Farkas arrugó la nariz. Odiaba esto. ¿Por qué no podía preguntarle si ella también estaba perdidamente enamorada de él? ¿Era demasiado? No quería asustarla, pero él temía la posibilidad de dejarla escapar por no hablar a tiempo.
   El rostro de Kaira se suavizó, miro el cielo a través de los cristales fingiendo pensar. Volvió a mirar a Farkas, quien suplicante la observaba.

   —Creo... —empezó a decir ella seriamente, hasta que una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. Riendo negó con la cabeza.

   —Te estás divirtiendo demasiado torturándome... —susurró divertido Farkas, aliviado un poco por la alegría de la Reina.

   —Se siente como caer sin precaución —dijo ella, con una pequeña sonrisa en sus labios y unos ojos picaros.

   Farkas torció el gesto ante las palabras... ¿le estaba diciendo lo que él creía? ¿Quizas, ella...? Sus impulsos trabajaron más rápido que sus pensamientos, para cuando quiso detenerse, ya había rodeado su cintura con sus manos y apoyaba sus labios sobre la boca de Kaira.

   Kaira se inclinó hacia atrás sorprendida, pero no se alejó. Se dejó atrapar por los grandes brazos de Farkas que rodearon su espalda y besaron sus labios con ternura. Para su sorpresa, se sintió segura. Kaira cerró los ojos y soltó los libros que cayeron al suelo, apoyó sus brazos en los hombros de Farkas y con timidez abrió la boca y besó el labio inferior de Farkas. El besó resonó en la sala y se fundieron en un apretado abrazo. Suspiros y abrazos protagonizaron la escena y nublaron sus miedos.

   Farkas dejó de besarla, para simplemente abrazarla y apoyar su cabeza en su hombro por unos segundos. Kaira lo abrazó y notó que el joven temblaba. Se apartaron confundidos, Kaira le observó abrumada.
Farkas pasó su mano por su cabello y la observó, sus mejillas estaban coloradas por la vergüenza.

   —Lo siento mucho, tengo el presentimiento de que quizás malinterpreté tus palabras —susurró él, en una ligera incógnita. Esperó su respuesta con todos los temores recorriendo su sistema nervioso y a pesar de que no le parecía correcto: sonrió. No cabía en sí de felicidad. Había besado a Kaira.

   Ella estaba de pie, recta, con los brazos inertes a los costados de su cuerpo. Con los ojos muy abiertos se limitó a pestañear y negar con la cabeza. Finalmente sonrió, se llevó la manos a los labios y con las cejas enarcadas le preguntó:

   —No voy a lastimarme con la caída ¿verdad?

   El cuerpo de Farkas se relajó, sonrió tirando la cabeza hacia atrás, se acercó a ella negando con la cabeza, esta vez despacio. Ambos se inclinaron lentamente hacia el otro, sus labios se rozaron brevemente, en un simple beso. Se volvieron a alejar y se miraron por unos segundos que se le hicieron hermosos.

   Farkas sonrió, tomó "Petricor Eterno" y se marchó queriendo saltar por los pasillos, bailar bajo la lluvia y cantar una canción cursi.

   Kaira no se movió, se quedó allí de pie balanceándose lentamente, recreando el beso en su mente. Unos largos minutos después Ana María apareció en la puerta.

   —¿Su Majestad? ¿quería verme? —preguntó esta con una sonrisa.

   —¡No sabes cuanto! —exclamó Kaira, juntando sus manos en un aplauso y dándose la vuelta para mirarle.

   Ana María abrió los ojos sorprendida y sonrió, lo que se decía en las tabernas era verdad: desde que Kaira había vuelto a cantar, la luz había vuelto a emanar de ella. El Reino entero brillaba bajo su mando.

• ────── ☼ ────── •

   Meena caminó por los pasillos, sintiéndose extremadamente fuera de lugar, con su armadura y sin esconderse. Por consejo de Will se había pasado la mañana entera conociendo el Palacio de los Zorros fuera de las sombras y acostumbrándose a su nueva realidad. Había almorzado con Camila y se había encontrado con Farkas susurrando emocionado a Yong. Este, al oír la noticia que su amigo le contaba, emocionado casi cae de la banqueta en la que estaba subido arreglando la barandilla de la escalera que la Bestia había roto.

   —Hola... —dijo Meena, más insegura de lo normal.

   Farkas se dio la vuelta y se sorprendió al verla, Yong soltó una carcajada y casi vuelve a caer de la banqueta.

   —Hola —respondió Farkas con un hilillo de voz.

   —¿Dónde está Kaira? —preguntó Meena, había deseado encontrarla por si sola pero ya se había perdido trece veces.

   —En La Corte —se apresuró a decir Yong, con una espléndida sonrisa.

   Meena torció el gesto, Farkas señaló unas escaleras al final del pasillo. Ella asintió y se alejó.

   —Te ves genial, por cierto —soltó Farkas rápidamente.

   Meena frenó el paso, lo miró y sonrió. Segundos después se marchó, susurrando un agradecimiento sincero.
   Cuando se encontraron solos, Yong susurró:

   —Apuesto que creías que conocer a los padres era la parte más difícil, pero a tí te tocó conocer a la novia.

   Farkas rió y empujó a Yong de la banqueta, este gritó y cayó sobre un sofá a sus espaldas. Farkas lo observó divertido y corrigió:

   —Es su esposa.


   Luego de bajar los escalones que parecían eternos, Meena al fin se sintió victoriosa al ver a Boris de pie frente a una puerta. Él sonrió encantado al verla en la armadura de la Guardia Real. La hermana de él estaba enloquecida de felicidad con las mujeres guardias.
   Ella lo saludó e ingresó por la puerta entreabierta.

   Quería sorprender a Kaira con su nuevo aspecto, pero la sorprendida fue ella. Nunca había visitado La Corte cuando la marea estaba alta y cubría por completo su estructura, la iluminación le mareaba ligeramente pero no podía despegar la mirada de las olas que danzaban en el exterior. De repente comprendió por qué se había vuelto en el sitio favorito de Kaira. Allí eras uno con el océano.
   La Reina estaba sentada en la mesa, hablaba en susurros con Ana María. Ambas se pusieron de pie sorprendidas al verla. Costus roncaba, acostado sobre la alfombra.
   Kaira abrió la boca y la observó, luego miró a Ana María, quien prácticamente corriendo se despidió y cerró la puerta. Meena se sintió extraña y expuesta, así que no se movió. Kaira fue la que se acercó, susurrando que se veía hermosa e intimidante.

   —¿Qué les pasa a todos hoy, pyar? —preguntó confusa.

   Kaira la tomó de las manos con una sonrisa y sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad al observarla en la armadura.

   —¿Quienes son todos? —preguntó boquiabierta girando alrededor de Meena, pasando las manos por sus caderas. La lustrosa armadura brillaba tanto como los ojos de Meena en el sol. Entre las olas, un rayo de luz se filtraba y las iluminaba a ambas como dos bailarinas mágicas.

   —Farkas y Yong andan preocupadamente excitados, quizás deberíamos controlar los tragos de ellos —bromeó Meena.

   Kaira se paró frente a Meena y palideció aún más de lo normal, Meena frunció el ceño. Se quitó el yelmo con lentitud al comprender que algo pasaba.

   —Habla, ahora.

   Kaira tomó una gran bocanada de aire, las palabras salieron con la exhalación.

   —Farkas y yo nos hemos besado.

   —Oh... —murmuró Meena pestañeando rápidamente, colocando el yelmo debajo de su brazo. Se aclaró la garganta, levantó la mirada y analizó el rostro de Kaira—. Luces feliz.

   —Lo estoy... —susurró Kaira con una tímida sonrisa.

   Meena asintió lentamente, acostumbrándose a aquel extraño sentimiento. Costus se desperezó, al ver a Meena saltó emocionada a recibirle. Ella lo acarició con una pequeña sonrisa.

   —Eso es todo lo que importa entonces... —dijo en voz baja. Kaira hizo una mueca, por lo cual Meena exclamó—: Dame tiempo, pyar. Haremos que funcione.

   Kaira tomó su rostro entre sus manos y besó la punta de su nariz.

   —Haremos que funcione, amor mío —exclamó con una enorme sonrisa, relajándose y dejando salir una pequeña risa.

   Meena sonrió, no le dijo que desde que Cressida había muerto había dejado de gastar energía y tiempo en esa clase de cosas. Kaira era feliz con ambos, Farkas parecía ser capaz de amarla y cuidarla... ¿Quién era ella para exigirle a Kaira lo que ella no le exigía con Octubre? Cressida estaba muerta y la siguiente podría ser cualquiera de ellas, Meena no gastaría su tiempo con Kaira discutiendo por un hombre. Utilizará cada segundo para amarla. No le quedaba otra que confiar que Farkas sería gentil con aquel corazón.
   Tampoco le dijo que era muy difícil lidiar con el duelo cuando desde la muerte de Cressida, no habían vuelto a ver a la misteriosa amante de Grimn. La traidora.

   Aquello no aseguraba nada, pero era difícil ignorar el revoltijo constante en el estómago. Aquel mal presentimiento. Pensó Meena mientras observaba enternecida a Kaira.

   Kaira abrazó a Meena y besó ambas de sus mejillas, Meena sonrió y comprendió que debía acostumbrarse a que Kaira a veces olería a Farkas.

   —Te amo, ¿lo sabes? —dijo Kaira de repente, tomando el yelmo y poniéndolo sobre su propia cabeza.

   —Lo sé, me lo dices todo el tiempo... —rió ante la visión de Kaira con aquel yelmo y la rodeó con sus brazos—. Yo también te amo, pyar.

   —Ya he decidido nuestro primer destino cuando nos vayamos en Porto d' Oro.

   —¿Sí? ¿Cual es? —susurró Meena, acomodando el cabello de Kaira que se extendía sobre su pecho. Había conocido la nave y su historia hace unos días y Kaira no paraba de hablar de esta.

   —¡Aszus!

   Meena dejó de acariciarle, su sonrisa desapareció lentamente, inclinó la cabeza y suspiró.

   —Pyar...

   —No, Meena, escúchame —dijo Kaira, sacandose el yelmo y dejándolo a un lado. Tomó las manos de Meena y sonrió ante las palabras que iba a pronunciar—: Tu familia está viva, todos y cada uno de ellos.

   Meena se alejó lentamente, se integró en la sombra y cerró sus puños temblorosos. Desvió la mirada hacía la mesa donde Kaira había dibujado unos bocetos a como creía que se veía de pequeña Meena.

   —¿Qué? —sollozó Meena, con el corazón amenazando con salirse de su pecho.

   —Hablé con la tripulación de los Torvar...—comenzó a explicar Kaira, estiró su mano y tomó la de Meena. Tirando de ella la regresó a donde daba el sol, ahora ella era la que acariciaba el cabello de Meena. Ambas comenzaron a llorar casi sin darse cuenta.— No fue fácil, pero después de crear esos bocetos logré dar con alguien que sí había oído algo de tu familia... Han repartido tu fotografía por todos lados buscándote, no han parado nunca. No perdieron la esperanza de que volvieras a casa... Eras tan pequeña que Ana María no te reconoció. —Kaira soltó una respiración temblorosa y con una enorme sonrisa volvió a pronunciar las palabras—: Amor, están todos vivos y esperan por ti.

   Meena cubrió su boca con una mano temblorosa, las lágrimas recorrieron sus mejillas. Su familia, sus hermanos, sus padres, todos estaban en casa.

   Y esperaban por ella.

   —Mi familia está viva, pyar —sollozó Meena, abrazándola.

   —Vamos a buscarlos, amor.


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