XXI: Huellas de perro.
(este capítulo contiene escenas de violencia explícita.)
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Los días pasaban y con estos los susurros de un futuro incierto e inevitable se alzaban entre las muchedumbres de Vulpes. La construcción de la Escuela para Niñas avanzaba como el hielo que se derretía. La Guardia Real ganaba fuerza, así como el respeto y admiración del pueblo. Las comarcas estaban en crisis, las Belladonas comenzaban a alejarse de la ala protectora del Bloque Negro y actuar por sí solas... fieles seguidoras de Lilith.
Grimn estaba de pie en el centro de la plaza, en completo silencio. Su rostro magullado, la mordida aún no había curado. Sospechaba una horrible cicatriz. Por la hora ya no había nadie en la calle, las constelaciones se hacían presentes en los cielos nocturnos. De brazos cruzados se volteó a mirar la cabaña abandonada de su padre, nadie se había atrevido siquiera a entrar y limpiarla.
Grimn elevó la mirada al cielo y observó a Pandora, recordaba la mañana que enterró al verdugo. Nadie había acudido a despedirle, ni siquiera Sauro. Las flores que brotaron del cuerpo de Sigmund desprendían el más horrible de los olores.
Frunció el ceño al ver los cuervos revolotear entre los tejados. Soltó un largo y grave silbido. Minutos después los loberos gruñían a su lado.
Extendió la máscara de Lilith hacia adelante, los perros se empujaron para ser los primeros en olerla. Con la saliva cayendo de sus hocicos gruñeron y el cabello de sus lomos se erizó. Grimn les observó, segundos después las garras de los animales comenzaron a arañar la piedra.
Se dividieron y enseñando los dientes se integraron en la ciudad. Les vio marchar con una sonrisa, había perdido la cuenta cuantos caninos había entrenado y no pensaba parar hasta tener los suficientes para rastrear a cada uno de los integrantes del Bloque Negro.
• ────── ☼ ────── •
Una Belladona trepó silenciosamente la estatua de Knglo, fuera de su templo. Se subió a sus hombros y comenzó a verter pintura roja. Cuando el cubo estuvo vacío, emprendió el camino hacia abajo. Resbaló por la pintura y cayó torpemente en un charco rojo en el suelo que chorreaba de la estatua blanca.
Oyó un sonido y se dio la vuelta atemorizada.
—Ah, eres tú —su mirada se relajó al reconocer a la figura—. Pensé que eras un Centinela.
—No deberías hacer estas cosas sola —dijo Lilith con tranquilidad a su lado, de pie observaba a Knglo, con una capucha negra cubriendo su cabello.
—Si si si, lo sé, lo siento. Es que siempre vengo con mi hermanastra pero esta noche ha tenido su primera bajada de la Luna y bueno, tú sabes —respondió, nerviosa y excitada. Observó a Lilith con una sonrisa de admiración. La sonrisa desapareció cuando Lilith se volteó a verla seriamente—. Vale, tienes razón, me iré a casa. Lo siento...
La joven volvió a observar la figura de Lilith y con una sonrisa se marchó correteando, cargando el cubo de pintura vacío. Lilith volvió a girarse a la estatua, su rostro cansado y aburrido. Era una noche silenciosa.
Frunció el ceño. Demasiado silenciosa... ¿Dónde estaban los Centinelas?
Comenzó a correr, siguiendo las huellas de pintura roja de la Belladona. Su intuición palpitaba con nerviosismo y el sudor frío recorría su rostro. Corrió con toda la velocidad que fue capaz, se relajó al verla caminando tranquilamente al final de la calle.
La sombra de Lilith se proyectó en el suelo, mientras aflojaba el paso y comenzaba a caminar tranquilamente. La acompañaría hasta su casa, algo no estaba bien. Su sombra llamó la atención de la Belladona, esta se dio la vuelta y entrecerró los ojos para mirarla. Sonrió al reconocerla y frenó el paso y la esperó, saludándola con la mano de manera infantil.
A Lilith se le escapó una pequeña sonrisa al ver a la joven tan feliz de verla. Hasta que un lobero saltó desde la oscuridad y clavó sus colmillos en el cuello de la Belladona. En el rostro de Lilith se dibujó el horror, extendió sus revólveres y disparó.
El canino aulló y cayó sin vida sobre la joven. Lilith llegó a su lado y apartó el cadáver.
—¡Lilith, por favor! —gritó la chica al verla, cubriendo la herida con sus manos—. ¡Ayúdame por favor! ¡No quiero morir!
Con la mirada asustada Lilith se arrancó la capucha, la tela se desgarró y la colocó en el río de sangre, intentando parar la hemorragia.
—¡Freyja! —gritó Lilith, volviéndose afónica—. ¡Freyja!
—¡No quiero morir! ¡Por favor! ¡Tengo mucho miedo, quiero irme a casa! —lloraba la joven. Era difícil entenderle, la sangre brotaba de su boca descontroladamente.
—Tranquila, estarás bien —mintió Lilith, con lágrimas que surcaban su rostro—. La ayuda está en camino.
La joven tosió sangre, manchando el rostro de Lilith. Esta pestañeó asustada, se limpió el rostro rozandolo con la tela de su hombro y volvió a mirar a la Belladona cuando su cabeza caía hacia atrás. Sus ojos sin vida, pero llenos de miedo.
Lilith la soltó enfurecida, se puso de pie, se dio la vuelta y pateó el cadáver del lobero.
—¡Voy a matarte, maldita basura! —gritó Lilith al viento, pensando en Grimn.
Freyja saltó desde un tejado, con la respiración acelerada observó el cuerpo sin vida de la Belladona. Había venido lo más rápido posible, no fue suficiente.
—¿Qué pasó? —exclamó confundida.
—¡¿Dónde mierda estabas?! ¡Podrías haberla salvado! —gritó Lilith, señalando a la joven.
—No, no hubiese podido —se defendió Freyja, señalando la garganta destrozada de la adolescente.
El viento comenzó a soplar enloquecido, casi tirando a Freyja al suelo. Las nubes cubrieron el cielo.
—¡Lárgate! ¡No quiero verte! —chilló Lilith.
—Hay loberos por todas partes, debemos-
—¡Vete! —gritó Lilith. El cielo se iluminó con un relámpago, la lluvia comenzó a caer sobre las palabras dichas y la ciudad tembló debido a los truenos que resonaban.
Los ojos de Freyja le observaron, eran una advertencia. Se dio la vuelta sin decir más y se marchó.
Lilith tomó los dos revólveres en su mano y se preparó para ir en busca de Grimn, sin embargo, un lobero cortaba su camino. Levantó el arma y apuntó. Antes de que pudiera disparar sintió el dolor de una mordida en su tobillo. Cayó al suelo y se dio la vuelta. Estiró los brazos asustada cuando el perro se lanzó sobre ella. Ladraba y gruñía, mordiendo el aire, intentando llegar a su rostro. Ella lo sostenía, pero el animal se movía demasiado y ya podía sentir el calor de su aliento.
Dobló la pierna y golpeó el estómago del perro con la rodilla. El lobero se apartó e intentó atacar otra vez, pero ella rasgó su rostro con Aela, se lanzó sobre él, tomó su cabeza con ambas manos y torció su cuello rápidamente. Se oyó un clack y el perro dejó de respirar.
El otro perro se lanzó sobre su espalda, Lilith se arrojó al suelo esquivandolo. Se puso de pie de un saltó y disparó dos veces, el perro tropezó, rodó y murió.
Una flecha pasó al lado del rostro de Lilith y se clavó en la roca de la casa a su lado. Se dio la vuelta, Grimn sonreía con su ballesta en alto y casi diez perros más detrás de él. El Centinela estiró la mano y arrojó algo a los pies de Lilith. Ella bajó la mirada y tomó entre sus manos su máscara, la colocó en su brazo. No le apetecía cubrirse el rostro esa noche.
Rápidamente Lilith comenzó a correr y disparó a su contrincante, quien desvió la bala con la ballesta, sorprendido por el ataque repentino. La cadena de Selene se enredó en su tobillo y cayó al suelo, Lilith saltó sobre él, con una rodilla sobre su garganta. Él comenzó a golpear su estómago pero ella no se movió, se inclinó hacia adelante con Aela en la mano y apuntó a su rostro.
Sin embargo, él se movió a un costado y Aela se enterró en la roca. Estiró su brazo y tomó a Lilith de la garganta, la arrojó a un costado y se puso de pie.
Corrió hasta ella y pisó su pecho dos veces, deseoso de escuchar sus huesos crujir. La tomó de sus ropas y la volvió a arrojar.
Lilith soltó un gemido, se incorporó como pudo y disparó. Grimn se dobló de dolor al sentir la bala enterrándose al costado de su pecho. Lilith sonrió con los dientes ensangrentados y un ojo hinchado, hasta que un perro la tomó del cabello y otra de un tobillo.
—¡No! —chilló Lilith asustada.
Grimn se cubrió la herida con la mano y gruñó, comenzó a controlar su respiración. Lentamente se enderezó, el dolor comenzó a desaparecer y una sonrisa dibujarse en su rostro al ver a Lilith perder sus fuerzas.
Lilith le pegó una patada en el hocico con su pierna libre al perro que mordía su tobillo, estiró las manos hacia atrás y enterró sus dedos en los ojos del otro perro, huyó asustado y cegado. El otro se lanzó sobre ella, pero Lilith clavó la punta de Selene en su pecho tres veces. Lo apartó de una patada y se puso de pie, sin ni siquiera pensarlo, con la adrenalina corriendo por sus venas, disparó siete veces.
La mayoría de los loberos cayeron, otros huyeron mal heridos.
Lilith se giró y apuntó hacia Grimn, apretó el gatillo. Solo se oyó un click. Se había quedado sin balas. Grimn dio dos pasos hacia adelante y le arrebató las armas, lanzándolas a la oscuridad, tal como había pasado con su ballesta.
Con una mano la tomó del cabello, con la otra le depositó un puñetazo en el centro del rostro. La cabeza de Lilith golpeó hacia atrás, esta hizo girar su brazo derecho, liberando su cabello, luego con ambas manos empujó a Grimn lejos de ella.
Tomó a Selene y la lanzó hacia adelante, pero Grimn ya conocía sus movimientos. Atajó la cadena y la enredó en su mano, atrayendo a Lilith de un tirón hacia él. Esta soltó el otro extremo cuando ya era tarde, se dio la vuelta y quiso huir, pero él la agarró con ambas manos y la apretó contra sí. Dio tres pasos, atrapándola contra la pared, el rostro de Lilith apoyado en la fría piedra, el aliento de Grimn en su oído.
Las lágrimas surcaban el rostro de ella, él las secó con la punta de Selene.
—No llores, no voy a matarte —susurró él, sonriendo y acercándose para olerla—. Esto está lejos de terminar, Lilith.
—¡Suéltame! —chilló ella.
La respuesta de él fue apretar más su cuerpo, dificultando la respiración y clavar lentamente la punta de Selene en las costillas de Lilith. Esta gritó al sentir su piel ceder y la punta del acero ingresar lentamente en su cuerpo.
Grimn sonrió ante su llanto y ralentizó sus movimientos, comenzó a girar la punta.
De pronto sintió un calor avasallante, su sonrisa desapareció, se alejó torpemente liberando a Lilith y dejando caer a Selene al suelo. Se observó la mano, el acero de la cadena se había calentado y había quemado todo su brazo y la palma de su mano.
Grimn levantó la mirada, Lilith se había dado la vuelta y apoyaba su espalda en la pared, se mantenía a pie a duras penas, aún así sonrió cuando vio el temor en los ojos de Grimn.
—Tú... demonio —susurró Grimn.
Lilith dejó escapar una carcajada y apoyó la cabeza en la piedra, estaba mareada y le dolía todo el pecho.
—Eres tan estupido —se esforzó por decir. Bajó la mirada para encontrar los ojos del Centinela, escupió sangre y se enderezó, con ambos puños hacia adelante. Detrás de Grimn se elevaba la enorme figura de Knglo cubierta de pintura roja, por un pequeño pestañeo Lilith juró que la estatua del Tejedor estiraba su mano hacía ella.
Aquella sensación la perseguiría siempre desde aquel instante.
Un perro enorme, blanco con manchas marrones saltó sobre Grimn, derribándolo. Seguido por una figura femenina vestida de negro, quien se acercó a Lilith y la observó preocupada. Cressida se sacó la máscara y gritó:
—¡Lilith, no te duermas!
¿Se estaba durmiendo? pensó Lilith. Estaba sentada en el suelo, apoyada en la pared, ¿en qué momento se había dejado caer? Ah, sí, tenía sueño después de todo.
Cressida se dio la vuelta y le gritó a alguien a su lado.
—¡Manténla despierta! ¡Ha perdido mucha sangre!
Meena se agachó a su lado y agitó a Lilith con suavidad.
—Lilith, por favor, mírame.
Lilith abrió los ojos como pudo y observó el rostro de Meena preocupada, quien miraba a todas direcciones. Cressida y su perro Costus luchaban contra Grimn.
—Meena —sollozó Lilith, estirando su mano hacia ella.
Meena entrelazó sus manos y le regaló una triste sonrisa.
—Si, Lilith, aquí estoy —acarició su rostro y se dio la vuelta exclamando—: ¡¿Dónde está Freyja?!
Meena salió disparada hacia un costado, golpeada en el rostro por Grimn. Lilith tosió y observó como el Centinela se arrojaba sobre Meena, golpeando su rostro. Sollozó y desvió la mirada, Cressida estaba en el suelo, fruncía el ceño y tenía ambas manos en su estómago. Costus lloraba y aullaba a su lado desesperado.
—No... —murmuró Lilith, al ver a Aela clavada en el pecho de Cressida.
Meena logró derribar a Grimn, se colocó sobre él y comenzó a golpear su cabeza contra el suelo con toda la fuerza que pudo. Se detuvo al notar el grupo de Centinelas que aparecía al final de la calle, corrían hacia ella preparando sus ballestas.
Meena bajó la mirada hacia Grimn, había perdido el conocimiento pero todavía respiraba. Levantó la mirada y observó a Lilith cabeceando, Cressida en un charco de sangre.
Tenía que acabar con Grimn, era su única oportunidad. Sin embargo, supo que se le había acabado el tiempo cuando las flechas comenzaron a silbar en sus oídos. Se puso de pie y tomó a Lilith entre sus brazos, esta se quejó. Meena la arrastró hacia Cressida y se arrodilló a su lado.
Extendió las manos hacia ella.
—No —le detuvo Cressida—. Marchate Meena, no podrás con ambas.
—Callate, Cressida. No estamos para más funerales...
Lilith soltó un gemido y llevó su mano a su costado, no paraba de sangrar. Meena la miró preocupada. Un Centinela llegó hasta Grimn, lo levantó del suelo y lo colocó sobre su hombro. El resto corría hacia las mujeres.
—¡Por todas las Diosas, Meena! ¡Vete ya! —gritó Cressida enfurecida.
Meena suspiró, se puso de pie y rodeó a Lilith con su brazo. Sin mucha convicción se alejó lentamente, esperando a que Cressida cambiara de opinión.
—Por favor, llévate a Costus —rogó Cressida con una sonrisa torcida, intentando tranquilizar la culpa de Meena.
Con la mirada nublada por las lágrimas, Meena tomó la cadena de Costus y comenzó a tirar de este, quien lloró y se resistió con todas sus fuerzas.
—Lo siento —susurró Meena, observando los ojos de Cressida que pestañaban lentamente. Su voz se quebró por el llanto.
Corrió lo más rápido que pudo, se metió en un callejón y ató a Costus en una valla. El perro intentó atacarla, desperado por regresar con su dueña. Meena lo esquivó y saltó a un balcón, luego tomó a Lilith de las axilas y así poco a poco subió hasta el tejado.
Cuando los Centinelas perdieron su rastro, se dio la vuelta y se asomó. La lluvia había parado. A tiempo para ver como un Centinela se acercaba al cuerpo inmóvil de Cressida. La joven había muerto sonriendo, observando las estrellas.
Con la luz del alba, Zheng Yi Sao finalmente la encontró.
Meena estaba sentada en un tejado, con la espalda apoyada en una chimenea, Lilith descansaba en su regazo, con los ojos abiertos observando el amanecer y respiraba con dificultad. La hemorragia había parado gracias a las vendas de Meena, quien con la mirada perdida acariciaba el cabello suelto y enmarañado de Lilith.
Las botas de Sao retumbaron en las tejas, se arrojó al suelo, lastimando sus rodillas y tomó a Lilith de los hombros, levantándola y abrazándola. Los ojos de Lilith expresaron pánico, y sus manos permanecieron a los costados incapaz de abrazar a Zheng Yi Sao.
—Mi niña, aquí estás... —sollozó la mujer rodeándola con sus brazos, teniendo cuidado de no hacerle daño.
Finalmente se apartó y con una sonrisa observó a Lilith, está aprovechó el momento y se puso de pie como pudo, alejándose.
—Lilith, por favor... —rogó Sao, incorporándose y estirando los brazos hacia adelante— No huyas de mí... Todo estará bien.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Lilith, con la mirada llena de dolor y las palabras llenas de remordimiento. Se dio la vuelta y dirigiéndose a Meena le dijo—: ¿Cómo puedes seguir amándola?
Meena se limitó a mirarla seriamente, sentada en el suelo respiraba con dificultad. Sao negaba con la cabeza, no reconocía a Lilith.
—¡¿Cómo pueden perdonarla?! —gritó Lilith, señalando el palacio—. ¡Ella es la razón por la que esta guerra aún no ha acabado! ¡Perdimos todo y aun así la celebran!... Las necesitábamos, a las niñas, a las brujas. Ahora no están y Grimn continúa asesinandonos. ¡Es la Reina y aún no lo ha detenido! ¡Abran los ojos!
—Lilith, si tan solo escucharas —insistió Sao, acercándose a ella y colocando su mano en el hombro de la joven—. Estamos cerca, pronto nos podremos olvidar de los Centinelas-
—¡No! —interrumpió Lilith, dando un paso hacia atrás. Sao se apresuró para agarrar ambos de sus brazos. Comenzaron a tironear—. ¡Olvidan y perdonan demasiado!
Meena se puso de pie y suspiró, viendo a la mujer y a Lilith luchar.
—¡Para de resistirte, Lilith! —exclamó Sao, desesperada—. ¡Te vienes a casa conmigo!
—¡Nunca voy a volver! —gritó Lilith, enseñando los dientes. Se zafó del agarre y empujó a Sao, saltó al vacío y desapareció.
Meena se apresuró para atajar a Sao, quien había tropezado y casi caído por el bordillo. La mujer se incorporó desesperada y se asomó a la calle. Juntas saltaron al callejón por donde Lilith había huido.
—¡No, no otra vez! —maldijo Zheng Yi Sao al perder de vista a Lilith.
Meena se sentó sobre un barril, junto a la cadena de Costus. El animal había escapado.
• ────── ☼ ────── •
Kaira seguía a Camila, ambas caminaban apresuradamente, Boris la seguía. Camila abrió la puerta, salieron a los establos. Farkas les esperaba dándoles la espalda, con Aela en su mano, la había limpiado. Se dio la vuelta, Costus estaba sentado a su lado cubierto de sangre. Ladró y agitó la cola emocionado al ver a Kaira. Esta se arrodilló en el suelo y lo acarició, confundida levantó la mirada y observó a Farkas.
—Grimn está inconsciente. Un ejército de Centinelas protegen su puerta y no parecen siquiera entender cuando les hablo —explicó Farkas, suspiró y con dolor susurró—. La Guardia ha traído un cuerpo... Cressida no ha sobrevivido, lo siento.
Kaira se dejó caer en el suelo, manchando su vestido con tierra. Costus se recostó a su lado, apoyando su hocico en su regazo. Ella no dejó de acariciarlo. Camila se dio la vuelta y se marchó sin decir nada, ocultando su llanto.
—Alteza —dijo Boris—. No sé qué orden tendrán los Centinelas pero la mayoría se han marchado a las comarcas, y los que se han quedado no se mueven de su puesto junto a Grimn.
—No se moverán hasta que él no diga lo contrario.
Se hizo el silencio, Boris y Farkas compartieron una mirada, preguntandose que le había hecho Grimn a la cabeza de aquellos hombres. Kaira se puso de pie y se alisó la falda del vestido, Costus seguía sus movimientos.
—No podemos hacer nada con sus tropas junto a él —exclamó ella—. Sin embargo, esta es nuestra oportunidad de tomar el Reino para nosotros. Recemos que jamás despierte y sus Centinelas mueran de hambre junto a él.
• ────── ☼ ────── •
El Sol del mediodía molestaba el rostro de Lilith, hasta que una figura la ensombreció. Abrió los ojos, estaba sentada en una esquina, oculta detrás de unas cajas en el mercadillo. Freyja la tomó de la mandíbula y la obligó a tomar agua.
—Aquí estás —susurró preocupado—. Creí que habías muerto, encontré algunas de tus cosas pero no tu cuerpo. Te busqué por todos lados...
Lilith cerró los ojos y busco las manos de Freyja, se aferró a ella.
—Por favor, no vuelvas a dejarme.
Freyja se inclinó, besó sus labios y la ayudó a levantarse.
—Vamos a casa, amor —le susurró.
• ────── ☼ ────── •
Wilhelm abrió la puerta de La Choza y observó preocupado a Sao, estaba sentada en un sofá, agarrando su cabeza. En su rostro podía verse que se había pasado la mañana llorando.
—Meena le está informando a la familia —explicó Will, refiriéndose a la Belladona, arrodillado frente a la capitana.
Sao se limitó a asentir.
—Quiero que veas esto —dijo el hombre, extendiendo el zapato de la Belladona muerta, a Sao.
La capitana se enderezó extrañada y lo tomó entre sus manos, tocó la suela. Entre sus dedos observó la arena de Verum.
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