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XX: Altos susurros.

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   Sentado en el borde de su cama, Grimn se amacaba nervioso casi sin darse cuenta. Mordía sus uñas, sus dedos sangraban; la joven dormía desnuda a su lado, con heridas en su cuerpo producto del amor de Grimn.

   Grimn se quedó quieto de pronto, se arrojó al suelo sobre una montaña de papeles y tomó una vieja carta, fechada trece años atrás.


   "Cabaña incinerada bajo circunstancias sospechosas. Lazo de sangre directo con familias originarias (Aela "Kurak Ñaña") por parte de madre.
   Behemoth G. Khang muerte por asfixia. Selene de Behemoth G. Khang muerte por incineración.

   Única superviviente: Lilith G. Khang, 5 años. Presunto altamente peligrosa.

   Se la enviamos inmediatamente con las debutantes de Apis.
Probable candidata para nuevos herederos.

   Repito: exterminarla una vez que el niño haya nacido, altamente peligrosa en caso de Despertar.

   Que en paz amanezca, bajo el cuidado de Egot y el liderazgo de Knglo.

E. J. Epstein."


   —Que trágico... —susurró Grimn. Una sonrisa se dibujó en sus labios—. Con esas caderas hubiese parido un heredero al trono increíble.

   Soltó el papel, se colocó una ropa en mejor estado y salió de la habitación.

   La joven esperó unos largos minutos, hasta que no oyó nada. Se puso de pie en silencio y se arrastró hasta el suelo, tomó el papel entre sus manos y con el ceño fruncido leyó.

   ¿Qué carajos es el Despertar? pensó para sus adentros.

   La muchacha se vistió con rapidez, abrió la puerta silenciosamente y se asomó al pasillo. No había nadie y apenas comenzaba a verse el amanecer en el horizonte. De la cocina se oían sonidos, las doncellas preparaban el desayuno.
   Le aterraba que le descubrieran, debía irse, sin embargo antes tenía que hacer una cosa. Corrió por los pasillos en silencio. Minutos después regresó al Murmullo de los Duendes, abrió la reja y saltó al vacío.

   Entre las torres del Palacio de los Zorros, Meena observaba la figura deslizarse por las tejas con toda facilidad e integrarse en la oscuridad de la ciudad. Saltó detrás de ella y comenzó a seguirla. No le importaba el dolor en su cuerpo, La Liberación no podía esperar.
   La desconocida saltaba entre tejado y tejado y se balanceaba agarrándose de la ropa tendida o cañerías que cruzaban de casa en casa, iba paseando, ajena a la compañía. Meena sabía que la conocía, aquellos movimientos ágiles y silenciosos solo podían significar una cosa: habían sido traicionadas.

   La joven saltó al vacío y se agarró de una cañería dorada, sin embargo, sus dedos se resbalaron y cayó al vacío. Meena la vio desaparecer entre las casas, corrió hasta el bordillo y se asomó. No había nadie.
   La desconocida sabía que la seguían... En ese momento las dudas se disiparon en la mente de Meena: Era una integrante del Bloque Negro.

   —Cuando logre cazarte... —murmuró entre dientes Meena, se tragó el resto de su amenaza para cuando estuviera cara a cara con la traidora.

   Se dio la vuelta y retomó el camino de regreso al castillo.


   Saltó por la ventana hacia dentro, dando una vueltera en el suelo. Un Guardia Real se sobresaltó y levantó su espada. Meena se puso de pie lentamente y elevó las manos. El guardia la observó, su respiración se calmó y la saludó con un asentimiento de cabeza cargado de respeto al reconocerla.
   El guardia se marchó y continuó patrullando, despierto y listo para defender a la pareja real de ser necesario. Wilhelm había hecho un labor increíble, pero con cada habilidad adquirida de parte de la Guardia Real, más crecía la tensión con los Centinelas. Estos se mantenían estables, apenas pisaban el castillo y se dedicaban a cazar a las Belladonas. El ejército había sido dividido en cuatro partes, tres de estas habían sido enviadas a las comarcas, decididos a acabar con los pleitos que las mujeres estaban causando en las calles.

   Meena continuó su camino, bajando las escaleras, pasó cerca de la cocina y se detuvo al oír a Camila.

   —No tengo más disculpas en mi cuerpo, me estoy marchitando de tanto rogar tu perdón, Valeria.

   La cocina estaba en silencio, y la voz de Camila en calma. Meena se asomó por la puerta, encogiéndose para que no la vean.

   —Esto es una guerra, te ruego que lo veas. Y no hay un día que la ausencia de Ingrid en los pasillos no me destroce. Pero no voy a parar. He perdido a mi madre, a todas mis amigas y estoy sola. Pero no voy a rendirme, y el día que sean libres me lo van a agradecer.

   Las doncellas: Fabiola, Esther, Claudia, Valeria y Teresa, continuaban con su labor, ignorando a Camila lo mejor que podían. Sus manos temblaban, las de Camila estaban firmes.

   —No hay pérdida lo suficientemente grande para que esto me parezca en vano. —Camila estaba de pie a un costado, observando la luz del amanecer entrar a caudales por una de las ventanas superiores. Su voz se oía dulce como de costumbre, en ella podía oírse cuanto extraña a sus hermanas—. Puedo perder hasta mi propia vida, pero no esta guerra. Lo hago por cada una de ustedes...

   Meena se alejó de la puerta y pestañeó repetidamente, Camila es increíble, comprendía perfectamente que ella fuera la responsable de que La Liberación se hubiese integrado en los corazones de las doncellas... al menos de la mayoría.
   Se asomó al salón y observó la cúpula, seguía rota, unas cadenas cubrían el agujero. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar a la Bestia, los rayones de sus garras poblaban las paredes y los suelos. En una sombra oculta espero a Camila, cuando esta salió de la cocina le sonrió con dulzura fingiendo paz interior, sin embargo, no dijo palabra.

   Camila la guió hasta La Corte, susurró un adiós y se marchó con pasos silenciosos y pausados. La puerta estaba abierta y Boris la saludó con una reverencia. Dentro, una luz azulada danzaba como las olas en las paredes exteriores. El rosado del amanecer hacía ver a la Reina, quien estaba de pie frente a la mesa, como un ser mágico.

   Meena le sonrió a Boris y se posicionó de pie detrás de Kaira. Esta llevaba una falda verde que poco a poco se volvía del color del chocolate, para terminar con una franja dorada. Una camisa blanca de mangas románticas y un chaleco dorado. Su cabello en dos rodetes con cintas largas, color verde pino. El collar que Meena le había obsequiado resaltaba especialmente aquella mañana. Observaba unos frascos de cristal con contenidos densos y apuntaba lo que veía en una libreta.
   Boris salió lentamente y cerró la puerta, dejándolas solas.

   Un tocadiscos musicalizaba La Corte, con un violín y tres flautas. Estaba junto a un piano de madera, sin pintar. Era nuevo.
   Meena caminó hacia ella y la abrazó, Kaira sonrió y la saludó con unos susurros, pero continuó concentrada en su tarea. El olor del vino llegó finalmente a la nariz de Meena. Esta se tensó y preocupada susurró:

   —¿Kaira, has estado tomando? —se alejó dos pasos y la observó.

   Kaira elevó la mirada sorprendida y negó efusivamente. Meena dio dos pasos hacia la mesa y comenzó a oler los frascos, todos contenían vino.

   —¡Kaira! ¡¿Pero qué haces?! —exclamó tocando todos los objetos en la mesa, desordenándolos. Estaba desesperada. Kaira la observaba petrificada—. ¡Prometiste decirme si volvías a recaer! ¡Hay que llamar a Victoriano!

   Sus manos temblorosas volcaron uno de los frascos, Kaira se apresuró a levantarlo antes de que se estrellara contra el suelo. El vino se regó en los papeles de Kaira.

   —Meena, para —Kaira tomó las manos de la otra y le obligó a mirarle—. ¿Te parece que he bebido? Prometiste confiar en mí.

   —No puedes estar aquí con todo esto ¿qué estabas pensando? Por favor...

   —¡Meena! —exclamó Kaira, Meena soltó un suspiro y cerró los ojos—. No he vuelto a beber.

   Meena chasqueó la lengua y se soltó del agarre de Kaira, cruzó los brazos y se apoyó en la mesa, mirando la espuma de las olas.

   —Realmente quiero creerte, Kaira... pero ya sabes... —murmuró molesta.

   —Auch —respondió Kaira con el ceño fruncido.

   Meena no se movió, Kaira no volvió a abrir la boca, se dedicó a limpiar el desastre que Meena había provocado. Finalmente, cuando comenzó a secar sus papeles, contó con tranquilidad:

   —Victor la ha tenido difícil, comenzó a beber con apenas diez años y el alcohol estaba en cada una de sus rutinas —hablaba serenamente, ordenando los papeles y mirando de reojo a Meena, el rostro de esta comenzaba suavizarse—. Poco a poco, en estos últimos meses, Wilhelm lo ha estado ayudando a encontrar cosas sanas para reemplazar los licores... Las noches en las que está solo son las más difíciles, y ha tenido un par de deslices. Pero siempre acude a Will, aún está en aquel pantano pero se mantiene a flote.

   La canción del tocadiscos terminó, se oyó un click y a continuación unas tuercas. El disco dio la vuelta y comenzó a sonar una balada sombría en un piano.

   —¿Entonces me dices que tú ya has dejado ese pantano? —Las palabras de Meena eran frías, preocupadas.

   —La mayoría del tiempo...

   —Tu cabello huele a borracho tirado en el suelo de un callejón.

   —¡Meena!

   Meena se incorporó y todavía con los brazos cruzados se giró para mirar a Kaira, los papeles en su mano goteaban vino sobre su chaleco.

   —¿Qué quieres que te diga, Kaira? Mirate.

   —¿Es que no te das cuenta que estoy trabajando en algo?

   —¡¿En que?! ¡No tiene sentido! —Meena estiró los brazos hacia adelante y señaló las copas, tenían forma de rosa y el vino se integraba hasta su base serpenteante. Podía jurar que no era la primera vez que las veía—. ¡Admite que te he descubierto!

   —¡No he vuelto a beber desde que nos hemos casado, Meena! —Kaira gritó, sus mejillas se tornaron coloradas y sus manos arrugaron los papeles sin querer.— ¡Solo sueño contigo, con nosotras, cuando estoy sobria!

   La voz de Kaira retumbó en La Corte, Meena se cruzó de brazos y la observó con el ceño fruncido.

   —Comencé a beber porque era la única manera de no tener pesadillas con mis padres... —explicó, con las mejillas encendidas y los ojos muy abiertos—. Cuando el licor dirigía mis sueños, el mareo del aguamiel se transformaba en el movimiento de las olas, en un barco que me llevaba muy lejos de aquí.

   »Tu cambiaste mi realidad, Meena. Y quería soñar contigo, ese era el verdadero sueño hecho realidad... Cuando viajamos por las comarcas descubrí que solo te encuentro en mis sueños cuando estoy sobria, estable. Aún soñaba con galeones cuando bebía pero tú no estabas ahí. ¡Deje de beber porque tu rostro es paz, y quiero verlo cada día, Meena!... ¡No me acuses porque no voy a beber si te quedas a mi lado!

   Se hizo el silencio y las paredes temblaron debido a una ola, unos peces dorados se acercaban al cristal y observaban el interior de La Corte. Meena soltó una carcajada sorprendida y se acercó a Kaira, apartó los papeles y tomó su rostro entre sus manos, besándola. Kaira acabó por sonreír y rodear las muñecas de Meena con sus fríos dedos.

   —Lo siento, pyar, lo siento mucho. Me asusté, perdóname. Te amo —susurraba Meena—. Vamos, dime en qué estabas trabajando.

   Kaira sonrió encantada, susurró que también la amaba y señaló los vinos.

   —No es solo vino, es nuestra distracción para el gran día. —Meena se posicionó a su lado y con una sonrisa observaba a Kaira explicarle, entusiasmada como una niña. Ahora le mostraba sus apuntes y bocetos.— Para que La Liberación ocurra, tenemos que sacar a Grimn del medio. Haremos un baile y... ¿Qué es esto?

   Kaira se interrumpió y negó con la cabeza confundida tomando en sus manos un papel doblado, leyó el contenido y con el miedo y extrañeza en su mirada se lo extendió a Meena. Lo primero que esta leyó era una frase en el centro de la carta:

   "Única superviviente: Lilith G. Khang, 5 años. Presunto altamente peligrosa."

   Luego, sus ojos viajaron hasta el final del papel donde una letra temblorosa había escrito:

"Va a por ella, se ha obsesionado.

Ha dejado de comer y está entrenando más loberos.

Hay que actuar YA."


   —¿De quién es eso, Meena?

   —La traidora siente culpa —murmuró Meena, con la mirada clavada en la carta.

   Meena se marchó en la tarde, se reunió con Sao y juntas intentaron descifrar quien había traicionado su confianza. No había pistas, y la letra de la carta era demasiado temblorosa para identificarla. Acabaron obsequiándosela a Okoye para que soltara una maldición sobre ésta. El sangrado en los ojos de la niña no había vuelto, también no había vuelto a exigirse demasiado. Guardaba sus fuerzas para el día de La Liberación y Octubre guardaba su secreto, siempre y cuando ésta se mantuviera fuera de peligro.

   En Apis, Suscitavi y Mare Turtur, continuaban las revueltas cada día. Las mujeres comenzaban a revelarse y cada día más padres y maridos se sumaban a la lucha. Sin embargo, los amantes de las opresivas costumbres defendían las tradiciones con gran violencia. La guerra se había infiltrado en las calles y los Duques no sabían muy bien qué hacer. Acabaron por dejar todo a manos de los Centinelas, quienes intentaban reprimir a las Belladonas y acabar con la Rebelión. Sin embargo, los integrantes del Bloque Negro las defendían y distraían a los violentos guerreros.

   En Vulpes, en Marítima Regio, se preparaban para la inminente guerra que se aproximaba. El reloj estaba en su contra, la mitad del pueblo también; y Grimn, quien estaba extrañamente tranquilo, no les dejaba dormir ante la incógnita.
   Poco sabían los tormentos que protagonizaban sus noches, había perdido el apetito y el estómago le dolía constantemente. Casi no podía oír la sensata voz de Egot, Knglo le había mandado a callar.

   Estaba perdiendo la paciencia.

• ────── ☼ ────── •

   El séquito real estaba en Marítima Regio, Farkas caminaba por las calles con tranquilidad saludando a sus amistades y familia. Charlaba con Yong sobre la bestia.
   Kaira caminaba lentamente detrás de ellos, Camila y Boris a su lado.

   —¡Camila! —gritó una joven a lo lejos.

   Era Ana María, la doncella de la tripulación de los Torvar, proveniente de Cubanacán y amiga de Emiko. Corría hacia Camila y tiraba de la mano de Heba.

   —¡Camila, no te veo hace una eternidad! —le saludó Ana María. Camila las recibió con una sonrisa y las tres comenzaron a charlar con dulces sonrisas.

   Kaira les observó y se dio la vuelta para mirar a sus alrededores. Acabó observando que Farkas se había quedado solo, Yong se había alejado a un puesto para remendar zapatos para saludar a un viejo amigo.
   Farkas estaba de pie, con las manos en los bolsillos observaba a Kaira con una pequeña sonrisa en sus labios. Ella le sostuvo la mirada, mientras la multitud pasaba a sus alrededores.

   Ambos comenzaron a caminar lentamente y se encontraron en el centro.

   —¿Por qué estamos aquí? —preguntó Kaira con severidad.

   Farkas enseñó los dientes con una sonrisa y paseó la mirada por su rostro.

   —Estoy visitando a mi familia... —Kaira frunció el ceño ante la respuesta y resopló. Farkas dejó escapar una carcajada, se inclinó hacia ella y susurró—. Llegaron unos cargamentos desde Suscitavi para la Guardia Real... Y Yong necesita unas piezas cruciales que le faltan para los motores.

   Kaira sonrió y sus ojos brillaron. Farkas arrugó la nariz e insistió:

   —Para nuestra nave.

   —¿Nuestra? —respondió con un hilillo de voz, Kaira, elevando las cejas.

   Camila, Ana María y Heba soltaron una carcajada a la lejanía, inmersas en su conversación. Yong y el anciano discutían de broma a los gritos. Los niños, hijos de extranjeros pero nacidos en Vulpes correteaban a su lado. El atardecer pintaba el cielo de morado y naranja. Las luces de las calles comenzaban a encenderse.

   —Si, sí vienes conmigo. ¿Vendrás?

   Kaira cerró la boca y sopesó las palabras oídas. Farkas frunció el ceño, pareció entender lo que los latidos de Kaira intentaban decirle. Se apresuró a aclarar:

   —Tú y Meena, las llevaré a donde quieran.

   Kaira sonrió ilusionada.

   —...iremos contigo.

   Farkas asintió y desvió la mirada con nerviosismo, comenzó a caminar por la borda/calle hasta una barandilla donde descansó ambos brazos. Kaira imitó su posición.

   —Quiero oír la historia de Porto d'Oro.

   Farkas le miró sorprendido, elevando las cejas. Luego dejó escapar una carcajada al cruzar miradas con Yong a la lejanía.

   —Hay un lugar, muy lejos de aquí. "Olissipo"... —Farkas comenzó su relato con una sonrisa, observando el rostro atento de Kaira.— Fue uno de los primeros lugares a los que mi padre me llevó, en busca de mi talento, decía él. Unas tierras de gente amable, centrado en la minería y la exportación de joyas, con un idioma dulce y complicado. Las coronas de todo el mundo se fabricaban allí. El continente entero está repleto de cuevas, viven debajo de cielos de rocas de una tierra anaranjada. No lo imagines como algo oscuro, es un lugar increíble... Algo así como si El Corazón fuera una ciudad enorme.

   Kaira asintió lentamente y una sonrisa se asomó en sus labios.

   —El puerto estaba colocado en una de las salidas de la cueva, y cada uno de los edificios de este estaba hecho enteramente de cristal, con bordes metálicos dorados. Allí podías encontrar de todo, en especial sobras de minerales y materiales de construcción. Mi padre me llevó allí para ver si algo de aquello llamaba mi atención... El atardecer fue lo que me cautivó, cuando el último rayo de luz anaranjada se filtró por una de las grietas de la roca y el puerto enteró comenzó a brillar como si estuviera hecho con lingotes de oro puro. En ese momento, caminando entre casetas de oro, me entusiasmé y creí haber encontrado mi talento entre las minas, pero cegado por el brillo choqué contra un muchacho que cargaba una caja repleta de piezas obsoletas. Yong me sonrió y se disculpó, a pesar de que yo había chocado con él.

   Kaira soltó una pequeña carcajada, cubrió su boca con su mano. Farkas paró el relato para oírla, pararía una orquesta entera de ser necesario para oír su risa. Ligeramente avergonzada, Kaira se giró para mirarle de frente.

   —Creía que Yong venía de Zhong Guo... —susurró Kaira mirando los ojos de Farkas, sus labios y otra vez sus ojos, en un triángulo. Uno en el que todas las naves se hundirían bajo el peso de sus suspiros.

   —¡Si! Pero estaba estudiando con una beca en Olissipo en una de las mejores escuelas de mecánica, en dos años acababa sus estudios —explicó él, bajando la mirada y sonriéndole al suelo. Suspiró y se enfrentó a la mirada de Kaira—. En fin, por mi descuido casi regamos el suelo del puerto con todas sus piezas, por suerte solo cayeron al suelo algunas... Él se presentó y pasamos la tarde juntos, prometimos volver a vernos cuando él acabara la beca. Me obsequió las piezas que se habían caído, rogando que no le olvide, y nos despedimos... —Farkas dejó que el silencio les invadiera, oyó las olas y la respiración tranquila de Kaira a su lado.— Los años restantes me los pasé en Norviega aprendiendo sobre tecnología, inventos y cómo funcionaba cada máquina. Encontré mi vocación en la ingeniería. Comencé a soñar con inventar una máquina que cambiaría los viajes en alta mar para siempre. Pero faltaba algo... Una noche, una nave espléndida protagonizó mis sueños y mi padre me prometió recorrer el mundo entero para que yo encontrara los conocimientos necesarios y cumplir mi sueño de crear una máquina jamás vista. Él dijo que su sueño era navegar y nos llevaría a donde sea para seguir el mío... y así fue. Nos preparamos para recorrer el mundo y conocer a cada inventor en el mundo. Armamos la tripulación, Freyja fue la última en sumarse —Kaira sonreía como una niña hechizada por su cuento para dormir favorito.—, y regresamos a Olissipo.

   »Yong se sumó a la tripulación, él y Freyja se volvieron inseparables. Y aquel último atardecer, rodeado de casas de oro, diseñe la nave que le obsequiaría algún día a mi padre. Un barco capaz de soportar cualquier tormenta, cruzar el mundo en la mitad de años y resistir el paso del tiempo. Dos años más, recorrimos cada nación hasta que solo nos quedó el mar abierto... y terminamos aquí. Pero nada de eso hubiese pasado si no hubiese chocado con Yong en el puerto de oro de Olissipo. No podía no homenajear esas tierras, aprendí su idioma y llamé a mi sueño Porto d'Oro...

   Farkas sonrió ligeramente melancólico, se quedó callado mirando la distancia.

   —Suena a una serie de hermosas casualidades... ¿Qué sucedió con las piezas que Yong te obsequió?

   —Ah, si... Con ellas creé mi primera mariposa, se la entregué a Yong y le dije que estaba hecha para dársela a alguien especial. Creo que se la obsequió a Freyja la noche anterior a ver Serendipia en el horizonte... —Farkas no le dijo que Freyja se la regaló a alguien más. Entrecerró los ojos y su mirada se endulzó.— Que atención al detalle, Su Majestad.

   —Aprendí que los detalles provocan casualidades maravillosas, Alteza.

   —No tengo duda de eso —susurró Farkas, perdiéndose en el gris de los ojos de la Reina, que no le sacaban la mirada de encima.

   Ambos desviaron su mirada para mirar a la gente pasar, aquella historia parecía tan lejana. Entre el gentío del mercado, una Belladona acababa un hermoso mural de una mujer levantando un puño con un pañuelo morado al mismo tiempo que amamantaba a un recién nacido. Los faroles de la calle iluminaban la pintura fresca en las pupilas del bebé. La Luna cuarto menguante apenas iluminaba las olas.

   —¿Quién diría que Yong me presentaría al destino con apenas cinco años? Yo tenía siete y mira en donde lo metí...

   Kaira frunció el ceño y se giró a mirarle extrañada. La voz de Farkas se había vuelto fúnebre y su rostro estaba ensombrecido. La Reina suspiró y observó a la gente pasar a su lado, tan acostumbrados a la promesa de una guerra que nadie se volteó a mirar a la Guardia Real organizando un centenar de nuevos rifles diseñados específicamente para disparar unas balas que atravesarían la armadura de los Centinelas. En cuevas marinas de Mare Turtur habían encontrado un metal filoso y fuerte como ninguno, le llamarón Piedra Centinela y lo mandaron a las minas de Suscitavi como una donación al Bloque Negro.

   —Porto d'Oro nos sacará de aquí —susurró Kaira, rogando que haya alguien con vida para escapar cuando todo acabe.


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