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XVII: El legado de la bruja.

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   Okoye escribió con cuidado "Grimn Agares" en el papel, del otro lado escribió que las consecuencias de sus actos volverían a atormentarlo. Su letra era desastrosa y temblorosa debido a su falta de visión. Sin embargo, no le había quedado otra que aprender ya que para ciertos hechizos necesitaba escribir sus intenciones a puño y letra... Lo más probable es que apenas pudiera leerse aquello, pero nadie necesitaba hacerlo y lo que realmente importaba era la intención que ella depositaba en esos trazos de tinta.

   La niña estaba de pie frente al escritorio que Sao había preparado para ella en el pasillo, en el piso de arriba de La Choza. Allí guardaba todos sus frascos y materiales, así como sus hechizos de protección. Estos comenzaban a acumularse en las repisas, ya que, preocupada había hecho uno por cada uno de sus seres queridos.

   Dobló el papel tres veces y lo colocó en el centro del plato metálico, las hierbas y la sal formaban un círculo. Tomó la vela negra, con el nombre del Centinela y unas runas talladas, y la posicionó sobre el papel. Con cuidado pasó sus dedos por el hechizo, asegurándose que todo estuviera en su lugar. Arrastró la palma por la madera hasta dar con las cerillas, encendió una y se concentró.

   Vacío su cuerpo de todos los pensamientos excepto uno, y con el destino de Grimn en su mente se inclinó hacia adelante y encendió la vela. Cuando se alejó la cerilla se apagó por sí sola.

   Oyó susurros en el viento en el Bosque Cenizo fuera de la casa, y supo que las Diosas oían sus plegarias, siempre lo hacían. El don de Jolly corría por sus venas y se mezclaba con su sangre.

   Recordaba las reglas a la perfección, en especial la primera y la más importante: siempre debías protegerte. Ya que cada vez que recurría al Arte Oscuro, una puerta se abría y los mundos colisionan. Cuando eso sucedía, los muertos y los no nacidos le susurraban a través de los elementos, aprender a oirlos había sido lo más difícil. Sin embargo, saber guardar sus secretos era el verdadero reto.

   Jolly, ella sabía que el caos seguiría a Lilith y Kaira traería consigo miseria. Las dos juntas traían la victoria, pero nada era seguro y la anciana no podía intervenir, sólo podía prepararse. Okoye era el claro ejemplo de que al menos una cosa bien había hecho. A su corta edad la niña ya tenía un manejo de la magia que solo las Antiguas Brujas gozaban... Jolly creía que si seguía por ese camino lograría Despertar la historia y revivir la Magia Antigua, pero jamás se lo había dicho, no podía hacerlo o todo se arruinaría.

   Sin embargo, Okoye lo sabía. Las voces se doblegaban ante el fuego que ella creaba con sus velas, no le guardaban secretos. Okoye sabía mucho, pero no decía nada.

   Sabía que las flores que brotarían del cuerpo de Sauro estarían marchitas y las lágrimas de culpa recorrían el mismo camino cada día por el rostro de Kaira. Sabía que Meena la amaba al punto de morir por ella, también sabía que jamás la perdonaría del todo.

   Sabía que Wilhelm había venido de un lugar donde ninguna nave podía traerlo de vuelta, y que Victoriano hubiese muerto si jamás él hubiese llegado, había esquivado su destino sin saberlo. Will había burlado la muerte con su amor, abandonando unas tierras que solo eran el comienzo de su historia.

   Vilkas le había mentido mucho tiempo a Sao y ésta pensaba en Lilith a cada segundo.
   Freyja era veneno y Lilith no quería ningún antídoto.

   La traición las acechaba, lo sabía, ¿pero quien? y Grimn... el mundo podía romperse bajo su mando.

   Pudo verlo, la respiración de Okoye se aceleró. En su mente figuras de humo le mostraban lo que necesitaba saber.

   Grimn corría ¿asustado? Meena estaba tirada en el suelo, malherida, sin embargo la fuerza no le faltó cuando lo agarró del tobillo, provocando una caída. Una bestia, sus huesos volvían para terminar lo que los antepasados de Grimn y Sauro habían empezado.

   Lilith, ella había roto algo y ni siquiera lo sabía. Una puerta abierta, mundos que colisionan. La nieve se había derretido, había huesos en el humo.

   Grimn acabó por arrastrarse silenciosamente y huir por los pasillos. Debido a la oscuridad tropezó con un lobero aterrorizado que huía de lo mismo que él. Le mordió el rostro y huyó asustado. Grimn soltó un grito y con el dolor poniéndolo de los nervios, disparó una flecha al animal.

   El rostro de Grimn sangraba, Okoye pudo sentir las gotas escarlata que recorrían su propio rostro.

   La llama se extinguió, la visión también. El hechizo había funcionado.

   Minutos después, se encontraba en el exterior junto a La Choza enterrando los restos del hechizo. Unos cuervos revoloteaban sobre su cabeza en completo silencio. A su alrededor múltiples cultivos donde antiguos hechizos descansaban, en cada uno había plantado una flor diferente, agradeciendo a las Diosas por su ayuda con cada uno de los colores de los pétalos que florecerían pronto.

   Lilith, ¿qué fue lo que rompió? pensaba Okoye. Estaba lloviendo, pero no le importaba. También sabía que Sao la regañaría por salir sola, pero tenía que completar lo que había empezado... Oyó pasos y se puso de pie rápidamente, se disponía a correr al interior pero una voz la detuvo.

   —A este paso la casa quedará enterrada en las flores —bromeó Marina.

   —Las Artes Oscuras están benévolas últimamente —explicó Okoye, limpiando la tierra de sus manos en el delantal de su vestido. Frunció el ceño al pensar si eso tenía relación con Lilith.

   Marina se acercó a ella y le tomó la mano, juntas comenzaron a caminar hacia la puerta.

   —¿La gente está rezando? —preguntó Marina en un susurro. La noche estaba silenciosa.

   —Si, pero no es solo eso. Aún no descubro qué es... ¿Qué haces aquí?

   —Sao, ¿Se ha despertado? Me ha pedido que siga a las Belladonas.

   Okoye no respondió, en ese momento sintió el calor del Sol en su rostro que se filtraba entre los pinos carbonizados y comprendió que estaba amaneciendo... Otra vez se había pasado la noche entera hablando con las Diosas. Sao estaría enfurecida.

   —Lo hará en pocos minutos, todavía sigue el horario del mar —respondió finalmente.


   Okoye estaba sentada en el porche de La Choza, en los escalones de la entrada tomaba una infusión en una taza enorme que Ajax le había obsequiado y comía unas galletas de canela que Marina había horneado para ella. Ya no llovía y las hierbas mentoladas aromatizaban su mañana y aclaraban sus pensamientos. La puerta estaba abierta, la niña fingía no estar interesada en la conversación que tenía lugar dentro. Por los sonidos suponía que Sao y Marina desayunaban y limpiaban al mismo tiempo.

   —Nadie las ha reunido, ni siquiera Lilith —explicaba Marina con rapidez—. Se juntaron casi por accidente, creo yo. Siguen a Lilith, eso lo sé.

   —¿A qué te refieres? —preguntó Sao.

   —Han montado su propia ala de resistencia, pero por ella. Son las responsables de los murales y la consideran un ser mágico...

   Sao no respondió, se oyeron unos muebles moviéndose y una fregona empapada contra las maderas del suelo.

   —Son muy jóvenes... —murmuró Sao por lo bajo.

   Okoye dejó de prestar atención con el parloteo de Marina de fondo, se concentró en el barullo del puerto a su alrededor. Las Belladonas le parecían fascinantes y en especial porque era algo que Jolly no había previsto. Jóvenes que salían por las noches vestidas de morado, que cubrían sus rostros con pañuelos del mismo color. No eran luchadoras, se concentraban en la iconoclasia y en incomodar a las masas con su opresión. Cada semana eran más, y habían tomado su nombre de la flor venenosa, conocida como la flor de las brujas entre los ciudadanos. Todo había comenzado en la noche de la Nictalopía, un ocho de marzo, en una festividad que se festejaba cada trece años.

   Trece días después del Día de Serendipia que condenó al Olympe de Gouges. Parece que lo que se murió no quedó muerto, pensó Okoye, sintiendo como si el espíritu de justicia que se había ahogado con el Bloque Negro, había reencarnado en las Belladonas.

   Lilith era su mayor influyente, su símbolo de libertad y justicia. Todo lo que ella era y representaba era repudiado por la sociedad de Serendipia, sin embargo, ella lo llevaba con orgullo. Las Belladonas se encargaban de refregarlo en el rostro de todos...

   Por cada cada mural que Grimn borraba o altar que destruía, ellas dejaban tres más a su paso.

   Okoye sonrió, estaba segura que serían muchachas muy agradables y le encantaría conocerles... se sentía un poco sola desde el hundimiento del Olympe de Gouges, todas sus hermanas y amigas habían muerto. Todas sus madres y abuelas, pérdidas.

   —¡Oh, no! —gritó Marina.

   Okoye se sobresaltó y se encogió de hombros mientras Marina pasaba corriendo a su lado. Los pasos lentos y cansados de Sao se oyeron detrás de Okoye. Se puso de pie y caminó hasta la capitana, quien la rodeó con ambos brazos.

—¿Qué pasa? —susurró Okoye, aferrándose a las telas de Zheng Yi Sao.

   —Meena ha vuelto, esta herida... Will la ha traído —respondió con aparente tranquilidad, pero su voz temblaba. No iba a mentirle a la niña, ella se merecía saber que sucedía como todos. Por eso, a menudo le describía los escenarios cuando la niña preguntaba.

   Marina y Will llevaban con cuidado a Meena, quien aún no lo sabía pero la mitad de su torso se pintaba con un enorme moretón. Subieron los dos escalones y pasaron por su lado, a pesar del dolor Meena se detuvo y le dijo a Sao:

   —Las bestias han vuelto de entre los muertos.

   Okoye suspiró apretando sus ojos, sintiendo las palabras como un eco de una realidad que las Diosas le habían mostrado y le costaba aceptar. Les habían mandado un mensaje, les incitaban a seguir el mismo camino, no podían dejar que la magia de la Bestia les distrajera. Debían seguir adelante, esperar, y rezar.

   Una puerta abierta, mundos que colisionan.

   Las horas pasaron, Okoye se desentendió de todos. Oyó el relato de Meena pero poco después se marchó a su altar, donde comenzó a buscar entre las páginas de sus libros y exigirle explicación al fuego. No obtuvo respuestas, pero el viento le dijo dónde hacer las preguntas.
Apresuradamente caminó hasta la habitación de Meena, que ahora ambas compartían, tanteó la puerta en busca del picaporte y tomó el primer abrigo que encontró. Preparó todo lo necesario en un morral y comenzó a bajar la escalera.

   —Intentó matarla... no falta mucho para que las cosas terminen de irse de las manos —decía Wilhelm, maldiciendo el nombre de Grimn.

   —No creo que haya querido matarla —intervino Meena, se le oía mejor—. Creo que pudo ver la conexión de ella y Lilith y quiso llevarla al límite.

   —Si, pero se arriesgó a que muriera —comentó Octubre. Había llegado hace menos de una hora, en sus manos enredaba la cadena de su reloj. Marina se había marchado.

   —¡Lilith no dejaría que nada le pasara a Kaira! —aseguró Sao.

   Meena no respondió, después de lo que había visto no estaba segura.
   Okoye terminó de bajar las escaleras y se hizo el silencio, supuso que la estaban mirando y sabía que Sao no la dejaba salir sola, jamás.

   —Octubre, ¿puedes acompañarme? ¿por favor? —preguntó Okoye, con el corazón latiendo fuerte de la emoción.

   —Claro. —Se puso su abrigo rápidamente y abrió la puerta, Okoye ya estaba a su lado.— ¿Dónde vamos?

   —Al Bosque Cenizo.

   Rodearon la casa en silencio, pasaron por el cementerio de hechizos de Okoye y se internaron en el bosque. Era un día particularmente soleado y el negro del bosque comenzaba a desvanecerse. El césped crecía de a manchones y las ramillas comenzaban a brotar de los troncos que no habían muerto del todo. No había rastros de la nieve hace días, pero aún hacía frío. Ya no tanto como antes.

   Vulpes florecía por todos lados.

   Octubre no hablaba y mantenía su distancia, no quería distraer a Okoye, quien avanzaba lentamente posando sus palmas en cada tronco que se cruzaba. Parecía que estos guiaban su camino.
   Finalmente llegaron a un pequeño círculo en el centro del bosque donde las plantas ya habían florecido al completo, como una explosion primaveral. El largo césped, las flores y las hojas de los árboles danzaban con el viento. Octubre no lo sabía, pero ese era el punto exacto donde Lilith había caído inconsciente en el Día de Serendipia. Okoye lo sabía.

   Okoye caminó hasta el centro del círculo, sin decir nada se abrazó a los cuarzos y piedras que había llevado consigo.

   En el viento oyó unos latidos.

   Octubre la observó, la niña no se movió, estaba oyendo. Finalmente se dio la vuelta hacia ella y sin ningún tipo de temblor en su voz, anunció:

   —Lilith ha incendiado el bosque, creo que su dolor conmovió a las Diosas y le obsequiaron un atisbo del pasado. El fuego... No... No estamos vengando las injusticias de los antepasados. Estamos regresando en las Eras y cambiando el final de la historia.

   —Okoye... ¿de qué hablas? —exclamó Octubre con palabras pausadas. Había oído a Jolly decir cosas sin sentido, también sabía que las Brujas jamás se equivocaban.

   —¿Es que no lo entiendes? —chilló Okoye—. ¡Todo vuelve a nosotras! Aela se venga a través de Lilith, Kaira seguirá ahogándoles hasta haber acabado con todos ellos como las sirenas no pudieron y las bestias regresan en el humo.

   —¿Eso qué significa? —preguntó Octubre alterado ante el tono asustado de la niña.

   —¡Significa que esto terminará como ya lo ha hecho otras veces! Esto es un combate a muerte, ¡o ellos o nosotros hasta que no quede nadie!

   Octubre suspiró, bajó la mirada recordando las palabras de Jolly "Susurros que no dan respuestas, solo miedos." Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio las manos de Okoye... sus dedos se habían tornado púrpuras. El color se desvanecía poco a poco, en dirección a su muñeca.
   Jolly lo había previsto, se lo había contado a Octubre. Tarde o temprano las brujas volverían, y el Arte Oscuro había decidido renacer en Okoye.

   La primera bruja de la Cuarta Era.


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