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XL: El legado de las Diosas Olvidadas.

⊱ ☽    Epílogo.   ☾ ⊰


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   Era una tarde soleada en Apis, como cada día. En el Descanso de los Robles el dorado del sol se filtraba entre cada rama y hoja, iluminando las miles de flores que brotaban del suelo. La hierba danzaba ante una canción que solo ellas oían y los pájaros repetían.
   Lilith caminó tranquilamente entre los árboles, acariciando los sauces. A pesar del nombre del cementerio todo tipo de árboles habían crecido en los últimos años. También, los ciudadanos habían tallado los nombres faltantes en las lápidas antiguas.

   Lilith llevaba dos trenzas simples al costado de su rostro, con algunos rizos que se habían escapado enmarcando su rostro. Dos lazos de seda negra ataban las trenzas. Finalmente su cabello había dejado de crecer con locura, le llegaba a los pies.
   En puntillas de pie con sus botas negras, danzó en las rocas de un arroyo cristalino. Audífonos puestos, tarareaba la canción con la que había conocido a Sao y con la que Kaira había Despertado. Danzaba con los brazos en alto, abejas luminosas la seguían.
   Finalmente llegó al centro donde un roble anciano se extendía por el cielo y un sauce más pequeño se enredaba a sus ramas. Su padre y su madre.

   —Hola, mamá —dijo Lilith con alegría, sacándose los audífonos y sentándose frente a la lápida. Acarició la piedra blanca.

   Con la yema de sus dedos limpió el nombre de su madre. Ni se molestó en mirar el de su padre que ella misma había tachado no mucho tiempo atrás.

   —Kaira volvió a marcharse ayer, esta vez espero que para siempre —dijo Lilith con tranquilidad, mientras sacaba a Selene de su cinturón, con cuidado la colocó sobre la lápida—. No vine a verte ayer por que estaba un poco triste, así que estuve siguiendo un rato a Sao...

   Se sentó frente a la lápida y dejó unas flores de belladona sobre la tierra con sumo cuidado y una tierna sonrisa. Junto a estas dejó sus dos revólveres, se le habían acabado las balas.

   —Y por más que no me guste admitirlo, siento que ya no necesito todas estas cosas —explicó Lilith a los huesos de su madre mientras observaba sus armas con las que tanto había vivido, tanto había matado—. Permaneceré junto a Camila de todas maneras, quiero cuidarla y me gusta pasar tiempo con ella... Ella dice que disfruta de mi compañía.

   Lilith acarició la lápida en silencio, con el rostro serio y la mirada tranquila. Oyó unos ruidos en el bosque, se dio la vuelta extrañada. Lentamente observó cada árbol y cada planta. Suspiró ante la soledad y volvió a concentrar su atención en su madre.

   —Quizás no venga tan seguido, ma. Espero que no haya problema...

   Se puso de pie, se limpió la tierra de la falda. Colocó unos rizos detrás de sus orejas, clavó a Aela en el tronco del sauce, se inclinó y besó la lápida. Murmuró una antigua plegaria para el descanso de Selene y Aela:

   "Neptes sumus maleficarum quae uri non poterant."

   Somos las nietas de las Brujas que no pudieron quemar.

   —Te quiero, mamá, y te extrañaré siempre —dijo con una sonrisa.

   El viento se agitó enloquecido por unos segundos, su cabello golpeó su rostro. Lilith soltó una carcajada y volvió a acomodar sus rizos. Le dio unas palmadas al sauce y se dio la vuelta, volvió a bailar mientras se alejaba de su madre y Aela, Selene y sus armas de fuego.

   Tropezó con una de las raíces del árbol de su padre, se inclinó hacia adelante y soltó un grito. No llegó a caer, así que con una sonrisa levantó la mirada decidida a seguir su camino.

   Dos ojos tristes le observaban, los reconoció en miles de cuervos que la habían seguido por años. Grandes, gatunos, con escamas que parecían del metal cobre a sus lados. Dos pequeños cuernos escamosos sobre su cabeza, y dos colmillos que se escapaban de su hocico.
   Sus enormes patas tanteaban el terreno con cuidado, estas eran del tamaño de Lilith. Era enorme y sus ojos curiosos no la perdían de vista.

   El dragón rosado esquivaba árboles con tranquilidad, con sus dos enormes alas descansando al costado de su cuerpo. Su cola se arrastraba por el césped y las abejas danzaban sobre su cabeza. No sentía la presencia de las Diosas, pero si de una historia olvidada que luchaba por ser descubierta. La historia de los Tejedores estaba lejos de terminar.

   Lilith dio un paso atrás. El dragón recostó su lomo en el suelo y con toda la suavidad posible empujó a Lilith. Viendo su sueño imposible hecho realidad, con ambas manos acarició sus escamas.

   Su madre se lo susurró en el viento.

   El mar se había calmado.

   Kaira volvía a cantar.

   Lilith danzaba como el fuego.

   Las mujeres eran libres.

   Y las bestias habían regresado.


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⊱ ☽   FIN   ☾ ⊰

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