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XIV: Pedazos de oro y cobre.

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   La madera ya no ardía, pero de alguna manera aún podías oler el humo.
   Kaira estaba de pie frente a las ruinas de la Escuela para Niñas, una pequeña multitud se congregaba a mirarla, pero su séquito la protegía, encabezados por Boris.

   Camila estaba junto a ella, ambas observaban en silencio la negra silueta de la Escuela.

   —Es muy pequeño —dijo Kaira de repente.

   —Es el único lugar libre en Vulpes, Alteza —explicó Boris.

   —Haremos lugar. La educación va primero, siempre hay lugar para la educación —soltó Kaira, decidida.

   —Si, Majestad.

   Kaira se dio la vuelta y avanzó por las calles, Camila la siguió con tranquilidad, Boris se apresuró a avanzar cerca de ella, pero no demasiado. Guardias seleccionados por Boris les seguían.
   La gente susurraba y la saludaban emocionados. Sin embargo, se mantenían en calma. Eran apenas las cinco de la mañana y la mayoría de la gente se encontraba en el Puerto de los Viajeros Perdidos o en sus casas preparándose para un día más.

   Avanzaron por las calles, pasaron por un restaurante que se preparaba para abrir. Un muchacho regordete con el cabello oscuro y la piel acaramelada limpiaba el suelo de la calle con un cepillo. Kaira lo observó y le deseó un buen amanecer.
   El niño elevó la mirada, sus ojos se abrieron sorprendidos y con una pequeña sonrisa llenó los oídos de Kaira con dulces saludos y deseos.

   Kaira sonrió vagamente. Observó la mancha que el niño de apenas diez años limpiaba: sangre. La Reina se dio la vuelta y continuó su camino, sin rastros de su sonrisa.

   —Boris, háblame del otro asunto.

   —Las comarcas están en calma, Su Majestad. Mis muchachos han estado averiguando y hemos descubierto que un porcentaje mínimo ha regresado a sus hogares luego de los sucesos —explicó Boris con toda la profesionalidad que fue capaz. Kaira oía con atención—. Los hostales están completos, y los barcos vacíos. Están todos aquí, Alteza.

   —Están esperando, ¿verdad? —susurró Camila a Kaira, acercándose a ella—. ¿Qué deberíamos hacer?

   —Esperar, como ellos.

   —Su Majestad, si me permite —intervino Boris. La Reina se dio la vuelta para mirarle con tranquilidad, el joven tragó saliva con nerviosismo—. Durante los últimos años la Guardia Real ha cambiado muchísimo a mano de los Torvar. Han reemplazado casi al completo los soldados y me dieron una oportunidad, a pesar de que Agares siempre me consideró demasiado blandengue.

   Kaira se dio la vuelta para mirar a Camila, esta asintió con una sonrisa, confirmando las palabras de Boris. Kaira frunció el ceño... El propio Farkas y Vilkas habían estado ayudando a La Liberación mucho antes de ser parte de esta.
   Kaira suspiró ante el pensamiento de que una vez más era el integrante más inútil de todos.

   —Lo que aprendí con ellos —continuó el muchacho, haciendo una gran esfuerzo para mirar a Kaira a los ojos—, es que cualquiera puede sentarse en un trono, y la mayoría no se lo merece. Al fin y al cabo, la corona y el trono son solo un pedazo de oro y cobre... Lo que quiero decir es que hemos aprendido a ser fieles a quien lidera y protege. Espero que no vea estas palabras como un atrevimiento, solo quiero que sepa que tiene a la Guardia Real protegiendo sus espaldas, Su Majestad, y la seguiremos a donde sea... No somos fieles a quien use la corona... los Torvar siempre serán nuestra realeza.

   El grupo frenó el paso en la plaza principal. Kaira se giró a mirarle y entrecerró los ojos ante lo que oía, sonrió lentamente. Camila tenía las mejillas coloradas por la emoción a sus espaldas.

   —¿Que quieres decir, Boris? Ve al grano, en mi reinado nadie pierde la cabeza por sus palabras —susurró Kaira.

   —No creemos cuentos de niños, no le tenemos miedo a los monstrous debajo de la cama... Larga vida al Bloque Negro, que las Diosas protejan a la Reina.

   Kaira lo observó en silencio, finalmente dejó atrás su rostro impasible para regalarle una pequeña sonrisa y exclamar con orgullo:

   —Bienvenido a bordo, Boris.

   Boris ejecutó una reverencia con una enorme sonrisa y se dio la vuelta para observar a sus muchachos, sonreían emocionados debajo de sus yelmos.
   Kaira se dio la vuelta y observó el Coliseo Gélida. El zeppelin aún descansaba sobre las ruinas.

   —Encontramos nuestro lugar —exclamó. Los cuervos revolotearon entre las hojas verdes sobre su cabeza.

• ────── ☼ ────── •

   En La Corte, Victoriano, Farkas y Vilkas se inclinaban sobre los planos en la gran mesa. Camila estaba sentada junto a ellos, enfrascada en sus pensamientos apuntaba las ideas que había tenido en la mañana. Las olas golpeaban los cristales.

   Kaira estaba de pie al otro lado de la mesa, observándoles. Boris detrás de ella.

   —Es más que suficiente espacio para albergar todos los niveles —exclamó Vilkas asintiendo con la cabeza.

   —Tendrán todas las clases que tienen los jóvenes y más —dijo Farkas tomando en su mano el dibujo de cómo creían que se vería el coliseo una vez reparado—. En el segundo piso, en la zona sur, el espacio es ideal para construir una morada digna para las maestras.

   Victoriano se enderezó negando con la cabeza.

   —Me encanta como sus cabecitas de extranjeros piensan —exclamó divertido—. Pero no estamos en Norviega. Transformar el gran Coliseo en una Escuela para niñas sería una maravillosa idea si no pondría a todos los ancianos en nuestra contra.

   —Tampoco les queda mucho tiempo para estar enfadados —soltó Farkas.

   Kaira soltó una risita divertida. Los tres hombres la miraron, ella fingió estar sería.

   —Casi trescientos días al año el Coliseo permanecía vacío, y su mantenimiento no es algo que cueste pocas monedas —explicó ella con tranquilidad, aprovechando la atención sobre ella—. Estamos en Serendipia, tenemos teatros de sobra. Y en cuanto a los deportes... Lo volveremos algo de temporadas, campeonatos cada año. A los ancianos les encanta la competencia. Hay espacio de sobra para hacerlo en las Escuelas de Jóvenes, y pronto lo habrá también en la Escuela de Niñas. Podríamos incluso hacer participar las Escuelas de las comarcas e involucrar a todo el mundo.

   »De una vez por todas Vulpes tiene que dejar de comportarse como si las comarcas fueran simplemente los cimientos que sostienen su castillo.

   —Los niños estarán más que entusiasmados —dijo Camila con tranquilidad, sin apartar la mirada de los papeles—. No todos los padres se sentirán igual, pero tarde o temprano lo harán. Y los ancianos no pueden ir en contra de todo el pueblo.

   —Lo curioso es que realmente creen ser capaces, harán un escándalo —insistió Victoriano.

   —Y la gente los verá como exagerados y anticuados.

   Victoriano se dio la vuelta y observó a Kaira. Se hizo el silencio, finalmente el hombre se sentó y murmuró:

   —Lo siento, no quiero ser la nube sobre su prado soleado. Pero no es la primera vez que juego este juego, y perdí cada vez. ¿Qué les hace creer que Grimn permitirá algo así?

   —Está muy ocupado con el Bloque Negro, Lord Victoriano —intervino Boris. Aún no se acostumbraba a poder participar de las conversaciones con libertad—. Siempre y cuando el pueblo continúe viviendo bajo las doctrinas de los Dioses, él seguirá considerando todo esto meros caprichos.

   —El Bloque Negro tiene su estilo... nosotros tenemos el nuestro —comentó Vilkas armando una pipa.

   Boris sonrió, se sentía un niño dentro de un libro de héroes. Todavía no podía creer de lo que era parte. Deseaba con todo su corazón poder conocer al Bloque Negro y agradecerle todo lo que hacían por gente como su hermana, quien soñaba con tener un puesto importante en La Corte algún día.

   Camila soltó la pluma sobre la mesa y levantó las manos, sonriéndole a los papeles terminados. Se puso de pie y dirigiéndose a Kaira dijo:

   —Estoy lista.

   Kaira y Camila, seguidas por Boris, se marcharon. Victoriano lo hizo unos minutos después. Con la puerta abierta, las mariposas de Farkas se infiltraron en el gran salón.
   Vilkas se sentó en una silla a descansar, subió los pies a la mesa y encendió la pipa. Observó a Farkas, quien seguía enfrascado en los papeles.

   —Te estás enamorando —afirmó Vilkas.

   Con el ceño fruncido Farkas le observó, negó con la cabeza.

   —Apenas me mira, padre.

   —Me refería a que te estás enamorando de Serendipia —insistió Vilkas, exhalando el humo hacia arriba.

   —Oh.

   Farkas dejó caer los hombros y se recostó en su asiento. Vilkas sonrió.

   —Eso no importa... están esperando que cumpla mi promesa. La flota ya casi está lista. Se lo he prometido a Yong incontables veces, y pienso cumplir.

   —No voy a irme, hijo —respondió Vilkas con tranquilidad.

   Farkas pasó la mano por su rostro, irritado. Soltó un suspiro desesperado y volvió a inclinarse sobre los papeles.

   —Y tú tampoco quieres —insistió su padre—. Las olas siempre fueron cosa mía, y ya he renunciado. Encontré algo mejor. Lo tuyo siempre fue el progreso, y lo has logrado en estas tierras perdidas en el tiempo. Te nombraron su Rey y tienen fe en el futuro que te sigue.

   Farkas golpeó la mesa con la mano suavemente y gritó:

   —¡La única razón por la que acepté la corona fue para robarle los recursos y regresar a alta mar de una vez por todas! —negó con la cabeza fastidiado, los ojos de Vilkas le observaban con tranquilidad—. ¡No me hables de futuro cuando terminé metiendo las manos en una rebelión! Todo fue para cumplir tus deseos, los de tu tripulación... a diferencia de ti, no voy a abandonar sus sueños, no voy a romper el corazón de Yong.

   —¿Puedes dejar de fingir que todo esto es por la tripulación y Yong? —ladró su padre enfadado—. He visto cómo la miras, ella quiere irse, tú no. ¡Dejala ir!

   Farkas respondió a su padre por puro instinto sin pensar sus palabras, como un impulso que no podía contener.

   —Este lugar va a perder todos sus colores si me quedo aquí sin ella...

   Vilkas se puso de pie, negó con la cabeza desilusionado.

   —Deja de buscar colores en los ojos de otros, yo no te crié así.

   El hombre se alejó hacia la puerta, se disponía a marcharse hasta que su hijo exclamó:

   —¿Cual es la diferencia a lo que tú haces por Sao?

   Vilkas se dio la vuelta, con una sonrisa de sorpresa ante lo que oía.

   —Hace no mucho la creía muerta... ¿me oíste decir que quería marcharme?

   Farkas frunció el ceño, no sabía qué responder. Vilkas abrió la puerta y antes de marcharse aclaró:

   —En el único momento que quise marcharme fue cuando temí por tu seguridad... aún lo hago. Te quiero vivo hijo, pero también te quiero feliz, no persiguiendo los sueños de alguien más... Y ten cuidado en donde metes las manos, porque si te quemas me tomará dos segundos sacarte de este lugar, aunque sea en una canoa. Volveré con las olas solo si te pones en peligro... evitemos eso.


   Camila y Kaira llegaron finalmente al gran arco que daba la entrada al comedor principal. Kaira no tenía memoria de que su familia lo hubiese usado jamás.
   En aquella sala es donde los Reyes habían sido asesinados frente a sus hijos. Sauro no podía acercarse a aquella sala sin ponerse a sudar... había ordenado que se olvidaran por completo de aquel comedor. Victoriano había estado más que de acuerdo, insistía que no importaba que tanto limpiarán, él aún podía ver la sangre de sus padres derramada en el banquete.

   Camila exhaló el aire pesadamente, Kaira se giró a mirarle.

   —Lo harás bien —le animó.

   —Kaira, esto es demasiado —susurró nerviosa, negando con la cabeza rápidamente—. Solo soy una doncella.

   Camila miró a Kaira con los ojos aguados. Kaira sonrió y le tomó la mano, observó los miles de tonos azules en los ojos de Camila.

   —Siempre fuiste mucho más que eso... cuéntales la historia.

   Camila se enderezó, su madre solía decirle eso. Se giró hacia el comedor. La gran mesa de cristales de colores se extendía por el gran salón, este tenía dos entradas en arco en cada extremo y enredaderas que cubrían el techo entero y caían hacia abajo. Algunos integrantes de la Guardia Real esperaban sentados, ansiosos charlaban entre sí.

   —Okay, mamá, dame suerte —susurró Camila al recuerdo de Zervus.

   Ingresó en el salón, todos la saludaron con sonrisas. En la punta de la mesa la esperaba el libro de las Diosas Olvidadas que Kaira le había obsequiado, dentro estaba lleno de apuntes de Camila sobre La Última Bruja y las familias originarias a través de las Eras.

   —"Cuentales la verdadera historia, y te seguirán. Que aprendan de los errores de nuestros antepasados, no podemos repetir la historia" —murmuró para sí misma Kaira, recordando las palabras que Jolly le decía en la sala de rezos del barco.

   Kaira basaba su reinado en las enseñanzas de Jolly, y como si de un encantamiento se tratara, la Guardia Real entera estaba a su disposición en cuestión de semanas.
   No sabía si era lo correcto, pero mientras más cantaba en los pasillos, más renunciaban a todo para seguirla. Pasaron de cazar el Bloque Negro, a ayudarle.

   Kaira observó a Camila explicando la historia de las Diosas Olvidadas y el Bloque Negro, a cada segundo su seguridad parecía aumentar. La Reina se llevó la mano a los labios, recordando unos labios fríos... que habían acabado por intentar ahogarle.
   Los recuerdos habían vuelto a ella, las imágenes y la quemazón en su pecho regresaron la noche que acabó con las pinturas de su madre. Cada noche soñaba con ella, con sus ojos negros y el deseo la invadía.

   Kaira se alejó por los pasillos, pensando en aquellos dientes letales y la cola de escamas filosas. No tenía sentido... las bestias habían muerto, y Serendipia jamás podría enmendar la historia lo suficiente para hacerles volver. Sin embargo, ella había besado a una sirena. Le aterraba jamás encontrar las respuestas.
   Frenó el paso y sus pensamientos al encontrarse con Yong subido a una escalera en una de las cocinas. Las cortinas estaban en el suelo y el joven desatornillaba el riel de hierro de estas mismas. Las doncellas trabajaban a su alrededor.

   —¿Qué haces, Yong? —preguntó sorprendida.

   —¡Ah, hermana, Majestad!—gritó sorprendido y alegre Yong. Se bajó de la escalera con el gran fierro en la mano y con entusiasmo dijo—: Ahora que mi hermano está ocupado con el reino, tengo mucho tiempo libre y me pareció buena idea hacer unos arreglos en el palacio. Espero que no haya problema.

   Kaira sonrió con tranquilidad por unos segundos, Yong se apartó y comenzó a recoger sus herramientas del suelo, para volver a colgarlas de su cinturón. La Reina paseó la mirada por el hombre, cada vez que se lo cruzaba más copias de llaves se sumaban a su cinturón. Negó con la cabeza divertida al entender sus verdaderas intenciones. Estaba abriendo la puerta de cada una de sus jaulas.

   —No es ningún problema, Yong —susurró ella—. ¿Cómo está la flota?

   Yong hizo una mueca de sorpresa, se enderezó lentamente y murmuró:

   —Porto d'Oro está casi listo...

   —¿Porto d'Oro? —Kaira inclinó la cabeza con la mirada brillante.

   Yong abrió la boca con una sonrisa, pero acabó por negar con la cabeza.

   —Si, deberías preguntarle a Farkas por el nombre —dijo, fingiendo ignorancia—. Es una historia que le encanta contar.

   —Lo haré —se apresuró a asegurar, Kaira.

   Pasaron los minutos, Kaira intentó hablar de Freyja, intentando conocerle mejor y descubrir el paradero de Lilith. Sin embargo, inmediatamente al oír su nombre, Yong utilizó una excusa barata para disculparse.
   En la silenciosa cocina, Kaira suspiró pesadamente. Observó a Teresa abrillantar los azulejos de la pared y a Claudia limpiar un pollo. Paseó la mirada por la sala, Valeria colocó algunos vinos en sus soportes en la pared y se marchó. Lentamente, Kaira caminó hasta allí.

   Pasó los dedos por las botellas de cristal y observó el néctar dentro.

   —¿Qué haces? —preguntó Victoriano a sus espaldas.

   Kaira se dio la vuelta sorprendida y se apresuró a decir:

   —Nada. Solo pensaba en... el baile que te mencioné.

   Victoriano frunció el ceño no muy convencido, la observó por unos minutos. Se marchó sin decir más.
   Casi corriendo salió a los establos, se montó a su corcel grisáceo y cabalgó. En cuestión de minutos ya estaba en los establos del Cuartel de la Guardia Real.
   En el interior todos lo saludaron con grandes sonrisas entusiasmadas. A Victoriano le pareció oír a algunos hablar de las Diosas Olvidadas mientras jugaban a las cartas.

   Finalmente llegó a la arena de entrenamiento, empujó la puerta ansioso. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, se acercó al hombre en el centro que blandía una espada y sostenía un pesado escudo de hierro.

   —¿Qué tal el primer día, Sargento? —preguntó Victor, pestañeando repetidamente.

   El nuevo sargento de la Guardia Real hizo girar su muñeca con una sonrisa, el filo de la espada provocó un encantador sonido en el aire.

   —Estos chicos son maravillosos —respondió Wilhelm con una enorme sonrisa—. Se siente bonito regresar al comienzo.


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