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XII: Moretones.

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   Camila y Kaira caminaban susurrando por los pasillos del Palacio, la Reina leía en voz alta una lista en la libreta que sostenía en su mano mientras la doncella asentía con la cabeza, pasando la mano por la barandilla fría. Estaban en los pasillos con balcones que se asomaban al gran salón. Era primera hora en la mañana. Farkas se había levantado antes del amanecer, sacando a cada miembro del Consejo de las Comarcas de sus camas los obligó a ponerse a trabajar inmediatamente para volver a abrir una Escuela para niñas.
   No fue fácil que lo oyeran, temían demasiado a Grimn e intentaron persuadir al Rey de no ir contra las ideas del General de los Centinelas. Bastaron un par de gritos de Farkas para recordarles que el Rey no respondía ante nadie.
   También había intentado averiguar los nombres de los integrantes del consejo, pero todos les llamaban por el nombre de las comarcas como Sauro lo hacía y estos se negaban a contradecir su legado.

   Esther pasó corriendo junto a ellas, bajó la mirada al pasar junto a Camila y escapó por los pasillos apresuradamente, cargando unas toallas limpias. Kaira se volteó a ver a Camila, esta no se había molestado en mirar a la doncella. La Reina no pudo evitar sonreír.

   —¡No importa si lleva dos horas o todo el día! —gritó Grimn enfurecido en alguna punta del salón debajo de ellas. Ambas se frenaron a oirle—. ¡Quiero un equipo trabajando sin descanso en esos murales malditos!

   Camila elevó las cejas divertida, Kaira se pellizcó el puente de la nariz irritada y murmuró:

   —Apenas son las siete de la mañana y ya oye como grita... por todos los Santos que se calle.

   Camila dejo escapar una carcajada. No querían tentar al destino siquiera pensando en la victoria, pero Grimn parecía pasar cada minuto enloquecido buscando a los supervivientes del Bloque Negro, convencido que el Rey y la Reina obedecerían sus absurdas reglas. Poco a poco cambiaban las cosas aquí y hacían justicia allá.

   Doblaron a la derecha y llegaron a su destino. Las puertas de cristal de la oficina de Victoriano estaban abiertas de par en par, ambas ingresaron y le desearon un buen amanecer al Lord. Éste las recibió con una sonrisa, releía una pila de papeles y apuntaba datos que Kaira no comprendía en una enorme pizarra que cubría la pared entera.

   Tenía la mirada risueña y el Sol ingresaba por la ventana sobre su escritorio.

   —Antes del almuerzo ya tendré todos los datos recopilados —comentó Victoriano mientras señalaba la pizarra entusiasmado. Tenía las manos y el pantalón marrón llenos de tiza blanca, su camisa del mismo color aún estaba a salvo—. La economía de Serendipia nunca estuvo en peligro como habíamos previsto, pero los fondos no están repartidos con equidad. Dile a Farkas que tendré las cifras listas para esta noche si o si.

   Kaira se paró junto al cristal y observó los números... no entendía absolutamente nada. Quería aprender, quería ser la primera Reina útil. Pero mientras más leía más se confundida. En especial porque la pizarra estaba llena de mamarrachos y signos de interrogación.
   Camila cerró la puerta y se sentó en el escritorio a hojear los papeles.

   —Está reunido con el Consejo, me veré con él en el almuerzo —respondió Kaira, Victoriano asintió con una sonrisa.

   —Hay un hueco —soltó Camila de pronto.

   —Mierda —exclamó Victor acercandose a ella y limpiando sus manos en su pantalón—. ¿Otra vez?

   Ambos se inclinaron sobre el papel. Kaira observó a Camila extrañada, sabía que se había leído la biblioteca entera, pero creyó que se había limitado solo a las historias.

   —Si, mira aquí —afirmó Camila con dulzura, señalando una columna con un lápiz—. Los fondos para aumentar los sueldos de las maestras han salido de la nada.

   —Es verdad... —susurró Victoriano con el ceño fruncido—. Quizás podamos recortar gastos de aquí, de todas maneras siempre sobró. Y lo hará aún más a partir de ahora —dijo mientras le enseñaba otro papel a Camila.

   La joven lo leyó atenta y preocupada negó con la cabeza.

   —No es buena idea, enloqueceran.

   —¿Quienes? —preguntó Kaira confundida, aún de pie con los brazos cruzados sobre su pecho.

   —Los importadores del Viñedo del Rey —respondió Camila distraída sin levantar la mirada de los papeles. Con seriedad le dijo a Victor—: Mira, aquí. Los fondos de las fustas...

   Ambos levantaron la mirada y asintieron satisfechos.

   —Ya no hay Coliseo donde competir —con los hombros elevados, sonrió emocionada como una niña. Victor le revolvió el cabello encantado y corrigió los papeles.

   Se volvió a la pizarra junto a Kaira y comenzó a pasar la información en limpio. Camila continuó estudiando las finanzas. La Reina suspiró y finalmente dijo:

   —Tengo una idea para ayudar al Bloque Negro —le dijo a Victoriano, este asintio haciéndole saber que la estaba oyendo—. Pero necesito organizar un baile.

   El hombre se dio la vuelta y lo observó sorprendido y preocupado. Kaira se adelantó a él:

   —Primero que nada quiero que se acostumbren a mí antes de comenzar a actuar irracionalmente, como probablemente acaben llamándome —explicó, elevando sus hombros con aburrimiento—. Me limitaré a ser la tradicional Reina, al menos por un tiempo. Un baile es perfecto, ¡haré que se mueran por seguirme!... y me da la oportunidad de mantener a todos ocupados y entrar en la oficina de Grimn...

   Victoriano bajó la mirada por un segundo, Kaira lo miró impaciente.

   —No lo sé, la última vez que nos metimos en propiedad ajena durante un baile todo salió mal.

   —¿Y qué? —respondió Kaira sin ningún tipo de emoción.

   —Quizás puedas hablar con Meena antes y que ellas se encarguen de todo —respondió Victoriano, luego arrugó el rostro al ver el enfado en la mirada de Kaira.

   La joven lo observó con seriedad, bajó la mirada hasta el cuello de la camisa, volvió a sus ojos y con la misma seriedad exclamó:

   —Tienes un chupón.

   Victoriano se sobresaltó, se acomodó el cuello de la camisa y con las mejillas coloradas se apresuró a decir:

   —Es un moretón...

   —¿Te caíste sobre Wilhelm?

   Camila rió por lo bajo y Victoriano cruzó los brazos enfadado.

   —Al menos la caída fue amortiguada —continuó Kaira con una sonrisa que se formaba lentamente en sus labios—. Dejame adivinar, ¿Granero, Los Árboles Durmientes?

   Victoriano suspiró pesadamente y dejó escapar una risa, volvió a girarse en la pizarra. Kaira sonrió finalmente, triunfal.

   —Dime cuándo y lo haré posible.

   Kaira asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta, solo le quedaba resolver la fecha y ella y Victoriano se pondrían manos a la obra.
   Asomó su cuerpo al pasillo, pero volvió hacía atrás para mirar a Camila. Continuaba concentrada, aprendiendo las cifras de cada papel. Kaira sonrió y salió al pasillo, comenzó a caminar hacia la sala de música. Últimamente ella y los instrumentos comenzaban a reconectar, y empezaba a perder el miedo a tararear en los pasillos del castillo. Eso era lo que hacía en ese mismo instante, y sin dejar de cantar frenó el paso. Se dio la vuelta sobre su hombro y observó la puerta de la alcoba de su madre, encerrada allí todo el día.

   Algo se apoderó de ella, no supo qué, pero antes de entender lo que sucedía ya había ingresado en la alcoba de su madre. Lorenza estaba sentada en una hermosa silla, frente al ventanal miraba hacia el exterior con las manos apoyadas en sus muslos y el sol brillando en su piel.
   Kaira frunció el ceño. Lorenza se dio la vuelta para mirarla y lentamente se puso de pie.

   —¿Qué estás haciendo aquí? —exclamó con cautela. Su tono era frío y furioso, pero respetuoso.

   Kaira se limitó a mirarla, luego comenzó a analizar la habitación de su madre. Vacía, un lienzo en blanco sin personalidad apenas relleno con sus pinturas. No había ningún otro rastro de los intereses de Lorenza o actividades. Ni libros, ni instrumentos, nada.
   Kaira entendió que había tomado la decisión correcta al quedarse en su propia alcoba.

   —¿Es que no haces nada en todo el día? —preguntó finalmente, realmente sorprendida.

   —Tu padre... —se detuvo y pensó las palabras con el ceño fruncido, aún inmóvil junto a la ventana—. Tu padre ya no está, ya no tengo función de ser.

   Kaira caminó por la alcoba de su madre, observando las pinturas.

   —¿Entonces ya no tienes valor? ¿Tu muerte no traería consecuencias?

   Lorenza endureció el gesto y permaneció en silencio ante las palabras de su hija.

   —Te he hecho una pregunta, madre —insistió con tranquilidad, Kaira, parándose frente a ella.

   —¿Qué quieres, Kaira? —murmuró Lorenza.

   —Su Majestad —le corrigió Kaira con una sonrisa.

   Lorenza infló el pecho y con un hilo de voz murmuró:

   —¿En qué puedo ayudarle, Su Majestad?

   Kaira sonrió complacida, sabía que si su madre fuera una serpiente, aquellas palabras serían veneno.

   —Ojalá pudiera cambiar tu vida por la de Angus, madre... Él siempre valió muchísimo más de lo que tú solo podías soñar —dijo Kaira mirando por la ventanilla detrás de Lorenza. El silencio las envolvió, Kaira elevó las cejas ante los pensamientos que rondaban su mente—. Jolly era una persona maravillosa, y tú podrías también haberlo sido...

   Kaira se dio la vuelta y miró a su madre, esta le sostenía la mirada y quería golpearla, Kaira conocía esa mirada a la perfección. Sonrió, ya no podía hacerle daño.

   —¿Qué hubieras sido si te hubieses permitido curar? ¿Qué hubiese sido de ti, de tus sueños y tu corazón, si regresabas con ella?... ¿Qué podría haber sido de nosotras? —Kaira se alejó finalmente, su madre se sentía pequeña y débil. Abandonó el decoro y se dejó caer en la silla en silencio—. Incluso con todas tus traiciones, yo solo quería sentir un poco de amor de mi madre. Te hubiese perdonado incluso cuando ya era muy tarde para hacerlo, pero ya no quiero hacerlo.

   La Reina se asomó por la puerta, señaló a uno de los guardias y lo llamó. Este caminó apresuradamente y la saludó con una impecable reverencia. Kaira le sonrió y observó la armadura con trazos como de tronco y hojas verdes de metal.

   —Quítate el yelmo —le dijo con suavidad.

   —Si, Su Majestad— este obedeció inmediatamente, colocando el yelmo debajo de su brazo. Era un muchacho de rasgos redondos y cejas prominentes. Una piel rojiza oscura y una mirada gentil, ojos oscuros. Se paró recto, estaba avergonzado y nervioso pero no rompió su porte.

   —¿Cómo te llamas?

   —Boris, Su Majestad.

   —Un placer conocerte, Boris. ¿Me harías un favor?

   Boris enarcó las cejas y se le escapó una pequeña sonrisa ante las palabras de la Reina. Asintió enérgicamente y llamó a dos guardias más y se pusieron manos a la obra.
   Lorenza los observó ingresar en su alcoba y llevarse todos sus cuadros, cada uno de estos, así como cada pintura y pincel que encontraron. Dejaron su alcoba patas arriba. Sin embargo, Kaira acababa de empezar. Tomó a su madre del brazo y la hizo caminar junto a ella por los pasillos del castillo, la Guardia Real a su lado despojaba cada rincón del castillo de sus pinturas.

   —Este es tu legado, madre, te mereces esto y más —le susurró Kaira al oído con una sonrisa.

   Cuando ya no había rastros de Lorenza en los pasillos, la dejó marchar. Sonrió satisfecha y mantuvo una agradable conversación con Boris. Prometió volver a encontrarse con él para discutir unos cuantos proyectos. Lo despidió y lo vio marchar juntos con sus compañeros de la Guardia Real, todos comentaban el interés de la Reina ante ellos con grandes sonrisas. Completamente enamorados del canto que hacía eco en el Palacio de los Zorros.
Kaira bajó las escaleras, caminó por el jardín privado, rodeó la fuente observando el agua fría y salió por la puerta de atrás. Pasó por el Murmullo del Duendes y bajó otra escalera, una que parecía no acabar.
   Finalmente llegó a unas puertas altas, de una madera oscura con pinturas en dorado. No se oía nada de lo que sucedía al otro lado. Inhaló en busca de valentía y extendió la mano, pero la manivela giró por sí sola y las puertas se abrieron. Kaira se puso recta y miró al frente.

   —¡Prince-! ¡Reina, Su Majestad! —exclamó Suscitavi con las mejillas encendidas, se arrodilló frente a ella y murmuró rápidamente—: Le ruego que me disculpe, no la había visto allí y me agarró desprevenido.

   Apis y Mare Turtur pasaron a su lado, la saludaron con una reverencia y le desearon el más glorioso de los amaneceres.

   —Ponte de pie... —Kaira frunció el ceño, intentando recordar el nombre del hombre—. Suscitavi, ponte de pie. —Este obedeció automáticamente y con una sonrisa se alisó el traje.

   Con un gesto rápido, y un poco confuso, Kaira despidió al hombre e ingresó en La Corte. Cerró la puerta a sus espaldas y abrió la boca sorprendida. Las paredes eran tan altas que mirar el tejado te mareaba, completamente hechas de cristales continuaban hasta terminar en una cúpula puntiaguda. El suelo de mármol blanco brillaba con los rayos de sol que ingresaban y la gran mesa de madera en el centro. El salón entero vibraba y las olas rompían contra los cristales de las paredes.
   La Corte estaba ubicada en uno de los extremos bajos del castillo, donde la marea era más alta, justo debajo del Murmullo de los Duendes. El salón entero tenía una luminosidad azul debido al agua que envolvía el exterior. Los días de tormenta quedaba completamente debajo del agua.

   Farkas estaba sentado en uno de los extremos de la mesa, con sus lentes puestos se quejaba del Consejo de Comarcas con su padre, quien le daba la espalda y observaba las olas, pero le escuchaba con atención.

   Kaira dejó salir el aire y se enderezó. Era la primera vez que entraba en La Corte, no era lugar para mujeres y su madre le había roto un diente cuando la encontró bajando aquellas escaleras.
   Avanzó hasta Farkas, sus sandalias resonaron en el suelo y ambos hombres se voltearon a verla. Farkas se puso de pie rápidamente, se quitó los lentes y sonrió.

   Vilkas observó a su hijo, negando rió y saludó:

   —Que en paz amanezca, Su Majestad.

   —Que en calma anocheza, Vilkas —respondió esta, deteniéndose a su lado—. Y para ti es Kaira.

   —Tus deseos son órdenes, Kaira —respondió Vilkas con una sonrisa. Se despidió con un respetuoso asentimiento de cabeza y se marchó.

   El Rey y la Reina se encontraron solos, ella lo observó por unos segundos. De pronto se sintió pequeña, se encogió de hombros y cruzó los brazos sobre su pecho. Él la observaba con brillo en sus ojos.

   —Te sienta bien —murmuró él acercándose a ella.

   —¿El que? —respondió Kaira bajando la mirada. La mano de Farkas se posó en su brazo y lo acarició con lentitud.

   —El poder.

   Ella cerró los ojos, tragó saliva, abrió los ojos y levantó la mirada.

   —No es real.

   —El poder que tienes sobre mí se siente bastante real.

   Kaira soltó una pequeña risa, negó con la cabeza y se alejó de Farkas. Se acercó a la mesa y se apoyó en esta, de brazos cruzados observó la espuma de las olas.

   —Puedo hacer que sea real para el resto, si me lo permites —exclamó Farkas con seriedad. Con las olas a sus espaldas, el Sol sobre su cabello y sus ojos parecían más verdes que nunca. Kaira observó cada uno de los disimulados rastros de rojizo en su cabello—. Grimn podrá tener el control dentro del Palacio, pero nosotros lo tenemos en las calles. El pueblo te respeta, pero no te ven como un autoridad. Cambiemos eso.

   —Necesitamos a la Guardia Real de nuestro lado —exclamó Kaira, pensando en el joven Boris. Los rostros de la Guardia Real parecían haber cambiado en el último año.

   Farkas sonrió encantado y asintió.

   —Ya he hablado con las doncellas en tu nombre, les he dicho que sacaríamos a los Guardias con los que no se sintieran seguras —explicó el joven, ligeramente avergonzado—. Han colaborado en un santiamén al decirles que era un proyecto de la Reina para hacer cada esquina de Serendipia seguro para todas.

   Kaira elevó las cejas sorprendida, Farkas pudo ver alegría en sus ojos grises.

   —Es un pequeño detalle, pero realmente creo que debemos comenzar a velar por tu reinado.

   Kaira negó con la cabeza y dejó escapar una carcajada. Finalmente respondió, y su voz se le hicieron caricias a Farkas:

   —Nuestro reinado —levantó la mirada con una sonrisa al pronunciar aquellas palabras, y se sorprendió al ver a Farkas frente a ella. Este inclinó la cabeza y sonrió, mientras apoyaba sus manos en la madera de la mesa, encerrando a Kaira entre sus brazos.

   Se inclinó sobre ella lentamente, ella no se apartó. Farkas le dio un pequeño beso en la mejilla, y Kaira pudo jurar que su aroma le envolvía. Olía a invierno y cafe.

   —Estoy cayendo sin precaución, Kaira. No perdamos más el tiempo, no vas a lastimarte con la caída.

   Kaira levantó la mirada para encontrarse con la de él, estaba serio y buscaba sin descanso algo en el gris de sus ojos. Lentamente se enderezó, le colocó el cabello detrás de la oreja y se alejó.
Con las manos en los bolsillos la dejó sola con la ferocidad de las olas y el calor que recorría sus interiores.

   Kaira se echó atrás, se recostó sobre la mesa repleta de papeles y observó el cielo a través de los cristales. Sus mejillas se tornaron coloradas, se llevó la mano a la boca cuando una carcajada vergonzosa se escapó de sus labios.

• ────── ☼ ────── •

   La Reina se pasó la tarde entera en La Corte, trabajó sin descanso en bocetos sobre el baile que tenía preparado. Si todo salía como ella planeaba el baile sería simplemente el gran final de su guerra para poner a las mujeres en el poder y el pueblo marcharía detrás de ellos sin dudarlo.
   Se ganaría el respeto y admiración de todos, era un plan tan simple y estúpido que Grimn volvería a subestimarla una vez más... mientras el Bloque Negro ganaría en la sombras.

   Estaba cubierta de moretones, que ya habían curado hace mucho, pero el dolor había quedado impregnado en su espíritu y huesos. Tomaría el morado de sus heridas y lo transformaría en libertad. Comarca por comarca, Vulpes acabaría bajo un manto negro de justicia.

   Victoriano y Farkas se pusieron a trabajar en la Guardia Real, y ambos encontraron un candidato perfecto para entrenarlos y volverlos fiel a Farkas y a Kaira. El hecho de que la Guardia Real detestara a los Centinelas era un punto a favor que no habían previsto.
   Camila fue nombrada Comandanta de las doncellas y pronto el castillo entero giraba sobre ruedas a la perfección. Sus amigas ya habían dejado de serlo, sin embargo, Camila comprendió que no era su culpa. Una pared enorme se había alzado entre ellas, Camila no iba a perder más tiempo con ellas... estaba ocupada derribando otros muros.
   Vilkas recuperó su puesto como Consejero Real, y el Consejo de Comarcas se puso en marcha en cumplir todos los deseos de la realeza.
   Serendipia comenzó a ir hacia la luz. Mientras tanto, El Bloque Negro se preparaba para la guerra que se avecinaría cuando la paciencia de Grimn llegara a su fin.

   Kaira resopló en su asiento. Ya era de noche, las olas continuaban golpeando La Corte por fuera. La Luna brillaba en lo alto y una sola vela iluminaba a la Reina. Esta observó sus bocetos y notas, tomó uno en sus manos y lo acercó a ella.
   Le sonrió al dibujo de un cuervo con las alas extendidas, en sus garras llevaba un racimo de uvas.

   Las puertas se abrieron, un guardia sin yelmo se asomó. En su mano cargaba un farol de aceite.

   —Su Majestad. Está listo —anunció Boris, emocionado de dirigirse a ella.

   En los establos, justo donde Angus había sido asesinado, se alzaba una montaña de cuadros. Cada una de las obras de Lorenza habían sido recolectadas y amontonadas sobre aquella hoguera. Kaira supervisó los preparativos finales. Una obra específica llamó su atención.

   —Boris, ¿dónde estaba esa? —preguntó Kaira señalando una retrato de ella misma de pequeña. Sus ojos apenados retratados demasiado grandes.

   —Estaba debajo de la cama de Madame Zervus, Su Majestad. La señorita Valeria nos ha avisado —respondió Boris a su lado—. ¿Quiere que la retiremos?

   —No —se apresuró a decir Kaira—. Gracias.

   —Un placer, Su Majestad.

   Kaira sonrió brevemente. Finalmente, Boris se acercó con una antorcha y encendió el fuego. La montaña de arte ardió rápidamente e iluminó la noche.
   Observó las llamas, pensó en las palabras de Boris, el respeto con el que se había referido a las doncellas... incluso sabía sus nombres. Kaira sonrió, comprendió que el cambio había pasado desapercibido incluso para ella.

   Al otro lado del fogón se encontró con unos ojos negros. Grimn estaba de pie, observando con tranquilidad las llamas. Levantó la mirada y ambos se observaron, no dijeron nada. Volvieron a mirar la hoguera, ignorándose mutuamente.

   Grimn mantuvo el rostro en calma, mientras observaba el último recuerdo de su padre volviéndose cenizas. Lorenza lo había retratado a la perfección, sentado en un tronco limpiando su hacha mandoble, herencia de las Eras.

   Una lágrima se escapó y recorrió las mejillas de Kaira, su mirada clavada en la pintura de Lorenza y Jolly en las olas.


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