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VIII: Selene.

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   Kaira no era parte del plan, no debía serlo. Había jurado que se concentraría solo en La Liberación... Sin embargo, ahí estaba, luciendo su corona de Reina que se había ganado con la sangre y sudor del Bloque Negro, con las lágrimas de Lilith.

   La Reina aún sostenía la falda de su vestido, la observaba con el temor en sus ojos. Lilith cerró los puños con fuerza, el frío de la cadena dorada en sus palmas la devolvió a la vida. No pesaba demasiado, era ligera y rápida. El verdadero peso residía en la punta, la enorme punta se balanceaba deseosa de ser estrenada.

   —Lilith —susurró Kaira, pero a Lilith apenas le llegó como un eco que no quería oír. Creyó que era su mente atormentándole, pero su nombre colgaba de los labios de Kaira como un ruego de perdón.

   Se dio la vuelta, ignorando por completo la presencia de a quien tanto quería castigar.

   Observó el panorama, lo primero que vio fue a Yong pegando un codazo a Farkas; ambos se voltearon para mirar a Lilith, con el ceño fruncido señalaban el arma que Lilith sostenía. Yong barría con la mirada la desesperada multitud en busca de Freyja, mientras que Farkas comenzó a avanzar hacia Kaira.

   La coronación se transformó en el caos previsto, la gente intentaba huir, los Centinelas luchaban con el Bloque Negro que intentaba llevar al pueblo hacia la salida, guiados por Victoriano.
   En el suelo, Meena tomó su arco doblado y pegó un golpe al aire, el arco se desplegó y segundo después ya disparaba al Centinela que la había empujado. La flecha explotó y disparó una densa niebla morada que sumió el salón entero en la penumbra. El Centinela cayó al suelo sin aire y el pueblo gritó ante la falta de visión.

   Lilith maldijo, apenas podía ver a pocos metros frente a ella. El humo era demasiada denso y las luces creaban sombras confusas. Cuando vio al Centinela frente a ella era demasiado tarde, con una maza de guerra golpeó el cristal de la mesa y Lilith cayó al suelo. Rodó a un costado evitando el pisotón del Centinela, se puso de pie y enredó la cadena en su mano derecha, esperando balanceó la punta.

   El Centinela se paró frente a ella, recargó su ballesta y le apuntó. La niebla los rodeaba. Lilith tiró el brazo hacia atrás, luego hacia adelante. La cadena salió disparada, la flecha de oro atravesó la armadura del Centinela y se clavó en su pecho. Gimió sorprendido, Lilith rió y tiró de la cadena, el hombre cayó de rodillas y luchó por desencajar el arma de su pecho. La sangre comenzó a brotar. Se acercó a él mientras se levantaba la máscara, sin soltar el arma y lo observó: estaba muriendo. Mirando al vacío murmuró sus últimas palabras:

    —Madre... —exclamó el Centinela estirando la mano hacia una esquina del salón.

   Lilith se alejó, tiró de la cadena liberando al final al cadáver y se volteó hacia donde el hombre había señalado: no había nada. Ella frunció el ceño al tiempo que enroscaba la cadena una vez más en su mano, bajó la mirada y la estudió con detenimiento.
   Los sonidos de lucha le llegaban de todos lados mientras sus dedos recorrieron las frías cadenas.

   —Selene —la nombró con una pequeña risa. Oyó la risa de su madre en el humo, y casi pudo jurar que la vio corretear con alegría junto a ella.

   Con una sonrisa de oreja a oreja, contenta de haber bautizado a su arma, se integró en la niebla con decisión. Sin embargo, chocó con Kaira quien soltó un grito asustada. La corona en su cabeza se torció y la observó sorprendida, luego a la punta de Selene que goteaba sangre del Centinela.

   —¡Lilith! —exclamó la Reina con una sonrisa—. Lamento mucho lo que sucedió pero no sabes cuanto me alegra verte, yo...

   Su alegría se apagó y tragó saliva nerviosa al ver la expresión de aburrimiento con la que Lilith le observaba. Una rebelde gritó de dolor en algún lugar del salón, la armadura de un Centinela cayó al suelo. El mundo parecía negado a detenerse cuando sus miradas se encontraban, por más que Kaira rogara a la Luna.

   —Yo... —volvió a intentar Kaira, pero Lilith dejó de mirarla y pasó por su lado, decidida a alejarse. En ese momento Kaira vio lo que colgaba del cuello de Lilith—. ¿Es ese mi collar?

   Lilith frenó el paso y se tocó el collar de zorro que colgaba en su cuello, frunció el ceño, no recordaba habérselo puesto.
   El humo comenzó a dispersarse, ambas miraron a su alrededor. El pueblo había huido, también Camila obligada por Yong. El Bloque Negro y los Centinelas luchaban con algunos cadáveres regados en el suelo. La Guardia Real ayudaba a los heridos y rodeaba a Kaira, no muy seguros de sí Lilith era amigo o enemigo. Kaira tampoco lo tenía claro.
   Farkas se acercaba a Kaira decidido, la tomó entre sus brazos y comenzó a alejarse hacia el piso de arriba.

   —No, espera —le rogó Kaira, desesperada—. Farkas espera, tengo que hablar con Lilith. ¡Lilith!

   Lilith se limitó a mirarla de reojo, se colocó de nuevo la máscara y se giró hacia la lucha.

   —¡Lilith! —volvió a gritar enfurecida Kaira, sabía que se merecía su indiferencia pero le quemaba el alma.

   —¡Kaira! —gruñó Farkas, la hizo girar frente a él y nervioso le gritó—: ¡Muévete!

   Kaira sollozó pero no lloró, Farkas la arrastró fuera del peligro.


   El Bloque Negro comenzaba a huir, y por más que los Centinelas intentaba seguirles el paso, no eran lo suficientemente rápidos. Meena disparaba flecha tras flecha, cuando oyó a Farkas gritándole a Grimn.

   —¡Da un maldito paso más y juro que Marítima Regio entera se movilizará y el pueblo se pondrá en tu contra! —de pie en la escalera gritaba, Kaira detrás de su cuerpo protegida. Grimn, enfadado, se mantenía de pie en el primer escalón.

   Farkas no le quitó la mirada de encima mientras continuaba empujando a Kaira hacia la alcobas, Meena pudo cruzar miradas antes de verla desaparecer y en ese momento entendió que Kaira no estaría a salvo hasta que Grimn descansara tres metros bajo tierra. Meena tensó el arco y se preparó.

   La punta de Selene se clavó en el hombro de Grimn sin previo aviso, este gritó rabioso y observó a Lilith a su lado. Se adelantó a ella y tiró de la cadena que se clavaba en su hombro. Lilith salió disparada hacia adelante, Meena soltó la flecha.
   Grimn abrazó a Lilith frente a él y la tomó del rostro, girándola hacia Meena. Lilith pataleó desesperada, pero la flecha de Meena la alcanzó, cerca de su hombro en su antebrazo. Gritó enfurecida mirándola directo a sus ojos, que expresaban sorpresa y culpa.

   Sin soltarla, Grimn se acercó a su oído, tocó con su mano la herida de Lilith y mostrándole la mano ensangrentada le murmuró:

   —Estás sola.


   Meena vio que Lilith y Grimn se murmuraban cosas, se dio la vuelta cuando oyó una voz asustada pidiendo su ayuda. Les dio la espalda y se alejó. Grimn empujó hacia adelante a Lilith y ésta miró a Meena, las lágrimas corrieron por sus mejillas al verla alejarse sin mirar atrás. Lloró en el suelo y a duras penas se incorporó, Grimn la observó con recelo, dando un paso atrás con una mueca de dolor colocó ambas manos en su estómago.

   Meena frenó el paso. No, no podía abandonar a Lilith, a pesar de todo. Se dio la vuelta pero ella no le miraba, trepando por la tela desapareció por la cúpula rota, dejando solo detrás manchas de sangre.
   Meena bajó la mirada y se encontró con la sonrisa de Grimn, no pudo hacer otra cosa, se marchó rendida y se dirigió a ayudar a sus aliadas a escapar de los Centinelas que las rastreaban por las calles de Vulpes. De todas maneras: Grimn había actuado exactamente como esperaban. El plan había funcionado.

   Finalmente Grimn se encontró solo, se dejó caer al suelo con dolor y con la mano sobre la herida expuesta silbó. Una manada de enormes loberos grises apareció a su lado, lo olieron unos segundos para después marcharse detrás de Meena.

...

   Comenzaba a anochecer, la Luna nueva no se dejaba ver. Meena corría apresuradamente por los callejones. El plan había salido a la perfección, debían mostrarle apoyo al pueblo, volver a Grimn la amenaza y el Bloque Negro la salvación... pero lo único en lo que podía pensar Meena era en su grave error, la mirada de Lilith aún le atormentaba.
   De un saltó se subió a una pared y comenzó a escalar el edificio, llegó a arriba y se arrojó a descansar sobre el tejado. Con la respiración agitada oyó cómo los loberos pasaban de largo corriendo furiosos por la calle. Cuando la manada dejó de oírse, una voz sobresaltó a Meena.

   —Esos caninos están enloquecidos... —soltó Ruby de pronto a su lado. Meena se incorporó y la vio sentada en el otro extremo, con los pies balanceando en el aire miraba el cielo nocturno—. Hombres o animales, Grimn es capaz de corromper cualquier cosa que toca.

   Meena se incorporó lentamente, Ruby le siguió y sonrió a través de un rostro ensangrentado. Meena la observó con el ceño fruncido, Ruby bajó la mirada avergonzada y cubrió la herida en su cuero cabelludo con su mano.

   —Vamos a que Will te cure, gnomo —dijo Meena mientras la rodeaba con un brazo.


   Zheng Yi Sao sostenía un sable con su mano buena, lentamente ejecutaba movimientos de lucha en el centro del salón de La Choza. Poco a poco buscaba probar el límite de sus músculos que tanto anhelaban la lucha. A excepción de su otro brazo que poco podía mover, el resto de su cuerpo parecía solo necesitar entrenamiento.
   Ruby estaba en el piso de arriba, dormida en la cama de Meena, con la cabeza vendada. Un buen vaso de licor le había ayudado con el dolor.

   Meena permanecía sentada con los brazos cruzados, mordía el interior de su mejilla mientras pensaba en visitar a Kaira... quería asegurarse de que estuviera bien.

   —Creo que ya es suficiente, Sao... —soltó con dulzura Will, mientras guardaba todo de vuelta en su maletín.

   Sao elevó las cejas y miró al hombre, no acostumbrada a ser mandaba. Will se enderezó e imitó su posición fingiendo enfado. Zheng Yi Sao acabó por sonreír y el hombre volvió a su tarea.

   —Quizás está en Marítima Regio —dijo Sao mientras se sentaba frente a Meena, retomando la conversación que mantenían hace unos minutos.

   La joven negó con la cabeza, luego de unos segundos en silencio dijo con desgano:

   —Octubre ya ha registrado todo.

   Sao asintió desilusionada, Lilith era en lo único que pensaba.

   —¿Entonces ahora qué? —preguntó Wilhelm mientras se reclinaba con las manos sobre el respaldo de la silla de Meena. Ella apoyó la cabeza sobre la mano de él.

   —El odio del pueblo hacía Grimn no hará más que aumentar cada día... El resto debe regresar, tomaremos las comarcas una a una... —susurró Sao recordando sus siestas con Lilith en las tardes soleadas luego de hablar por horas de los planes.

   —Pero... —dijo Meena insegura, se aclaró la garganta y prosiguió—: Grimn enviará a los Centinelas a cazarles.

   Sao sonrió complacida, con las cejas elevadas asintió lentamente. Meena frunció el ceño.

   —Dejará a Vulpes desprotegida —anunció Wilhelm, leyendo la mente de la capitana.

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   Al día siguiente, Cressida, Meena y Octubre se presentaron en Marítima Regio y despidieron a Ruby, Nico, Sebastian, Finn, Devia y todos los que habían acudido en el Día de Serendipia. El plan estaba claro, el castillo de naipes de Grimn no tardaría en volar con el viento, ellas estarían preparadas para entonces.
   Cressida se marchó temprano, el duelo que sufría por su Escuela le consumía la mayoría de la energía. El Sol se había escondido ya hace rato, las calles estaban casi desiertas y no había vuelto a nevar.

   —Es tan extraña Vulpes sin su característico blanco... —susurró Octubre, Meena caminaba a su lado, observando las estrellas.

   —Es inquietante —respondió con una pequeña risa Meena. Frunció el ceño ante las palabras que iba a pronunciar—: Kaira siempre dijo que había leído leyendas de lo que los Dioses eran capaces de hacer si los enfurecíamos... Creo que es eso lo que tanto teme Grimn.

   Un zorro rió a la lejanía, las nubes cubrieron Pandora. La pareja quedó sumida en la penumbra.

   —Han manipulado tanto las historias que ya no saben que es mentira y que es verdad —afirmó Octubre. Se colocó un gorro de lana y se acurrucó en su abrigo. La nieve se derretía pero el frío aún permanecía—. Jolly diría que es una señal de las Diosas, que nos han oído.

   Octubre dejó de caminar, obligó a Meena a hacer lo mismo y en un murmullo dijo:

   —Ese es el verdadero temor de Grimn.

   Acabó la frase y con el ceño fruncido observó a Meena, esta le regaló una mueca de desagrado y como una adolescente ladró:

   —¿Qué?

   —A mi no me engañas, Meena. Puedes usar todos los guantes que quieras pero el dorado sigue en tu piel —negó con la cabeza lentamente, tomó las manos de Meena y le quitó suavemente los guantes. Las marcas parecieron brillar en la oscuridad—. Tienes que hablar con ella.

   —No sé si ella quiera hablar conmigo —se defendió.

   —No seas tarada, Meena.

   Meena abrió la boca sorprendida y dejó escapar una carcajada, Octubre le empujó con cariño y una sonrisa, elevó las cejas insistente.

   —¡¿Ahora?! —chilló Meena.

   Octubre adoptó la pose jarrón, con una ceja elevada.

   —No, cuando veamos un dragón. ¡Claro que ahora!

   Meena arrugó la nariz en una carcajada y se lanzó a Octubre, fue rodeada por sus brazos con fuerza. Se balancearon suavemente. Octubre besó su mejilla y le susurró:

   —Vamos, vete. Jolly nos ha enseñado más de una vez que hasta lo más roto puede arreglarse.

   Meena se alejó, comenzó a trotar asintiendo con la cabeza y se marchó entusiasmada. Octubre sonrió y miró sus propias manos: Meena se había olvidado sus guantes.

   Meena corrió y corrió por las calles descongeladas de Vulpes, estaba decidida. Ahora más que nunca Kaira y ella debían ser fuertes, su amor podía saltar esta barrera. Soltó una pequeña carcajada al ver a un zorro correr a su lado, el cachorro parecía estar jugando una carrera. Continuó su camino, sintiendo el frío en su cara y la excitación en su corazón, llegó al pie del castillo y sin aliento observó una de las paredes de piedra de la plaza.

   Con pintura de aerosol morado alguien había dibujado el símbolo del Bloque Negro, la pintura aún estaba fresca y su tamaño era impresionante. Meena sonrió: ninguna de ellas había pintado aquello, ni Lilith ni ningún aliado, lo sabía a ciencia cierta.

   En aquel momento entendió que el pueblo comenzaba a despertar, estaban ganando.


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