VII: Corona de espinas.
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En el Murmullo de los Duendes, aquel pequeño balcón que daba al mar abierto, Kaira observaba las rocas debajo del abismo, donde las olas rompían furiosas. Había ido a aquel rincón esperando encontrarse con su madre, pero ésta se escondía en su alcoba desde el Día de Serendipia. Kaira ya no le temía y quería enfrentarla, sin embargo, parecía que el miedo ahora se había integrado en los huesos de su madre.
El viento se arremolinaba en los rincones de la roca del castillo, generando un sonido ensordecedor y extraño, casi mágico. Kaira deseó no pensar en estos murmullos como fantasmas de hermosas criaturas que sus antepasados habían perseguido, explotado y asesinado.
Permanecía de pie con un vestido de terciopelo verde, con flores rojas bordadas en las mangas. No llevaba ningún otro abrigo, parecía ser un día extrañamente cálido. Observando el vacío horizonte intentó imaginar dónde se escondía Lilith, y no pudo evitar recordar aquella noche en el Estanque Congelado... ya mucho había nevado desde aquel entonces. Pero ya no nevaba, la nieve se derretía. El hielo del estanque donde ella y Lilith se habían vuelto dos pedazos de la misma trágica y hermosa historia, ahora se rompía a pedazos. Aquellas noches juraron un final feliz, ahora estaba lleno de grietas. Dejó salir un suspiro, se mezcló con el del viento y pidió perdón a Lilith una vez más.
Su cabello suelto, descansando en su espalda y cayendo al suelo donde se esparcía con delicadeza, acarició su rostro. Farkas estaba detrás de ella observándola con una sonrisa, ella fingió no saberlo.
La Princesa carraspeó su garganta, miró a Farkas sobre su hombro y exclamó:
—¿Se te perdió algo?
La sonrisa de Farkas no desapareció, tampoco se sintió intimidado por el frío sabor de su voz. Se posicionó a su lado, imitando su posición. El balcón era pequeño, inevitablemente sus cuerpos se rozaban.
—La verdad que si, he perdido tantas cosas —respondió él riendo mientras examinaba aquel serio rostro.
—Las buscas en el lugar equivocado —dijo ella arrugando la nariz en desagrado.
Farkas se giró para estar frente a ella, y suavemente la obligó a hacer lo mismo.
—No me importa... —susurró Farkas imitando el gesto facial de la Princesa.
En el rostro de Kaira se dibujó una sonrisa, la cual ocultó rápidamente con un rostro serio y unas palabras tajantes:
—¿Es que no hay suficiente espacio en el Palacio de Zorros que tienes que venir al rincón más pequeño de la fortaleza a fastidiarme?
—Dime que me vaya y lo haré.
Kaira no respondió, pero sus mejillas se volvieron coloradas cuando Farkas le regaló una sonrisa de lado mientras observaba sus labios. Ella pestañeó lentamente y bajó la mirada, el viento le pegaba en el rostro y pronto sintió la gentil mano de Farkas que colocaba su cabello detrás de su oreja; se acercó a ella y besó su mejilla brevemente, sin alejarse susurró:
—No finjas que no sucedió... Me besaste Kaira, no es algo que pudiera olvidar. Y voy a jugar a todos los juegos que quieras hasta que vuelvas a hacerlo o rogues por ello.
Un escalofrío recorrió a Kaira, cerró los ojos con vergüenza. Sintió como Farkas se alejaba y la volvía dejar sola. Abrió los ojos, suspiró y apoyó ambas manos en la barandilla. Negó con la cabeza lentamente, no pudo evitar sonreír.
Se estaba volviendo experta en ignorar sus dolores.
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Heba permanecía de pie en las floreadas calles de Vulpes, observaba a un Centinela inmóvil entre la atareada muchedumbre que decoraba las calles. La joven regresaba de Marítima Regio, donde todos se preparaban para la coronación esa misma tarde. La Liberación volvería a hacer presencia. No habría fuego ni piquetes, palabras gritadas ni marchas. Su presencia bastaría como rebeldía suficiente. Había empezado con fuerza, una fuerza catastróficamente necesaria. Ahora las ruinas del Coliseo Gélido eran suficiente recordatorio de que esto no había acabado, que podían destruirlo todo si no las escuchaban... Para sorpresa de todos, en las tabernas se oían susurros que preguntaban por el Bloque Negro, y no había miedo en su voz.
Habían asustado a Grimn, a pesar de que este no quería demostrarlo. Las cosas estaban cambiando y no había suficientes Centinelas en el mundo para pararles. Con sus ballestas ensangrentadas patrullaban las calles, los niños escapaban de su presencia... pero ahí estaría el Bloque Negro en la coronación. Las familias que anhelaban la Liberación debían saber que ellas seguían ahí. No pararían hasta lograrlo.
Solo faltaba una cosa, y eso era tarea de Heba.
Una gota fría cayó en su rostro. Apresuradamente levantó la mirada, esperando, deseando, ver nieve. Pero pronto entendió que el abeto sobre su cabeza se descongelaba, lloviendo sobre su hiyab.
Una niña que aparentaba unos cinco años, de piel pálida y cabello marrón con reflejos anaranjados, se acercó al Centinela. Se paró a su lado y extendió su pequeña mano: sostenía una flor, una alhelí morada . El guerrero pareció ignorarla, pero finalmente bajó la mirada lentamente. Su madre apareció enloquecida por los nervios, casi corriendo tomó a su hija entre sus brazos, rogó unas disculpas al Centinela y huyó con lágrimas en sus ojos. El Centinela se limitó a observar la flor en el suelo, la pisó con su bota y continuó patrullando.
Heba caminó hasta allí y recogió la flor, no sabía porque pero se sentía mal por el regalo de la niña. Acariciando los pétalos sucios observó las desconocidas calles de Vulpes. La nieve en el suelo casi desaparecía del todo, revelando un césped verde debajo que poco a poco crecía con timidez. Las hojas de los árboles se agitaban con el viento y los arbustos se llenaban de colores. Vulpes siempre le pareció hermoso, pero ahora que la nieve se derretía se daba cuenta de todos los colores ocultos.
Bajo todo pronóstico, unas tierras ocultas salían a la luz. Los sacerdotes rezaban cada amanecer, asustados por las condiciones de su ciudad de hielo que se descongelaba poco a poco.
Heba se obligó a centrarse, el Bloque Negro confiaba en ella y no quería volver a desilusionarlos. Casi creía estar enamorada de cada uno de ellos de tanto que les admiraba, en especial por como hablaban cada día de aquellos que habían perdido. No lo sentía deprimente, al contrario. Simplemente mencionaban sus nombres con sonrisas y ojos soñadores cuando algo les recordaba a sus seres queridos fallecidos. Heba lo encontraba una práctica hermosa, y mucho más sana que la que seguían sus padres... quienes lloraban a Nabila a escondidas y no pronunciaban su nombre fuera de la seguridad de sus alcobas. Heba agradecía que al menos habían dejado la historia del oso de lado, finalmente.
Desde que se había unido a la Rebelión oía el nombre de Nabila cada día, en especial porque todos insistían que las hermanas compartían el mismo rostro. Heba no estaba de acuerdo, pero le alegraba saber que su hermana no sería olvidada jamás por ellos. Sin embargo, a pesar de todo, una parte de ella estaba cansada de ser comparada con su hermana, era difícil salir adelante cuando todos esperaban que fuera tan extraordinaria como era ella.
Finalmente llegó a la dirección. Nico había encontrado a alguien que podía hacer los amuletos de Luna que Nabila solía crear con arcilla antes de morir. La tienda estaba ubicada en el centro de la Zona Residencial, donde las casas se extendían hasta los cielos. Entre casas y ventanas abiertas una pequeña plaza rebosaba de verde y colores. Unas bancas y unas hamacas decoraban los árboles. Era un espacio diminuto pero entre las casas destaca como un oasis.
Heba cruzó el césped con una sonrisa, extendió la mano para tocar los columpios mientras avanzaba y finalmente llegó a la tienda.
"El alfarero del norte" rezaba un cartel amarillento sobre la puerta entornada de la entrada. Las pequeñas esculturas y jarrones de arcilla se apilaban en el umbral de la puerta, los cristales dejaban ver que el interior estaba igual de atestado.
Heba ingresó lentamente, cuando acabó de abrir la puerta una campanilla sobre esta anunció su presencia.
—¡Aquí estoy! —gritó una gruesa voz masculina con dulzura, se le oía al final de la tienda.
Heba siguió el sonido de su voz, esquivando esculturas que se amontonaban en el suelo, llenaban las mesas y colgaban del tejado. Muchas de las obras eran vajillas útiles, con finos detalles de flores o animales. Pero la mayoría eran meramente decorativos, escenas de la naturaleza con elegantes detalles que podrías observar por siempre. Heba sonrió, el olor de la arcilla cruda le recordaba a Nabila.
Finalmente encontró al hombre encorvado sobre una mesa, con un diminuto pincel le pintaba los ojos a una figurilla de una cabra de montaña. Era un hombre alto y corpulento, los músculos se marcaban a través de su camisa y sus manos eran enormes. Tenía un rostro duro, repleto de perforaciones en la nariz y las cejas. Llevaba una barba corta bien cuidada y el cabello negro en un complicado trenzado. Fruncía las cejas concentrado en su trabajo y por un segundo Heba se dedicó a observarle. Su aspecto entero era amenazador y rudo, pero ahí estaba, con un pincel demasiado pequeño para sus manos, pintando un adorno que cualquier abuela querría coleccionar. Y tenía talento.
—Que en paz amanezca, me envía Nico —dijo finalmente Heba.
El hombre levantó la mirada y al verla la sorpresa dibujó su rostro, sus mejillas se tornaron coloradas y se dio la vuelta para esconderse. Heba suspiró esperando lo inevitable, ya sería la tercera persona en la semana en decirle lo mucho que se parecía a Nabila. Sin embargo, el hombre se limitó a murmurar amablemente que le diera un segundo, mientras abría y cerraba pequeños cofres.
—Aquí está —se dió la vuelta y sonrió, su bigote se agitó. Se acercó a Heba con un bolsa de tela en sus manos y se la extendió con sumo cuidado, pesaba—. Hice el doble de lo que me pidió, dile que no quiero que se queden sin amuletos en el momento más inoportuno.
—Le agradezco mucho —respondió ella, paseando su mirada por sus ojos y su rostro. El hombre bajó la mirada y asintió—. ¿Le debo algo?
—No, por favor —se apresuró a decir, finalmente se animó a mirarle—. Considéralo una donación.
En el rostro de la mujer se dibujó una sonrisa, extendió la mano libre y se presentó:
—Heba.
—Ajax —respondió él encantado, le estrechó la mano y se alejó rápidamente.
Heba frunció el ceño mientras Ajax rebuscaba entre las obras que colgaban del tejado en finos alambres. Tomó una pequeña entre sus manos y se lo extendió a Heba, era un pequeño broche de una abeja llevando una flor muy parecida a la que la niña le había dado al Centinela. La flor favorita de Nabila.
—Por favor, acepte este regalo de mi parte —dijo con la mirada suplicante y las mejillas coloradas—. Es mi adorno favorito y quedará muy bien en su hiyab.
Heba frunció el ceño y lo colocó junto a su rostro en la tela de su velo, como si de una hebilla para el cabello se tratara. Sonrió extrañada ante el gesto, y le agradeció con unas dulces palabras.
—Espero no importunar —se explicó él, estaba nervioso y luchaba con fuerza para mantener el contacto visual. Heba rió ante esto—. Estoy seguro que debe estar harta de que la elogien, pero es la mujer más hermosa que he visto en mi vida y... lo siento, no quiero incomodarla.
—No es algo que suela oír, suelen decirme que me parezco a mi hermana, Nabila —dijo ella frunciendo el ceño con una sonrisa—. Le agradezco sus palabras, tan hermosas como las obras que veo en su tienda.
—Es usted muy amable —susurró Ajax, miro el suelo y pateó una piedra. Levantó la mirada y un poco más tranquilo dijo—: No tengo el placer de conocer a su hermana, pero me alegra haberla conocido a usted.
Heba soltó una carcajada.
—Un placer conocerle, Ajax, espero verlo pronto.
—Así será.
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Farkas observaba su traje en el reflejo del espejo, el estómago le dolía del miedo. Camila le acomodó los hombros de la chaqueta con manos temblorosas. Ambos suspiraron y se sonrieron mirándose a los ojos a través del espejo.
Kaira detrás de ellos de pie en el umbral de la puerta los observaba pensativa, rezó en silencio que el plan generara los sentimientos esperados en las multitudes del pueblo.
Farkas se volteó a verla y no pudo evitar sonreírle. Unas campanas sonaron a lo lejos.
—Ya es hora —exclamó Camila emocionada mientras arrojaba sobre los hombros de ambos unas capas de terciopelo verde para que cubriera sus prendas. Debían permanecer ocultas hasta el momento indicado.
Kaira sonrió brevemente a Farkas y se marchó a encontrarse con Victoriano.
Hora después la multitud se oía emocionada, nerviosa. Farkas suspiró pesadamente ajustándose la capa, Kaira a su lado miraba al frente sin emoción alguna en sus ojos.
Yong apoyó la mano en el hombro de Farkas y le sonrió.
—Buena suerte, hermano —le susurró.
Farkas asintió con una sonrisa enternecida. Estaban junto a la gran escalera de cobre, esperando a que fuera su momento de descender. Oían un discurso religioso de Grimn debajo, parado frente al trono con el pueblo entero observándole con temor. Victoriano indicaría cuando era el momento de bajar.
Camila llegó al lado de la pareja, le enderezó a cada uno el broche de Vulpes junto a su corazón. Valeria, la doncella, apareció a su lado. Abrió un pequeño joyero de cristal, Camila tomó dos collares. Uno de Knglo para Farkas, y otro de Egot para Kaira.
—Gracias —susurró Camila mientras le devolvía el joyero.
Valeria se limitó a suspirar pesadamente con irritación antes de marcharse. Camila suspiró y se giró con los ojos llorosos hacia la pareja, ambos sonreían apenados.
—¿Siguen sin hablarte? —susurró Farkas mientras tomaba entre sus manos las de Camila.
—Si, yo... —Camila tenía el corazón roto por como aquellas que consideraba familia la dejaban de lado, sabía que era el miedo y el dolor por Zervus lo que actuaba por ellas. Sin embargo, al final del día Camila era la que había perdido a su madre, y no se sentía capaz de reparar el daño que el abandono de sus amigas había dejado en su piel. La habían apartado cuando más las necesitaba.— Está siendo un día particularmente doloroso, extraño a mi mamá. Esther y Fabiola siguen huyendo de mí —poco a poco comenzó a hablar cada vez más rápido mientras arreglaba la ropa de la pareja una y otra vez frenéticamente—, Teresa y Claudia no me miran a los ojos y me escuchan a duras penas. Y Valeria me desespera, no deja que Ingrid se me acerque y yo, ¡estoy intentando! pero no-
—Valeria puede ser insoportable cuando quiere —dijo Ingrid de pronto detrás de ella. Camila se volteó sorprendida—. Solo necesitan tiempo, Cami. Te seguimos admirando, solo que a veces tu fortaleza puede resultar intimidante.
Tan pronto como acabó de pronunciar esas palabras huyó apresuradamente. Camila rió incrédula, un poco aliviada. Hasta que la voz de Victoriano anunciando su entrada apagó la felicidad.
Un sombrío violonchelo llenó la sala y los murmullos del pueblo se apagaron rápidamente. Farkas se posicionó junto a Kaira y entrelazó sus brazos, buscó su mirada pero ella se limitó a mirar al frente.
—Tengo miedo, este plan es estúpido —susurró Kaira.
—Para cambiar las cosas solo necesitas el apoyo de la gente —respondió Farkas, mirando también hacia el frente—. Él está por perderlo... No puede matarnos, tampoco a medio pueblo.
—Puede hacernos cosas mucho peores. —La voz de Kaira se mantenía firme mientras Camila extendía las capas de terciopelo de ambos hacía atras.— Dame una buena razón para arriesgarnos así.
Farkas no respondió enseguida, entrecerró los ojos buscando una razón. Kaira se volteó a mirarle, él no quiso encontrarse con su mirada en aquel momento.
—No lo hacemos para él. Esto es para el pueblo, para las jóvenes que quieren libertad. Tienen que saber que esto no ha acabado.
Heba se encontraba entre la emocionada multitud, frente al trono observaban la escalera donde la pareja real descendía lentamente. Sonrió inconscientemente, estaban hermosos, tanto que sus rostros fúnebres desencajaban. Las pequeñas coronas del Príncipe y la Princesa brillaban en sus cabezas, un hilo dorado se enredaba en cada una de estas como una telaraña.
La sala estaba repleta de Centinelas patrullando silenciosamente, la gente se apartaba de su paso como si cargaran con una enfermedad letal; mientras que Grimn se mantenía de pie junto al trono. Solo podían verse sus ojos negros a través del yelmo.
La pareja finalmente acabó el descenso y ejecutaron una impecable reverencia para el pueblo. La coronación era el único momento en el que la realeza se ponía de rodillas ante el pueblo, pero como todo: era solo un show.
Ese fue el momento en el que los nervios se apoderaron de Heba, pero esta vez no se dejó dominar. Respiró profundamente y observó a la amontonada multitud. Volvió a contar por enésima vez a los aliados de la Rebelión, aquellos a quienes aún el reino no había tachado de criminales. La joven colocó la mano sobre su pecho para sentir el amuleto de la Luna debajo de sus ropas, Ajax había hecho un trabajo increíble con los detalles. Se encontró buscando ilusionada al hombre en la sala, frunció el ceño confusa al no encontrarle. Definitivamente le preguntaría el motivo de su ausencia, pensó.
Victoriano comenzó con un discurso demasiado antiguo para resultar interesante o coherente, Heba se limitó a pasear su mirada por el salón. Camila estaba de pie detrás del trono, las plantas se extendían al tejado a sus espaldas. La familia real estaba justo debajo de la cúpula, los hermanos de Sauro formados de mayor a menor y el Consejo de las Comarcas al otro lado con objetos que luego le entregarían a cada uno de los Duques. Heba miró el cristal del tejado, seguía destrozado, dejando entrar la luz. Grimn parecía no tener intenciones de repararla.
El discurso acabó pero todo lo que Heba había oído era música. Se permitió observar los balcones sobre sus cabezas, donde la Guardia Real permanecía vigilante, esperando su gran momento. Largas banderas colgaban hasta el suelo con los escudos de cada comarca, representaciones de los Dioses y símbolos de Serendipia. La tela verde ondeaba ante la brisa que ingresaba por la cúpula rota.
La pareja se acomodó frente al trono, mirando hacia el pueblo. Celestino apareció junto a ellos, sostenía un cuenco de oro en sus manos donde un agua turquesa brillaba como si de cristal líquido se tratara. Se oían tambores.
El Duque de Mare Turtur se posicionó frente a Farkas quien extendió sus manos con las palmas hacia arriba. Celestino hundió uno de sus dedos en el líquido, luego trazó dos círculos en las muñecas del joven. Su piel se tornó dorada para luego desvanecerse y dejar una disimulada cicatriz, como si de una leve quemadura se tratara.
Mientras el hombre se alejaba de él y se posicionaba frente a Kaira, Farkas observó sus muñecas, luego levantó la mirada y observó a su padre junto a él. Vilkas sonrió y suspiró pesadamente.
Celestino repitió la misma tarea con Kaira, y ésta en lo único que pudo pensar mientras el dorado brillaba en su pálida piel, era en Meena y los tatuajes dorados que brillaban en su cuerpo en símbolo de amor eterno. Debía encontrarla, debía encontrarla para que aquellas marcas no se transformaran en símbolo de duelo eterno.
Macabeo reemplazó a Celestino, en su camisa brillaba el escudo de Suscitavi, con una vela blanca encendida en sus manos. Las flautas dulces reemplazaron los tambores. Primero se acercó a Farkas, quien se quitó su corona y la extendió hacia delante, el hombre tomó el hilo dorado que se enredaba en el oro y acercó la punta a la llama. En pocos segundos la corona estaba rodeada por el fuego, Farkas sentía el calor cerca de sus manos pero no llegaba a quemarle. Elevó la mirada, con todas las inseguridades y miedos arremolinándose en su mirada. Se encontró con la sonrisa de Yong en el público, Farkas suspiró y se relajó.
Se dio la vuelta para mirar a Kaira sostener su propia corona al frente. Las llamas iluminaron su rostro y ella frunció el ceño preocupada.
Macabeo se marchó mientras la pareja real colocaba sus viejas coronas sobre una mesa de cristal frente a ellos. Afrodisio se paró detrás de ellos, se giraron y se miraron de frente, tomando sus manos. Farkas no pudo evitar pensar en la boda y la corona de espinas. En las tabernas se oían canciones de aquella noche.
El sonido de las flautas se había detenido, ahora las guitarras llegaban a oídos de Kaira. Una vez más pensó en Meena, y en su último baile en Apis.
El Duque de Apis sostenía en sus manos un cuenco de cristal, donde la tierra más fina y fértil de sus tierras descansaba, mezclada con un polvo dorado. Ensució su pulgar derecho y esperó a que Farkas se volteara frente a él con los ojos cerrados.
Con cuidado de no ejercer demasiada presión, pasó su pulgar desde la sien hasta el otro lado, dejando un rastro de marrón y dorado sobre sus ojos y el puente de su nariz. Cuando acabó, Farkas se enderezó y enterró su pulgar izquierdo en la tierra. Se volteó hacia Kaira mientras Afrodisio se marchaba.
Para su sorpresa, la mirada de Kaira se sumergía en sus propios ojos. Rebuscaba entre el verde, esperando una respuesta. Pero Farkas no sabía la pregunta.
El joven heredero al trono colocó su pulgar bajo la nariz de la Princesa, y lentamente comenzó a descender por sus labios. Kaira le sostuvo la mirada mientras su labio inferior se doblaba ligeramente hacia abajo. Ella elevó con cuidado la cabeza y Farkas terminó el recorrido al final de su barbilla. Y en aquel momento entendió que lo que más deseaba era que jamás terminara. Quería conocer todos sus rincones con la yema de sus dedos.
Grimn observó cómo la pareja real se volvía a voltear hacia la expectante multitud, con las humeantes coronas frente a ellos, el rostro pintado y sus muñecas marcadas.
Victoriano se paró detrás de ellos, esperando su turno. Al otro extremo del salón las puertas se abrieron de par en par, el pueblo se dividió en dos, dejando un pasillo entre medio y lo único que se oían era el violonchelo. Un viento furioso ingresó en la sala, atraído por el ritual. Las faldas se agitaron y los cabellos se descontrolaron. Las capas de la pareja se agitaron deseosas de volar, mientras Lorenza aparecía de pie en el umbral de la puerta. En sus manos sostenía un cojín con la corona del Rey y la Reina.
El momento llegó, la futura antigua Reina avanzó entre el gentío. Sus manos temblaban y su piel rosada estaba pálida, el pueblo la observaba con admiración mientras avanzaba hacia la pareja. Su vestido tiraba de ella, impulsado por el viento, hacia el trono brillante en el centro de la sala.
Victoriano se acercó a Farkas por uno de sus costados y desató la cinta en su cuello, la capa del joven voló por las aires, revelando sus ropas debajo. Los ojos ya no estaban sobre Lorenza, ahora todos observaban sorprendidos a Farkas. Victoriano repitió la tarea con Kaira y se marchó.
Un cuervo ingresó chillando por la puerta abierta, todos habían detenido sus movimientos ante la visión que se alzaba frente a ellos. El ave revoloteó sobre la pareja para luego escapar por el agujero en la cúpula. Una de sus alas negras cayó sobre el hocico de uno de los zorros de oro del trono.
Lorenza frenó el paso en el medio de su camino, no sabía si debía continuar o cancelar todo. Miró a Grimn en busca de respuestas.
El Centinela respiraba agitadamente, quería reaccionar, deseaba acabar con sus vidas en ese mismo momento. Observó al pueblo con urgencia y se sorprendió de ver que la mayoría lo observaba a él y a su ballesta, temerosos de presenciar otra tragedia.
Pronto su atención se vio desviada al ver que muchos en la multitud se habían despojado de sus abrigos, mostrando su apoyo a la pareja real.
Aquel maldito morado estaba en todas partes y brillaba con valentía en el precioso vestido de Kaira que se envolvía en su cuerpo y en el traje a medida de Farkas.
Una vez más, la música siguió su curso como si nada sucediera.
Grimn se volteó a Lorenza y gruñó al verla reanudar sus pasos. La vio avanzar entre el gentío vestido de verde o morado. Detestó entender todo el apoyo que la Rebelión tenía.
Lorenza llegó frente a la mesa de cristal, las coronas humeantes y calientes en cada extremo. Dos doncellas aparecieron y las retiraron con una sincronización impecable, cuando se alejaron Lorenza colocó el cojín en su lugar. Dio la vuelta a la mesa y se posicionó frente a Farkas, tomó la pesada corona que había pertenecido a Sauro y la extendió al frente.
Farkas hincó la rodilla en el suelo, y con los ojos cerrados pronunció el juramento:
—Fides mea est promissorum honestissima, ante hos frangantur ossa mea.
—Regnum nunc caeli tibi respirare —respondió Lorenza mientras colocaba la corona sobre su cabello.
El peso se le hizo casi insoportable. Lorenza se apartó de él, erguido y con la mirada al frente se preparó para su futuro: esa clase de peso ahora formaba parte de su vida, no había nada que pudiera hacer para aligerar la carga.
Kaira observó el rostro de su madre, buscando su mirada, queriendo encontrarse con sus ojos de venado asustado. Pero Lorenza no despegó la mirada de su antigua corona. Lentamente la Princesa se arrodilló y madre e hija repitieron las mismas palabras de antes:
"Mi fidelidad es la más honesta de mis promesas, que mis huesos se rompan antes que estas."
"Ahora el reino es el aire que respiras."
No fue hasta que tuvo que inclinarse hacia delante que Lorenza reunió la valentía suficiente para mirarle. Kaira no pudo evitarlo y le sonrió al mismo tiempo que la corona que alguna vez le perteneció a su madre se posicionó sobre su cabeza.
—Esto recién empieza, madre —murmuró Kaira, ladrando la última palabra.
Lorenza se marchó lo más elegante que pudo, pero tropezó a la mitad y tuvo que hacer un esfuerzo para no caer. Se posicionó frente a Vilkas, quien de reojo la observó.
La pareja real se volvió a tomar de los brazos, se dirigieron al trono, la multitud comenzó a aplaudir.
Lentamente, deseando no hacerlo, Farkas se dio la vuelta y se sentó en el gran trono de raíces doradas y zorros de oro, la orquesta entera estaba enloquecida cuando Kaira se paró a su lado y posicionó su mano sobre su hombro.
Ese fue el momento que más temieron y esperaron, por que el pueblo se vio sorprendido pero no asustado cuando el Bloque Negro apareció en los balcones sobre sus cabezas, ocupando el lugar de la Guardia Real, sus rostros cubiertos con sus mascaras de bestias y animales. Las banderas moradas cubrieron las verdes y los símbolos de la realeza fueron cubiertos por pinturas de la Luna, las Diosas y el símbolo de las piratas.
Los aliados en el público, con sus ropas moradas, revelaron sus amuletos de Luna. Y lo más importante de todo: no dejaron de aplaudir y el resto del pueblo no supo hacer otra cosa que seguirlos, con el miedo en sus ojos.
—No va a matarnos frente al pueblo, no puede gobernarlos si los atemoriza, no al menos bajo la doctrina de sus Dioses... —le había dicho Farkas a Kaira antes de descender por la escalera, minutos antes de la coronación.
—¿Y si pierde la cabeza? —respondió ella.
Grimn observó las coronas, las Lunas y al Bloque Negro. Los Centinelas se pusieron en marcha hacia el piso de arriba, pero la pareja real no se movió, tampoco el pueblo que seguía aplaudiendo confuso. Las aletas de su nariz se abrían nerviosas, tomó la ballesta y la recargó. Tenía que hacer algo.
Miró en todas direcciones, no podía provocar una masacre pero tenía que hacer algo para calmar la furia de los Dioses que sabía que se avecinaba. Knglo le gritaba en sus latidos que hiciera algo. Observó a una joven doncella apartada, de pie aplaudía emocionada frente a las puertas de cristal detrás del trono. Tenía una sonrisa en su rostro y se veía tan inocente y pura.
Camila llevaba su amuleto orgullosa, aplaudía pensando en Zervus, cuando vio que Grimn se movía. Con ballesta en mano se dirigía hacia Ingrid que lucía un amuleto de Luna sobre su delantal. Camila frunció el ceño, Ingrid no era parte del plan, había robado un amuleto, quería mostrarle su apoyo a Camila...
Grimn se paró a su lado e Ingrid finalmente notó su presencia, el rostro se le desfiguró por el temor y extendió la mano para arrancarse el collar. Camila dio un paso al frente con la mano estirada hacia delante y quiso gritar en advertencia, pero Grimn disparó antes de que su voz saliera.
El cuerpo de Ingrid salió disparado hacia atrás, con una flecha que había atravesado su garganta. Los cristales se salpicaron con su joven sangre y ella cayó al suelo con los ojos muy abiertos.
La sala se llenó de gritos, la pareja real se puso de pie y el Bloque Negro saltó desde los balcones hacia el salon. El pueblo comenzó a huir, incluso los aliados, quienes no eran guerreros. La Guardia Real se llevó a los hermanos de Sauro y a Lorenza.
Camila cubrió su boca con una mano temblorosa, mientras observaba como Valeria abrazaba el cuerpo sin vida de su hermana menor en un charco de sangre. Fabiola, Teresa, Claudia y Esther intentaban llevarse a Valeria que lloraba, mientras con odio y temor miraban a Camila.
Farkas corrió hacia Camila y comenzó a gritarle que debía irse, Vilkas y Yong aparecieron a su lado.
Kaira aún frente al trono, tomó la falda de su vestido y se preparó para ayudar. Sin embargo, no pudo evitar detenerse cuando ante sus ojos vio el plan cobrar vida como un ave fénix de las cenizas. Con los gritos de terror que llenaban la sala comprendió todo, cuando el Bloque Negro se interpuso entre el pueblo y los Centinelas. Niños, ancianos, familias enteras aterrorizadas... pero no era del Bloque Negro de quien huían, pero sí se esconderían en sus casas recordandolos como sus heroes. Una pared inquebrantable entre ellos y los Guardias de la Muerte, los Centinelas.
Y entre las luchas y la valentía, encontró una máscara conocida entre la multitud. Kaira clavó la mirada en los brazos de Meena que empujaban a un Centinela, levantaban a un muchacho del suelo y lo guiaban a la salida. Ella pareció sentir que la observaba y se distrajo de su tarea, se giró a mirarle. A través de su máscara sus ojos en pena se encontraron con los de Kaira después de tanto. Un Centinela la alcanzó y empujó con fuerza, Meena voló por los aires, cayó hacia atrás y se golpeó contra el suelo, su máscara se quebró. Kaira no pudo evitar gritar su nombre.
Una tela negra cayó desde la cúpula hacia la mesa de cristal, justo frente a Kaira, ahora Reina. Las botas retumbaron y el cristal se quebró pero no estalló, las coronas ahora sin dueño temblaron. Una cadena dorada con una punta filosa en el extremo cayó frente a ella.
Lentamente, Kaira levantó la mirada, conocía muy bien esas manos que sostenían la cadena. El cabello de fuego que había crecido incontrolablemente en las últimas semanas, suelto hasta las caderas, y la máscara de cabra.
Los ojos de Lilith la observaron con la más dolorosa de las iras.
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⊱ ☽ Final de la primera parte: "Lo que nos destruyó" ☾ ⊰
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