V: El camino de los Dioses.
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Desde que había abierto los ojos a Kaira se le hacía imposible entender cómo la gente no cuestionaba las reglas que los supuestos Dioses habían impuesto sobre ellos. Llamaban pecados a debilidades humanas, errores inocentes en su mayoría. Y aplaudían los crímenes más viles con la excusa de controlar a las masas. La noche de la Nictalopía era aquel día cuando la noche realmente no llegaba. Kaira recordaba como de niña, a sus apenas siete años, le había parecido una tortura.
Durante cuarenta y ocho horas los hombres descansaban y rezaban, las mujeres les servían para que ellos pudieran disfrutar de la festividad con propiedad. Durante esos dos días, Serendipia se volvía silenciosa. Todos seguían un estricto voto de silencio, no se tocaba música y los ciudadanos empleaban sus tareas con cuidado de no emitir sonidos con muebles o demases. ¿Dónde estaba la libertad en aquella religión? pensaba Kaira mientras caminaba por las calles de Vulpes con una vela en sus manos.
Pensaba en miles de cosas, pero el nombre de Lilith estaba siempre en el fondo de su cabeza resonando una y otra vez como una tortura. Como una gota de agua que cae en tu frente una y otra y otra vez, hasta perforar tu piel. Lilith se sentía igual en ese momento... al menos por primera vez tenía una buena razón para sentirse miserable en el aniversario de su nacimiento.
Kaira era seguida por un enorme séquito. Farkas a su lado sostenía en una mano una vela y con la otra escoltaba a Victoriano, quien se ayudaba de unas pesadas muletas para avanzar, mientras aun así intentaba llevar la vela en la mano. Yong y Camila caminaban detrás de ellos, Grimn a su lado; Lorenza un poco más atrás. Estaban rodeados de Centinelas y gente del pueblo. Iban de un templo al otro, rezando dos horas en cada uno. Debería ser de noche, pero una luz anaranjada y rosada mantenía Serendipia iluminado.
Todos estaban en silencio y caminaban lentamente, con zapatos de cuero, sin accesorios que pudieran resonar y faltarle el respeto a los Dioses.
Las Diosas no tenían esa clase de reglas, te amaban como fueras y te dejaban ser libre. Jamás te callarían, incluso te invitaban a gritar, reír, llorar y cantar a todo pulmón... o callar si lo preferías. Kaira no pudo evitar pensar en Lilith y como hace trece años en la Nictalopía anterior esta se encontraba en pleno alta mar. Se preguntaba si ya estaba a bordo del Olympe de Gouges y que le había contado Jolly al respecto.
El Olympe de Gouges descansaba en el fondo del mar por su culpa, le recordó su mente.
De alguna manera en el continente nadie hablaba de aquella festividad, y los niños la odiaban. A pesar de aquello todos crecieron para convertirse en adultos devotos. Se consideraba mal augurio mencionar o pensar en la festividad fuera de la fecha, y no podías hablar en esta. Si lo hacias, los malos espíritus te robaron el alma al caer la noche. Kaira había creído que sus recuerdos de aquella festividad era su alocada imaginación de niña, pero ahí estaba, trece años después volvía a recorrer el mismo camino con una vela en sus manos.
Una gota de agua helada cayó en el rostro de la Princesa y esta no pudo evitar pensar en lo incoherente que era todo en Serendipia. No pudo evitar preguntarse qué significaría realmente aquella fecha y qué atrocidades habían ocurrido en aquel entonces... de seguro Jolly hubiese podido responder sus preguntas.
El séquito ingresó en el sombrío templo de Egot. Una estatua en el centro se erguía en piedra blanca, debajo de una cúpula que le iluminaba. El centro, al igual que el de Knglo, era circular y todos se fueron arrodillando en el suelo con las velas frente a ellos. Los templos de los Dioses carecían de decoración o comodidad, toda la atención debía ir las estatuas de las entidades y los seguidores debían arrodillarse en el frío suelo. Kaira se había sentido enferma todo el rato que había pasado en el templo de Knglo y no había logrado encender su vela. Sin embargo, cuando entró al templo de Egot sintió como si algo quisiera llegar a ella, un mensaje.
Kaira cerró los ojos y se esforzó por recordar. Como si de magia se tratara pudo sentir los cojines y las alfombras bajo sus pies, una frazada cubriendo sus hombros. Velas aromatizantes a su alrededor y la dulce melodía de una flauta. Las risas de las niñas del Olympe de Gouges y los susurros chismosos de las ancianas. En la sala de rezo del galeón, rodeadas de pinturas, plantas y libros, Jolly cantaba por lo bajo mientras le enseñaba a Kaira como rezarle a las Diosas.
Jolly, rezó Kaira con ambas manos descansando en su regazo, sentía su propia sangre fluir. Siento mucho lo que te he hecho. Eras un ser único y mis acciones te arrebataron la vida. Donde sea que estés, perdóname, ayúdame a encontrar la luz y haz que mis plegarias lleguen a oídos de Lilith... Jolly, abuela, ojalá tú me hubieses traído al mundo. Podríamos haber sido felices, estoy segura que conocías grandes lugares para que nos escondiéramos. Querida Jolly, desde que te conocí creo en muchas cosas... pero no creo que tu alma sea de las que perecedera. No sé dónde estarás, pero siento mucho lo que te he hecho.
Lo arreglaré, te doy mi palabra. Y si esta promesa la rompo, ayuda a Lilith. No merezco el perdón pero lo anhelo. Haré todo lo que la vida me permita para arreglar esto... lo siento, gracias por tanto.
Un movimiento al otro lado de la estatua la arrancó de sus pensamientos. Lorenza estaba arrodillada frente a ella. La Princesa le observó, no pudo evitar pensar en cómo hubiese sido su madre si jamás la hubiesen separado de Jolly.
La Reina observaba un punto cerca de sus manos, con una expresión que la joven no supo leer. Kaira se limitó a seguir los ojos de su madre. Bajó la mirada y vio su propia vela: se había apagado.
Kaira no pudo evitar sonreír. Jolly, pensó.
La mayoría de las personas en aquel templo permanecían con los ojos cerrados, la iluminación era sombría y el silencio ponía nervioso a Farkas.
Abrió los ojos con lentitud, y comenzó a observar a su alrededor. Yong a su lado permanencia con los ojos cerrados, parecía que simplemente esperaba a que esa tortura acabara. Camila al lado de Yong tenía el ceño fruncido y los ojos cerrados con fuerza, su vela se agitaba como si discutiera con ella.
Farkas se volteó al otro lado, paseó la mirada por aquellos rostros desconocidos. Hasta llegar a la Princesa, ésta observaba como Victoriano volvía a encender su vela rápidamente, antes de que alguien lo notara. Kaira sonrió en agradecimiento a su tío y levantó la mirada, se encontró con la de Farkas.
No pudo evitar pensar en lo que aquellos hermosos ojos grises habían hecho por él. ¿Qué significaba? ¿Era pura empatía o realmente no quería que nada le sucediera?... ¿Se arrepentiría?... Sin duda su vida no valía más que la de todas aquellas mujeres y niñas que había conocido. Kaira no debería haberlo salvado, pensó.
Farkas paseó la mirada hacia el otro extremo del círculo. Grimn estaba allí, la llama de su vela estaba inmóvil, casi no parecía real. El joven heredero al trono no comprendía la mente del Centinela, pero sospechaba sus temores. No podía tomar el control a la fuerza sin que el pueblo le temiera, aún más. Los Centinelas eran fuertes pero Grimn quería que Serendipia viviera bajo las doctrinas de los Dioses, no bajo las doctrinas de sus tropas.
Mientras con paso lento y silencioso todos se dirigían al exterior, Farkas se preguntó si aquella convicción era lo suficientemente fuerte como para sostenerla en el tiempo. Grimn estaba dispuesto a llegar lejos, eso no le quedaba duda. ¿Pero qué tan lejos?
La multitud comenzó a separarse, cada uno a su hogar. El séquito real llegó finalmente a la plaza, Farkas pudo ver a una figura al pie de las escaleras. Sostenía una vela entre sus manos y estiraba el cuello, buscando algo en la multitud.
Finalmente, los ojos de Vilkas encontraron los de Farkas.
Farkas quiso correr, arrojarse a sus brazos y llenar su arrugado rostro de besos. Tomar sus manos y asegurarle que todo iría bien, que él le protegería. Sin embargo, solo caminó hasta él con toda la prisa que pudo. Vilkas le recibió con una sonrisa, entrelazaron los brazos y juntos subieron las escaleras.
Se alegraban de volver a verse, pero también sabía lo que significaba: Vilkas regresaba el castillo, ya había hecho su parte. Ahora tocaba esperar a que el Bloque Negro ejecutara el siguiente movimiento... Farkas podía imaginarse cuando sucedería.
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El viento aullaba, el olor a ceniza viajaba en este. Las gentiles olas en la costa de Vulpes golpeaban el oxidado metal de la flota. A los pies del acantilado, Meena observaba las copas de los árboles carbonizados que se agitaban. No podía verlo, pero sabía que sobre aquella saliente de roca se encontraba el Lago de los Poetas Muertos.
No se acostumbraba a la vision de blanco pinar convertido en un bosque negro, tampoco se acostumbraba a su nueva realidad. No le gustaba la sensación de no querer estar con Kaira, la sensación de derrota.
Con ambas manos protegidas en su abrigo, Cressida y Heba a su lado. Las tres esperaban junto a la costa, protegiéndose del viento con la pared de roca. A su lado descansaba el naufragio de Marítima Regio que les había servido como cebo para Grimn. El majestuoso barco yacía inclinado, con un enorme agujero que revelaba su interior donde las olas ingresaban.
—¿Meena? —chilló una voz al otro lado del barco.
Meena frunció el ceño y estiró el cuello desesperada, no podía verles pero las lágrimas ya amenazaban con inundar su rostro.
El trío se puso en marcha e ingresó en el naufragio, al mismo tiempo que el otro grupo ingresaba por otro hueco.
—¡Meena! —volvió a gritar Marina al verla. Tenía una herida cicatrizante debajo de la nariz que le llegaba hasta una oreja. Al ver a Meena gritó de alegría y corrió hacia ella, chapoteando entre los restos de la flota.
Meena la estrechó entre sus brazos sin decir nada y suspiró pesadamente, estaba tan cansada. Cuando se separaron, Meena observó al grupo de piratas. A pesar de todo resultaba esperanzador. Habían perdido a sus mentoras y a sus hermanas pequeñas, el futuro y el pasado del Bloque Negro. Sin embargo, aún tenían el presente para cambiar las cosas, y en cada una de esas feroces miradas supo que estaban lejos de rendirse.
Se precisaba mucho más para acabar con el Bloque Negro.
Cressida comenzó a saludar a todas, a Ruby, Nico, Marina, Sebastián, Fedora y muchos más. Meena se limitó a observarles, al igual que Heba, quien simplemente veía un mar de rostros desconocidos. Una figura se hizo paso entre la multitud, y un sollozo se escapó desde lo más profundo de Meena al encontrarse con Octubre.
—¡Octubre! —le llamó entusiasmada.
Octubre rió, y apresuradamente se acercó a ella, la tomó de las manos y le dio un fuerte beso. Las lágrimas al fin recorrieron el rostro de Meena.
—Esto aún no se ha acabado —le susurró Octubre mientras limpiaba sus lágrimas.
—Tenemos mucho que discutir, y nos queda poco tiempo. La coronación será dentro de unos pocos amaneceres más —decía Cressida. Todos ya se habían acomodado, algunos sentados sobre restos de la flota, otros de pie con el agua llenando sus botas—. Pero primero que nada. Meena...
Meena asintió ante el pie, sonrió antes de decir aquellas palabras, previendo la reacción de todos.
—Zheng Yi Sao ha sobrevivido.
Los gritos de felicidad, las risas incrédulas y los aplausos inesperados llegaron a sus oídos apenas mencionó el nombre de la capitana. Animada continuó:
—Incluso cuando la sacamos de debajo de las rocas y la pusimos a salvo, aún no estaba fuera de peligro. Fueron unas semanas interminables, pero oficialmente puedo decirles que nuestra Capitana ha sobrevivido. Su cuerpo no está en las mejores condiciones, casi pierde uno de sus brazos. Ese mismo quedó atrapado bajo las rocas, Wilhelm no encontró el pulso en aquel brazo pero su corazón aún latía con fuerza.
Continuaron festejando, incrédulos oyeron la historia, incapaces de comprender la repentina alegría. Meena, sentada junto a Octubre tomando su mano, les observó con una sonrisa. Las risas se apagaron y el brillo desapareció de las miradas, todos parecían haber recordado. Como siempre, las cifras de sus sobrevivientes jamás alcanzaban a sus muertos.
Se hizo el silencio, Heba aprovechó la oportunidad y carraspeó su garganta. Permanecía de pie apartada de todos, se voltearon a mirarla con atención.
—Lo siento, yo... —comenzó a decir. Aclaró su garganta y en voz más alta continuó—: Quería disculparme por haber sido portadora de malas noticias, rompiendo sus corazones con algo que resultó no ser verdad. Sé que no es excusa pero estaba asustada, creía estar preparada pero no fue así.
Observó los rostros de las piratas que le escuchaban con atención, aún no acostumbraba a que nadie le interrumpiera al hablar. Durante todo el camino había ensayado aquellas palabras. Había metido la pata, lo sabía, se había precipitado a la lucha sin ser nadie y había acabado difundiendo la noticia de la muerte de Zheng Yi Sao segundos antes de que Wilhelm le encontrara el pulso. Su hermana amaba y anhelaba La Liberación, no quería ensuciar su legado. Por lo cual, sentía que le debía una disculpa al Bloque Negro. Recordaba muchas cosas de Nabila, pero siempre parecía olvidar como esta la regañaba por esforzarse demasiado.
Contar aquel relato sirvió para refrescar su memoria, no recordaba mucho. Pero cada palabra que salía de su boca era como una niebla que se disipaba en su mente.
La explosion en el castillo aún resonaba en sus oídos, las espadas y los escudos en la plaza. Ella estaba de pie al final de las escaleras del Palacio de los Zorros, en su bolso cargaba municiones y vendas pero cuando el caos comenzó no se sintió capaz de moverse. Todo parecía emitir una melodía fúnebre, El Día de Serendipia se teñía de rojo.
Disparos y gritos, una voz se alzó entre el resto:
—¡Meena! —gritaba Marina de pie en la plaza, miraba hacia el tejado donde la otra le observaba, con arco en mano—. ¡Algo no está bien!
En aquel entonces Heba aprendió lo rápido que pasan las horas en la guerra, pero que los segundos se arrastran. En sus recuerdos, un Centinela tomaba a Marina del brazo y con una daga cortaba su rostro sin ni siquiera pestañear.
—¡Ey! —grito Meena con furia. Con la nariz arrugada tenso el arco en una milésima de segundo, la flecha ingresó limpiamente en la cuenca del ojo del Centinela.
Heba observó como Meena saltaba del tejado sobre el hombre que se retorcía en el suelo, le arrancaba el yelmo y acababa su vida rápidamente con una daga. Sin pensarlo se puso de pie y ayudó a Marina a hacer lo mismo, ésta le gritó algo, insistente empujó con urgencia a Meena.
Meena la observó confusa, su rostro sangraba debido a un profundo tajo pero ella no quería ayuda, solo quería que Meena fuera al castillo. Terminó por obedecer, pero fue atrapada en la multitud que luchaba salvajemente.
Heba cayó al suelo torpemente cuando Grimn pasó a su lado corriendo, la empujó sin ni siquiera mirarle, segundos después desapareció en las calles de Vulpes. La joven gritó asustada cuando alguien la levantó del suelo sin mucha delicadeza, era Marina. Le gritaba algo pero esta estaba tan atemorizada que no entendía nada, la sangre manchaba su vestido y cuello.
—Vendas —balbuceó Heba—. Tengo... ¡tengo vendas!
—¡No quiero vendas! —gritó Marina mientras doblaba un mosquete, revelando que no tenía munición. Luego susurró desesperada: —Necesito balas.
Heba le entregó el bolso entero, Marina lo tomó y se arrodilló en el suelo. Recargó el arma en cuestión de segundos y comenzó a disparar con velocidad. Heba se cubrió los oídos asustada al mismo tiempo que Lilith aparecía corriendo a su lado, sus manos temblaban de manera preocupante. Se integró en la multitud y la perdió de vista, pero Heba pudo oír como Meena le gritaba desesperada:
—¡¿Dónde está Kaira?!
Heba se dio la vuelta lentamente sin dejar de cubrirse los oídos y observó el Palacio de los Zorros, una nube negra de humo ascendía a los cielos. La joven volvió a mirar la multitud, por unos segundos se encontró con los ojos suplicantes de Cressida. Le rogaban que fuera valiente, que hiciera algo o se pusiera a salvo.
Sin darse tiempo a arrepentirse, Heba se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras lo más rápido que podía. Sus ojos se apartaron de Cressida segundos antes de que un marinero le clavara una fierro en el vientre.
Las puertas estaban abiertas, por lo cual pudo ingresar en el castillo con facilidad. Apenas tenía aire pero no se detuvo hasta estar junto a las ruinas donde Wilhelm lloraba tomando la mano de Zheng Yi Sao.
—Sao... por favor, vuelve a mi —rogaba.
Heba frunció el ceño al oír el nombre que el hombre lloraba. La Capitana, pensó asustada. Se dio la vuelta al oír a Kaira, corrió hacia ella buscando algo para ayudar.
El cadáver del Rey Supremo le tomó por sorpresa.
—¿Qué vamos a hacer? —gritaba Kaira desesperada, aferrada al brazo de Victoriano que se retorcía en el suelo por el dolor.
—¡Heba! —gritó Farkas al reconocerla.
Heba no pudo evitar sonreír al oír una voz conocida, se encontró con Farkas sentado en el suelo, haciéndose un torniquete en su pierna ensangrentada.
—¡Farkas! —corrió a su lado. Desesperada exclamó—: No sé cómo ayudar, dime que hago. ¿Qué ha pasado?
—Heba, escuchame —murmuró Farkas apretando los dientes, el dolor que sufría podía verse en su rostro—. Grimn va camino a hundir el Olympe de Gouges, ya no podemos detenerlo, solo queda rezar que Lilith y Freyja lo logren.
Heba frunció el ceño mientras le oía, ¿Lilith y Freyja? que duo tan extraño, pensó.
—Necesito que busques ayuda, estoy seguro que Grimn volverá para acabar con la Escuela de Niñas —exclamó desesperado mientras ajustaba el torniquete—. Necesito que saques a todos de ahí, por favor. Zervus-
Un sonido de rocas le distrajo, Wilhelm volvía a intentar sacar a Sao de las ruinas. Heba se volteó en el momento exacto que Will sacaba a rastras a la mujer de los escombros.
Una sinfonía de guerra y gritos viajó con el viento desde la plaza mientras Will agitaba desesperado el cuerpo de Sao.
—¡Vete, Heba! —gritó Farkas con dolor.
Otra vez en la plaza, Heba rodeó a la muchedumbre y esquivó unas cuantas peleas individuales. Bajó las escaleras hacia el mercadillo, se encontró con Vilkas quien la tomó de ambos hombros desesperado:
—¡Heba! Vienes del castillo... ¿Zheng? —el hombre balbuceaba desesperado, su mirada se agitaba nerviosa en el rostro de la joven que tan bien conocía, pero pronto olvidaría aquel instante. Jamás el sentimiento.
—Vilkas, lo siento —murmuró ella asustada, retorciéndose para que él la soltara. Tengo que avisar a Cressida del colegio, pensó—. Tengo que irme, Grimn-
—¡No me importa! —exclamó el hombre sin soltarla—. ¡Por favor! ¿Zheng ha muerto?
—Si.
Vilkas la soltó finalmente, sus hombros cayeron en derrota. Con la mirada perdida se hizo con un hacha y un escudo que yacían junto a un cadáver y se integró en la multitud con una furia cargada de pena. En ese momento Heba notó que Ruby estaba de pie a su lado, en su rostro vio que había oído la noticia. Decidió hacer lo mismo que Vilkas, luchar hasta caer, cumplir el sueño de Sao.
Las niñas, la escuela.
Finalmente Meena logró separarse de la multitud y se disponía a subir los peldaños del castillo, pero Heba la detuvo con desesperación.
—Meena, por favor, necesito tu ayuda.
—Ahora no, Heba. Kaira me necesita —respondió sin mirarle, pero Heba no la soltó.
—¡Kaira está bien! ¡por favor, que alguien me escuche! —chilló Heba desesperada. Rápidamente comenzó a hablar—: Farkas está con ella, creo que ha matado al Rey, no lo sé. Y el hombre, intentaba despertar a la Capitana. Pero la Escuela, Meena, ¡la escuela! —Heba chillaba desesperada, Meena la observaba con el ceño fruncido—. ¡Grimn hundirá la flota y luego irá a por la Escuela! ¡Tienes que hacer algo!
—¿Kaira...? ¿Sauro está muerto?
—¡Sauro, la Capitana y todos lo estaremos si no te mueves! ¡Haz algo!
Las olas golpearon el casco del barco, mientras la joven acababa su relato. Todos la observaban, y ella no sabía qué pensar. Había actuado mal, fatal, lo sabía, e ignorarlo no serviría de nada. Por sus rostros supo que no sería fácil ganarse su confianza, probablemente la veían como una novata asustada que intentaba imitar a su hermana.
Fedora se separó de la multitud con el rostro serio, se acercó a Heba y le extendió la mano. Esta la miró confusa, pero en el rostro de la otra se dibujó una sonrisa mientras susurraba:
—Bienvenida al Bloque Negro, hermana.
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