IV: La semilla.
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Vilkas pasó con nerviosismo su mano por su frente. Sentado en el suelo, con la espalda en el colchón de paja leía el periódico. En primera plana se convocaba al pueblo de Serendipia a asistir a la coronación de la pareja real. El anuncio era acompañado de una fotografía de Farkas de pie junto al trono, con la ropa impecable, el rostro limpio y la herida en la garganta al descubierto. Su mano derecha descansaba sobre el trono, Kaira estaba detrás de él. La cúpula destrozada de fondo.
Al menos sabía que su hijo estaba vivo, pensó Vilkas, aguantando las lágrimas. No supo cuanto tiempo observó esa imagen, con las ropas limpias y el cabello emprolijado, la destrucción y las heridas. Aquella fotografía delataba lo sombría que se había vuelto la situación.
Una semana, o eso creía, desde los grandes sucesos. No estaba seguro de que sucedía afuera, para él el tiempo se había detenido en el momento en que aquella explosion rompió su corazón. No recordaba el rostro de quien le dio la mano noticia, solo su voz, sus palabras que dolían cada noche... el corazón de aquella mujer que él amaba había dejado de latir. Quiso vengar su nombre, honrar su legado; había hecho lo inhumano para ayudar a la Rebelión, intentando que el plan no se cayera a pedazos, pero todo se había perdido en el momento que los Centinelas llegaron a la plaza. Ni la misma Guardia Real pudo salvar a los inocentes. Perdieron, pero al menos había logrado que la mayoría de las integrantes del Bloque Negro escaparan con vida... pero no todas.
En aquella habitación, embrujada de recuerdos, el tiempo no volaba. Era como si estuviera paralizado. Sin embargo, sabía que debía dejar el duelo de lado y ayudar a Farkas.
Dejó el periódico en el suelo y se puso de pie, se colocó un abrigo de cuello alto y un sombrero. Cada día caminaba por horas por las calles de Vulpes, en busca de los supervivientes de la Rebelión o el Bloque Negro. Necesitaba comunicarse con ellos, ayudarles. Por ella. Pero no sabía cómo.
Salió del Granero de los Árboles Durmientes y caminó por las calles de la Zona Residencial hacia el puerto. Tan temprano en la mañana la gran carretera estaba repleta de trabajadores y jóvenes aprendices. La Luna, gibosa menguante, todavía se veía con claridad. El bullicio se le hizo tranquilizador, el silencio de aquella habitación sin ella era tortura. Las flores salían entre la nieve y aún se olía el hollín en el ambiente, proveniente del Pinar Nevado que rodeaba la carretera que conectaba la ciudad y el Puerto de los Viajeros Perdidos.
En los últimos días había oído que le llamaban el Bosque Cenizo.
Casi parecía no haber sucedido nada. Los Centinelas estaban por doquier, pero la vida continuaba... Los cuervos revoloteaban sobre su cabeza a cada segundo.
Perdido en sus pensamientos continuó su camino, con ambas manos dentro de los bolsillos de su abrigo marrón. Una niñas recogían la nieve al costado del camino, una carreta pasó a su lado. Los hombres a bordo las miraron, se limitaron a levantar sus sombreros en señal de saludo.
Vilkas frunció el ceño y continuó caminando. Llegando al puerto observó como una carreta tirada por dos enormes vacas de cuernos extensos y cabello largo se detenía frente a un buque en la orilla. El escudo de Suscitavi brillaba en la madera del barco. Unos jóvenes bajaban unas pesadas cajas de madera y las colocaban en la carreta.
Vilkas se detuvo y los observó trabajar, sus risas y conversaciones triviales producían nubes de aliento en la mañana.
Se quedó allí de pie mirándolos, incluso cuando la carreta se puso en marcha y el buque se lanzó a alta mar. Se limitó a esperar, sin quitarle la vista de encima a aquella caja que habían olvidado al costado del camino.
Una mujer desconocida llamó su atención. Estaba de pie, con el rostro serio y los ojos nerviosos se aferraba a una canasta de peras. De pronto depositó la canasta en el suelo, un grupo de hombres y mujeres con ropa de marineros pasaron junto a ella. Un joven tomó la canasta sin ni siquiera mirarle y continuó su camino. A Vilkas se le hizo conocido su rostro y su corto cabello morado.
La mujer se dio media vuelta y se fue.
Vilkas se volteó otra vez hacia la caja, ya no estaba ahí. Le tomó unos minutos encontrar a las dos jóvenes que se la llevaban en una carretilla. Entre la multitud avanzaban en la misma dirección que el grupo de marineros que llevaba la supuesta inocente canasta de peras.
Siguiendo su instinto, Vilkas siguió a ambos. Se detuvo al ver como ambos grupos comenzaban a subir por la pasarela hacia Marítima Regio, perdiéndose entre la multitud.
El hombre se limitó a observar cómo la vida en Vulpes seguía su supuesto curso de siempre, sin embargo, vio todas las señales. Notas deslizadas debajo de las mesas, miradas significativas y asentimientos de cabeza. Barriles supuestamente llenos de vino que ingresaban y salían de Marítima Regio. Silencio y sonrisas complacientes cuando los Centinelas se acercaban.
Vio como los pimpollos de la revolución comenzaban a brotar del suelo. Habían plantado la semilla, debían soportar la lluvia. La gente estaba callada, pero no silenciada.
Todavía había esperanza.
Vilkas suspiró pesadamente, debía continuar con su investigación dentro de Marítima Regio. Pero había algo que le molestaba, se giró hacia la pequeña cabaña torcida en el otro extremo del puerto. No lo pensó, minutos después golpeaba la puerta con suavidad.
Pasaron los minutos y nadie respondió. Tosió levemente y observó a su alrededor, no había nadie. En voz alta dijo:
—Soy yo, Vilkas. —Su voz se sintió rasposa.
El tiempo de espera se le hizo eterno, pero allí se quedó de pie. Hasta que la puerta se abrió. En el umbral no había nadie y La Choza estaba a oscuras. Vilkas ingresó, la puerta se cerró a sus espaldas. Un farol se encendió, Wilhelm lo sostenía con su mano derecha. A su lado, Meena bajaba el arco con el que le apuntaba Vilkas. Su rostro detonaba alivio al reconocerle.
Vilkas observó sus rostros sin saber qué decir, mientras la cabaña se iluminaba poco a poco. Meena suspiró y se alejó hacia la cocina donde comenzó a preparar una infusión para el hombre. Wilhelm le indicó que se sentara junto al fuego, el hombre parecía tímido de repente.
—Siento mucho no haber venido antes. Temía que los Centinelas me siguieran.
Meena se acercó a él y colocó una infusión de lavanda en sus manos, Vilkas agradeció con una sonrisa. Wilhelm le dedicó una mirada significativa a la joven, esta asintió con la cabeza y se dirigió al piso de arriba.
—Creo que he visto a Octubre en el puerto —soltó Vilkas apresuradamente. Meena frenó su avance a media escalera y se volteó a mirarle con una sonrisa de puro alivio, sonrió aguantando las lágrimas y desapareció en el piso de arriba—. Tengo la creencia de que muchos se ocultan en Marítima Regio, de por si los Centinelas no suelen entrar allí y...
Su propio suspiro le interrumpió, dejó la taza de barro a un lado y se inclinó hacia adelante. Con sus manos temblorosas cubrió su rostro. Wilhelm lo observaba.
—Lo siento, yo... —intentó decir.
—Vilkas —exclamó Will. El hombre levantó la mirada y le observó con el ceño apenado—. Ojalá hubieras venido antes...
—¿A qué te refieres?
Wilhelm se puso de pie, Vilkas le imitó por inercia y nerviosismo.
—Ella está bien, está arriba.
Las piernas de Vilkas temblaron, se le escapó un jadeo y no pudo hacer otra cosa que rodear a Will con sus brazos. Se fundieron en un reconfortante abrazo. Segundos después, Vilkas se separó de él y corrió escaleras arriba. Meena lo esperaba frente a la puerta de la alcoba de Will, con una sonrisa le indicó que pasara.
Con más fuerza de la que pretendía empujó la puerta, la cual se abrió de golpe y chocó contra la pared. Los cristales temblaron.
Zheng Yi Sao estaba recostada en el centro de la cama, cubierta con unas sábanas blancas y vestida con un camisón más blanco. Su cabello recién cepillado descansaba sobre su pecho. Las lágrimas estaban acumuladas en su rostro y sonreía.
Vilkas la observó como si de una aparición se tratara. Lentamente se acercó, temeroso de que la visión desapareciera si se apresuraba. Se arrodilló junto a la cama y tomó su mano entre las suyas. La besó con ternura, después ella acarició su rostro con lentitud.
Su rostro seguía hinchado y enrojecido. El brazo que Vilkas no sostenía estaba cubierto de un enorme moretón que se extendía hacia su pecho. Una de sus piernas estaba entablillada, la otra apenas tenía unos rasguños.
—Yo... —murmuró él. Una pequeña risa se escapó de sus labios mientras las lágrimas surcaban su rostro, estaba sin palabras.
—Contaba con volver a verte —susurró ella con una dulce sonrisa.
...
En la noche, el grupo de tres cenaba junto a Sao en la habitación de Wilhelm. Vilkas y Zheng Yi Sao habían hablado por incontables horas, el hombre había acabado por revelarle sus mentiras, su plan de escape y como su sonrisa era su única razón para quedarse. Ella se limitó a tomarle la mano y sonreirle tristemente.
—Está todo tan... desordenado —dijo Meena lentamente—. No sabemos dónde están, ni siquiera sabemos si siguen aquí en Vulpes, muchos quizás ya se marcharon a sus comarcas.
—Creo que siguen aquí—opinó Will, sentado a su lado masticaba una hogaza de pan—. No se irán, no todavía, sin ningún tipo de información o paso a seguir. Debemos reencontrarnos con Cressida y buscar en Marítima Regio, como Vilkas ha dicho.
Vilkas asintió lentamente y preguntó:
—¿Dónde está Cressida? Por qué la escuela...
Silencio. La escuela se había quemado hasta los cimientos, todos habían logrado escapar... excepto Zervus.
—Está en casa de Heba, la hermana de Nabila —respondió Sao con lentitud.
Vilkas entrecerró los ojos, apenado, recordando la muerte de Nabila. Ella y su hermana Heba habían crecido correteando juntas en los barcos de Vilkas. Ahora, la tragedia oxidaba su historia.
—¿Sabes algo de Freyja? —le preguntó Sao a Vilkas. Will y Meena compartieron una silenciosa mirada.
—No, pero estuve intentando contactar con Yong, de seguro están juntos.
—No lo creo, ya no se hablan —acotó Meena.
Vilkas pestañeó velozmente y le miró confuso. Wilhelm se puso de pie y retiró los platos vacíos de todos, se dirigió al piso de abajo y comenzó a limpiar.
—Solo necesito preguntarle por Lilith —susurró Sao—. Alguien las vio marcharse al puerto, creo que fueron a intentar salvar el Olympe de Gouges. —Zheng Yi Sao se quedó en silencio, Meena bajó la mirada apenada, Vilkas oía con atención.— Me han dicho que Freyja apareció en nuestra puerta tiempo después, me salvó la vida y se marchó sin decir nada. Yo estaba inconsciente, no pude preguntarle... Necesito saber si está bien.
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Heba caminaba apresuradamente por las calles de Marítima Regio. Los ciudadanos caminaban de lado a lado, de comercio en comercio. Todos se conocían entre sí, eran familia; y la mayoría era partícipe de la Rebelión. Aquel barrio siempre estaba en constante movimiento, de personas y de suelos, ya que los barcos siempre eran movidos por la marea. El sonido de las máquinas y los golpes en el metal llenaban las calles.
Heba nunca se consideró una persona bonita, al menos no al lado de su hermana, Nabila. Todo el mundo decía que eran muy parecidas, pero Heba siempre había envidiado la elegancia de su hermana y la perfección de su rostro.
Su piel siempre estaba ligeramente tostada, su nariz fina y con una ligera loma. Tenía los labios pequeños pero carnosos. Una mirada rasgada y oscura, los pómulos filosos. Siempre llevaba el cabello cubierto por un hijab largo que caía con elegancia en su espalda. Era de estatura baja y delgada.
No había un día que no extrañara a su hermana, y odiaba cuando la gente las comparaba. Ella jamás sería tan hermosa como Nabila, insistía. No parecía notar como todos la miraban al pasar.
Llegó hasta un bar sin nombre, en la segunda esquina a la izquierda del cuarto barco. Ingresó con paso apresurado. Observó el panorama de ingenieros y marineros que tomaban su desayuno tranquilamente, la mayoría le sonrieron y le desearon buen día. La sala apenas estaba iluminada por unas farolas que colgaban sobre la barra. Heba dirigió su mirada hacia allí y vio la canasta de peras sobre esta. A medida que caminaba hacia la encimera saludaba a sus antiguos compañeros de tripulación y mantenía inocentes conversaciones. Tomó la canasta entre sus manos y se marchó rápidamente, nadie quiso entretenerla.
Su travesía continuó por el Bosque Cenizo, hasta la Zona Residencial. Luego de unos largos minutos llegó a un edificio de seis pisos. Tomó la llave entre sus manos y subió las escaleras hasta el quinto piso. Cuando ingresó en la estancia, Cressida corrió a recibirle.
—¿Te han seguido? —preguntó en un susurro.
Heba negó con la cabeza.
—¿Has visto a alguien? ¿Ruby?
Heba colocó la canasta sobre la mesa del comedor, se despojó del abrigo y lo arrojó a un lado.
—Solo de la tripulación de los Torvar, los Centinelas han detenido a unos pocos... y he oído que los soltaran. A los hombres al menos. —Se sentó en la silla y comenzó a sacar las frutas del canasto, debajo había una tela que envolvía el interior de la canasta.
Cressida suspiró apenada y se sentó a su lado, tomó una pera y le dio un mordisco. Tenía el rostro hinchado, Heba supuso que había aprovechado la soledad para llorar. En momentos así se alegraba de haber enviado a sus padres a Apis antes del Día de Serendipia, allí estarían más seguros.
Heba desgarró la costura mal hecha de la tela, una nota cayó del interior. Tomó entre sus manos el pequeño papel amarillento y leyó el contenido:
"A escondidas de la Luna, el barco se hunde.
O."
Cressida rió sin una pizca de alegría al recordar el hundimiento del Olympe de Gouges. Heba la observó confusa, aún se consideraba una novata en la Rebelión. Se había unido apenas una semana antes de los terribles sucesos. No había sido tarea fácil lograr que Cressida le aceptara, esta temía que sufriera el mismo destino que su hermana.
—Explícame por favor... —rogó tímidamente.
—Dentro de dos noches habrá un fenómeno natural que solo sucede cada trece años. Solo por un día no habrá noche, el Sol permanecerá cerca del horizonte por algunas horas para luego volver a subir a lo más alto —explicó Cressida, sonrió al recordar a Jolly y sus lecciones de astrología—. Es un día muy importante para los seguidores de Knglo y Egot, estarán todos en los templos o rezando en sus casas. Tendremos vía libre, nos encontraremos en el naufragio.
—A escondidas de la Luna —asintió Heba, comprendiendo ahora las palabras—, el barco se hunde.
El viento sopló en el exterior, ambas voltearon hacia el pequeño balcón para ver a la lejanía, donde podía verse la ciudad y las ruinas de la Escuela para Niñas. El departamento donde ahora vivían era pequeño, con solo una habitación donde ambas dormían. La cocina era pequeña y apenas entraba una mesa con dos sillas y un viejo sofá. Eso era todo. Sin embargo, a Heba se le hacía enorme sin su familia. Agradecía la compañía de Cressida, aunque esta realmente no tuviera otra opción que esconderse allí.
—Entonces... ¿Grimn perdonará lo sucedido?
Cressida negó ante la pregunta de Heba.
—No, él no perdona. Simplemente nos subestima... Temo lo que pueda hacer cuando finalmente entienda el alcance de nuestra fuerza.
Esperemos que para ese entonces, ya sea tarde para él.
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