II: El fin de algo eterno.
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Ambos pies en el suelo, el contacto de la piel contra los tablones de madera. Centenares de collares y amuletos que componían diferentes sinfonías con cada movimiento de la anciana. Un pequeño espejo a su lado reflejaba los patrones rosados en su pálida piel. Sentada sobre los cojines del sofá, con el amanecer a sus espaldas. Los rayos de luz se filtraban por el hueco del portillo e iluminaban el mural de las Diosas Olvidadas. Sus ojos sabios seguían el movimiento de la luz matutina sobre los trazos de pintura, recorriendo las manos de Durga, las piernas de Makra y las flores que danzaban con ellas. Como siempre, rezó por el alma de su hija perdida.
Había sido una noche maravillosa, las Diosas mantuvieron las velas encendidas cada segundo, haciéndole saber a la bruja que grandes cosas sucedían en el continente.
Los sonidos de las marineras ancianas y las niñas que despertaban llegaron a los oídos de Jolly, una sonrisa se dibujó en su rostro. Estaba preocupada por su familia que luchaba en Vulpes, pero en el Olympe de Gouges solo podían esperar a que vinieran por ellas. Todas juntas comenzarían un nuevo futuro.
La alegría se sentía en cada palabra pronunciada en la cubierta, Jolly podía oír todo a la perfección desde la sala de rezos. Su mirada continuaba siguiendo los rayos de sol que poco a poco se detenían, justo sobre los ojos de las Diosas Olvidadas.
La sonrisa de Jolly desapareció.
Algo había cambiado. Aquel mural que ella misma había ayudado a pintar tantos años atrás, el último día de la Cuarta Era, no era el mismo de siempre. Esa mañana las Diosas tenían los ojos cerrados. Con las manos temblorosas se puso de pie, con la lentitud de quien no quiere ver la verdad.
Las risas fuera continuaban pero algo había cambiado. El Sol seguía brillando, casi burlón, sobre el mural y las olas. Jolly miró al pie del altar, donde las ofrendas y velas se acumulaban. Supo que era tarde cuando pudo ver con sus propios ojos como cada una de esas llamas se extinguía.
Sin atreverse a volver a mirar el mural, Jolly se dirigió hacía la puerta y la abrió con urgencia. Observó el panorama, todas continuaban con su mañana ajenas a lo que sucedía. Una de las ancianas le enseñaba a un grupo de niñas todo lo que debían saber de las velas, mientras estas sostenían en sus manos pequeñas tazas con infusiones. La anciana le sonrió a una de las niñas pequeñas mientras respondía una de sus preguntas, su mirada se desvió y pudo encontrarse con la de Jolly. En ese momento su sonrisa desapareció, mientras todas las marineras se voltearon a verla, sintiendo el mismo catastrófico presentimiento. Las niñas quedaron en silencio.
Los ojos de Jolly parecieron brillar. No iba a permitirlo, algo le decía que no había nada que hacer, pero no iba a rendirse.
Las Diosas jamás las abandonarían.
—¡Resguarda a las niñas! —gritó mientras su cobardía parecía ser apagada por la valentía de los ingenuos.
La anciana obedeció inmediatamente, comenzó a agrupar a las niñas y a llevarlas a las entrañas del barco donde estarían a salvo, de no sabían que.
—¡Preparen los cañones! —continuó ordenando. Todas las ancianas obedecieron con urgencia, apresuradamente corrían de un lado a otro, organizándose lo mejor que podían mientras sus huesos se quejaban de tanto esfuerzo repentino.— ¡Están viniendo! ¡No perdamos el tiempo! ¡Por el amor de todas las Diosas no nos rendiremos ahora!
Los cañones giraron sobre sus ejes y con gran estruendo comenzaron a colocarse en sus posiciones, las ancianas tomaban los mosquetes y se arrojaban las armaduras que encontraban. Las velas se agitaban con urgencia pero el Sol permanecía brillando.
—¡Preparen maniobra defensiva! —gritó la anciana con furia, mientras se giraba sobre su propio eje. Entre la multitud de ancianas asustadas se encontró con unos ojos desconocidos que la observaban. Una aparición.
Una mirada negra. Su cuerpo amenazador, sin embargo, sus ojos parecían mostrar empatía. Jolly le observó, parecía ser la única que podía verlo. Cuando Rekjo sonrió supo que se estaba burlando de ella, incluso cuando su blanca camisa se tiñó de sangre ante la fantasmal puñalada de Aela.
El Olympe de Gouges se agitó, todas soltaron un grito. Jolly corrió hacia la barandilla y observó, no había nada pero las olas se agitaban velozmente. La espuma blanca del océano rodeaba el Olympe de Gouges.
Segundos después el agua comenzó a burbujear, mientras la espuma se extendía y la marea parecía subir. Pronto el agua se hizo a un lado revelando las filosas puntas de metal.
Jolly tuvo que hacer un esfuerzo inhumano para permanecer en calma mientras observaba la flota de los Centinelas que emergió desde el propio fondo del océano. Se llevó la mano a la boca mientras oía los gritos atemorizados del resto de la tripulación.
Observó las diez pirañas de metal que les rodeaban, sentía que estaba cara a cara con los demonios. No supo qué eran esas cosas, pero ningún barco jamás había sido capaz de navegar bajo el agua a su antojo.
Jolly entendió que el futuro venía a acabar con ellas.
Los engranajes comenzaron a moverse y las chimeneas a soltar humo mientras la flota se posicionaba a los alrededores del enorme galeón negro.
—¡Fuego! —gritó Jolly con todas sus fuerzas, arrugando la nariz y lastimando su garganta. Sus manos se cerraron con desesperación sobre la barandilla mientras los cañones del Olympe de Gouges disparaban a sus objetivos.
La flota de los Centinelas se agitaba y abollaba pero continuaban acercándose al barco, decididos a cumplir su cometido. Jolly corrió al centro de la cubierta y continuó dirigiendo los ataques con temor. Los Centinelas dispararon.
Pequeñas bolas de púas de metal atacaron a la tripulación y estallaron en todas direcciones. Los cuerpos comenzaron a caer mientras con manos temblorosas intentaban parar la sangre que se escapaba de su cuerpo. Las ancianas caían al suelo con el miedo en sus ojos y gritos de confusión.
¡¿Dónde estaban las Diosas?!
Jolly miró a su derecha, buscando a quien socorrer, una de sus compañeras brujas se volteó a mirarla y abrió la boca para decir algo, pero una púa cortó su garganta con un corte profundo y limpio. De rodillas cubrió el corte con ambas manos, soltaba ríos de sangre, suplicante observó los ojos de Jolly que se llenaban de lágrimas.
—¡No! —gritó desesperada. Corrió hacía ella pero antes de que pudiera alcanzarla cayó al suelo. El Olympe de Gouges comenzaba a temblar y desgarrarse.
Jolly observó el cadáver. Otro temblor sacudió el barco. Se incorporó y corrió hacia el cañón que la bruja había dejado libre y se preparó para disparar. Con un grito de furia observó cómo la flota de los Centinelas permanecía intacta. Ahora estaban demasiado cerca para poder atacarlos y giraban lentamente rozando la madera del galeón con los pinchos en su estructura. El agua se hacía paso a través de las grietas provocadas por sus enemigos.
El Olympe de Gouges comenzó a inclinarse de lado a lado violentamente, el agua entraba como un monstruo y todo estaba cubierto de sangre. Las niñas salieron corriendo de las entrañas del barco, empapadas de agua salada y con el miedo en sus jóvenes rostros. Corrieron hacia Jolly y la abrazaron. La anciana cayó de rodillas mientras intentaba rodearlas a todas con sus débiles brazos. Oyó el sonido del metal sobre la cubierta y levantó la mirada para encontrarse con un Centinela de pie frente a ella, su ballesta se elevaba lista para acabar con su vida.
Jolly gruñó como un animal salvaje y sus ojos se volvieron completamente negros, en ese instante el Centinela se llevó las manos a su garganta, luchaba por respirar pero su interior estaba en llamas y parecía retorcerse. Sin embargo, Jolly comenzó a debilitarse y su mirada a nublarse. La sangre comenzó a brotar de su nariz. Con un jadeo tuvo que parar su hechizo, sus ojos volvieron a la normalidad. El Centinela se enderezó finalmente, respirando con normalidad hizo tronar su cuello mientras se acercaba a la anciana y las niñas.
Jolly lloró y cerró los ojos, intentando proteger a las niñas con su propio cuerpo. Los sonidos del miedo y la muerte era lo único que oía. Volvió a abrir los ojos cuando oyó el sonido de una armadura que caía al suelo.
El pecho de Lilith bajaba y subía con desesperación, de pie al lado del cuerpo del Centinela que gritaba. La joven sostenía una hacha mandoble de acero en sus manos la cual la había clavado en la columna del guerrero que poco a poco moría.
Todo era un caos, el Olympe de Gouges ardía, la madera se quebraba bajo sus pies y las olas se infiltraban en donde alguna vez todas habían reído y amado. Las niñas se aferraban a las ropas de Jolly mientras a su alrededor las bestias de metal acababan con las ancianas que luchaban con sus últimas fuerzas.
Un Centinela saltó desde lo alto y cayó detrás de Lilith, la empujó con fuerza al suelo para luego patearla. La joven gritó asustada mientras tomaba sus revólveres entre sus manos. Disparó tres veces, dos rebotaron en la armadura, una se hundió en la piel expuesta del Centinela, justo en su cuello.
El hombre gimió de dolor pero siguió avanzando hacia Lilith, quien enseñaba los dientes con el hacha de nuevo en mano. Esperó a que se acercara lo suficiente y con fuerza ejecutó el golpe. El Centinela tembló, pero su avance continuó. Le quitó el arma de la mano y tomándola del cuello, elevó a Lilith el aire.
Jolly se puso de pie y comenzó a organizar a las niñas mientras observaba el océano en busca de la flota que había utilizado Lilith. Se encontró con un humilde barco con motor que se agitaba a una distancia razonable, no había nadie en él.
Lilith sollozaba en busca de aire, observando los ojos carentes de expresiones del Centinela comenzó a temer que ese sería su final. Sin embargo, el guerrero cayó de rodillas soltando un grito de furia, jamás de dolor.
Lilith se partió el labio al caer al suelo y comenzó a llorar al sentir como sus pulmones volvían a funcionar con normalidad. Levantó la mirada y observó a Freyja con Aela en mano, quien le había cortado ambos talones al Centinela que ahora se retorcía en el suelo; intentaba levantarse y no comprendía por qué no podía hacerlo. Lilith frunció el ceño al darse cuenta que el hombre realmente no comprendía lo que sucedía.
Freyja corrió hacia Lilith mientras le ayudaba a levantarse, segundo después le extendió a Aela y ambas se prepararon para luchar.
El Olympe de Gouges se hundía, ya no había nada que hacer.
—¡Lilith! —gritó Jolly. Freyja y Lilith se voltearon a mirarle. Jolly continuó gritando, ignorando la figura de Rekjo que permanencia de pie detrás de la pareja—: ¡Llévate a las niñas hacia-
Su voz fue interrumpida cuando todas cayeron al suelo, víctima del galeón que se hundía cada vez más deprisa. Las niñas gritaron y se dispersaron. Okoye tropezó y rodó a los pies de Freyja. Este automáticamente le ayudó a ponerse de pie y la tomó de la mano. Le susurró unas palabras de aliento mientras el agua cubría sus pies y el fuego las rodeaba.
Los bellos de Lilith se erizaron, sintió la muerte antes de verla.
—No, no no no no... —comenzó a desesperarse Lilith mientras corría hacia el centro de la cubierta donde Jolly sostenía al resto de las niñas. Solo podía oír su respiración.
Lilith tenía miedo, pero lo que más le aterrorizaba era ver el temor en los ojos de la bruja, mientras esta reagrupaba a las niñas e intentaba acercarse a Lilith.
Jolly levantó la mirada, Lilith pudo observar sus ojos una última vez antes de verla desaparecer entre las llamas de una explosion que la arrojó por los aires.
Rodó por lo que quedaba de la cubierta, sus manos sintieron agua, sus oídos pitaban y su labio sangraba tanto como sus ojos lloraban. Rendida sollozó con el rostro descansando sobre los tablones de madera, sin incorporarse abrió los ojos y observó a Freyja y Okoye en el suelo, la niña lloraba y la joven sostenía su cabeza con un mueca de dolor y confusión. Lentamente Lilith se incorporó, de rodillas se giró para mirar a Jolly y al resto de las niñas, pero ya no estaban, solo había un hueco enorme en su lugar donde las olas rompían. El agua se tiñó de rojo.
Como un fantasma se puso de pie y paseó la mirada por el Olympe de Gouges rodeado de cadáveres. Todo estaba en silencio, ya no había nadie para gritar y llorar. Solo ella. Continuó caminando entre las llamas, con el rostro serio y confundido observó los restos de su hogar. Se dio la vuelta hacia las olas mientras la flota de los Centinelas desaparecía bajo la oscuridad del mar.
El Olympe de Gouges quedó en completa soledad mientras se hundía en el conocido océano y las llamas que una vez provocaron acababan con cada rastro del pasado.
Freyja apareció al lado de Lilith, golpeó su brazo mientras le gritaba cosas, pero ésta no podía oírle. Se giró para mirarle, Okoye estaba en sus brazos, acurrucada cubría sus oídos y lloraba. Freyja volvió a empujarle, Lilith finalmente le prestó atención.
—¡Muévete, Lilith! —le gritaba Freyja.— ¡Salta y prepárate para atrapar a la niña!
Lilith asintió lentamente, se dio la vuelta y sin pensarlo saltó al agua. El frío del mar se le hizo cálido mientras nadaba hacia el pequeño barco que habían robado en un mísero intento de salvar al Olympe de Gouges. Se subió a la barca y puso el motor en marcha, se acercó lo suficiente mientras Freyja se paraba en un extremo donde la barandilla había ardido. Le susurró algo a Okoye antes de arrojarla a Lilith, quien atrapó a la niña con un gruñido. Observó su rostro asustado y sollozando besó su frente. Freyja ya estaba a su lado dirigiendo el pequeño bote hacia tierra firme.
Lilith dejó a Okoye suavemente en el suelo. La niña encogió las piernas y volvió a cubrir sus oídos. El crujir de la madera del galeón en llamas la ponía de los nervios.
Freyja volvió a gritar algo pero Lilith la ignoró. Se dio la vuelta y observó al majestuoso Olympe de Gouges, la mitad ya bajo el agua, la otra mitad cubierta por el fuego.
Lilith paseó la mirada por el rojo que devoraba la madera. Casi podía ver la silueta del castillo ardiendo entre las llamas que decían su nombre. Una pared de humo cubrió el cielo azul. Una sensación extraña de poder y temor, familiaridad, luchaba en su interior, pero como siempre ella lo enterró. Cuando su hogar acabó por hundirse se dio la vuelta y miró a Freyja, quien preocupada la observaba.
El viento golpeó su rostro.
—Kaira... —susurró al viento Lilith mientras se sentaba trabajosamente junto a Okoye. Rodeó a la niña con su brazo, aún sosteniendo a Aela.
La respiración agitada, el dolor en su corazón que gritaba los nombres de su familia perdida, una vez más. Kaira, pensó Lilith otra vez mientras elevaba su mirada al cielo. La Luna llena estaba sobre ella.
Nos condenaste a todos, Kaira. Lilith cerró los ojos, sintió la brisa sobre las lágrimas en su rostro. Eres el peor de los monstruos, Kaira.
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• Bueno bueno... ¿que tal? Este capítulo fue de lo más dolorosos en escribir, pero no puedo mentir... me gustó bastante el resultado!!
Quería avisarles de un pequeño detalle (que puede resultar importante) agregado en los libros anteriores :) Lilith fue rescatada por el Bloque Negro en una edad muy temprana, debido a esto no tenían manera de saber su fecha de nacimiento. Su cumpleaños lo festejaban cada año en la fecha que la habían conocido. Esto cambió cuando visitan Apis.
Fragmento de Guerra de Todos:
"Resultó que Lilith había nacido en la Noche de la Nictalopía. Una festividad dedicada a los Dioses, se celebraba cada unos cuantos años cuando se presentaba un extraño fenómeno natural. Permanecía de día durante cuarenta y ocho horas.
En Serendipia celebraban a los Dioses en aquella fecha; El Bloque Negro conmemoraba los muertos en la Segunda Era."
...
Eso es todo, nos leemos el siguiente domingo <3 No olviden darle a la estrellita!!
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