I: Hiraeth.
⊱ ☽ Prólogo ☾ ⊰
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201 amaneceres después de la boda real,
dos años antes del viaje del Bloque Negro por Serendipia.
No eran ingenuas, nunca tuvieron permiso de serlo. Sin embargo, creían tener todo el tiempo del mundo. Era una noche maravillosa y ambas lo sabían. ¿Qué momento no lo era cuando lo pasaban juntas? Las nubes parecían más esponjosas, la nieve más blanca, las flores más fuertes y la Luna... majestuosa. Se tomaban de las manos y el tiempo parecía a su disposición.
Era una noche de Luna nueva.
Ese día en particular no era especial, pero se volvió perfecto. Lilith tenía dieciséis primaveras cumplidas recientemente, Kaira diecisiete inviernos. Faltaban algunos meses para el cumpleaños de la Princesa; eran aquellos momentos del año donde el tiempo entre ellas parecía desvanecerse.
Fueron unos meses tranquilos, sin Centinelas en las calles o construcciones por doquier. Además, eran los primeros días de las Escuelas para Niñas del Hogar. Todo iba sobre ruedas.
Aquel año Farkas se encargó de planear todo mientras enseñaba ingeniería a unos cuantos ciudadanos de Serendipia, su tripulación se hacía lugar en la sociedad y Serendipia y los viajeros perdidos se volvieron una sola comunidad. En pocos meses los inventos del gran taller real comenzarían a inundar las calles. Marítima Regio estaba casi acabada y Grimn se encontraba ocupado entrenando a los Centinelas, oculto a los ojos de todos.
Una aurora boreal danzaba en los cielos y en sus almas, Serendipia dormía junto con sus más grandes miedos.
Kaira correteaba por los oscuros pasillos del Palacio de los Zorros, tirando de la mano de Lilith quien observaba todo con suma atención y reía del ingenio de la Princesa. No muchos minutos atrás se encontraban en el salón de desayuno que tanto le gustaba a Kaira, ésta quería mostrarle a Lilith la paz del castillo en las noches y lo fácil que se le hacía burlar a la Guardia Real. Cuando llegaron al comedor/jardín de invierno, observaron el cielo maravilladas.
Morados, verdes, naranjas y azules danzaban en el cielo como si de magia solo para ellas se tratara. No pudieron hacer otra cosa: tomaron sus abrigos y se dirigieron hacía la salida. Por primera vez: Kaira se encargaría de la fuga.
Corretearon por las alfombras, con risas silenciosas, esquivando las patrullas de guardias, sin soltarse las manos. Todo estaba en el silencio más puro y la oscuridad era cortada por la luz nocturna de la aurora boreal que ingresaba por los cristales. Bajaron la gran escalera de cobre, el salón las esperaba completamente vacío. Kaira tropezó con el último escalón, ante esto Lilith tuvo que saltar para no caer sobre ella. Pero antes de que la Princesa tocara el suelo Lilith la tomó del brazo y la impulsó hacia arriba. Ambas rieron mientras se tomaban de ambas manos y daban vueltas y más vueltas en la enorme pista de baile. Oyeron unos pasos a la lejanía y una luz que se acercaba, se tomaron de la mano y se dirigieron hacia los establos. Juntas escaparon, sintiendo que amarse por siempre no podía ser malo.
Se internaron en la fría noche, rodearon el castillo y escaparon por los establos. Kaira cargaba consigo un bolso de cuero al que se aferraba como si de su propia paz se tratara.
Esa noche le enseñó todos los callejones y pasadizos entre las miles de casas de Vulpes. Años de escaparse por las noches con Angus para dirigirse al Pinar Nevado le habían mostrado todos los atajos; en la mitad de tiempo de lo que deberían llegaron al límite de la Zona Residencial.
Con respiraciones agitadas observaron el Pinar Nevado, con sus flores brillantes gracias al polen y su enorme población de zorros que correteaba silenciosamente, siempre atentos a sus movimientos.
—Es... —se esforzó por decir Kaira, pero apenas tenía aliento por la corrida.
—Una noche perfecta —ayudó Lilith, con la felicidad dibujada en su rostro. Kaira se giró para mirarle y su sonrisa se agrandó como las esperanzas de un futuro.
Tiró la bolsa al suelo revelando dos pares de patines para hielo.
Se sentaron en la nieve frente al Estanque Congelado, aquel que desde el comienzo de los tiempos permanecía igual. A pocos metros de sus espaldas las casas de adoquines con sus calles serpenteantes. El lago las separaba del pinar donde se encontraba la colina del Lago de los Poetas Muertos, el que desde el comienzo de los tiempos se negaba a congelarse.
Los colores de la aurora se reflejaban en el grueso hielo.
Se calzaron los patines y se pusieron de pie. Con paso lento pero seguro se introdujeron hasta el centro del lago. Kaira comenzó a patinar en grandes círculos, con las manos entrelazadas en su espalda observaba a Pandora detrás de la aurora con ojos soñadores. Lilith, en el centro, giró sobre su eje para observarla y sonrió. Se sumó a ella pero patinando de espaldas. Los círculos comenzaron a achicarse hasta encontrarse en el centro, detuvieron su avance mientra entrelazaban sus brazos en el más puro de los silencios.
Formaron hermosos patrones en el hielo como dos pedazos de la misma alma.
Lilith tomó la mano de Kaira y la hizo girar, esta cerró los ojos y aceptó el impulso, giró con los brazos al aire hasta tropezar por el mareo. Como una niña pequeña cayó torpemente en el centro del Estanque Congelado, sentada y con la manos en el suelo se le escapó una escandalosa carcajada. Lilith se sumó y en aquel momento sus risas sonaron exactamente iguales, provocando más de estas. Lilith acabó acostada junto a Kaira.
Ambas suspiraron fuertemente luego de que las risas se apagaran con lentitud.
—Esto es todo lo que siempre necesité —dijo Kaira, observando a Lilith que se incorporaba para acercarse a ella. Sentadas en el suelo, observando el cielo.
La Princesa se quitó los patines y cruzó sus piernas, con la espalda recta se acomodó en la silenciosa noche. Lilith se encontraba recostada, con el peso de su cuerpo en sus codos, moviendo lentamente sus pies.
—... no recuerdo quién era antes de conocerte —susurró Lilith avergonzada. Sentía que su vida se basaba en amar a otros, y no lo hacía muy bien.
Kaira se giró lentamente para mirarla, con una pequeña sonrisa melancólica y ojos de pena.
—Juro que las palabras más dulces siempre parecen salir de ti, y tienden a sonar como disculpas. —Kaira soltó las palabras con cuidado, la vida las había hecho esperar demasiado para encontrarse y muchas cosas habían pasado en el medio. Se giró hacia las estrellas y luego de unos minutos dijo—: Yo si recuerdo quien era, también sé que jamás volveré a ser aquella persona. No tengo dudas de que eso es bueno... no hace mucho me acostumbré al sonido de mi propia risa.
• ────── ☼ ────── •
En el Palacio de los Zorros, Farkas observaba la enorme biblioteca del castillo, parecía contener demasiadas historias para una sola vida. Le había tomado una hora comprender la organización de aquel laberinto de historias, en especial por las grandes paredes de libros apilados en el suelo que casi tocaban las vigas del tejado. Era como un mágico mundo hecho de cuentos, donde la simple tarea de rebuscar y elegir una historia ya era una aventura.
Todo estaba en penumbras. Silenciosamente caminó entre las estanterías, dobló a la izquierda una vez y dos a la derecha, ya no podía ver la puerta de salida. Caminó casi hasta el final de la habitación hasta que encontró el sitio donde había abandonado su búsqueda la noche anterior. Paseó la mirada por los estantes mientras acercaba su farol para leer las inscripciones de los libros, llevaba sus lentes de lectura puestos. Realmente quería entender Serendipia, por lo cual, eligió "Petricor Eterno" y lo colocó debajo de su brazo. Se dio la vuelta pensando en el libro elegido, su farol se apagó como si alguien hubiese girado la perilla. Un fallo del sistema, pensó.
Resopló ante la oscuridad y retomó su camino de vuelta por donde creía correcto mientras rebuscaba su mechero en sus bolsillos, ya que la perilla del farol no parecía querer obedecerle. Chocó contra una pila de libros más alta que él, se esparcieron por el suelo con gran estruendo. Farkas maldijo mientras se agachaba dispuesto a recogerlos, pero por el rabillo del ojo captó una luz que se apagaba con urgencia. Una llama vergonzosa que no hubiese captado de no ser por la repentina oscuridad en la que se veía envuelto.
Frunció el ceño extrañado, se creía solo pero claramente no lo estaba. Esperó y escuchó los silenciosos pasos que escapaban. Apresuradamente dió la vuelta a la estantería y se la encontró justo antes de perderla entre el enredo de pasillos.
Camila soltó un pequeño grito al chocar con él en la oscuridad.
—¡Lo siento! —soltó él. Lentamente sacó de su bolsillo el mechero, lo encendió y observó los grandes ojos asustados de la doncella. Con un poco de timidez se acercó a la vela que ella sostenía con firmeza y la encendió para ambos.— No pretendía asustarte. ¿Cual es tu nombre?
Camila bajó la mirada y observó la llama de la vela danzante entre ambos, levantó la mirada y Farkas le regaló una sonrisa avergonzada.
—Camila —susurró con las mejillas encendidas.
—Un gusto conocerte, Camila. —dijo Farkas con una sonrisa enorme, mientras se quitaba los lentes.
Camila no supo por qué, pero sonrió de vuelta. Eso fue suficiente para unirlos, sin decir nada decidieron crear aquel lazo irrompible. A partir de esa noche comenzaron a vivir por la esperanza de todo.
• ────── ☼ ────── •
—Parte del problema es que tenemos una perspectiva poco común —decía Lilith con certeza. Ambas continuaban sentadas en el lago, frente a frente mantenían una tranquila conversación. Kaira asentía lentamente oyendo con atención a Lilith, sonreía orgullosa—. Tú eres la Princesa de Serendipia, tu experiencia con las injusticias es única. Por otro lado, apenas he tocado suelo y me he criado ajena a la vida en tierra firme... Fíjate cómo han escuchado a Camila desde el principio. La verdadera experiencia de las mujeres de Serendipia es completamente diferente a la nuestra, quizás por eso les cuesta tanto oírnos.
Kaira sonrió y dijo:
—En momentos así casi puedo entenderlo.
Lilith frunció el ceño confundida, Kairo rió y se explicó:
—Cuando el estómago duele de tanto reír mi vida no parece tan catastrófica y casi olvido por lo que luchamos.
—Supongo que luchamos para que ese sentimiento sea eterno.
Cuando la aurora boreal paró, ambas se pusieron de pie y retomaron su camino. En silencio caminaron por las calles, entrelazando sus dedos disfrutaron de la paz que solo encontraban cuando estaban juntas. Ambas habían llenado sus cabellos sueltos de flores silvestres, cada una de éstas era un deseo.
Kaira pensaba en Meena. Era una noche silenciosa donde solo los grillos se atrevían a cantar, le recordaba a la primera vez que se sintió realmente valiente: un ciclo de Luna después de la boda. Meena se acercó a visitar a Kaira. No había vuelto a suceder nada después de aquel primer beso prohibido, Meena había decidido dejar a Kaira dar el siguiente paso o que su amor se apagara en el olvido.
Aquella noche, Meena ingresó por la ventana y automáticamente la cerró a sus espaldas.
—¡Está helado afuera! —dijo riendo mientras frotaba sus manos.
Kaira la observaba de pie al otro lado de la habitación, con una prenda de lana en la mano. Sin decir nada se acercó a ella, y con un ojos suplicantes alzó el cárdigan negro frente a Meena.
—Lo hice para ti...
—¿Enserio? —preguntó sorprendida y esperanzada Meena—. Gracias pyar, es hermoso.
Su rostro delataba miedo, pero incluso así Kaira dio un paso al frente y extendió la prenda hacia su cabeza. Sin ocultar su extrañeza Meena se dejó hacer. La Princesa le colocó el abrigo con una suavidad mágica, pasando un brazo y el otro, acomodando los hombros y extendiendo la prenda sobre su pecho. Cuando acabó levantó la mirada y se encontró con los ojos de Meena. Ambas sabían lo que la otra pensaba.
De pronto Kaira se alejó, se cubrió el rostro con ambas manos y soltó un pequeño grito de frustración mientras giraba por la habitación. Meena la miró extrañada, aún inmóvil.
—¿Pyar?
Kaira se enderezó, suspiró torpemente y la observó. Se veía hermosa con aquel cárdigan que caía por sus hombros. Dio dos zancadas decididas hacía Meena y se arrojó sobre ella. Sus labios se encontraron después de tanto.
Meena dio un pequeño paso hacia atrás intentando no caer, mientras abrazaba a la Princesa. Sus brazos alrededor de su cintura la hicieron sentirse victoriosa.
Días atrás, Meena perdía sus últimas esperanzas de estar con ella, ahora todos esos miedos parecían estúpidos comparados con la suavidad de sus labios.
Kaira sonrió ante el recuerdo. Ya estaban a pocos minutos del Palacio de los Zorros. Lilith no pensaba en nada en particular, simplemente disfrutaba de la misma imagen que se reproducía una y otra vez en su cabeza: pocos días atrás, cuando Lilith cumplió dieciséis años lo festejaron en La Choza de Meena y Willhelm.
La realidad era que no supieron la verdadera fecha de nacimiento de Lilith por mucho tiempo, por años festejaron el milagro de su vida el día que la habían rescatado. No fue hasta su viaje en Apis que descubrieron la verdadera fecha.
Lilith había nacido un ocho de marzo a la medianoche con trece minutos. En esa misma fecha se festejaba la Noche de la Nictalopía, cada trece años.
Ella siempre esperaba el aniversario de su nacimiento con gran emoción, pero cuando llegaba el gran día por alguna razón se sentía miserable. Sin embargo, aquella tarde Wilhelm, Meena, Kaira, Octubre y Sao organizaron una íntima velada.
Alrededor de la mesa del comedor todos amasaban unas pequeñas pastas dulces mientras a los gritos compartían historias y reían hasta el cansancio. En ese instante la risa de Lilith sonó como un pequeño cerdito. Octubre la señaló con sorpresa mientras le arrojaba un puñado de harina.
En segundos todo se descontroló, llenaron a Lilith de ingredientes mientras ésta reía e intentaba defenderse con dos cucharones de madera. Kaira corrió, la estrechó entre sus brazos y le depositó un beso en la mejilla. El resto se sumó, aplastando a Lilith.
—¡No! —reía esta con una enorme sonrisa.— ¡Ya, dementes!
Lilith recordó aquel momento como si de un sueño se tratara. Se sintió más afortunada que nunca.
Kaira y Lilith continuaron su camino, tomadas de la mano regresaron al castillo con paso lento.
Sin embargo... no tenían todo el tiempo del mundo.
Aquel día perfecto acabó, poco tiempo después aparecieron los Centinelas y la vida continuó. No pudieron detener las agujas del reloj y las flores en su cabello se marchitaron. Ahora, nadie reía, la esperanza no estaba por ningún lado.
Su día perfecto parecía haberse escapado y el mundo estaba en llamas.
Jamás regresaron al Estanque Congelado y en aquel momento, Lilith, de pie en una balsa observando al Olympe de Gouges siendo consumido por el fuego, sentía que realmente nunca podría haber llegado a ser tan feliz aquella noche con Kaira.
No pudo evitar pensar que probablemente todo era producto de sus recuerdos y jamás existió un destino perfecto a su lado.
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Bueno... ¿Que tal les pareció? Yo y los saltos al pasado somos una pareja muy estable como verán. En el próximo capítulo verán que hice unos banner para la presentación de cada arco de la historia <3
Por aquí les dejo los cambios que sufrieron los primeros volúmenes (les recomiendo tomarse un momento para leerlo, ya que si no en ciertas partes van a sentirse confundidos).
• La sal luminosa mencionada miles de veces fue bautizada "Cuerno de Sol"
• El tinte luminoso mencionado en ocasiones se llama "Lágrimas de Virgenes"
• La poción amarilla que utiliza el Bloque Negro (y la que Kaira utiliza con Meena al final de "Hogar de Pocos") fue bautizada "Sangre de Abeja Reina"
• En el primer libro Jacoba menciona que la mamá de Finn estaba muerta, esto fue cambiado por la muerte de su abuela.
• En el primer libro se menciona uno de los libros escritos por Kaira ("Los trajes del emperador") es obsequiado a Camila por la Princesa.
Eso es todo por ahora :) Gracias!
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