Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

pasión sin igual


NINGÚN RIKISHI AMÓ EL SUMO TANTO COMO RAIDEN TAMEEMON...

SIN EMBARGO, EL SUMO NUNCA LE CORRESPONDIÓ DE BUENA FORMA

El sol caía suavemente sobre el bosque, iluminando el claro donde un grupo de niños reía y jugaba al sumo. Tarokichi, un niño pequeño con una complexión mucho mayor y más musculosa que cualquiera de los otros, observaba desde la distancia, escondido entre los árboles.

??:—¡Continúa!

???:—¡Aún puedes lograrlo!

???:—¡Vamos!

??:—¡Eso es!

En su rostro había una mezcla de emoción y nerviosismo. Sus ojos brillaban con deseo de unirse al juego, pero sus grandes manos apretaban la tela de su ropa, mostrando su inseguridad.

??:—¡Urah!

El más grande del grupo de niños, un chico robusto con una sonrisa arrogante, había ganado el último enfrentamiento, levantando los brazos al aire mientras proclamaba su victoria:

???:—"¡Soy el campeón! ¿Quién quiere retarme ahora?"

Niño:—¡De ninguna manera!

Niño:—¡No puedes ser vencido, Toraji!

El entusiasmo de los demás niños desapareció rápidamente. Ninguno se atrevió a enfrentarlo, evitando su mirada. Los ojos del ganador se pasearon por el grupo hasta que se posaron en Tarokichi. Señalándolo con un dedo, gritó:

Toraji:—"¡Tú, grandulón! Ven aquí y juega. Vamos, ¿o acaso tienes miedo?"

Tarokichi tragó saliva, mirando al suelo. Por un instante, quiso retroceder y marcharse, pero su pecho ardía con un deseo incontrolable. Finalmente, apretó los puños, se levantó y caminó hacia el círculo.

Tarokichi:—"Yo jugaré." —dijo con una voz tímida pero firme.

Los demás niños murmuraron entre sí, observándolo con curiosidad y una pizca de temor. El chico grande sonrió, confiado en su fuerza.

Toraji:—"Veamos qué tienes, grandote."

Ambos se posicionaron en el centro del círculo, los pies firmemente plantados en el suelo. Tarokichi respiró hondo mientras su adversario sonreía con arrogancia. Cuando el juego comenzó, el mundo pareció detenerse por un instante.

Tarokichi se movió con una velocidad inhumana, su enorme cuerpo apenas un borrón que desafiaba toda lógica. Con un solo empuje de sus manos, lanzó al chico grande por los aires como si fuera un muñeco de trapo.

El ganador anterior voló varios metros antes de aterrizar pesadamente en el suelo, jadeando y completamente derrotado.

El silencio cayó sobre el claro.

Tarokichi:—¿Te encuentras bien?

Toraji:—¡¿Qu-qué demonios eres?!

Niños:—¡E-es un monstruo!/—Es Daidarabotchi...

Pero no hubo vítores. Ningún niño celebró. En cambio, todos miraron a Tarokichi con los ojos muy abiertos, llenos de terror. Uno a uno, comenzaron a retroceder, y luego, corrieron hacia el bosque, dejando a Tarokichi completamente solo.

El rostro del niño gigante pasó rápidamente de la emoción al desconcierto y, finalmente, a la tristeza. Se quedó de pie en el centro del círculo, mirando sus manos como si fueran las responsables de su soledad. 

Bajó la mirada al suelo, sus hombros encorvándose mientras el eco de las risas que alguna vez había anhelado escuchar se desvanecía en el bosque.

INCLUSO CON LAS CIEN PUERTAS CONTENIENDO SUS MÚSCULOS...

ÉL ERA COMO UN FENÓMENO DE LA NATURALEZA

Horas más tarde, Tarokichi estaba sentado en el piso de su casa, con la mirada vacía. El pesado silencio del hogar solo era roto por el débil crujir del viento que pasaba por las ventanas.

Su madre, Ken Seki, entró al cuarto y lo encontró en esa posición, con los ojos húmedos y los puños apretados contra sus piernas.

Ken:—"¿Qué sucede, Tarokichi?" —preguntó su madre, acercándose con ternura.

El niño no respondió de inmediato, pero cuando levantó la mirada, las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Tarokichi:—"¿Por qué no quieren jugar conmigo, mamá? ¿Por qué me tienen miedo? ¿Por qué... Dios me dio este cuerpo de monstruo?"

La voz de Tarokichi se quebró al pronunciar esas palabras. Sus pequeños brazos se aferraron a sus rodillas, como si quisiera ocultar su tamaño.

El corazón de Ken Seki se rompió al escuchar el dolor en la voz de su hijo. Con una calma maternal, se arrodilló frente a él y tomó sus manos con suavidad, obligándolo a mirarla.

Ken:—"Tarokichi, tú no eres un monstruo."

El niño negó con la cabeza, pero Ken lo abrazó, apretándolo contra su pecho.

Ken:—"Escúchame, hijo. Cuando no podías levantarte, fuimos al templo muchas, muchas veces. Oramos con todo nuestro corazón. Le pedimos a Dios: 'Por favor, dale a este niño la habilidad de ponerse de pie. Permítele crecer grande y fuerte'. ¿Y sabes qué, Tarokichi? Dios te escuchó."

El niño levantó la mirada, sus ojos llenos de confusión.

Tarokichi:—"Pero... pero si Dios me escuchó, ¿por qué me duele tanto? ¿Por qué nadie quiere estar conmigo?"

Ken acarició su cabello con ternura, secando sus lágrimas con sus manos ásperas por el trabajo en el campo.

Ken:—"Porque la fuerza, hijo mío, a veces da miedo a quienes no la comprenden. Pero eso no significa que sea algo malo."

Tarokichi seguía llorando, aunque con menos intensidad, mientras su madre continuaba:

Ken:—"Tu poder, Tarokichi, no es una maldición. Es un regalo de Dios. Dios te ama tanto que te bendijo con esta fuerza, y tu mamá está muy orgullosa de ello. Por eso, quiero que prometas algo. Usa ese poder, que es tuyo y de nadie más, para proteger a los débiles. Usa tu fuerza para que otros no tengan que tener miedo nunca más."

Las palabras de su madre resonaron profundamente en el corazón del niño. Por primera vez, dejó de llorar. Con los ojos aún llenos de lágrimas, se aferró al abrazo de su madre y susurró:

Tarokichi:—"Lo prometo, mamá."

Ken sonrió, besando la frente de su hijo. A partir de ese día, Tarokichi encontró un propósito en su fuerza, uno que lo guiaría en su camino para convertirse en el incomparable Raiden Tameemon.

Desde entonces, tal como su madre lo deseaba, Tarokichi creció para ser un chico bondadoso. Y así hubiese vivido, amado por todos en la tierra de Shinano... pero

La tragedia azotó la tierra de Shinano con una fuerza implacable.

El año Tenmei 3 (1783 d.C.) sería recordado como el inicio del infierno en la tierra para los habitantes de la provincia. 

La erupción del Monte Asama cubrió los cielos con un manto oscuro, convirtiendo los días en noches perpetuas. La ceniza volcánica cayó como nieve negra, destruyendo los cultivos que alimentaban a toda la región. Lo que siguió fue un espectáculo de desolación: cosechas arruinadas, hambre, enfermedades y muerte.

Tarokichi, con apenas 15 años, observaba impotente desde la distancia. La pequeña aldea que había sido su hogar estaba irreconocible: las casas reducidas a escombros, los campos antes verdes y fértiles ahora eran llanuras grises y estériles. El hedor de la muerte impregnaba el aire. Cuerpos inertes yacían apilados en las calles, mientras los vivos lloraban desconsolados.

Niño:—Mamá... mamá...—lloraba un niño, sobre el cuerpo inerte de su madre—. Por favor... tengo mucha hambre... mamá... despierta... despierta...

Niños huérfanos vagaban con las miradas vacías, sus vientres hinchados por el hambre, y madres desesperadas intentaban alimentar a sus familias con lo poco que podían encontrar, mientras caían presas de la plaga. Cada grito de dolor y cada llanto desgarraba el corazón de Tarokichi.

Desde lo alto de una colina, el joven observaba aquella pesadilla. Apretó los puños con tanta fuerza que sus uñas perforaron la carne de sus palmas, dejando escapar finos hilos de sangre. Su cuerpo temblaba de rabia e impotencia, mientras las palabras de su madre resonaban en su mente: "Usa tu fuerza para proteger a los débiles."

Tarokichi:—"¿Cómo puedo protegerlos... si ni siquiera puedo alimentarlos?" —murmuró, su voz quebrada por la frustración. Su cuerpo ardía con un deseo de actuar, pero no había monstruo al que derrotar ni enemigo al que aplastar. Sólo la crueldad de la naturaleza, que parecía inquebrantable e inalcanzable.

El hambre no tardó en llegar a su propia casa. Sus padres, Haneemon y Ken, hicieron todo lo posible por ocultar su miseria a su hijo, sacrificando las últimas raciones para alimentarlo. Pero Tarokichi no era tonto. Cada vez que su madre le ofrecía un cuenco de arroz escaso, veía el temblor en sus manos y las mejillas hundidas de su padre.

Una noche, el joven tomó una decisión. Con apenas 17 años, se despidió de sus padres con un abrazo silencioso y sin previo aviso. Tomó lo poco que quedaba en casa: un hatillo con algo de ropa, y una pequeña caja de madera que contenía su talismán de la infancia, un regalo de su madre.

Tarokichi:—"Volveré con comida, dinero y todo lo necesario para que podamos salir de esto." —les dijo con una determinación ardiente en los ojos. Ken, aunque destrozada por la decisión de su hijo, asintió con lágrimas en los ojos.

Ken:—"Vuelve pronto, Tarokichi... Pero por favor, no pongas tu vida en peligro."

El joven simplemente sonrió.

Tarokichi:—"Madre, mi vida fue un regalo de Dios, y haré que valga la pena."

Su viaje lo llevó hacia Edo, la ciudad más grande de Japón en ese entonces. Los caminos que recorrió no fueron fáciles. Hombres desesperados por el hambre acechaban en los caminos, buscando robar lo poco que otros pudieran tener. Tarokichi, sin embargo, era como una muralla impenetrable. Su fuerza y determinación repelían cualquier intento de agresión.

Durante semanas caminó sin descanso, alimentándose con lo poco que encontraba: hierbas, raíces o, si tenía suerte, un poco de pescado seco que lograba comprar o intercambiar. Pero su hambre y fatiga eran secundarias comparadas con el peso de su propósito.

Finalmente, al llegar a Edo, Tarokichi quedó deslumbrado. La ciudad bullía de vida a pesar de las dificultades. Gente iba y venía por las calles, mercaderes gritaban ofertas y soldados patrullaban con firmeza. Pero, a la vez, las sombras de la pobreza y la desigualdad eran imposibles de ignorar. Niños moribundos pedían limosna en las esquinas, y los barrios más pobres eran un hervidero de enfermedad y sufrimiento.

Tarokichi, sin más opciones, decidió aprovechar su fuerza. Fue directo a las zonas donde los luchadores de sumo practicaban y combatían por entretenimiento. Al llegar a una arena improvisada, desafió al luchador más fuerte que pudo encontrar.

Tarokichi:—"Quiero luchar." —dijo, con una voz tranquila pero llena de autoridad.

Los hombres en la arena estallaron en carcajadas. Era un joven extraño, sin entrenamiento formal, pidiendo un lugar entre ellos. Pero cuando uno de los luchadores se acercó para ahuyentarlo, Tarokichi lo tomó con una sola mano y lo levantó como si fuera un saco de arroz. El lugar quedó en silencio.

Fue así como Tarokichi entró al mundo del sumo, no por ambición, sino por necesidad. Cada victoria le daba comida y dinero, que enviaba a casa con comerciantes de confianza. Con cada combate, su reputación creció, al igual que su habilidad. Aunque su fuerza era innata, aprendió a perfeccionarla con técnicas tradicionales y disciplina férrea.

Pero cada noche, después de cada pelea, recordaba el rostro de los niños llorando en Shinano, y las palabras de su madre resonaban en su corazón.

Tarokichi:—"Mi fuerza es para el bien de los débiles."

La decisión de Tarokichi de unirse a la academia de sumo más grande de Japón fue el siguiente paso en su camino para cumplir su promesa de alimentar y proteger a los débiles.

Al cruzar los imponentes portones de la academia, el joven quedó atónito ante lo que veía: un enorme pabellón repleto de luchadores practicando día y noche, perfeccionando sus movimientos. 

Pero lo que más llamó su atención fue la interminable cantidad de comida apilada en grandes mesas: arroz humeante, pescados enteros, sopa miso, sake y más. Para Tarokichi, aquello era un espectáculo celestial.

Tarokichi:—"Con toda esta comida... podría alimentar a todo mi pueblo." —pensó con un brillo en los ojos, sintiendo que estaba un paso más cerca de su objetivo.

Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz grave.

Tanikaze:—"Tienes hambre, chico. Pero no hablo de comida. Tienes hambre de algo más."

Tarokichi giró la cabeza, encontrándose cara a cara con Tanikaze Kajinosuke, el maestro de la academia y uno de los más grandes luchadores de sumo de su tiempo. El maestro observó al joven con un aire de curiosidad. Había escuchado rumores de un novato con una fuerza descomunal que jamás peleaba en serio.

Tanikaze:—"¿Por qué nunca usas todo tu poder?" —preguntó Tanikaze, cruzando los brazos con autoridad.

Tarokichi bajó la mirada y respondió con honestidad:

Tarokichi:—"No quiero lastimar a nadie... si uso toda mi fuerza, podrían salir heridos."

Las palabras del joven desataron carcajadas en los demás luchadores. Para ellos, un sumo que no quería luchar con todas sus fuerzas no tenía lugar en la academia. Pero Tanikaze no rió. En cambio, lo observó con seriedad, percibiendo algo especial en aquel muchacho.

Tanikaze:—"No puedes evitar lastimar a otros en el sumo. Es un deporte, pero también es un arte de combate. Si no te enfrentas a tus miedos, no podrás llegar lejos."

El maestro sonrió y se puso en posición.

Tanikaze:—"Lucha conmigo, Tarokichi. Si realmente quieres salvar a los demás, demuéstramelo."

Al principio, Tarokichi se negó. No quería enfrentarse al maestro. Pero la insistencia de Tanikaze y las burlas de los demás luchadores lo convencieron de aceptar. Con los nervios a flor de piel, Tarokichi se lanzó al combate, utilizando únicamente su fuerza bruta.

Sin embargo, no fue suficiente.

Con un solo movimiento, Tanikaze lo derribó como si fuese un principiante. El joven, frustrado, volvió a levantarse y atacó de nuevo, pero el maestro lo sometió con la misma facilidad. Una y otra vez, Tarokichi intentó superar al maestro, solo para ser humillado una y otra vez.

Pero en lugar de desanimarse, sonrió.

Tarokichi:—"¡Esto es divertido!" —gritó con entusiasmo, levantándose una vez más.

Tanikaze quedó impresionado. La mayoría de los hombres que entrenaba abandonaban después de varias derrotas consecutivas, pero este joven no sólo perseveraba, sino que parecía disfrutar del proceso. Fue entonces cuando el maestro tomó una decisión.

Tanikaze:—"A partir de hoy, serás mi discípulo." —dijo con una sonrisa. "Pero debes aprender que la fuerza sin técnica no significa nada."

Bajo la tutela de Tanikaze, Tarokichi se sometió a un riguroso entrenamiento. Durante meses, perfeccionó los fundamentos del sumo, estudiando cada movimiento con precisión. El maestro le enseñó las cuatro disciplinas más importantes del arte del sumo:

Harite: Los feroces golpes abiertos que sacuden a los oponentes.

Teppo: La disciplina del empuje, utilizando la fuerza de las palmas para desequilibrar al adversario.

Kannuki: El arte del agarre y la inmovilización, aprovechando la fuerza y el peso del cuerpo.

Sabaori: La técnica de derribo, diseñada para utilizar la fuerza del oponente en su contra.

Cada día era un desafío físico y mental. Tarokichi pasaba horas golpeando postes de madera hasta que sus palmas se endurecían como la piedra, empujando rocas gigantes para fortalecer sus piernas y perfeccionando cada técnica con determinación absoluta.

Finalmente, después de años de entrenamiento, llegó el día de su primera pelea oficial. Fue en el año Kansei 2 (1790 d.C.), en una arena llena de espectadores ansiosos por ver al novato que prometía ser una leyenda.

Su oponente era un luchador experimentado, conocido por su agresividad en el dohyō. Tarokichi, ahora bajo el nombre de Raiden Tameemon, caminó con confianza hacia el centro de la arena, su cuerpo cubierto de los tatuajes rojizos que se convirtieron en su marca distintiva.

Juez:—¡¡Listos!!—gritó el juez.

Tarokichi:—Mamá... aquí voy.

El gong resonó.

El oponente se lanzó con toda su fuerza, pero Raiden no se movió. 

Sumo:"¿Qu... qué demonios?"—pensó—. "Es tan delgado, pero es... No puedo mover..."

Con un movimiento rápido y preciso, lo tomó por el mawashi y lo levantó como si no pesara nada. Con un rugido ensordecedor, lo arrojó fuera del círculo, haciéndolo volar varios metros antes de aterrizar fuera de la arena.

El público quedó en silencio por un instante, antes de estallar en vítores ensordecedores.

—¡Woohoo!

—Nunca había visto algo como eso...

—¡Eso fue increíble, Raiden!

RAIDEN SE CONVIRTIÓ EN UNA LEYENDA VIVIENTE.

—"¡RAIDEN! ¡RAIDEN! ¡RAIDEN!" —gritaban los espectadores, coreando su nuevo nombre con entusiasmo.

Tanikaze:—"Maldición"—pensó Tanizake Kajinosuke, mientras sonreía orgulloso—. "Puede que haya criado alguna especie de monstruo"

—¡Kyaaaaaa!

—¡Raiden-sama!

—¡Bien hecho, Raiden!

—¡El Rayo de Shinano!

En una serie increíble de victorias consecutivas, derrotando a sus oponentes con tan sólo un golpe...

ALGUNA VEZ LLAMADO "DAIDARABOTCHI", AHORA, EN EDO...

EN SU PUEBLO NATAL...

NO

ERA COMO UNA DEIDAD PROTECTORA

El dinero ganado en su primera pelea fue suficiente para alimentar a todo su pueblo. Raiden regresó a Shinano cargado de comida y provisiones. 

Los niños corrían felices por las calles, jugando sin preocupaciones. Los ancianos lloraban de alegría al ver los sacos de arroz y los barriles de sake, mientras las familias se reunían una vez más para compartir una comida caliente.

Su padre, Haneemon, lo observaba con orgullo desde la distancia, mientras su madre, Ken, lo abrazaba con lágrimas en los ojos. En sus manos sostenía un retrato de su hijo como campeón, colgado en un lugar especial de su hogar.

Raiden Tameemon había cumplido su promesa.

Pero su historia no había terminado. Su camino apenas comenzaba.

.

.

.

De regreso en la arena Raiden recordó aquel doloroso momento de su vida mientras observaba a Apolo. Sus pensamientos lo llevaron de vuelta al instante en el que, por primera vez, entendió lo que era la soledad y el sacrificio.

Subió a la arena con entusiasmo como siempre lo hacía, su espíritu encendido, su cuerpo listo, sus músculos tensos y rebosantes de energía. Pero algo era diferente esta vez. El público estaba inquieto. Los murmullos se habían apagado, y en sus miradas había algo que Raiden no había visto desde su infancia. No eran admiración ni emoción... era miedo.

Cuando volteó a mirar a su oponente, lo entendió todo. El hombre frente a él estaba temblando. Sus piernas flaqueaban, sus manos apenas lograban sujetar el mawashi, y sus ojos... esos ojos miraban a Raiden como si estuvieran viendo a un monstruo.

Era la misma mirada de los niños en el bosque aquel día, cuando lo habían dejado solo.

Niños:—"¡¿Qu-qué demonios eres?!"—le habían gritado los otros niños de su aldea—. "Es Daidarabotchi..."

El corazón de Raiden se detuvo por un instante, su respiración se entrecortó. La campana sonó, pero él no pudo moverse. No quería moverse. Su oponente tampoco se atrevió a dar el primer paso. Ambos estaban congelados en el tiempo, pero por razones muy distintas.

Finalmente, Raiden dejó que el otro lo empujara fuera del dohyō. La derrota fue instantánea y desastrosa.

Tanikaze Kajinosuke, su maestro, estaba furioso. Buscó a Raiden después de la pelea, enfrentándolo con su voz cargada de ira:

Tanikaze:—"¿Qué demonios fue eso, Raiden? ¿Te dejaste ganar?" Raiden estaba sentado en el suelo, con la cabeza gacha.—¡¿Me oyes?! Lo que hiciste hoy... ¡¡Fue como escupir en la cada del mismísimo dios del sumo!!

Tanikaze se detuvo cuando lo vio. El invencible Rikishi estaba llorando.

Raiden:—"Sensei... ¿soy un monstruo?" —preguntó con la voz rota, las lágrimas resbalando por su rostro mientras apretaba los puños con fuerza.

El maestro guardó silencio. Sabía que ninguna palabra podría aliviar aquel peso que Raiden cargaba en su corazón.

Desde aquel día, todo cambió.

A Raiden se le prohibió usar sus técnicas favoritas, las que demostraban la verdadera fuerza de su cuerpo descomunal. Las reglas que le impusieron lo limitaban, y aunque seguía siendo imbatible, la emoción se desvaneció. Cada victoria era vacía, cada oponente era uno más que veía a Raiden con terror en el rostro.

Sin embargo, nunca dejó de luchar. No lo hacía por él. No lo hacía por la gloria. Luchaba por su pueblo, por todos los pueblos.

Usó cada moneda ganada, cada aplauso obtenido, para ayudar a los débiles, los hambrientos y los desposeídos. Fue el protector de los pobres, el gigante que llevó esperanza a quienes no tenían nada. Su vida se dedicó por completo a cumplir el deseo de su madre: "Usa tu poder para el bien de los débiles."

El ozeki de más alto rango, a lo largo de una cerrera que se extendió por veintiún años, tuvo un récord de 254 victorias, 10 derrotas, 14 azukari, 2 wake y 5 mushobu de 258 combates, con un porcentaje de victorias de 96.21%

Las diez derrotas y los dos wake fueron contra rikishi de bajo rango.

En otras palabras, existía alguna razón por la que no podía enfrentar a esos oponentes.

Por esa razón, la gente empezó a llamar a este concursante virtualmente insuperable...

"EL RIKISHI SIN IGUAL"

Finalmente, cuando Raiden Tameemon dejó el mundo terrenal, lo hizo con una sonrisa en el rostro. Había luchado hasta su último aliento, incluso cuando ya no encontraba emoción en el combate. Murió en paz, sabiendo que había hecho el bien.

Pero... nunca había peleado con todas sus fuerzas.

Nunca pudo desatar el verdadero monstruo dentro de él.

De vuelta en el presente, Raiden miró a Apolo, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

Raiden:—"Al fin... al fin podré ir con todo."

Su voz resonó con fuerza, y su mirada brillaba como nunca antes. Su cuerpo se tensó, sus músculos se hincharon, y su espíritu ardía con el mismo fuego que lo había impulsado toda su vida. Finalmente, el "Rikishi sin Igual" estaba a punto de desatar todo su poder.

Apolo, con su característico aire despreocupado, sonrió. Pero en el fondo, algo le hizo temblar. Por primera vez, vio en Raiden no sólo un oponente... sino un verdadero monstruo.

.

.

.

.

.

-Regresando con Hades y Leonidas-

Leonidas y Hades se encontraban jadeando, los cuerpos de ambos mostraban las marcas de una lucha implacable. Sangre caía al suelo, mezclándose con el polvo de la arena mientras las dos figuras imponentes permanecían de pie, negándose a caer.

Hades, con su bidente en la mano y una mirada inquisitiva, rompió el silencio:

Hades:—"Leonidas... dime, ¿Qué significa para ti ser un rey?"

La pregunta tomó al espartano por sorpresa. Por un momento, sus ojos endurecidos se suavizaron, pero sólo por un instante. Leonidas, apoyando la lanza en el suelo, se permitió soltar un leve resoplido de aire mientras su mirada volvía a llenarse de determinación.

Leonidas:—"No sé lo que simboliza para otros el ser un rey, ni pretendo dar discursos grandilocuentes como algunos piensan que un rey debería hacerlo."

Leonidas levantó su escudo con fuerza, golpeándolo con la base de su lanza, y su voz retumbó en toda la arena:

Leonidas:—"Pero si quieres una respuesta, Hades, aquí la tienes. Yo soy un espartano. Cuando llega el momento de luchar, lo haces con tu propia voluntad. Eso es lo que significa ser un espartano."

El espartano levantó su lanza, apuntándola directamente hacia Hades, mientras sus ojos ardían con una mezcla de furia y orgullo:

Leonidas:—"Por eso lucho de frente, por los míos. No cedo, no confío, y mucho menos agacharé la cabeza o me arrodillaré ante nadie."

El coliseo quedó en un profundo silencio. Incluso los dioses que presenciaban el combate no pudieron evitar sentir la fuerza y la verdad en aquellas palabras. El viento soplaba suavemente, llevando consigo las últimas sílabas del espartano.

Hades observó a Leonidas en completo silencio. Por un momento, el Rey del Inframundo parecía perdido en sus pensamientos. Pero de repente, una risa baja y profunda comenzó a salir de su garganta.

Leonidas frunció el ceño, confundido, pero también irritado por la aparente burla.

Leonidas:—"¿De qué te ríes, Hades? ¿Te parece esto un juego?"

El dios se detuvo, dejando escapar un último suspiro mientras la felicidad iluminaba su rostro.

Hades:—"No, Leonidas... no me burlo. Estoy feliz."

La expresión del espartano no cambió.

Leonidas:—"¿Feliz?", preguntó con un tono áspero, aún desconfiado.

Hades alzó su bidente, apuntándolo hacia el suelo, y en su rostro apareció una sonrisa que no era arrogante ni cruel, sino nostálgica.

Hades:—"Tus palabras me recordaron a alguien. A mi hermano menor, Poseidón. Él era exactamente igual que tú."

El nombre del dios de los océanos resonó como un trueno en la arena. Leonidas permaneció en silencio, observando a su oponente con una mirada más serena.

Hades:—"Poseidón era un dios entre dioses. Su voluntad era inquebrantable, y nunca se arrodilló ante nadie. Como tú, luchaba de frente, sin vacilar, sin retroceder. Siempre avanzaba, y lo hacía con una determinación tan aplastante que nadie se atrevía a desafiarlo."

Hades apretó el agarre en su bidente mientras sus ojos violetas brillaban con un fervor renovado.

Hades:—"Él luchó con esa misma convicción hasta el final, pero perdió su vida en esta arena, a manos de un mortal. Es por eso que estoy aquí, Leonidas." La voz del dios se tornó más profunda y seria.—"Lucho por mi hermano, por su memoria. Yo, como su hermano mayor, debo responder por él."

Leonidas no apartó la vista de Hades, pero ahora había una nueva chispa en sus ojos.

Leonidas:—"Entonces somos iguales, Hades. Tú luchas por tu hermano, y yo lucho por los míos. Pero no te equivoques. Aunque admiro tu determinación, no significa que vaya a retroceder. Aquí, sólo uno de nosotros saldrá victorioso. Y ese seré yo."

La atmósfera en la arena se volvió más intensa. Hades soltó un leve suspiro antes de ajustar su postura y señalar a Leonidas con su bidente.

Hades:—"Muy bien, Espartano. Entonces mostremos quién tiene la voluntad más fuerte. Pero prepárate, porque esta vez no me contendré. Por Poseidón, te derrotaré."

Los espectadores se pusieron de pie al unísono. Los dioses y los mortales gritaban de emoción, mientras las auras de ambos combatientes volvían a encenderse con una fuerza imparable. Leonidas golpeó su escudo con la lanza, y Hades dio un paso al frente, preparándose para el próximo asalto.

https://youtu.be/zrYMcIQUyTM

Hades se lanzó hacia Leonidas, pero esta vez no fue con las estocadas rápidas y precisas a las que el espartano ya se había acostumbrado. El Rey del Inframundo tomó su bidente con ambas manos, posicionándolas cerca de la punta del arma, y lo levantó por encima de su cabeza en un ángulo mortalmente inclinado. 

Desde aquella postura, completamente distinta a su habitual estilo, el dios realizó un movimiento devastador. El aire alrededor del arma comenzó a distorsionarse y estallar en llamas negras y verdes, mientras el bidente cortaba el espacio como si desgarrara el propio tejido de la realidad.

Con un grito atronador, Hades descargó el peso de su ataque hacia abajo, moviendo su agarre con una precisión absoluta hasta la base del arma.

¡¡¡PERSEFONE TITAN: DESTRUCTOR DE LA TIERRA!!!

Leonidas reaccionó de inmediato. El espartano levantó su escudo con un movimiento rápido, mientras con la otra mano agarraba su lanza en un intento por contrarrestar el brutal ataque que venía hacia él. La lanza y el escudo, combinados en una defensa perfecta, chocaron con la fuerza inconmensurable del bidente.

El impacto fue catastrófico. El suelo bajo los pies de Leonidas se partió en mil pedazos, desmoronándose en un cráter mientras las ondas de choque se expandían en todas direcciones.

La presión del ataque de Hades era tan intensa que parecía que el propio mundo estaba cediendo ante el poder del dios.

Leonidas gruñó, apretando los dientes con toda su fuerza, luchando por mantener su posición. Las venas de su frente se hinchaban, y sus músculos se tensaban más allá de sus límites, tratando de contener la fuerza aplastante del Rey del Inframundo. Pero Hades no mostró misericordia.

Con un agarre más firme y un bramido aún más ensordecedor, Hades empujó su arma con una presión incluso mayor. La tierra tembló, los muros de la arena crujieron, y el público quedó en silencio absoluto, viendo cómo el escudo del espartano empezaba a ceder.

Hades:—"¡ENTIÉRRATE Y DESTRUYETE ANTE MÍ, EL REY DEL INFRAMUNDO, HADES!"

Finalmente, Leonidas, a pesar de toda su voluntad y determinación, no pudo resistir más. El escudo se hundió en el suelo junto con su portador, quien fue aplastado con una fuerza titánica. El impacto final levantó una nube de polvo y escombros, ocultando a ambos combatientes de la vista del público por unos instantes.

Cuando el polvo comenzó a disiparse, Hades estaba de pie, a pocos metros del cráter creado por su ataque.

Con una elegancia mortal, el dios giró sobre sus talones, dejando caer su bidente al suelo con un movimiento controlado. Con su espalda al humano, se ajustó la gabardina, dejando claro que, en su mente, el combate estaba sentenciado.

Leonidas estaba tendido en el suelo, el cuerpo inmóvil, su escudo destrozado y su lanza agrietada. Las marcas de aquel ataque se reflejaban en su figura herida y en el terreno devastado que le rodeaba.

Heindall:"¡EL REY DEL INFIERNO HA APLASTADO AL GUERRERO HUMANO!" —exclamó Heindall, con su voz temblando de emoción y asombro, mientras levantaba un brazo al cielo y narraba lo sucedido para todos los espectadores."¡UNA TECNICA BRUTAL, UNA DECLARACIÓN DE PODER, Y UNA EJECUCIÓN PERFECTA! ¡HADES SE ERIGE COMO EL MONARCA SUPREMO DE LA ARENA, DEMOSTRANDO QUE SU PODER NO TIENE IGUAL!"

Los dioses en las gradas vitoreaban y aplaudían al Rey del Inframundo. Por otro lado, los humanos permanecían en un silencio absoluto, algunos con los puños apretados, otros rezando por su campeón caído.

Pero entonces, entre el silencio y los vítores de los dioses, un sonido inesperado cortó el aire.

Leonidas:—"¿Ya terminaste... Hades?"

El público entero se quedó congelado. En el centro del cráter, una figura se levantaba lentamente, tambaleándose pero de pie. Leonidas, herido, ensangrentado y jadeando, volvió a alzar su mirada hacia su oponente.

El espartano escupió un poco de sangre al suelo, mostrando una sonrisa desafiante mientras levantaba lo que quedaba de su escudo y lanza.

—"¿Eso es todo lo que tienes, 'Rey del Inframundo'? Pensé que sería más difícil. Déjame mostrarte cómo pelea un hombre que no tiene dioses a su lado."

Los espectadores, humanos y dioses por igual, no pudieron contener sus gritos de asombro y emoción. La lucha aún no había terminado.

Detrás de Leonidas, la figura imponente de Geirolul se manifestó, rodeada por una majestuosa aura azul que parecía envolverla en un resplandor divino. Su cabello, atado con dos pinzas en forma de alas a cada lado, fluía elegantemente en el aire, mientras las largas colas laterales caían con gracia hasta su cintura. Los delicados detalles de su atuendo, con la forma de un kimono negro y blanco, proyectaban una mezcla de elegancia y autoridad que llamaba la atención de todos los presentes.

Los ojos de la valquiria brillaron intensamente mientras avanzaba con pasos firmes hacia su compañero espartano. Las mangas largas y fluidas de su túnica ondeaban detrás de ella, y el sonido de sus zapatos de plataforma resonaba como un eco solemne en la arena destrozada.

Con una expresión de clara molestia, Geirölul posó su mirada severa en Leonidas, quien apenas se mantenía de pie después del brutal ataque de Hades.

Geirolul:—"¡Leonidas!" —exclamó ella, su voz autoritaria pero cargada de preocupación.—"¿Cuánto más piensas dejar que ese dios te arrolle? Recuerda lo que somos, lo que representamos. ¡Ellos no pueden detenernos, pero nosotros... nosotros podemos superarlos!"

Leonidas se giró lentamente hacia ella, con una sonrisa cansada pero desafiante en su rostro. El cigarro entre sus labios humeaba mientras escupía algo de sangre al suelo, dejando claro que aún no había terminado.

Leonidas:—"Hmph... ¿Superarlo, dices?" —respondió el rey espartano, su tono calmado pero lleno de determinación. "Eso ya estaba en mis planes desde el principio, Geirölul. Simplemente estoy calentando."

Geirölul cruzó los brazos, claramente irritada por la actitud relajada de su compañero. A pesar de su molestia, sus ojos brillaron con una mezcla de admiración y furia al ver cómo Leonidas seguía de pie, enfrentándose al poderoso dios del inframundo.

Geirolul:—"Eres imposible..." —murmuró con un suspiro, pero luego su tono cambió a uno más serio.—"Muy bien, si planeas seguir luchando, entonces deja de jugar y escucha. Hades no es un oponente cualquiera, pero con mi poder y tu fuerza, podemos abrirnos paso más allá de cualquier límite. Esto no es solo una batalla, Leonidas... ¡es una oportunidad para demostrar que incluso los dioses pueden ser superados!"

Leonidas apretó con fuerza el escudo dañado en su mano. Los músculos de sus brazos se tensaron, y su postura, aunque agotada, irradiaba pura determinación. Miró a Hades, quien observaba la escena con interés desde la distancia, limpiando la sangre de su propia herida con calma.

Leonidas:—"Entonces, ¿Qué estamos esperando, compañera?" —dijo Leonidas, su tono desafiante mientras levantaba su escudo una vez más. "Vamos a demostrarles que incluso el Rey del Inframundo no está a la altura de un verdadero espartano... y su valquiria."

Geirölul asintió lentamente, mientras un aura aún más intensa envolvía su figura. La conexión entre ambos se hizo más evidente, y la arena vibró ligeramente con la presión de sus energías combinadas.

Geirolul:—"Muy bien, Rey Leonidas," declaró Geirölul con una leve sonrisa. "Hagamos que cada golpe cuente. ¡Es tiempo de llevar esta batalla al siguiente nivel!"

El público, que había quedado en silencio durante aquel intercambio, estalló en vítores cuando Leonidas y Geirölul se alinearon una vez más como una fuerza indomable.

Desde las gradas, los espartanos levantaron sus lanzas al cielo, gritando con orgullo: "¡ESPARTA!"

Mientras tanto, Hades observaba la escena en silencio, con una leve sonrisa en sus labios. El dios del inframundo ajustó su agarre en el bidente, sus ojos violetas brillando con una mezcla de admiración y desafío.

Hades:—"Entonces... aún no te has rendido, humano," murmuró Hades para sí mismo. "Esto será interesante."

De repente, el arma de Leonidas sufrió una transformación aún más sorprendente. Las partes superior e inferior de su escudo se separaron, transformándose en seis patas metálicas de araña que se unieron rápidamente hasta formar una esfera compacta y amenazante.

Mientras tanto, un mango emergió del centro de una versión reducida del escudo, revelando un martillo pequeño unido a una cadena que se conectaba al escudo del espartano. La transformación terminó cuando Leonidas, con una sonrisa feroz, tomó el mango con firmeza.

A su lado, Geirölul, con su aura divina ardiendo con intensidad, gritó al unísono con su compañero:

Leonidas/Geirolul:—"¡TE DESTRUIREMOS, DIOS!"

Ambos avanzaron de frente, el espartano con su martillo, y la valquiria amplificando el poder destructivo de su guerrero. Mientras tanto, Hades, recuperando la compostura, adoptó una postura ofensiva. Su mirada de determinación ardía mientras agarraba su bidente con ambas manos.

La punta de su arma comenzó a girar a una velocidad alucinante, creando una poderosa corriente de aire a su alrededor. El aire se comprimió y formó un taladro de viento gigantesco, rugiendo como una bestia desatada.

¡¡¡RUGIDO DE PERSEFONE: DESTRUCTOR DE TORMENTAS!!!

El Rey del Inframundo avanzó contra Leonidas con su técnica cargada de poder divino, mientras el humano levantaba en alto su martillo, flexionando sus músculos con toda su fuerza. El espartano rugió a los cielos con su grito de guerra:

Leonidas:—"¡ESTO ES ESPARTA!"

Balanceó su martillo con una fuerza descomunal hacia abajo, como si fuese una bola de demolición pura. La energía acumulada en su arma comenzó a liberar un calor abrasador, cubriéndola en intensas llamas que parecían consumir el aire mismo.

¡¡¡PHALANX NEMESIS: MARTILLO DE HIERRO DEL DIOS DESTRUCTOR!!!

El impacto contra el viento comprimido del bidente fue devastador: dos fuerzas imparables chocaron, generando un estruendo que sacudió los cielos.

De inmediato, una explosión masiva sacudió la arena entera, levantando un aluvión de escombros que bombardearon los muros cercanos. El choque de las dos técnicas desató vientos huracanados que barrieron todo a su paso. 

Las ondas de choque resonaron por todo el Valhalla, haciendo temblar incluso las gradas donde estaban los dioses y humanos como espectadores.

En medio de este caos, Zeus abrió los ojos de par en par, impresionado por lo que veía:

Zeus:—"Ese humano... tiene el poder de un verdadero monstruo. ¡Qué glorioso!"

Finalmente, cuando el polvo se despejó, el resultado del impacto quedó claro. De aquella explosión colosal, Hades salió volando por los aires, su cuerpo malherido e incapaz de resistir el tremendo golpe. La figura del dios, antes majestuosa, parecía ahora débil mientras ascendía sin control, dejando un rastro de sangre que caía como lluvia en la arena.

El silencio invadió el coliseo. Todos los dioses observaron con incredulidad cómo el orgulloso Rey del Inframundo terminó estrellándose brutalmente contra el suelo, dejando un enorme cráter en el lugar donde cayó. El impacto resonó como un trueno, y la tierra tembló bajo el peso del dios derrotado.

Heindall, boquiabierto por la escena, se aferró con ambas manos a su cuerno antes de recuperar la compostura. Su voz resonó por todo el coliseo:

Heindall:—"¡HADES... HA CAÍDO! ¡LEONIDAS HA HERIDO AL REY DEL INFRAMUNDO DE UNA FORMA QUE NADIE CREYÓ POSIBLE!"

La multitud estalló en vítores y gritos ensordecedores desde el lado humano, mientras los dioses observaban en completo silencio, asimilando lo que acababa de suceder.

En el centro de la arena, Leonidas, con una sonrisa triunfante, se llevó un habano a los labios.** Encendiéndolo con calma, inhaló profundamente y dejó escapar una densa nube de humo mientras miraba hacia el cráter donde yacía Hades.**

Leonidas—"Hecho... pedazos," murmuró el espartano con una mezcla de arrogancia y orgullo en su tono. "Espero que ese dios tenga más que eso, porque apenas estoy calentando."

El público humano, inspirado por la imparable fuerza del Rey de Esparta, coreó su nombre con fervor:

Humanos:—"¡LEONIDAS! ¡LEONIDAS! ¡LEONIDAS!"

Mientras tanto, en el cráter, Hades comenzó a moverse lentamente, sosteniendo su bidente para apoyarse. Su cuerpo estaba malherido, y sangre brotaba de la herida abierta en su pectoral derecho. Aun así, una sonrisa apareció en el rostro del Rey del Inframundo.

Hades:—"Impresionante, humano... pero esto está lejos de terminar."

La batalla estaba lejos de decidirse. Ambos guerreros, humano y dios, aún tenían fuerza para continuar, y el enfrentamiento prometía ser aún más feroz.


FIN QUE LES PARECIO?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro