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Capítulo 30





Cuando me reúno con Park son las dos y media en punto.

Sí, patético, lo sé, pero no podía esperar ni un segundo más para volverlo a ver. Podría jurar que algo ha cambiado dentro de mí, dentro de él y dentro de nosotros. Antes de hoy, todo se trataba de esperar y anticipar. Ahora, se trata de esperanza y proximidad. Quiero estar cerca de él, no por una vaga noción de cómo sería, sino porque he estado cerca de él y no quiero que eso termine.

Antes de este nuevo nosotros, hablábamos de nuestro día y dejábamos tantas cosas sin decir... La coreografía de nuestro paseo-codazo-sonrisa por los pasillos de Pratt entre clases, nuestra felicidad al vernos, un poco de nuestro miedo, nuestro deseo de mantener las demostraciones de afecto en privado, lo que resultó contraproducente la mayoría de las veces. Cuando nos separábamos para ir a nuestras respectivas clases, luchábamos por no ser una de esas parejas que no podían pasar el día sin vislumbrar su nueva cercanía. A decir verdad, éramos ese tipo de pareja y no nos avergonzábamos en lo absoluto.

Es Park quien encuentra las respuestas sin que yo tenga que hacer las preguntas. Él siempre es el mago del "te veo luego", desvaneciendo todo el cansancio con un movimiento de su muñeca, levantando una ceja o inclinando la cabeza en mi dirección.

Cuando abre la puerta de su casa para saludarme, su presencia se acumula en mí como el agua clara del océano. Fuerte y seductor. Salvaje y vivo.

—¿Qué haces parado ahí afuera, bebé? Pasa, estaba contando los segundos para ver esos bonitos ojos tuyos —dice mientras entro en su vestíbulo. Los dedos de su mano izquierda recorren brevemente mi muñeca. Pasa sobre mí como el aire y estremece mi piel como un beso.

Me adentro en su sala de estar, sintiéndome extremadamente afortunado.

—¿Tuviste un buen día en Pratt? —le pregunto una vez que me siento en un taburete junto al mostrador de la mesada de su cocina.

—Fue un gran día, y sabes muy bien porque —me responde para luego plantar un suave beso en mi clavícula mientras me entrega una taza de café humeante.

—Creo adivinarlo —le contesto, tomando un sorbo para luego agregar —. Está bien, entonces hagamos esto. ¿Por dónde empezamos a empacar?

Después de terminar mi café de un trago, tengo esta repentina necesidad de ponerme de pie. Así que lo hago. Cambio mi peso de un pie al otro sin parar y empieza a verse raro.

Al principio, no sé el origen de mi ansiedad, pero debe ser el hecho de que esta es la primera vez que voy a su casa. Hemos compartido innumerables momentos en mi casa, pero nunca hemos estado aquí. Mientras me inquieto, mi mirada inspecciona el lugar y su elegancia. La casa de Park es la combinación perfecta de estilo campestre con un toque moderno en su decoración.

—Sígueme, bebé. Estás empezando a verte pálido de los nervios —Me agarra por los hombros, su voz cálida contra mi cuello y por un segundo no me importa demasiado la madre de Park, que podría venir en cualquier segundo a pesar de que dijo que no lo haría; o por qué la tierra es redonda, o la razón por la cual la gente tiende a memorizar la raíz cuadrada de Pi para actuar inteligentemente.

La vida misma es un montón de cosas sin sentido si Park tiene sus manos alguna parte de mi anatomía.

En nuestro camino hacia las escaleras, hay al menos una docena de marcos de fotos que decoran las paredes. No puedo evitar detenerme a mitad de la subida y echarles un vistazo más de cerca. Especialmente los que tienen a Park en diferentes etapas de su vida.

—Te ves tan feliz en estas fotos —le digo.

—Todo el mundo se ve feliz en este tipo de fotografías. El problema es que no hay forma de saber si ese momento en particular que representan fue real o no —Una sombra recorre sus rasgos, pero sucede tan rápido que no puedo reconocer su presencia. Cuando estoy a punto de preguntar más, sonríe y me hace señas para que siga adelante.

Lo sigo hasta su habitación. Es exactamente como había imaginado que sería: aireada y limpia, masculina y artística. Hay una pared entera cubierta con fieltro gris piedra, millones de Polaroids colgando, pequeños recuerdos de segundos que valen la pena mirar.

Lo entiendo entonces. La razón por la cual no le gustan las fotos promedio. Comparada con las que él saca, parecen rígidas, sin vida. Ha capturado tantos fragmentos significativos de personas al azar. Un niño parpadeando ante los rayos del sol. Una mano anciana sosteniendo un diente de león. El movimiento de la cola de un perro. Un globo de cumpleaños flotando libre en un cielo sin nubes.

Mi chico misterioso es un observador de la vida, un navegante de los mares infinitos de las emociones. No sé qué decir que pueda hacerles justicia.

—Veo que encontraste las verdaderas —dice, uniéndose a mí junto a la pared. Sus rulos se están haciendo más largos, haciéndolo lucir tan malditamente lindo. Quiero actuar como si estuviera todo bajo control, pero mi entusiasmo por tocarlo toma lo mejor de mí y termino alcanzando un mechón para colocarlo detrás de su oreja.

Park sonríe, agarrando mi cintura. Me hace girar para mirarlo. Sin un respiro de sobra, nos besamos. Se ríe a mitad de un beso mientras me guía lentamente hacia atrás hasta que mis pantorrillas tocan la cama.

—E-Espera —digo.

—¿Por qué? —pregunta Park, respirando con dificultad mientras me baja la cremallera de los vaqueros.

No sé de dónde viene la voluntad de parar, pero supongo que tiene que ver con mi deseo de regresar a mi casa, que pronto será nuestra, y estar solos en nuestro mundo.

Su casa me pone nervioso. Su madre me pone nervioso. La profesora Shannon Green. La mera idea de tenerla en la clase de 'Introducción a las Bellas Artes' el próximo semestre me da un vuelco interior. Aquí estoy, follándome a su único hijo.

—¿Qué pasa si tu madre decide volver a casa temprano? ¿Y si llega y no la escuchamos subiendo la escaler...? —No me deja terminar. Con una burla y una sonrisa salvaje, me empuja a su cama. Me siento en el borde, el calor me atraviesa como un reguero de pólvora. Park se pone encima de mí, levanta las piernas y coloca una rodilla a cada lado de mi cuerpo.

—Eres tan jodidamente hermoso, Noah Riley —gruñe con voz ronca de deseo, descansando ambas manos sobre mi pecho agitado.

Sus rulos caen sobre mi cara y huelo su aroma característico. Almizclado con un toque de menta. Mi cabeza da vueltas con cada respiro que tomo de él. Quiero besarlo más que nada. Así que lo hago. Durante dos minutos completos. Sus labios son tan suaves, un poco más grandes que los míos, rosados ​​y carnosos. Ataco el inferior, mi lengua lamiendo su barba entre delicados mordiscos.

—Sabes tan delicioso —le digo, haciendo puños con mis manos para acercarlo más. Nunca parece lo suficientemente cerca. Agarrándolo por los costados, lo levanto con un movimiento firme y lo lanzo bocarriba sobre el colchón. Se agarra a mis caderas, gimiendo de placer.

—Esto se siente tan delicioso —dice, y hay algo que me pone a tierra ante sus ojos, los mismos que parecen no tener suficiente de mí. Hay tanta intensidad en su mirada que atraviesa mi frasco de vidrio, destroza mis debilidades y me empuja más allá en este camino de esperanza que he comenzado a transitar.

Después de hacer el amor, levanta la parte superior de su cuerpo, mirándome, su respiración aún irregular. Paso mis dedos arriba y abajo por su espalda y él ahueca mi rostro.

—¿Cómo lo haces? —pregunta, de la nada, rebosante de ternura.

—¿Cómo hago qué, bebé?

—Hacerme explotar en átomos cada vez que follamos, solo para volver a unirme y devolver esta nueva forma de mí mismo a la tierra. Volver al momento que acabamos de compartir. Volver a ti, a nosotros —Sus pestañas proyectan diminutas sombras sobre sus altos pómulos.

Se está haciendo tarde.

¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? Tomé un respiro y las horas se fueron. Una punzada en mi pecho sigue al pensamiento. Necesito más tiempo con Park. Entonces, recuerdo que esa es la razón por la que estamos aquí, en su casa. Para que pueda empacar y mudarse conmigo. Para que podamos estar juntos una y otra vez.

—Eres pura poesía en movimiento —le digo, plantando un beso en su clavícula izquierda —. Deberíamos apurarnos y empacar. Tu mamá podría llegar en cualquier momento... ¿y si nos pilla así?

—No va a pasar —dice, con una sonrisa jugando en la comisura de su boca —. Incluso si lo hiciera, ¡valió la pena el riesgo!

Me río de sus palabras. Me sonríe.

—Fue bastante salvaje —le digo.

—¿Podemos hacerlo de nuevo? —Lo miro boquiabierto y se echa a reír, luego camina hacia su armario para tomar una maleta negra. En menos de quince minutos está todo empacado. Me doy cuenta de que no he dejado de mirarlo. Hipnotizado. Completamente ido...


***


Esta noche, cuando estemos de regreso en mi departamento, nuestro hogar ahora, miraré a mi novio profundamente dormido a mi lado.

En ese momento, seré testigo de este hilo rojo tangible que nos conecta. Se materializará de alguna manera, por un breve segundo, revelándose a sí mismo.

Unos segundos, sí. Sesenta, para ser precisos.

Sin embargo, suficientes como para quitarme el aliento.






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