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Capítulo 21





—De todas las estrellas en el cielo esta noche, ¿cuál crees que está más celosa de lo mucho que nos queremos, bebé? —murmura en mi oído, su barba apenas crecida cosquilleando mi mejilla.

Dios, como amo cuando te pones cursi. A decir verdad, como me calientas cuando te pones cursi y encima sin afeitar...

Esta es exactamente la dosis correcta de Park que todo mi cuerpo necesita. Ambos estamos sentados en una duna, a centímetros de distancia, la punta de nuestros dedos rozando uno contra el otro. Me inclino y descanso mi cabeza en su hombro derecho y me dejo llevar por sus palabras. Todas las toxinas ansiosas se desintegraron por la cadencia de su voz.

—Perdón, bebé —La brisa se apodera de mis palabras que salen a modo de murmullo ahogado.

Con la vergüenza supurando de mí, trago saliva y continúo.

—Todavía no puedo creer que tuviste que presenciar la escenita de Candace —La vergüenza me atraviesa. Lo menos que quería era que me viera besándola. Espero que pueda entender que no estaba reciprocando, sino retrocediendo de ella.

—¿Quieres hablarlo, Noah? —Su tono cauteloso me sorprende, así que me giro y lo miro. Lo que encuentro corriendo más allá de su mirada me rompe el alma en un millón de astillas.

Por primera vez, veo una pizca de tristeza manchando sus ojos estrellados. No puedo soportarlo. Es el mismo sentimiento que tengo cuando estoy frente a mi lienzo, y todo lo que puedo pintar es mi dolor. Espantoso. Lo último que quiero es lastimarlo; no podría vivir conmigo mismo si lo hiciera.

Mis latidos son rápidos, sus ecos reverberan en mis oídos, chocan contra mi pecho tenso por los eventos de esta noche.

Pienso en mi corazón y en su corazón: cómo late rápido cuando lo abrazo, cómo suena fuerte luego de hacer el amor por lo exhaustos que quedamos. O cómo yo no elijo mi propio ritmo, él lo hace.

Lo miro de soslayo.  Está esperando que yo decida si quiero hablar sobre cuán complicada fue esta situación de Candace. Su dolor está justo ahí, cada vez más amplio. Debe tener un millón de preguntas sobre ella y por qué creyó que tenía derecho a acercarse a mí de esa manera. Quizás Park imagina que le di lugar a hacer lo que hizo. No lo hice Todo lo que quiero es explicar que no lo hice.

Pongo una mano sobre mi pecho. Ahí está, mi corazón cobarde, escondido detrás de las curvas de mis costillas. Saltándose latidos, esperando los de Park para formar una melodía juntos.

—Yo necesito que sepas que no quise que eso sucediera, nunca te haría algo así.

¿Por qué es tan jodidamente difícil de explicar?

Mis ojos se llenan de lágrimas y no puedo evitarlo: caen como gotas de lluvia sobre la arena. Con la cabeza baja, no parpadeo, así que simplemente se juntan, se desbordan y aterrizan formando pequeñas hendiduras en la arena blanda.

—Noah, ¿puedo explicarte algo muy importante? —Asiento con la cabeza porque eso es todo lo que puedo manejar en este momento, mientras continúa —¿Crees que no sé eso? ¿Crees que no sé quién eres? ¿Quiénes somos?

Mi mirada vuela a su rostro. Park está en lo correcto.

Él nos conoce.

Él sabe cómo nuestros corazones laten en sincronía, cómo nos completamos el uno al otro y cómo esta historia es profunda, y se enraíza con cada segundo compartido.

La gente dibuja corazones por todas partes, esculpiéndolos en los bancos, garabateándolos en ventanas empañadas, entintándose la piel con ellos. Yo también lo he hecho: sobre su espalda desnuda mientras descansaba la mitad de su torso sobre mi pecho. He recorrido mi dedo índice sobre su piel, dejando mi marca.

—Sé que debes saberlo, ¿verdad? Dime que lo sabes, bebé —casi susurra, enviando calor por toda mi piel que es solo un tejido hasta que sus manos aterrizan en lugares, encendiéndome, haciéndome cobrar vida. Vivo y latiendo por y para Park.

—Park, ¿cómo pude encontrarte?

—Técnicamente, fui yo quien te encontró —dice, obsequiándome una de mis sonrisas torcidas favoritas.

—Cierto. Tú y tu manía de querer rescatar a perdedores, medio ahogados y medio drogados.

—Correcto. Salvo que olvidaste agregar: sensuales como el infierno mismo. Perdedores medio drogados, medio ahogados y sensuales como el infierno mismo. ¿Entendiste?

Nos reímos al unísono.

—Así que te parezco sensual, ¿eh? —le pregunto, disfrutando de cómo el viento hace flotar sus rizos oscuros, un Park despeinado y desordenado. Mi milagro despeinado y desordenado.

—¿Y tú qué piensas? —pregunta, levantando sus delicadas cejas, instándome a casi arrancarle la camisa, reventándole botón por botón y besarlo salvajemente justo en frente de la multitud que se había reunido alrededor del fogón para cantar canciones.

Me pongo de pie y extiendo una mano para ayudarlo a hacer lo mismo. Cierro la distancia entre nosotros, colocando mis manos en las caderas de Park, enganchando mis dedos alrededor de la correa de su cinturón marrón, mientras sumerjo mi índice izquierdo por sus jeans para acariciar su cadera.

Lo escucho jadear, y eso me lleva al límite, así que gimo su nombre en su oído y le pregunto —¿Contesta, crees que soy sensual?

—Maldita sea, claro que sí —sisea, mis neuronas empacando sus maletas, porque saben cuán obsoletas y completamente indeseadas son en este momento.

Segundos más tarde, nos estamos besando, nuestras bocas sin represiones. Somos todo respiraciones entrecortadas, manos por todas partes, y no sé cómo ni de dónde, pero empiezan a caer gotas de lluvia reales.

—Esas ya no son tus lágrimas, Noah —susurra el chico-insecto imaginario que llevo dentro, inclinando su cabeza hacia un lado, mientras suspira dentro del frasco de vidrio.

Por el rabillo del ojo, veo a mis amigos corriendo en todas direcciones. Incluso los escucho llamarme.

—Noah. Chicos, ¿vienen con nosotros? —Tyler.

—Mierda, nos estamos empapando, muchachos, vámonos ya —Simón.

—Déjalos en paz, hermano —Ethan.

Veo al tipo del fogón, inmóvil, empapado, mirando primero su hoguera arruinada y luego a nosotros.

Sí, así es, idiota. ¿Por qué no tomas una foto ahora? ¿Eh?

#somoseternos #amordelbueno #pertenecer

Desde que tengo memoria, mi vida se ha sentido como si estuviera tratando de flotar en un océano que ya había sido drenado. Ya no, ahora no, al menos. Sé que tenemos lo que se necesita para desafiar las probabilidades: esta promesa silenciosa de que no seremos como los demás es a lo que quiero aferrarme.

No vamos a correr para cubrirnos de la lluvia, ¿verdad, Park Jones?

Mi corazón ha estado tan roto que me doy cuenta de que cuanto más se rompía, más posibilidades tenía de abrirse; a través de las grietas, mi chico misterioso se deslizó dentro.

He tenido tanto miedo, pero ahora tengo ganas de bailar bajo este diluvio repentino: Park es mi trueno, la arena bajo mis pies, el ruido que hacen las olas, la salinidad y la atracción del núcleo de este planeta.

Pasan los minutos y nos quedamos en la orilla. La misma donde comenzó todo.

—¿Park?

—¿Sí? —Sonríe de costado, encantado de que lo llame por su nombre.

—Creo que ya sé la respuesta a la pregunta que me hiciste hace un rato —murmuro, con las palabras quemando mi garganta.

—¿En serio? —Sus ojos de cachorro se encienden de curiosa anticipación —. ¿Y cuál sería entonces?

—De las estrellas en el cielo esta noche, creo que todas están tan condenadamente celosas que tuvieron que esconderse entre estas nubes tormentosas, bebé —le digo, aplastándolo en un abrazo.

—Eso es todo lo que necesitaba escuchar, Noah —dice, con ternura en su tono.

Y así, sin complejos ni orgullo, nos abrazamos por un largo tiempo. Tan apretadamente, que escucho su corazón, y él escucha mi latir acompasado.





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