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Capítulo 2








—¿Qué diablos estabas pensando, Noah? —La tensión en su voz hace añicos la esperanza que construí en el viaje de regreso a casa. Definitivamente está enojada, y mucho. No puedo culparla.

Con el rabillo del ojo observo a mi hermana mayor suspirar profundo, mientras se pasa una mano apenas temblorosa por su hermosa cabellera rubia.

Ella se parece tanto a mi madre, con esos ojos esmeralda llenos de compasión y esos pequeños hoyuelos que se forman en sus mejillas cuando sonríe de esa forma tan suya y contagiosa. Solo que ahora mismo, no está riendo. Al contrario, tiene el ceño fruncido mientras estaciona frente a la puerta principal del edificio donde vivo.

Bajamos en silencio del auto, y ni bien me acerco a la portería, Jorge, el encargado, me recibe con una mueca divertida en su rostro regordete. La misma muere segundos después ni bien escucha el bufido proveniente de mis espaldas y la mirada glacial de Savana.

—Buen día, Jorge. Noah no tiene su llave. ¿Serías tan amable de dejarnos entrar? —Si las palabras cortaran, estas seguramente trituraban no solo al portero sino también a mí.

—Por supuesto, Señorita Riley. Ningún problema. Aquí tienen la llave de emergencia. Arreglaré que le hagan otra sin falta. En unas horas ya estará lista —agrega Jorge, tímidamente.

Me causa gracia lo mandona que es mi hermana cuando está furiosa, de alguna forma logra sublevar a quien sea, sin importar su tamaño. Jorge es un tipo enorme, se dedica no solo a trabajar como portero, sino que es guardia de seguridad en un club nocturno de por aquí. Así que ustedes saquen sus propias conclusiones de los poderes de sumisión de Savy: con su metro cincuenta de estatura, ella consigue lo que quiera, cuando quiere.

—Mil gracias, de verdad —contesta suavizando su cadencia, cosa que evidentemente relaja los hombros de Jorge —. Vámonos, Noah. Tienes mucho que hacer antes de volver a salir —Con eso dicho, pone sus ojos en blanco, y se abre camino hacia el ascensor.

Vuelvo a mirarla a hurtadillas, el reflejo de su rostro ojeroso en el espejo me dice que durmió poco o nada. Mi alma se contrae. Ojalá pudiera liberarla de todo esto. De mí. Ahorrarle la carga que implica ser mi hermana. Savana es la única persona que me entiende, que me deja ser yo, respetándome y defendiéndome siempre. Y ahora, no solo está furiosa conmigo, sino que también esta herida: cosa mil veces peor. Puedo ver su decepción en lo vidrioso de sus ojos, en las lágrimas que está conteniendo, y en la respiración entrecortada mientras los segundos se suceden y nosotros seguimos confinados en un dos por dos mecánico que nos sube hacia mi loft. Verla de esta forma me destroza.

—Esa es la cosa, Savy. No lo estaba...

—¿Qué dijiste? —Su rostro vuela en mi dirección, encontrando mi mirada avergonzada y por una fracción de segundo deja caer su fachada de: tengo-todo-bajo-control-y-no-estoy-para-nada-dolida.

—Que no estaba pensando en lo peligroso o ridículo de lo que hice anoche, Savy —. Agacho la cabeza en derrota, el peso de mi error me hunde los hombros.

El silencio desciende sobre nosotros como la toalla mojada que me trajo, que cae de mi espalda en cascada sobre los paneles de madera del living, justo detrás de mis zapatillas Converse cubiertas de arena. Ella observa la escena frente a sus ojos, frunciendo su nariz puntiaguda en total desaprobación.

Siento la urgente necesidad de decirle algo más, así que con la cabeza ladeada y la mandíbula apretada lo intento nuevamente.

—Perdón... Sé que estuve mal. No tengo idea de porque soy así, o hago este tipo de co...

—Noah, en serio. No sigas inventando excusas. Desapareciste de la faz del planeta y no respondiste ni a uno de mis mensajes. Se suponía que íbamos a cenar juntos... Y en vez de eso, casi me vuelvo loca toda la noche pensando lo peor...—Está frenética. Observo en agonía como camina de un lado a otro, con las uñas clavadas profundamente en sus palmas.

Dios... la sigo arruinando, una y otra vez. La idea de cenar con mi hermana y su futuro esposo era algo que me alegraba, y sin embargo, se me olvido por completo. Otra cosa que agregar a la inmensa lista interminable de embarradas. Tengo una maldita enciclopedia llena de ellas, créanme.

No sé que demonios hacer con mis manos, o cómo detener los escalofríos que recorren mi cuerpo helado, así que cruzo los brazos alrededor de mi pecho, dejando escapar un suspiro entrecortado. Mi mirada choca contra la de Savana, el dolor cruza su rostro como si la abofeteara. Abro mi boca, pero mi voz se rehúsa a salir, atorada en mi garganta rasposa. Trago grueso, y luego de unos segundos incómodos, lo intento por segunda vez.

—Savy, soy un desastre. Soy consciente de eso, pero tienes que creerme. Nada de lo sucedido fue para herirte. Sé que lo hice y me siento como un reverendo idiota. Por favor, dame aunque sea el beneficio de la duda... ¿Sí? —le suplico sin tener el coraje de mirarla. Mis palabras apenas superan un susurro.

Continuamos de pie, ella y yo, sin saber qué hacer a continuación. Sus ojos están pegados al ventanal que da a una calle tranquila, empapelada con robles ondulantes. Por encima del silencio, me llega el canto de los zorzales provenientes del parque, cosa bastante atípica aquí en Nueva York. Sucede que es muy temprano, y el barrio aún duerme. Siempre me encantó la vista desde esta doble ventana maciza que llega casi hasta el techo. Cuando el mundo se torna desolador, miro como la vida se desarrolla desde el interior de mi loft, que como un pequeño caparazón de cemento, me protege de la intemperie, las personas y sus idas y venidas.

Mi apartamento, tipo estudio, cerca del Instituto Pratt, es el único lugar al que puedo llamar hogar. Es donde me refugio después de mis clases: estoy cursando una Maestría en Bellas Artes, o al menos lo estaba hasta mi gran encontronazo con mi padre. Pensar en las desastrosas consecuencias que esa pelea va a tener sobre mi futuro, logra una nueva ronda de temblores, tan potentes que me castañean los dientes.

—¿Qué pasó anoche, Noah? —La voz de Savy me devuelve a la realidad. Durante lo que dura uno de mis latidos errantes, quiero contárselo todo. Abrir la boca y verter toda el agua restante del océano junto con mis pensamientos impredecibles. Pero me contengo. ¿Cómo podría expresarlos con palabras si no estoy seguro de qué son, o de dónde provienen?

—Te lo dije, no lo sé muy bien. No lo recuerdo —le respondo, encogiéndome de hombros.

Pero entonces sucede, y todo lo que acabo de decir se convierte en una mentira mientras más recuerdos inundan mi mente: el suave ondular de una tabla de surf, conmigo encima. Unos brazos fuertes, negándose a soltarme. Una cadencia, seductora... Unos ojos más profundos que todo el condenado océano...

—No inventes —resopla, inexpresivamente—. Sé acerca de la pelea que tuviste con papá horas antes de que terminaras en la playa. ¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué tuve que saberlo a través de los sollozos preocupados de mamá? Mierda, Nono. Solíamos ser unidos... Quiero decir, ¿por qué no confías en mí? —Sus ojos se llenan de lágrimas, y esta vez, las deja correr libremente por sus mejillas sin dejar de mirarme fijamente.

Acaba de usar mi apodo de la infancia, el que adoro para ser honesto. Me trae todo tipo de recuerdos: desde lugares que exploramos juntos, juegos y rasguños en las rodillas de la diversión compartida, hasta el aroma de esas crocantes galletas con chispas de chocolate que solíamos hornear en la cocina los domingos por la tarde. Mi hermana mayor es la única persona que conoce mi verdadero yo, y este estúpido vacío dentro de mí también se está alimentando de ella.

Es una maldita bestia hambrienta. Caza y se nutre de cualquier aspecto positivo de mi vida. Ahora, parece que se ha interesado en Savana, privándome de mi único lugar seguro, de mi esperanza de mantenerme en una pieza y no perderme en el abismo inconmensurable.

—Nono, por favor, no me tomes del pelo. No me subestimes. ¿Crees que no me he dado cuenta cuánto peso has perdido estas últimas semanas? ¿O cuántos cigarrillos fumas al día? ¿O cuán...— Se detiene en seco, reflexionando sobre si continuar y decir lo que viene después, o cerrar la boca y evitar abrir aún más la herida. Con un suspiro ahogado, deja fluir las palabras, frunciendo el ceño y parpadeando con rapidez— oscuro se ha tornado tu arte?

—Savy...—Pero no hay nada que pueda decir que borre la verdad imbuida en todo lo que acaba de decirme. Gruesas lágrimas vuelven a rodar por su rostro, aterrizando impotentes en el piso de mi sala de estar. Las veo disolverse en la alfombra a cuadros, blancos y negros, que me regaló la Navidad pasada, y por primera vez desde anoche, desearía que la corriente me hubiera tragado entero.

—Necesito respuestas reales, y si crees que dármelas es difícil, imagínate hablar con papá. Te está esperando, y sabes que si no vas hoy mismo, las cosas explotarán de verdad.

Savana está en lo correcto. Voy a tener que ir y enfrentar a mi padre. Mierda...

—Lo sé —contesto sin fuerzas, mientras el tiempo se detiene y nuestra conversación se estanca.


***


—Este lugar está hecho un chiquero —resopla, doblando ropa tirada aquí y allá, y haciendo mi cama. Extrañé mis sabanas limpias, y el calor del acolchado anoche. Sonrío por lo bajo, porque así es como Savy maneja la exasperación: organizando cosas. Se mueve por todas partes, arreglándolo todo, mientras maldice con una boca más sucia que mis pantalones de jean oscuros.

Vuelvo a temblar y recuerdo haber sentido mucho frío anoche en las dunas. El agotamiento era tan masivo que no me permitía dilucidar que era lo que me estaba ocurriendo, o cómo solucionarlo. Luego, sé que parte del malestar se disolvió mezclado con un rastro tan sensual como irresistible. Una mezcla de elementos picantes, dulzones y frescos. Un aroma demasiado intrigante. El mismo, que a pesar de estar mojada, emana de esta sudadera negra que aún tengo puesta.

—¿Y? ¿Vas a ducharte o planeas seguir ahí parado, como perrito mojado olfateando la capucha y el cuello de tu canguro negro? Dios, Nono, pareces un zombi. ¡Mueve tu trasero escuálido de una vez por todas!

Quiero decirle que no es mi ropa, que me muero de ganas de saber quién es su dueño, que me carcome la ansiedad de tener sus ojos grabados en mi memoria, casi a un paso de descubrir su rostro entre mis recuerdos delirantes, pero sin poder lograrlo aún. Es desesperante, y a la vez motivo de aleteos en mi estómago. Ni idea de donde vienen ni porque están aquí, pero no es simplemente hambre lo que hace rugir a mis entrañas.

—Nono, en serio. Apestas...

—Okay, voy sis —le respondo, imitando la cadencia llorona de un niño pequeño cuando hacen berrinches. Misión cumplida, ahí está, una sonrisa que intenta ocultar. Savy me fija bajo su mirada mientras ambos rompemos a reír.

—Oye, ¿podrías hervir una caldera de agua? Necesito un poco de cafeína por las venas antes de ir a charlar con el viejo —le grito desde el baño, por encima del sonido del agua corriendo por el grifo.

Mientras se llena la bañera, me acerco a observarme en el espejo ovalado, sin marco, que cuelga de la pared de cemento alisado. Savy tiene razón, estoy demasiado delgado. Bajo la cremallera de mi torso, y me examino con más atención. Mis clavículas sobresalen demasiado de mi pecho, y mis jeans cuelgan de mis caderas que están más pronunciadas que de costumbre. Siempre he sido delgado, y al ejercitar con tanta regularidad, los músculos de mis brazos y abdomen sobresalen sin esfuerzo alguno. Pero mi hermana está en lo cierto, debo cuidar mi alimentación, o voy a parecer un cadáver.

Coloco mi cabeza bajo la canilla de lavabo, agradeciendo el agua tibia y como me quita toda la arena incrustada en mi cuero cabelludo. Me quedo inmóvil, incapaz de silenciar mis pensamientos o controlar mis impulsos. Últimamente me la he pasado girando sobre lo que sea que la vida me tira al hombro.

Creo que he tocado fondo esta vez, la persona que está frente a mí se ve desolada. Con el índice, toco mi reflejo. Soy yo, pero no me siento parte de mí. No puedo negar la falta de ganas de comer, dormir, o vivir... Ya no. Hay una pesadez que se acumula rápidamente, haciéndose más fuerte con cada segundo, y no sé cómo diablos detenerla. Comenzó como una sensación molesta, en la parte posterior de mi cabeza, pero antes de que me diera cuenta, se convirtió en una fuerza completa y despiadada: un monstruo letal. Sus garras afiladas me muerden las entrañas a diario.

—Noah, ¿todo en orden? —El dejo de preocupación en la voz de Savy me comprime el corazón. Ella está bajo mucho estrés, y yo soy el único culpable. Soy un desastre ambulante. ¿Por qué sigo siéndolo?

—Todo bien, Savy —le contesto, mientras escucho el sonido de tazas, y el aroma a café recién preparado se cuela por debajo de la puerta.

Una vez dentro de la bañera, dejo que las sales de baño relajen mis músculos. Todo mi cuerpo me duele tremendamente mientras me acomodo, salpicando burbujas por todas partes. De la nada, se me ocurre una idea estúpida: tal vez si sumerjo mi rostro como anoche, sus rasgos invadan mis pensamientos, arrojando algo de luz sobre este chico misterioso. Estábamos solos en la orilla, ¿no? A centímetros de distancia, maldita sea. Debería poder recordar.

Inhalo profundamente, y me sumerjo, manteniendo mis ojos cerrados con fuerza. Pasan unos cinco segundos, y empieza a funcionar: el azul de su mirada irrumpe en mi memoria. La cadencia ronca de su voz esta casi al alcance de mi mano. Sus dedos rozan mi mejilla, y siento la brisa sobre las gotitas que caen de sus rulos a mi sien. Dice algo... casi puedo oírlo. Sus labios carnosos se mueven sincronizados con una sonrisa torcida que me deja sin aliento. Me preparo para conocerlo, espero con ansias ese impacto. En cualquier momento sucederá...

—Noah, sal ya, que se te enfría el café. Hay también un sandwich a la parrilla, de esos que tanto te gustan. ¿Me escuchas? ¡NONO!

—¡Voy! —chillo, mientras todo se esfuma.

Mierda. ¿Quién diablos eres? ¿Qué me estabas diciendo mientras me salvabas la vida? ¿Por qué no puedo sacarte de mi cabeza?

Envuelvo una toalla tibia alrededor de mis caderas, y salgo fingiendo que me he olvidado que mi hermana sigue en mi apartamento. Es una mojigata.

—¿Podrías vestirte? Ya no somos niños, Dios. Por mucho que detesto admitirlo, aún recuerdo cómo solías caminar sin ropa por toda la casa, espantando a mis amigas.

—¡Tenía tres años, ellas eran las pervertidas, no yo!

—Más te vale que no se te caiga esa toalla o voy a vomitar.

—Tranquila, tengo ropa interior. Además, ya logré lo que quería, hacerte enojar y sonreír a la vez. Y eso ya me ha alegrado el día —. Hay más verdad en esa declaración que todo lo que he dicho durante las últimas horas. Mi hermana merece reír más a menudo, y disfrutar de la vida en vez de cargar con la mía a cuestas.

—Eres un idiota, Nono —bufa, aún riendo.

—Sav, voy a intentar mejorar. Esta vez fui demasiado lejos. ¿Me crees? —agrego con seriedad.

—Sé que lo harás. Estoy aquí contigo, y no pienso dejarte solo. Tú y yo contra el mundo. Como siempre, engendro.

—¿Vendrás conmigo a enfrentar al viejo? —Por alguna razón, no puedo mirarla a los ojos, así que mantengo los míos pegados a los azulejos de la cocina.

—Claro, tontis. Ni siquiera se me ocurrió otra alternativa —. Cierra la distancia que hay entre nosotros, y me da un suave empujón en el hombro.

El alivio me atraviesa, porque lo que esta a punto de suceder no será agradable, y voy a necesitar a mi hermana más que nunca. Casi puedo reproducir todo el escenario en mi cabeza: mi padre actuará condescendiente, haciéndome sentir que apenas estoy allí. Lo sé porque he jugado su juego demasiadas veces. Y seguirá siendo así. Arderé de rabia hasta que aprenda a comportarme y reaccionar como él quiere que lo haga.

Yo que tú no esperaría a que eso suceda pronto, papá...

Sin embargo, lo que sí espero es poder sacarme de encima esta maldita reunión con él, así puedo volver a esa playa en la primera oportunidad que tenga. Manejar mi Yamaha a toda velocidad, y dejar que me conduzca de nuevo a esa duna donde todo comenzó. Sucede que entre sorbos de café y pitadas de mi Marlboro light, lo que seguía diciéndome mientras sostenía mi cabeza y me vestía con su sudadera con capucha negra, volvió a resonar en mis oídos.

De repente, recuerdo con claridad prístina la ternura en su grave voz, la calidez de su aliento mentolado cerca de mis oídos mientras sus palabras chocaban contra cada molécula de mi cuerpo, como las olas de las que me arrebató.

—Estarás bien, Noah. Te tengo —Y es así como el corazón me da un vuelco y ahogo un jadeo, aferrándome a la mesada para que mi hermana no vea lo nervioso que me he puesto.

Él me llamó por mi nombre.

Sí. Ahora lo sé con total certeza.

Él me conoce.











N/A

Buenoooo, buenoooo, parece que MUY pronto vamos a conocer a nuestro chico misterioso.

Este capítulo me encanta porque podemos ver la relación que tienen Savana y Noah ( o Nono como ella le llama). Espero que les esté gustando. Nos vemos muy muy prontito.

L@s amoooo!


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