promesa
Gabriel observaba el libro de los Miraculous, sumido en una intensa concentración. Sus ojos recorrían cada página, buscando pistas, conexiones, alguna revelación. Las notas que había hecho a un lado parecían dispersarse, pero él las tenía claras en su mente, ordenadas en un caótico sistema que solo él entendía. Una pequeña sonrisa, casi macabra, se formó en su rostro, y Nathalie, que lo observaba en silencio desde la distancia, sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— Tomoe ha pedido venir, parece que quiere hablar — informó Nathalie, sin rodeos.
— ¿Puso alguna fecha? — La pregunta de Gabriel no parecía tan curiosa como lo estaba pensando Nathalie, pero sí denotaba cierto interés. La respuesta de su voz heló el aire entre ellos.
— Mañana a las cuatro — respondió ella, notando cómo la sonrisa de Gabriel se expandía aún más, transformándose en algo peligroso, algo que la inquietaba profundamente.
Gabriel asintió, completamente absorto en lo que estaba leyendo. Su mirada volvió a las páginas del libro, sin mostrar siquiera una pizca de sorpresa. Nathalie lo observó desde la puerta del observatorio, con una sensación de incomodidad creciente. La imagen de él en ese espacio tan vacío, rodeado por las pequeñas jaulas que contenían a los Kwamis, era terrorífica. Los miraba como quien examina una fuente de poder, su plan para usar esas criaturas como simples baterías parecía ya estar cerca de materializarse.
Nathalie intentó alejarse de la escena, pero no pudo evitar sentir la presión de estar siendo observada por una presencia que solo existía en su mente. Al pasar frente al retrato de Emelie, una sombra de temor se cernió sobre ella. No era más que su imaginación, pero sentía como si la figura de la mujer, cuya vida artificialmente mantenida por la máquina que impedía su descomposición, estuviera juzgándola con frialdad.
Siguió caminando rápidamente hacia el ascensor, deseando que el tiempo pasara más rápido. Su respiración se calmó solo cuando el ruido del ascensor la aisló de las inquietantes sensaciones que la rodeaban. La mansión parecía más vacía que nunca, y en su mente, las voces que la acosaban, los recuerdos de Emelie, no dejaban de repicar.
Una vez llegó a su habitación, cerró la puerta y se dejó caer sobre la cama, intentando tranquilizar su mente, que seguía agitada. Justo cuando pensó que podría calmarse, escuchó un golpeteo en la puerta.
— Adelante — dijo, tratando de recuperar la compostura.
Adrien apareció en la puerta, su rostro familiar asomando con una expresión curiosa, esa mezcla entre ingenuidad y melancolía que le era tan característica. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa, aunque intentó disimularla con seriedad.
— ¿No se supone que deberías estar en clase, Adrien? — preguntó, cruzando los brazos, aunque el tono que usó fue más relajado de lo que pensaba.
— Sí, pero hubo un akuma que destruyó parte de la estructura. Todos huyeron, los profesores se refugiaron en sus casas y, cuando volvieron al instituto, ya era tarde. Así que nos dieron el día libre — explicó Adrien mientras se acercaba a la cama de Nathalie, moviendo sus manos en gestos animados. — Solo quería avisarte que ya estoy en casa.
Nathalie observó la sonrisa de Adrien, esa que él siempre mostraba como si el mundo no lo tocara. Su mirada se desvió hacia la fotografía que colgaba en la pared, la que ella misma había enmarcado, un recordatorio constante de los lazos familiares rotos, de las decisiones que no podía cambiar. Sintió la presión en su pecho.
— Entiendo... le informaré a tu padre que llegaste. — respondió Nathalie con voz suave, sin apartar la mirada de la foto. Algo en la expresión de Adrien, algo en sus ojos, le decía que había algo más detrás de esa sonrisa.
— ¿Sucede algo? Te noto pensativo. — le preguntó, observando cómo su hijo adoptivo evitaba su mirada, como si la preocupación lo invadiera.
Adrien titubeó, abriendo y cerrando los labios como si intentara encontrar las palabras correctas.
— Bueno... — dijo finalmente, tocándose el cuello de manera nerviosa. — Desde que decidí dejar el modelaje, realmente no sé qué hacer... Me siento... inútil, por decirlo de alguna manera. — Soltó las palabras como si pesaran toneladas.
Nathalie lo miró con comprensión, notando su conflicto interno. Sabía muy bien lo que significaba estar atrapado entre las expectativas ajenas y la falta de dirección propia.
— Supongo que haber estado tanto tiempo bajo las órdenes de tu padre te ha dejado sin saber lo que quieres realmente. — respondió, mirando sus manos con cierto pesar. La palabra "propio" parecía tener un peso específico en sus labios. Sabía lo que era estar atrapado en la sombra de alguien más. — Los chicos de tu edad suelen tener alguna idea de lo que quieren para su futuro. Tal vez puedas explorar nuevas cosas. ¿Qué opinas? — Sonrió suavemente, intentando devolverle un poco de esperanza.
— ¿Cómo se supone que haga eso? Si solo sé hacer lo que papá ha querido que haga. — Adrien bajó la mirada, su postura derrotada como nunca antes.
— Puedes hacerlo, Adrien. — Dijo con firmeza, mirando el anillo que Gabriel le había entregado días atrás, uno que simbolizaba el control que aún ejercía sobre él. — Permítete explorar tus propios gustos. Y si alguna vez decides hacer algo diferente, yo estaré aquí para ayudarte.
Adrien levantó la mirada, sus ojos brillando por primera vez con una chispa de esperanza. El abrazo que le dio fue breve, pero suficiente para mostrar el agradecimiento silencioso que sentía.
— Gracias... — susurró, abrazándola con fuerza, sintiendo por primera vez el peso de la conexión genuina.
— Hoy vendrá Tomoe a hablar con tu padre sobre el anillo... y probablemente logre convencer a Kagami para que venga también. — Se separó de él, mirando sus ojos con un atisbo de preocupación. — Tratar con personas de tu edad puede ser una forma de encontrar algo que realmente te entusiasme. Cuando lo encuentres, dímelo, te ayudaré en lo que pueda.
— Me parece una buena idea — respondió Adrien, levantándose de la cama. — Voy por un bocadillo, ¿te traigo algo?
— No, gracias. Pero recuerda que mañana tienes tu clase de chino. Tal vez tu profesor pueda ofrecerte algún consejo sobre el siguiente idioma si aún no te decides. — Nathalie le sonrió, dándole un pequeño empujón hacia la puerta.
Una vez Adrien salió de la habitación, Nathalie volvió su mirada a la fotografía que aún colgaba en la pared. Su pulso se aceleró al pensar en lo que ocultaba detrás de la imagen. Una caja fuerte. Con rapidez, introdujo la clave y abrió la puerta secreta.
Dentro estaba un celular, un libro y una carta. Encendió el celular, buscando entre los vídeos. Al encontrar el último, las lágrimas comenzaron a caer mientras escuchaba el mensaje de Emelie.
Las palabras de su amiga aún resonaban en sus oídos, pero ahora, más que nunca, se sentía atrapada entre el deseo de proteger a Adrien y la pesada carga de las decisiones que había tomado.
Mientras tanto, en la cocina, Adrien se encontraba buscando algo para comer. La calma que sentía en esos momentos era interrumpida por su compañero, Plagg, quien no dejaba de hablar sobre el desorden en su cuarto.
— Sabes que si Kagami va a venir, tendrás que ordenar un poco ese cuchitril — Plagg flotaba alrededor de su portador, mirando el desorden que llenaba la habitación.
— Las visitas no entran a los cuartos, Plagg — Se defendió tomando su pan y masticando ignorando la risotada de su kuami; viendo su cuarto, sí, estaba sucio, si su padre llegará venir en algún momento seguramente sería para recriminarle el estado de su cuarto; dio otro bocado al pan y empezó a recoger la ropa sucia tirada en el piso, la nueva risa de plagg hizo que bufara mientras seguía con su trabajo.
Plagg rió entre dientes, pero su mirada curiosa se posó sobre un objeto en la mesa: el anillo que Nathalie le había dado a Adrien. Movió las ropas sobre la mesa, curioso por el artefacto.
El anillo se iluminó y la cámara integrada comenzó a proyectar imágenes. A Plagg le fascinó la tecnología que había detrás, aunque no lograba entender del todo cómo funcionaba. Mientras Adrien no prestaba atención, Plagg comenzó a examinar el anillo con más detalle, moviéndolo entre sus pequeñas patas como si intentara desentrañar sus secretos.
Era sumamente interesante ver cómo ese anillo funcionaba como un celular, sobre todo la cámara, a Adrien no le llamaba la atención ese detalle pero a él sí, había estado molestando mucho con el celular de su portador como para entender su funcionamiento, sabía que la cámara era un pequeño lente pero por más que buscaba en ese anillo no encontraba el lente que hacía esa función, era extraño, sabía que no debía de impresionar se por la tecnología humana pero le era imposible, ese anillo por más que lo veía se le hacía imposible entender cómo funcionaba, incluso el monóculo que Adrián mantenía en un un cajón tenía más sentido para él que ese anillo.
Dirigió su mirada al cajón para encontrar a su portador sacando las cosas de este y reorganizar, para que pudiera meter más cosas suponía, vio el monóculo y fue rápidamente por el, a Adrien no le importó plagg siempre hacia eso cuando algo llamaba su atención, aún recordaba como se quedó presionando cada botón del control de su TV fascinado por ver que hacía.
Plagg ahora tenía el anillo y el monóculo empezó a ver y comparar ambos, sus minuciosos ojos lograron ver el lente diminuto que hacía de cámara en el monóculo pero no encontraba nada en el anillo.
— ¿Cómo es que una cosa tan pequeña puede hacer esto? — murmuró, mirando la proyección que apareció en el aire, como si fuera una película flotante. En la imagen, veía a Adrien, o más bien, su propia imagen como un reflejo en una pantalla diminuta.
Adrien, que había dejado de hacer sus tareas para observar lo que Plagg hacía, lo miró confundido.
— ¿Qué haces con mi anillo, Plagg? — preguntó, levantando una ceja.
Plagg saltó hacia atrás, un poco sorprendido por la repentina atención de Adrien que ahora se encontraba en su silla junto a él tomando las uvas de su merienda, el pequeño felino miro a los lados examinando el cuarto notando el perfecto orden, sus ojos se achicaron viendo a su portador, enserio que abecés lo llegaba a impresionar demasiado ¡Ordenó muy rápido! No entendía cómo es que su portador no se daba cuenta de sus propias habilidades.
— ¡Nada, nada! Solo... estaba viendo cómo funcionaba esto. — El pequeño kwami sonrió con algo de incomodidad, tratando de disimular su curiosidad pero su mirada se desvió una vez más hacia el anillo, que seguía emitiendo una luz suave, con una pequeña proyección de lo que parecía una interfaz. El kwami se sintió intrigado por la tecnología que no podía comprender por completo. Plagg se sentó sobre la mesa, mirando de anillo a Adrien. — Pero no entiendo cómo la gente puede vivir con tantas cosas raras. Este anillo es más enredado que tus clases de matemáticas.
Adrien sonrió levemente. La risa de Plagg siempre lo sacaba un poco de su propia mente y le daba un respiro.
— Bueno, no todos los secretos de este mundo están hechos para ser entendidos. — Adrien se encogió de hombros, volviendo a su tarea de ordenar los cajones mientras dejaba que Plagg jugueteara con el anillo.
Plagg, mientras tanto, no dejaba de observar el anillo con atención. Algo sobre la tecnología humana, su complejidad y diseño, lo intrigaba más de lo que admitía. Pero como siempre, se limitó a disfrutar de lo que podía ver sin comprenderlo del todo. Al final, como buen gato, prefería la simplicidad: comida, descanso y diversión.
Adrien apenas termino su merienda bajo a la cocina con el plato No tenía idea de lo que estaba sucediendo en el otro extremo de la casa.
Nathalie había escuchado los motores de la limusina de las Tsurugi acercándose, y ese sonido anunciaba algo que le helaba la sangre.
— Llegaron... — murmuró para sí misma, tomando una profunda bocanada de aire antes de salir al encuentro de ellos.
No se trataba solo de una visita cualquiera. Tomoe Tsurugi, la madre de Kagami, venía a discutir algo importante. Y por lo que Nathalie sabía, aquello podría cambiar mucho de lo que ella había estado preparando en silencio. Mientras observaba cómo se abría la puerta de la mansión, sintió una mezcla de preocupación y resolución.
En el salón, la puerta se abrió.
Tomoe y Kagami descendieron de la limusina roja, con la elegante presencia que las caracterizaba. No intercambiaron palabras de inmediato, pero los ojos de Tomoe se encontraron con los de Gabriel, sin que ninguno de los dos mostrara la más mínima expresión de afecto. La tensión era palpable.
Adrien y Kagami se miraron por un instante, compartiendo una leve sonrisa, pero la atmósfera en la mansión no era nada jovial. Nathalie mantuvo una mirada fría y distante, observando la escena con una mezcla de estrategias silenciosas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro