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mente atormentada

Adrien vio salir a Natalie.

Apenas la puerta se cerró, él se desplomó sobre su silla, acomodándose perezosamente frente a las hojas. Por supuesto, sus estudios no los abandonaría, pero aun así, las actividades se le amontonaban. No solo estaban sus clases de chino, que estaban a punto de culminar, también tenía sus clases instrumentales. Más allá de que debía tocar el piano con regularidad, por ser el instrumento insignia de su familia, tenía que tocar otros instrumentos. Ya era diestro con la guitarra, el violín, el arpa y el piano, todos instrumentos de cuerda. Su padre le había asegurado que debía expandir su conocimiento con otros instrumentos, que esperaba que no fuera como su travesía con la batería, un instrumento que, según él, era demasiado ruidoso para formar parte de la "marca".

—¿Otro idioma, eh? —Plagg salió de su escondite, posándose sobre las hojas, leyendo alguna y dejándola en alguna parte del escritorio para tomar otra.

—Parece más emocionado que yo en esto —comentó Adrien, mirando a su kwami mientras este organizaba las hojas en distintos grupos.

—¡Por supuesto que es emocionante! —respondió el pequeño gato con una efusividad que solo mostraba cuando se trataba de queso—. Eres el portador con más conocimiento de lenguas que he conocido.

—¿Los otros portadores no sabían otros idiomas? —preguntó Adrien, contagiado por la emoción del kwami.

—Dos, máximo tres idiomas, o solo el de su nación.

Adrien tomó en sus manos el primer grupo de cuatro hojas. Cada una de ellas contenía un idioma y una breve introducción sobre el mismo. El primer grupo era japonés, coreano, árabe y ruso, todos idiomas asiáticos. El segundo grupo incluía español, portugués y turco. El tercer y último grupo era bengalí e indonesio.

—¿Por qué te interesa tanto aprender idiomas? —preguntó, dejando las hojas en su lugar, tal como las había dejado Plagg.

—Porque a mí me gustaría leer —dijo la voz del kwami como un susurro. Si no hubiera estado justo detrás de Adrien, probablemente no lo hubiera escuchado.

—¿De qué hablas, Plagg? Has leído conmigo infinidad de veces —respondió Adrien, alertando al pequeño kwami, quien giró nervioso.

—Bueno, sí, pero no es igual. Los kwamis estamos conectados con el mundo y nuestros portadores. Sé leer porque tú sabes leer, y sé hablar este idioma porque tú hablas este idioma —su voz sonó baja como un susurro, pero aún así Adrien lo escuchó todo—. No es como si supiéramos cómo funcionan las palabras. Solo las pronunciamos.

—¿Quieres decir que todo lo que yo sé, tú lo sabes? —Plagg movió la cabeza afirmativamente, para luego negar bruscamente.

—No, no sé todo lo que tú sabes. Si fuera así, sabría cada aspecto de ti y no es así. Cuando un portador toma un Miraculous, la información básica del idioma del portador es transmitida al kwami. Por eso podemos comunicarnos —explicó Plagg, flotando distraídamente por la habitación, como siempre lo hacía cuando hablaba de algo que le causaba gracia—. No es como si supiéramos cómo funciona el sonido de las palabras, solo hacemos el sonido.

—Creo que ahora tengo muchas preguntas, Plagg —comentó Adrien, sin apartar la vista del kwami, ahora más interesado en su pequeño amigo que en cualquier otra cosa.

—Bueno, no esperes que te responda, no quiero hablar de eso —Plagg cruzó sus brazos, negándose a continuar con la conversación.

Nuevamente ocurría lo mismo, no importaba cuánto insistiera, su kwami no hablaría.

Adrien suspiró y giró sobre su silla, buscando un nuevo tema de conversación para aliviar el ambiente. La carga emocional se había vuelto demasiado fuerte para ambos.

Buscó distraer su mente, recorriendo con la vista sus libros, los juegos que tenía, hasta finalmente rendirse y volver a mirar su escritorio, como si fuera lo más interesante en su habitación.

Las hojas de idiomas frente a sus tres pantallas, el teclado a su lado derecho junto a un montón de cartas de fans.

No, no había nada que lo pudiera distraer de sus pensamientos atormentados. Volvió a examinar su escritorio, buscando desesperadamente algo que lo liberara de sus preocupaciones. Finalmente, algo le llamó la atención. Junto a una de las pantallas y el montón de cartas, estaba el monóculo que había encontrado tirado en la oficina de su padre. Nadie lo había reclamado. Lo había guardado en su mochila y dejado allí por algunos días, hasta que, al vaciar la maleta, lo encontró nuevamente. Su padre nunca lo reclamó, así que lo había dejado en su escritorio. Ahora, ese monóculo volvía a llamar su atención.

Lo tomó entre sus manos, detallando cada parte de él. No parecía tener nada especial a simple vista, pero aún le resultaba extraño que estuviera en la oficina de su padre. Lo tocó alrededor del aro y notó una pequeña luz casi imperceptible en el lente. Con curiosidad, lo acercó a su ojo y vio figuras que le recordaban a esos videojuegos futuristas, donde las gafas mostraban un rango de ataque y una cámara de calor para contraatacar a los enemigos. Soltó una pequeña risa que llamó la atención de Plagg.

—¿Qué sucede? —preguntó el pequeño ser, flotando frente a Adrien. Como era de esperar, no podía ser visto por el monóculo, ya que los kwamis no eran visibles a las cámaras.

—Este lente... puede que haya sido la primera versión del anillo inteligente que mi padre creó —comentó Adrien, jugueteando con el monóculo y descubriendo dos botones más—. Ahora entiendo por qué lo desechó. No todos usarían esto. Es algo muy elitista como para venderlo en masa.

—Déjame ver —dijo Plagg, acercándose al objeto—. Debería dejar de sorprenderme por estos objetos.

El ambiente se aligeró para ambos, que ahora solo miraban cómo funcionaba el monóculo. Este solo tenía tres botones, pero ofrecía miles de funciones. Si presionaba el de encendido y el de abajo, aparecía una pantalla que identificaba los objetos a su alrededor. ¿Para qué se necesitaría eso? Si presionaba el botón arriba y abajo, tomaba una foto. Si mantenía presionado el botón superior, grababa un video. Así pasaron el resto de la tarde, entretenidos con el dispositivo, hasta que llegó la hora de dormir, el momento ideal para la patrulla nocturna de Chat Noir y Ladybug.

Y ahí estaba Chat Noir, corriendo por los tejados, moviéndose casi como una sombra hasta llegar al punto de encuentro habitual con Ladybug. Como era costumbre, ella aún no se encontraba en el lugar. Se quedó un momento mirando la gran cantidad de tejados que se iluminaban levemente por la luz de las bombillas que salían de algunas ventanas. Era un ambiente tranquilo, algo que quiso disfrutar por el momento. Cerró los ojos y se apoyó en la chimenea de aquel tejado, dejando que su cuerpo se calmara ante la serenidad del momento. Incluso cuando sintió el aterrizaje de un cuerpo a su lado, no hizo mayor movimiento. Solo giró la cabeza, abriendo los ojos, y se encontró con su compañera, Ladybug.

—¿Lista para el patrullaje, my lady? —dijo con una brillante sonrisa.

—Vamos, gatito, tenemos que empezar —respondió ella con un tono que indicaba que ya tenía algo en mente. Esa voz significaba que había un plan. Sonrió mostrando sus dientes y comenzó a moverse, iniciando el patrullaje.

Ladybug lo seguía de cerca, atenta a cualquier movimiento entre las calles, vigilante de cualquier cosa anormal que pudiera aparecer. Chat Noir podía jurar que en ese momento, ni el aleteo de una mosca escaparía de la mirada de esa chica. Siempre había sido así de impresionante.

—Chat, vamos a las alcantarillas. Tengo algo que hablar contigo —dijo ella, con ese tono de voz que siempre indicaba que algo importante rondaba por su mente.

Ambos bajaron, evitando ser vistos, y se adentraron en las alcantarillas.

Ese lugar solían frecuentarlo para destransformarse sin ser vistos por nadie, un refugio seguro al que podían acudir. Pero ahora no le convencía para tener una charla seria; las ratas y el hedor podían convertirse en distracciones.

—Chat —se detuvo frente a él, mirándolo a los ojos—. Creo que debemos volver a buscar a Félix, fuera de la ciudad... y me atrevería a decir que fuera del país.

Chat Noir la miró con seriedad al escuchar ese nombre. Hizo un esfuerzo enorme por no gritar que no lo mencionara.

Félix. La razón por la que Monarchs ahora era tan intocable. Después de haber engañado a Adrien para tomar su lugar, de haberse hecho pasar por él para obtener el Miraculous del Perro.

Ladybug aún podía recordar cómo, en su enamoramiento hacia Adrien, fue a buscarlo para pedirle ayuda. Sin pensarlo con detenimiento, le entregó el Miraculous del Perro, el que tenía el poder de traer todo lo que su pelota tocaba. Recordaba con furia cómo, tras vencer al villano de turno, Adrien desapareció. Estaba tan segura de que se había ido a su casa, pero cuando fue a buscarlo, él no entendía de qué hablaba. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que le había entregado el Miraculous al primo gemelo de Adrien, a Félix. Fue cuando su yo-yo desapareció de su alcance. Se destransformó, pero volvió a transformarse en un desesperado intento por no perder más Miraculous. Y no perdió uno, los perdió todos. Y no a manos de Félix... no, los Miraculous terminaron en manos del ahora Monarchs.

—¿Tienes alguna idea de su paradero? —preguntó Chat Noir, haciendo que ella lo mirara con la misma seriedad.

—No... bueno, no del todo. He estado buscando en redes —dijo, sacando su yo-yo y levantando una tapa para mostrar algo similar a un celular con redes sociales abiertas. Chat Noir perdió el interés de inmediato, pero, por suerte, su compañera no lo vio.

—Al parecer, Amelie, la madre de Félix, lo ha reportado como desaparecido —continuó Ladybug, mostrando un reporte policial de la policía inglesa, donde figuraban los datos de Félix, la fecha y hora en que desapareció.

—He buscado en las cámaras, pero es como si se lo hubiera tragado la tierra. La última vez que lo captaron fue en un aeropuerto, pero no logré encontrar qué avión tomó.

Tras terminar su charla, Ladybug dirigió su mirada a Chat Noir, que solo miraba al piso, pensativo.

—Supongo que tienes una idea de dónde está —dijo Ladybug con una leve sonrisa.

—Sí —respondió él, sin dudarlo—. Creo que se oculta en Alemania. La imagen muestra que está esperando pacientemente cerca de una de las puertas. El número corresponde a un vuelo a Alemania.

Chat Noir no podía creer lo que acababa de oír. Conocía a Félix, después de todo era su primo, y sabía que ocultarse del ojo público no era ningún problema para él, más que nada por la tecnología que rodeaba a la familia. Seguramente había dejado esa grabación como un cebo para la policía inglesa. Una pista falsa para mantener distraído a quien lo buscara, mientras él estaba en otro lugar.

—¿Entonces vamos a Alemania a investigar su paradero? —preguntó, usando un tono irónico que no pasó desapercibido.

Ladybug, sin embargo, no compartía su tono.

—Sí, ese es el plan —respondió, sonando más molesta de lo que pretendía.

—My lady, lamento decepcionarte, pero ese es un plan muy malo —dijo él, viendo su mirada de indignación. Sabía que el regaño se avecinaba, así que habló antes de que ella pudiera decir algo más—. ¿Qué se supone que haremos en Alemania? ¿Aparecer en público preguntando por un chico que ni siquiera en París está siendo buscado? Félix, si nos ve, saldrá a otro lugar y Monarchs se enterará de que lo estamos buscando. —Habló con una seriedad tan impropia de él que sorprendió a Ladybug—. Si Félix corre más rápido que nosotros, será un juego de gato y ratón que no pienso jugar. Una cosa es trabajar en París, y otra es hacerlo en Alemania, donde seremos unos intrusos, llamaremos la atención y provocaremos pánico. Solo salimos de esta ciudad cuando Monarchs está en otra ciudad.

Ladybug pareció perder el equilibrio por un momento. Tuvo que sostenerse de la pared para mantenerse en pie. Chat Noir tenía razón. Ir a otro lugar solo provocaría pánico. Las dos veces que se habían mostrado fuera de Francia había sido por culpa de Monarchs. Y otros países no eran como Francia, donde ya era costumbre verlos saltar por los tejados.


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