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CAPÍTULO QUINCE: ÁNGEL DE LA MUERTE - PARTE I

Narra Azrael

Me encontraba en mis aposentos cuando sentí que el alma de la chica elegida llamada Zenda abandonara su cuerpo y el mundo de los vivos, sabía que debía ir a hacer mi trabajo, me manifesté ante ellos y el tiempo se congeló mientras caminaba con mis alas bicolores (una blanca y otra gris) desplegadas, la armadura de huesos y sujetando mi hoz hacia el cuerpo de Zenda que se encontraba con una lanza clavada en su espalda mientras era sujetada por David y Metatrón se lanzaba al ataque contra el demonio, pero lo que me sorprendió era que esa no era una lanza común, era la mismísima lanza de Miguel, no sabía cómo ese demonio pudo haberla conseguido y eso me preocupaba un poco hasta que recordé la situación actual tanto en los Cielos como en los Infiernos.

-Hola pequeña híbrida-. Dije saludando al alma de Zenda que en esos momentos mostraba confusión al verme mientras caminaba tranquilamente mostrando mis dos caras: Mi lado derecho se veía humano con un ojo color dorado, cabello rubio y grietas en mi rostro mientras que la otra mitad de mi cara se veía calavérica, con un ojo negro y con cabello rubio.

-¿Qué demonios pasó?-.

-Me temo que ha llegado tu hora Zenda-. Respondí calmadamente y con una sonrisa de satisfacción por dos razones, una de ellas era que tenía un alma nueva y la otra era porque por fin estaba cara a cara con la famosa elegida de la que todos hablaban.

-¡Ay no me jodas, estoy muerta!-. Exclamó ella llevando sus manos a su boca, pero por alguna extraña razón ella no estaba asustada o si lo estaba, hacía un maravilloso trabajo ocultando sus emociones. -¡Ay mamá!...-.

-Oye relájate chica, ¿Quieres?-. La interrumpí sujetando sus manos y haciendo que me mirara a los ojos. -Sí, estás muerta y es una pena para ellos-. Puntualicé señalando a David y a Metatrón. -Pero tristemente morir es parte de la vida y cuando menos lo esperas, te llega la hora.

-Pero Azrael, no puedo estar muerta-. Me sorprendió que supiera quién era, una sonrisa de orgullo amenazó con salir, pocos me conocían a mi, al "Ángel de la muerte", el reclamador de almas, el mal llamado híbrido del bien y del mal que decidía a dónde iban las almas de los muertos ya fuera al cielo, infierno o limbo para que los jefes supremos eligieran su destino final.

-Dile eso al demonio que te atravesó con la lanza de Miguel-. Le respondí con ironía cruzándome de brazos mientras que señalaba con la cabeza a la escena de la lucha entre Metatrón y el demonio, una lucha reñida mientras que el profeta seguía sujetando el cuerpo de Zenda para llevársela lejos de ellos en un lindo auto clásico y antigüo.

-Espera, ¿Dijiste Lanza de Miguel?-. Asentí. -¿Pero cómo demonios la consiguió?-.

-Tal vez un ángel traidor o un complot en el Cielo, las cosas no están bien-. Le respondí mientras comenzábamos a caminar, debía llevármela lejos de todo y así reclamar su alma, pero aquello era complejo por la naturaleza de ella al ser mitad ángel y mitad demonio, aunque lo más seguro era que tuviera que llevarla al Purgatorio, donde terminaban toda clase de monstruos como solían llamarlos de manera despectiva

-Maldición-. Se dejó caer sentada en unas escaleras. -Ojalá estuviera viva para ayudar a detenerlos, pero ni siquiera sé bien cómo potenciar mis poderes-. Soltó tristemente, me senté a su lado con mis alas desplegadas.

-Bueno, también venía para hablar sobre ello-. Me miró inquisitivamente. -Metatrón trató de convencerme de hablar contigo para ayudarte a entender mejor lo que eres dado que como ya habrás visto yo también soy un ser dual-.

-¿Osea que te consideras un ángel y demonio al tiempo?-.

-No tanto así Zenda-. Respondí con honestidad, por alguna extraña razón me sentía conectado con ella, como si ella pudiera entenderme y viceversa. Zenda era diferente a todas las demás personas y seres que me había llevado conmigo al otro lado de la vida como suelen decir los humanos, en lugar de asustarse por mi presencia o intentar huir, ella parecía aceptarlo pero no estaba tan seguro de ello. -Es complejo, originalmente soy un ángel o eso parece, pero también soy un caído, sin embargo no me considero ello, me gusta pensar que solo soy un mensajero o un guardián de almas-.

-Te entiendo o eso creo como una extraña híbrida entre ángel y demonio-. La miré y nos quedamos en silencio un breve momento antes de volver a hablarme. -Así que Metatrón quería que hablaras conmigo, pero... ¿Por qué?-.

-Por tus poderes, sabía que bien no lo asimilarías del todo, aún no sabes manejarlos-. Noté que me dedicaba una mirada como pidiendo una explicación más detallada. -Supondré, porque no me gusta perder el tiempo que el "señor guardián de los secretos" te contó lo que eras-.

-Si, lo hizo-.

-Perfecto, pero bueno estás muerta y veo complicado que vayan a poder contra eso solos, en especial cuando un demonio tiene esa clase de arma tan poderosa que bien puede matar a Metatrón con agonía, a David lo haría en segundos-. Odiaba decirlo, pero tenía razón, a pesar de ser un gran guerrero del Creador, Metatrón se veía vulnerable ante esa arma, no tenía bandos pero una pequeña parte de mi quería ayudarlos, sin embargo no puedo alterar el destino y menos cuando alguien muere, tal vez podría explicarle un poco mejor a Zenda lo que estaba destinada a hacer y sus poderes. -Sin embargo y aunque sé que es tarde, hay algo que deberías saber sobre ti-.

-Genial más secretos-. Soltó ella a modo reproche mientras seguíamos caminando por el lugar, debía llevarla a donde pasaría la eternidad. -¿De qué se trata esta vez?-.

-De tus poderes y de su naturaleza-...

Narra David

Había traído el cuerpo de Zenda conmigo, conteniendo las lágrimas mientras Metatrón se encargaba de ese malnacido hijo de perra que mató a la chica gótica, la cual comenzaba a agradarme y con la cual ahora teníamos una especie de conexión ya que éramos equipo en esta lucha contra el mal, aunque no lo dijera, la muerte repentina de Zenda, me había afectado demasiado. Me sentía enojado y con ganas de destrozar con mis propias manos al maldito demonio que le había atravesado esa lanza a ella, recordar aquello me hacía enojar, aún más al reconocer el arma con la cuál el demonio había hecho su cometido; acariciaba su cabello mientras su cuerpo reposaba sobre uno de los sofás de la biblioteca.

-Ah David-. Levanté la mirada para encontrarme con la de mi abuelo, que estaba preocupado dado que había estado en silencio desde que llegué con ella. -¿Estás bien hijo?-.

-Si papá, lo estoy-. Mentía, por mi mente solo pasaba la tristeza por la muerte de Zenda y la impotencia de no haber hecho nada para evitarlo, además de la ira y la venganza en contra de ese demonio. -¿Por qué lo preguntas?-.

-Has estado callado todo el camino hijo-. Me puso la mano en el hombro antes de mirar a la chica en la mesa, me sentía tan mal y odiaba pensar en la idea de decirle a su madre que ella había muerto, pero odiaba aún más la idea de tener que mentirle sobre cómo murió, decirle que fue un pandillero en un robo que salió mal o algo similar.

-Lo siento papá, es que todo esto...-. Apreté los ojos para no romper a llorar de nuevo mientras seguía acariciando el cabello de Zenda, esperando que en algún momento ella despertara de ese sueño, aún me negaba a creer que ella estaba muerta. -No es justo, Zenda no merecía morir-.

-Entiendo hijo, sin embargo morir forma parte de nuestras vidas-. Odiaba esa maldita frase y fruncí un poco el ceño, aunque mi abuelo no tenía la culpa de ello, tenía razón, la muerte es inevitable, sin embargo todo había pasado simplemente, pero necesitaba que estuviese viva, me niego a aceptar que esté muerta. -¿Ella te importa, no?-.

-Claro que me importa papá-. Respondí sin dudarlo y mirándolo a los ojos, no iba a negar que la chica en verdad, necesitaba y quería escuchar uno de sus típicos comentarios cortantes y sarcásticos, necesitaba escuchar que bromeara, necesitaba sentirla viva, pero puse rostro serio al recordar algo. -Un momento-.

-¿Qué sucede hijo?-. Preguntaba al verme separarme del cuerpo de Zenda para buscar el libro de armas que teníamos en la biblioteca, además algo dentro de mi me decía que si Zenda era la elegida primero, no debería estar muerta para cumplir su propósito y segundo, la lanza de Miguel si bien era un arma poderosa, no podía acabar con ella de una sola vez, algo no me cuadraba. -¡David!-.

-La lanza de Miguel...-. Miré a mi abuelo mientras buscaba la página con la información sobre dicha lanza hasta encontrarla. -¿Mata a ángeles y demonios por igual, no?-.

-Sí, pero... ¿Cuál es tu punto?-. Me miraba extrañado al lado del cadáver de Zenda, había perdido una cantidad considerable de sangre.

-Según la profecía Zenda es mitad ángel y mitad demonio, ¿Verdad?-. Mi abuelo asintió, esperaba que con esta loca teoría pudiese hacer algo para ayudarla. -Así que la Lanza de Miguel no habría podido matarla de una sola vez, Zenda podría estar en coma o algo, debo hacer que despierte-.

-Hijo-. Mi abuelo me detuvo cuando intentaba reanimarla, lo miré con mis ojos casi cristalizados. -Sé cuánto te importa ella y que te duele su muerte, pero aceptalo hijo, la lanza acabó con ella aprovechando su estado mortal como tú o como yo-.

-¡Maldición!-. Golpeé la mesa con frustración y reprimiendo las ganas de llorar, pero no iba a rendirme, iba a tomar una decisión algo drástica, comencé a buscar algunas cosas primordiales para una invocación.

-David, ¿Qué estás haciendo?-.

-Invocaré a Azrael-...

Narra Metatrón

Estaba frente a frente a mi peor enemigo, Agaliarept, que estaba acompañado por el demonio había matado a Zenda, demonio que el mismo había matado tras arrebatarle la lanza. El maldito estaba con una sonrisa cínica y de satisfacción mientras sujetaba la daga y me miraba, estaba enojado con el demonio por haber frustrado nuestros planes. Zenda no debía morir, aunque sabía que eso era imposible, no podía discutir con Azrael ya que todos teníamos un propósito designado y él era quién se encargaba de llevar el alma de la persona a su lugar en la eternidad.

-Por cierto, linda reconstrucción facial, cuernitos-. Le dije bromeando y haciendo alusión a las cicatrices que surcaban su rostro mientras sujetaba mi espada angelical, listo para mandarlo de vuelta a donde pertenece, pero él solo río.

-Gracias ángel, fue un regalo del mismísimo Lucifer-. Respondió con una sonrisa irónica y acariciando sus cicatrices sin dejar de verme a los ojos mientras giraba la Lanza de Miguel un poco antes de apuntarla a mi. -¿Sabes?, es bueno morir riendo-.

-Yo no estaría tan seguro de eso-. Le dije de forma retadora, no iba a dejar que ese ser infernal hiciese de las suyas, además debía averiguar cómo diantres habían conseguido esa arma tan poderosa. -¿Qué haces con la lanza de mi hermano?-.

-Oh, ¿Esto?-. Rió de nuevo, comenzaba a exasperarme. -Un pequeño complot en Cielo, además de un traidor que seguramente conoces como... "Luz de Dios"-.

-Araziel-. Exclamé frunciendo el ceño ante la noticia, así que Araziel se había cambiado de bando y entregado al Diablo a cambio de placeres mundanos como el sexo, creando Nephilims los cuales mis hermanos por órdenes de Miguel, se encargaban de exterminar.

-Ah, con que así se llamaba-. Agaliarept hizo pose pensativa antes de retomar su pose de batalla amenazándome con la Lanza de Miguel. -Como sea no importa, porque en poco tiempo la era de Lucifer comenzará, con la caída de ustedes y su hermano-.

-Al diablo con el diablo-. Me puse en guardia y utilizando esa expresión mundana que muchas veces había escuchado de la boca de David. -Acabemos con esto-.

-Tus deseos, son órdenes ángel-. Gritó antes de lanzar una estocada con la lanza a mi costado, provocando que se rasgara mi ropa, por suerte no tocó mi piel, respondí blandiendo mi espada y provocándole un corte en el pecho, aprovechando eso me precipité contra mi enemigo, Agaliarept soltó un gruñido de frustración por lo ocurrido, desviando otra estocada que intentaba hacer mientras levantaba la lanza en mi dirección listo y dispuesto a matarme de una manera agonizante si lograba enterrar la punta de la lanza en mi cuerpo.

El enfrentamiento entre ambos seguía, llenando el ambiente con "clangs" cada vez que los metales de ambas armas chocaban, ambos teníamos dotes en combate, seguí lanzando ataques y estocadas, atinando algunas que hacían sangrar al demonio al igual que recibía golpes con la lanza por parte de él. Cuanto tuve oportunidad me elevé con mis alas por los aires, elevando mi espada para buscar provocar un golpe mortal o por lo menos uno que debilitara al demonio, rompiendo su defensa.

-Eres terco por naturaleza Metatrón-. Me dijo una vez logró esquivar el ataque y lanzó una estocada a mi, tuve que usar una de mis alas para cubrirme, la lanza la atravesó y quedó peligrosamente cerca de mi pecho, tomé impulso antes de empujarlo con fuerza.

-Tal vez mi terquedad me ayude a ganar-. De nuevo me lancé al ataque, los movimientos de ambos eran cada vez más desesperados y frenéticos, ansiosos de tener la ventaja y control de la pelea, ambas armas brillaban en la densa oscuridad de la noche en ese callejón mientras iban y venían, esquivada tras esquivada hasta que por fin tuve mi oportunidad de ataque.

-No me fiaría mucho ángel, después de todo soy yo el que tiene la Lanza de Miguel-. Esa pequeña distracción bastó para que yo me lanzara hacia delante con mi espada al frente, cortando la carne y el hueso del demonio, haciendo que soltara la lanza. -¡Agh!-.

-Cuánta prepotencia cuernitos-. Le dije al ver que la lanza cayó al suelo, la hice a un lado con el pie mientras él sostenía su brazo herido y aullaba de dolor, me llené de felicidad y de confianza mientras avanzaba para darle el golpe final, sin embargo cuando estaba por darle el tiro de gracia un ataque repentino me envió lejos de Agaliarept.

Al recuperarme de ello noté que el demonio se había esfumado, había logrado escapar tras esa intervención repentina, tomé mi espada y alcé la vista solo para encontrarme con una sonrisa de lazo de uno de mis ex-hermanos y ahora traidor a nosotros, aquel ángel que alguna vez fue "La luz de Dios", lo miré frunciendo el ceño.

-Oh, hola hermano-. Me saludó como si nada mientras caminaba hacia mí con su espada lista para un combate. -¿Me extrañaste?-.

-Tú ya no eres mi hermano Araziel-.

-Auch, cuánta frialdad hay en ti Metatrón-. Dijo haciéndose la víctima, llevando una mano a su pecho antes de reír. -Sin embargo ahora me siento libre y puedo ser yo, encontré gente que me cobijó sin juzgarme por ser un ángel, me enseñaron cosas que Padre decía que eran prohibidas o solo para los humanos, por fin soy libre y alguien útil-.

-¡¿Cómo te atreves?!-. Aquello me había hecho enojar, así que comenzamos un combate Araziel y yo, era un combate lleno de furia entre ambos mientras nuestras alas se batían en el aire, aunque tenía una herida por el ataque con la lanza, lo mismo pasaba con nuestras espadas, me dolía enfrentarme a uno de los míos que se había cambiado de bando, estábamos tensos e iracundos.

-Tú ya no eres nadie para decirme qué hacer, además eres débil ante mi-. Intercambiamos estocadas, golpes, patadas, ataques con magia, si bien Azariel me ganaba en contextura física y en altura, yo no me quedaba atrás con mi agilidad y técnica para el combate.

-Te vas a arrepentir de haber dicho eso-. Dije con determinación mientras esquivaba sus ataques potentes, tras una guerra de toma y dame, Araziel había perdido el equilibrio, cosa que aproveché para lanzarle un ataque con mi espada y corté una de las manos del ángel caído, provocando que soltara su espada y gritara agónicamente.

-¡Maldito!-. Escuché que se quejó cayendo de rodillas, me miró con ira mientras yo me acercaba a él con la espada en alto, listo para decapitarlo. -¡Hazlo!-.

-No, no mereces morir por mi espada-. La guardé y me acerqué a él para poner mi mano en su cabeza, iba a darle un fin definitivo matando tanto al demonio como su recipiente, para que no pudiese revivir ni por magia fuese propia o con ayuda. -In nomine patris mei ego te exspolio et condemnabo te usque ad mortem aeternam Azariel-. Vi cómo el cuerpo de uno de mis hermanos comenzaba a temblar y quemarse antes de caer al suelo completamente inerte y con la sombra de sus alas, lo miré por última vez antes de sentir que alguien quería comunicarse telepáticamente conmigo.

-Metatrón, necesito tu ayuda urgentemente-. Escuché la voz de Duncan, se le notaba desesperado e incluso preocupado. -David ha perdido la cabeza totalmente-.

-¿A qué te refieres con que "perdió la cabeza totalmente"?-.

-Mira, como sabes esa chica, Zenda la elegida, murió-. Asentí recordando cómo el súbdito de Agaliarept le había clavado esa lanza a la chica gótica, aprovechando su vulnerabilidad al estar en su estado mortal y sin despertar sus poderes. -Bueno, mi hijo tiene su cuerpo aquí, y planea invocar a Azrael para negociar con él-.

-¡¿Que David va a hacer qué?!-

-Será mejor que vengas a ver por ti mismo-. Duncan cortó la comunicación, suspiré antes de abrir mis alas y volar, aunque me iba a costar con un ala rota, pensaba regenerarme mientras llegaba a la biblioteca o Cuartel General, además una parte de mi sentía culpa por no haberle dicho antes la verdad a Zenda y dolía más ahora que estaba muerta, me negaba a pensar que nos habíamos quedado sin esperanza al perder a la única que según profecías y propósito divino, por algo el Creador la había elegido para ponerle un alto a Lucifer.

-¡David Frederick, espero que tengas una buena razón para...!-. Me detuve al ver a Azrael frente a ellos con sus típicas sonrisas neutrales antes de alzar su vista bicolor y verme.

-Hola Metatrón-. Estaba sin palabras, definitivamente el profeta estaba loco. -¿Cuál es el trato?-...

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