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Prólogo

La nave se estremeció de proa a popa. El lugar se volvió oscuro y las estrechas luces rojas de las paredes, el techo y el piso de los corredores, habitaciones, hangares y el puente de mando espantaron a las sombras, proporcionándole a la aterrada tripulación una tenue y tétrica iluminación. Hombres y mujeres galvan iban de un lado para el otro, atendiendo las alarmas de emergencia en los monitores repartidos por el crucero, intentando hacer funcionar los sistemas dañados del transporte: las pantallas con intrincados símbolos anaranjados brillando en la oscuridad, reflejándose en los grandes ojos verdes de los tripulantes.
—¡Perdimos el motor doce! —anunció uno de los navegantes, preocupado.
—¡Y el cinco! —gritó otra de sus navegantes.
—¡Señor, el sistema de armas no funciona! —bramó un tercero desde la izquierda.
—¡Catorce de nuestras torretas no responden!
—¡Tampoco los escudos! —agregó una quinta galvan.
—¿¡Qué hacemos, señor?! —preguntó el primero, volteándose a verlo con evidente consternación en su voz y expresión.
Sentado en su asiento, el cual se alzaba un par de metros por encima de los demás puestos de sus camaradas, estudió en intermitente brillo de las computadoras y los rostros aterrados de sus compañeros. Cruzó sus manos a la altura de su barbilla, y luego dirigió su mirada al amplio ventanal que se erguía delante de él, contemplando la encarnizada batalla en la que se hallaban enfrascados cientos de cazas estelares galvan y las naves del Imperio Highbreed. Los disparos de plasma que brotaban de los cañones de las fragatas, cobertas y cruceros de guerra viajaban a la velocidad de la luz, impactando con los cascos o blindajes de los navíos en enemigos en estallidos de intensa luz verde y roja; fragmentos de metal, partes de naves y cuerpos calcinados flotando sin rumbo en el corazón de aquella vorágine tormenta de láseres escarlatas y esmeralda.
Los enormes Destructores Atormentador bombardeaban los portanave galban con sus turbo cañones cuádruples, cuyas detonaciones reverberaban incluso en el vacío del espacio. Con una estructura completamente blindada en forma de Y, tales máquinas de guerra habían sido desmantelados hacía ya medio milenio; al menos, según dictaban los términos del Tratado Galáctico que firmó el Imperio Vilgaxian luego de la Tormenta Estelar. Había previsto un escenario donde los viejos enemigos de la Alianza Intergaláctica atacarían su flota en busca de lo que trasladaban, pero no se había imaginado ver desplegado semejante arsenal. ¿Tan desesperados estaban por obtener el poder que residía en las entrañas del superacorazado? ¿Valía la pena romper los acuerdos, empezar una nueva guerra y sacrificar cientos de miles o millones de vidas por poder?
Él creía que no, y no les entregaría la inconmensurable fuerza contenida en su nave capital. Pero se hallaban en una dura encrucijada: rodeados por medio centenar de corbetas, fragatas pesadas y cruceros ligeros, flanqueados por dos docenas de destructores y acorazados, y enfrentados a tres súperdestructores, la cosa pintaba mal para su armada. Si bien había logrado reunir una flota compuesta por más de cien navíos, el grueso de su escolta había sido diezmada por un ataque sorpresa de sus agresores. Quien fuera que estuviera al mando del ejército que los rodeaba era bueno, muy bueno, para desgracia suya y de la de quienes ahora libraban una contienda de dimensiones catastróficas.
Ganar era imposible, lógicamente. Estaban superados en números, acorralados contra un campo de asteroides por el sur, teniendo bloqueado el paso hacia el norte a causa de un refulgente sol carmesí que calcinaría a cualquiera que intentase atravesarlo o siquiera esquivarlo a no menos de varios miles de kilómetros, y las naves de sus atacantes los tenían encerrados en una formación de media luna por izquierda y derecha. No había aparente salvación.
Sin embargo, barajó sus opciones, calculó las posibilidades y estimó los mil y un resultados del conflicto. Calmado, se irguió, desenlazando sus dedos y presionando el botón en el apoyabrazos de su asiento.
—Todos, les habla Azmuth, abandonen la nave —su voz resonó a lo largo y ancho de la nave, y hubo un momentáneo silencio.
De repente, el comunicador se llenó de exclamaciones, susurros, interrogantes y protestas. Los hombres y mujeres en su centro de mando lo miraron consternados e inquietos. Azmuth volvió a tocar el botón y, en un tono más firme y severo, procedió a decir:
—Como gobernante de Galban, Científico en Jefe de la subdivisión de genética e ingeniería del Departamento de Defensa del sistema Xhialor y Almirante de esta nave, les ordeno que la abandonen de inmediato. Ha sido un honor y han servido bien a la galaxia, pero su batalla no ha terminado, así que vivan para luchar otro día. La vida aún los necesita, pero es hora de que yo enfrente las consecuencias de mis terribles acciones por mi cuenta, sin perjudicar a más personas de las que ya he lastimado.
Nuevamente, hubo silencio, interrumpido por la intermitente alarma y el rugido de los cañones del exterior. Luego, alguien habló por el telecomunicador:
—Entendido, Almirante.
Desconocía la voz, pero un millares más de voces repitieron la frase, y los pasos apresurados de la tripulación dejando sus puestos y corriendo hacia las lanzaderas, corbetas y cápsulas de escape. Azmuth dirigió sus ojos a los navegantes, quienes se tensaron al sentir su vista sobre ellos. Realizó un gesto con su cabeza, indicándoles la salida, serenando su semblante en un intento de tranquilizarlos.
—Vamos, ¿o es que están sordos? Corran, sus familias y amigos lo esperan en Galvan Prime.
Todos lo vieron por un eterno y efímero instante, para después salir del cuarto plagado de computadoras y controles. Tras unos segundos, Azmuth se fue de la sala de mando, no sin antes trazar la ruta que seguiría su nave, subir al máximo la potencia de los motores restantes y apagar el sistema de refrigeración de los núcleos del acorazado. Desactivó los monitores, presionando el botón de cuenta regresiva; las luces a su alrededor tornándose de un color rojo aún más intensa.
Azmuth, con las manos detrás de su espalda, caminó por los destruidos corredores de la súper nave donde había vivido durante los últimos cuatro siglos. Quizás no fuese su planeta natal, pero se había convertido en una especie de hogar al que le tomó cariño. Observó los cuerpos de los galvan, tetramand, aerofivios aracnochimpances, cerebrocrustáceos y las decenas de especies con los uniformes verdes de la Alianza regados por el suelo, aplastados por los escombros metálicos, las tuberías o calcinados por el calor de los cañones. Una súbita oleada de pena y remordimiento agravó la culpa que yacía en su corazón y pesaba sobre su consciencia desde hacía siglos, desde que cometió los errores que lo condujeron a construir el arma que arrebataría cientos de millones de vidas.
“El sacrificio que han realizado hoy no será en vano”, les prometió. “Pronto podrán castigarme con sus propias manos”. Pensar aquello no lo calmaba, pero lo ayudaba a lidiar con la idea de afrontar el inevitable sino que cada vez sentía más y más cerca. Amaba la vida, la había defendido a capa y espada, y dejar de vivir lo ponía triste. No es que temiera a la muerte, pero disfrutaba tanto de los simples placeres de la cotidianidad que renunciar a ellos estropeaba su humor.
Sin embargo, la muerte era la única constante en el universo. Además de…
El ronco zumbido del motor de una cápsula de asalto vilgaxiana se oyó a la distancia, en los hangares occidentales, y entonces, Azmuth supo que le quedaba mucho menos tiempo del que creía gozar.
Por primera vez en mucho tiempo, corrió, corrió como si los mismísimos vulpimancers rojos lo persiguieran. Se subió a uno de los deslizadores que los galvans usaban para desplazarse por los amplios pasillos e hizo que arrancar de golpe, viajando a gran velocidad a lo largo del intrincado laberinto de corredores. Las pisadas de quienes habían abordado el supéracorazado resonaban a través de los muros; el frenético y firme ritmo de los pasos delatando la identidad de los intrusos.
Al virar el volante en un cruce entre pasillos, Azmuth contuvo el aliento al ver la inconfundible silueta de un highbreed emerger de la oscuridad; el luminiscente rostro morado y sus cinco ojos rojos brillando en las penumbras. En lugar de detenerse, aceleró, pasando a través de las piernas del invasor y esquivando el zarpazo del alien pálido, quien comenzó a perseguirlo, extendiendo las alas naranjas de su espalda y torso; los dos pares extra de orbes escarlatas en el pecho de highbreed clavándose en él como las cuchillas de un appoplexian hambriento.
Oprimió rápidamente los botones, desviando la energía de los sistemas a los propulsores, pero, aun así, el highbreed le pisaba los talones, cerniendo sus garras sobre su persona cual depredador a su presa. “Vamos, ¡vamos!”, maldijo Azmuth; las protuberancias en forma de tentáculos que surgían debajo de su mentón y desde sus mejillas ondeando a los costados de su rostro, movidos por el viento.
Giró su cabeza, mirando por encima del hombro cuánta distancia lo separaba del highbreed, y se sacudió al comprobar que la sombra del alienígena albino lo había engullido por completo y sus zarpas se hallaban a centímetros de atraparlo. Un escalofrío de terror trepó por su médulo, pero antes de que las negras garras del pálido siquiera rasgaran su ropa, la pared a su derecha se destruyó con un estrépito metálico, levantando una gris y densa nube de humo.
Del muro surgió un musculoso brazo de tez verdosa, el cual atrapó al highbreed de la cabeza. Los dedos recubiertos por un guante metálico incrustaron sus afiladas zarpas en el cráneo del highbreed, aplastándolo y convirtiéndolo en una sanguinolenta masa violeta que se escurrió por sus falanges. El cuerpo de su persecutor cayó al suelo, casi aplastándolo. Azmuth no pisó el freno, sino el acelerador; reconocía la extremidad y también a su dueño, y no quería que lo viera.
Sin embargo, volvió la mirada y, por un instante, el tiempo se congeló. Imponente, gigantesco, corpulento, de contextura fuerte y revestido de hierro vilgaxiano, su “salvador” lo observaba a la distancia, siguiéndolos con sus aterradores iris carmesíes. Azmuth sintió como penetraban su alma, como lo mataban de mil y una formas, como transmitía todo su odio acumulado a través de los siglos en una sola mirada; la rabia y el rencor palpándose en el aire.
Azmuth fijó su vista al frente, virando en un centenar de intersecciones entre dos o más pasadizos, encaminándose al centro del inmenso navío, a la bóveda en la cual había resguardado por decenas de años el artefacto que tantos sistemas, razas, tiranos, emperadores y criminales habían anhelado para sus malvados fines. Consiguió mantenerlo alejado de sus zarpas mucho tiempo, pero finalmente habían dado con él, y no era momento de lamentarse: si no actuaba ahora, el universo entero estaría condenado.
Detuvo su avance en seco, apretando el freno y yéndose hacia adelante a causa del retroceso; el corazón latiéndole en sus sienes. Se acomodó su barba, bajó del vehículo y retomó su carrera, trepando por los escalones metálicos que conducían a la pantalla que abriría la gran compuerta que se erguía enfrente de su persona y lo separaba del núcleo madre de la nave. Al arribar a la cima de la escalera, Azmuth colocó el respectivo código y las dos docenas y media de puertas de metal comenzaron a separarse, soltando un pesado estrépito que retumbó en las inmediaciones.
Cuando se entreabrieron lo suficiente, Azmuth se escabulló por la angosta brecha que se extendía a lo largo de las compuertas. A medida que se adentraba en la recámara, una intensa luz esmeralda lo cegaba y envolvía, brillando con el fulgor de mil soles; Azmuth no supo diferenciar si se trataba del artefacto o el corazón de la nave, el cual seguramente se encontraba a punto de reventar. Se cubrió los ojos con las manos, intentando no perder la vista debido al destello esmeralda, y caminó en dirección al origen de aquel resplandor.
Frenó en seco, cerrando los párpados y enderezando su postura.
—Cya —dijo, y un pitido tecnológico respondió a su llamado—. Traza curso hacia la Tierra y encuentra a Max Tennyson; su muestra de ADN está registrada en el sistema del Omnitrix. Asegúrate de confirmar su identidad antes de acoplar el reloj a él.
Una serie de pitidos sonó rápidamente como contestación a sus palabras.
—Haz lo que te digo, Cya. Viaja a la Tierra y busca al portador del Omnitrix, es mi única y última petición. —Azmuth desoyó la segunda, tercera y cuarta lluvia de pitidos, y se limitó a chasquear los dedos.
El brillo se apagó de golpe, y Azmuth alcanzó a vislumbrar la silueta de la cápsula que había encerrado el artefacto que irradiaba el brillo verde, la cual salió disparada hacia la nada misma, rumbo a un planeta alejado de la galaxia en la que se encontraban, justo cuando las compuertas a sus espaldas se terminaban de plegar. La gigantesca y negra sombra de un ser gigantesco engulló la figura del galvan, extinguiendo el poderoso destello del motor, que seguía aumentando su temperatura, desprendiendo un fulgor anaranjado que se tornaba veloz y preocupantemente rojo.
Respiró hondo, se volteó y encaró al dueño de la sombra proyectada. Tal como lo recordaba, se veía tan monstruoso e iracundo como lo recordaba. Sin embargo, en sus iris rojizas se atisbaba una rabia inusual, pura, ardiente, no fría ni controlada. Halló cierto placer en la máscara de furia que reemplazaba el rostro de su antiguo amigo.
—Vilgax —dijo, sonriente—. Sigues igual de horrible que hace unos siglos.
—Ahórrate el sarcasmo, galvan —masculló el vilgaxiano; los tentáculos que se deslizaban sobre el peto negro de su armadura y se filtraba debajo de su respirador retorciéndose de una manera siniestra—. ¿Dónde está?
—¿El Omnitrix? Ah sí, esa baratija. Lejos de tu alcance; me deshice de él.
Un potente golpe lo disparó en contra de la estructura que contenía el núcleo de fusión. Su espalda resintió el impacto del metal, varios de sus huesos se rompieron y unos cuantos de sus órganos estallaron al instante. Tosió, manchando el suelo con su sangre. Le dolía hasta el alma, y si bien intentó levantarse, no pudo ni mover uno de sus dedos; el lacerante dolor en su lomo y parte posterior de su cráneo impidiéndole pensar o hacer algo más que quejarse por lo bajo.
Vilgax se le acercó, dando poderosos pasos que hacían temblar los cimientos de la nave. Apoyando sus musculosos brazos sobre sus rodillas y poniéndose de cuclillas, el general vilgaxiano arrimó su cara a la de Azmuth. Era enorme, incluso agachado. ¿Cómo es qué podía existir un monstruo así? ¿Qué clase de mejoras se había integrado para haber crecido tanto? ¿Y ese respirador…? “Por los Celestiales, ¿qué te has hecho Vilgax?”, meneó la cabeza, decepcionado, triste; la pena y la vergüenza atormentando su mente y espíritu.
—Me dirás dónde lo enviaste —aseveró, grave, entornando sus párpados.
—Jamás —logró susurrar.
—No era una pregunta. —Vilgax lo tomó con sus afiladas garras, encerrándolo en su puño, pero no aplastándolo, si bien para el galvan era una prisión bastante apretada.
El general se irguió, caminando de regreso por donde había venido y metiendo a Azmuth en una especie de cápsula flotante. Derrotado físicamente, este no pudo hacer nada para levantarse o pelear, y lo que sus ojos percibieron antes de caer inconsciente fue la estrella esmeralda que se desvanecía a la distancia. “Max Tennyson, el universo depende de ti”, esperó que el humano escuchara su mensaje psíquico, demasiado débil para siquiera susurrarlo.
Mientras sus párpados se sellaban y un líquido azulado lo abrazaba, aliviando su dolor, sanando sus heridas e induciéndolo en estasis, Azmuth entrevio la silueta de un viejo amigo en la nave personal de Vilgax que había atracado en el hangar. Un conocido que hacía cientos de años no miraba a los ojos, pero a quien recordaba a la perfección. “Traidor…”, y luego de ese pensamiento final, se desmayó, cediendo a las sustancias dentro del líquido en el cual ahora levitaba.

...

Nota de Autor:

¡Hola, queridos lectores! Espero estén pasando un excelente día. Bueno, ¿qué les ha parecido el prólogo de Dualitix? Intenso, ¿verdad? Quise hacerlo dinámico y digerible para cualquier, es tan solo una cucharada de lo que vendrá a continuación, pero siempre es bueno leer comentarios y opiniones. Díganme, ¿cuál creen que sea la relación entre Azmuth y Vilgax? ¿Qué es o fue la Tormenta Estelar? ¿Y quién es aquel al que llama Azmuth "traidor"?

En fin, espero sus teorías. Y recuerden, quien no vota y comenta es fan del Reebot de Ben 10.

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