Capítulo 3: Del cielo le cayó algo muy especial
—¡Noooooooooooooooo!
—¿Ben? —preguntó Terry, no comprendiendo absolutamente nada—. ¿Qué ocurre? ¿Y quién es ella?
—Arruinado... —musitó su amigo, apoyando sus manos en el suelo y meneando la cabeza—. Todo arruinado.
—Estás asustándome, hermano. ¿Acaso volviste a comer Smoothy vencido? Te dije que esa porquería te derrite el estómago.
—¡No lo entiendes, Terry! —Ben lo tomó del cuello de su chaqueta, clavando su mirada en sus ojos y luego apuntando a la chica de pelo naranja—. ¡Esa cosa de ahí es muerte, destructor de mundos! ¡Es la encarnación del mal en la tierra!
"¿Qué bicho le picó ahora?". Terry había comprendido rápido que Ben era un chico tan inusual como él, si no más, pero su extrañeza había alcanzado nuevos niveles que nunca había siquiera imaginado. Podía ser en extremo dramático e increíblemente trágico cuando se lo proponía, pero jamás lo había visto combinar ambas facetas. Sin embargo, lo que consternaba a Terry no era que su amigo sacara a relucir sus dotes actorales, sino que la desesperación, decepción, miedo e ira palpables en su mirada y tono fuesen reales.
Con cuidado, se alejó a Ben, dando un paso atrás y volteando a ver a la joven de iris esmeraldas. "Un segundo", pensó, percatándose de las similitudes. "Ojos verdes", volvió su vista a Ben, y luego a la chica, y después de nuevo al castaño.
—No es casualidad que los dos compartan color de ojos, ¿no? —Inquirió.
—Somos primos —suspiró la chica, exasperada.
—¡Miente, eso no es verdad, no le creas, no somos familia! —clamó Ben.
—Compartimos apellido, idiota, y cumpleaños. Para mi desgracia.
—¡No prueba nada!
—El abuelo Max es nuestro abuelo, padre de tu mamá y de mi papá. —Arqueó una ceja.
Ben abrió la boca, pero no protestó ni refutó los argumentos de su aparente prima. Apretó los puños y los dientes, y Terry se distanció un paso más, temiendo que su amigo explotase de rabia y frustración. "¿En qué demonios me metí?", cuestionó a los cuatro vientos y para sus adentros, empezando a arrepentirse de su pésima decisión de oír sus buenas intenciones.
—Disculpa, prima de Ben —dijo Terry, dirigiendo su vista a la aludida—. ¿Cómo te llamas y por qué está reaccionando como si el fin del mundo hubiera llegado? Dudo que tu nombre sea "muerte, destructor de mundos".
—Soy Gwen, y actúa así porque es un exagerado llorón —respondió de brazos cruzados, el ceño fruncido y los párpados entornados—. ¿Y tú quién eres?
—Terry Vi... Terry Gellar. —Se acomodó la mochila sobre su espalda—. Disculpen, Gwen, Ben, pero ¿podemos subir al camper o nos continuarán enfrentados eternamente?
Ambos primos, que se encontraban enfrascados en un intenso y encarnizado duelo de miradas que incluso sacaba chispas en el aire, soltaron un bufido, terminando la pelea y decretando en silencio un empate. Gwen entró al camper, y Ben se adelantó a Terry, ingresando al inmenso vehículo con una máscara de furia y el entrecejo arrugado. Confundido y preocupado, Terry comenzaba a retractarse de sus decisiones previas y no haber aceptado la invitación de Marie a las playas soleadas de Miami.
"Solo es una pelea entre primos". "Tu discutías todo el tiempo con Connor, ¿recuerdas?", evocar aquellas memorias y aquel nombre produjeron que una oleada de melancolía y amargura lo azotara; los dedos temblándole y la espalda quemándole. Respiró hondo, se sacudió dichos pensamientos y se internó en el camper. "Son vacaciones, disfrútalas". "Estarás con tu mejor amigo y recorrerás el país, no tienes por qué arruinarte la experiencia".
Contempló el maravillo interior del vehículo: era un espacio más largo que amplio, pero la anchura del lugar no era nada despreciable, pudiendo moverse con libertad. Había una cocina delante de la entrada, con fregadero y alacenas arriba; dos sillones separados por una mesa a la derecha, donde Gwen yacía sentada, revisando su celular; y un par de literas pegadas a la pared que conformaban una suerte de dormitorio a la izquierda. Sobre una de las camas superiores descansaban el bolso y la mochila de Ben, superpuestos, y en el colchón de abajo había otra valija azul, la cual sin duda era de la chica de pelo naranja.
Terry se encaminó a las literas, estirándose y colocando su maleta encima de la cama de arriba que todavía se hallaba libre, colgando su mochila de la escalera que conducía a esta. Al bajar, se fijó en el frente de la casa rodante, caminando hacia los asientos que se erguían detrás del parabrisas celeste y el volante negro. Pero antes de llegar, la corpulenta y figura de un hombre de avanzada edad y pelo grisáceo se levantó del asiento del conductor, engulléndolo con su sombra.
De brazos fuertes y panza prominente, vistiendo una camisa hawaiana roja y blanca y pantalones azules, el anciano de rostro amable le dedicó una sonrisa ladina.
—Terry, ¿verdad?
—Ah, sí —asintió—. Usted es Max, ¿no?
—En carne y hueso. Bueno, más carne que hueso —señaló, haciendo referencia a su evidente peso.
—Se ve mejor que la mayoría de ancianos a su edad —mencionó, buscando ser educado.
—¿Me acabas de llamar viejo? —Levantó una de sus cejas, transformando su sonrisa en una línea recta.
—¡No, no, no! —Agitó sus manos—. ¡Lo que quiero decir es!
Max prorrumpió en carcajadas, negando con la cabeza.
—Tranquilo, hijo. Solo bromeaba —rio—. Es un placer conocerte, Ben ha hablado mucho de ti.
—¿En serio? —Terry no supo qué decir, ni siquiera estaba seguro de creer haber escuchado bien. Se sentía un tanto avergonzado, pues no hablaba mucho de Ben con los Gellar, ya por vergüenza, ya por no saber cómo entablar una conversación con sus tutores. Claro que ellos conocían a su amigo y Terry lo había nombrado e invitado a su casa en múltiples ocasiones, relatando sus alocadas aventuras y las tonterías en las que solían involucrarse a Gregor y Marie, pero jamás había hablado abierta y prolongadamente acerca de Ben.
—Por supuesto —aseguró Max—. Se nota porque eres su amigo.
—Acaba de conocerme.
—Y sé que si no fuera la mitad de las cosas que cuenta Ben y tus tutores cuentan de ti, no estarías aquí. —El viejo Tennyson estiró los brazos, tronándose la espalda, y pasó a un costado de Terry, buscando algo en las alacenas—. ¿Eres alérgico a alguna comida? Se me olvidó preguntarles a Gregor y a Marie al respecto.
—Eh, no, no que yo sepa, pero no me gustan los maníes dulces.
Una bolsa voló en su dirección, y Terry la atrapó en el aire. Al verla de cerca, reparó en que eran almendras de chocolate. Elevó el rostro, mirando a Max, quien cerró la alacena y regresó a su asiento.
—Ojalá sean de tu agrado. Comparte un poco con Gwen y Ben, pero que Ben no se las coma todas; el azúcar le hace mal —advirtió, abrochando su cinturón y cerniendo sus dedos en torno al volante.
—Despreocúpese, Max, sé cómo lidiar con Ben. Por cierto, ¿dónde se metió...?
Y antes de terminar la pregunta, su amigo se manifestó a su derecha. Terry retrocedió, estremenciéndose y pegando la bolsa de almendras a su pecho.
—¡Por amor a Dios! —exclamó, espirando—. ¡Casi me das un infarto! ¿Dónde estabas?
—En el baño —respondió Ben, y apuntó con su pulgar a la puerta que dividía la cocina de las literas—. No te recomiendo ir en unas horas.
Terry inspiró hondo y se relajó.
—Bien, ¿quieres? —cuestionó, sacudiendo la bolsa de almendras.
Enseguida, la baba se escurrió por las comisuras de los labios de Ben y este estiró sus manos, pero Terry alejó la bolsa de los dedos de su amigo, que frunció el ceño, incrustando sus ojos en los suyos. Caminando hacia atrás, Terry se aproximó a la mesada, recogiendo un tazón que reposaba en ella, y luego a los asientos a la derecha de la puerta del camper, setándose en el que no estaba ocupado por Gwen.
La chica le dedicó una mirada de soslayo, estudiándolo de pies a cabeza; en respuesta, Terry sonrió y depositó la bolsa de almendras en la mesa, abriéndola y derramando su contenido en un pequeño tazón.
—¿Te gustan?
—¿A quién no le gusta el chocolate? —preguntó Gwen, despegando la vista de su celular y apagándolo—. ¿Puedo?
—Obvio, no es que solo sean míos. —Terry empujó el tazón al centro de la mesa—. ¿Te nos unes, Ben?
Gwen se volteó, observando con seriedad y desdén a Ben mientras este se acercaba y le devolvía una expresión igual de severa y disgustada. "Vamos a rezar para que esto no me explote en la cara", pensó Terry, tomando una de las almendras del tazón y llevándosela a la boca. Hizo un ademán con su mano, indicando a Ben y a Gwen que comieran, pero enseguida, sus dos compañeros de viaje retomaron el combate de miradas que habían dejado pendiente previamente.
Ben cernió su mano sobre el tazón de almendras y Gwen rozó con sus uñas una de las golosinas. Ambos agarraron su respectiva almendra y la comieron, y así se turnaron durante los primeros minutos del inicio de su travesía alrededor del país; el motor del camper y las ruedas girando contra el pavimento zumbando en sus oídos. El ambiente era agradable, había aire acondicionado y la vista de la ciudad a través de la ventana le otorgó una perspectiva diferente de los edificios y autos estacionados, que se convertían en manchones de diversos colores cuando el camper aceleraba, fundiéndose las casas y postes de luz con el paisaje verdoso y los rascacielos a la distancia.
Sin embargo, al cabo de un rato, quizás media hora, cuando habían abandonado el entorno urbano y adentrado en la carretera, el infierno se desató. ¿La razón? Solo quedaba una almendra. Al percatarse de que queda una golosina, Terry decidió no meter las manos en el fuego y conformarse con las que había comida; no obstante, no fue el caso de Ben y Gwen, quienes, por tercera vez, cruzaron miradas de una manera inquietante, la furia refulgiendo en sus iris esmeraldas.
—No te atrevas, retrasado. Es mía.
—Tonta, no me digas que hacer. —Ben estiró sus dedos, y las uñas de Gwen arañó sus falanges, provocando que el castaño retirara su mano de inmediato—. ¡Oye!
—No me llames tonta, tonto. Y esa almendra es mía. Además, ya comiste muchas, y sabes lo que ocurre cuando comes mucha azúcar. ¿O quieres pasar el resto del viaje con la cabeza atorada en el baño como la otra vez?
—Espera, ¿qué? —Terry miró a Ben confundido—. ¿Ustedes ya viajaron juntos?
—¡No! —gritaron los dos a la par.
Terry se tensó y pegó a la ventana a sus espaldas, temiendo que los primeros se le echaran encima y lo atacaran como una manada de lobos rabiosos.
—¿Qué? ¿No te contó sobre el viaje a lo de la tía Vera y el desastre de su cumpleaños cincuenta y cinco? —interrogó Gwen, agarrando la almendra y jugando con ella entre sus dedos.
—Cállate, metiche. Pasó una vez, ¿de acuerdo? ¡Una vez! —exclamó Ben, inclinándose sobre la mesa y apoyando sus palmas en su superficie, tratando de asesinar a Gwen con la mirada.
—Sigo sin entender qué pasó —repuso Terry.
—¿Puedes imaginarte a un tiranosaurio vomitando?
—Más o menos.
—Bueno, multiplícalo diez veces y agregale brillo.
No sabiendo cómo reaccionar ante tal escenario, Terry contuvo la risa que ascendía por su garganta.
—Dios, ¿es cierto, Ben?
—¡Eres la peor! —espetó su amigo a su prima, apuntándola acusatoriamente con su dedo.
—Los tontos suelen pensar eso —rio Gwen, comiéndose la almendra y dedicándole una sonrisa burlona a Ben.
Ben, furioso, golpeó el hombro de Gwen, y esta le devolvió el puñetazo en el brazo. Ambos comenzaron una lucha física, pegándose en un interminable ciclo de insultos y embates inofensivos.
Terry respiró hondo, reclinándose en el sillón y cerrando los ojos. "Será un viaje largo", meditó.
...
Tras unas horas, Max detuvo el camper en las profundidades de un bosque, siguiendo una pequeña fuga que conducía a un descampado donde había unas cuantas mesas, bancos y baños públicos, todo de madera. Terry observó el lugar, enmarcado por un espeso campo de árboles de troncos oscuros y frondosas copas verdes, y se levantó de su litera cuando oyó las ruedas y el motor de la casa rodante frenar en seco. Pese a sus esfuerzos por conciliar el sueño, no lo logró, así que se dedicó a cerrar los ojos e ignorar las disputas sin sentido entre Ben y Gwen. ¿Acaso nunca se les terminaba la saliva ni se quedaban afónicos? Supuso que era una de las características de los Tennyson, dado que Max también poseía una voz poderosa y grave, aunque serena, contrario a sus nietos, quienes eran chillones y estruendosos al hablar.
¿Le molestaba que gritaran como dos malditas hienas debatiéndose por un pedazo de carne? Sí, y bastante. Sin embargo, tenía la leve sospecha de que reprenderlos por hacer tantísimo ruido no serviría en lo absoluto; Ben era un chico hiperactivo, y Gwen, a partir de lo poco que la había conocido y podido deducir de ella, no era muy diferente a su primo, aunque se esmerase en demostrar lo contrario. ¿De verdad la pelirroja había preparado un horario codificado para no realizar la misma actividad dos veces al día? Comenzaba a entender por qué Ben la consideraba una pesada, pero eso no justificaba que los dos se golpearan como si fueran dos gladiadores enfadados ni se insultaran como los políticos que Gregor veía en la televisión.
¿Se odiaban? Terry había concluido en esas escasas primeras horas de viaje que sí, si bien creía que no se detestaban. Quizás, y solo quizás, se apreciaban un poco, pues juraría haberlos escuchado reírse a la par o hablar amenamente por breves instantes, hasta que la paz era quebrantada de nuevo a causa de conflictos ridículos y discusiones infantiles, incluso para ellos, quienes no pasaban de los diez años.
No le correspondía juzgar las razones que los habían motivado a despreciarse, pero no pensaba soportar esa vorágine de violencia verbal y física los próximos meses. Había experimentado por su cuenta lo destructivas y terribles que podían ser ese tipo de relaciones, y si no lograba concretar un acuerdo de cese al fuego entre Ben y Gwen, al menos conseguiría que dejaran de interrumpir sus siestas. Empezó a formular sus planes mientras instalaban un campamento provisional al costado de la casa rodante, aprontando las sillas y la mesa plegables que Max transportaba en los mil y un compartimentos secretos de su vehículo.
—Este camper tiene un millón de cajones —bromeó Terry.
Max carcajeó, desplegando uno de los asientos.
—No tienes idea de cuántos secretos esconde esta preciosura —aseveró, propinando unas palmadas a la pared de su camper.
—Disculpe, Max, pero... ¿por qué Ben y Gwen se odian?
—¿Odiarse? —El señor lo miró, extrañado, y luego volteó a ver a los primos, que se hallaban sentados en extremos opuestos de la mesa, con la vista fija en direcciones contrarias—. Ah, sí. No, no, Terry, Ben y Gwen no se odian.
—¿Por qué pelean minuto a minuto, entonces?
—Es complicado, pero supongo que es por la edad. Antes se llevaban muy bien; hasta los cinco años todo fue viento en popa, pero luego Gwen se mudó y ambos dejaron de convivir.
—¿Se mudó?
—Uhum. —Max asintió—. Pero es asunto suyo. No me corresponde contártelo, hijo. ¿Por qué preguntas? —cuestionó, volviéndose hacia Terry.
—Curiosidad. —Se encogió de hombros, agarrando la silla delante de él—. Es que... No sé usted, pero no quiero pasar el resto de mis vacaciones escuchando debates sobre doritos o papas fritas, sumos golpeadores o científicos.
—Oh, ¿te incomoda que peleen?
Terry abrió la boca, la cerró y meneó la cabeza.
—Perdone, no debí haber preguntado.
—No, no, chico. No es problema. Puedo hablar con ellos si quieres y...
—Despreocúpese, Max. Estas también son sus vacaciones, ¿lo recuerda? Relájese; ya habrá tiempo de solucionar ese tema. Si continúan peleando, los confrontamos. Y si no, nos dedicamos a disfrutar del verano. —Terry sonrió, levantando la silla.
Max pareció meditarlo un momento, adoptando un semblante pensativo, y después elevó su pulgar, dibujando una sonrisa en sus labios.
—Me parece un buen plan.
Terry asintió y caminó hacia la mesa donde Ben y Gwen se habían asentado, colocando su respectivo asiento y acomodándose en este. En vista de que los dos primos se hallaban ocupados en su celular y computadora respectivamente, procuró no romper la quietud del ambiente y sacó su teléfono, dedicándose a revisar y contestar los mensajes de Marie y Gregor, quienes habían bombardeado sus chats con interrogantes acerca de su estado, si es que un tejón salvaje lo había atacado o si habían arribado a salvo. Terry tardó treinta minutos en responder, tratando de serenar las inquietudes de sus tutores, y tras eso, observó como el cielo azul se tornaba naranja de un lado y azul oscuro del otro; el sol escondiéndose por el oeste y la noche asomándose por el este.
"Diablos", pensó, ni siquiera se había percatado de lo mucho que había avanzado el día.
—Muy bien, iré por leña. Vigilen el camper y busquen los gusanos resecos y las pezuñas de vaca en las alacenas —dijo Max, esgrimiendo el hacha de hoja escarlata.
—Claro, abuelo —respondieron Ben y Gwen.
—Sí, señor —contestó Terry, mirando a Max por encima del hombro, apagando su celular y depositándolo sobre la mesa.
—Excelente. Hoy comeremos como dioses, niños, así que preparen sus paladares —sonrió, encaminándose al montón de esbeltos y viejos árboles que se erguía a unos cuantos metros de donde habían instalado la casa rodante, en un pequeño claro al costado de la carretera, ni muy dentro ni muy lejos del bosque y las montañas que se extendían a la izquierda, derecha y delante de su campamento.
La corpulenta figura de Max se desvaneció a la distancia, y enseguida Ben y Gwen se arrimaron a la mesa, deslizando sus dispositivos electrónicos a un costado. Confundido, Terry imitó la acción de sus compañeros de viaje, acercándose sin despegar su trasero de la silla. Los primos aguardaron un instante, y luego se inclinaron sobre el mueble plegable; nuevamente, el rubio los copió, apoyando sus antebrazos en la superficie de la mesa.
—¿Qué es lo que tienen? —preguntó Gwen, en un susurro.
—Barras de chocolate, pan y coca —musitó Ben—. ¿Y tú, nerd?
—Ensalada, fruta y caramelos, idiota. —La pelirroja dirigió su atención a Terry—. ¿Y tú?
—Hamburguesas, bombones y un par de naranjas —murmuró Terry—. ¿Creen que nos dure el verano entero?
—Lo dudo —dijo Gwen, casi decepcionada; una sombra de resignación surcando su rostro—. Tendremos que racionarlo.
—¿Hablas en serio, boba? Tú quédate con tus tomates y peras, nosotros no los queremos.
—Oye, Ben, estás precipitándote —replicó Terry.
—¿Qué? A ti no te gusta la ensalada —señaló el castaño.
—Que no la coma enfrente de ti no significa que no me guste. ¿Por qué piensas que traje fruta? Tengo que nivelar la porquería que como al mediodía en la noche.
—Por fin, alguien con algo de seso aquí —bufó Gwen, divertida.
—¡Cállate, ñoña! —espetó Ben—. ¿Acaso no sabes que no puedes vivir de ensalada? ¡Te morirás de hambre!
—¡Al menos moriré con los dientes intactos, cabeza hueca!
—Hey, hey, chicos, tranquilos. —Terry alzó sus manos a los laterales, luchando por calmar las embravecidas aguas—. Estamos juntos en esto, ¿sí?
—¡Tú no te metas! —Lo reprendieron al mismo tiempo Ben y Gwen, girándose y vociferándole en la cara.
Terry parpadeó, confundido, aturdido, agitándose en su asiento. La ira amartilló su pecho y corrió a través de sus venas, instándolo a reaccionar con la agresividad y rabia con la cual le habían gritado. Pese a que era su amigo, Ben no tenía derecho a tratarlo de esa forma, tampoco Gwen, y ninguno de ellos merecía las maldiciones y ataques que se regalaban gratuita e injustificadamente.
Sin embargo, ¿qué clase de ejemplo estaría dando al golpearlos o escupirles bilis porque sí? No sería distinto a los dos y echaría más leña al fuego en vez de extinguir o siquiera apaciguar las llamas. Respiró hondo y se irguió, posando sus palmas en la mesa.
—Chicos hablo en serio —aseguró, sin sonar autoritario ni fingir el tono de los adultos—. Odienme si quieren, pero atentos cuando digo esto: no van a arruinar mis vacaciones ni las de su abuelo. No llevan ni un día juntos y ya han peleado más que mis tutores durante sus quince años de matrimonio. Desconozco por qué, pero Max decidió que sería buena idea que ustedes pasaran tiempo de calidad entre primos. Así que, háganme el favor a mí y a su abuelo, de odiarse en silencio o hacer las paces y dejar de comportarse como niños de cinco años.
—¡No te...! —comenzaron ambos.
—¿Que no me meta? ¡Pues me meto! —exclamó, dando un golpe a la mesa con el puño, que retumbó en los alrededores como un trueno—. Miren, no entiendo por qué se detestan ni por qué están peleándose, y no soy quién para juzgarlos, pero no pienso soportar sus gritos los próximos meses. En serio, insisto, ódiense y ódienme, pero despréciense y maldíganme en voz baja, y procuren no fastidiar el verano.
» Ben, eres mi amigo, y te apoyaré en cualquier situación, en cualquier pelea, en cualquier discusión, pero no ahora, no en esta, porque es inútil, tonta, absurda. Y tú, Gwen..., bueno, no te conozco, pero pareces más lista que él. Dime, entonces, ¿por qué sigues este debate tan estúpido?
Los primos de ojos verdes lo miraron con el rostro congestionado, y a Terry le dolió ver la decepción y el enojo en la mirada de Ben, pero si no lo enfrentaba, ¿acaso lo haría Max? ¿Sería Gwen, la misma niña con la cual había discutido durante horas, quien parase la lucha? Si alguien no les ponía un freno, la cosa escalaría a peor, y eso que apenas habían convivido menos de un día. Terry no era ningún adulto ni el responsable de los Tennyson para imponer orden, pero, de nuevo, si Max no lo consideraba un problema urgente, ¿quién lo detendría antes de que alcanzara un nivel preocupante o la mala relación entre los primos se agravara hasta un punto irreparable?
Ben se puso de pie y caminó en dirección al bosque.
Incorporándose, Gwen exclamó:
—¡Hey, ¡¿a dónde crees que vas?!
—¡No te incumbe! —replicó Ben, evidentemente frustrado.
—¡Ben! —dijo Terry.
—¡No me sigas! —Le advirtió, apuntándole con uno de sus dedos sin voltearse a verlo.
Terry suspiró, acomodando su chaqueta roja y amarilla.
—Iré por él.
—Yo también —afirmó Gwen, dirigiéndose a la casa rodante de Max y regresando con un par de linternas, tendiéndole una—. Es un idiota, pero es mi primo.
—Ah, conque no lo odias tanto. —Terry esbozó una sonrisa, aceptando la linterna.
—Si le dices, te mato —amenazó, frunciendo el ceño y entornando los ojos—. Vamos, no quiero que termine muerto en una zanja o comido por un oso —mencionó, encaminándose hacia los arbustos entre los que Ben se desvaneció.
—Créeme, Ben es más duro que eso. Dudo que un oso pueda comérselo. —Conocía bien a su amigo, y ni siquiera el más grande y rudo de los animales podría contra aquel chico testarudo e impulsivo. Antes que huir del oso, Ben sería el primero en abalanzarse sobre el animal.
—¿Por su mal olor, fealdad o pésimo sentido de la moda? —cuestionó Gwen, adentrándose en el bosque, saltando los frondosos matorrales verdes que había sorteado su primo momentos atrás.
—Vaya, realmente lo detestas. ¿Qué hizo Ben para molestarte?
—La pregunta es: ¿Qué no hizo? Es ruidoso, fastidioso, huele pésimo, no conoce respeto ni modales y es un idiota.
—¿Algo más? —Terry arqueó una ceja—. Admito que Ben es un poco demasiado natural. No se preocupa por su aspecto ni por lo que opina la gente de él, tiene una voz poderosa, una energía tremenda y es un tanto... "descortés", pero es un buen amigo y tú lo sabes.
—¿Estás seguro que hablamos del mismo Benjamin Kirby Tennyson?
Terry se detuvo en seco, entreabriendo su boca y haciendo una mueca de confusión.
—¿Kirby? —Parpadeó, desconcertado—. ¡¿Su segundo nombre es Kirby?! —gritó, impresionado, atónito.
—¿No lo sabías? —Gwen sonrió, divertida—. Quizás no lo conoces tan bien como presumes. —Dio media vuelta, continuando con la búsqueda.
—Por supuesto que lo conozco, como persona al menos —repuso Terry, yendo detrás de la pelirroja y prendiendo su linterna; el haz de luz blanquecina iluminando la oscuridad del reino de árboles y arbustos.
—¿Seguro? Soy su prima, su familia, por más que me desagrade, y sé que Ben es un irrespetuoso, tozudo, irresponsable, inmaduro e imbécil. Tal vez el Ben que estás describiendo sea otro.
—Oye, no hables así de mi amigo. —Arrugó el entrecejo, encañonando a Gwen usando su linterna, cegándola, obligándola a parar su andar—. Puede que no te caiga bien, pero eso no te da el derecho a tratarlo peor de lo que él te trata.
—¿Qué? ¿No tengo derecho a defenderme? —cuestionó Gwen, cubriéndose la cara con su mano.
—No, sí tienes derecho a defenderte, pero no te creas mejor que Ben cuando no lo eres —sentenció, retomando su camino.
Gwen se mostró ofendida ante semejante declaración, tomando una gran bocanada de aire y llevándose una mano al pecho.
—¡¿Disculpa?! ¡¿Quién te crees?! Tú tampoco eres mejor que nosotros, ¿o debo recordarte que acabas de gritarnos como si fuéramos criminales de guerra? —Recriminó, enojada.
—Claro que no soy mejor que ustedes. —Se volteó, encarándola—. Pero no me has visto ni oído pelear con Ben por tonterías, ¿no? ¿O es que estoy conversando contigo de lo mala persona que es Ben a sus espaldas?
—Yo...
—Eso pensé. —Terry se giró, reanudando su marcha—. Max dijo que eran unidos de pequeños, ¿qué pasó?
—No fue mi culpa.
—¿Te culpé de algo?
—No, pero... —Inspiró hondo y después espiró—. La gente suele culparme de cosas todo el tiempo.
—La gente suele ser imbécil, no te preocupes.
Gwen soltó una leve risa, situándose a su lado izquierdo mientras caminaban.
—Aún no respondiste mi pregunta.
—Nuestra relación empezó a romperse cuando me mudé lejos de Bellwood —relató la joven—. Mi papá había conseguido un puesto alto en su empresa, pero teníamos que irnos de la ciudad, así él trabajaría tranquilo. Si nos quedábamos, mi papá debería viajar cinco horas cada día y apenas pasaría tiempo con mi mamá y conmigo.
—Una decisión difícil. No habrá sido fácil para tus padres.
—Tampoco lo fue para mí. —Agachó la cabeza, clavando su vista en el suelo de tierra, alfombrado por un manto de hojas verdes y ramas—. Ben y yo... No fuimos los mismos tras la mudanza. Ahg, da igual —bufó, sacudiendo la cabeza—. La idiotez de Ben creció como nunca y se volvió insoportable luego de dos años.
—¿De verdad? Cuando conocí a Ben a los ocho era bastante difícil de manejar, lo confieso, pero eso no quitaba que era y es un buen amigo y una persona increíble. Me ayudó a pelear con unos bravucones que se burlaron de ambos hace dos semanas, ¿lo sabías? Siempre defiende a quienes no se atreven a defenderse, aunque pierda las peleas, y no abandona a sus amigos.
—A mí sí me abandonó —replicó Gwen, había melancolía y rabia en su tono.
—¿Qué quieres...?
Un resplandor verde en el cielo centelleó en la negrura de la incipiente noche, espantando las tinieblas y cegando momentáneamente a Terry, quien se tapó la cara con el antebrazo. Sin embargo, al entrecerrar los párpados, logró vislumbrar un meteorito surcando el firmamento, dejando una estela esmeralda a su paso, precipitándose a la tierra a una velocidad impresionante, antinatural. No era un experto en astronomía, matemáticas o física, pero era consciente de que el asteroide caería en las inmediaciones y lo que seguiría luego del impacto de un objeto de semejante tamaño en las proximidades: una onda expansiva.
—¡Rápido, detrás del árbol! —gritó, empujando a Gwen y pegando su lomo al inmenso trono que se erguía a unos metros de ellos—. ¡¡Ben!! ¡¡Ben, si estás ahí, corre, ocúltate!!
—¡¡Hazlo, Ben!! —clamó Gwen—. ¡Corre!
Y antes de obtener una contestación clara, el choque del meteorito estremeció la tierra bajo sus pies, ensordeciendo sus oídos y sacudiendo sus huesos; el alma y corazón de Terry agitándose en el interior de su cuerpo como si el mundo fuera a desquebrajarse y partirse en dos, como la cáscara de un huevo en mitad de un terremoto. Una nube de tierra, arena y hojas se elevó, azotando los árboles en ráfagas de viento que movían frenéticamente las ramas de los árboles, que amagaron con desplomarse sobre las cabezas de Terry y Gwen. Luego de un instante, la onda expansiva se disipó a la distancia, y la alarma del camper de Max resonó a lo lejos.
Repentinamente, verdosos, cálidos y fuertes haces de luz atravesaron la neblina levantada por el golpe del asteroide. Terry sintió la imperiosa necesidad de salir disparado cual bala a comprobar si su amigo había sido desintegrado en la colisión o si estaba herido y necesitaba ayuda, pero aguardó. Primero, debía cerciorarse de que Gwen estuviera bien.
—¡Gwen, Gwen! —gritó, apoyando una mano en el hombro de la chica.
—¡¿Qué?! —preguntó a todo pulmón—. ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué estás diciendo?! ¡No te oigo!
—Evidentemente... —murmuró, sorprendido por la auténtica potencia de la voz de Gwen, quien, claramente aturdida, no moderaba su volumen. Señaló el piso y apoyó una de las palmas de la pelirroja en el tronco del árbol—. ¡Aquí! ¡Quédate aquí!
El semblante de Gwen denotaba una grave confusión y una evidente falta de orientación, pero pareció entender sus palabras, asintiendo y alzando su pulgar.
—¡Buscaré a Ben, tú no te muevas!
Y antes de que la prima de su amigo pudiera retenerlo o protestar, corrió, y corrió más rápido de lo que jamás había corrido. Se desplazó a lo largo y ancho del bosque con linterna a mano, oyendo el crepitar de las llamas menguantes a sus costados y viendo las columnas de humo ascender hacia el cielo; los árboles y arbustos a sus laterales transformándose en manchones borrosos debido a su rapidez. Dio zancada tras zancada, y se detuvo en seco al arribar al borde de un cráter; el olor a madera quemada inundando sus fosas nasales.
Había una densa nube de humo negro que tapaba el origen del destello esmeralda, que se entremezclaba con una luz carmesí, la cual era más tenue y turbia que el nítido brillo jade que se atisbaba debajo de la cúpula de penumbras y rocas. Terry escrutó el vacío, intentando discernir una figura, un color, algo, pero no veía nada.
—¡Ben! ¡¡Ben!! —exclamó.
—¡¿Terry?! —Una voz familiar sonó a sus espaldas, y la silueta de su amigo surgió de la cortina de tierra y de la burma. Tenía la ropa manchada de hollín y tierra, incluso había una rama con algunas hojas encima de su cabello castaño—. ¿Eres tú?
—¡Oh, Dios, Ben! —rio, alegre, aliviado; el corazón amartillando su esternón. Se acercó a él, abrazándolo y luego mirándolo de reojo—. ¿Estás bien? ¿Te cayó el meteorito encima? ¿Te rompiste algo?
—¡No, no! —Ben se limpió la arena de la cara, posando sus manos en los hombros de Terry—. ¡Estoy bien! ¡¿Y tú?! Espera, ¡¿qué haces aquí?! ¡Te había dicho que no me siguieras! —Recordó, repentinamente frustrado.
—Estoy bien, gracias por preguntar —respondió, ignorando la rabia del castaño—. Gwen también está cerca, hay que buscarla.
—¡Hey, hey, espera! —Estiró el cuello, mirando por encima del hombro de Terry el cráter a unos metros, rodeándolo y caminando hacia el borde del agujero—. Wow... La tonta puede esperar, quiero ver qué hay ahí abajo.
—Ben, no creo que me estés entendiendo —habló, serio—. Un maldito meteorito acaba de casi matarnos, ¿y tú quieres verlo en lugar de buscar a tu prima, que, por cierto, está medio sorda a causa del estruendo? Sé que no eres el más deslumbrante mentalmente, Ben, pero hasta tú debes saber que no está bien abandonar a alguien a su suerte en esta situación.
Terry se arrimó a Ben y lo volvió hacia él, confrontándolo. Su amigo lo observó con asombro e ira, la cual se esfumó en el momento en que la tierra tembló, siendo suplantada por el miedo. A su vez, Terry sintió que la misma emoción, la misma sensación, amedrentaba su corazón y erizaba los vellos de su piel y nuca; los latidos en su pecho zumbando en sus tímpanos.
—No. Te. Muevas.
—Ajá —susurró Ben, rígido—. Tenemos que saltar. Buscamos a la mensa y nos vamos de aquí.
—Por Dios, ¿quieres dejar de comportarte como un idiota?
—¿Cómo un idiota? ¡Tú estás de su lado! —musitó.
—¡¿Qué lado, Ben?! ¡Eres mi amigo, y siempre te respaldaré, pero no cuando estés equivocado, y tú y Gwen lo están! Si crees que pelear con ella durante todo el verano harán de tus vacaciones más amenas, piénsalo dos veces.
—¡Es una pesada! ¡Y me molesta! ¡¿Por qué tendría que hacer de su verano un paraíso cuando ella ha arruinado el mío?! ¡Se suponía que serían unas vacaciones entre el abuelo, tú y yo!
—¡¿Y que Gwen esté con nosotros te impide disfrutar del viaje?! ¡Ben, es ridículo! Podemos seguirla pasando bien, juntos, incluso con Gwen. Ni siquiera le has dado la oportunidad, nada más llegamos, empezaron a discutir y no han parado de taladrar mi cabeza y tímpanos desde que subimos al camper. Si ella no tiene la intención de hacer la paz, tú deberás de tomar la iniciativa.
—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué te importa tanto?!
—¡Porque...! —"¡Porque luego te arrepentirás por el resto de tu vida de haber peleado con tu familia día y noche, de no haberlos valorado, de haberlos herido, de haberlos alejado y despreciado!", pensó.
No obstante, antes de poder responderle eso a Ben, el suelo bajo sus pies se desmoronó y el borde en el que se encontraban se deslizó hacia el centro del cráter. Ben y Terry no lo pensaron dos veces y se hicieron bolitas, aprontándose para el eventual golpe contra las rocas o el abrasador meteorito. Ambos rodaron, girando en el suelo rocoso; los huesos y espalda de Terry resintiendo el impacto de las piedras. La sangre manó de sus codos y antebrazos, y sus rodillas se rasparon con los pedruscos y la tierra, cubriendo su piel de cálidos hilillos de sangre. Sin embargo, cuando paró de desplazarse, no hubo choque final, sino una cegadora luz carmesí y esmeralda que. incluso cerrando los párpados, pintaban su vista de rojo y verde.
—¡Ben! ¡Ben! —gritó, apoyando sus manos en la tierra y apretando los dientes a causa de sus lastimaduras; una punzada de dolor atravesando su estructura ósea y médula—. ¡¿Estás bien?!
—¡Sí, pero no veo nada! —contestó—. ¡¿Qué es ese brillo?! ¡¿Es tu linterna?!
—¡No, ni de broma! Es algo más... ¡No te acerques, podría ser radioactivo, o traer un virus del espacio, o estar muy caliente, o...!
—¡Espera, creo que veo algo! Se parece a un... a un baúl, pero es de metal y tiene una forma rara.
—¡Ben, no te acerques a eso! ¡Vimos Alien la semana pasada, ¿recuerdas?! ¡Podría tener una de esas cosas adentro o peor!
—¡Se abrió! —Ben casi ahogó la exclamación, que se escuchó más como un susurro que un alarido—. Un momento, ¿es eso un reloj?
"¿Qué?". "¿Un reloj?", Terry no comprendía a qué se refería su amigo. ¿Estaría alucinando? ¿Se habría golpeado tan fuerte la cabeza? ¿Era posible que lo descrito por su amigo fuera real y no una invención de su mente? En tal caso, ¿cómo un reloj había terminado en el interior de un asteroide? Abruptamente, y sin darle oportunidad de interrogar a Ben o detenerlo de cometer una locura, un aullido de sorpresa y horror del castaño lo aturdió.
—¡Ben!
El destello esmeralda se había desvanecido, permitiéndole entreabrir los ojos, pero el brillo escarlata a su derecha se intensificó y un chasquido tecnológico lo hizo voltearse, alcanzando a vislumbrar la silueta de un extraño reloj abalanzarse sobre él. De manera instintivamente, alzó su antebrazo, y las correas del reloj se cernieron en torno a su muñeca, aferrándose a esta no de forma violenta, pero que se moviera como si tuviera voluntad propia y se enganchara a su articulación antinaturalmente, sin necesidad de hebilla o seguro, provocó en Terry un profundo terror e impresión.
Se desplomó de culo en el suelo, retrocediendo mientras agitaba su brazo con la esperanza e imperiosa necesidad de quitarse el artículo de apariencia inusual. Había visto suficientes películas y series, y jugado bastantes juegos como para imaginar los mil y un escenarios en donde aquel reloj le desintegraba el brazo o se extendía por su extremidad cual parásito y se apoderaba de su ser. Sin embargo, no importó cuánto sacudió su brazo derecho, el reloj no se despegó.
Usó su mano izquierda, pero ni recurriendo a todas sus fuerzas de su zurda consiguió quitarse el artilugio de halo blanco y centro negro; detalles oscuros decorando las correas blancas. "¡Suéltame, infeliz!". "¡Déjame!". Agarró un palo aledaño, presionó su antebrazo en el piso y golpeó el reloj, pero su armadura se astilló quebrándose en el instante que la rama impactó contra el artículo. Desconcertado y más conmocionado que aterrorizado, se incorporó, tambaleándose; los tímpanos zumbándole.
Raros sonidos comenzaron a brotar del reloj, cuyo círculo exterior empezó a girar en dirección de las agujas del reloj, y luego hacia el lado contrario; la esfera interior iluminándose con breves y esporádicas luces rojizas. "¡Va a explotar!", concluyó, perdiendo lo poco que le quedaba de tranquilidad en ese preciso segundo. Era el fin, la última opción era cortarse el brazo, pero no tenía herramienta ninguna en las cercanías para arrancarse su extremidad. Así que, asumiendo su trágico y temprano destino, Terry cerró con fuerza los párpados, y el resplandor escarlata espantó las sombras y acarició su rostro, tenue y levemente, No era un fulgor que lo cegara ni desprendiera un calor calcinador, sino que era una sensación parecida a la de tener una débil linterna apuntándolo.
Abrió sus ojos, desconfiado, cauteloso, y vio sorprendido como la placa interior, rodeada por un círculo blanco y gris, irradiaba un brillo rojizo, formando una suerte de reloj de arena carmesí gracias a dos triángulos grises a los laterales. Al mirar detenidamente, notó que cuatro puntitos rojos decorando los bordes del halo blanquecino-grisáceo. La pulsera era amplia, grande, pero no se sentía pesada. "¿Qué demonios eres?".
Movido por la curiosidad o la estupidez, presionó uno de los botones, y el centro del reloj se irguió, haciéndolo brincar al oír el chasquido eléctrico-metálico que resonó en sus orejas al instante de efectuar tal acción. La placa interior ascendió como un pilar blanco adornado con líneas rojizas, y el reloj de arena que se dibujaba en el medio se transformó en un rombo escarlata, dibujándose en este la silueta de lo que se asemejaba a un hombre fornido y con una corona excéntrica en sus sienes.
"¿Qué es esto?", se preguntó, severamente intrigado y consternado. No comprendía cuál era el funcionamiento de aquel artefacto, y debido a esa ignorancia, prefería no presionar ese pilar o botón. Terry no sabía para qué servía ni cuáles serían las consecuencias de apretarlo y devolverlo a su lugar de origen. Quizás explotaría, quizás lo desintegraría, quizás lo teletransportaría a la luna, quizás lo transformaría en una esponja o una tortuga, y él no deseaba experimentar ni una sola de esas opciones.
Un deslumbrante y efímero brillo esmeralda alumbró la oscuridad de la noche por un instante a sus espaldas, y al volverse, Terry recordó que su amigo también se hallaba allí y que, a su vez, había encontrado un reloj peculiar. "Oh, no", la situación, de golpe, le resultaba aterradoramente familiar. Corrió hacia el origen del fulgor, y se detuvo en seco al sentir el calor de las llamas arrastrado por el viento acariciar su cara; el crepitar y el brillo amarillo-anaranjado del fuego helándole la sangre y espantando la nube de polvo y humo que lo separaba del corazón del posible incendio.
Pero aquello no era un incendio. pues los incendios no eran un humanoide compuesto de rocas rojas oscuras y una suerte de lava dorada que separaban las placas de piedra volcánica. Su rostro era una máscara de roca, flanqueada por una llama que coronaba su cabeza como si se tratara de cabello, y sus ojos eran dos pozos de fuego. Este miraba sus amplias manos, y se denotaba la confusión y el miedo en sus inusualmente humanas facciones.
Terry, congelado, luchó por retroceder, por escapar, tanto del insoportable calor como del monstruo de llamas. Dio un paso atrás, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, y se tensó al pisar una rama en la cual no había reparado. "Mierda", maldijo, viendo como el monstruo volteaba a mirarlo.
Actuando de manera instintiva, Terry buscó con sus ojos algo para defenderse, y su vista, al segundo, se clavó en su muñeca derecha; el fulgor escarlata del reloj iluminando su rostro, llamándolo, instándolo a oprimirlo. "No me desintegres, por favor", imploró, y después elevó su mano y golpeó con su palma el cilindro, siendo envuelto por una luz carmesí.
...
Nota del Autor:
Ufff, este es el capítulo más largo hasta la fecha del fic. Aquí Terry apenas se va enterando que, al parecer, sus vacaciones no serán tan pacíficas como creía que iban a ser. Ni mucho menos. Pobre infeliz, y para rematar, un reloj mutante se aferra a él, como si no tuviera suficiente ya xD Quiero leerlos, ¿les agradó las interacciones entre Terry y los Tennyson? ¿Por qué piensan que Ben y Gwen se distanciaron y ahora se desprecian? ¿Sobrevivirán los chicos al verano a base de las exóticas comidas del abuelo Max?
En fin, hasta aquí llega mi nota. Recuerden comentar y votar, o si no, son fans del Reebot de Ben 10. Me despido, queridos lectores.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro