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Capítulo 1: En graves aprietos

Ben miraba las agujas del reloj moverse segundo a segundo. La impaciencia lo carcomía desde dentro hacia afuera, y el constante golpeteo de su dedo contra su taburete en el salón de clases era la prueba definitiva. Ansiaba desesperadamente abandonar el aula, pero, pese a faltar apenas dos minutos, la profesora se las arreglaba para seguir parloteando como una cacatúa vieja en una reunión de aves jubiladas. Siendo sincero, y sin faltarle el respeto a la docente, no entendía ni la mitad de las palabras que brotaban de su boca, ya por la velocidad a la que hablaba, ya por la complejidad de su vocabulario.

Había estado en las noches de juego de la tía Vera y sus amigas, pero ni siquiera aquellas asambleas de ancianas eran tan exasperantes ni aburridas como las clases de matemáticas. ¿De qué le servía aprender fracciones y sumas complejas cuando no las necesitaría nunca y no planeaba ejercer de contador? Él sería un héroe, siguiendo los pasos del Capitán Nemesis. Sabía que decir esos pensamientos en voz alta le causaría más burlas que ovaciones, así que prefería reservárselos, escondiéndolos incluso de sus padres.

No es que no les tuviera confianza, pero conocía la respuesta que le darían a sus palabras antes de siquiera confrontarlos: "Los héroes no existen, Ben". Pero se equivocaban. Los héroes eran reales, y Ben planeaba pasar todo aquel verano al lado del más grande de ellos: su abuelo Max.

Convencer a sus padres no había sido fácil, pero tras mucho rogar y dar su mayor esfuerzo en la escuela, sacando notas por encima de su promedio regular, logró que lo dejaran ir de viaje con su querido abuelo. Max era asombroso, no solo era un experto en la supervivencia, sino también un excelente narrador de historias, las cuales se volvían aún más geniales e impresionantes con una buena bolsa de malvaviscos a mano y a la luz de las estrellas. Sin mencionar, claro, su largo historial de hazañas que se encargaba de relatar durante la noche o sus paseos en casa rodante.

Ben moría de ganas de reunirse con él, pero debía esperar un par de semanas; la escuela todavía no terminaba y a los directivos de la escuela se les había ocurrido la fantástica idea de extender un poco las clases, abarcando por completo el último mes en lugar de solo las dos primeras semanas de este. Si alguien se merecía el premio al peor ser humano de la historia, indudablemente eran esos patanes trajeados. No odiaba a todos los docentes, pero no tenían sentido del humor y, en vez de recompensar su esfuerzo con caramelos o fines de semana libres de tarea, los acribillaban a trabajos prácticos o exámenes.

Era, sencillamente, abusivo.

—¿Ben? —dijo la profesora—. ¡Ben!

Despertó de su trance de golpe, sacudiendo su cabeza y enderezando su espalda.

—Eh, ¿sí, profesora? —preguntó, nervioso, sonriendo.

—¿Quisieras pasar al pizarrón y resolver este ejercicio? —señaló con su marcador la operación aludida.

Ben entornó los ojos, golpeando su mentón con su dedo, pensativo. Estudió la intrincada serie de números, letras y signos, y luego de unos instantes, no comprendiendo nada en lo absoluto, declaró:

—Nop.

De un momento a otro, las risillas de sus compañeros se oyeron por lo bajo. Ben lo consideró una victoria, pese al respectivo castigo que le caería encima que sabía que sufriría debido a su atrevimiento.

—¿Qué? —la profesora arqueó una ceja.

—Lo siento, maestra, es que... —rascó su nuca, mirando al pupitre y después a la mujer erguida delante de la pizarra blanca—. Es que no entiendo por qué agregar letras a las matemáticas, ¡es ridículo! —afirmó, apuntando al pizarrón con un gesto de brazos.

Las risas de sus colegas de salón aumentaron de volumen, pero estaban lejos de ser una carcajada.

—Ben, tú resolviste ejercicios así en tu exámen. ¿Es que no te acuerdas?

Antes de que Ben pudiera refutar sus palabras, alguien a su derecha se le adelantó.

—Profesora, seamos honestos entre nosotros —dijo un joven de cabello rubio que vestía una chaqueta roja sobre una remera amarilla, pantalones militares oscuros y zapatillas negras con detalles dorados. Dejó de amacarse en su silla, apoyando sus codos sobre la mesa y cruzando sus manos a la altura de la barbilla—. ¿Quién recuerda lo que estudió luego del exámen? —cuestionó, en un tono burlesco y divertido; la picardía refulgiendo en sus iris escarlatas.

Un momento después de tal interrogante, el aula estalló en carcajadas, Ben incluido. "Clásico de Terry", pensó; jamás decepcionaba.

Reía tanto que su panza dolía, pero al reparar en la transformación que sufría el rostro de la maestra, deformándose sus rasgos en una máscara de fría y absoluta furia, un súbito miedo lo invadió; el corazón frenándose de golpe en su pecho; su risa apagándose al instante luego de contemplar la cara de ira de la mujer. Antes de que pudiera replicar o retractarse de sus acciones, la profesora se manifestó delante de él; sus ojos castaños incrustados en Ben. ¡¿Acaso se había teletransportado?! ¡¿Cómo?!

Conmocionado, aterrado, se puso de pie, trastabillando en el proceso. La mano de la profesora se cernió sobre el costado derecho del rostro de Ben como si fuera la zarpa de un gato, apretando su oreja diestra. Al sentir los dedos de la maestra retorcer su oreja y tirar de esta, Ben soltó un grito de dolor al experimentar una llamarada de lacerante incomodidad recorrer el lado izquierdo de su cabeza, debatiéndose por liberarse sin necesidad de golpear o tocar a la mujer; no es que creyese poder lastimarla, pero tampoco quería empujarla ni tocarla; su abuelo nunca hubiera herido a una chica, ni siquiera para defenderse.

Y, usando su otra mano, la profesora repitió la acción con Terry, quien, si bien no profirió un alarido de agonía, sí se quejó y peleó por soltarse, aunque no tocó a la maestra ni amagó con hacerlo, pintando huir en lugar de luchar. No obstante, la fuerza de la mujer era descomunal, sosteniéndolos a ambos sin sudar o denotar complicaciones a la hora de doblegarlos al girar sus orejas, por mucho que se resistiera y tratasen de escapar. Dios, ¿cómo una mujer tan delgada tenía semejante fuerza en los brazos y en los dedos?

Mientras Ben y Terry se debatían en vano, las risas en el salón se apagaron y volvieron a iniciar, reventando el cuarto y, juraría Ben tiempo después, los cristales del ventanal que daba al patio separado de la calle y el vecindario en la calle de enfrente por una cerca metálica. Para su desgracia, aquello hizo enojar bastante a la profesora, aparentemente, pues el agarre de la maestra se endureció, hendiendo la piel de sus orejas con sus afiladas uñas, lo que forzó a Ben a apretar los dientes y los párpados; las lágrimas escociéndole en los ojos.

—¡Carajo! —gritó Terry, enojado—. ¡¿Quiere arrancarnos las orejas o qué, vieja loca?!

"¡No, Terry, espera!". Ben se sacudió, aterrado de sufrir las consecuencias de la imprudencia, osadía y estupidez de su compañero. Y las padeció, pues las zarpas de la maestra se enterraron aún más en su oreja, y Ben no supo si lograría contener el llanto; los quejidos del rubio oyéndose por lo bajo.

—¡Ustedes dos irán a ver al director! —exclamó, enrabiada; su voz se parecía al rugido de una bestia en vez de la de una humana.

—¡Hágalo, por favor, pero pare! —suplicó Ben.

Fácil y bruscamente, la profesora los arrastró de sus asientos, y no importó cuánto pataleasen, jadearan o se retorciera, dado que la potencia de las garras y extremidades de la bruja les impidieron caminar con libertad, tirando de sus orejas si se resistían demasiado. Los tres abandonaron el aula, y las carcajadas no tardaron en propagarse por la totalidad de la escuela mientras más y más alumnos salían de sus salas para ver la inusual y vergonzosa escena, grabándola con sus celulares.

...

—¿Duele? —preguntó Terry.

—Bastante —admitió Ben, sobándose su oreja, que palpitaba y ardía. Miró a Terry, quien le tendía la bolsa de hielo que el conserje les había traído—. Gracias —sonrió, tomando el objeto y llevándolo a donde el dolor se había asentado, haciendo una mueca de desagrado al presionar la fría bolsa azulada el lateral afectado de su cara—. ¿El chiste fue tan malo?

—Nah —rio—. Estuvo... bien —se reclinó en su asiento, cruzando sus brazos detrás de su cabeza y sus piernas sobre la silla de plástico en la cual lo había sentado la profesora; los gritos de la bruja reverberando a sus espaldas, detrás de la pared y el vidrio que los separaba del estudio del director.

—¿Cómo estás tan relajado? —cuestionó Ben, ubicado a la derecha de Terry, en una silla idéntica a la que ocupaba el rubio—. Nos metimos en un buen lío.

—¿Esto? —Sin ver, apuntó con su pulgar al ventanal detrás de él—. No es nada —hizo un gesto despreocupado al mover su muñeca, colocándola de nuevo en la parte posterior de su cráneo.

—Amigo, hicimos enojar a la profesora.

—Ben, ¿cuándo no está enojada? —cuestionó, mirándolo por el rabillo de su ojo—. Vamos, parece que disfruta de molestarse. Es parecida a uno de esos trolls que vencimos en tu play la semana pasada.

—Un troll da menos miedo que ella, y aprieta menos fuerte —mencionó, sintiendo latir su oreja.

Terry carcajeó, acomodándose en su asiento.

—Cierto, cierto. Esa sí fue buena.

—Hablo en serio, Terry. Mis padres podrían castigarme, y a ti... —Se detuvo, evitando colisionar contra un muro que había aprendido a esquivar—. A ti quizás te hagan venir en vacaciones.

—Eso es cosa del ayer. Además, tú y yo sacamos notas altas; castigarnos o mandarnos a la escuela de verano sería injusto. Tranquilízate.

—¿Qué consideras tú una nota alta?

—Un siete. Es la mejor nota que he tenido en años —afirmó, sin vergüenza—. El señor Gellar me felicitó cuando le mostré la prueba.

—¿Un siete? Por Dios, mis padres casi me destripan cuando les conté que había sacado siete en lengua.

—Lengua es difícil, sobre todo con el anciano de Perkins. Ese viejo habla y te da sueño.

Ben soltó un bufido divertido, meneando la cabeza.

—De verdad no te guardas nada, ¿eh?

—Nope —la sonrisa de Terry se ensanchó—. Si no decimos lo que pensamos, ¿para qué sirven nuestro cerebro y nuestra boca? Si están conectados como dice la señora Macneil, tendríamos que usarlos a la par más seguido, ¿no?

—Solo si lo que vas a decir no hiere a otras personas —replicó una tercera voz.

Ben se congeló al reconocer el tono ronco y cavernoso del subdirector Phil. Al girarse, contempló al ex profesor: de hombros amplios, corpulento y rozando los dos metros, el sujeto se asemejaba más a un militar o un superhéroe que a un director de una secundaria común y corriente. Ben mantenía su postura acerca de que Phil había sido soldado o deportista profesional.

El semblante del hombre era calmo, pero serio, y la frondosa barba negra con hebras grises que decoraba y se amoldaba a su barbilla cuadrada impedía a Ben distinguir su boca. ¿Estaría torsiendo los labios o sonriendo? Era probable que fuera lo primero, a juzgar por la leve elevación de su mejilla izquierda y su ceño arrugado.

Pero, pese a su severa expresión, no se notaba molesto. Tenía medio cuerpo adentro de su oficina y medio cuerpo afuera; uno de sus grandes brazos sosteniendo la puerta. Volvió la mirada al interior, y luego dirigió su vista a los muchachos. Abandonó el cuarto, cerrando la puerta detrás de sí con la respectiva llave, guardándola en el bolsillo de su pantalón café.

Se alisó el buzo sin mangas que usaba por encima de su camisa blanca, la cual llevaba arremangaba, exponiendo su musculosos antebrazos. Tomó asiento en medio de Ben y Terry, quien adoptó una postura menos relajada y un tanto más tensa; por su parte, Ben también se había puesto igual de rígido que su amigo.

—Chicos, no les voy a mentir —dijo Phil, recostándose en la silla y entrelazando sus dedos a la altura de la barbilla; los codos apoyados en los reposabrazos—. Su maestra está tan loca como una cabra y grita peor que una. Pero eso no justifica que ustedes se le burlen de ese modo.

—Técnicamente, director Phil, no nos burlamos de ella —señaló Ben.

—Sí, solo quisimos alegrar un poco el ambiente. La clase de matemáticas se puede hacer bastante pesada, ¿sabe? —mencionó Terry.

—Aun así, no es razón para faltarle el respeto a sus mayores. ¿O les gustaría que se rían de ustedes cuando hablan de un tema de su interés? —cuestionó el hombre.

Ben desvió la mirada, despegando la bolsa de hielo medio derretido de su oreja y depositándola en la silla vacía a su derecha. Súbitamente, la incipiente sensación de incomodidad que lo había asolado luego de su comentario "gracioso" en el aula se acrecentó, convirtiéndose en una abrumadora culpa. "También me enojaría si alguien se burlara de mis cómics o videojuegos", reflexionó.

La maestra era una cascarrabias, pero era una profesora, y su abuelo Max estaría muy decepcionado de él si se enteraba que le había faltado el respeto a un adulto mayor. Aquella mujer iba todas las mañanas a impartir sus conocimientos, y en vez de escuchar con atención e intentar al menos entender sus saberes, se había dedicado a fastidiarla y burlarse de ella. "Esa no es una actitud de héroe", pensó, avergonzado de sí mismo.

Volvió la vista a Phil, pero antes de disculparse...

—Lo siento —dijo, había un tono en su voz que contrastaba con el timbre burlesco y relajado que lo caracterizaba. Se oía más serio, arrepentido; el semblante grave en su rostro remarcaba la severidad con la que pronunciaba sus palabras, al igual que la postura que había adoptado: inclinado hacia adelante y los antebrazos presionando su rodillas, los pies en el piso—. Fui yo quien hizo la broma.

—¡Hey, eso no es verdad! —replicó Ben, levantándose de su asiento de un salto—. ¡Yo me negué a pasar al pizarrón!

—Sí, pero no te burlaste de la maestra —repuso Terry, enderezando su espalda.

—¡Yo empecé el problema, Terry!

—¡Pues yo lo empeoré! —Se puso de pie, viéndolos a los ojos con severidad—. No intentes cubrirme, Ben.

—¡Tú estás tratando de cubrirme a mí!

—Está bien, está bien —intervino Phil, quien se irguió, posando sus manos en los hombros de ambos—. El asunto no es averiguar quién tiene más o menos culpa, ¿ok? Lo importante es que los dos aceptaron que estuvieron mal y aceptarán las consecuencias, ¿verdad?

Ben dirigió sus ojos a Terry, que lo miró. Los dos giraron sus cabezas y observaron a Phil, asintiendo a la par.

—Genial. Son buenos chicos, lo sé. Brillantes, pero holgazanes e inmaduros, aunque no tanto para esconderse de los problemas. Miren —suspiró—, es verano y todos queremos disfrutar de las vacaciones. Así que, si ayudan al conserje John a limpiar la cafetería después del almuerzo, no notificaré a sus tutores de lo sucedido, ¿de acuerdo?

"No me gustan los castigos, pero es mejor que venir a la escuela en vacaciones o pasarme los próximos tres meses encerrado en mi cuarto", concluyó Ben.

—Bien —dijo.

—Lo haremos —afirmó Terry.

—Decidido, pues. —Phil escondió sus palmas detrás de su espalda baja—. Procuren no meterse en líos pronto; odio el papeleo y lidiar con los maestros.

—Entonces, ¿por qué es director? —preguntó Ben.

—Pagan bien —respondió, encogiéndose de hombros—. Además...

Phil lanzó una mirada discreta a los extremos del pasillo, y luego les susurró:

—Mi sala es la única con aire acondicionado.

Ben y Terry se vieron el uno al otro, conteniendo las carcajadas que pugnaban por escapar de sus gargantas.

—Ahora váyanse, tiene trabajo que hacer y decenas de sillas que reunir.

—¿Cuánto era una decena? —Terry arqueó una ceja, divertido.

—Obvio que son siete sillas —contestó Ben, socarrón.

—¿Esa cantidad no era una media docena?

—¿Recuerdas siqueira cuánto era una docena?

—Por favor, muchachos, lárguense antes de que la profesora los escuche —espiró Phil, pellizcando el puente de su nariz.

Sonriente, Ben no se mostró reacio a seguir las peticiones del director, y Terry tampoco. Juntos, se encaminaron a la cafetería, recorriendo los estrechos corredores de la institución, flanqueados por paredes de ladrillo decoradas con cientos de casilleros y puertas de madera que interrumpían el revestimiento de metálico de los muros.

—Y..., ¿qué harás en vacaciones?

—¿Uhm? —Ben lo meditó un instante—. Mi abuelo y yo iremos de viaje.

—¿En serio? —Terry levantó sus cejas—. Impresionante.

—¿Cuáles son tus planes?

—Bah, no tengo ni idea. La señora Gellar dice que ella y el señor Gellar iban a Miami en verano, aprovechando sus vacaciones laborales. Pero ya que me engancharon a ellos, pues...

—¿Viajarás a Miami? —Inspiró Ben, sorprendido.

—¿Qué? No —carcajeó—. No, no. Ya quisiera, pero no. El señor y la señora Gellar discutieron si cancelar el vuelo o llevarme, pero optaron por lo primero anoche; parece que no quieren que me ahogue en el mar o me queme el sol, no sé.

A pesar de la indiferencia y calmo de su amigo, Ben vislumbró culpa y rabia. ¿Estaba enojado por no poder ir a Miami? No, Terry no se enfadaría por algo tan tonto. Entonces, ¿cuál era el origen de su ira y remordimiento? Quizás lo atormentaba el hecho de que las vacaciones de sus tutores se habían arruinado a causa de su presencia; no obstante, esa era decisión de los Gellar, no de Terry, y si Ben lo sabía, su compañero debería ser consciente de ello.

—Es una pena —chasqueó la lengua—. Ojalá hubieras ido.

—¿Para qué? ¿Untarme protector solar día y noche? ¿Estar vigilado las veinticuatro horas? ¿Probar comida rara? —Su mano realizó un gesto despectivo, como si descartara un pedazo de basura—. No gracias.

—Mi abuelo hace comida... diferente, pero siempre sabe bien.

—Te envidio —admitió Terry, dibujando una sonrisa ladina en sus labios—. La basura de los domingos sabe mejor que la lasaña del señor Gellar.

Ben meneó la cabeza, tragándose su propia risa; era horario de clases y no quería molestar a los alumnos que sí se encontraban estudiando.

—Entonces, ¿te quedarás en la ciudad?

—Seh, sin grandes planes, solo mi consola, el ventilador de mi cuarto y yo. Pero todo será más aburrido sin ti —confesó.

—Oh, vamos, Terry. Todos en la clase te adoran, de seguro uno de los ricachones del fondo te invita a su piscina o a una fiesta.

—Ben, qué los haga reír no significa que les caiga bien o seamos amigos —señaló, guardando sus manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Me refiero a que eres agradable, ¿quién no te querría invitar a su casa?

—Cash, Eddie, Manfred, Hilda, Verónica... —empezó a enumerar.

—¡Ok, ok! Entiendo. ¿Qué hiciste para caerles mal?

—No lo sé, tal vez me hice amigo del chico más problemático y raro de la escuela. —Repentinamente, se abalanzó sobre Ben, rodeando sus hombros y cuello con su brazo, revolviendo su cabello.

Ambos rieron, y Ben empujó a Terry, liberándose de su agarre e intentando peinar su pelo revuelto.

—¿Te rechazaron solo por charlar conmigo? —cuestionó, un poco consternado.

—Obvio, no. Me rechazaron porque te defendí —explicó—. Cash y JT son unos imbéciles, se burlan de ti porque eres genial y no lo comprenden.

—¿De verdad piensas eso? —Los iris de Ben se iluminaron.

—Y eres extraño, y te gusta Mr. Smoothy, y te disfrazaste de Súperman en Halloween, y quisiste saltar del techo en tercer grado para ver si podías volar, y le lanzaste un Kame Hame Ha a Cash cuando te molestó en primer grado...

—¡Capto el mensaje! —Respiró hondo, rascando su nuca—. Gracias, Terry,

—Pfff, no nos agradecemos entre amigos, Ben. —Golpeó su brazo usando el dorso de su mano—. Quien se meta contigo, se mete conmigo.

Ben no tenía una gran cantidad de amigos en la ciudad, mucho menos en la escuela, pero lo prefería así. El abuelo Max solía decir que las buenas amistades escaseaban y debían valorarse, y Ben, al fin, lograba comprender a lo que se refería. Junto a Terry, emprendieron su camino en dirección a la cafetería mientras una idea se fraguaba en su mente. Un plan que aguardaba con ansias comentárselo por celular al abuelo.

...

—Maldición...

—¡Lenguaje, niño! —lo reprendió el conserje John—. Recuerda que estás en una escuela, no en una carcel o en las calles.

—Sí, señor. Lo lamento, señor. —Terry respiró hondo, reanudando su lucha contra la goma de mascar aferrada a uno de los bancos del comedor. ¿Cómo era siquiera posible que un chicle tuviera tanta resistencia? Había movido bancos y ayudado al señor Gellar a girar su heladera, la cual no era pequeña, pero esa goma no parecía estar dispuesta a ceder, ¡ni usando la condenada espátula salía!

—¿Problemas en el paraíso? —cuestionó Ben, sonriente, barriendo debajo de las mesas.

—Un pequeño contratiempo —masculló, ejerciendo fuerza en el intento de palanca que trataba de aplicar al chicle—. Te apuesto que esto es obra de Cash y JT. Esos... —"Infelices desgraciados y buenos para nada", pensó, reservándose el comentario—. Esos cerebro de chorizo tiene una imaginación bastante retorcida cuando quieren fastidiar a otros.

—A veces —aseveró el chico de ojos verdes—. Normalmente se conforman con colgarte de un árbol usando tu calzoncillo.

—¿Qué? —Terry se detuvo en seco, mirando a Ben con severidad—. ¿Cómo dices?

—Nada, nada. Es que... —Se notaba nervioso, incluso avergonzado.

—Ben —dijo, soltando la espátula y acercándose al castaño, apoyando una de sus manos en su hombro—, ¿qué ocurrió?

—Ya te lo dije, nada. No pasó nada —insistió.

Terry no necesitaba ser un genio para saber que sí había sucedido algo, y no era bueno. Cash y JT se consideraban grandes matones, jefes poderosos e intocables que se creían por encima de los demás, pero eran imbéciles, idiotas carentes de seso, un poco más altos y fuertes que sus compañeros de grado. Habían rumores de que habían repetido de curso y Terry, por su parte, no lo dudaba, pues su supina estupidez rayaba en lo absurdo y su pésima conducta le garantizaba al par el desprecio de los profesores.

Su amor por la ciencia o las artes era inexistente, pero no dejaba que su desinterés lo distrajera en clases, si bien no se esforzaba en sacar notas sobresalientes, conformándose con aprobar. No obstante, hasta él era lo bastante listo como para no recursar y lo suficientemente perspicaz* para deducir que los dos descrebrados no habían dejado su mala costumbre de fastidiar al resto de su clase. Y si había una cosa que no soportaba, eso era a los bravucones.

Apretó su puño, inspirando por la nariz y soltando un suspiro, Palmeó la espalda de Ben y se retiró a continuar con la tarea asignada por el conserje, reanudando su batalla contra el chicle. Frustrado, escondió su molestia y la descargó de manera no tan discreta sobre la goma de mascar, sacándola bruscamente de un espatulazo.

Durante un buen rato se dedicaron en silencio a barrer, lustrar, lavar, pulir, ordenar y desinfectar las mesas, bancos, sillas, mesadas, bandejas, utensilios, platos y hoyas de la cafetería. Terry denotaba el desánimo en la mirada y gestos de Ben, lamentando haber tocado un tema que no era del agrado de su amigo cuando este nunca había mencionado "el asunto" que tanto se esforzaban en evitar, que se esforzaba por evitar.

"¿Qué clase de amigo soy?", se cuestionó, enojado. No era ningún secreto que a Ben lo caracterizaba su falta de atención a los detalles y memoria a corto plazo selectiva, pero eso no lo hacía una mala persona o alguien que no mereciera respeto. Sin mencionar, claro, que, pese a su nula capacidad para estudiar o grabar en su cerebro los materiales escolares, se había acordado de no tocar el incómodo tópico que había desencadenado su primera y desastrosa interacción.

Cierto, no destacaba en el aspecto intelectual ni físico, haciéndolo solamente si se lo inspiraba, se le prometía un premio, se lo amenaza o incluso por cuenta propia de tanto en tanto, pero era su amigo y había probado ser digno de su confianza. Lo había herido, incomodado, y debía solucionar aquella metida de pata. No obstante, ¿cómo? ¿Cómo compensar su puñalada si no tenía vendajes o, en este caso, tarjetas de sumo ni videojuegos?

La vista de Terry se dirigió al fregadero repleto de agua con burbujas, y entonces su mente formuló una idea brillante, magnífica. "Oh, sí". Una sonrisa se dibujó en sus labios; metió sus manos en el agua, las llevó a su cabellera dorada y comenzó a revolverla, erigiendo una torre de burbujas y detergente verde sobre su cabeza.

—Hey, Ben —lo llamó, cruzando los brazos y recargándose en el fregadera—. ¿Qué opinas de mi fabuloso peinado?

Ben lo vio de soslayo por el rabillo del ojo, y luego se giró, clavando sus iris en Terry, impresionado. Su amigo estalló en carcajadas, llevándose una mano al pecho y golpeando con su otra palma la mesada a su derecha. Rio y rio, contagiando a Terry, quien no pudo contener la risotada que amartillaba su garganta, rogando por salir.

Ambos continuaron riendo unos momentos, hasta que un tercer carcajeo, un tanto más grave y quebradizo, interrumpió su sinfonía irregular de risas. Terry miró a los dueños de tan espantosa carcjada, y una súbita rabia apagó su alegría al encontrar a los responsables de cortar su agradable momento; el ceño fruncido, los párpados entornados.

De complexión menuda y rostro estirado, Cash no era famoso a causa de su inexistente belleza, sino debido a su altura, su horrible cabello negro y al filo de su mentón. Un poco más bajo, regordetes y de cabello anaranjado, JT se parecía a un cerdo humanoide, tanto por su nariz aplastada como por los diminutos ojos que lo veían a través de sus lentes redondos. Recostados sobre el mostrador que usaban los empleados de la cafetería para exhibir todos los extraños mansajeres que servían al mediodía, ambos bravucones reían, y reían como dos perros siendo agonizantes, lo cual no era desagradable. No, era horrorífico.

—¡Pareces una de esas abuelas de los años ochenta, Gellar! —exclamó Cash.

—¡Sí, una abuela muy idiota! —agregó JT.

—Cállate, JT. Si vas a hablar, por lo menos di algo relevante —espetó Terry, tajante—. ¿Y qué pasa, Cash? ¿Celoso que me vea mejor que tú?

—Oye. —Cash arrugó su frente y parando su risa, apuntándolo con su dedo de forma amenazante—. Cuida tus palabras, ricitos de oro.

—Da gracias de que todavía no te golpeamos —añadió el pelirrojo.

—¿Por qué? No te insulté, ¿qué razón tendrías para pegarme?

—¿Te quieres pasar de listo? —cuestionó el mayor, elevando el tono de su voz y propiciando un manotazo al mostrador e irguiéndose.

—¿Y tú quieres pasarte de tonto? —Ben dio un paso adelante—. No creo que te cueste mucho, ¿no?

—¡No te entrometas, Tennyson! —gritó JT, inclinándose encima del soporte.

—¿Qué les pasa, par de idiotas? ¿Tiene miedo de meterse con alguien de su estatura y vienen a molestarnos? ¿O es que acaso buscan que el director los castigue por estar en la cafetería cuando no es horario de comer ni recreo? —interrogó Terry, fingiendo interés.

—Solo pasábamos por el lugar y quisimos ver qué clase de tontería estaban haciendo ahora, fenómenos —contestó Cash—. Pensábamos qué estarían haciendo algo ridículo, pero jamás imaginé verlos actuar como sirvientas.

—¿Y qué tiene de malo? —Ben arqueó una ceja.

—Parecen estúpidos.

—No hay nada de estúpido en esto, Cash —replicó Terry—. Se llama ayudar, ¿o no te enseñaron eso en jardín de infantes?

—Dudo que hayan ido —le susurró Ben.

—¡Basta! —Cash mostró los dientes, afilando su semblante—. No se pasen de listos conmigo.

—¿Qué? ¿Unos niños de diez años son más inteligentes que tú, Cash?

—Estás ganándote una golpiza, Tennyson. Iba a ser amable contigo, porque el viejo Phil nos pidió que no nos metiéramos con ustedes, pero al demonio, tú te lo buscaste.

—Sí —remató JT—. Podrías haberte hecho a un lado, Gellar, pero si tanto quieres quedar como tus padres después del choque, ¿quiénes somos nosotros para negarte ese deseo?

—¿Cómo? —cuestionó Terry, severo, directo; la ira creciendo en su pecho y quemando su nuca. Su mente fue bombardeada por decenas de imágenes, sensaciones, sonidos y olores; el estrépito de las llantas intentando frenar asolando sus oídos; el calor de las llamas acariciando sus pómulas e incrementando la temperatura del fuego que corría por sus venas; el aroma de la gasolina invadiendo sus fosas nasales.

—Ya me escuchaste.

Terry enderezó su espalda, situándose a la derecha de Ben sin quitarles la vista de encima a los matones escolares. Quiso apartar a su amigo, invitándolo tácitamente a retirarse al estirar su brazo enfrente de su pecho, pero el castaño rechazó su incitación, alejando su extremidad. Los dos se miraron de costado y compartieron una sonrisa de complicidad, luego clavaron sus iris en el estúpido duo de gorilas.

Quizás los superaban en tamaño y fuerza; no obstante, en definitiva no eran ni la mitad de testarudos que ellos. Terry apretó sus puños, levantando sus antebrazos a los laterales de su cabeza. Cash y JT bufaron, burlones, y saltaron el mostrador, pasando a la cocina. El primero se tronó el cuello con un movimiento de cabeza, mientras que el segundo hizo resonar sus nudillos izquierdo al presionarlos contra su palma derecha. Ben tragó saliva duramente, agarrando una bandeja de plástico como arma.

Nadie se movió por un breve instante, y un incómodo y tenso silencio reinó durante un eterno segundo, hasta que el quejido de Cash lo rompió. Terry se desplazó rápido, deslizando sus pies y aproximándose al mayor veloz e imperceptiblemente, y encajó un golpe en el estómago del matón. Este respondió de inmediato, gruñendo y empujándolo hacia atrás.

La fantástica peluca de burbujas de Terry se desplomó al chocar con el fregadero a sus espaldas. Se agachó, esquivando el puñetazo de Cash, y se impulsó como un misil, enterrando un cabezazo en la panza de su oponente, que trastabilló, cayendo al suelo junto a él. Terry se abalanzó sobre el bravucón, empezando a lanzar una serie de golpes dirigidos a la cara de Cash, quien se cubrió el rostro con sus brazos, atajando sus embates.

"Carajo", pensó. Un jadeo llamó su atención, distrayéndose al ver a Ben usando la bandeja de escudo para bloquear los ataques de JT, quien lo había acorralado en el mostrador. De repente, una llamarada de dolor subió por su mentón, y el piso ascendió al encuentro de Terry. El impacto lo dejó aturdido, pero con el suficiente equilibrio para poder reincorporarse. Tomó una sartén que reposaba en la mesa en la que se había apoyado y se giró, usando la herramienta como arma y estrellándosela en la cabeza de Cash.

El muchacho cayó al suelo, llevándose una mano a la zona afectada; los quejidos de dolor del matón escuchándose por lo bajo. Terry elevó la sartén, pero no para rematar a Cash, sino para lanzárselo a JT; el estrépito metálico de la herramienta de cocina resonando al chocar con el cráneo del matón de lentes. JT se sobó la parte posterior de su cráneo, arrodillándose, y Ben aprovechó para golpearlo, esgrimiendo su bandeja y tirándolo al piso debido a la potencia de su embate.

Terry se volteó a encarar a Cash, siendo recibido con un puñetazo en las costillas. Un grito de dolor nació y murió en su garganta, encogiéndose a causa de la lacerante sensación que recorría su costado. Escuchar la carcajada de Cash hizo que sus entrañas ardieran y su ira se acrecentara, y Terry se irguió rápidamente, lanzando un rodillazo a la entrepierna del gorila. Pero su adversario atajó su ataque, si bien la rabia en su semblante dejó entrever que sí había sentido su golpe.

Su adversario contraatacó, propinándole un codazo en la mejilla; una punzada de dolor abrasador expandiéndose a lo ancho de su rostro. Ben acometió contra Cash, gritando como un vikingo rabioso mientras corría hacia su rival. No obstante, este se volvió en dirección a su amigo, deteniéndolo en seco al agarrarlo por el cuello y alzando su mano libre, cerrándola en un puño que amenazaba con enterrarse en su cara. Terry, pese al dolor en su mandíbula y costillas, dobló sus piernas y saltó encima de Cash, ahorcándolo al cruzar sus brazos alrededor de su cogote.

Cash se retorció, soltando a Ben e intentando zafarse de Terry, quien incrustó sus rodillas en la espalda de su oponente. Sin embargo, el infeliz no tardó en atrapar su chaqueta y quitárselo con una fuerza antinatural, arrojándolo al suelo, que de nuevo le dio la bienvenida alegremente, subiendo a su reencuentro; su médula resintiendo el impacto. Rodó, esquivando ser aplastado por el pie de Cash, y pateó su rodilla, obligándolo a caer al suelo.

Ambos amigos se vieron, asintieron y después arremetieron, dejando caer una lluvia de golpes encima de Cash. Pero alguien tiró a Ben a un lado, empezando a apalear al castaño con una bandeja abollada, la misma bandeja que había usado Ben y ahora estaba en manos de JT, quien había logrado recuperarse. Cash se levantó, más furioso que antes, y lo elevó en el aire, agarrándolo del cuello de su remera.

Y justo cuando el puño del matón se cernía sobre su rostro, la puerta de la cocina se abrió de par en par, revelando la figura regordeta de un hombre encorvado que sostenía un trapeador.

—¡Ustedes dos! —bramó, ronco y enojado—. ¡Les dije que la cafetería estaba cerrada!

Cash y JT frenaron su accionar, soltando a Terry y la bandeja con la cual apalizaban a Ben respectivamente.

—¡Largo, ya!

Sin rechistar, los dos bravucones salieron disparados en dirección a la salida del comedor, saltando el mostrador nuevamente y desapareciendo en la distancia; el ruido oxidado de las puertas en el extremo opuesto del gran salón reverberando a lo lejos.

Adolorido, Terry escupió una maldición entre dientes, reincorporándose con ayuda de una mesada aledaña. Se apresuró en asistir a Ben, tendiéndole su mano, la cual, tras sobarse la cabeza, Ben estrechó.

—Deberían haberme avisado —dijo John, el conserje, quien rascaba su frondosa y desprolija barba, acercándose a ellos.

—No era su asunto —aseguró Terry.

—¿Vio lo que pasó? —preguntó Ben, limpiándose un hilillo de sangre que descendía por su labio inferior.

—Sí, no se preocupen. Le contaré todo al director, así que busquen unas bolsas de hielo y ordenen este desastre. Elijan lo que gusten de la barra de comida si quieren.

—¿De verdad? —interrogaron Ben y Terry al unísono, sorprendidos.

—Un momento. —Terry reparó en algo—. Si usted estaba aquí, ¿por qué no intervino?

—Me gusta disfrutar de una buena pelea; no de una golpiza —admitió John, como si tal la cosa, encogiéndose de hombros y regresando por donde vino—. ¡Ahora limpien este desorden!

Ben y Terry se miraron, y el rubio no supo si reír, insultar al conserje o sencillamente marchar. Al rato, junto a Ben, decidió que era mejor hacerle caso a John y reclamar como premio, o compensación por los moratones que le saldrían mañana, una de las hamburguesas que siempre escogía a la hora del almuerzo. El par se puso a trabajar, y luego de acabar, se sentaron en uno de los bancos que, previamente, habían limpiado a disfrutar su recompensa o regalo de consuelos.

—Fue memorable —comentó Terry, cuyo cabello ya se había secado y librado de las burbujas, aunque no del detergente que se había impregnado en sus mechones dorados.

—Fue una paliza —corrigió Ben, jugando con la barra de chocolate que había sacado del refrigerador—. Si no fuera por John...

—Si no fuera por John, esos dos idiotas estarían camino al hospital —afirmó—. Los teníamos. Ben, solo nos equivocamos al no encargarnos de TJ primero.

—Hablas como un mafioso —carcajeó.

—Quizás lo sea y no te has enterado.

—Imposible. Te conozco, no te gustan los criminales.

—Touche —rio—. Ni los bravucones, como Cash y TJ. —Mordió su hamburguesa, degustando el sabor de la carne—. Aparte, si quieres ser héroe algún día, es importante que sepas que algunas batallas no se ganan en solitario.

Ben se agitó en su asiento, tensándose.

—¿Cómo...?

—Somos amigos desde hace dos años, ¿recuerdas?

—Es cierto... —Ben se relajó, espirando y haciendo rotar la barra de chocolate encima de la mesa que yacía delante de los dos.

Terry depositó su hamburguesa en la mesa y escrutó con sus ojos a Ben.

—Hey, vamos, estás más deprimido que de costumbre.

—Es que... bueno, si no hubiera provocado a Cash, él y JT no habrían mencionado a tus padres. —Desvió la vista, una sombra surcando sus rasgos, ensombreciendo sus iris verdes.

—No le des importancia. Son unos imbéciles, te lo dije.

—¡Pero, si yo...!

—Ben, cierra el pico, ¿quieres? —Lo interrumpió, serio pero sereno. Suspiró, descansando sus brazos sobre el mueble, otrora sucio—. No es tu culpa, ¿de acuerdo? Cash y JT tienen tanto cerebro como un caracol; me atrevo a decir que menos. Quieren lastimar, con palabras y puños, y no piensan en cuánto daño le hacen a las personas ni les interesa. Saben cómo hacernos enojar, cómo entristecernos, cómo intimidarnos, cómo lastimarnos. Tarde o temprano hubiesen tocado el tema.

Detestaba que los directivos de la escuela compartieran su historial como si se tratase del cómic del momento, pero había aprendido a lidiar con aquella realidad. Para su fortuna, la mayoría de los estudiantes y sus compañeros de clase ni siquiera se volteaban a verlo cuando caminaba en los pasillos o se sentaba en el aula, si bien había gente estúpida que disfrutaba de murmurar a sus espaldas acerca del accidente, de la terrible noche en la que su mundo se vino abajo. Se había acostumbrado; no obstante, seguía doliendo y enfadándolo.

Pero no era problema de Ben ni de nadie más, sino suyo. Su amigo no había difundido su vida personal a los cuatro vientos; es más, había aceptado la petición de Terry de esquivar el tema de sus padres a pesar de su pésima memoria, y lo había conseguido. Respetaba eso, y despreciaba que idiotas de la talla de Cash y JT afectaran de tal forma a Ben, haciéndolo sentir culpable por sus propias estupideces. Sin embargo, podrían ganarles en una pelea, pero no permitiría que se salieran invictos en ese tipo de batalla.

—Así que, por favor, olvídalo y cómete eso —señaló a la barra de chocolate—, o lo haré yo.

—¿Uh? —Ben volvió a mirarlo, alejando su postre de Terry, el ceño fruncido—. Con mi comida no te metas, eh.

—No será tu comida si te la quito. —Una sonrisa se dibujó en sus labios y en los de Ben.

Su amigo comenzó a correr, escapando de él. Terry, antes de perseguir a Ben, tomó su hamburguesa y el papel que la envolvía, yendo detrás del castaño de ojos verdes, recorriendo los pasillos de la escuela mientras reían y corrían.

...

Nota de Autor:

Este capítulo fue uno de los más difíciles de escribir, no solo porque tenía que presentar a Terry, sino también dejar en claro su relación de amistad con Ben sin la necesidad de remarcar cada cinco palabras que eran amigos. Fue un desafío, ya que presentar la vida cotidiana de Ben y Terry no creo que atraiga a mucho público, pero es una faceta que se debe explorar, para así mostrar su lado más casual y el fuerte vínculo que comparten. ¿Cómo se generó? Ya lo descubrirán más adelante. Me gustaría saber, ¿les cayó bien Terry? ¿Qué opinan de lo poco que han visto de él? ¿Qué creen que les pasó a sus padres?

Hasta aquí mi nota, estaré atento a sus comentarios. Y recuerden, quien no comenta ni vota es fan del Reebot.

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