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Capítulo 44. Grey.

—¿Y sabes que más amo? —chilla de nuevo—. ¡El chocolate! ¡Amo el chocolate!

Mierda.

—Eso es genial, nena. —respondo, pero ella sigue insistiendo con el tema.

—Tambien amo el clima frío de Seattle, creo que es simplemente perfecto.

Dios.

—Estoy de acuerdo.

Acelero un poco más para que lleguemos pronto al hotel donde se llevará a cabo una nueva gala de caridad, nuestra primera aparición pública desde nuestra boda.

Estaciono cerca de la entrada para que el valet parking tome el automóvil, con Taylor y el nuevo guardaespaldas de Ana siguiéndonos en la suv. Rodeo el auto para ayudar a mi esposa a bajar.

—¿Y tú, Christian? ¿Qué amas?

El silencio.

Ella sigue mirándome con sus enormes ojos azules, así que decido darle una opción más amistosa.

—Un buen vaso de whisky.

—Oh. —sus finas cejas se arquean y sé que no es lo que quiere escuchar.

Ha estado presionándome los últimos días para que diga las palabras, pero no quiero forzar las cosas. Y me niego a hacerlo bajo presión.

Siempre creí que me casaría para mantener las apariencias o satisfacer a mi madre, luego un día Ana simplemente apareció y puso las cosas de cabeza. Ahora estoy casado con la mujer que quiero, que me atrae y amo.

Cuando diga las palabras, será un serio.

Llegamos a la entrada donde se encuentra un chico con la lista de invitados, totalmente innecesaria porque somos las mismas personas de siempre, las mismas familias son invitadas una y otra vez.

—Señor y Señora Grey —nos anuncio rápidamente.

—Vaya, parece que esta gala te tiene muy emocionado —se ríe de mi cuando la guío a nuestra mesa—. Prácticamente me arrastráste desde el auto.

Mantiene la sonrisa incluso cuando una camarera se acerca para traernos las bebidas.

—Buenas noches, señor y señora Grey, a la gala benéfica de la fundación Johnson. ¿Puedo ofrecerles champaña?

—¡Si! —chilla, luego carraspea—. Si, por favor.

La camarera sirve dos copas que deja frente a nosotros, Ana bebiendo un rápido sorbo del líquido amarillo. Echa un vistazo alrededor, apoya la bebida en la mesa y me mira.

—¿Crees que mis padres estén aquí?

Dios, no.

—Espero que no —respondo y ella golpea mi brazo.

—¡Christian! —se ríe, su rostro iluminándose de diversión.

Creo que eso de tener su propio trabajo le está ayudando a desarrollar autoconfianza, tal vez un día encuentre la fuerza para enfrentar a su madre.

—¿No son esos tus padres? —señala al otro lado de la pista de baile.

—Mierda.

—¡Mira! Ya nos vieron —agita su mano vigorosamente hacia donde Grace y Carrick Grey se encuentran.

Los veo vacilar un poco, pero finalmente rodean las mesas y la pista para venir a saludar, no tan entusiastas como mi esposa.

—Señor y Señora Grey —Ana los abraza—. Me da tanto gusto verlos.

—Igualmente, querida —mi madre devuelve el saludo—. Qué sorpresa encontrarlos aquí, no creí que vendrían.

—¿Por qué? —pregunta Ana—. Regresamos a inicios de semana.

Pero no creo que se refiera a eso, ella mira sobre su hombro como si buscara algo o a alguien. ¿A quién? ¿Los Steele?

Anastasia parece leer mi pensamiento porque pregunta lo mismo.

—¿Lo dice por mis padres? ¿Ellos están aquí?

Ahora nosotros también miramos a ambos lados, buscando.

—No, me temo que ellos no están aquí —dice y sé que siguen ofendidos por el asunto de la pequeña fuga, al menos la señora Steele sigue molesta.

—¿Entonces qué es? —pregunto con la paciencia agotada.

Ana fija su vista al frente del salón y se recarga en mi antes de susurrar.

—Es Paul.

Sigo su mirada para observar al imbécil de Paul Clayton al frente del escenario, con una chica rubia aferrada a su brazo. Ambos sonríen y saludan.

Mi atención vuelve entonces a mi esposa, ella se aferra a mi cintura y recarga la cabeza en mi pecho.

—¿Nena? ¿Estás bien? ¿Quieres que nos vayamos?

Ella levanta la cabeza para mirarme con una pequeña sonrisa. No otra vez.

—¿Sabes qué otra cosa amo? Bailar con mi esposo.

Ana no vuelve a mirar al escenario y yo tampoco lo hago, llevándola al centro de la pista de baile para complacerla y disfrutar de la velada.

—Por cierto, ¿Cuánto dinero diste para esta fundación? —pregunta al cabo de unos minutos.

—Dimos —corrijo—. Y fué una suma pequeña, apenas 100 mil dólares.

—¿Qué? —sus cejas se disparan en su frente—. Eso es mucho dinero, Christian.

—No —hago un gesto para restarle importancia—. Gastamos más que eso en nuestras recientes vacaciones, nena.

—¿De verdad? —ríe más fuerte—. Voy a pensar sobre cambiar el diseño de interiores a dirigir una fundación de caridad.

Dios, no. —me quejo, sabiendo que le daré acceso a mis cuentas bancarias si me lo pide.

Pasa los brazos por mi cuello para besarme, pero se detiene cuando una pareja se acerca a nuestro lado, obligándonos a mirar.

Los reconozco.

—Señor y Señora Johnson —saludo a los anfitriones sin liberar a mi esposa.

—Señor Grey —la mujer nos mira de arriba a abajo—. Anastasia.

Siento los brazos de Ana tensarse en respuesta. El señor Johnson se apresura a intervenir.

—Queremos agradecer su donación, señor Grey. Es muy generoso de su parte. —me dedica una ligera inclinación de cabeza.

—En realidad, fue idea de mi esposa, la señora Grey. —la presiono más fuerte para que levante la cabeza—. Y si no es suficiente, ella podría hacerles otro cheque.

Beso su cabeza, sin perder de vista la reacción de los señores Johnson y el jadeo de la chica rubia a su lado, la misma chica que estaba con el imbécil de Paul Clayton.

Por curiosidad observo sus manos y el anticuado anillo en su dedo que alguna vez estuvo en el cajón de mi estudio. ¿Es ella? ¿La chica con la que Clayton engañó a Ana?

—No será necesario, Señor Grey —el señor Johnson tiene la decencia de lucir avergonzado—. Por favor, disfruten la velada.

Prácticamente arrastra a su esposa y a la chica lejos de nosotros, directo hasta la barra de bebidas en el extremo opuesto. Cuando estamos solos, le hablo a Ana.

—No vuelvas a bajar la cabeza, por nadie. No permitas que te hagan sentir mal, incluso si es tu madre.

Ella asiente, sus manos acariciando mi cuello mientras sonríe.

—Gracias Christian, tienes razón. —otra sonrisita—. Te amo.

Este podría ser un buen momento, después de todo.

—Yo también te amo, Ana.

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