Capítulo 43.
Creo que finalmente lo logré.
¿Y lo mejor? No necesito instrucciones.
Porque ser diseñadora de interiores requiere de buen gusto y sentido de la estética, cosas que he perfeccionado a lo largo de mi vida. Sin mencionar todos aquellos proyectos del taller en los que ayudé a papá.
—Tiene sentido —Andrea sonríe y muerde su galleta—. ¿Dices que tu padre se dedica a eso?
—Si, pero siempre fue como algo que hacia para ayudarlo, nunca lo vi como un trabajo real.
Andrea arquea las cejas y yo la imito, tomando otro sorbo de mi café frío mientras espero que el resto de las cosas estén en el piso.
El ascensor se abre justo a tiempo y el viejo Taylor empuja el carrito con el resto de mis cajas, entrando directo a la oficina de mi esposo.
—Es mi momento, deséame suerte.
—¡Suerte! —chilla mi amiga.
Dejo que Jason comience a sacar los adornos de las cajas y me siento sobre el escritorio de Christian, interrumpiendo la lectura de sus documentos.
—Ana —levanta los ojos para mirarme—. ¿Estás segura de esto?
—¡Por supuesto! —sonrío—. Puedo comprar cosas bonitas, brillantes y usar tu tarjeta, es simplemente mi trabajo ideal.
—Y que lo digas —murmura. Se levanta de la silla y viene a recargarse a mi lado—. ¿Cuánto costó todo esto?
Tomo el sobre de las facturas de mi bolso y se las entrego.
—Más de 10 mil dólares, pero te aseguro que era necesaria una renovación, algo que le dé más personalidad a tu oficina que solo blanco y negro.
Su vista viaja entonces a la nueva mesita de café de caoba, a la sala en gris y luego por las plantas de hojas verdes brillantes a su lado. Se detiene en la fotografía enmarcada de nosotros que Taylor saca de una de las cajas.
—Esa es un regalo —le digo antes de que pregunte—. La voy a colocar en aquella pared, junto con el resto de los cuadros que elegí.
Lo que solo significa una cosa. Alguien tiene qué mover un pesado librero hasta el extremo opuesto de la oficina.
Intento no sonreír de satisfacción.
—¿Taylor? Necesito que ese mueble esté en aquella pared —señalo y Christian contiene una risa—. Trata de no arrastrarlo mucho, escuché que es un mueble delicado.
La cara del rubio no podría ser más larga si quisiera, porque si, es el mismo estúpido librero que me hizo mover, solo estoy regresando la cortesía. No le queda más que apretar los dientes y gruñir.
—Si, señora Grey.
Un solo empujón basta para que el mueble se despegue de la pared, el peso de los libros haciendo que se tambalee un poco y que tenga qué parar para estabilizarlo.
—Es más fácil si le quitas los libros —sugiero—. Pero tu jefe, el maniaco del control, los quiere en el mismo orden en el que estaban antes.
Christian gira para mirarme con una sola ceja arqueada.
—¿Qué? —digo bajito.
—¿Maniaco del control? —su ceja sigue alzada.
—Pues si, lo eres mi amor.
Y amo eso de ti.
Nuestro juego de miradas se ve interrumpido por el golpe seco de la pila de libros que Jason derriba, evitando mi consejo de retirar los libros. Christian pone los ojos en blanco.
—No finjas que no disfrutas esto —me acusa—. ¿Qué sigue? ¿Ponerlo a lavar el auto?
Si. Y podar el césped de toda la casona con ese estúpido carrito que se atasca todo el tiempo. Por suerte para él, no tiene costosa manicura qué cuidar.
Ignoro a mi esposo y al hombre rubio gruñón que sigue arrastrando muebles para revisar el boceto que hice de las renovaciones, justo como acostumbraba hacerlo papá en su taller. Cuando era niña pasaba horas viendo a la diseñadora elaborar estos dibujos.
—Tengo una duda —la voz de Christian me saca de mis pensamientos—. Si estudiaste literatura inglesa, ¿Por qué no ejercerla?
—No. —esa es una respuesta fácil.
—¿Por qué no? —insiste.
Suspiro antes de mirarlo y bajar la voz para que nadie más me escuche.
—Ya te lo dije, estudié mientras cumplía la edad necesaria para casarme —o eso es lo que dijo mamá—. Realmente nunca presté atención, si quisiera hacer algo referente a eso, no sabría por dónde empezar.
Hace una mueca con sus bonitos labios, seguramente preguntándose por qué perdí tanto tiempo de esa manera, decido aclarar el asunto.
—Iba a casarme con Paul, no necesitaba estudiar realmente. Tendría un esposo rico que me mantendría.
Sus cejas vuelven a arqueárse, pero una sonrisa divertida se esconde en ese gesto.
—Tienes al esposo rico, Anastasia. Multimillonario sería una mejor descripción para mí fortuna.
Uy, mamá amaría llamarlo de esa forma.
—Entonces creo que logré mi objetivo inicial —mantengo también la sonrisa divertida mientras me acerco a él—. Aunque prefiero decir que tengo un esposo que amo y admiro mucho.
Su sonrisa se convierte en sorpresa, acortando más la distancia entre nosotros como si fuera a besarme. Y quiero que lo haga.
—Yo también te... —el sonido de cristal rompiéndose me sobresalta.
Y a él, que tiene qué girar más la cabeza para mirar a Taylor y la mesita donde antes estaba un jarrón de cerámica que compré en Londres como recuerdo.
—¡Taylor! —chillo—. ¡Dije que con cuidado! Ahora necesito otro de esos jarrones para completar mi diseño.
El hombre rubio está a punto de protestar cuando su jefe levanta la mano para que se detenga, le hace una seña para que salga y nos deje solos.
—Nena, si vas a seguir con esto de los diseños de interiores, me temo que necesitarás ayuda profesional y no la de Taylor.
—Lo sé. —suspiro—. Cuando tenga clientes reales contrataré un equipo, mientras puedo hacerme cargo yo misma.
—Y deja de molestar a Taylor. —me regaña.
—¡Bien! Pero que sepas que le quitas la diversión a todo, Christian.
Él se ríe, volviendo detrás de su escritorio para continuar con su trabajo. La puerta es golpeada un poco, luego Andrea entra seguida de Taylor y un trabajador de limpieza, que recoge las piezas del jarrón.
—Será mejor que revise los cambios en mi diseño antes de que Taylor rompa más de las piezas —eso le saca una pequeña sonrisa, lo que me recuerda una cosa—. Christian, ¿Querías decirme algo?
Hace una mueca de confusión.
Hmm.
—Bien.
Tal vez lo imaginé...
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