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Capítulo 40. Grey.

—¿Estás lista? —pregunto a Ana y ella asiente.

Dejo la propina en la mesa y me levanto para apartar su silla, luego le hago una seña para que camine delante de mi hasta que salimos del restaurante.

—¿A dónde quieres ir?

Ella mira a ambos lados de la calle y se encoge de hombros. Taylor y Gail esperan también, llevando las bolsas de las compras de Ana.

—Preferiría regresar al hotel, ¿Te parece bien?

Es mi turno de asentir. Cuando volteo para mirar a Taylor, ella toma mi mano y la presiona con fuerza, su rostro casi tocando mi brazo.

Sé que tiene miedo, sé que perderse hace dos días la dejó muy asustada. Pero ella necesita salir de su caparazón y volver a ser la confiada chica que conocí. Tengo qué recordárselo.

—¿Hay algún otro lugar que te gustaría conocer? Ya estamos en aquí, podríamos tomar un vuelo hasta Italia o Grecia, incluso Londres.

Sus ojos azules brillan por un momento.

—Me gustaría Londres. —susurra—. Cuando estaba estudiando literatura inglesa me imaginaba visitando esos magníficos lugares.

Eso me hace sonreír, porque veo que algo le apasiona además de la moda.

—Londres será.

—Pero Christian, ¿No tienes qué regresar a la empresa?

—Soy el jefe, yo decido cuando volver. Y eres mi esposa ahora, lo que tú quieras es más importante.

Sé que dije las palabras correctas cuando ella suelta mi mano y se cuelga de mi cuello para besarme, un pequeño beso en los labios pero tan espontáneo y genuino que me hace sonreír.

—Gracias por decirlo, estoy lista para ir a Londres ahora.

—¿Ya?

—¡Si! ¡Ya! —chilla—. Estaré feliz de ir a dónde puedo comunicarme con otras personas  si me pierdo.

Me suelta y vuelve a tomar mi mano, tirando un poco para que comience a caminar.

—Bueno, realmente preferiría que no vuelvas a perderte. En todo caso, mi empresa fábrica chips de rastreo que...

—¡No! —sus pequeñas cejas se fruncen—. No permitiré que pongas nada en mi cuerpo.

—Eso es negociable.

Apoya las manos en la cadera sin soltar la mía y puedo ver el rubor en sus mejillas. Ella lo entendió, así no tengo qué explicar el asunto de los niños.

Ella me ignora cuando comienza a caminar de vuelta al hotel, seguramente emocionada de estar fuera de Francia. Taylor se encarga de alistar todo para nuestro próximo vuelo.

—¿A cuál hotel vamos a llegar? —pregunta Ana cuando se sienta a mi lado en el jet.

—No lo sé, Andrea se encarga de las reservaciones en este momento. —aprovecho el momento para retomar el tema—. Ana, ¿Tienes planeado algo sobre lo que deseas hacer?

—¿En dónde? ¿En Londres? —sus cejas se arquean por lo imprevisto de mi pregunta.

—Me refiero a lo que deseas hacer cuando volvamos a Seattle, ¿hay algo que llame tu atención?

—¿Cómo en un trabajo? —sus manos presionan con fuerza en el descansabrazos—. Bueno, no lo sé aún, no tengo nada planeado. ¿Quieres que te ayude con algo de tu empresa?

—No, pero me gustaría apoyarte en lo que tú quieras, aunque no sé cuál es tu área de interés.

Finalmente ella sonríe, supongo que tiene algunas ideas en mente, a menos que de verdad planeara ser una ama de casa de tiempo completo.

—Incluso si quieres quedarte en casa —aclaro—. Podría ser aburrido, pero supervisarías a Gail y las compras, tal vez la decoración y cualquier otro asunto de la casa.

Parece pensarlo por unos segundos, luego niega ligeramente con la cabeza.

—Pensaré en algo. Le mostraré a mi madre cuán equivocada está conmigo.

Esa es mi chica.

—Bien.

Me recuesto por fin en el asiento y duermo un poco esperando que eso aligere el viaje hasta nuestro destino.

El jet se detiene por fin dentro del hangar y Jason se apresuran a tomar las maletas. Ana vuelve a aderrarse a mi mano tan pronto como bajamos.

—Estaba pensando en que podría ser tu chofer de nuevo —dice de la nada—. Puedo conducir y tú necesitas ir de un lado a otro, yo puedo hacerlo.

Dios, no.

—¿Y que Taylor sea despedido? —bromeo—. No puedo permiri eso, Ana.

Sus labios se fruncen en un puchero.

—¡Yo conduje antes para ti! —chilla—. ¿Ahora ya no puedo hacerlo?

Exhalo un pequeño suspiro.

—Antes eras mi empleada, te pagaba por ello. Y también creía que eras un chico, nena. Eso definitivamente te descalifica para cualquier trabajo futuro.

—¿Por ser una chica?

—Mentir en tu solicitud de empleo —evito poner los ojos en blanco—. Ya no eres mi empleada, eres mi esposa y Taylor el chofer. Consigue otra actividad.

Ella deja el tema cuando subimos a la camioneta que se rentó para transportarnos hasta el hotel Shangri-La, demasiado emocionada con el paisaje como para seguir discutiendo.

—¡Vaya! ¡Esto es asombroso! —chilla pegada a la ventana—. ¡Puedo ver el puente de Londres!

Ella parece una niña pequeña y me pregunto por qué sus padres no la trajeron de vacaciones antes, si tanto presumían de su posición económica. Tal vez de verdad esperaban que tuviera un esposo que se hiciera cargo.

Solo ese pensamiento me hace enojar, porque significa que ellos estarían de acuerdo con casarla con cualquier imbécil como Paul Clayton, sin importarles los deseos de su única hija.

—¿Es ahí? —chilla de nuevo, sacándome de mis pensamientos—. ¡Es precioso, Christian!

Baja del auto tan rápido que toma desprevenido a Jason y se detiene en la acera para mirar la fachada del edificio. Conociendo a Andrea, ella reservó si o si la suite de lujo.

—Me alegra que te guste, —digo cuando bajo tras ella—. Y espera a que veas la vista desde nuestra habitación.

—¿Si? —de nuevo esa expresión de asombro—. Un momento, ¿Cómo lo sabes? ¿Ya has estado aquí antes?

Me mira ahora con los ojos entrecerrados y lo que creo es una pizca de celos.

—Si. Pero fue un viaje familiar, nena. Nada de qué preocuparte.

Su gesto se suaviza y se lanza de nuevo a mis brazos para besarme, sujetando mis mejillas con sus pequeñas manos.

—Gracias por traerme aquí, Christian. Ahora llévame a nuestra habitación.

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