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Capítulo 4.

Mi primer día de trabajo.

Acomodo la peluca y el flequillo debajo, asegurándome que mi cabello corto no sobresale y bajo de mi auto.

El plan es sencillo: entro ahí, espero a que Grey se vaya y luego busco en su oficina o su habitación. Pan comido.

Paso la reja negra y me acerco a golpear la puerta, pero antes d que pueda hacerlo el hombre rubio aparece por un costado de la casa.

—Llegas tarde. —gruñe.

—¿Tarde? Apenas son las 8:00. —señalo mi reloj.

—El señor Grey baja a tomar el desayuno a las 7 y es la hora en que da instrucciones. Procura llegar temprano mañana.

No puedo evitar la mueca.

—Si, señor.

—Sígueme. —señala, así que lo sigo por la parte exterior hacia la parte de atrás.

Creí que entraría a la casa de Grey, o que por lo menos pasaría la puerta principal. Pero no, la casa tiene una sección de empleados en la parte trasera.

El tipo rubio entra por una puerta pequeña donde se encuentra una sala comedor bastante sencilla.

—Ahí está tu uniforme, —señala una silla con un horrendo traje gris. —Tienes exactamente 12 minutos para desayunar.

¿Qué?

La mujer rubia Gail entra a la cocina sonriéndome y asiente hacia un plato sobre la encimera.

—Buen día, Andrew. Te hice el desayuno.

Apenas comí algo en casa, así que tomo asiento frente al plato, estúpidamente creyendo que tendría waffles o tortitas de mermelada como acostumbro comer en casa, pero la cosa pastosa color blanco y las verduras no lucen apetecibles.

—Señora Jones, asegúrese de servirle al pequeño Andrew más carbohidratos, está más flaco que una varita.

¿Flaco? Intento no sonreír.

—Tonterias, Jason. No todos están construidos como tú, con músculos grandes y... —susurra algo bajito.

Eww.

¿Acaso ellos...?

—Se acabó el tiempo, chico. —el rubio tira del cuello de mi camisa. —Ponte el uniforme porque llevaremos al jefe a la oficina.

—¿Qué? No, no. Yo me quedo. —chillo.

—No. Vas a la jodida oficina de Grey y firmas los putos papeles. ¡Y ponte el puto uniforme!

¡Agh!

Tomo el asqueroso traje gris de la silla y voy al cuarto de baño que señala la señora rubia. ¡Y por supuesto que el traje me queda enorme! La camisa es demasiado larga, los pantalones me quedan grandes y la corbata parece una correa.

—Oh, Dios mío, Andrew. —Gail ríe. —Lo ajustaremos un poco cuando vuelvas, ¿Está bien?

—Si... Gracias.

Taylor, o como prefiero llamarlo perro viejo, gruñe algo sobre estar retrasados otra vez así que lo sigo de nuevo por la puerta y hacia el auto.

Abre la puerta justo a tiempo para que su arrogante jefe suba, sin mirarnos porque va demasiado ocupado tecleando algo en el móvil. Taylor hace una seña para que suba al lado del copiloto.

—¿Puedo preguntar...?

—No. —me interrumpe.

—¿Pero si quiero hablar con el señor Grey?

—No. —gruñe más fuerte. —No tienes nada que discutir con él, lo que sea que quieras saber, me preguntas a mi.

—¿Tú eres mi jefe?

—Si. Ahora cierra la jodida boca.

Estúpido Taylor.

Conduce hasta el edificio de Grey en el centro de Seattle, bajando al estacionamiento subterráneo y deteniéndose en el puesto junto al ascensor.

De nuevo Grey baja sin mirarnos o agradecernos por traer su arrogante trasero hasta aquí y sube al ascensor.

—¿Ahora qué? —pregunto cuando se fue y Taylor me lanza una mirada irritada.

—Subimos a la oficina del abogado de Grey y firmas el contrato de confidencialidad, luego te mantienes ocupado y fuera de mi camino hasta que sea hora de irnos.

¿Y mi almuerzo?

—¿Por lo menos puedo tomar un bocadillo? —lo sigo hasta otro pequeño elevador un poco más escondido.

—Tomarás un descanso cuando yo lo diga, y bajo mi vigilancia. No te quiero vagando por la empresa.

Idiota.

—¿Debería llevar una placa con mi nombre? —me burlo. —En caso de que me pierda.

Gruñe algo que no alcanzo a entender por el timbre del ascensor cuando las puertas se abren, no sé qué piso es pero hombres y mujeres en traje caminan de un lado a otro.

—Camina.

Lo sigo como un pequeño perro asustado por el pasillo, hasta que se detiene en una puerta. Golpea dos veces antes de entrar sin esperar una respuesta.

—Stuart, nuevo empleado. —me señala. —Nuevo empleado, el señor Stuart, abogado del señor Grey.

—Ho... Hola. —saludo torpemente, tratando de no sonreír.

—Es muy joven, Taylor, ¿Ya nadie quiere trabajar contigo? —se ríe.

—Cállate. La señora Jones quería un ayudante para la casa y le dijo a Grey que encontraría a alguien ella misma. —el perro viejo me mira de arriba a abajo con fastidio. —Esto es lo único que encontró.

¿Perdón?

¿Ésto?

¡Rubio idiota!

—Como sea, tú y Grey saben lo que hacen. —me sonríe un poco antes de poner unas hojas sobre el escritorio, luego señala el bolígrafo. —Tu nombre completo en todas las hojas y al final del documento. ¿Tienes alguna identificación a la mano?

—No, señor.

—Entonces tráela la próxima vez que vengas por tu cheque.

Garabateo el nombre Andrew Morrison y una forma borrosa antes de regresar el documento. Sin mirarlo, el abogado lo coloca en una carpeta y lo archiva en un cajón enorme detrás de él.

¿Cuántos contratos de esos guarda ahí?

—Mueve el culo, chico.

Taylor se aleja sin despedirse del hombre y lo sigo de vuelta al ascensor. Esta vez, presiona el último botón que lleva al garaje y esperamos en silencio.

—¿Ya puedo volver a la casa? —pregunto.

Él sonríe.

—No.

—¿Y entonces qué hago?

Las puertas metálicas se abren y sale rápidamente, deteniéndose al lado del auto de Grey.

—Toma una cubeta, ahí está el cepillo y el jabón.

—¿Qué?

—Vas a lavar el puto auto, ahí tienes todo lo que necesitas.

¿Yo? ¿Lavando un auto? ¡Ni siquiera lavo el mio!

—Pero yo...

—Date prisa, chico. —señala su reloj. —Grey pide su almuerzo del restaurante del Fairmont todos los días.

Se aleja lo suficiente para no tener que mirarme y enciende un cigarrillo. Yo me quedo ahí confundida, sin saber si comenzar a llenar la cubeta o mandar todo al diablo.

—Hazlo por Paul, —me recuerdo. —Cuando sea la señora Clayton, me aseguraré que nadie le de empleo a Jason Taylor. ¡Lo juro!

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