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Capítulo 39. Grey.

—¿Ana?

Estiro el brazo para sentir su lado de la cama vacío y frío, lo que significa que de nuevo está en el baño arreglándose el cabello para que parezca que es perfecta incluso para dormir.

Despabilo un poco y me deslizo fuera de la cama, buscando mis pantalones de chandal y listo para actuar sorprendido cuando vea a mi bella esposa salir del baño.

—¿Ana? —repito, porque no se escucha ningún ruido.

Voy a la puerta y la abro, encontrando todas sus cosas en perfecto orden, ella no está en la habitación. ¿Estará con Gail? Vuelvo a la mesita de noche y marco el número de habitación de Jason.

—¿Si? —contesta inmediatamente.

—¿Ana está con Gail? —su silencio es un poco más largo que de costumbre.

—No, señor.

¿Qué carajos?

Giro para mirar sobre la mesa del tocador donde deja su bolso, que tampoco está. Debió haber salido.

—Buscala en el restaurante y pregunta en recepción si la vieron salir, no está su bolso. Si es necesario, pide que revisen las cámaras de seguridad.

No espero a que confirme mi orden, cuelgo la llamada y voy cambiar el pantalón de chandal por jeans y una camiseta oscura en caso de que tenga qué salir.

Estoy abrochando los zapatos cuando mi puerta es golpeada dos veces.

—¿Señor Grey? —es Gail quien se encuentra en el pasillo—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar?

—Si, quédate —vuelvo al buró para tomar mi reloj y cartera—. Si Ana regresa, llama a recepción. Estaré abajo con Taylor.

Ni siquiera recuerdo si cerré la puerta de la habitación, voy directo al ascensor y luego al vestíbulo para encontrarme con Jason.

El portero y un hombre de seguridad hablan con él, la recepcionista haciendo de intérprete para todos.

—Señor —me llama apenas me ve—. La señora Grey preguntó si había tiendas en la zona, creemos que pudo salir de compras.

Asiento, sin estar completamente convencido de esto. ¿Salir de compras sola?

—Habla con Andrea, rastreen la tarjeta de Ana y revisa si hizo alguna compra en una tienda cercana.

Lo veo alejarse con el móvil pegado a la oreja y yo voy a la acera, mirando a ambos lados de la calle del Hotel Boscolo Exedra. ¿A dónde carajos pudo haber ido?

Regreso mis pasos hasta la recepcionista del hotel.

—¿Dónde está la tienda de ropa más cercana? Vestidos, zapatos, joyería... —si conozco a mi esposa como creo que lo hago, está comprando algo que vio en nuestro camino desde el aeropuerto.

—A unas tres cuadras, señor. Esa zona está llena de tiendas de diseñador.

Mierda.

Taylor regresa con el rostro serio, niega antes de que pregunte y le pido que traiga el maldito auto. Lo mejor que podemos hacer ahora es dar algunas vueltas en las zonas cercanas.

Jason da algunas vueltas en las calles aledañas, conduciendo lentamente cada vez que encontramos a alguna chica. Cuándo vuelve a pasar por el frente de nuestro hotel, Gail está ahí hablando con algunos policías.

—Ve ahora en la otra dirección —le pido, sin saber que más hacer.

Conduce por un par de calles, luego da vuelta en una menos concurrida. Y ahí, sentada en una jardinera y llorando, está Ana.

—Es ella —la señalo.

Taylor apenas estaciona cuando ya estoy bajando del auto, yendo directo a mi esposa, acurrucada y abrazando su bolso.

—¿Anastasia?

—¿Christian? —levanta su cara sonrojada hacia mi—. ¡Christian!

La abrazo tan pronto como llego a ella, suspirando de alivio al saber que está bien. Ella deja ir el bolso y pasa sus brazos por mi cuello.

—¿Qué tan tonta soy? ¡Me perdí! —solloza—. No encontré el camino de vuelta al hotel.

—Shh, nena, está bien. Estoy aquí.

La cargo en mis brazos hasta el auto, sintiendo su pequeño cuerpo contra el mío y sus manos temblorosa, no sé si por el miedo o el llanto.

—Me perdí como si fuera una niña, Dios... —se pega más a mi pecho—. Y no sabía qué hacer, como llamarte. Me sentí tan indefensa.

Quiero decirle que es su culpa por salir sola, pero también entiendo la necesidad de independencia. Para una chica que creció protegida como ella, hay muchas cosas que le hace falta experimentar.

Sus sollozos se reducen mientras nos acercamos al hotel, Jason estaciona justo en la puerta para que yo baje con Ana aún en mis brazos hasta el ascensor. Por el rabillo del ojo veo a Gail tomar el bolso de Ana de manos de Taylor.

—Lo sé, nena —digo cuando las puertas del ascensor se cierran—. Tienes qué prometerme no desaparecer de esa forma, nunca. Creí que algo te había pasado.

Tengo que bajarla frente a la puerta para buscar la tarjeta electrónica y deslizarla dentro del lector. Ella parece recordar algo en ese preciso instante.

—Dios, si, ¡Mi bolso! —chilla—. ¡Perdí mi bolso!

Gail lo levanta para que ella lo vea y se excusa con una pequeña sonrisa que Ana no mira porque está buscando algo en su bolso.

—Lo siento mucho, yo salí porque quería comprar algo —la guío hasta el sofá para que se siente—. Era una sorpresa que salió terriblemente mal.

Hace un pequeño puchero con los labios, sus ojos rojos por el llanto y las mejillas manchadas de maquillaje.

—¿Sorpresa? —pregunto. Ella toma una cajita del bolso y me la muestra.

—Quería darte un regalo, Christian.

¿Hizo esto por mi?

—Nena, no necesito un regalo cuando te tengo a ti.

Y lo digo en serio. Esta chica tiene todas las actitudes que siempre me parecieron molestas en otras mujeres, ¿Pero en ella? Sigo creyendo que es la mujer más hermosa que he visto y quiero protegerla.

Porque es mía.

Tomo la caja que me ofrece y veo los gemelos plateados en forma de flor de lis, aún sorprendido porque ella pasó por todo esto solo para darme un regalo que pagó con su propio dinero, por eso no pude rastrearla.

—Son perfectos, gracias Ana.

Ella sonríe y yo lo hago en respuesta, sintiendo el impulso de besar a mi mujer. Dejo la caja sobre la mesita de café para besarla y llevarla de vuelta a la cama, de dónde no debió haber salido.

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