Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 30.

—¿Te gusta el cereal? Podríamos llevar algo de avena o frutos secos —Gail levanta la caja del estante para mirarla—. ¿O prefieres el que lleva almendras?

—Trocitos de chocolate.

Gail sonríe dejando la caja y buscando la otra, mi cereal favorito entrando al carrito de las compras. Por suerte es el final del pasillo.

—¡Oh, mira! —chilla girando por el siguiente pasillo, los artículos de limpieza—. ¡Este suavizante es el favorito del señor Grey!

Genial.

¿Grey no tiene a alguien que haga estas cosas? ¡Es millonario, por amor de Dios! Podría tener una compañía de limpieza que haga todo esto sin mover un solo dedo.

—Ana, ¿Cuál te parece que es mejor? —abre una botella azul y la abre, luego toma una amarilla y hace lo mismo.

—No lo sé, Gail —me quejo con un puchero—. Nunca tuve qué elegir el suavizante o el jabón, o lavar mi ropa.

Me da igual si Grey prefiere olor a días de primavera o sueños lavanda. ¡Qué idiotez!

—¿Nunca lo hiciste? —sonrie, poniendo el azul dentro del carrito que empujo—. ¿Alguna vez quisiste ser independiente?

—¿Ah? —me señalo—. No. Papá puede seguir pagando mis tarjetas todo el tiempo que deseé.

Sus cejas rubias se fruncen en desacuerdo.

—Pero ahora tienes un trabajo —señala el horrendo uniforme—. Estoy segura que el señor Grey te paga bien y puedes comprar tus cosas.

Pero no quiero.

Mamá dijo que mi esposo tendría que hacerse cargo de mi y mis necesidades, que hasta entonces era responsabilidad de papá. Por eso ambos se alegraron cuando me comprometí con Paul.

—Lo estoy guardando para una emergencia. —señalo con desición. Rebajas en Channel o algo parecido.

—Bueno, deberías pensarlo cariño. No querrás salir de un divorcio con las manos vacías.

Una incómoda sonrisa se estira en sus labios y gira para seguir caminando, la sección de jabones terminando para comenzar los artículos de higiene.

—¿Te gustaría ver algo más? ¿Tal vez un nuevo conjunto para estrenar?

¿De una tienda de autoservicio? ¡No!

Gail mira mi expresión, luego levanta la mano para ver el reloj en su muñeca.

—De cualquier forma ya es tarde, debemos volver a Broadview.

La sigo por el pasillo hasta que finalmente se dirige a las cajas de cobro, tomando una American Expréss en color negro de su bolso.

Cómo buen asistente que soy, pongo las compras dentro de la bandeja para que el cajero las marque. Gail sigue sonriendo cuando desliza la tarjeta para hacer el cobro.

Empujo el carrito hasta el auto y subo las compras en la cajuela, demasiado cansada como para quejarme. La señora Jones también está muy callada, por lo que decido hablarle.

—¿Qué habrá para la cena? —pregunto abrochando el cinturón de seguridad—. ¿Puedo tomar de ese delicioso vino tinto de ayer?

Ella sonríe un poco.

—Seguro que si.

Estoy cansada. Mi vista comienza a nublarse cuando nos acercamos a la casona, los últimos rayos del sol dificultándome ver el camino.

—Necesito esa copa de vino y un baño de burbujas.

Si tan solo el viejo Taylor pudiera traer su trasero aquí y sacar las bolsas, yo podría tomar ese baño. Paso la reja de la entrada y estaciono junto a la puerta para bajar las compras aceptando el hecho de que soy yo quien fue contratado para hacerlo.

—¿Necesitas ayuda? —es Gail quien se ofrece.

—No, está bien. Las llevaré.

Tomo dos bolsas ligeras en mis brazos, sabiendo que tendré que dar más vueltas para cargar menos peso. Las llevo hasta la encimera de la cocina para que mi amiga Gail pueda acomodarlas.

Voy al auto y tomo dos bolsas más, tropezando con la cabezota rubia de Taylor cuando intento pasar por la puerta principal.

—Mueve el auto de la entrada y llévalo al garaje. —gruñe sin saludarme.

—¡Ya voy! ¡No he terminado con las bolsas! —chillo con las manos al aire.

Jodido Taylor.

¿Por qué sigue tratándome como si fuera el inútil Andrew?

Llevo las últimas bolsas a la cocina y camino de vuelta con las llaves en la mano para mover el maldito auto. Casi llego a la puerta cuando se atraviesa.

—Dame eso, niña —me quita las llaves—. El señor Grey te necesita en el patio.

Se da la vuelta y sale, dejándome ahí parada. La señora Jones aún está en la cocina cuando sigo mi camino hacia afuera.

—¿Señor Grey? —empujo el cristal corredizo y salgo—. ¡Señor Grey!

No lo veo en la mesa cercana, ni entre los arbustos cercanos. Cruzo los brazos sobre mi pecho por el aire frío y voy camino abajo hacia la vista del Puget.

—¿Señor Grey? —intento de nuevo.

Una luz se observa desde el borde del jardín, algo parecido a una plataforma cubierta de flores y luces entrelazadas la iluminan. Y ahí sentado está Christian.

—¿Señor Grey? —hablo fuerte para que sepa que me acerco—. ¿Qué es todo esto?

Gira en el banco para mirarme, exhalando fuerte antes de ponerse de pie. ¿Es otra de esas citas?

—No sabía cuáles eran tus flores favoritas, así que pedí una de cada variedad —señala los arreglos que rodean la plataforma, las diminutas luces led alumbrando sus colores.

—¿Por qué me compró flores? —mi cabeza se inclina con curiosidad.

—Quiero hacer esto bien.

Se inclina hasta apoyar una rodilla en el piso, la otra flexionada sobre la plataforma de madera. Me distraen las luces y las flores que corren por las columnas hacia el improvisado techo.

—¿Hacer bien, qué? —mis ojos vuelven a él, arrodillado y sosteniendo una caja de terciopelo azul con mi logo favorito.

—¡Ay, por Dios! —mis manos cubren mis mejillas—. ¿Qué está haciendo?

La tapa se abre y un enorme diamante cuadrado brilla hacia mi, definitivamente más hermoso que la baratija de Paul.

Un momento.

¿Está proponiéndose?

—Anastasia Rose Steele —sus cejas se fruncen ligeramente—. Sé que nos conocemos poco y hemos tenido un par de citas desastrosas, pero quiero decir que me cautivaste desde el momento en que te vi.

¿Se refiere a la gala de los Kavanagh? ¿A la de sus padres?

—Y aceptémoslo, ese uniforme gris no es nada favorecedor.

¿Le gusté siendo Andrew?

—Señor Grey... Christian... —mi cabeza niega antes de que lo pronuncie—. ¿Está seguro de esto?

—Si.

Tengo miedo. ¿Y si después decide que soy demasiado caprichosa para ser su esposa? ¿Me dejará?

—Nena, —toma mi mano en la suya—. Estaremos bien, lo prometo.

Miro a sus ojos grises, la calma que transmiten me tranquiliza. Y voy a aceptar porque le creo.

—Si. Acepto.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro