Capítulo 13. Grey.
—Me merezco un trago, —gruño cuando tomo el vaso del mesero—. He bailado con todas esas chicas y ya estoy harto.
Carrick hace una mueca de indiferencia al tiempo que encoge los hombros.
—Apenas 12 chicas, Christian. No es para tanto.
¿No?
—¿Y por qué no bailas tú con ellas? —me quejo.
—Lo haría, pero no soy yo a quien tratan de emparejar. Y dudo que tu madre aprecie la sugerencia.
Ambos miramos a Grace acercarse con una mujer de antifaz extravagante de pedrería y plumas.
—Carrick, Christian, quiero presentarles a Carla Steele que nos acompaña hoy con su esposo Raymond y su hija.
Mierda.
—Mucho gusto, señora Steele —Carrick estrecha su mano—. Bienvenida al baile de nuestra fundación.
Yo solo asiento porque no quiero tener contacto con nadie más en los próximos minutos. Estoy demasiado irritado para ser amable.
—Es un gusto conocerlos, por fin. Mi familia y yo estamos muy agradecidos por ser tomados en cuenta.
—Me alegro tanto, —Carrick le sonríe—. ¿Su esposo está por aquí?
—En la barra —señala ella—. Dice que el licor es exquisito.
—Lo es. —digo, la primer cosa con la que estamos de acuerdo.
—¿Y tu hija? —Pregunta mi madre.
Carajo, ¿No se aburrió ya de este asunto de la casamentera?
—Debe estar por ahí, con su novio. —La señora Steele mira sobre su hombro al mismo tiempo que una chica se acerca.
Su vestido plateado cae de su estrecha cadera, los brillos atrayendo la atención hacia ella. Se detiene un par de mesas más atrás como sí de pronto sintiera vergüenza de acercarse.
—¡Annie! —chilla la mujer.
Un momento. Es la misma mujer de hace rato, ¿Y ella es su hija? ¿La pobre chica que acaba de quedarse sin auto? Tengo qué presionar mis labios para no reír.
La chica gira sobre sus talones, pero su madre se apresura a tomarla del brazo para impedir que se aleje y la arrastra hacia nosotros.
—Anastasia, saluda por favor a los Señores Grey, y a su hijo.
La chica levanta su mano en un gesto incómodo pero sonríe.
—Mucho gusto —carraspea un poco—. Disculpen, por favor. Alguien me está esperando afuera.
Camina tan rápido entre las mesas que choca un par de veces con las personas que observan los bailes.
—Pobrecilla, está tan nerviosa. —mi madre susurra, haciendo sonrojar a la señora Steele.
—Yo hablaré con ella.
Rodeo las mesas para acortar la distancia y la detengo justo en la entrada.
—Señorita Steele, —chilla cuando sostengo su muñeca.
—¡Señor Grey! ¿Qué hace?
Puedo sentir la tensión en su cuerpo, su brazo rígido porque no la dejo ir.
—Quiero decirle que lo sé, escuché todo.
La pobre chica se estremece, palideciendo un poco más bajo la luz de las lámparas que alumbran la entrada.
—Señor Grey, yo...
—Es mi culpa, en realidad. No quise escuchar lo de su auto pero no pude evitarlo. Siento tanto que su madre dispusiera de ese dinero. —siento que ella podría desvanecerse justo en mis brazos—. Espero que obtenga ese auto que desea.
—¿Ah? ¿El auto? —sus mejillas se sonrojan levemente, tirando de mi mano para que la suelte—. ¿Escuchó todo el asunto del auto?
Ella se acerca un poco más a la pared para recargarse, la luz iluminando su rostro y esos ojos azules detrás del antifaz. Mi ceño se frunce ligeramente. Esos ojos...
Vuelvo a sujetar su brazo para que me siga dentro del salón.
—¿Señor Grey? —chilla cuando la llevo conmigo.
—Necesita sentarse, no se ve bien. —miento.
El color de sus ojos me resulta extrañamente familiar. Mierda, ahora no dejo de pensar en Andrew.
—Pero mi novio —señala el exterior—. Podría estar buscandome.
—Entonces llevémosla a un lugar donde pueda verla claramente.
A lo lejos, Grace y Carrick observan con atención como llevo a la chica Steele al centro de la pista de baile. No era el plan inicial, pero necesito observarla bien.
—¡No! ¿Qué van a pensar de mi?
Ignoro sus quejas porque no tienen sentido. ¿Pensar de ella? ¡He bailado con cada jodida chica soltera de la fiesta! ¡Soy yo el que se volvió un puto chisme!
—Nadie va a decir nada —gruño cuando la sostengo en mis brazos—. Eres solo una chica más con las que me pidieron bailar.
—¡Pero yo no puedo hacer esto! Mi novio Paul...
—Solo estamos bailando, —respondo con molestia porque ella sigue pareciendo un ciervo asustado.
—Es mi prometido. No debería estar haciendo esto con usted.
Sus pequeñas manos se apoyan en mis hombros pero no me aparta, se mueve conmigo lentamente al ritmo de la música.
—No veo ningún anillo. Si él no quiere que nadie te toque, debería poner uno en tu dedo.
Algo en mis palabras la molesta, porque levanta la mirada y frunce las cejas, sus labios apretados con fuerza.
—Tengo un anillo.
—¿Ah, si? ¿Y en dónde está? —me burlo—. ¿Alguien más aparte de ti puede verlo?
—¡¿Cómo se atreve?! —golpea mi hombro con sus finos dedos.
Me sorprende que no lleve esas jodidas uñas largas como garras que usan las otras chicas.
—Es una pregunta válida, ya que presumes estar comprometida pero no tienes un anillo. —sonrío mientras bailamos—. Y ya que lo mencionas, ¿En dónde está ese prometido?
Puedo ver sus ojos azules moverse por debajo del antifaz, buscando entre los asistentes. Aprovecho el momento para mirar esos labios que me resultan muy familiares.
—¿Y bien?
—Tal vez aún no llega. O podría estar afuera con el resto de los chicos, bebiendo.
—¿Y dejando a su indefensa novia en las garras de un atrevido? Lamento decir que no hace un buen trabajo cuidando de ti.
Finalmente ella sonríe y lo sé. Simplemente lo sé. O estoy volviéndome loco. O ambos.
¿El humilde Andrew podría no ser tan humilde? ¿Y si es solo una chica rebelde?
Antes de que pueda confirmarlo, sus ojos se abren en pánico y se aleja tan rápido que se escapa de entre mis brazos.
Pero no puedo dejarla ir, no así. La sigo hasta el exterior donde ella camina entre los autos, buscando desesperadamente o simplemente alejándose.
—¡Señorita Steele! —la llamo pero no se detiene—. ¡Señorita Steele!
Corro más rápido, y tan pronto como puedo sujetar su brazo, tiro de ella hacia mi y la beso.
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