Capítulo 1.
—¿Annie? Nena, tienes qué desayunar.
—¡No quiero!
Mamá golpea la puerta de nuevo e intenta girar la perilla, pero el seguro impide que se abra. Solo han pasado dos días desde esa horrible fiesta y lo de Paul.
—Hija, tienes que salir de ahí. No puedes estar encerrada para siempre.
—¡Puedo intentarlo!
Abrazo con más fuerza la almohada de corazón que me regaló Kate hace años y espero a escuchar los pasos de mamá que se alejan. El problema es que otros pasos se acercan.
Carajo.
—¿Pastelito? Tienes que salir de ahí ahora, —Papá exige esta vez—. Si no bajas en este instante voy a cancelar tu tarjeta de crédito.
Más carajo.
—¡Ya voy!
Golpeo los pies contra el colchón en un pequeño berrinche y me levanto de la cama arrastrando los pies para que ambos sepan lo indispuesta que estoy a salir de mi refugio.
No solo Paul me engaño, también me humilló al preferir a una simple camarera para hacerlo, ¡A mí!
—Bastardo idiota. —Abro la puerta, encontrándome de frente con mi padre.
—Pastelito, mejor que esa palabra jamas salga de tu boca de nuevo, ¿Entendiste?
—¡Papá! —Chillo. Me lanzo a él y me aferro a su cuello—. ¡Estoy mal! ¡Mi prometido me engaño! Debería irme unos meses a Nueva York o algún lugar alejado.
—No, cariño —Se ríe—. Te quedas y lo enfrentas como una Steele, con dignidad.
—Bien. Pero quiero un vestido nuevo.
Ray me empuja por el pasillo hasta la escalera con una extraña expresión en su rostro. Antes de que pueda preguntarle, mamá aparece con un jarrón de rosas blancas.
—Annie, Paul te mandó un obsequio.
Deja el jarrón sobre la mesita y señala con la cabeza para que mire en la sala, más arreglos de rosas y flores de colores por todos lados.
—De verdad parece arrepentido, —Ella toca mi hombro—. Deberías hablar con él, nena.
—No, no lo hagas. —Papá contesta antes que yo—. Ese jodido chico debería estar arrastrándose hasta aquí de rodillas si quiere lograr algo de mi hija.
—Raymond, ¡No seas duro con el chico! ¡Cometió un error! ¿y qué? Todos los hombres lo hacen.
¿Qué?
—¿Todos los hombres engañan? —Balbuceo confundida. Carla vuelve a palmear mi hombro.
—Los hombres cometen errores.
—Entonces menos lo quiero cerca de Annie, —Papá insiste—. No quiero a nadie menos que perfecto para mi pastelito.
Papá besa mi cabeza y se aleja, seguramente para terminar su café o fumar a escondidas en el patio trasero como hace siempre. Mamá suspira mirando otro arreglo enorme.
—Nena, no le des a nadie la oportunidad de verte lastimada. Paul es tu novio y eres tú la que lleva ese precioso anillo en tu dedo, así que, ¿Qué importa? Tu boda será el evento del año.
—Lo sé.
Un momento... ¿Precioso anillo? ¡Carajo! ¡Carajo! ¡Carajo! ¿En qué horribles manos cayó mi costosa sortija?
—¿Puedo llevar mi desayuno a arriba? Necesito llamar a Kate.
Carla me ignora porque sigue acomodando flores en la sala, así que tomo el plato y el jugo de naranja antes de ir de vuelta a mi habitación.
—Mierda, Kate, ¡Contesta! ¡Es una emergencia! —Chillo buscando su número en mi lista de contactos— Será mejor que estés despierta.
La voz somnolienta de mi amiga se escucha al tercer timbre.
—¿Qué? ¿Ya se te pasó el enojo?
—Si, bueno, eso y que Paul llenó mi sala con rosas.
—¡Aww! ¡Eso es lindo! —Suelta un chillido agudo—. ¿Y cómo fue la reconciliación?
—¡Ese es el problema! No puedo reconciliarme porque perdí el anillo de Paul.
—¿Qué?
—Lo que escuchas, ¡Me deshice de él! Y ahora lo necesito.
—Mierda, Ana, ¿Lo lanzaste al lago Washington?
—¡No! Lo dejé dentro del abrigo de un hombre.
Por un momento parece que Kate suspira de alivio.
—Entonces ve con el hombre y pídeselo. Dile que fue un error y bla, bla, bla...
Si fuera así de fácil.
—Bueno, no sé quién era el hombre.
Silencio.
—¿Estás jodiéndome?
—No.
—¡Ana! ¿Qué vas a hacer?
¿Es mi mejor amiga y tengo qué explicarlo?
—Kate, tus padres organizaron el evento y deben tener una lista de invitados. ¿Puedes conseguirla?
—¿Yo?
Gruño de frustración.
¡Claro que ella!
—Era un hombre elegante, bien vestido y zapatos italianos, obviamente era uno de los invitados. Consigue la maldita lista y déjame echar un vistazo.
—Bueno. Déjame intentarlo, seguramente mamá tiene una copia de la lista.
Kate termina la llamada antes de que pueda agradecerle, así que dejo el móvil para tomar el desayuno porque de cualquier forma no hay mucho que yo pueda hacer.
A mi amiga rubia le toma todo el día conseguir la maldita lista, y cuando finalmente la tiene, se aparece en mi puerta.
—La tengo. —Lanza la carpeta sobre la cama.
—¡Gracias Kate! —Tomo las hojas y las observo, tratando de encontrar alguna pista—. Ay, Dios, ¿A quién engaño? ¡Ni siquiera sé qué estoy buscando!
—¿Un hombre soltero, tal vez? ¿Recuerdas algo sobre él?
—Era alto, —Levanto la mano para señalar por encima de mi cabeza—. Un poco más que yo, y delgado, piel clara.
Kate pone los ojos en blanco.
—¿Algo más específico? Estás describiendo a casi todos los hombres en esa fiesta.
—Joven, no más de 30. Cabello un poco rizado y castaño, tal vez algo de barba y... ¿Kate? —Ella está mirando la pantalla de su móvil—. ¡Kate! ¿Estás escuchando?
—Si, si... ¿Qué más?
—Sus ojos eran claros pero de un color poco común... Como gris o algo así. —Agito la cabeza para deshacerme de la imagen que conservo del hombre.
Han pasado cuatro días, el tipo podría ser totalmente opuesto a lo que recuerdo y si es así, jamás encontraré la maldita reliquia familiar de los Clayton.
—¿Es todo? —Finalmente ella levanta la cabeza para mirarme.
—Si, es todo.
Me dejo caer a su lado en mi colchón con la mirada perdida, pensando en cómo salir del lío cuando mi amiga golpea mi hombro con el suyo.
—¿Se parece a uno de estos? —Me muestra la pantalla del movil—. Míralos bien y dime.
Su dedo desplaza las fotografías de esa noche, con todos los invitados sentados a la mesa y sonriendo con los Kavanagh a su lado.
Detengo su dedo cuando veo a un hombre, traje azúl oscuro y sin abrigo porque obviamente lo dejó cuando entró. Casi quiero saltar de emoción.
—¡Es él! ¡Kate, es él! —Chillo señalando al hombre.
Lo encontré.
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