Capítulo 27: Ideando un plan
Opción ganadora: Quedarse durmiendo.
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Beretta abandonó sus ideas escapistas de su cabeza... por ahora. Su cuerpo aún sufría los efectos de todo lo ocurrido los días atrás, y su barriga llena le pedía un descanso más agradable. Ver a Mitsuhide descansar contra la pared le daba más somnolencia, por lo que se se recostó en la cama, abrazando la almohada en posición fetal, queriendo dormir. El canto del ruiseñor japonés aún se podía escuchar en la celda, y por alguna razón que ella desconocía, le vino a la mente la imagen de Yoichi.
Un rato después que a Beretta le pareció muy corto, escuchó abrirse la puerta de la celda. Abriendo un poco su ojo izquierdo, vio que Mitsuhide seguía en el mismo sitio.
- Oh, que bonita escena me encuentro... - dijo una voz que le causaba rabia a la chica - Sería una pena que alguien lo estropease todo.
Y rápido como un rayo, la figura cargó su arco con una fina flecha que fue disparada velozmente en dirección al pequeño ruiseñor, que detuvo su canto con un leve grito cuando la punta de acero de la flecha le atravesó su pequeño cuerpo, dejando de emitir algún sonido.
Beretta se tensó rápidamente, habiendo visto caer al pequeño pájaro por detrás de la ventana, llevándose la flecha consigo y agarró la sábana con fuerza. Su cuerpo pesaba tanto que ni siquiera podía temblar de enfado. En vez de eso, Mitsuhide se levantó del suelo con lentitud, exhalando un suspiro lleno de contención.
- ¿Era necesario para tu asqueroso ego asesinar a una de las aves más hermosas del mundo? - preguntó el peligris.
- ¿Es necesario para sentirte mejor que alimentes a la prisionera a espaldas del Rey Negro? - preguntó con sarcasmo el pelinegro, de nombre Yoshitsune.
- Si lo he hecho, mis razones tendré, y no tengo que darte explicaciones de nada - Mitsuhide se acercaba a él con paso lento, con ojos fijos en los suyos y radiando una mala aura - Mucho menos a ti, que eres el que todo lo hace por su propia cuenta a espaldas del Rey Negro cuando finges ser su mejor vasallo. Márchate, pues no es ni tu turno ni vas a obtener mi consentimiento para quedarte.
- Vaya, vaya... ¿también te ha seducido a ti con su cuerpo medio desnudo y su vulnerabilidad de mujer? No te fíes, es una maldita víbora. Y a las víboras se le arrancan los colmillos para que dejen de ser peligrosas, pero aún así siguen amenazando con siseos y maldiciones.
Y con una sonrisa ladina, retrocedió hasta la puerta cerrando de un portazo. Él esperaría su turno para estar con Beretta. No tenía prisa. Cuanto más tardara en llegar, más tiempo tenía para pensar en cómo gestionar su tiempo con ella.
Mitsuhide se sacó el fino palillo de dientes que tenía en los labios y retrocedió de nuevo, pero esta vez a sentarse sobre la silla, no en el suelo. Beretta seguía mirando hacia la ventana donde estaba antes el pequeño ruiseñor, y giró la vista hacia él cuando le habló.
- No tenía permitido darte comida hasta mañana. Nadie tenía ese permiso, mucho menos el de darte este tipo de alimentos. Querían darte comida de ogros.
Beretta le miró a los ojos sin moverse, aún acostada. Pensando un momento, recordó todos esos prisioneros humanos que eran mutilados y vendidos como comida, que seguramente usaban las tropas de monstruos. El pensar en que le servirían un brazo humano para comer le revolvía el estómago de sobremanera.
- Entonces... - murmuró - ¿Por qué me has dado comida normal?
- Porque me caes bien - confesó con una pequeña sonrisa, escondiendo algo de arrogancia - Todos los que traicionan a Oda Nobunaga me caen bien.
Tras una risa entre dientes del japonés acompañada con el movimiento de sus hombros, Beretta le dio la espalda en la cama sin prestarle mucha atención. Al pasar un brazo bajo la almohada, algo se quedó trabado en uno de los hilachos de la tela, y al mirar, vio que era la pequeña pulsera de su muñeca. Un sólo vistazo de ella le trajo miles de recuerdos que le hicieron sentir insegura: ella seguía viva, pero no había tenido oportunidad de llamar al Almirante Tamon para que no creyese que estaba muerta, pues en ningún momento ella se quedaba sola. No quería que él sufriera, no se lo merecía.
Desde luego, no podía llamarle, y lo único que podía hacer era pulsar el botón por un largo tiempo, enviando una señal hacia Heavy para que supiese sus coordenadas exactas. En el caso en que su vehículo saliese en su busca, ella debía escapar del castillo, al menos. Debía pensarlo muy bien.
*
El carro de Wild Bunch había llegado al gran portaaviones varado en la orilla, y los dos forajidos, Naoshi y Escipión se bajaron, asegurándose de dejarles agua a los caballos y un sitio a la sombra. Todos los furros acudieron a la llegada de su Dios del Cielo, y se arrodillaron ante él y el resto.
- Ah, mi querido ejército - dijo bajando de un salto del carro el joven japonés - ¿Os habéis portado bien?
Ellos asintieron. Algunos de los perros se encontraban contentos de su llegada, más también de su buen humor, y algunos tenían la lengua fuera y otros movían la cola con felicidad.
- ¡Porque como me diga el almirante Tamon que no os habéis portado bien pienso patearos contra el suelo hasta que os quedéis planos como un rodaballo! - gritó enfadado levantando los puños.
Todos bajaron las orejas con tristeza y pena, gritando al unísono que habían sido buenos chicos. El almirante se acercó a ellos, con las manos en la espalda y el cigarrillo entre sus labios, con su rostro tranquilo de siempre.
- Han sido buenos chicos - admitió - Han pescado y cazado, tenemos mucha comida guardada hecha cecina y conservada en la sal marina. Así que dejad los caballos que descansen y subir a comer un poco, me gustaría comentaros algo.
Tras obedecer y subir a una de las grandes salas, se sirvió pescado fresco y carne de ciervo y conejo, acompañado de bebidas alcohólicas que para el romano eran demasiado fuertes, y debía mezclarlas con un poco de agua. El almirante dio un trago a su bebida y la dejó vacía sobre la mesa.
- El vehículo de combate que trajo Beretta es capaz de localizarla gracias a un dispositivo que ella tiene en la muñeca - comentó - Y además de eso, medir sus pulsaciones. A todo esto quiero decir que Beretta tiene pulso, tiene vida, pero no sabemos dónde está. Es ella la que tiene que enviar la localización.
- Esa chica es demasiado especial para morir tan pronto - contestó Naoshi con la boca llena - Además, ha sobrevivido a una decapitación, ¿necesitamos más pruebas de ello?
- La diosa Belona espera el momento exacto para poder escapar de su prisión. Nadie puede detener a una diosa en contra de su voluntad, salvo un dios mucho más poderoso - comentó Escipión mirando su comida.
- Sí, muy bien viejo - Butch dio un trago - Pero tu diosa Belona está desarmada. Todas sus armas quedaron inutilizadas y tiradas por ahí tras el combate de Toyohisa, y lo que llevara encima como el cinturón se lo habrán quitado.
- Seguro que se las ingenia de alguna manera - comentó Kid tras tragar - Ella es muy astuta, más que un zorro.
Un pitido les hizo a todos mirar hacia una pantalla que Heavy había activado para estar en contacto con el almirante cuando estuviese en esa sala. Su robótica voz no se hizo de esperar.
- Almirante Tamon, he recibido las coordenadas de Beretta. Me las acaba de mandar.
- Eso significa que dentro de lo que cabe, está consciente y bien - comentó el mayor dando una leve sonrisa.
- Y que quiere irse de donde esté - Butch dio otro mordisco.
- ¡Iré a rescatarla! - Naoshi se levantó y puso un pie encima de la mesa, con mucho ánimo.
- Esos modales, teniente - recriminó el almirante.
Naoshi quitó el pie rápidamente de la mesa y limpió donde había dejado un poco de tierra, sentándose normalmente.
- Quiero decir, que quiero ir a traerla de vuelta...
- No es una buena idea - comentó el vehículo - Las coordenadas son del castillo del Rey Negro, no es buena idea que un Drifter ande por ahí sin conocer el lugar, mucho menos cuando no dispone de una habilidad especial como la del señor Haruakira como la de hacer su... magia.
- ¿Quieres decir que irás tú a rescatarla? - preguntó el almirante mirando la pantalla.
- Tengo un buen dispositivo de camuflaje y voy equipada con armas suficientes para la misión. A excepción de no poder entrar en el castillo, nos comunicaremos por la pulsera que tiene y la esperaré en un lugar seguro. Mi dueña es perfectamente capaz de huir porque conoce bien los caminos, pero para ir segura, debo tener su consentimiento, almirante, pues mi misión es proteger ahora este lugar.
Los cuatro hombres miraron al almirante, que se estaba encendiendo el último cigarrillo que le quedaba de los que hacía Beretta. Tras dar una calada y expulsar el aire, acabada su comida, volvió a mirar la pantalla.
- Ve con Dios, lleva la suerte contigo. Trae de nuevo a Beretta sana y salva al lugar donde siempre podrá regresar. Nadie me la arrebatará en este lugar.
- Entonces marcharé con su consentimiento.
La pantalla se apagó, dejando un leve vacío en ellos, que volvían a encontrarse solos y callados frente a la comida. Naoshi se limpió la boca con la servilleta y se levantó.
- Voy a ver a mi ejército un momento, luego regreso.
Mientras salía, se encendía un cigarrillo y bajaba al hangar, donde todos se refugiaban a la sombra mientras comían, pero él no iba a verlos a ellos, habiendo mentido. Se dirigía al hangar donde Heavy se activaba y revisaba todos sus comandos, mientras el portón se abría para cuando saliese conduciendo en automático. Cuando arrancó motores y sus gigantescas ruedas empezaron a rodar despacio, tuvo que detenerse antes de llegar a la rampa que comunicaba el hangar con la arena de la playa, pues el teniente Naoshi Kanno estaba justo en medio con los brazos en jarras.
- Teniente Naoshi Kanno - le mencionó el vehículo - Déjeme salir, por favor.
- Oh, es verdad... estoy en medio, ¿no es así? - contestó sonriendo - Tal vez podamos llegar a un acuerdo.
Ante el silencio del vehículo, él continuó.
- Yo me quito de la salida dejándote irte a cambio de que me abras una de esas puertas que tienes y me lleves contigo.
- Ya hemos hablado de esto ant...
- Me da igual. Quiero ir a rescatar a Beretta - sentenció - Y no puedes negarte. Si me atropellas o pasas a la fuerza, seguro que aunque seas un vehículo inteligente o algo, tienes que tener incorporado algo de respeto o yo que se que te impide dañar a un superior.
Como respuesta, el tubo de escape del vehículo hizo un sonido molesto, para después abrirle la puerta del copiloto.
- Suba, pero por favor, no interrumpa ni estorbe en las acciones del vehículo.
Él dio una sonrisa triunfal mientras corría a la escalera, para subir por ella y entrar al vehículo, pareciéndole lo que era: algo muy futurista y moderno, nada que ver con los vehículos terrestres que él había manejado. Cuando vio que debería estar sentado en el asiento del conductor y quiso moverse, Heavy le amarró en el asiento del copiloto poniéndole el cinturón.
- Nadie se sienta en el asiento de la dueña, esté o no aquí - sentenció - Ahora quédese quieto, voy a comenzar la marcha.
Naoshi se apoyó en la ventanilla, dejando que el vehículo condujera solo, dándole una sensación incómoda al no ver a nadie en el asiento del piloto. Pero no podía quejarse; había conseguido lo que quería.
*
Tal y como ha sido, Beretta presionó el botón, indicándole a Heavy sus coordenadas. Fue mientras le daba la espalda al viejo japonés, que desconocía por completo esa tecnología y veía su pulsera como un adorno cualquiera. Ahora, acostada con su top agujereado, sus guantes de brazos enteros y su culotte del mismo color y textura tapada por la sábana de lana, esperaba paciente el cambio de turno.
Sus muslos desnudos estaban algo irritados por la rugosidad de la sábana, pues ahora no llevaba su pantalón militar que le quedaba grande por la ausencia del cinturón, condenándola a sentir picores en esas zonas tan sensibles. Pero ella aguantaba. Aguantaba porque un nuevo rayo de esperanza había llegado a ella, aparte de la próxima llegada de Heavy: no le habían quitado todas las armas, pues quedaba una oculta en los compartimentos de sus piernas de los que desconocían su total existencia. Sin embargo, esa arma podía resultar muy muy inútil... si no pensaba bien en cómo hacerlo.
Escuchó la puerta abrirse, indicando el cambio de turno. Solamente por los pasos ya sabía con quien tenía que estar ahora, por lo que sonrió internamente.
- Hey - saludó la joven rubia de pelo corto.
- Bienvenida, Juana... - dijo endulzando la voz lo mejor que podía, mientras se incorporaba con lentitud a mirarla.
La mujer en la armadura se sentó en la silla, con las piernas abiertas igual que un hombre y con los codos apoyados en las rodillas. Beretta se sentó enfrente de ella en la cama, sin taparse, con las piernas juntas y las puntas apoyadas en el suelo, muy femenina. Juana desvió la mirada.
- Tápate un poco, te vas a resfriar - dijo seriamente.
- La sábana me crea muchos sarpullidos... - se quejó en voz baja, rascando su muslo suavemente - Pica demasiado... y no tengo más ropa con la que taparme. Alguien se llevó mi pantalón... ah, y no importa si me miras, no me incomoda. Además, ambas somos mujeres biológicamente, tenemos lo mismo.
Ella mintió, pues su pantalón estaba escondido entre el colchón y el somier, que fue deslizando con la mano lentamente a espaldas de todos, y la miraba a los ojos, casi desnuda, desarmada, agotada, para que la mujer se relaje un poco ante esa chica que le mostraba su vulnerabilidad.
Mientras ella jugueteaba con sus pies metálicos, Juana la miraba de reojo. No había tenido ocasión de ver bien esas prótesis, que actuaban con ella como si de verdad hubiera nacido con ellas puestas, aunque fueran de metal. El mundo del futuro era algo asombroso.
La rubia levantó la mirada lentamente, viendo como Beretta se acariciaba despacio la cicatriz de su cuello, con la mirada perdida. Aunque pareciese despistada, Beretta la vigilaba, conociendo la inocencia de esa joven mujer, sabiendo que podía ganarse su confianza para obtener lo que quería. Por fin, la rubia abrió los labios.
- Te has enfrentado a ese samurái, ¿verdad? - dijo con voz grave.
- Así es... - ella suspiró dejando de tocar su herida - Realmente no sabe como tratar a las mujeres... aunque, ¿qué voy a decirte que no sepas? Los hombres no saben reconocer a una mujer valiente y fuerte ni aunque la tengan delante de sus narices, y da igual de la época de la que te esté hablando - dijo acariciando un mechón de su pelo - ¿Derrotas a un dragón? Bah. ¿Tienes habilidad en la batalla? Bah. ¿Nueva tecnología impresionante? Bah... - ella hizo una pausa, sonriendo internamente al ver que la joven le prestaba atención - ¿Liberas a un pueblo entero en nombre de dios? Bah...
Esas últimas palabras hicieron estremecer internamente a Juana, y Beretta notó que le dolieron, sonriendo internamente.
- Los hombres son malos, Juana... no soportan que nosotras le quitemos y destaquemos en lo único que saben hacer... que es matarse mutuamente y ganarse la fama. Y si no pueden hacer nada en contra de nosotras... mujeres débiles e inútiles que no deberían salir del hogar salvo para comprar y para recibir a sus queridos maridos que llegan de la batalla con un repugnante y baboso beso mientras te toquetean lujuriosamente en medio de una plaza... somos declaradas...
- Brujas - terminó la joven rubia mientras miraba al suelo, apretando los puños - Odio a todos los que me subestiman. ¡Los odio a todos por ni siquiera darme una oportunidad!
- Juana... eres muy fuerte... - ella sonrió mirándola - Entiendo por qué estás aquí... el Rey Negro reconoce quien eres y sabe que eres muy fuerte. Además, sospecho que, aunque te trate de esa forma tan sobreprotectora, eres de sus favoritas.
La chica tragó saliva, sin dejar de mirar al suelo. Ella quería saciar su curiosidad, informarse sobre el samurái que le quitaba el sueño llenándola de odio.
- ¿Conseguiste derrotar al samurái? - preguntó.
- Realmente no lo se... la batalla fue interrumpida... - ella seguía hablando suavemente - Él dijo que la batalla sería a muerte... pero ninguno de los dos morimos. Parece que quedará para un segundo enfrentamiento si el destino así lo quiere, quién sabe.
- No habrá un segundo enfrentamiento - dijo ella levantándose de la silla - Porque seré yo quien mate a Shimazu Toyohisa. ¡Vengaré mi honor dañado! ¡Le haré tragar sus palabras y me pedirá perdón de rodillas por subestimar a una mujer!
- Me gusta como hablas - ella sonrió, con los ojos brillantes, con algo de admiración - Eres una gran mujer, Juana... el mundo debería haberte conocido mejor y no haber terminado sometida a la más dolorosa de las ejecuciones por brujería.
- Pero fue eso lo que me dio este poder - dijo mirando su mano, mientras en ella aparecía una pequeña llama.
- Nos parecemos más de lo que crees - ella sonrió, tendiendo una mano, enseñándole las chispas de corriente que pasaban por sus dedos.
Ambas mujeres se miraron por un instante, sintiendo complicidad, por pequeña que fuera.
- He oído que el viejo japonés te ha dado comida... - le dijo la rubia.
- Así ha sido... no un manjar de dioses pero... tras cinco días sin comer, me lo ha parecido. Ahora bien, siento... un antojo irrefrenable de algo... tal vez... podrías conseguirme un poco... - pidió endulzando su cara.
La rubia alzó una ceja, cruzándose de brazos.
- Verás, tengo algunas adicciones, como es normal en mi mundo... tengo muchas ganas de fumarme un cigarrillo, pero puedo vivir sin ello... aunque un trago de alcohol no estaría nada mal...
- ¿Alcohol? - preguntó ella confusa.
- Sí, esta recuperación me deja un mal cuerpo tremendo... - contestó con mala cara frotando su vientre - El alcohol es sano en ciertos alimentos sanos... como el vino - dijo sonriendo - ¿Habéis conseguido hacer vino aquí? Sólo necesitaría un poco para sentirme mejor...
La mujer rubia le miraba de arriba a abajo, analizando sus palabras. Realmente había sentido complicidad, pero... ¿podría de verdad darle ese pequeño privilegio a la prisionera?
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