Capítulo 26: La alarma de la naturaleza
Al día siguiente, por la mañana temprano, Naoshi y Escipión esperaban en la puerta del edificio principal de la base de los Drifters, teniendo el primero gran impaciencia con los brazos cruzados y golpeando el suelo con un pie consecutivamente. Al lado de ellos estaba el carro y los caballos de Butch y Kid... pero ni rastro de ellos.
- Malditos americanos... - murmuró enfadado - No dan más que problemas...
- Entonces, ya que odias tanto a América... - preguntó Escipión mirándole - ¿No podrías decirme al menos cómo de grande es ese imperio?
- Bueno, tal vez sólo a Estados Unidos, pero eso no tiene importancia. Pues... para que me entiendas... es más grande que el mar Mediterráneo, como ese y los territorios de alrededor, podríamos decir... - dijo rascando con un dedo su cabeza por debajo del gorro.
- ¿Mar Mediterráneo? - preguntó él pensativo - Espero que no te refieras al Mare Nostrum, eso sería imposible - dijo con una sonrisa.
* - Nuestro mar, ese era el nombre del Mar Mediterráneo en la época de conquista y expansión del imperio romano. Como sus conquistas dominaban todo lo que le rodeaba, se dirigían al mar como suyo.
- Mira esto, joder...
Naoshi rebuscó entre sus bolsillo hasta sacar un papel amplio doblado muchas veces y lo desplegó por un lado. En una cartilla, había un mapa del mundo entero, y le señaló con su dedo enguantado.
- Mira, Roma está aquí, y este es el Mar Mediterráneo - le indicó enseñándole - Lo que yo odio está aquí - dijo indicando el otro lado del mapa.
Escipión lo miraba todo con los ojos muy abiertos, y lo tomó con cuidado en sus manos. Eso no podía ser una broma... pues aparecía Cartago... España, que sería su Hispania, Egipto, Macedonia... era increíble. Y al ver el país... y ver que era tan grande como el imperio romano en su máximo esplendor... su cara se tornó blanca.
- ¿Cómo puede ser esto? - indicó - ¡Ese territorio es más grande que nuestro imperio, y lo tuvimos que fraccionar en dos partes porque era imposible administrarlo! Y... oh, por todos los dioses... ¡¿Qué es esto?! - dijo señalando con el dedo un gran territorio.
- Rusia - indicó Naoshi - También la odio.
- I-Increíble... - murmuró el rubio, admirando la gran magnitud y expansión de ese país - ¡Que gran imperio debe ser este llamado Rusia!
- ¡No digas eso ni de broma que te mato aquí mismo! - le gritó el japonés enfadado arrebatándole los mapas.
- Teniente Naoshi, por favor, no amenaces a Escipión... - Haruakira salió fuera con ellos - Tampoco sigas enseñándole esas cosas, puede ser demasiada carga emocional para él.
- Esos vaqueros bastardos no vienen, no son nada puntuales - se quejó el piloto.
- Oe, oe, que mal genio tienes en la mañana...
Todos se giraron al oír las palabras de Butch, que venía caminando con su amigo terminando de fumarse un cigarrillo.
- Sólo fuimos a la forja a ver cómo están nuestras armas - se excusó el moreno con una sonrisa.
- Los enanos han aprendido a hacer balas con lo que dejó Beretta... pero no quieren ni tocar sus armas. El rifle está bien, pero el subfusil no tienen ni idea de cómo desmontarlo ni arreglarlo. Me pidieron ayuda pero... tampoco sé hacerlo - Kid se excusó con la pura verdad.
- Subid, que os llevamos con vuestros gatitos y perritos - Butch dio un risa tirando su cigarrillo gastado.
Tras despedirse, el carro salió a buen paso por la puerta de la muralla, mientras los dos forajidos iban delante y el piloto y el cónsul detrás, de brazos cruzados, llevando este último una mano bien agarrada al carro por si se volvía a caer y no quería encontrarse a nadie peor que Naoshi.
- Muchas veces me lo he preguntado... - empezó Butch a hablar con su sonrisa traviesa - ¿Qué tal estuviste con tu desconfiada prisionera?
-¿Eh? - Naoshi le miró de reojo - Cómo quieres que esté, desconfiaba de ella hasta que confirmé con el almirante Tamon que ella era de fiar.
- Y luego la espiaba - siguió Escipión.
- ¡Oye! - Naoshi gritó con un sonrojo.
- Oh, ya veo... - Butch sonrió aún dándole la espalda - Que jovencito tan maleducado espiando a una señorita... aunque me apuesto un brazo a que te descubrió.
El silencio de Naoshi y sus orejas rojas le confirmaron a Butch, lo que le hizo reír.
- Le encanta sentirse observada, eso nos dijo un día en una situación parecida - comentó - Parece que en su época nada provoca o llama la atención de la forma que nos ocurre a nosotros. Le gusta provocar... y le gusta gustar.
- Aunque tú la llamaste depravada - Kid dio una risa amarga de las suyas.
- ¡Callaos, americanos! - gritó molesto y se levantó del carro - ¡En cuanto lleguemos al portaaviones pienso hablar con el almirante y atacar la base del Rey Negro para rescatar a Beretta!
- Haruakira te cortará las orejas - comentó Kid dándole la espalda.
- Yo no pienso organizar más luchas contra un enemigo del que desconozco completamente su organización, número de soldados y disponibilidad de armas - Escipión negó cruzándose de brazos.
Naoshi le puso el pie en el pecho con enfado.
- ¡Que no se enteren tus dioses que estás abandonando a tu diosa! - gritó pateando su pecho.
- Oh, el niño tiene una rabieta porque han secuestrado a su novia... - Butch se rio entre dientes.
- ¡No es mi novia, maldita sea! - gritó aumentando la velocidad de sus golpes más rojo, pagándolo con Escipión - ¡Sólo le regalé una flor para pedirle perdón!
- Que tierno el jovencito... - Kid dio una pequeña risa.
- Nuestro chico se nos hace mayor, Kid - Butch le miró con esa sonrisa que le caracterizaba.
El piloto seguía rabiando con su característica forma de ser del tsundere agresivo, resultando muy cómico para los dos forajidos, a los que les encantaba entretenerse viendo esas cosas.
*
En lo alto de la muralla, viendo el bonito amanecer, Yoichi estaba sentado meciendo sus pies lentamente. Le gustaba sentarse a que le diera la suave brisa en el rostro e hiciera volar su pelo recogido en una cola, mientras pensaba tranquilamente en las cosas que le atormentaban o no podía despejar su mente. En este caso, y como llevaba ocurriendo días atrás, la imagen de Beretta no se iba de su mente. Ya fuera esa sonrisa coqueta suya, el beso que le permitió darle, o su misma cabeza decapitada. Ahora pensaba en qué le podría estar ocurriendo, si estaría bien, si le estarían dando de comer o beber, y si ella sufría.
Shala apareció detrás con algo en su mano, acercándose al samurái.
- Eh, Yoichi, ¿otra vez divagando en tus pensamientos? - preguntó.
- Es importante poner los pensamientos en orden - contestó con una pequeña sonrisa.
- Mis hermanos han encontrado esto en un cepo - dijo teniendo su mano - No reconozco esta especie, y pensé que tal vez sería de alguno de vuestros mundos.
Yoichi miró sus manos, encontrando una pequeña ave de vivos colores. Abrió sus ojos más mientras lo recogía de sus manos.
- ¡Un ruiseñor japonés! - dijo entusiasmado - ¡Pensaba que nunca volvería a ver uno!
- Tal vez vino con alguno de vosotros - dijo el elfo con una sonrisa - Pensaba que te animaría algo...
Yoichi acarició al ave en sus manos. La cubrió con ellas y acercó la boca a una hendidura de sus dedos susurrando y cerrando los ojos.
- Vuela hacia el oeste, pequeño ruiseñor. En tierras lejanas llenas de monstruos, donde no brilla el sol por el cielo oscuro, se encuentra un enorme castillo negro. En ese lugar, entre monstruos, personas de corazón negro y desolación, se encuentra una chica con el alma blanca, de sonrisa confiada que se siente sola. Ojos verdes como la hierba fresca, cabello del color de la luz de la luna y risa suave como el agua que cae del arroyo. Esa chica, pequeño ruiseñor, necesita de tu canto para animarse y volver a sonreír. Dile con tu canto que ella es valiosa como el tesoro de un navío hundido, que sea fuerte y que no se olvide de que hay personas que la aman. Vuela allí, lleva mi mensaje con una canción de amor y hazla sonreír.
Yoichi tendió sus manos liberando al ave, que no dudó en emprender el vuelo marchando hacia el oeste mientras empezaba a cantar. Shala lo miraba volar, y luego vio a Yoichi sonreír.
- ¿Eso servirá para hacerte sentir mejor? - preguntó.
- Seguro - dijo llevando una mano a su pecho - Tengo... una serpiente que me estrangula el corazón cada vez que pienso en ella. Si ella se encuentra bien, la serpiente aflojará su amarre y volveré a ser el mismo de siempre.
Shala le miraba curioso, y luego no pudo evitar sonreír.
- Los orejas cortas tenéis una forma muy curiosa de demostrar cariño... - le comentó en voz baja.
Yoichi sonrió sin más, viendo cómo el ruiseñor desaparecía en la distancia.
*
Beretta abrió los ojos en cuanto escuchó la puerta de su habitación cerrarse. Hijikata se había ido de su lado un poco antes de tiempo sin dar explicación alguna, dejándola sola. Ella sonrió internamente y reunió fuerzas para destaparse y mover la cadera para sentarse en la cama. Al hacerlo un poco rápido, tras cuatro días en la cama, se mareó.
Separó los labios secos y agrietados, mientras que la boca le sabía a cuero. Ahora mismo, si tuviese fuerza, mataría por un poco de agua. Llevaba sin comer ni beber desde antes de la batalla con Toyohisa, casi cinco días, entonces. Esto hacía que su recuperación fuera más lenta y padeciese más malestar.
Sin embargo, esta decisión de dejarla sin alimento alguno no había sido tomada por el Rey Negro... sino por Rasputín y Yoshitsune. Aparte de la razón obvia de hacerla padecer y torturar a quien consideraban su traidora, el mago había visto los efectos secundarios que tendría la recuperación de Beretta, y muy probablemente, añadidos a los espasmos, fiebres, delirios y demás que tenía la joven, se podrían presentar casos de diarrea... y no, no la iban a limpiar ellos. Así que lo mejor era dejarla sin alimento en su cuerpo, para debilitarla más.
Beretta se miró sus piernas de metal, sin sus botas, que se quedaron en la base de los Drifters, junto con sus armas, y sus pantalones rotos manchados de sangre y polvo. Se acarició el cabello, viendo que ahora lo tenía más corto y sin mechones por el corte que le propinó Toyohisa, y su mano bajó lentamente hacia su cuello, acariciando con cuidado, notando una larga cicatriz que le rodeaba la garganta, más suave al tacto que su piel. Al final no fue un sueño que el Rey Negro se había acercado a ella para sanarla... y quería saber por qué.
Miró al frente pensativa con grandes ojeras y una sombra en sus mejillas típica de la hambruna, y apoyándose en la cama, se levantó despacio de ella.
- Malditos... no podréis encerrarme nunca... - murmuró enfadada - Yo no pertenezco a este lugar... y nadie me va a obligar.
Juntando energías, levantó un puño tembloroso al techo para darse fuerzas con convicción, y cuando sonrió para animarse, sus pantalones cayeron de su cadera al suelo, dejándola con un culotte negro ajustado a juego con su top, pero sin estar roto, a causa de la pérdida de peso y de que le habían quitado su cinturón de las balas. Justo en ese momento la puerta se abrió entrando un hombre japonés, que se quedó quieto mirando la escena que tenía delante: a la prisionera en bragas con posición triunfal.
- Vaya espectáculo... - comentó el End entrando, sin que su tranquilo rostro que mostraba desidia por todo aquello que no fuera la guerra y la política cambiase de expresión.
Beretta bajó la mano con lentitud mirándole. Era la primera vez en cuatro días que estaba consciente mientras le tocaba la guardia a Mitsuhide, y le llamó la atención de que viniese con un pequeño jarro de arcilla, un vaso del mismo material y una cesta.
- ¿No te cubres con tus ropas o sábanas tu cuerpo casi desnudo? - preguntó caminando hacia ella - Eres más vulgar de lo que aparentas.
Beretta dio una sonrisa de lado, enfrentando al japonés. Era obvio que no le afectaban esas palabras.
- Seguro que estás muerta del hambre y sedienta... - comentó mientras dejaba esas cosas sobre la silla - Si ya estás dispuesta a estar levantada y te mantienes en pie, puedes comer y beber.
Ella miró las cosas dejadas en la silla y cómo él se movió hacia una pared para sentarse debajo de una ventana de barrotes, en el suelo y apoyado en esta. Realmente tenía hambre, pero... ¿Qué le habría traído? ¿Carne humana como la que exponen y venden para los monstruos? ¿O tal vez algo asqueroso y humillante para ella, para aprovecharse de su estado famélico y verla comer cualquier cosa? ¿Y si era algo bueno pero estaba envenenado?
Mitsuhide la miró, jugando con una pequeña ramita que traía entre sus labios, mientras se acomodaba contra la pared, bajo la luz de la ventana.
- No pienses más. Es comida normal.
Beretta tragó con disimulo y se acercó a la silla, tomando con sus manos temblorosas el jarro de arcilla mal cocida de agua y bebiendo directamente de ahí con ansia, pero guardando la mitad para después.
Tras dejar el jarro y limpiarse los labios primero con la lengua y luego con la mano, se aventuró a mirar en la cesta. Dentro sólo había un bollo de pan y un trozo de queso.
- Si crees que está envenado, piensa que no gastaríamos veneno en matarte tras salvarte y cuidarte durante cuatro días - comentó el japonés quitándose la pequeña ramita de los labios y se pasó la lengua por el labio inferior.
Tenía razón. Es que la tenía, maldita sea, y sus tripas rugiendo de hambre le decían que dejase de pensar y comiese sin importar nada. Así que sentándose, con el pan y el queso en cada mano, comía rápidamente mordiendo alternativamente. No le importaba que el pan estuviese algo duro, ni siquiera se le pasó por la cabeza preguntar o pensar de qué animal venía la leche con la que hicieron el queso. Si estaba comiendo queso de ogra o de centaura, le daba igual. La comida es comida en estos casos.
Tras su atracón rápido y acabar con el agua que quedaba, Beretta quedó satisfecha. Bueno, más bien su estómago, pues toda su boca adolorida y sus encías débiles la maldecían por el pan duro, pero lo importante es que había comido, y eso le haría sentir mejor a la larga.
Miró al japonés, que seguía en el mismo sitio con la cabeza algo baja, los ojos cerrados, los brazos cruzados y las piernas recogidas. Descansaba, pero estaba alerta, o eso deducía Beretta. Tras lamer uno de sus dedos con restos de queso, descansó apoyada en su almohada, sin pensar en nada, hasta que vio por el rabillo del ojo algo moverse en la luz que proyectaba la ventana de barrotes al lado de su cama. Un pequeño pájaro se había posado, y miraba en el interior.
Beretta sonrió con ternura mirándolo, pues era pequeño, verde de buche brillante y con el pico rojo. El pequeño pájaro comenzó a cantar, con un sonido bastante singular. Era suave y rápido cantando, y su melodía se asemejaba a una alarma seguido de una campana azotando fuertemente. Era la alarma de la naturaleza, la que le indicaba varias cosas, además de actuar: huida, peligro, desconocimiento, nervios... pero todo envuelto en su suave toque de una melodía de amor.
Mitsuhide se revolvió en su sitio, al escuchar ese sonido sobre él, pero sin abrir los ojos.
- Ah, el canto del ruiseñor... - murmuró suspirando largamente, con una diminuta sonrisa, mientras se relajaba aún más.
Mientras Beretta miraba fijamente al ave cantar dando pequeños saltitos y moviendo la cabeza, veía como progresivamente Mitsuhide se relajaba a tales extremos que de verdad parecía dormido. Ella abrió los ojos, dándose cuenta de que quizás... podría intentar algo... pero, ¿el qué?
* Debería aprovechar para acercarme lentamente hasta Mitsuhide y ver si tiene encima algo de valor que pueda usar... pero me arriesgo a que se despierte y me atrape, y no tengo ninguna posibilidad contra él en este estado...
* Debería ir lentamente hacia la puerta. Tal vez no la haya cerrado y pueda escapar, pero me arriesgo a que haya vigilancia fuera y me atrapen y castiguen por intentar escapar...
* Debería dejarme de tonterías y quedarme durmiendo. Tengo la tripa llena y un bonito ruiseñor cantando para mí. Mi vagancia es muy fuerte, ya veré que es lo que este mundo tiene preparado para mí más adelante.
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Llevaba tiempo sin poner algo para hacer una elección, ¿eh? :3
Sigo abierta a vuestras teorías y deducciones del futuro con respecto a la historia, se os quiereeee :3
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