Capítulo 24: Señales de vida
Toyohisa miraba su trabajo sin ningún tipo de remordimiento, sin apartarse de encima de su cuerpo mientras guardaba su katana en su funda. El acto había dejado helados a más de uno, que habían apartado la mirada y ahora se retiraban sin añadir nada, o simplemente se habían quedado mirando, queriendo asumir lo ocurrido.
Mientras Nobunaga apretaba los dientes maldiciendo el destino que estaban teniendo, la tensión que tenían sus manos al sujetar a Yoichi se desvaneció cuando el joven cayó al suelo de rodillas, bajando la cabeza y escondiéndose tras su largo pelo. El rey demonio le miró a sus pies, viendo por primera vez a un frágil niño de hombros temblorosos en vez de un samurái.
- Yoichi... - murmuró sin saber que decirle, por lo que acabó suspirando.
Unos metros más allá, Toyohisa se inclinó extendiendo una mano para rozar los fríos párpados de la cabeza cortada que tenía delante, y poder cerrar sus ojos para que descansara.
- Bien - dijo incorporándose - Como es tradición, limpiaremos tu cabeza y te peinaremos. Luego te enterraremos con todos tus honores - le dijo al cadáver.
Cuando Toyohisa apartó la mirada para bajarse, una voz femenina que conocía muy bien le heló la sangre.
- Ponme también una corona de flores o algo, ¿no? Que me vea bonita.
Toyohisa se había quedado completamente helado e inmóvil, con los ojos abiertos. Después giró sus ojos hacia la cabeza en el suelo. Beretta tenía los ojos abiertos y una sonrisa ladina típica de ella. Toyohisa se giró hacia ella, sin creerse lo que veía. Realmente ella seguía con su cabeza cortada, no debería seguir viviendo... pero hablaba y le miraba como si estuviese completamente viva. Además, él juraría que había cerrado sus ojos del todo... pero también juraba que ella había dicho eso.
- Tú... - le dijo aún sin creerlo del todo - Sigues viva...
Ella amplió un poco más esa sonrisa, mientras que sus ojos verdes brillaban entre el cabello y la sangre.
- He cortado cientos de cabezas, pero... nunca he hablado con una. Debe ser esa extraña magia que has tomado.
- Estoy tan sorprendida como tú, aunque no lo aparente - contestó ella con una sonrisa.
Toyohisa seguía tan impresionado como antes, y tan ensimismado y concentrado que no escuchaba su nombre ser gritado por Nobunaga y los demás, advirtiéndole de un peligro que había pasado de ir con lentos pasos a un rápido trote, empuñando su katana en forma de ataque.
- ¡Toyo, espabila! - gritó Nobunaga - ¡El enemigo viene de frente!
Yoichi se levantó rápidamente del suelo y junto con Shala y algunos elfos más, corrieron hacia ellos. Cuando Toyohisa levantó la mirada y tensó su brazo para agarrar su katana de la funda, la punta de la katana de Hijikata le había atravesado el hombro izquierdo haciendo chocar la punta contra la parte trasera de la armadura, inutilizando todavía más ese herido brazo por las balas de Beretta.
Ante el gemido de dolor de Toyohisa y un leve temblor de su cuerpo agotado, Hijikata no había cambiado su gesto sereno, serio, e incluso algo triste.
- Dejamos unas cuentas pendientes en nuestro anterior enfrentamiento... Toyohisa Shimazu... - dijo con su profunda voz.
Toyohisa apretó los dientes con un gemido, sin dejar de mirarle a los ojos, enfadado. Pero si alguien estaba más enfado que Toyohisa en ese momento... era Beretta.
- ¡¡Oye!! - gritó la cabeza - ¿¡Quién te manda meterte en nuestra pelea?! ¡No hemos terminado, no hagas mi maldito trabajo!
El cuerpo descabezado de la chica comenzó a temblar sin apenas tener fuerza para nada, consiguiendo mover los dedos un poco y que aparecieran unas chispas, y juntando la poca energía que le quedaba, gritó haciendo desatar sus rayos, alcanzando en la ropa negra de Hijikata, propinándole una electrocución que no fue tan fuerte como ella quería... pero sirvió para despistar un poco al End mientras que los elfos llegaban y apuntaban al enemigo con sus arcos, rodeándole.
Cuando la fuerza de Beretta se fue de su cuerpo y su visión se vio borrosa, jadeó apagando sus pequeños rayos, sin fuerza ninguna.
- Maldita mocosa... - murmuró Hijikata arrancando su katana del brazo de Toyohisa, lo que hizo que el samurái cayese de espaldas, agotado.
Luego miró a su alrededor, viendo a todos los elfos y a Yoichi, incluso a algunos enanos que acudían con sus armas pesadas.
- Vosotros no me interesáis, escoria... - dijo sin miedo apuntando con su ensangrentada katana - Puedo derrotaros a todos vosotros sin ningún problema.
Pero ante esa amenaza, una voz resonó en la mente del hombre, haciéndole recordar su objetivo:
- Hijikata, no lo hagas - escuchó - Agarra a Beretta y vuelve. Es una orden.
- Pero, Rey Negro... - murmuró con un gesto descontento.
- Ese es el plan que estamos llevando a cabo y no se va a cambiar. Recoge a Beretta y volved inmediatamente.
Él les miró enfadado y guardó su katana con gran velocidad a la vez que varios de sus espectros aparecían delante de él como una barrera protectora, mientras agarraba el cuerpo de Beretta y se lo echaba al hombro y agarraba la cabeza del cabello.
- ¡No la toques! - le gritó Yoichi apuntando entre los espectros.
- No seas... borde... - murmuró la cabeza de Beretta, a punto de desmayarse - Eres un... maleducado con las mujeres...
Y tras eso, cerró los ojos cayendo desmayada. Hijikata la ignoró, naturalmente, mientras lanzaba una mirada de advertencia a todos y empezaba a desaparecer como si estuviese siendo teletransportado por la magia de Rasputín. Un instante después de que desapareciera, una flecha pasó volando el espacio donde anteriormente estaba su cabeza, estrellándose y rompiéndose en el muro de enormes sillarejos de varios tamaños. Yoichi había disparado, y tras eso maldijo en voz alta dando un pisotón al suelo. Shala le puso una mano en su hombro.
- Comprendo tu rabia - le dijo - Pero no hemos podido hacer nada. Vamos a llevarnos a Toyohisa o morirá desangrado...
*
Tres días después...
*
En esa mañana nublada, el almirante Tamon contemplaba la salida del sol como todos los días anteriores, fumando su cigarrillo con las manos en la espalda y la mirada algo baja oculta por su gorra de almirante. El sol, menos brillante que otros días por las densas nubes, parecía reflejar su ánimo: completamente apagado. Beretta no le había avisado ni sabía nada de ella desde hacía tres días... por lo cual, sólo quedaba una opción: Beretta había muerto.
Se terminó su cigarrillo y lo tiró al suelo, pisándolo con el pie. Al girarse, descubrió detrás de él a los cientos de hombres-perro y hombres-gato que alojaba en el portaaviones, viendo el amanecer con él. A ellos les gustaba eso, pues su dios del cielo provenía de donde vive el Sol.
- Voy a salir por unos días - dijo, atrayendo la mirada de todos - Necesito solucionar unos asuntos personales.
- Pero, señor almirante... - dijo un hombre perro con manchas marrones, creyendo que su nombre era "almirante" - Usted nos dijo que no puede abandonar este barco nunca...
- Eso es cierto, es moral y ética - admitió caminando - Pero las cosas han cambiado, y nadie puede hacer esto por mí. Sólo iré a la base de los Drifters, Heavy podrá llevarme, y quien sabe, tal vez volver en el mismo día. Sólo quiero repatriar un cadáver.
Los híbridos le miraban caminar entre ellos con curiosidad y sorpresa, hasta el marco de la puerta.
- Durante mi leve ausencia, necesitaré un líder para que se ocupe de proteger el Hiryu. Si vosotros no sois capaces de poneros de acuerdo, lo asignaré yo.
Y dándoles la espalda, se encaminó con paso lento pero decidido al sótano, donde descansaba Heavy en silencio, tapada por una gran lona perteneciente a un viejo paracaídas. Al destaparla, ella saludó con un brillo en sus faros.
- Buenos días, almirante.
- Buenos días, Heavy... - contestó mientras se subía despacio hasta el asiento del copiloto, respetando el viejo lugar de Beretta en el del piloto.
- ¿Alguna novedad?
- Saldremos hacia la base de los Drifters. Me gustaría traer lo que quede de Beretta aquí, al Hiryu, al único lugar donde ella realmente es aceptada - dijo disimulando el dolor que tenía.
- ¿Cree usted que Beretta ha fallecido?
- Es lo más seguro, lamentablemente...
- Deme unos segundos, almirante.
Varios botones se iluminaron en el panel de mandos, además de aparecer algo que parecía ser un panel en el que, tras unos interminables segundos, apareció algo que parecía ser el registro de unas pulsaciones. Pequeñas, lentas, sin fuerza.
- Almirante, Beretta se encuentra con vida - contestó el vehículo - La pulsera en su muñeca me permite tomar sus pulsaciones y procesarlas de forma que se vean así. Creo que en su época aún no se han representado así, pero cada pequeño pico que ve en el panel, es un latido de su corazón.
El almirante miró sorprendido el panel, con es leve pitido cada vez que aparecía un pequeña pico en esa línea que llevaba un recorrido paralelo, y no pudo evitar poner una mano sobre él, angustiado, pero con esperanza.
- ¿Realmente es cierto lo que me estás contando? ¿Estas pequeñas montañas son los latidos del corazón de Beretta?
- Así es - contestó - En realidad deberían ser más pronunciadas y constantes, por lo que se encuentra en algo parecido a una situación de coma. Pero está viva.
El almirante seguía mirando el panel con la mano encima, acariciando la línea con el dedo. Finalmente, dio una pequeña sonrisa.
- Estas son las señales de vida que quedan de Beretta... - dijo más calmado - Está bien... no me marcharé. Pero a cambio quiero que siempre tengas esto encendido y que hagas lo posible para ponerlo en mi puerto de mandos del Hiryu. Quiero controlarlo y ver que sigue viva.
- Ahora mismo procederé a cumplir su pedido. Por favor, descanse tranquilo. Mientras que esto no deje de moverse y de emitir el pequeño pitido, Beretta estará viva.
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Buen día a todos! Lamento lo corto que se hizo, prometo compensarlo, solo que ahora mismo me encuentro con los exámenes online y apenas tengo tiempo, pero algunas personitas necesitaban saber que iba a pasar a continuación :3
Por cierto, alguien más que lea mi historia y que no le haya dedicado un capítulo y lo quiera? :3
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