EN LA MET: PARTE DOS
El sol apenas empezaba a colarse por las pesadas cortinas de la suite, llenando la habitación con una luz suave y dorada que hacía que todo pareciera brillar con una calidez engañosa. La mañana en París había despertado lentamente, pero en el interior, la atmósfera entre nosotras seguía cargada de tensión.
Freen estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia las calles que comenzaban a llenarse de vida. Llevaba puesta una camisa blanca que le quedaba demasiado grande, una de las mías, y las mangas le caían hasta las manos. Era una imagen tan sencilla, y aún así, la forma en que la tela se ceñía a sus curvas me hacía perder la cabeza. Pero sabía que su cuerpo relajado era solo una fachada; había una rigidez en sus hombros, una tensión en su mandíbula que hablaba de lo que estaba por venir.
Tomé aire y me acerqué, mis pasos resonando suavemente en el parquet de madera antigua. Quería aliviar el aire cargado entre nosotras, borrar la distancia que había crecido desde nuestra cena con mi padre. Me detuve justo detrás de ella, lo suficientemente cerca como para sentir el calor que irradiaba su cuerpo, pero sin atreverme a tocarla todavía.
— Freen... — susurré, mi voz era casi un ruego. Deslicé mis manos sobre su cintura, sintiendo su piel a través de la delgada tela. Me incliné, buscando sus labios, pero ella giró el rostro, esquivándome.
El rechazo fue un golpe inesperado, uno que dejó un sabor amargo en mi boca. Me aparté un poco, intentando leer su expresión. Ella seguía mirando por la ventana, pero ahora sus labios estaban apretados en una línea fina.
— No, Beck. No puedes simplemente... hacer esto después de lo de anoche — dijo, su voz baja, tensa, como si estuviera luchando por mantener la compostura.
Mi corazón dio un vuelco.
— ¿Esto? ¿A qué te refieres? — intenté acercarme de nuevo, pero ella levantó una mano para detenerme.
— A llamarme tu amiga frente a tu padre, como si todo lo que hemos compartido no significara nada — sus palabras salieron cargadas de una mezcla de dolor y frustración que se clavó en mi pecho.
— No sabes cómo es mi padre. No quería que... —comencé a explicar, pero ella no me dejó terminar.
Se giró para mirarme, sus ojos oscuros brillando con una intensidad que me quemaba.
— No, Becky. Los amigos no se miran como tú me miras, no se tocan como nos tocamos, no se besan como nosotras. Así que dime, ¿qué soy para ti? Porque los hermanos tampoco hacen todo eso.
Me quedé en silencio, sus palabras resonando en mi mente, y lo único que podía pensar era en lo mucho que la deseaba en ese instante, en cómo sus labios se movían, en cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración agitada. El deseo era una corriente que latía en mis venas, mezclándose con la culpa y el remordimiento.
— Eres todo para mí — le dije finalmente, mientras intentaba alcanzarla de nuevo. Esta vez, no se apartó, pero tampoco se ablandó. Su mirada seguía fija en la mía, desafiandome.
— Entonces demuéstralo. No quiero ser solo tu secreto bien guardado.
Me acerqué, esta vez con más decisión, y la empujé suavemente contra la pared, mi cuerpo cubriendo el suyo. Podía sentir su respiración entrecortada contra mis labios, el calor de su piel tan cercano que me mareaba. Mis dedos se deslizaron por su cuello, acariciando la línea de su mandíbula.
— No eres solo eso. Lo sabes — mi voz era un susurro entrecortado, y el deseo crepitaba en el aire entre nosotras, pesado, intoxicante. Bajé mis labios a los suyos, rozándolos apenas, esperando su permiso.
Ella cerró los ojos, su resistencia desmoronándose un poco, pero aún había una barrera que no me permitía atravesar.
— ¿De verdad? — susurró, sus labios tan cerca que nuestras respiraciones se mezclaban —. ¿Entonces por qué tengo que rogarte que me reconozcas?
El dolor en su voz era como un puñal, pero también había algo más, algo que encendía una chispa en mí. Esa mezcla de furia y deseo me empujó a besarla, esta vez con más fuerza, mis manos sosteniendo su rostro, deseando borrar cada una de sus dudas. Ella respondió con un gemido bajo, pero pronto se apartó de nuevo, su respiración ahora más pesada.
— Esto no lo arregla. Puedes besarme hasta que ambas nos quedemos sin aliento, pero sigue sin cambiar lo que siento.
Apreté los ojos, mis manos aferrándose a su cintura.
— No quiero perderte, Freen. Necesito encontrar una forma de hacer que esto funcione.
Ella se quedó en silencio un momento, evaluando mis palabras, antes de acercarse y tomar mi rostro entre sus manos.
— Entonces, demuéstralo. Pero hasta que lo hagas... no vuelvas a llamarme amiga, ¿entiendes?
Asentí lentamente, aceptando sus condiciones. Sabía que tenía razón, y que había llegado el momento de dejar atrás el miedo que siempre me había frenado.
El día había avanzado en un incómodo silencio, cada minuto estirándose como si el tiempo mismo estuviera en contra de nosotras. Después de la discusión de la mañana, Freen se había sumido en un mutismo que me hacía sentir como si estuviera caminando sobre vidrios rotos.
Al caer la noche, nos habíamos arreglado para salir a cenar, un intento por recuperar la calma que habíamos perdido en la cena con mi padre. Pero incluso mientras nos preparábamos en habitaciones separadas, podía sentir la tensión arremolinándose entre nosotras como una tormenta inminente.
Cuando salió de la habitación, mi respiración se detuvo por un instante. Freen llevaba un vestido negro de seda que se ceñía a cada una de sus curvas, terminando justo por encima de sus muslos, mostrando más piel de la que podía manejar en ese momento. Llevaba stilettos negros que realzaban la longitud de sus piernas, y su cabello caía completamente liso sobre sus hombros. Parecía una diosa, una visión tan tentadora que me hizo apretar los puños para no alcanzarla y tocarla.
— ¿Estás lista? — preguntó con frialdad, sin siquiera mirarme, su voz cortante como un cuchillo.
— Sí... claro. Vamos — tragué el nudo en mi garganta, siguiéndola mientras salíamos de la suite y descendíamos hacia el bullicio nocturno de París.
El restaurante era elegante, con luces tenues que lanzaban un brillo cálido sobre las paredes de piedra y el aroma a especias flotando en el aire. Pero, por más romántico que fuera el ambiente, la frialdad que emanaba de la modelo me dejaba congelada en mi asiento.
Pasaron los primeros minutos en un silencio tenso, nuestras copas de vino medio vacías y los platos apenas tocados. Sabía que algo estaba a punto de estallar, y no me equivoqué.
Freen dejó su copa de vino con más fuerza de la necesaria, el sonido resonando como un disparo en medio del susurro de conversaciones a nuestro alrededor. Me miró con esos ojos oscuros que ahora ardían con una mezcla de dolor y desafío.
— Rebecca, ¿cuántas mujeres has traído aquí antes que a mí? — preguntó de repente, sus palabras un látigo que me dejó sin aliento.
Parpadeé, sorprendida por la pregunta, intentando procesar lo que acababa de decir.
— Freen, ¿qué...?
— No te hagas la desentendida. Tú y yo sabemos que no soy la primera — su voz bajó a un susurro tenso, sus dedos jugueteando con el borde de su copa de vino —. Si has tenido a tantas antes que a mí, ¿por qué no puedo ser una más? ¿Por qué sigo siendo solo tu amiga?
Sus palabras eran como puñaladas que iban directo a mi corazón. Sentía la sala girar, como si el aire se hubiera vuelto denso, sofocante. Me obligué a mantener la compostura, luchando con las palabras que se agolpaban en mi garganta.
— No quiero que seas una más, Freen. No eres... —mi voz se extinguió, y ella se rió con amargura, sus ojos fijos en los míos, desafiandome a decir algo que pudiera aliviar el dolor que yo misma había causado.
— ¿Entonces qué soy, Becky? ¿Tu amiga? ¿Tu hermana? Porque si es así, dime ahora. No quiero seguir siendo tu secreto, ni la única que no puede salir de la oscuridad en tu vida.
Sus palabras me golpearon como una ola helada, y la culpabilidad se instaló en mi pecho como un peso insoportable. Sabía que tenía razón. La verdad era que, por más que deseara tenerla solo para mí, también había una parte de mí que tenía miedo de lo que podría significar exponer mis emociones y dar el siguiente paso.
El miedo a dañar su carrera, a exponerla al juicio despiadado de la industria, a hacerle daño de una forma que no podría reparar. Y más allá de todo eso, estaba la promesa que le había hecho a Saint, su mejor amigo, quien me había pedido que la cuidara, no que la arrastrara a un torbellino de complicaciones.
Luchaba con mis pensamientos mientras ella seguía mirándome, esperando una respuesta que no sabía cómo darle.
— No quiero hacerte daño. No quiero que seas... — mi voz tembló, traicionando la fortaleza que intentaba proyectar. Bajé la mirada, mis dedos jugando nerviosamente entre sí —. Te mereces algo más que esto, algo más que... yo.
Ella resopló, negando con la cabeza, la furia brillando en sus ojos.
— No quiero a alguien más. Te quiero a ti, pero no en este juego en el que no sé cuál es mi lugar. Las amigas o las hermanas no se besan, no se tocan como lo hacemos nosotras, ¿o sí?
El fuego en sus palabras me envolvía, encendiendo algo dentro de mí que no podía ignorar. Quería decirle que todo esto me aterraba, que tenerla significaba ponerla en la línea de fuego, exponerla a críticas, arruinar su carrera. Pero las palabras se atoraron en mi garganta.
— No puedo perderte — admití finalmente, mi voz quebrándose, mis ojos buscando los suyos con desesperación —. No quiero arruinarte, Freen. Le prometí a Saint que te protegería... que no te lastimaría.
Ella se quedó en silencio, la mención de Saint creando una grieta en su armadura de furia. Pero su mirada seguía dura, su pecho subiendo y bajando con una respiración que hablaba de toda la tensión acumulada.
— No soy una niña que necesita protección. No de ti, Rebecca. Necesito que me elijas. Sin miedo. Sin excusas.
Asentí lentamente, sabiendo que esta vez no podía escapar de lo que sentía por ella.
El restaurante seguía vibrando con la vida de París, pero para mí, el mundo se había reducido a la mujer sentada frente a mí, la única que había logrado atravesar todas mis barreras.
La puerta de la suite se cerró de golpe detrás de nosotras, y el sonido resonó en el silencio que nos envolvía como un susurro inquietante. Las luces de la ciudad se filtraban por las ventanas, lanzando reflejos dorados sobre las paredes, pero lo único que podía ver era a Freen, su figura vibrando con una energía que me hacía temblar.
Apenas habíamos intercambiado palabras desde el restaurante, la tensión entre nosotras había alcanzado un punto de ebullición que era imposible ignorar. Cada paso hacia el interior del hotel había sido una marcha silenciosa, un preludio a algo inevitable. Freen estaba a solo unos metros de distancia, sus ojos oscuros fijos en los míos con una intensidad que casi me cortaba la respiración.
— ¿Es esto lo que querías? — su voz era baja, ronca, con una furia contenida que me electrificó —. ¿Seguir huyendo de lo que somos hasta que te hartes y me dejes atrás?
No respondí. No podía. Todo lo que había intentado decir en el restaurante se había quedado atorado en mi garganta, y lo único que quedaba era el latido frenético de mi corazón, cada pulsación más fuerte que la anterior. El aroma a su perfume, dulce y embriagador, llenaba mis sentidos, y por un segundo sentí que iba a perder la razón.
Freen avanzó hacia mí, sus tacones resonando contra el suelo como el eco de un juicio inminente. Cada paso que daba era un reto, una promesa de que no iba a dejarme escapar tan fácilmente esta vez. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó una mano y me empujó contra la pared, el impacto enviando un chispazo de dolor y placer a través de mi cuerpo.
— ¿Por qué sigues haciendo esto? — me espetó, su aliento cálido golpeaba contra mi rostro. Podía sentir su cuerpo presionando contra el mío, el calor que irradiaba era casi doloroso —. Dices que me quieres, pero te escondes detrás de promesas vacías. ¿Es esto un juego para ti?
— No es un juego, Freen — susurré. Intenté alzar la mano para tocar su rostro, pero ella la apartó con un movimiento rápido, sus ojos ardiendo con algo que no pude identificar del todo —. Sabes que no quiero hacerte daño...
— Pero me estás haciendo daño, Becky — su voz era un gemido contenido, y antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, sus labios estaban sobre los míos, devorándome con una urgencia que me dejó sin aliento.
El beso fue un desafío, una demanda de algo que había estado negándole por demasiado tiempo. Su boca era feroz, implacable, y me encontré devolviéndole el beso con una intensidad que no sabía que tenía dentro de mí. Sus manos se deslizaron por mi espalda, sujetándome con una fuerza que me hizo gemir contra sus labios.
La habitación giraba a nuestro alrededor, y todo lo que podía sentir era a ella: su piel caliente, sus labios suaves pero exigentes, la forma en que su cuerpo se amoldaba al mío como si hubiera sido hecho para encajar en cada uno de mis rincones.
— Demuéstrame que no soy solo tu amiga — susurró contra mi oído, su voz entrecortada por la pasión, y sentí un estremecimiento recorrerme de pies a cabeza —. Quiero ver hasta dónde estás dispuesta a llegar por mí.
Me atrapó en un juego que no sabía cómo ganar. Freen me empujó hacia la cama con un movimiento decidido, sus ojos nunca apartándose de los míos. Su vestido negro se subió un poco más, revelando sus muslos tersos que me hicieron perder la cordura. Intenté alcanzarla, pero ella me detuvo, sus manos aferrándose a mis muñecas y empujándome contra el colchón.
— Esto no es suficiente, Bec — me dijo, su voz un susurro grave que vibraba en el aire cargado —. No puedes decir que me amas y luego esconderme. No puedes tocarme como si fuera tuya en la oscuridad y después presentarme al mundo como si fuera nada.
— Freen... — intenté hablar, pero ella me cortó, su mirada ardiendo mientras se inclinaba sobre mí, su cabello cayendo como una cortina que nos aislaba del resto del mundo.
— No — replicó, su voz vibrando con una mezcla de ira y deseo —. Esta noche, vas a ser honesta conmigo. Vas a mostrarme lo que realmente sientes, o esto se acaba aquí.
Sus palabras me destrozaron, pero también encendieron algo en mí que había estado contenido por demasiado tiempo. En un impulso, liberé mis manos de su agarre y la atraje hacia mí, capturando su boca en un beso desesperado, uno que decía todas las cosas que no me atrevía a poner en palabras.
Nos movimos juntas, un torbellino de labios, manos, y piel, una danza peligrosa que nos llevó al borde de la locura. Cada toque era una súplica, cada suspiro un recordatorio de lo que habíamos estado negando. Su lengua exploraba mi boca con una devoción que me dejó débil, y por un momento, pensé que iba a desmayarme del puro placer.
— Quiero que me elijas, Beck — murmuró entre besos, sus manos deslizándose bajo mi camisa, tocando mi piel como si estuviera marcando su territorio —. Quiero ser algo más que un secreto.
— No eres un secreto. Solo estaba intentando cuidarte — conseguí susurrar, mi voz quebrándose por la intensidad del momento. Pero incluso mientras lo decía, sabía que no sería suficiente. Ella quería más. Ella se merecía más.
El latido de la música proveniente de algún club cercano vibraba a través de las paredes, marcando un ritmo frenético que se mezclaba con nuestros jadeos. Pero para mí, solo existía ella, su cuerpo caliente y perfecto encima del mío, su boca que sabía a vino y furia, su deseo que consumía el aire a nuestro alrededor.
Ella se apartó un momento, solo lo suficiente para mirarme a los ojos.
— No hay vuelta atrás. Si me eliges, me eliges por completo. ¿Estás lista para eso?
Mi corazón martilleaba en mi pecho, el sudor perlaba mi frente, y todo lo que podía hacer era asentir, sabiendo que no importaba lo que me esperara después de esta noche. Porque, en ese instante, todo lo que importaba era ella, mi musa, mi amor prohibido, la única que había logrado hacerme sentir viva.
Mientras el mundo seguía girando a nuestro alrededor, nos dejamos llevar por esa pasión que había estado contenida por tanto tiempo, consumiéndonos en un deseo que no tenía fin
El aire dentro de la suite era sofocante, denso con el perfume de Freen y el aroma del vino que aún flotaba en nuestras bocas. Mis manos temblaban, no por miedo, sino por la anticipación que me quemaba por dentro. En algún rincón lejano de mi mente, resonaban las notas sensuales de un canción de Taylor Swift que habia estado escuchando últimamente, como si la propia ciudad de París estuviera susurrándome al oído, tentándome a cruzar esa línea invisible.
We were crazy to think, crazy to think that this could work
Remember how I said I'd die for you?
We were stupid to jump in the ocean separating us
Remember how I'd fly to you?
Las palabras de la canción me perseguían, reflejando mis propios pensamientos en una espiral de deseo y autodestrucción. Había sido fuerte, había intentado mantener la distancia, había querido protegerla de mí misma. Pero, ¿protegerla de qué exactamente? ¿De esta atracción que nos consumía? ¿De la necesidad que me hacía quererla con una intensidad casi violenta?
They all warned us about times like this
They say the road gets hard and you get lost
When you're led by blind faith
Blind faith
Freen me había empujado al borde, y ya no había marcha atrás. El rencor en sus ojos, la desesperación en su voz, todo me hacía desearla más. Sabía que, al final del día, éramos dos devotas entregadas al placer que nos exigía sacrificios de piel y alma. Si esto que nos envolvía era un pecado, entonces quería pecar con ella hasta que no quedara nada más.
Ella seguía mirándome, su pecho subiendo y bajando con rapidez, y vi el brillo desafiante en sus ojos, uno que me decía que estaba cansada de mis dudas, cansada de mi temor a ceder por completo. Pero en ese momento, decidí que no iba a ser la cobarde que ella pensaba que era.
— ¿Quieres que te elija? — mi voz salió como un gruñido bajo, cargado de un deseo que ya no podía negar. No le di tiempo para responder. Atraje su rostro hacia mí, mis dedos enredándose en su cabello, y la besé con una furia que me sorprendió tanto como a ella.
No era un beso suave ni lleno de promesas de amor eterno; era un reclamo, una declaración de que, por esta noche, ella me pertenecía. Mi lengua se abrió paso en su boca, explorando, exigiendo, devorando. Ella intentó resistirse, un gemido ahogado escapando de sus labios, pero yo no se lo permitiría.
La empujé hacia la cama, nuestros cuerpos cayendo en una danza caótica de piel y seda. El vestido negro que llevaba era una provocación que había estado soportando durante horas. Mis manos se deslizaron por sus muslos, subiendo con un propósito claro, cada centímetro de su piel encendiendo un fuego que había estado contenida por demasiado tiempo.
But we might just get away with it
Religion's in your lips
Even if it's a false god
We'd still worship
Mis pensamientos se entrelazaban con la letra de la canción, cada palabra marcando el ritmo de mis movimientos. Si esto era una religión, entonces iba a ser su profeta. La tomé por las muñecas, inmovilizándola bajo mi peso. Sus ojos se agrandaron, la sorpresa mezclada con un deseo que reflejaba el mío.
— No eres solo una amiga, Freen — le susurré contra su cuello, mi aliento caliente provocando un escalofrío que la hizo arquearse contra mí —. Eres la única que logra sacarme de mi mente, la única que me hace querer romper todas mis reglas. Pero si entras en mi mundo... — bajé mi mano, acariciando su cintura con una ternura que contrastaba con la intensidad de mis palabras —... tienes que estar dispuesta a seguir mis reglas también.
— Entonces, tómame — su voz fue apenas un susurro, un reto que no podía dejar sin respuesta.
Solté sus muñecas solo para verla sostener mi mirada con desafío. Me incliné hacia ella, besando el borde de su mandíbula antes de susurrar.
— Eres mía esta noche.
El ambiente se volvió más denso, más intoxicante, como si el mismo aire se hubiera convertido en un mar de deseo del que ninguna de las dos podía escapar. Deslicé mis manos bajo su vestido, mis dedos explorando cada curva, cada rincón que me había prohibido por tanto tiempo.
La tailandesa gimió, su cabeza cayendo hacia atrás, ofreciéndome su cuello como una súplica silenciosa. No la hice esperar. Mordí suavemente su piel, dejando una marca que me aseguraba que, ella era mía.
Cada toque, cada susurro era una declaración de lo que habíamos estado evitando, una confesión más profunda que cualquier palabra que pudiera decirle. Mis manos encontraron su espalda, y con un movimiento decidido, la giré, haciéndola quedar bajo mi control total.
El ambiente se llenó de suspiros, el sonido de la tela arrugada bajo nuestros cuerpos, y el eco distante de la ciudad que nunca dormía. Mis labios descendieron por su espalda, y escuché su respiración entrecortarse. Todo lo que podía pensar era en cómo cada parte de ella parecía hecha para tentarme, para perderme en un deseo que no tenía final.
Freen se dio la vuelta, sus ojos oscuros buscando los míos con una desesperación que hacía eco a la mía.
— Demuéstramelo — susurró, su voz apenas un aliento—. Hazme olvidar que existe algo fuera de esta habitación.
Y así lo hice. Nos perdimos en un torbellino de cuerpos y susurros, ambas sabíamos que nuestras elecciones nos haría pagar por esta pasión. Pero, en ese instante, no me importaba nada más que el calor de su piel bajo mis manos, el sabor de sus labios y la certeza de que, al menos por esta noche, Freen era mía en cuerpo y alma.
I know heaven's a thing, I go there when you touch me
Honey, hell is when I fight with you
But we can patch it up good, make confession
And we're begging for forgiveness, got the wine for you
La letra de la canción se convirtió en un mantra silencioso en mi mente, cada palabra marcando el ritmo frenético de nuestros cuerpos. Éramos un caos hermoso, una devoción peligrosa que ninguna de las dos estaba dispuesta a abandonar.
Y en esa locura compartida, nos encontramos, no como amigas, no como amantes, sino como algo mucho más profundo, algo que solo nosotras entendíamos. Algo que, aunque fugaz, era eterno en su propia manera imperfecta.
We'd still worship this love
We'd still worship this love
Still worship this love
Even if it's a false god
Even if it's a false god
Still worship this love
A la mañana siguiente, el aire de París era fresco, con un ligero aroma a pan recién horneado que flotaba desde las boulangeries cercanas. La ciudad parecía despertar lentamente, sus calles adoquinadas vibrando con el sonido de pasos apresurados y risas lejanas. Freen caminaba a mi lado, con su andar elegante y seguro, pero el silencio entre nosotras era pesado, lleno de recuerdos de la noche anterior. Cada roce accidental de nuestros brazos era una chispa que amenazaba con encendernos de nuevo.
Llegamos al punto de encuentro frente a la majestuosa catedral de Notre Dame, y allí estaba él, mi padre, esperándonos con una sonrisa cálida. Llevaba su característico abrigo de lana y una bufanda gris, su mirada azul intensa barría la plaza antes de detenerse en nosotras. Era un hombre alto, de porte elegante, con una presencia que siempre imponía respeto en cualquier sala que pisara.
— Rebecca, querida — dijo Robin, extendiendo los brazos hacia mí para un abrazo.
Mientras caminábamos hacia la entrada de la catedral, Freen se mantenía a unos pasos de distancia, sus tacones resonando en el pavimento como un recordatorio constante de su presencia y su enojo persistente. Intenté alcanzarla, pero ella se desvió hacia mi padre, haciendo preguntas sobre la arquitectura gótica con un interés fingido que no podía engañarme.
Papá nos guió a través de los recovecos de la catedral con la habilidad de un curador experimentado, contándonos historias de santos y pecadores, de leyendas ocultas en las sombras de los arcos y las esculturas. Pero yo apenas podía concentrarme en sus palabras, mis ojos siempre volviendo a Freen, a la curva de su cuello mientras se inclinaba para observar un vitral, al movimiento delicado de sus dedos rozando una columna antigua.
Era un castigo divino estar tan cerca de ella y, al mismo tiempo, tan lejos. Y mientras recorríamos los pasillos sagrados, solo podía pensar en una cosa: cómo la noche anterior habíamos creado nuestro propio altar, un espacio privado donde solo existíamos ella y yo, y cómo esa conexión parecía ahora tan frágil bajo la luz del día.
El recorrido continuó, y aunque intenté acercarme a Freen en varias ocasiones, ella se mantenía firme en su distancia, respondiendo a mis intentos con sonrisas tensas y monosílabos. Papá, ajeno al drama que se desarrollaba entre nosotras, siguió hablando de los detalles más finos de la catedral, llevándonos hacia una pequeña capilla lateral que, según él, pocas veces se mostraba al público.
El interior de Notre Dame me envolvió en su penumbra majestuosa, como si cruzar sus puertas fuera ingresar a otro mundo, uno donde lo sagrado y lo humano se fundían en un mismo espacio. Los altos techos abovedados se alzaban hacia el cielo, sosteniéndose en delicadas nervaduras que se entrelazaban como los dedos de dos amantes. Los vitrales teñían la luz de la mañana con un espectro de colores, lanzando sombras danzantes sobre las frías piedras del suelo. Era una sinfonía de arte, devoción y tiempo, cada detalle un susurro del pasado que aún resonaba en el presente.
Pero por más impresionante que fuera la catedral, mis ojos no podían apartarse de Freen. Ella caminaba unos pasos delante de mí, su silueta recortada contra la luz multicolor que se filtraba a través de los rosetones. Parecía un ser etéreo, una criatura divina que había cobrado vida en medio de estos muros antiguos. La catedral, por grandiosa que fuera, palidecía ante su belleza.
La seguí en silencio, mis pasos resonando suavemente en el eco de la nave central. Freen se detenía de vez en cuando, inclinando la cabeza para observar los detalles minuciosos de las esculturas y relieves que adornaban los pilares. Me embriagaba el simple acto de mirarla, cada uno de sus gestos tan delicado y preciso como si ella misma fuera una obra de arte.
El arte de Notre Dame, sin embargo, me llamaba a admirarlo también. Me esforcé por enfocar mi atención en las esculturas de los santos que nos rodeaban. Las figuras alargadas y serenas, talladas con una devoción que traspasaba el mármol y la piedra, parecían mirar desde su eterno reposo con un aire de sabiduría distante. Sus expresiones, tan llenas de paz, me recordaron la calma que solo encontraba en la presencia de Freen. Pero mientras los santos parecían intocables en su santidad, ella era tangible, cálida, real.
Mi mirada se desvió hacia uno de los vitrales más imponentes, el rosetón del transepto norte. Cada fragmento de vidrio era un destello de historia, un fragmento de la luz divina capturado en color y forma. Y aun así, en ese instante, todo lo que veía era un reflejo pálido de la mujer que tenía frente a mí. Freen era como ese rosetón, una mezcla de fragilidad y fuerza, cada faceta de su ser un destello que me dejaba deslumbrada. El placer que me producía contemplar la luz que atravesaba el vitral no era diferente del que sentía al dejar que mi mirada recorriese su figura.
Freen se giró hacia mí, y por un momento, el mundo pareció detenerse. Sus ojos eran más oscuros que las sombras que se arremolinaban en los rincones más lejanos de la catedral, pero brillaban con una intensidad que rivalizaba con los mismos vitrales. En ese instante, comprendí que la belleza de Notre Dame, con toda su gloria arquitectónica, no era rival para la perfección que tenía ante mis ojos.
— Es impresionante, ¿no? — murmuró ella, su voz un susurro que rebotó en las paredes de piedra.
Asentí, incapaz de articular una respuesta coherente. Porque sí, Notre Dame era impresionante, pero lo que me dejaba sin aliento era ella. Cada vez que la miraba, sentía que caía en un abismo dulce, como si los muros de la catedral se desvanecieran y solo quedáramos nosotras, dos almas entrelazadas en un momento que parecía suspender el tiempo.
Nos detuvimos ante el altar mayor, una obra maestra de detalles góticos tallados con el más exquisito cuidado. Las velas titilaban suavemente, lanzando destellos dorados que acariciaban la piel de Freen. Mi musa extendió una mano hacia mí, sus dedos rozando los míos en un gesto tan breve que casi creí haberlo imaginado. Sentí un escalofrío recorrerme, un deseo casi doloroso que se mezclaba con una devoción que no podía expresar en palabras.
"¿Es esto lo que sienten los devotos al arrodillarse ante su dioses?", me pregunté. ¿Era esta la mezcla de admiración y deseo, de anhelo y reverencia, que inspiraba la fe? Porque si lo era, entonces Freen había creado en mí una nueva religión, una en la que ella era el altar y el sacrificio, el principio y el fin.
Observé cómo sus pasos la llevaban hacia la estatua de la Virgen, su figura esbelta bañada en el resplandor suave de las velas. Parecía un ángel entre ángeles, una encarnación terrenal de la divinidad. Mi corazón latía al compás de sus movimientos, cada inhalación una plegaria silenciosa de gratitud por tenerla en mi vida, aunque fuera solo por este momento robado entre los muros de la catedral milenaria.
En ese instante, supe que no había diferencia entre el placer que encontraba en el arte que me rodeaba y el que sentía al contemplarla a ella. Ambos eran un bálsamo para mi alma, un recordatorio de que la belleza en el mundo podía ser tan abrumadora que dolía. Pero mientras las obras de arte en Notre Dame eran permanentes, fijas en su lugar, Freen era un ser de carne y hueso, efímera, cambiante. Y eso la hacía aún más preciosa.
A medida que nos adentrábamos más en el corazón de la catedral, sentí que el tiempo perdía su significado. Era como si las paredes de piedra, desgastadas por siglos de historia, nos protegieran de todo lo que existía fuera de este lugar sagrado. Las altas columnas parecían extenderse hacia el infinito, guiando nuestra mirada hacia el cielo, como si quisieran recordarnos la presencia de lo divino.
Freen, caminando a mi lado, parecía igualmente cautivada por la atmósfera. Sus dedos rozaban suavemente los bordes de los pilares, como si quisiera absorber la historia contenida en esas piedras. Sus ojos se posaron en los arcos ojivales que se curvaban con gracia sobre nuestras cabezas, como alas extendidas de algún ser celestial.
No pude evitar sonreír al verla tan absorta. Había algo tan encantador en su curiosidad, en cómo se entregaba por completo al momento. Observé el juego de luces y sombras que la envolvía, cada reflejo de los vitrales coloreando su piel como un pincel que daba vida a un lienzo. Sus labios se curvaron en una sonrisa al notar que la observaba, pero no dijo nada. El silencio entre nosotras era ahora cómodo, lleno de significados no dichos, una conversación muda que solo nosotras entendíamos.
Nos acercamos al transepto sur, donde se alzaba una estatua de Juana de Arco. La figura de la mártir, con su expresión de valentía y devoción, parecía contemplar la eternidad con una determinación que siempre me había impresionado. Pero esta vez, no pude evitar superponer la imagen de Freen a la de Juana. Ambas eran mujeres de una belleza imponente, pero lo que las hacía aún más fascinantes era su fuerza interior, ese fuego que ardía en sus almas.
— ¿Alguna vez te has sentido así? — preguntó ella, señalando la estatua —. Como si estuvieras dispuesta a luchar por algo, sin importar el precio.
Su pregunta me tomó por sorpresa, pero también resonó profundamente en mí. Porque, en ese momento, me di cuenta de que eso era exactamente lo que sentía por ella. Una mezcla peligrosa de devoción y deseo, una voluntad de arriesgarlo todo por mantenerla cerca, incluso cuando sabía que podría destruirnos a ambas.
— Sí, lo he sentido — respondí, mi voz un susurro que se perdió entre los ecos de la catedral —. Y tú, ¿alguna vez te has sentido así?
La modelo me miró, sus ojos oscuros reflejando las luces de las velas. Por un instante, vi la vulnerabilidad en su mirada, un indicio de algo más profundo, algo que ella rara vez dejaba entrever. Pero antes de que pudiera preguntarle más, desvió la mirada, enfocándose en un altar lateral adornado con flores y ofrendas.
Nos acercamos al altar, donde una fila de velas parpadeaba, sus llamas titilando suavemente en el aire quieto. Freen tomó una de las velas sin encender y la giró en sus manos, su rostro pensativo. No pude evitar preguntarme qué estaba pensando en ese momento, qué secretos guardaba detrás de esa fachada tranquila.
— Enciende una — le sugerí —. Es un gesto de esperanza, de fe en algo más grande que nosotras.
Ella me miró con una sonrisa divertida.
— ¿Fe en qué? — preguntó —. ¿En la eternidad? ¿En el amor?
Sentí un nudo en la garganta. No sabía cómo responderle, porque la verdad era que mi fe, en ese momento, estaba puesta en ella. En nosotras. En este instante robado dentro de una catedral que había visto pasar siglos de historia. Pero antes de que pudiera decir algo más, Freen encendió la vela y la colocó en el altar, observando cómo la llama crecía y se estabilizaba.
— Fe en nosotras — susurré finalmente, casi sin querer que me escuchara. Pero ella lo hizo. Lo supe por la forma en que sus labios se curvaron en una sonrisa, aunque no dijo nada.
Continuamos nuestra exploración en silencio, acercándonos a los confesionarios tallados con esmero, donde generaciones de fieles habían dejado sus secretos. Me pregunté qué confesión haría yo en ese momento, si tuviera que arrodillarme ante un sacerdote. ¿Le contaría cómo el simple hecho de mirar a la mujer que me acompañaba esa tarde encendía un fuego en mi pecho, un deseo que no se saciaba con nada? ¿Confesaría que cada día que pasaba a su lado era una tentación de la que no quería escapar?
Nos detuvimos frente a la Pietà, una escultura que representaba el dolor y la belleza de la pérdida. Y mientras miraba la imagen de la Virgen sosteniendo el cuerpo de Cristo, no pude evitar pensar en lo frágil que era todo esto, en lo efímera que era la conexión que compartíamos.
Freen tomó mi mano, un gesto que me sacó de mis pensamientos oscuros. Sus dedos eran cálidos, firmes, como si quisiera anclarme al presente, recordarme que, al menos por ahora, estábamos juntas. No sabía cuánto tiempo duraría este momento, pero lo que sí sabía era que quería saborearlo, atesorarlo como si fuera el último.
— ¿En qué piensas? — preguntó ella, su voz suave, casi temerosa de romper la magia del lugar.
— En lo hermosa que eres — respondí sin pensarlo, dejándome llevar por la sinceridad del momento.
Ella se rió suavemente, su risa reverberando entre las paredes de piedra.
— Tú siempre sabes qué decir, ¿no?
Pero antes de que pudiera responder, nos vimos interrumpidas por la llegada de mi padre. La intimidad del momento se desvaneció como la bruma, dejándonos solo con las sombras y el eco de nuestras palabras. Freen soltó mi mano, pero la sensación de su toque perduró, como si sus dedos hubieran dejado una marca invisible en mi piel.
Después de explorar cada rincón de Notre Dame, papá se despidió para dejarnos a solas.
— Bueno, chicas, creo que es mejor dejarlas explorar a solas este lugar tan especial. Hay algo en Notre Dame que se aprecia mejor en silencio, con tiempo para absorber cada detalle. Las veré afuera más tarde — dijo, antes de alejarse, dejándonos envueltas en la atmósfera solemne de la catedral.
Mientras yo me rezagaba, observando los arcos altos y vitrales llenos de color, Freen avanzó hacia el altar mayor donde se encontraba un Cristo antiguo tallado en madera. La luz de las velas lo iluminaba de forma espectral, y el aire se llenaba con el aroma a cera y un leve toque de incienso. Me senté en una de las bancas de madera, dispuesta a disfrutar de ese momento en el que ella, ajena a mi mirada, exploraba su entorno con fascinación infantil. Había algo magnético en la forma en que se movía, ligera y etérea, como si flotara en ese espacio sagrado.
La modelo se detuvo frente a la escultura, completamente absorbida por la escena que las velas creaban a su alrededor. Las llamas proyectaban sombras alargadas que parecían danzar al ritmo de la luz. Desde donde estaba, el efecto de la cera derretida cayendo era hipnótico. Las gotas parecían abrazar sus curvas con una devoción casi divina.
Me quedé sin aliento al verla allí, iluminada como si fuera una extensión de las velas que custodiaban la figura del Cristo. La pureza y el misterio de la catedral parecían haberse manifestado en ella, transformándola en algo más que humana, un reflejo de lo divino.
Ese pensamiento me golpeó con fuerza: Freen, frente al crucifijo, absorbida por su reflejo titilante en las llamas, parecía estar en comunión con algo superior. Pero lo que realmente captó mi atención fue cómo la cera derretida parecía fluir hacia abajo, fusionándose con su silueta. Desde mi perspectiva, la cera se deslizaba por su cuerpo como si el universo hubiera conspirado para vestirla en ese momento.
La escena era casi sobrenatural: las capas de cera abrazaban su figura de manera perfecta, como si formaran un vestido diseñado por manos divinas. Las llamas iluminaban su piel con una calidez etérea, dándole la apariencia de un ángel encarnado.
En ese instante, supe lo que había estado buscando: la representación perfecta de pureza y poder que debía capturar en su vestido. Un deseo urgente me invadió, el de inmortalizar esa visión antes de que se desvaneciera. Saqué mi pequeño cuaderno y comencé a esbozar con manos temblorosas, trazando líneas que imitaban las capas de cera derritiéndose, un vestido que caería con la misma gracia con la que las gotas resbalaban por las velas.
Me perdí en la forma en que las capas de cera se moldeaban sobre su cuerpo, y me obsesioné con la textura, imaginando cómo caería sobre ella como un segundo tejido. Era como si la cera cobrara vida, deslizándose para formar un vestido que abrazara cada curva de la mujer frente a mí, envolviéndola.
Observándola de perfil, una certeza me invadió: ella era como esas velas. Cercana a lo divino, con una luz interna tan pura que podía custodiar a los mismos dioses y santos que adornaban las catedrales. Era la encarnación de un ángel en la tierra, como las velas que encendemos para iluminar las imágenes sagradas, para guiarnos en la oscuridad espiritual. Su presencia tenía un poder casi redentor, una pureza que me hacía cuestionar si algún ser humano podría ser tan perfecto, tan irreal.
La luz cálida de las velas iluminaba su rostro, mientras ella permanecía erguida, con la piel bañada en reflejos dorados que destacaban su brillo natural. La cera, al derretirse, parecía superponerse sobre su figura, formando un vestido efímero que la abrazaba como una segunda piel luminosa. No solo era hermosa, era divina, cercana a lo sagrado, como los santos que adornan los vitrales de Notre Dame.
Esa cera, como fundida por la misma divinidad que ella emanaba, delineaba sus curvas, transformándola en una figura etérea que podría haber custodiado a los dioses en sus altares. La luz dibujaba sombras delicadas sobre su rostro, resaltando su perfil con la perfección de una escultura renacentista. Fue entonces cuando comprendí: Freen no solo era mi musa, era el ángel que había estado buscando, el ser que capturaría en mi próximo diseño.
Las velas continuaban derritiéndose, creando ríos de cera que se deslizaban como hilos finos sobre las mesas de madera antigua. En mi mente, esas líneas cobraban vida sobre el cuerpo de mi musa. Mi corazón latía con fuerza al imaginar cómo este concepto tomaría forma en un vestido único, uno que celebrara tanto su belleza terrenal como su esencia celestial.
Ella giró ligeramente, observando una de las velas más altas con fascinación. La luz dorada delineaba su rostro, acentuando sus pómulos y el contorno delicado de su mandíbula. En ese instante, me pareció más que humana; era la encarnación de todo lo que había estado buscando, la musa que podía transformar mis ideas en arte puro. Mis dedos se movían frenéticamente, intentando capturar cada detalle, mientras en mi mente tomaba forma un diseño: un vestido hecho de capas superpuestas como la cera, que al fundirse revelaran la divinidad debajo.
El aire estaba cargado no solo con el aroma a cera quemada y a piedra antigua, sino con algo más profundo, algo entre nosotras que no necesitaba palabras. Tomé varias fotos disimuladamente, queriendo capturar esa luz que transformaba su piel en una obra de arte, la luz que hacía que cada pliegue de su vestido pareciera nacer de su ser.
Me acerqué lentamente, tomando mi cuaderno y un lápiz, intentando preservar esa visión antes de que se desvaneciera. Freen se movía con una gracia que desafiaba toda lógica, sus movimientos fluidos, como si estuviera en comunión con algo más allá de este mundo. Mientras dibujaba, mi obsesión con la textura de la cera crecio, queriendo replicar cómo se adhería al metal y ahora imaginando cómo caería sobre su piel como un segundo tejido. Quería un vestido que tuviera esa misma cualidad: líquido, fundido, pero sólido y etéreo al mismo tiempo.
Tomé varias fotografías rápidas con mi teléfono, tratando de ser discreta para luego afinar los detalles. Sabía que este boceto, esta idea que acababa de nacer en Notre Dame, sería la pieza que definiría mi creación. Freen, en ese momento, se había convertido no solo en mi inspiración, sino en la encarnación misma de la divinidad que tanto anhelaba expresar en mi arte.
Ella se volvió hacia mí, capturando mi mirada con esos ojos oscuros que parecían contener secretos y promesas no dichas.
— ¿Por qué me miras así? — su voz se elevó un poco para alcanzarme en la distancia.
Mis ojos iban y venían entre mi cuaderno y su cuerpo, que parecía ajeno a mi obsesión silenciosa. Ella alzó una mano, rozando suavemente con la yema de sus dedos una de las gotas de cera endurecida en la mesa más cercana, como si probara la textura. Cada movimiento suyo irradiaba una elegancia que ninguna de las esculturas a nuestro alrededor podía igualar. Era como si ella misma hubiera sido esculpida, no por manos humanas, sino por los mismos dioses.
— Porque acabas de darme lo que no sabía que estaba buscando — respondí, mi voz apenas un murmullo, cargada de admiración que ni siquiera intenté disimular.
Freen sonrió, pero su sonrisa no solo su rostro sino todo a nuestro alrededor, haciéndome sentir que estaba presenciando algo superior al arte, a mí misma.
Las puertas de madera tallada de Notre Dame se cerraron lentamente detrás de nosotras, dejando atrás la penumbra sagrada del interior de la catedral. El aire de París nos recibió con un soplo fresco, cargado del aroma a piedra mojada y pan recién horneado que flotaba desde las boulangeries cercanas. El sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo de un tono anaranjado que resaltaba la magnificencia de la fachada gótica que se alzaba ante nosotras.
Freen y yo nos detuvimos un momento en los escalones, nuestras miradas alzándose hacia las torres gemelas que rasgaban el horizonte parisino. Las gárgolas que custodiaban la catedral desde las alturas nos observaban con ojos vacíos, figuras de piedra que parecían estar al borde de un grito eterno. Cada una de esas criaturas grotescas, con sus fauces abiertas y alas extendidas, estaba destinada a ahuyentar a los espíritus malignos, pero en la luz dorada del atardecer, parecían más bien guardianes silenciosos de un pasado olvidado.
— No me canso de verlas — murmuró Freen a mi lado, su voz apenas un susurro ante la majestuosidad del edificio. Sus ojos se deslizaron por la intrincada tracería de los rosetones y los arcos que decoraban la fachada, perdiéndose en los detalles como si cada centímetro de piedra le contara un secreto.
— Son hipnóticas, ¿verdad? — respondí, tomando un momento para absorber la escena antes de marcharnos.
Al pie de los escalones, distinguí la figura alta y elegante de mi padre, Robin Armstrong. Vestía su característico abrigo de lana gris. Al vernos, alzó la mano en un saludo, su sonrisa iluminando su rostro curtido por años de explorar el arte y la historia.
— Rebecca, Freen — nos saludó con una calidez que contrastaba con el aire solemne de la catedral detrás de nosotras —. Espero que hayan disfrutado de la visita. Notre Dame tiene una forma de hacernos sentir... pequeños, ¿no es así?
Freen asintió con entusiasmo, aún con los ojos brillantes por la emoción de la experiencia, pero yo sabía que debía aprovechar el momento. Tras un breve intercambio de palabras, le lancé a Freen una mirada que pedía complicidad.
— Papá, ¿podríamos hablar un momento en privado? — le pedí, asegurándome de que mi tono no reflejara la urgencia que sentía.
Mi padre arqueó una ceja, claramente intrigado, pero asintió sin dudar. La tailandesa camino unos pasos apartándose de nosotros para darnos privacidad, parecía que estaba tomando fotos del paisaje.
— ¿Qué sucede, querida? — preguntó, con su voz baja y calmada.
Tomé aire antes de hablar, asegurándome de que Freen estuviera lo suficientemente lejos para no escucharnos.
— Quiero pedirte un favor. Es un poco inusual —comencé, sintiendo una oleada de nerviosismo que no esperaba —. ¿Recuerdas esas velas junto al altar mayor? Las que están al pie del Cristo. Necesito que las guardes para mí.
Su expresión se tornó pensativa.
— ¿Las velas? — preguntó, arqueando una ceja con evidente sorpresa. No era la primera vez que le pedía cosas extrañas en nombre del arte, pero este favor en particular parecía haberlo desconcertado.
Asentí con determinación.
— Sí, quiero que cuides de ellas como si fueran la pietà en tus manos, no las vuelvan a encender, retiralas del lugar intactas. Necesito que las envíes a mi estudio en Nueva York.
Papá me miró con una mezcla de curiosidad y complicidad, como si intentara descifrar la razón detrás de mi inusual petición.
— ¿Para qué las necesitas? — inquirió, su tono ahora cargado de una genuina intriga.
Tomé aire antes de responder.
— Quiero capturar la esencia de este momento. Esas velas... representan algo más que luz. Cuando Freen estaba frente a ellas, fue como si todo el espacio se transformara. Fue... sublime. Necesito esa cera para el diseño que estoy creando. Algo inspirado en ella, en cómo la luz la envolvía.
Mi padre se quedó en silencio, asimilando mis palabras. Finalmente, me dedico esa sonrisa que siempre me daba cuando entendía la profundidad de mi obsesión artística.
— Rebecca, tú y tus ideas siempre tan... únicas — su tono era una mezcla de admiración y resignación. Luego, asintió con la cabeza, como si hubiera tomado una decisión —. De acuerdo, me encargaré de que esas velas lleguen a tu estudio.
Sentí una oleada de alivio y gratitud.
— Gracias, papá. Significa mucho para mí.
Él se acercó, plantando un beso suave en mi frente.
— Todo por el arte, ¿verdad? Pero asegúrate de contarme más sobre esa idea. Estoy deseando ver qué haces con ellas.
Nos unimos de nuevo a Freen, que nos esperaba cerca de las fuentes, con la vista perdida en los detalles de las estatuas que adornaban la entrada. Así terminó nuestra visita a París. Ya no necesitaba seguir explorando más catedrales; había encontrado todo lo que estaba buscando. Sin embargo, Heng ya había trabajado en el itinerario y planeado todo el viaje, y observar a Freen descubriendo el arte sacro se había convertido en una obsesión. Las próximas semanas visitaríamos algunas otras catedrales. Mientras ella disfrutaba de descubrir la iconografía católica, yo me encargaría de trasladar el vestido de mi imaginación a la realidad tangible.
Sábado, 04 de Mayo de 2024 10:00 A.M.
Setenta y dos horas antes de la gala
Los rayos del sol se filtraban a través de las copas de los árboles de Central Park, iluminando los senderos con un brillo dorado. Caminaba a paso tranquilo junto a Freen, quien llevaba a Fluffy con una correa de cuero color marrón claro de Hermes hecha a la medida para Fy, dejándolo explorar los alrededores con ese entusiasmo característico de un cachorro.
Yo había optado por un look clásico: unos pantalones de vestir oversize en negro, que caían holgados hasta mis tobillos, acompañados de una camisa blanca de algodón que, con su corte impecable, añadía un toque pulido a mi apariencia. Me sentía segura en la simplicidad de la combinación, aunque mis pensamientos divagaban en mil direcciones distintas.
Freen, en cambio, lucía un atuendo mucho más relajado. Llevaba una bermuda de mezclilla ancha que cubría hasta sus rodillas y una camisa mil rayas de un suave tono rosa tenue. La gorra color vino que cubría su cabello enmarcaba su rostro, mientras unos sneakers de Dior en blanco la hacían ver cómoda. Siempre admiré su habilidad para convertir incluso lo más casual en un conjunto digno de portada.
— Hoy es el día — murmuró ella con una sonrisa que brillaba tanto como el cielo despejado sobre nuestras cabezas. Tiró levemente de la correa para guiar a Fluffy a un lado del camino, evitando que se adentrara en un charco.
— ¿El día? — pregunté, fingiendo demencia mientras me concentraba en los sonidos del lugar. Sabía exactamente a qué se refería, pero no podía evitar ese pequeño acto de evasión que había estado ensayando desde que me escribió esta mañana.
— La prueba del vestido, Becbec — se giró hacia mí con una expresión de leve reproche, aunque sus ojos centelleaban divertidos —. Te dijo Love que sería hoy, ¿verdad?
Asentí, aunque con una leve sonrisa tensa que esperaba no fuera tan obvia. Tenía una montaña de trabajo esperándome en el estudio, y dedicar varias horas a la prueba del vestido era un lujo de tiempo que no podía permitirme. O al menos, eso me decía a mí misma. Porque la verdad era que estar en la sala de pruebas, viéndola transformar mis sueños a la realidad, era un placer culpable que prefería evitar.
— Lo sé, pero tengo algunas cosas urgentes que resolver antes del lunes — intenté excusarme, fijando la vista en el camino frente a nosotros. Sentía su mirada clavada en mí, analizándome, como si pudiera leer lo que realmente pasaba por mi mente.
Ella solo suspiró y se detuvo por un momento, dejando que Fy diera vueltas alrededor de sus piernas. Su expresión se suavizó mientras se inclinaba para acariciar al pequeño canino.
— Siempre tienes algo urgente que hacer, Becky. Pero hoy es importante para nosotros... — su tono se había vuelto más serio, y me encontré atrapada en ese cruce de caminos que tanto temía. Dejar mis obligaciones por un rato o darle la prioridad que tanto merecía.
El silencio se alargó, roto solo por los ladridos felices de Fluffy que perseguía una hoja llevada por el viento. Finalmente, dejé escapar un suspiro resignado, sabiendo que esta vez no había forma de esquivar su pedido.
— Está bien, Freen. Te acompañaré — cedí al fin, mirando su expresión transformarse de nuevo en esa sonrisa deslumbrante que tanto me gustaba. Mi corazón dio un vuelco, como siempre que lograba que sonriera así, pero aparté la vista rápidamente para que no lo notara.
Mientras retomábamos la caminata, ahora en silencio, me pregunté si había tomado la decisión correcta. Pero por ahora, lo único que importaba era el sonido de sus risas suaves y la alegría de Fluffy al brincar entre las hojas caídas.
— ¿Entonces estas segura? — preguntó de repente, deteniéndose en seco y girándose para mirarme de frente. Su tono era tan afilado como una daga, y sus ojos, normalmente dulces, tenían ahora un brillo molesto.
— Sí, tal vez un rato — respondí, manteniéndome lo más calmada posible. Intenté no enfocar demasiado mi mirada en su expresión, porque sabía que ver ese pequeño puchero en sus labios me haría ceder más rápido de lo que me gustaría.
Ella dejó escapar un bufido, soltando la correa de su cachorro con un movimiento brusco. El perro, confundido por la repentina libertad, corrió unos pasos antes de detenerse y mirar hacia atrás, como si dudara entre seguir explorando o regresar con su dueña.
— Siempre tienes algo más importante que hacer —espetó, cruzando los brazos frente a su pecho. La camisa se le arrugó un poco, pero a ella no pareció importarle —. Hoy es la ultima prueba, Becky. Es tu vestido, y pensé que al menos eso sería una prioridad para ti.
Me mordí el interior de la mejilla para no responder inmediatamente. No era que no quisiera estar allí, ver cómo el vestido tomaba forma sobre su cuerpo perfecto. Pero el caos en mi mente me pedia un momento a solas.
— Lo es, Freen. Pero no puedo ignorar mis responsabilidades. Sabes que todo esto también es por la gala, por todo lo que estamos construyendo... —intenté razonar, aunque sabía que mis palabras caerían en oídos sordos.
Ella resopló de nuevo, apartando la vista mientras pateaba una piedra con la punta de su sneaker, enviándola rodando por el sendero.
— Siempre tienes una excusa lista — replicó, su voz teñida de un resentimiento que me tomó por sorpresa —. Si esto fuera tan importante para ti como dices, encontrarías la forma. Pero claro, soy solo un proyecto más en tu lista interminable de cosas por hacer.
Su acusación me golpeó más fuerte de lo que esperaba, y me encontré incapaz de formular una respuesta inmediata. En lugar de eso, observé cómo ella se agachaba para acariciar a Fy, quien, ajeno al pequeño drama entre nosotras, se limitaba a mover la cola con alegría.
El silencio entre nosotras se alargó, solo interrumpido por los ladridos juguetones del cachorro y el murmullo lejano de la ciudad a nuestro alrededor. Finalmente, dejé escapar un suspiro, bajando la guardia aunque solo fuera un poco.
— Está bien — murmuré al fin, casi en un susurro —. Iré me quedare contigo hasta que termines, ¿de acuerdo? Solo necesito que entiendas que no siempre es fácil para mí...
Ella se levantó de inmediato, la irritación en sus facciones suavizándose al instante, como si mi rendición fuera todo lo que había estado esperando.
— Sabía que lo harías — su voz había recuperado esa dulzura que tanto me desarmaba, y aunque parte de mí sabía que me había manipulado para obtener lo que quería, otra parte no podía evitar sentirse aliviada al verla sonreír de nuevo.
Volvimos a caminar, esta vez en un silencio más cómodo, mientras Freen hablaba emocionada sobre cómo imaginaba la prueba, sobre cómo se sentiría al ver el vestido finalmente ajustado a su figura. Y aunque aún había una parte de mí que se sentía atrapada entre mis obligaciones y mis deseos, no pude evitar sonreír ante su entusiasmo.
Mientras seguíamos caminando por los senderos serpenteantes de Central Park, el sonido de nuestras pisadas se mezclaba con los murmullos de la ciudad en la distancia. Freen había recuperado su buen humor, mientras Fy saltaba feliz entre los arbustos cercanos. Pero mis respuestas se habían reducido a murmullos distraídos, asentimientos ocasionales, porque mi mente estaba en otro lugar.
No importaba cuántas veces me dijera a mí misma que debía mantener las distancias, que debía protegerme y protegerla. Cada vez que estaba cerca de ella, sentía como si algo en mi interior cediera, como una presa al borde del colapso. Había algo en la forma en que sus ojos brillaban cuando me miraba, en la manera en que su sonrisa iluminaba hasta los rincones más oscuros de mi día, que hacía que todo se volviera... borroso. Como si nada más importara salvo ella.
Era como una canción suave que se colaba en mi mente sin permiso, una melodía que se repetía en un bucle interminable, desarmándome lentamente. La verdad era que Freen tenía ese efecto sobre mí: hacía que bajara la guardia, que mostrara partes de mí misma que prefería mantener ocultas. Cuando estaba con ella, mis escudos se desmoronaban, uno por uno, dejando al descubierto un lado más vulnerable, uno que había jurado no dejar que nadie más viera.
Y a pesar de todo, había algo terriblemente adictivo en esa vulnerabilidad. No me gustaba sentirme expuesta, no después de todas mis experiencias fallidas en el amor. Pero con Freen... era diferente. Había algo en su presencia que hacía que quisiera quedarme, que hacía que los muros que había construido a lo largo de los años se desmoronaran con una facilidad que asustaba.
Cada pequeño gesto suyo era como una flecha certera, dirigida justo a esa parte de mí que había intentado enterrar. Su risa ligera, sus bromas caprichosas, incluso esos pequeños berrinches que hacía cuando no conseguía lo que quería. Todo en ella me dejaba con esa sensación cálida y sofocante, como si estuviera atrapada en un sueño del que no quería despertar. Era una suavidad que no había pedido, pero que había llegado a desear.
Mis pensamientos se sumergían en el caos de mis emociones. No se trataba solo de atracción; era más profundo, más complicado. Había algo en su voz, en la forma en que me decía "Bec bec" con esa familiaridad que ninguna otra persona tenía, que me hacía sentir como si por fin hubiera encontrado un hogar. Y eso me asustaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Porque sabía que, al final del día, el amor y las relaciones románticas eran un arma de doble filo. Había visto cómo podía destruir a las personas, cómo podía convertir los sueños en polvo. Pero con la tailandesa, no podía evitar dejarme llevar, aunque sólo fuera por unos momentos robados. Ella era ese punto vulnerable que tanto temía, un lugar al que siempre terminaba regresando, sin importar cuántas veces me prometiera que esta vez me mantendría fuerte, que no caería en sus encantos.
Mientras ella seguía hablando, su voz se convertía en un eco lejano, y me perdí en la forma en que sus labios se movían, en el brillo de sus ojos bajo la luz del sol. En esos momentos, me sentía como una niña otra vez, insegura, llena de dudas y sueños a medio construir. Porque estar cerca de Freen significaba abrirme a la posibilidad de sentir, de querer más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Y, sin embargo, cada vez que me alejaba de ella, me encontraba deseando regresar. Como un imán que no podía evitar la atracción, como si todo en mí estuviera programado para caer, una y otra vez, en la trampa que sus ojos me tendían.
No sabía cuánto más podría resistir. Pero, por ahora, aquí estábamos, caminando juntas bajo el sol, fingiendo que todo estaba bien. Fingiendo que no había más que una amistad entre nosotras. Y aunque sabía que eventualmente tendría que tomar una decisión, por ahora, me dejaba llevar por la ilusión de que este momento, al menos, podía durar para siempre.
El murmullo constante del parque se desvanecía mientras seguíamos caminando. Mis pensamientos giraban en torno a ella, y antes de darme cuenta, mis pasos me llevaron más cerca, hasta que el espacio entre nosotras se volvió insignificante.
Todo dentro de mí gritaba que debía mantener la distancia, que no podía permitirme este desliz. Pero en ese momento, bajo la luz dorada que acariciaba su rostro, algo cambió. No quería seguir resistiéndome. No podía. Había pasado demasiado tiempo escondiendo lo que realmente sentía, intentando mantener esa fachada profesional que siempre había protegido tan cuidadosamente, las promesas que había hecho a sus amigos.
Freen seguía hablando, pero ya no escuchaba las palabras. Me fijé en la curva de sus labios, en el modo en que su gorra arrojaba una sombra suave sobre sus ojos, haciéndolos parecer aún más oscuros y misteriosos. De repente, me encontré a mí misma deteniéndome en seco, como si todo en mi mundo se hubiera reducido a ella y a este momento.
Sin pensarlo más, cerré la distancia que quedaba entre nosotras. Llevé una mano a su mejilla, mi pulgar acariciando suavemente su piel cálida, y vi cómo sus ojos se ensanchaban de sorpresa antes de que una sonrisa juguetona se deslizara en sus labios.
— Bec... — murmuró ella, su voz era un susurro cargado de duda y expectación. Pero antes de que pudiera decir algo más, me incliné hacia adelante y la besé. Fue un beso suave, tímido al principio, como si estuviera explorando un territorio prohibido por primera vez. Pero pronto me perdí en la calidez de sus labios, en el sabor de su aliento que me hizo querer más.
Por un momento, todo se detuvo. El mundo exterior, el bullicio del parque, el constante martilleo de mis propias inseguridades... todo desapareció. Solo existíamos ella y yo, unidas en ese instante que había deseado durante tanto tiempo.
Justo cuando el beso comenzó a profundizarse, sentí que ella se apartaba ligeramente. La miré, confundida, hasta que susurró entre dientes:
— Bec, espera... — ella señaló con un movimiento casi imperceptible hacia la izquierda. Seguí su mirada y me congelé al ver un par de figuras con cámaras, escondidos a medias detrás de los arbustos, sus lentes apuntados directamente hacia nosotras.
— Paparazzis... — murmuré, un hilo de frustración mezclado con algo que casi parecía risa. Pero no me aparté. En lugar de eso, acerqué mi rostro al de Freen nuevamente, rozando su mejilla con mis labios mientras susurraba —: ¿Qué importa? Déjalos mirar.
La modelo soltó una risa nerviosa, aunque había un destello de preocupación en sus ojos.
— ¿Y qué vas a decir cuando las fotos salgan mañana? — preguntó, su voz teñida de incertidumbre. Pude ver cómo intentaba evaluar la situación, siempre tan consciente de lo que significaba para mí que nos vieran así en público.
Sonreí, dejándome llevar por un impulso audaz que normalmente habría reprimido. Mi mano se deslizó hacia la base de su cuello, sintiendo su piel erizarse bajo mis dedos.
— Diré lo que siempre digo — susurré, mis labios apenas rozando los suyos con cada palabra—: que no hablo de mi vida privada. Pero, Freen, si tú quieres contarlo, si decides que no quieres ocultarlo, estaré de acuerdo.
Sus ojos se suavizaron y, por un instante, pensé que estaba a punto de besarme de nuevo, de perderse en el mismo deseo que me había consumido. Pero justo cuando nuestros labios estaban a milímetros de encontrarse otra vez, sentí un tirón en mi pantalón. Miré hacia abajo sólo para encontrar a Fluffy, ladrando con impaciencia y mordiéndome suavemente la pierna, reclamando nuestra atención.
Freen estalló en una carcajada, la tensión entre nosotras disipándose al instante. Ella se agachó para recoger a su travieso acompañante, sus dedos acariciando el pelaje suave del perro, mientras él movía la cola con entusiasmo.
— Fluffy, no podrías haber elegido un peor momento —se quejó ella, aunque con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Me encontré riendo también, y en ese momento supe que no había vuelta atrás. Ya no quería resistirme a lo que sentía por Freen. Ella era esa chispa que había estado buscando, esa parte de mi vida que hacía que todo lo demás pareciera un poco más brillante. Así que, mientras ella se levantaba con Fluffy en brazos, me acerqué de nuevo, besándola rápidamente antes de que pudiera protestar.
— Te lo advertí, Bec... — dijo ella entre risas, con las cámaras aún apuntándonos. Pero yo solo la miré, disfrutando de la sensación de su risa vibrando contra mis labios.
— Que miren, entonces — le respondí, mi voz firme pero suave, porque en este momento, no importaba lo que dijeran los demás, lo único que importaba era ella, y lo que estábamos dispuestas a arriesgar para estar juntas.
Unas horas después estábamos llegando al hotel que nos hospedaría hasta la noche de la gala.
— ¿Sabes que estás loca, verdad? — dijo, arqueando una ceja con esa sonrisa que siempre me desarmaba. Sus ojos brillaban de picardía mientras fingía preocupación —. Besarme así en pleno Central Park... ¿Estás enferma, Becbec? Tal vez te ha dado fiebre.
Sonreí, disfrutando del juego. Me incliné hacia ella, invadiendo su espacio personal de manera intencionada, hasta que mis labios casi rozaron su oído y mis manos se apoyaron en lo alto de sus muslos.
— ¿Fiebre? No... — susurré, dejando que mi aliento acariciara su piel —. Lo que tengo es una obsesión peligrosa contigo — dejé que mis dedos recorrieran la línea de su mandíbula lentamente, disfrutando de cómo su respiración se aceleraba —. Es tu culpa. Tu belleza me tiene al borde de la locura. ¿Sabes cuántas veces he fantaseado con arrancarte esa camisa y tenerte solo para mí?
Vi cómo el rubor se extendía por sus mejillas, pero no retrocedió; más bien se mordió el labio inferior, como si estuviera probando hasta dónde podía llegar mi atrevimiento. En ese momento, el taxi de lujo que nos transportaba se detuvo frente a la entrada del icónico Hotel Ritz, cuya fachada imponente relucía bajo la luz del sol. El bullicio de la ciudad parecía haberse congregado en torno al vestíbulo del hotel, donde un grupo de paparazzis esperaba ansioso la llegada de alguna celebridad que valiera la pena. Sabía que nosotras seríamos ese espectáculo que tanto anhelaban.
La tailandesa lanzó un suspiro al ver los destellos de las cámaras reflejándose en los espejos del coche. La tensión en su rostro era inconfundible, como si ya estuviera anticipando el asedio de preguntas que las fotos iban a desatar. Pero esta vez, en lugar de acobardarme ante la atención indeseada, sentí un impulso que me era desconocido: quería que nos vieran, quería que supieran.
— ¿Lista? — le susurré, con una sonrisa cargada de un atrevimiento que hacía mucho no dejaba salir a la luz. Ella me miró, un tanto sorprendida por el tono en mi voz, pero asintió lentamente.
El chófer nos abrió la puerta, y salí primero, ofreciéndole mi mano a la modelo para que bajara de la van. Rápidamente retiré mis gafas de sol al ver la cantidad de flashes que se disparaban en nuestra dirección en el momento en que pusimos un pie en la acera. Puse mis gafas sobre el rostro de la tailandesa deslizandolas por el puente de su nariz con delicadeza.
— No quiero que esos flashes dañen tu vista — susurré cerca de su oído. Ella me miró sorprendida, sus labios curvándose en una sonrisa que aceleró mis latidos. Estaba hermosa incluso bajo la luz agresiva de las cámaras.
Me miró con esos ojos oscuros que podían leerme incluso cuando no quería ser leída, y entendí lo que estaba pensando. La tomé por la cintura, guiándola con firmeza a través del enjambre de paparazzis. Mis manos se deslizaron posesivamente sobre su cadera, asegurándome de que todos vieran. Noté cómo su respiración se volvía errática con cada paso que dábamos hacia la entrada del Ritz.
Fluffy, nuestro pequeño rockstar de cuatro patas, pavoneaba como si una alfombra roja hubiera sido puesta solo para él. Sus patitas resonaban contra el pavimento mientras movía la cola con orgullo, deteniéndose para permitir que los flashes capturaran su mejor ángulo. Las risas entre los paparazzis se mezclaban con los clicks de las cámaras, algunos incluso dedicándole más atención a él que a nosotras.
Antes de que Freen pudiera decir algo, me acerqué más hacia ella con una sonrisa traviesa.
— Mira lo que tenemos aquí — dije asegurándome de que pudiera escucharme entre todo el ruido—. La mujer más hermosa del mundo y un perro que podría robarle el show a cualquiera — ella rió, sacudiendo la cabeza, pero noté el rubor que se extendía por sus mejillas. Adoraba verla así, vulnerable y radiante al mismo tiempo.
Sin pensarlo dos veces, llevé una mano a su mejilla, mis dedos rozando su piel suave. Vi cómo sus labios se entreabrían, un suspiro escapando antes de que pudiera detenerlo. Me acerqué más, ignorando el aluvión de gritos y preguntas de los fotógrafos, y la besé justo ahí, en la entrada del Ritz.
Fue un beso lleno de todo lo que había estado reprimiendo: deseo, ternura, desafío. Sentí cómo Freen se tensaba al principio, sorprendida, pero pronto respondió, enredando sus brazos alrededor de mi cuello, dejándose llevar por el momento. Los flashes se intensificaron, las cámaras capturando cada segundo de nuestra audacia.
Cuando nos separamos, respiré profundamente, disfrutando del desconcierto en sus ojos. Estaba enrojecida, no solo por la atención, sino por lo que acabábamos de hacer.
Ella me miró, sorprendida, sus ojos buscando los míos en busca de cualquier señal de duda, pero no encontró ninguna.
Con una sonrisa aún dibujada en mis labios, la tomé de la mano y la guié hacia el interior del hotel. Fy, siempre el showman, se adelantó a nosotras, ladrando alegremente y robándose los últimos flashes antes de que finalmente cruzáramos las puertas doradas. Nos abrieron paso rápidamente hacia el ascensor, donde, por fin, el bullicio exterior quedó ahogado por el lujo y el silencio del hotel.
Las puertas doradas se cerraron, reflejando nuestras imágenes entrelazadas, y me giré hacia ella, todavía sintiendo la adrenalina correr por mis venas.
— ¿Sabes qué? — susurré, apoyándome en la pared del ascensor mientras ella me miraba con una mezcla de incredulidad y deseo —. Me gustó presumirte.
Freen se echó a reír, un sonido cálido y liberador que llenó el reducido espacio.
— Creo que el mundo ya se dió cuenta — respondió, dándome un ligero empujón juguetón.
— Espero que entiendas en lo que te has metido — le dije en voz baja —. Porque ahora que he decidido tenerte, no pienso soltarte.
Sus ojos brillaron con desafío, pero antes de que pudiera replicar, incliné mi rostro y la besé de nuevo, esta vez más lento, más profundo, disfrutando su dulce sabor.
El ascensor siguió su lento ascenso, pero nosotras estábamos atrapadas en nuestro propio mundo, ajenas al paso del tiempo. Justo antes de que las puertas se abrieran, dejé que mis labios se separaran de los suyos. La suite nos esperaba, lista para la prueba de vestuario.
El eco de nuestros pasos resonaba por el pasillo cuando, de repente, las puertas de la suite se abrieron de golpe. Heng, mi mano derecha y la reina indiscutible del drama, nos esperaba con los brazos cruzados y una expresión de puro desdén. Su pie derecho golpeaba el suelo con impaciencia, mientras sus ojos nos lanzaban dagas cargadas de reproche.
— ¡Por el amor de Jesuchristian Dior! — exclamó Heng, sacudiendo las manos al aire como si intentara ahuyentar una nube invisible de desastre —. ¿Acaso estabas filmando tu propia telenovela en la entrada del hotel? ¡Media prensa tiene suficientes fotos para llenar la edición del domingo o de todo el maldito mes!
Apenas podía contener la risa al ver su teatralidad, pero Freen, siempre más consciente de las reglas de etiqueta, bajó la mirada como si hubiera sido sorprendida cometiendo el peor de los crímenes.
— Cariño, ¿no te enseñaron que los buenos shows no se apresuran? — respondí con una sonrisa traviesa, pero Heng no estaba de humor para mis encantos.
— Rebecca, ¿cuántas veces tengo que recordarte que esta es una MET Gala, no un circo romano? ¡Tenemos un horario que cumplir y llegas aquí como si estuvieras de vacaciones por el paseo marítimo de Saint-Tropez!
Nam y Love, mis asistentes siempre al borde de un ataque de nervios, entraron rápidamente al rescate. Nam tomó la mano de Freen con un gesto gentil pero decidido, guiándola hacia la plataforma donde se llevaría a cabo la prueba de vestuario. Love, por su parte, me lanzó una mirada que decía claramente: "ocúpate de Heng antes de que estalle".
— Lo siento, Becbec — murmuró Freen antes de que la alejaran —. Prometo no demorarme más la próxima vez.
— Más te vale, querida — respondió Heng con un suspiro exasperado antes de girarse hacia mí —. Y tú, ni pienses en salir con otra de tus escenas. ¿Entendido?
Rodé los ojos, sabiendo que cualquier excusa solo alimentaría su indignación. Decidí seguirle el juego y levanté las manos en un gesto de rendición, mientras él se apresuraba a coordinar los últimos detalles del vestuario con su séquito.
Volví mi atención hacia la plataforma, donde Freen ya estaba siendo preparada por las chicas. La tela del vestido fluía alrededor de su figura como si hubiera sido diseñado no solo para ella, sino para cada curva y línea de su cuerpo. Mis ojos se deslizaron por su espalda expuesta mientras Nam ajustaba los broches que sostendrían las alas, dejándome ver la suavidad de su piel bajo la luz dorada que llenaba la suite.
Freen se veía como una visión celestial; su postura alta y orgullosa, los hombros rectos mientras permitía que las manos expertas de Nam y Love le colocaran el vestido con precisión. Pero fue cuando sacaron las enormes alas color marfil, que daban la impresión de estar bañadas en cera, cuando mi respiración se detuvo. Love las sujetó con cuidado, asegurándose de que encajaran perfectamente en la espalda de la modelo.
Freen extendió los brazos lentamente mientras las alas eran ajustadas, su mirada fija en el espejo frente a ella. En ese momento, me pareció un ángel que nos visitaba desde el cielo, una visión que no pertenecía a este mundo. La caída del vestido desde su cintura hasta el suelo resaltaba su figura esbelta, y no pude evitar que mis ojos recorrieran cada detalle: el delicado arco de su cuello, la curva de su cintura, el modo en que sus piernas largas se movían como una sinfonía mientras Love ajustaba el dobladillo.
Un leve murmullo de aprobación escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlo. Freen lo escuchó, sus ojos se encontraron con los míos a través del espejo. El rubor que tiñó sus mejillas fue sutil, pero suficiente para que supiera que había notado mi mirada apreciativa.
— Perfecta — susurré para mí misma, aunque el eco de mi voz parecía haberse amplificado en la inmensidad de la suite.
Las chicas retrocedieron, admirando su obra maestra, mientras Heng volvía a mi lado con su usual ceño fruncido.
— Bueno, al menos llegaste a tiempo para ver el espectáculo — murmuró, rodando los ojos pero no pudiendo ocultar un atisbo de orgullo en su mirada al observar a la tailandesa.
Ignoré su tono sarcástico y me acerqué lentamente a la plataforma, alargando la mano hacia Freen para ayudarla a bajar. Los detalles de los bordados brillaban bajo la luz, pero nada podía competir con la chispa en sus ojos cuando nuestras manos se entrelazaron.
— Vamos, angelito. Es hora de que el mundo vea lo que realmente es la perfección — le susurré, apretando suavemente su mano antes de llevarla hacia el resto de nuestro equipo, dejando que Heng y su dramatismo se desvanecieran en el trasfondo.
Mientras Nam y Love terminaban de ajustar las alas y los últimos detalles del vestido, Heng y yo nos retiramos hacia una esquina más apartada de la suite. Pude ver su ceño fruncido, el signo inequívoco de que aún no había terminado conmigo.
— ¿Vas a seguir mirándome así toda la vida? — dije en tono casual, intentando disipar el aire tenso entre nosotros. Pero sabía que con mi mejor amigo, una vez que se había cruzado una línea, no había vuelta atrás tan fácilmente.
Él entrecerró los ojos, cruzando los brazos sobre el pecho de manera dramática, como si estuviera a punto de darme un sermón que llevaba tiempo acumulando.
— No actúes como si no supieras de qué estoy hablando, Rebecca — su voz era un susurro afilado, lo suficientemente bajo para que los demás no escucharan, pero cargado de reproche —. Sabías que quería estar involucrado desde el principio. ¿Por qué demonios me dejaste fuera de la primera fase de este vestido?
— Oh, vamos, Heng... — intenté suavizar la situación con una sonrisa, pero él no estaba dispuesto a dejarse convencer tan fácilmente —. No era personal. Quería asegurarme de que todo estuviera perfecto antes de involucrarte. Sabes cómo eres... quisquilloso hasta con el más mínimo detalle.
Resopló, claramente ofendido, pero también dolido, lo que siempre lo hacía más susceptible a exagerar sus reacciones.
— ¿Quisquilloso? — repitió con un tono que indicaba que acababa de insultarlo —. Llamaría a eso tener estándares, Rebecca. ¿Te has olvidado de lo que significa trabajar en equipo?
Lo miré fijamente, sabiendo que debajo de toda su teatralidad había un auténtico sentimiento de traición. Heng era mi mejor amigo y colaborador más cercano; él esperaba estar involucrado desde el primer boceto.
— Sé que estás resentido, y lo entiendo. Pero esta vez... — bajé la voz, mirándolo directamente a los ojos, tratando de comunicar la sinceridad de mis palabras —. Quería sorprenderte. Sabía que si lograba impresionarte con esto, sería el mayor cumplido. Nadie más tiene tu ojo crítico.
Heng suavizó ligeramente su expresión, aunque seguía manteniendo su postura firme.
— Pues vaya forma de impresionarme — murmuró, desviando la mirada hacia Freen, que seguía posando en la plataforma como si fuera la encarnación de un ángel caído —. Admito que es una obra maestra, pero... — suspiró profundamente, relajando sus hombros —. Espero que la próxima vez recuerdes que somos un equipo. No me hagas enterarme por los rumores ni ver bocetos filtrados de tu maldita libreta.
Sonreí al ver que su enojo comenzaba a desvanecerse, aunque sabía que aún necesitaría un poco más de tiempo para perdonarme por completo. Me acerqué y le di un ligero apretón en el hombro.
— Lo prometo. La próxima vez, serás el primero en saberlo.
Él solo asintió, sin palabras, aunque el brillo en sus ojos indicaba que mi pequeña traición no había dañado nuestra relación más de lo necesario. Nos quedamos en silencio, observando juntos cómo Freen, ahora completamente transformada en una visión celestial, giraba bajo las luces, sus alas capturando cada destello.
— Bueno — dijo finalmente mi amigo, su tono más suave —, al menos lograste tu cometido. Si esto no deslumbra a la prensa, nada lo hará.
Inevitablemente las palabras del pelinegro me enviaron en un espiral de recuerdos.
**FLASHBACK**
Nuestro próximo destino fue la Capilla Sixtina en Roma. Apenas cruzamos el umbral, me sentí abrumada por la solemnidad del lugar, un templo de arte sagrado donde los siglos de historia parecían palpitar en cada pincelada. Pero, esta vez, no fueron los frescos los que capturaron mi atención al instante, sino Freen.
La modelo caminaba delante de mí, con su mirada absorta en los detalles del techo. Sus ojos se agrandaban ante la magnitud del Juicio Final de Miguel Ángel, y por un momento, me quedé inmóvil, simplemente observando cómo absorbía cada trazo de color, cada figura que se extendía sobre nuestras cabezas. Había algo tan puro en su fascinación, un asombro casi infantil que contrastaba con la sobriedad del lugar. Era como ver la Capilla a través de sus ojos, redescubriendo el arte con una frescura que había olvidado.
No pude evitar compararla con una de las figuras angelicales pintadas en los frescos: pura, etérea, intocable. Había algo casi irónico en ello; yo, una mujer conocida por mantener siempre un control férreo sobre mis emociones, me encontraba desarmada frente a su belleza.
Caminé a su lado, incapaz de resistir la tentación de acercarme un poco más. Su pelo caía en suaves ondas, y su aroma se mezclaba con el incienso que impregnaba el aire de la capilla. Me sorprendí deseando que este momento se prolongara indefinidamente, en esta burbuja donde solo existíamos nosotras y los susurros del arte que nos rodeaba.
Ella se detuvo frente al panel central, sus labios entreabiertos mientras contemplaba la Creación de Adán. Yo no podía apartar la vista de su rostro. Hubo algo en su expresión, una mezcla de admiración y vulnerabilidad, que encendió en mí un deseo más profundo, uno que iba más allá de la atracción física. Quería conocer cada rincón de su alma, quería ser la única capaz de hacerla sentir como ese arte la hacía sentir ahora.
— Es asombroso, ¿verdad? — murmuré finalmente, rompiendo el hechizo, pero mi voz apenas era un susurro que se perdió entre los ecos de la capilla.
Ella giró hacia mí, sus ojos brillando con una luz que rivalizaba con la de los frescos. En ese instante, supe que estaba perdida. Ya no podía negar lo que sentía; Freen había derrumbado todas mis barreras, esas que había erigido cuidadosamente durante años. En su mirada había un refugio, un lugar seguro donde podría permitirme ser vulnerable, por primera vez en mucho tiempo.
Pero justo cuando me acerqué, sintiendo el impulso de tocar su mano, de dibujar con mis dedos el contorno de su rostro bajo la luz divina que nos envolvía, un grupo de turistas irrumpió en el espacio, sus voces rebotando contra las paredes.
Freen bajó la mirada, un ligero sonrojo coloreando sus mejillas, y el momento se rompió como un vidrio fino. Aun así, el eco de lo que acabábamos de compartir permaneció entre nosotras, una promesa silenciosa que ninguna de las dos se atrevió a pronunciar en voz alta.
Nuestro siguiente destino fue Barcelona. La ciudad vibraba con una energía que prometía aventuras en cada esquina, y mientras nos acercábamos al icónico hotel en el corazón de la ciudad. La mañana había transcurrido con la familiar rutina de revisar itinerarios, pero antes de sumergirnos en la majestuosidad de la Sagrada Familia, me aparté un momento para hacer una llamada.
Me alejé de la modelo, quien estaba ocupada eligiendo un par de gafas de sol en una tienda, y marqué rápidamente el número de Nam.
— Becca, justo te iba a llamar. El laboratorio en Texas ha avanzado más rápido de lo que esperábamos — dijo Nam sin siquiera saludar, con la eficiencia que tanto apreciaba en ella —. Han estado trabajando en un tinte especial que imita a la perfección el color de las velas que enviaste. Dicen que la tonalidad es tan realista que incluso reproduce los matices que aparecen con el desgaste del tiempo.
— Eso es perfecto, Nam. Necesitamos que cada detalle sea impecable. Si vamos a replicar la textura de esas velas en el vestido, no podemos fallar en el color —respondí, caminando hacia una esquina más tranquila de la tienda.
— Lo sé. Pero eso no es todo. También trajeron muestras de un nuevo textil termo moldeable que podría ser clave para las primeras pruebas del vestido. Es flexible, pero lo suficientemente estructurado como para mantener la forma que deseas. Creo que podríamos experimentar con él para las alas que mencionaste.
No pude evitar sonreír. Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Pero había un problema persistente que no podía ignorar.
— Eso suena increíble, Nam. Pero recuerda, Heng no puede enterarse de esto todavía. Sabes lo escéptico que es con las ideas que rompen sus esquemas tradicionales. Si se entera de que estamos trabajando con materiales experimentales, antes de siquiera ver los resultados, va a pensar que perdí la cabeza — le advertí, bajando la voz para asegurarme de que Freen no escuchara.
Nam soltó una risa ahogada, como si pudiera visualizar la cara de Heng si descubriera lo que estábamos tramando.
— No te preocupes, Becca. Mi boca está sellada. Si esto sale bien, va a ser revolucionario.
Asentí, aunque ella no podía verme, y finalicé la llamada con una sensación de adrenalina recorriéndome. Si todo iba según lo planeado.
Horas más tarde, nos encontrábamos de pie frente a la Sagrada Familia. Las torres imponentes se alzaban hacia el cielo azul, proyectando sombras largas y fascinantes sobre el suelo. Mientras caminábamos por el interior, el sol atravesaba las vidrieras, tiñendo todo a nuestro alrededor con colores vivos y etéreos.
Freen, con la curiosidad infantil que tanto me encantaba, observaba cada detalle con una expresión de asombro.
— ¿Cómo logran que el altar luzca tan... majestuoso? —preguntó, sus dedos rozando ligeramente el respaldo de uno de los reclinatorios de madera. Sus ojos oscuros se posaron en los míos, brillando con esa chispa juguetona que hacía que mis latidos se aceleraran.
— Es una combinación de arquitectura gótica y modernismo catalán. Gaudí era un genio al fusionar formas orgánicas con elementos religiosos — le expliqué, acercándome para poder sentir el calor de su piel a unos centímetros de la mía.
Ella inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa apenas perceptible.
— Entonces, ¿dirías que es como encontrar la perfección en medio del caos? — murmuró, y su tono era tan sugerente que no pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios.
Me reí suavemente, disfrutando del juego.
— Supongo que sí. Aunque, en mi opinión, la perfección está justo aquí — dije, dejando que mis ojos recorrieran su figura.
Freen soltó una carcajada suave, fingiendo un suspiro dramático mientras sus dedos se deslizaban sobre el banco de madera.
— ¿Y qué hay de esos candelabros? Siempre he querido saber cómo logran que brillen tanto. ¿También tienen un secreto oculto? — preguntó, sus palabras llenas de una dulzura que solo ella podía lograr.
— No estoy segura del secreto detrás de ellos, pero puedo asegurarte que el brillo es todo natural — dije, alzando una ceja de manera coqueta.
Freen se acercó, susurrando en mi oído:
— Me encantaría verte brillar de esa forma, Becbec.
Me quedé en silencio, luchando por mantener la compostura mientras un calor familiar recorría mi cuerpo.
Continuamos recorriendo el interior del lugar, y aunque la belleza de la Sagrada Familia era indudable, en ese momento no había arte más fascinante para mí que la mujer a mi lado, con su mezcla perfecta de inocencia y seducción.
Cuando terminamos nuestro recorrido, Freen se detuvo frente a una última obra de arte, una escultura que parecía cobrar vida bajo la luz dorada del atardecer.
— Gracias por traerme aquí — murmuró, mirándome con una intensidad que hizo que el bullicio del mundo desapareciera por un instante.
La miré de vuelta, consciente de que había algo en su presencia que hacía que cada lugar, por grandioso que fuera, se volviera aún más extraordinario.
— El placer es mío. Apenas estamos comenzando.
Después de nuestros días por España, llegamos a Alemania. La ciudad de Colonia nos recibía con su aire fresco y una mezcla de historia antigua y modernidad que siempre me cautivaba. Freen y yo caminamos juntas por las calles empedradas, nuestras risas y comentarios compartidos se fundían con el bullicio de la ciudad, pero había algo diferente en el aire. Algo que nos rodeaba, como si todo lo que había sucedido hasta ahora nos estuviera llevando a un punto culminante.
Entramos en el hotel con una mezcla de emoción y tensión. La llamada de Heng estaba a punto de llegar. Sabía que no sería fácil, que él no vería con buenos ojos lo que habíamos estado planeando a escondidas. Pero antes de que pudiera pensar demasiado en ello, ella me detuvo, tomándome de la mano con una sonrisa traviesa.
— ¿Sabes qué? — preguntó, sus ojos brillando con un destello de picardía. Sus labios se curvaron hacia arriba mientras se acercaba un poco más —. Ya me has hecho esperar demasiado, Bec bec.
Sin más palabras, se acercó y me besó. Su beso fue suave al principio, pero rápidamente se tornó más apasionado, como si nuestras emociones finalmente encontraran un cauce común. Sentí sus dedos deslizándose por mi espalda, su cercanía, mientras mi mente se dispersaba entre el deseo y la necesidad de atender la llamada que sabía que no podría evitar.
El sonido de mi teléfono interrumpió el momento, y aunque me costó separarme de ella, sabía que debía contestar. Al ver el nombre de mi mejor amigo en la pantalla, me preparé para lo peor.
— ¿Becca? — su voz sonó furiosa, pero algo en su tono me hizo pensar que ya sabía más de lo que esperaba —. ¿Qué demonios? Acabo de enterarme de todo. ¿El laboratorio de Texas? ¡Y esas alas que están haciendo!.
Me mordí el labio, sintiendo un poco de molestia, pero no podía negar que estaba emocionada. Sabía lo que venía.
— Sí, Heng, sé que no te lo conté, pero las cosas van bien. Las alas son... perfectas. Parecen bañadas en cera. Te dije que estaba en algo grande — le respondí, tratando de mantener mi tono calmado, aunque no pude evitar la satisfacción en mi voz.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Podía imaginarlo recorriendo su oficina, dándose cuenta de que sus peores temores de alguna manera habían dado paso a una verdad que no podía ignorar.
— Maldita sea, Becca — dijo, y luego soltó una carcajada —. Esto... esto podría ser grande. ¿Y qué más tienes?
— Esta noche enviaré el último boceto del vestido al estudio. Espero tus comentarios, pero ya sé que te va a encantar. Y no te preocupes, todo está bajo control.
— Está bien, te voy a creer — respondió, su tono ya más relajado, aunque todavía un tanto desbordado por la noticia.
— No lo haré, te lo prometo — contesté, sabiendo que el siguiente paso sería crucial.
La llamada terminó y miré a Freen, quien me observaba con una sonrisa que no podía ocultar. Antes de que pudiera decir algo, me giró hacia ella y la besé de nuevo. Esta vez, sin interrupciones.
Esa misma noche, después de enviar el último boceto del vestido, tomamos un taxi hacia la imponente Catedral de Colonia. El aire fresco de la noche nos envolvía, y la luz de la luna reflejaba en las piedras antiguas del edificio, dándole un aire aún más místico. Al entrar, la inmensa altura de las naves y las vidrieras de colores que filtraban la luz nos dejaron sin aliento. La sensación de estar frente a algo tan antiguo y lleno de historia nos envolvía de nuevo.
Freen, con esa curiosidad que me encantaba, comenzó a explorar el lugar con asombro y fascinación. Sus ojos se posaron en los detalles del altar y los reclinatorios, y no pude evitar notar la forma en que su mirada brillaba con una combinación de interés y deseo.
— ¿Sabes qué hacen con estos? — preguntó, señalando los reclinatorios con una sonrisa coqueta. Su tono no era casual; estaba claramente disfrutando del momento.
Me acerqué a ella, disfrutando del roce de su proximidad.
— Las personas se arrodillan aquí para rezar, para buscar la redención — le expliqué, notando cómo su cuerpo se acercaba más al mío mientras ella observaba el lugar con detenimiento.
Freen se detuvo, sus ojos fijos en los reclinatorios, pero sus palabras fueron llenas de intención.
— ¿Tú también buscas redención, Bec? — preguntó, su voz suave pero cargada de significado, como si estuviera desafiándome a responder.
Sonreí, disfrutando del juego, y le acaricié la mejilla suavemente, mirando sus labios antes de responder.
— Solo busco una excusa para acercarme a ti. Y creo que la encontré — dije, notando cómo sus ojos se iluminaban al escucharme.
Se acercó aún más, dejando que sus labios rozaran mi oído.
— Creo que deberíamos probar cómo se siente la redención, ¿no? — murmuró, su aliento cálido sobre mi piel, haciendo que mi respiración se acelerara un poco.
Lo que vino después fue algo que se quedaría grabado en mi memoria para siempre un juego de besos robados y caricias furtivas mientras nos sumergíamos en la atmósfera mágica del lugar.
Después de ese momento sublime, me encontraba de nuevo frente a mi teléfono, escuchando la voz de Heng, esta vez con una sensación de anticipación en el aire. Había algo diferente en su tono. Quizá estaba finalmente aceptando lo que habíamos estado haciendo a escondidas. Sabía que Heng y Nam me esperaban en la importante llamada.
— Rebecca — dijo Heng, su tono más relajado que antes —. El primer prototipo del vestido estará listo para cuando llegues a Texas. Nam y yo hemos estado trabajando duro, y creo que lo que verás te va a sorprender.
Mi corazón dio un brinco de emoción. Sabía que este sería un gran paso, pero la idea de ver el primer prototipo del vestido me llenaba de orgullo. Había sido mi visión, pero este vestido era mucho más que eso; era una manifestación de todo lo que habíamos estado construyendo juntos. Sentí que todo el esfuerzo había valido la pena.
— Eso suena increíble, Heng — respondí, mi tono mostrando gratitud y emoción —. Estoy deseando verlo en persona. También tengo algunas ideas que me gustaría probar cuando llegue.
— No te preocupes, Becca. Todo está bajo control. Nam y yo te tenemos cubierto.
La llamada terminó, pero mi mente seguía llena de pensamientos sobre todo lo que había hecho y todo lo que aún quedaba por hacer. Mientras pensaba en eso, Freen apareció en el umbral de la puerta, mirándome con esa sonrisa que tanto me derretía. Sin decir una palabra, se acercó y me rodeó con sus brazos, enviándonos de nuevo en una espiral de deseo.
La siguiente parada de nuestro viaje nos llevó a Vietnam. En Hanoi, la Catedral de San José nos esperaba con su arquitectura colonial que contrastaba con el bullicio vibrante de la ciudad. El lugar parecía un refugio, un remanso de paz en medio de la agitación de la ciudad.
La Tailandesa y yo caminamos lentamente por el interior, disfrutando del contraste entre lo moderno y lo antiguo que coexistía allí. La belleza del lugar me hizo pensar en las culturas que habíamos explorado, pero mientras observaba a la mujer que me acompañaba, me di cuenta de que mi fascinación no solo se centraba en la arquitectura. Cada gesto suyo, cada movimiento, parecía tomar una nueva dimensión bajo la luz tenue de la catedral.
Ella, como siempre, me sorprendió con sus preguntas. Su curiosidad era infinita, pero más que eso, me sorprendía la forma en que me miraba, como si pudiera leerme a través de mis respuestas.
— ¿Qué representa este altar? — me preguntó, su tono suave pero intrigante.
Le expliqué cómo el altar representaba la conexión entre lo divino y lo humano, el lugar donde las oraciones eran recibidas. Pero mientras lo hacía, su mirada se desvió hacia los bancos de oración, y su voz se volvió aún más suave, casi seductora.
— ¿Te gustaría orar? — preguntó, con una sonrisa que hablaba más que sus palabras.
No pude evitar sonreír, el calor de su mirada haciéndome sentir más viva que nunca. En lugar de responder con palabras, la tomé de la mano y la guié hacia un rincón apartado.
Nuestra última parada fue en Tailandia. La Catedral de la Asunción, en Bangkok, no era un lugar tan imponente como nuestros destinos anteriores, tenía estructura de estilo neogótico. Era impresionante, pero en mi mente solo había lugar para una cosa: Freen.
Ella, siempre tan astuta, empezó a señalar detalles que captaban su atención, pero esta vez, fue más allá de las preguntas sobre la arquitectura. Su voz suave, me hizo mirarla con más intensidad.
— ¿Sabías que en muchas culturas, los altares son considerados el lugar más cercano al cielo? — dijo, mirando fijamente el altar principal. Su tono era tan suave, tan íntimo, que por un momento, el mundo exterior dejó de existir.
— Lo sé — respondí, acercándome lentamente a ella —. Y a veces, solo necesitamos estar cerca del cielo para encontrar lo que buscamos.
Ella se giró hacia mí, y nuestra mirada se encontró con una intensidad que no dejaba espacio para nada más.
Mientras caminábamos hacia la salida de la catedral, me di cuenta de algo: Vietnam y Tailandia no eran más que un capricho mío. Un deseo de acercarme más a la cultura de Freen, de explorar más allá de lo superficial. Había una fascinación en su país, en su gente, en su historia, que quería conocer mejor. Pero también había algo más en mi deseo de llevarla conmigo a estos lugares. Algo que solo se podía describir como la necesidad de sentirme más cerca de ella, de compartir con ella un pedazo de su mundo.
Nuestro viaje por Tailandia se extendió por una semana entera, llena de paisajes que parecían salidos de un sueño, sabores que no había probado antes, y una cultura que me envolvía en cada paso que dábamos. Ella se convirtió en mi guía, mi compañera, y, sin que me diera cuenta, en algo más que no me atrevía a nombrar.
La forma en que ella me introdujo a su mundo era una mezcla perfecta de sutileza y provocación. Todo comenzaba con una sonrisa cómplice o un roce de su mano que parecía accidental. Caminamos por los mercados de Bangkok, sus colores y aromas eran tan vibrantes como la personalidad de Freen. Se deleitaba al verme probar platos que no podía pronunciar, riéndose cada vez que fruncía el ceño ante un sabor demasiado picante.
— ¿No puedes con un poco de picante, Rebecca? — se burlaba, sus ojos brillando con ese fuego juguetón que tanto me enloquecía —. Pensé que eras más valiente.
— Tú no estás compitiendo con esto, Freen — le respondía, tratando de mantener mi dignidad intacta mientras ella se inclinaba más cerca, susurrándome al oído:
— Quizá debería enseñarte a soportar más... intensidad.
Y así, una cena sencilla se convertía en un campo de batalla entre nosotras, una danza de coqueteos que ninguna de las dos quería terminar. Pero fue durante esos momentos de aparente frivolidad que sentí que algo se deslizaba bajo la superficie, un sentimiento que no estaba lista para aceptar.
Uno de los días más memorables fue cuando insistió en que hiciéramos un viaje a Chiang Mai para asistir a una ceremonia tradicional en un templo budista. Mientras ella se arrodillaba con gracia para ofrecer incienso y flores, yo intentaba imitar sus movimientos torpemente. Me miró con una mezcla de paciencia y diversión.
— Tienes que inclinarte un poco más, Bec — sus ojos se encontraron con los míos, y su voz descendió a un susurro —. Aunque creo que te ves muy bien arrodillada.
Sentí cómo el calor me subía por el cuello ante su descarado comentario, pero en lugar de responder, me limité a seguir sus instrucciones, intentando mantener la compostura. La forma en que Freen me miraba, como si todo esto fuera un juego, me hacía cuestionar cuánto tiempo más podría resistirme.
Después de la ceremonia, caminamos por los jardines del templo, sus manos rozando las mías, enviando pequeños choques eléctricos por mi cuerpo. Freen comenzó a contarme historias sobre su infancia, su voz suave y llena de cariño por los recuerdos de su hogar.
— Siempre he amado este lugar — dijo, su mirada perdida en las montañas a lo lejos —. Hay algo tan puro y tranquilo aquí... algo que me hace querer compartirlo contigo.
— Es hermoso — le dije, incapaz de apartar la vista de ella —. Gracias por traerme.
Ella sonrió, esa sonrisa pícara que siempre sabía cómo desarmarme.
— Solo quería compartir algo que amo contigo. Aunque creo que hay muchas más cosas que podría mostrarte...
Había peligro en sus palabras, un fuego que no podía apagar. A medida que el tiempo pasaba, comencé a preguntarme si mi promesa de protegerla, de mantenerla a salvo, era posible si seguíamos así.
¿Podría amar a Freen sin destruirnos a ambas en el proceso? Era una pregunta que me atormentaba cada noche, cuando finalmente me quedaba sola en la cama del hotel, deseando su presencia junto a mí.
Nuestro viaje continuó con aventuras inesperadas: desde una noche en un bar en Phuket donde ella bailó tan cerca de mí que olvidé por completo que estábamos rodeadas de gente, hasta una excursión en barco a las islas Phi Phi, donde ella se dejó llevar por las olas, riendo mientras yo trataba de no perderme en su belleza.
Cada momento con ella era como una prueba, un desafío para mis propias barreras. La veía tan libre, tan segura de sí misma, y me daba cuenta de que mi promesa de protegerla se volvía más complicada cuanto más tiempo pasábamos juntas. Porque no era solo su carrera o su reputación lo que quería proteger. Era también mi propio corazón que, contra mi voluntad, se estaba entregando a ella.
En algún punto, durante una noche especialmente cálida en un mercado nocturno en Chiang Rai, cuando Freen me tomó de la mano sin previo aviso y me llevó hacia un rincón apartado.
— Necesito saber algo, Bec — dijo, su voz baja y cargada de una intensidad que me dejó sin aliento —. ¿Por qué sigues resistiéndote? Sabes que esto es real, que lo que sientes por mí es más fuerte que cualquier promesa que hayas hecho.
Mis palabras murieron en mis labios. Ella estaba en lo cierto. Me había pasado semanas tratando de mantener la distancia, pero ya no podía fingir que no la deseaba.
— No quiero herirte, Freen — confesé finalmente —. No sé si puedo darte lo que mereces.
Ella se acercó, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento contra mi piel.
— Déjame decidir eso — sus labios rozaron los míos, y todo el autocontrol que había tratado de mantener se desvaneció.
Aquella semana en Tailandia me cambió. No solo me mostró la riqueza de una cultura que me era ajena, sino también los rincones de mi propio corazón que había mantenido cerrados por tanto tiempo.
Quizás amar a Freen no sería fácil. Tal vez mi promesa de protegerla se rompería en mil pedazos. Pero, por primera vez, sentí que estaba dispuesta a correr ese riesgo, incluso si eso significaba perderme en el proceso.
**FIN DEL FLASHBACK**
Domingo 05 de Mayo de 2024 6:00 A.M.
Cuarenta y ocho horas antes de la gala
La mañana en la suite del Hotel Ritz comenzó demasiado temprano para mi gusto. Apenas eran las seis de la mañana, el sol comenzaba a filtrarse por las lujosas cortinas, proyectando un suave resplandor dorado que inundaba la habitación. Pero en lugar de disfrutar del sueño que tanto necesitaba, me encontré con un peludo rebelde saltando sobre la cama.
— Fluffy, cariño, ¿no puedes esperar una hora más? —murmuré, enterrando mi rostro en la almohada mientras el pequeño ladraba emocionado, moviendo su cola con tanta energía que parecía dispuesto a derribar el mobiliario del hotel.
Freen, por supuesto, ya estaba completamente despierta, sentada en la cama con su pijama de seda que tanto me gustaba, su cabello desordenado cayendo en suaves ondas que la hacían lucir más sexy de lo que cualquier persona tenía derecho a estar a esas horas. Me lanzó una mirada divertida mientras sostenía a Fluffy en sus brazos.
— Vamos, Bec, ni siquiera él entiende cómo puedes ser tan perezosa — dijo, su tono cargado de una burla juguetona.
— ¿Perezosa? Son las seis de la mañana, Freen. Nadie en su sano juicio se despierta tan temprano — me quejé, estirándome bajo las sábanas y fingiendo que iba a ignorarlos.
Pero ella no estaba dispuesta a dejarme en paz. Se levantó de la cama con una gracia que solo ella poseía y caminó hacia la mesa donde ya habían dejado el desayuno, un festín que incluía croissants recién horneados, frutas exóticas y una cafetera que emanaba un aroma irresistible.
— Levántate, Becbec — canturreó con esa voz aterciopelada suya —. O te perderás todo esto.
Rodé los ojos, pero finalmente me obligué a levantarme, arrastrando los pies hasta la mesa. No quería admitirlo, pero el café me llamaba como un canto de sirena. Me dejé caer en una silla, agarrando una taza y llevándola a mis labios con gratitud.
— No entiendo cómo puedes estar tan llena de energía — le lancé una mirada soñolienta —. ¿Qué te impulsa a levantarte tan temprano?
Sonrió con una chispa traviesa en sus ojos antes de inclinarse hacia adelante, sus labios casi rozando los míos.
— Quizá es porque me gusta torturarte un poco... —susurró, dejando que sus palabras quedaran suspendidas en el aire.
Antes de que pudiera responder, ella se alejó, llevándose un trozo de mango a la boca, dejándome a medio camino entre irritada y completamente hipnotizada.
— Eres imposible, ¿lo sabías? — dije, dejándome llevar por el coqueteo. Me incliné hacia ella, lista para besarla, pero Freen se echó hacia atrás justo en el último momento.
— Espera, espera — me miró con esos ojos oscuros llenos de picardía —. Si vamos a besarnos, Bec, necesito saber... ¿esto significa que estamos saliendo?
El comentario me tomó por sorpresa. Sentí un nudo formarse en mi estómago, una mezcla de nervios y una emoción extraña que no había sentido en mucho tiempo. Me apoyé contra el respaldo de la silla, cruzando los brazos con una sonrisa despreocupada.
— Está bien, ¿qué dices? — le respondí, tratando de sonar casual —. Freen, ¿quieres salir conmigo? Ya sabes, algo sencillo, nada de promesas extravagantes... solo tú, yo y un montón de desayunos a las seis de la mañana que yo no pedí.
Ella me observó por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras. Luego, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina.
— Supongo que puedo aceptar tu oferta —dijo con un guiño —. Pero con una condición...
— ¿Condición? — arqueé una ceja, intrigada.
— Que vengas conmigo a mi clase de pilates esta mañana — respondió, con una sonrisa que claramente decía que no aceptaría un no por respuesta.
— ¿Pilates? — gemí, rodando los ojos —. ¿No hay alguna forma menos dolorosa de mostrarte que me gustas?
Ella se acercó aún más, sus labios rozando el lóbulo de mi oreja.
— Oh, vamos, Bec — susurró —. Sé que no te vas a resistir si te digo que me encanta cuando estás conmigo... aunque eso signifique sufrir un poco en pilates.
Mi voluntad se desmoronó en un instante. ¿Cómo podía negarme cuando ella usaba esa voz, esa mirada? Solté un suspiro exagerado.
— Está bien, pero no me responsabilizo si terminas cargándome de regreso a la habitación — me quejé, pero ya estaba buscando mis leggings.
— Prometo que será divertido — respondió con una risa contagiosa mientras me empujaba suavemente hacia el vestidor.
Así, una vez más, había ganado. Y mientras me vestía, no pude evitar sonreír. Era adicta a ella, lo sabía. Y si eso significaba una hora de tortura en una clase de pilates, entonces que así fuera. Al menos tendría una buena vista para distraerme.
Cuando finalmente estábamos listas, salimos de la suite con Fluffy ladrando alegremente, como si también él estuviera emocionado por la idea. Caminamos juntas hacia el gimnasio del hotel y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí genuinamente feliz de empezar el día tan temprano.
Llegamos al gimnasio, y la clase de pilates ya estaba en marcha. El instructor, un hombre alto y atlético, nos saludó con una sonrisa, pero yo apenas le presté atención. Mi mirada estaba fija en Freen, que lucía completamente en su elemento con sus leggings ajustados y una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus hombros torneados. Me mordí el labio, reprimiendo un comentario travieso mientras tomaba asiento en un banco cercano.
— Pensé que ibas a unirte a la clase, Bec — me dijo, arqueando una ceja mientras se estiraba con una elasticidad que me dejaba sin aliento.
Le devolví una sonrisa perezosa, cruzando las piernas y apoyándome contra la pared.
— Dije que vendría, pero nunca mencioné nada sobre hacer ejercicio — respondí, disfrutando del destello de sorpresa en sus ojos —. Solo voy a mirar.
Ella soltó una carcajada y sacudió la cabeza, rindiéndose por una vez.
— Está bien, te lo dejo pasar esta vez. Pero más te vale animarme desde ahí — respondió con una sonrisa coqueta antes de dirigirse hacia una de las máquinas de pilates.
Me acomodé aún más en mi asiento, cruzando los brazos mientras la observaba con detenimiento. La forma en que se movía, con una gracia felina, hacía que fuera imposible apartar la vista. Cada estiramiento, cada contorsión parecía diseñado para poner a prueba mi autocontrol.
Mientras tanto, Fy, que había seguido a Freen con su curiosidad habitual, decidió que también quería unirse al entrenamiento. El pequeño observó atentamente cómo su humana se colgaba de la máquina, levantando su propio peso con una facilidad que me hacía cuestionar si había algo en lo que ella no fuera perfecta.
Inspirado por su ejemplo, el cachorro comenzó a saltar, tratando de imitar los movimientos de Freen. Dio pequeños brincos sobre sus patitas traseras, como si estuviera intentando colgarse de una máquina imaginaria. Los otros asistentes a la clase no pudieron evitar reírse ante el espectáculo, hasta el instructor se detuvo por un momento para observar al intrépido cachorro.
— Fluffy, cariño, eso es trampa — le dije en tono burlón, mientras él se pavoneaba orgulloso tras recibir una ola de aplausos improvisados.
Freen, colgada boca abajo de la máquina, se detuvo un momento para reírse y me lanzó una mirada llena de complicidad.
— Decidió robarse el show — dijo, con los ojos brillando de diversión —. Tal vez deberías unirte a él y darme un poco de competencia.
— Ni lo sueñes — respondí con un guiño —. Estoy bastante cómoda aquí, disfrutando del espectáculo.
Ella se limitó a sacudirse el cabello y continuar con su rutina, pero no sin antes dedicarme un último vistazo, uno que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido. Era un juego constante entre nosotras, un tira y afloja que disfrutábamos más de lo que estábamos dispuestas a admitir.
El tiempo pasó volando mientras la observaba. Y aunque había venido con la intención de quedarme al margen, no pude evitar sentirme completamente inmersa en la atmósfera. Entre si coqueteo silencioso, las risas por Fluffy y el ambiente relajado de la clase, me di cuenta de que me sentía extrañamente comoda.
Y si la idea de empezar a levantarme a las seis de la mañana significaba poder tener más de estos momentos con ella... tal vez, solo tal vez, valdría la pena sacrificar un poco de sueño.
De pronto, todo a su alrededor desapareció. Las máquinas de pilates, los otros asistentes, incluso las risas por el cachorro... todo se desvaneció hasta quedar en un segundo plano, como si el mundo entero hubiera decidido dar un paso atrás para dejar que ella brillara sola en el centro del escenario.
Por años me había dedicado a apreciar el arte en todas sus formas: pinturas, esculturas, arquitectura, cine o fotografia. Había recorrido museos enteros, visitado las catedrales más majestuosas y me había perdido en la belleza de obras que habían desafiado el paso del tiempo. Pero nada, absolutamente nada, podía compararse con lo que tenía frente a mí en ese instante. Freen era una obra maestra viviente, un espectáculo que ninguna galería sería capaz de encerrar en sus paredes.
Mis ojos la devoraban con la fascinación de una crítica de arte que se encuentra con una pieza única, algo que solo se ve una vez en la vida. Cada línea de su cuerpo parecía esculpida con la precisión de un artista divino. Los músculos de sus piernas se tensaban y relajaban con cada movimiento, dibujando sombras y luces sobre su piel bronceada que brillaba con un leve sudor, como si la hubieran bañado en un barniz translúcido que capturaba la luz de la sala.
Su cabello, oscuro y brillante, caía en suaves ondas desordenadas alrededor de su rostro, algunas mechas pegándose a su frente por el esfuerzo. Era un caos controlado, un contraste perfecto con la gracia meticulosa de sus movimientos. Cada mechón que caía libre, cada gota de sudor que resbalaba por su sien, la hacía parecer aún más humana, más real... más deseable.
Pero eran sus labios los que me tenían hipnotizada. Esos labios llenos, rojizos, entreabiertos mientras respiraba profundamente, recuperando el aliento tras una serie de ejercicios particularmente intensos. Podía ver cómo se humedecían ocasionalmente con la punta de su lengua, un gesto inconsciente que me hacía olvidar cómo respirar. Eran como pétalos de una flor exótica, frágiles y seductores, invitándome a probarlos, a perderme en su sabor.
Mis ojos descendieron lentamente por su cuello, donde una fina capa de sudor brillaba como rocío al amanecer. Me detuve a admirar la curva de su clavícula, un detalle que podría haber sido cincelado por los dioses del Renacimiento, antes de permitir que mi mirada siguiera bajando. El contorno de su espalda, la forma en que se arqueaba mientras se estiraba en la máquina, me recordaba a una escultura de Bernini, tan llena de vida que parecía que podría moverse en cualquier momento.
Sus manos, fuertes, se aferraban a las barras de la máquina con una seguridad que me dejaba sin aliento. Eran manos diseñadas para sostener, para proteger, pero también para acariciar con una suavidad que solo había vislumbrado en los momentos más íntimos entre nosotras. Cada dedo, largo y delicado, era como el trazo de un pincel sobre un lienzo, capaz de crear o destruir con un solo movimiento.
Y ahí estaba yo, completamente atrapada en su órbita, viendo no solo a la mujer que había capturado mi alma, sino a un espectáculo de arte viviente que hacía que todas las obras que había admirado antes palidecieran en comparación. Freen era mi musa, mi obsesión, un lienzo que cambiaba y evolucionaba ante mis ojos con cada movimiento que hacía.
En ese momento, entendí que todas esas catedrales, esas pinturas y esculturas que había venerado durante años, habían sido solo un preludio, un ensayo para poder apreciar la belleza que era ella. Si el arte era un reflejo del alma, entonces Freen era la obra más perfecta jamás creada, una combinación imposible de fuerza y vulnerabilidad, de luz y sombra.
Y mientras la observaba, completamente absorta, me di cuenta de que ninguna otra obra de arte podría hacerme sentir lo que ella me hacía sentir. No había catedral gótica, ni fresco de Miguel Ángel, ni escultura griega que pudiera compararse con el espectáculo de verla simplemente ser, tan natural y tan divina al mismo tiempo.
Freen era el arte en su forma más pura, y yo no era más que una observadora afortunada, desesperada por capturar cada detalle, cada línea y curva, sabiendo que nunca podría saciarme de ella.
La clase terminó, y la sala de pilates se fue vaciando lentamente mientras Freen y yo nos quedamos unos minutos más, observando cómo Fluffy hacía su propio intento de estiramiento, imitando los movimientos que había visto durante la sesión. Al final, nuestro pequeño rockstar se rindió, agotado por tanto esfuerzo, y lo cargué en mis brazos, sintiendo cómo su cuerpo pequeño y cálido se acomodaba contra mí, ya medio dormido.
Caminamos de regreso al ascensor, el sonido de nuestros pasos y el suave ronroneo de Fluffy creando un ritmo tranquilo, casi meditativo. El pasillo del hotel estaba en calma, un contraste absoluto con el bullicio que habíamos dejado atrás horas antes, y pronto estuvimos de vuelta en nuestra suite.
Freen dejó caer su bolso en un sillón y se estiró con un suspiro satisfecho, mientras yo dejaba a Fluffy sobre la cama, donde de inmediato se acurrucó como si fuera su trono personal. Me apoyé en la puerta por un momento, disfrutando de la escena, de la quietud de esa mañana que aún no había comenzado para la mayoría de la ciudad.
— Entonces, dime, ¿cómo te la pasaste? — preguntó Freen, girándose para mirarme con esa expresión curiosa que siempre lograba que mi corazón se acelerara un poco.
Le sonreí, encogiéndome de hombros mientras me acercaba a ella.
— ¿Admirar el arte? — dije, con un tono burlón y un guiño —. Es mi deporte favorito.
Freen soltó una risa suave, ese sonido que me hacía sentir que todo en el mundo estaba bien solo por un instante.
— ¿Ah, sí? ¿Te divertiste admirándome, entonces? —preguntó, acercándose un poco más, sus ojos brillando con ese destello pícaro que tanto me gustaba.
— ¿De verdad tienes que preguntar? — murmuré, fingiendo ofensa, aunque ambas sabíamos lo mucho que me había deleitado mirándola durante la clase.
Nos reímos juntas, la tensión desapareciendo mientras nos dejábamos caer en la comodidad de nuestra suite. Pero entonces, con un brillo de curiosidad que no había visto en ella en mucho tiempo, Freen me miró de reojo mientras se quitaba los zapatos y dejaba caer su cabello en una cascada suelta.
— Hablando de admirar... — empezó, su tono cambiando a algo más casual —. ¿Qué vas a ponerte para la gala?
Mi sonrisa se desvaneció un poco, y no pude evitar sentir un leve nudo en el estómago al pensar en esa pregunta. Me dejé caer en una de las sillas junto a la ventana, mirando por un momento la vista de Nueva York antes de volver mi atención hacia ella.
— No lo sé aún — confesé, pasando una mano por mi cabello en un gesto de frustración —. A estas alturas, tendría que tener algo decidido, pero... bueno, ya sabes cómo soy.
Freen arqueó una ceja, claramente sorprendida.
— ¿Rebecca P. Armstrong sin un plan? Eso sí que es nuevo.
Me encogí de hombros, riendo un poco para aliviar la incomodidad.
— Tal vez esté demasiado ocupada admirando otras cosas, o... personas — añadí, lanzándole una mirada significativa.
Freen se sonrojó, pero no dijo nada, simplemente se mordió el labio inferior, como si estuviera considerando sus próximas palabras. Había algo en su mirada, algo que me hacía querer besarla ahí mismo, pero en lugar de eso, me levanté de la silla y me acerqué para rozar sus labios con los míos, tentándola.
— Pero, ¿sabes? —le susurré, mis labios apenas rozando los suyos —. Estoy segura de que lo descubriré a tiempo. Después de todo, quiero asegurarme de estar a la altura de la belleza que voy a tener a mi lado esa noche.
Ella sonrió, pero antes de que pudiera responder, Fluffy soltó un pequeño ladrido, interrumpiendo nuestro momento. Ambas nos echamos a reír, por el hechizo roto, pero la promesa de más colgando en el aire mientras la mañana seguía avanzando, con la ciudad despertando poco a poco a nuestro alrededor.
Mientras la observaba juguetear con Fluffy en la cama, no pude evitar perderme en mis pensamientos por un momento. La gala estaba peligrosamente cerca, y todo lo que habíamos pasado para llegar hasta aquí me parecía un sueño que se movía demasiado rápido: los viajes por Europa y Asia, los secretos y las complicidades que compartimos. Todo nos había llevado a este punto, y ahora solo quedaba un último destino antes de regresar a Nueva York y enfrentarnos a la gran noche: el laboratorio textil en Texas, donde los toques finales de mi visión se estaban materializando. Un paso más, y el vestido sería real, una culminación de meses de trabajo, de inspiración y, de una creciente obsesión por ella.
**FLASHBACK**
Nuestro último destino antes de regresar a Nueva York fue el laboratorio textil de Axiom Spacex en Texas, un santuario tecnológico donde la moda se entrelazaba con la ciencia para dar vida a lo que solo había sido un sueño en mi mente. Recuerdo entrar y ser recibida por un grupo de técnicos y químicos, con los que trabajaban conmigo en la creación de los trajes que usarían los próximos astronautas en la estación espacial internacional. sus rostros brillando con la satisfacción del éxito.
Uno de los ingenieros me llevó hasta una sala con luz controlada, donde me esperaban muestras de telas y tintes. Me explicaron cómo habían trabajado incansablemente para replicar el color exacto de las velas que había enviado desde Notre Dame. Habían escaneado cada vela, capturando los matices de sus tonos marfiles, los mismos que habían iluminado esa catedral. Los pigmentos creados no solo imitaban el color, sino también la translucidez y la textura peculiar de la cera antigua.
Pero no se detuvieron ahí. Utilizaron tecnología avanzada de escaneo 3D para replicar las velas en su totalidad, incluyendo las gotas irregulares de cera derretida que se habían formado con el paso de los años. Cada vela fue transformada en un molde, con el que crearon patrones que fueron moldeados con calor directamente en la tela del vestido. Así, cuando Freen lo llevara puesto, su figura estaría cubierta por los mismos patrones de cera que una vez adornaron el altar mayor de Notre Dame. La tela fluía como si estuviera viva, como si el vestido mismo hubiera sido bañado en cera, esculpiendo cada curva de su cuerpo con esa precisión casi divina.
El resultado era hipnótico: un vestido que no solo evocaba la elegancia de la moda, sino también la historia y el arte de la catedral. Al ver las pruebas, sentí una mezcla de alivio y orgullo. Lo habíamos logrado. Freen no solo llevaría un vestido; llevaría un pedazo de historia, un eco de las velas de Notre Dame, convertido en una obra maestra de la moda contemporánea.
Todo estaba listo para la gala, y de inmediato supe que este vestido no sería solo un diseño más en mi carrera. Era una declaración, una fusión de arte, historia y pasión que marcaría un antes y un después.
Inspirada por el éxito del proyecto, sentí un impulso inesperado, una chispa de creatividad que me llevó a ir más allá de lo que habíamos planeado. Me volví hacia los ingenieros con una idea que hasta ese momento solo había sido un destello en mi mente.
— Necesito que escaneen a la señorita Chankimha — les dije, casi sin darme tiempo a dudar —. Quiero que el vestido se amolde a su cuerpo como una segunda piel.
Hubo un momento de silencio, una pausa mientras todos procesaban lo que acababa de pedir. Pero los rostros de los técnicos no mostraron sorpresa; en cambio, vi destellos de entusiasmo, como si estuvieran listos para aceptar cualquier desafío que les lanzara. En cuestión de minutos, habían montado el equipo necesario. Freen, siempre dispuesta a seguirme en mis locuras creativas, se despojó de su ropa y se colocó en la plataforma de escaneo, con esa elegancia natural que la hacía destacar en cualquier entorno.
Mientras observaba cómo el escáner recorría cada centímetro del cuerpo de Freen, no pude evitar sentir un repentino y ridículo ataque de celos. Era absurdo, lo sabía, pero la precisión con la que aquel aparato capturaba cada curva y detalle me hizo desear, por un instante, ser yo quien tuviera ese privilegio. "Ojalá pudiera convertirme en un escáner", pensé divertida, "y memorizar cada milímetro de su piel con esa precisión milimétrica". Pero claro, en lugar de láseres fríos, usaría mis manos y mis labios... Y esa idea me arrancó una sonrisa que, por suerte, nadie notó en la sala. Mientras la tecnología hacia su trabajo sobre el cuerpo de la modelo, yo me dedique a jugar con los patrones de las velas en un diseño digital ampliando algunas gotas y haciendo más pequeñas otras, para que después de la impresión el calor moldeara la tela justo como se veía en mi mente.
Los láseres recorrieron su figura con precisión milimétrica, capturando cada curva, cada línea, cada detalle de su anatomía. Era como si el cuerpo de Freen se convirtiera en un lienzo digital, un molde perfecto sobre el cual crear el vestido. Los ingenieros tomaron estos datos y, usando tecnología de corte láser, confeccionaron la tela en una sola pieza continua.
La tela fue cortada de tal manera que el vestido se ajustara a ella como un guante, cerrándose de forma impecable en uno de sus costados al ponérselo. No había costuras visibles, ni cierres o botones; el vestido estaba cortado en una sola pieza fluida. Los hombros habían sido fundidos como la cera misma con precisión mediante calor. Pero era en el costado izquierdo donde residía su verdadero ingenio: al superponer la tela, esta se adhería entre sí mediante una micro tecnología que imitaba la textura de las escamas. Sin necesidad de costuras una tecnología que solo yo tenía. El diseño fluía desde su hombro hasta el suelo en una cascada de "cera", envolviendo su figura de una manera que hacía parecer que el vestido había sido esculpido directamente sobre su cuerpo.
El resultado final era sublime: el vestido parecía parte de ella, un tributo a su belleza y la historia que habíamos querido capturar desde el inicio. Mientras Freen se miraba en el espejo, no pude evitar sonreír con satisfacción. Cada detalle, desde la textura de la tela hasta la manera en que se amoldaba a sus movimientos, era perfecto.
Habíamos creado algo verdaderamente único, algo que no solo cautivaría a todos en la gala, sino que inmortalizaría este capítulo de nuestra colaboración y conexión.
**FIN DEL FLASHBACK**
Lunes 06 de Mayo de 2024 10:00 A.M.
Diez horas antes de la gala
Los nervios me hicieron despertar antes de que el sol pudiera colarse por las cortinas, disfrutando del silencio que envolvía la habitación. Miré a Freen a mi lado, inmóvil, pero tan serena que casi parecía parte del decorado, un detalle perfecto en un cuadro de calma. No podía evitar sonreír. Me acerqué, con suavidad para no despertarla de golpe, y deposité un beso tierno sobre su frente, luego otro en su nariz, y finalmente dejé que mis labios robaran un beso suave en los suyos. Freen se removió un poco, abriendo los ojos lentamente, y me regaló una de esas sonrisas que solo ella sabía dar.
— ¿Ya es hora de levantarse? — murmuró, todavía un poco adormecida.
— Todavía es temprano — respondí con voz suave, acariciando su mejilla —. Pero hoy lo harás excelente, lo sé. Eres increíble — no pude evitar dejar un tono de admiración en mi voz. Sabía que esta gala significaba más que solo un evento de moda para ella, pero también sabía que estaba a punto de brillar más que nunca.
Ella cerró los ojos un momento, como si saboreara mis palabras, y susurró:
— Gracias, Bec. Tú siempre sabes qué decir.
El sonido de las cámaras que se preparaban fuera de la suite se hacía presente. El equipo de Vogue había llegado temprano para comenzar a grabar el video sobre cómo la modelo del momento se alistaba para la gala. Mientras los productores y técnicos se instalaban, observé cómo todo se movía con una precisión que solo los profesionales podían manejar. Las cámaras, las luces, los micrófonos, todo estaba perfectamente colocado para capturar cada momento.
Luego, llegó la peinadora y para el maquillaje Pat Mc Granth estaba de vuelta. Ambas mujeres entraron con una energía que se notaba desde el primer paso. Se saludaron con la Tailandesa y luego me dirigieron una sonrisa amistosa. Pat empezó a trabajar en el rostro de la modelo con su habilidad impecable, mientras la peinadora se encargaba de su cabello, dándole una forma elegante pero moderna, justo lo que la gala necesitaba. Yo observaba, sentada cerca, intentando mantener la calma mientras todo se desarrollaba a su alrededor. Era como si un sueño estuviera por hacerse realidad, pero aún así, sentía una ligera ansiedad en el aire.
De repente, Fy decidió que él también quería ser parte del espectáculo. Se lanzó al centro de la habitación, corriendo de un lado a otro, saltando y metiéndose en cada toma que podía. No pude evitar sonreír al verlo, aunque sabía que estábamos grabando algo importante. Al final, el equipo de Vogue también se rió de sus travesuras, y eso de alguna manera aligeró el ambiente. Fluffy era una pequeña distracción adorable en medio de todo el bullicio.
Finalmente, llegamos al momento crucial. Freen se puso frente a las cámaras. Yo la observaba con esa mezcla de admiración y nervios. Ella era tan natural frente a la cámara, tan confiada en sí misma. Con una sonrisa brillante, se dirigió al camarógrafo de Vogue:
— ¡Hola, Vogue! — saludó con su típica simpatía, la cámara enfocando cada palabra —. Bienvenidos a mi preparación para la MET. Hoy les voy a mostrar cómo nos alistamos para esta noche tan especial. ¡Pasen, pasen!
Sus palabras fluían con facilidad, como si estuviera hablando con viejos amigos. Sabía que cada gesto, cada palabra contaba, ella sabía cómo hacerlo bien. La vi moverse con elegancia entre los asistentes, guiando a las cámaras por la habitación mientras continuaba con su alistamiento. No podía evitar sentirme completamente cautivada por ella, como siempre lo hacía. De alguna manera, ella lograba robarme la atención de todos, sin esfuerzo alguno.
Una vez que terminaron las grabaciones, el equipo se preparó para irse. Al salir, Freen me miró con una sonrisa cómplice. El alivio se instaló en mi pecho; por fin estábamos solas. Sin pensarlo dos veces, me acerqué y la besé, un beso lleno de todas las emociones que había estado guardando. La gala estaba por llegar, pero por ahora, solo estábamos nosotras, juntas, antes de todo el caos.
Mientras Freen seguía disfrutando de los últimos retoques en su maquillaje, me aparté un poco para darles espacio, aunque no pude evitar prestar atención a sus risas y comentarios con la maquilladora. Era un placer verla tan relajada, como si la presión de la gala no existiera. Yo, en cambio, sentía un ligero nudo en el estómago. Sabía que no se debía tanto al evento en sí, sino a lo que venía después: la avalancha de cámaras, rumores, y toda la vorágine mediática que se nos venía encima, mi valor se estaba esfumando.
Justo cuando me sumergía en mis pensamientos, sentí una presencia a mi lado. Heng, con su típica mirada inquisitiva y un brillo de travesura en los ojos. Sin necesidad de palabras, me hizo un gesto para que lo siguiera al otro extremo de la suite, lejos de los oídos curiosos.
— Rebecca, ¿quieres explicarme esto? — preguntó en cuanto estuvimos a solas, sosteniendo su teléfono con un dedo dramáticamente levantado.
En la pantalla, aparecía una foto que había comenzado a circular por internet: Freen y yo besándonos en Central Park, un gesto que había sido espontáneo pero que, al parecer, había causado furor en las redes.
Rodé los ojos, sabiendo que la preocupación de mi amigo no era tanto por la prensa, sino por la falta de detalles que yo le había dado.
— Heng, ¿en serio? — dije con una sonrisa irónica —. No es nada que no sepas ya. Todo el mundo sabe que estamos juntas ahora.
— Sí, sí, pero, ¿tienes idea del revuelo que está causando? — respondió, con ese tono casi teatral que lo caracterizaba —. Los portales están explotando con teorías y chismes. ¿Se están besando de verdad o es el ángulo de la cámara?
Solté un suspiro, sabiendo que su curiosidad era genuina pero también un poco irritante.
— Es real, ¿vale? — le respondí, intentando sonar casual —. No fue planeado, simplemente pasó. Pero no es algo de lo que quiera hablar con la prensa ni contigo. Freen y yo tenemos derecho a nuestra privacidad, incluso si decidimos mostrarnos un poco más cercanas de lo usual.
Heng me estudió por un momento, como si buscara alguna pista en mi expresión que no le había dado. Luego, sonrió, satisfecho con mi respuesta, y guardó su teléfono.
— Está bien, no te preocupes. Pero sabes que, aunque tú quieras ser reservada, ellos no lo serán. Solo te advierto.
Asentí, apreciando su lealtad a pesar de su insaciable curiosidad. Heng siempre sería ese amigo entrometido que quería saberlo todo, pero también era el primero en cubrirme las espaldas cuando la prensa intentaba cruzar los límites.
Lo vi regresar al centro de la suite, uniéndose nuevamente a la vorágine de preparativos, mientras yo me tomaba un momento para respirar y prepararme mentalmente para lo que estaba por venir.
El reloj marcaba las últimas horas antes de la gala, y la suite del Ritz se llenaba de un nerviosismo electrizante. Aún podía sentir el leve roce de los besos que compartimos al despertar, un recordatorio íntimo de que estábamos a punto de dar el paso definitivo. El equipo de Vogue ya se había marchado, dejándonos finalmente solas para prepararnos.
Me acerqué al espejo, observando cómo la capa que cubría mi ya típico traje sastre caía sobre mi cuerpo como una cascada de cera derretida, cada pliegue y curva abrazando mi figura con una perfección desconcertante. Inspirado en las velas escaneadas en Notre Dame, la capa había sido cortado en una sola pieza, sus patrones imitando el fluir de la cera, como si se derritiera con el calor de la devoción que ese lugar sagrado contenía. Agradecí en silencio al equipo de Axion speace por haber traído esta visión a la vida, convirtiendo un capricho imposible en pura realidad.
Freen, sentada en la esquina, observaba cada movimiento mío con una mezcla de admiración y diversión.
— Te ves... devorable, quiero decir adorable — comentó con un brillo pícaro en los ojos. Sabía que lo hacía intencionalmente, provocándome, jugando con mis nervios.
Finalmente, con una última revisión al vestido y un profundo suspiro para calmar el torbellino en mi pecho, me volví hacia ella.
— Lista — dije, aunque en realidad, estar al lado de ella me hacía sentir como si nunca estuviera realmente lista para nada.
Caminamos hacia la salida, Fy a nuestro lado, luciendo un pequeño moño que combinaba con nuestros atuendos. Las cámaras y flashes nos esperaban fuera del hotel, pero el equipo de Valentino había diseñado una carpa que cubría nuestros atuendos para que nada se filtrara a la prensa, en ese momento, solo éramos nosotras dos, unidas por un secreto que nadie más podría entender.
Freen se acercó a mí, sus labios rozando mi oído.
—Todos van a hablar de nosotras esta noche — en ese instante, antes de que la puerta se abriera hacia la vorágine de paparazzis y curiosos, su mano se deslizó en la mía, apretándola con una firmeza que prometía que, pase lo que pase, estaríamos en esto juntas.
Mientras el auto nos esperaba, me di cuenta de que lo que llevábamos no era solo un vestido y una capa. Era una declaración, una celebración, un tributo a los momentos que habíamos compartido y a lo que estábamos a punto de enfrentar.
La noche apenas comenzaba, y estábamos listas para brillar.
El ruido de la multitud vibraba en mi pecho mientras nos acercábamos al evento. Las cámaras estaban listas, los flashes brillaban como rayos en la oscuridad. Cada uno de mis pasos estaba calculado, cada mirada una sentencia. Sabía que esta noche, el mundo entero iba a estar mirando, observando cada movimiento, cada gesto. Y aunque mi corazón latía a mil por hora, no era miedo lo que sentía. Era poder.
— Respira — le dije a Freen, mis palabras eran un recordatorio —. Hazlo como siempre lo hablamos.
Bajamos de la van que nos trasportaba aún cubiertas por la carpa, cuando llegó el momento, nos sumergimos en el mar de fotógrafos. Las cámaras se disparaban, una ráfaga tras otra, pero yo no era una víctima de su enfoque. Yo era la cazadora. Cada flash que nos alcanzaba, era una invitación a brillar. No me sentía intimidada, me sentía más viva que nunca.
Cada paso hacia la alfombra de color marfil era una declaración. El mundo nos veía, y lo sabía. Freen a mi lado, la reina de su propio reino, ambas posando, deslumbrando, reclamando la noche como nuestra.
La alfombra de la MET gala no era solo un desfile de trajes; era un escenario para nuestra grandeza. La creatividad de los diseñadores se reflejaba en las formas, los colores, las texturas que nos rodeaban. Pero yo... yo estaba allí para demostrar que nadie podía eclipsarme, yo era Rebecca Armstrong, el libro de la historia de la moda escribiría mi nombre con letras de oro esta misma noche.
Las escaleras nos esperaban, pero antes de subir, los medios nos acechaban, y la presión crecía. No era el primer enfrentamiento, pero siempre era igual de delicioso. Miré a los periodistas, sus cámaras listas para disparar, pero esta vez, no eran ellos los que dictaban la historia. Éramos nosotras.
Las luces se intensificaron al acercarnos al epicentro de la atención mediática. Los gritos de los reporteros, los flashes implacables, y las cámaras enfocadas en cada uno de nuestros movimientos nos envolvían en un torbellino de frenesí. Mi corazón seguía latiendo a mil por hora, pero las palabras de Freen resonaban en mi mente, dándome la fortaleza para enfrentar el momento.
"Es tu noche BecBec"
Cada paso que dábamos sobre la alfombra de la MET se sentía eterno, y al mismo tiempo, fugaz. Mi capa de cera derretida se movía con una fluidez sobrenatural, reflejando las luces en patrones únicos, casi como si las llamas de aquellas velas antiguas volvieran a la vida. Sabía que habíamos logrado algo único. Freen, a mi lado, irradiaba confianza, su sonrisa cautivadora conquistando a cada fotógrafo que se encontraba en nuestro camino.
Cuando llegamos frente a los reporteros, el bullicio aumentó. Las preguntas llovían sin descanso, y aunque muchas iban dirigidas a mí, noté cómo los ojos se desviaban hacia la tailandesa, maravillados por su presencia magnética.
— ¡Rebecca, aquí! ¿Puedes contarnos sobre la inspiración detrás del vestido? — preguntó un reportero de la revista Glamour, su micrófono extendido hacia mí.
— Es una celebración de lo sagrado y lo divino, un tributo a la belleza efímera de la cera derretida que capturamos en Notre Dame — respondí, manteniendo mi voz firme y segura.
Freen me lanzó una mirada cómplice, como si estuviera orgullosa de cómo manejaba la atención, y no pude evitar sonreír. Fue entonces cuando otro reportero hizo la pregunta que sabía que vendría:
— Rebecca, para E! News. ¿Hay algo que debamos saber sobre su relación? ¿Podemos esperar un anuncio esta noche?
El aire se volvió pesado por un segundo, pero antes de que pudiera responder, Freen se inclinó hacia el micrófono con una sonrisa traviesa.
— Solo estamos disfrutando de la noche — dijo ella, con ese brillo en sus ojos que dejaba mucho más a la imaginación.
Sentí que el peso de las miradas se intensificaba, pero en lugar de abrumarme, me impulsó. Con un último gesto hacia las cámaras, Ella tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos con una confianza que me dejó sin aliento. Nos miramos brevemente, sabiendo que esa pequeña acción era un mensaje claro, sin necesidad de palabras.
— ¿Lista para conquistar la noche?
Asentí, sintiéndome invencible. Habíamos llegado hasta aquí juntas, y esta noche sería la culminación de todo lo que habíamos trabajado, soñado y arriesgado.
Nos acercamos a la fila contraria de reporteros y cámaras que aguardaban ansiosos para obtener una declaración exclusiva. El murmullo de la multitud se intensificó al vernos, susurros y comentarios que no lograba distinguir, pero cuyo tono reflejaba pura expectación. Una periodista de CNN style, con su micrófono en alto, fue la primera en lanzarse:
— Rebecca, ¡tu vestido es impresionante! ¿Cómo lograste capturar la textura de la cera derretida?
— Nos inspiramos en velas que trajimos desde el altar mayor de Notre Dame. Trabajamos en el laboratorio de Axiom Space para replicar los patrones exactos de cómo la cera se derrite. La casa Valentino busca representar la fusión entre lo sacro y lo efímero —respondí, sabiendo que cada palabra sería analizada hasta el último detalle.
Antes de que pudiera tomar un respiro, otro reportero se inclinó hacia adelante:
— ¡Y cuéntanos sobre Fluffy! ¿Es cierto que tiene su propio vestuario para esta noche?, ¿Dónde está BonBon?
Sonreí ante la mención de nuestros traviesos compañeros caninos, uno en ese momento estaba cómodamente instalado en los brazos de Love mi asistente, mirando a las cámaras como si supiera que también formaba parte del show.
— Fluffy siempre roba cámara, incluso más que yo. Pero hoy decidió quedarse en un segundo plano... por ahora y Bon se encuentra de vacaciones en Londres con mi familia — respondí, provocando risas entre los presentes.
Pero luego vino la pregunta inevitable, la que todos parecían esperar:
— Rebecca, ¿puedes hablarnos sobre tu relación con Freen? Han surgido muchas fotos recientes de ustedes dos en Central Park que han causado revuelo.
Sentí que el aire se volvía denso, pero con una sonrisa serena respondí:
— Yo no hablo de mi vida privada, pero si Freen quiere compartir los detalles de nuestra relación, estaré de acuerdo con todo lo que ella diga.
Una oleada de murmullos recorrió a los periodistas, y todas las miradas se giraron hacia Freen, que permanecía a mi lado, tranquila y segura. Hubo un instante de silencio que pareció prolongarse una eternidad hasta que, finalmente, un reportero le preguntó directamente:
— Freen, ¿hay algo que puedas contarnos? ¿Qué hay de esas fotos en Central Park donde se les ve... bastante cercanas?
Ella me miró con una chispa en los ojos, como si considerara seriamente hasta dónde llegar con su respuesta. Se acercó al micrófono, su sonrisa un poco más traviesa esta vez:
— Bueno, las fotos hablan por sí solas, ¿no? —respondió con un tono que era mitad juego, mitad declaración.
Los gritos de los reporteros aumentaron, todos intentando sacar más de ella, pero Freen simplemente se encogió de hombros antes de añadir:
— A veces, una imagen vale más que mil palabras.
Era la respuesta perfecta, dejando todo a la interpretación mientras alimentaba el misterio. Aproveché ese momento para guiarla hacia el centro de la alfombra de nuevo, agradeciendo a la prensa con una última sonrisa el mar de luces que intentaba capturar la imagen del impresionante vestido que presentada Valentino se disparó de nuevo. Una y otra vez la modelo posó mientras avanzábamos antes de dirigirnos hacia las escaleras que llevaban al interior del museo. Habíamos jugado nuestro papel, y ahora, al fin, la noche realmente comenzaba para nosotras.
El murmullo se disipó más intensamente cuando llegamos al pie de las icónicas escaleras del Met, la atmósfera cargada de flashes, susurros y miradas expectantes. Este era el momento decisivo, el clímax de meses de trabajo y planificación, y las miradas de todos estaban sobre nosotras. Me detuve en seco, tirando suavemente del brazo de Freen para atraerla hacia mí. Con un gesto casi imperceptible, la rodeé por la cintura, acercando mis labios a su oído.
— Tienes que hacer esto sola — le susurré, sabiendo que esto era más que un simple paseo por la alfombra roja. Era su momento para brillar.
Vi un destello de duda en sus ojos, pero duró apenas un segundo antes de transformarse en pura determinación. La solté despacio, dejando que la tela del vestido —nuestra obra maestra— cayera como cascadas de cera a mis pies, convirtiéndome en una extensión inerte de la pieza. Freen dio un paso hacia adelante, separándose de mí, y en ese instante, se convirtió en la encarnación de nuestra visión.
El vestido se desplegaba a su alrededor con la textura exacta de cera derretida, como si cada pliegue estuviera a punto de deshacerse bajo el calor de las miradas. Los murmullos de asombro entre la multitud eran palpables mientras ella ascendía los escalones, cada movimiento calculado, cada gesto hacían que cada dólar que la casa Valentino había gastado en mi creación valiera la pena, Sarocha Chankimha portaba el vestido más tecnológico y caro de la historia de la MET. Con esto cumplía lo que le había prometido a Anna, Revolucionario, histórico, icónico. De lo contrario sería Jacquemus el que estaría en mi lugar.
A pesar de la distancia creciente, podía sentir la conexión entre nosotras. Cada paso que daba la modelo era una reivindicación de todo lo que habíamos construido juntas. Pero ahora, era ella la que se adueñaba del momento, mientras yo permanecía al pie de las escaleras, inmóvil, convertida en parte del telón de fondo que realzaba su gloria.
Verla así, irradiando confianza y magnetismo, hizo que el tiempo se detuviera. Podía escuchar a los fotógrafos gritar su nombre, pero para mí, todo se había silenciado, reducido al simple latir de mi corazón. Esta noche era suya, y yo no podía sentirme más orgullosa.
Cuando finalmente alcanzó la cima, se volvió por un breve instante para mirarme. Una sonrisa tan sutil como íntima, un gesto que solo yo podía entender. Supe que habíamos logrado mucho más que un vestido espectacular; habíamos creado una memoria eterna.
La expectación en el aire era palpable mientras yo subía las escaleras del Met, siguiéndola como si su luz fuera la única guía en el mundo. Cada paso me acercaba a ella, atrayéndome como Ícaro hacia un sol que no podía evitar. Sabía que todas las miradas estaban puestas en nosotras, pero en ese momento, no me importaba. Todo lo que sentía era la necesidad de estar a su lado, de compartir este instante que habíamos construido juntas.
Al llegar a la cima, un destello de nerviosismo se apoderó de mí al ver a Emma Chamberlain, la influencer y entrevistadora, esperando con su micrófono en mano y una sonrisa cálida. Freen, siempre radiante y llena de gracia, se acercó primero.
— ¡Hola Em! — saludó Freen con su característico carisma, guiñando un ojo mientras los flashes continuaban estallando a su alrededor. La multitud estaba embelesada, y Emma no perdió tiempo en lanzarle preguntas sobre su vestido, su look y sus emociones en esta noche tan especial.
Ella habló con esa naturalidad que la hacía tan encantadora, contando cómo se había preparado para el evento y lo especial que era para ella formar parte de una celebración tan icónica del arte y la moda. Sin embargo, los ojos de Emma pronto se desviaron hacia mí, la diseñadora detrás del vestido que había capturado todas las miradas.
— Becca, tenemos que hablar de este vestido tan espectacular que lleva. ¡Es como si Freen fuera una obra de arte viviente! ¿Puedes contarnos un poco sobre el proceso creativo detrás de esta pieza? — preguntó Emma, dirigiendo toda su atención hacia mí.
Tomé una respiración profunda antes de responder, mi mente volvió a cada etapa de la creación, desde las velas de Notre Dame hasta las largas noches enlazando llamadas con el laboratorio de Axiom space.
— Para mí, Freen siempre ha sido como un ángel, una figura etérea que trasciende lo terrenal. Quería capturar esa esencia divina, esa sensación de pureza y luz que ella emana. Hace unas semanas viajamos en busca de inspiración y la encontré en Notre Dame un conjunto de velas custodiaban un cristo en el altar mayor, como los angeles mismos. Así que trabajamos en un diseño que imita la cera derretida, un tributo a la espiritualidad y al sacrificio, como si ella estuviera bañada en velas que iluminan el camino de un creyente o que custodian lo divino — expliqué, dejando que mi voz reflejara la devoción que sentía por ella.
Emma parecía embelesada mientras continuaba, describiendo cómo el vestido había sido moldeado para abrazar cada curva del cuerpo de la modelo, escaneando milímetro a milímetro para asegurar una perfección sin precedentes. Mi mirada se cruzó con la de Freen, y por un segundo, me perdí en la profundidad de sus ojos, recordando por qué todo esto había valido la pena.
Emma, sin perder un segundo, lanzó su siguiente pregunta, esta vez cargada con una sonrisa juguetona:
— Y cuéntanos, ¿qué hay de esas fotos en Central Park? La química entre ustedes es innegable.
Sentí una punzada de diversión y algo de desafío mientras me encogía de hombros.
— Ya lo dije Em, no hablo de mi vida privada —respondí con un toque irónico, mirando a Freen de reojo —. Pero, si le preguntas a Freen y ella quiere contarte algo, estoy de acuerdo con lo que sea que te diga.
La gala había alcanzado su máximo esplendor. La sala del museo se había transformado en un banquete digno de la realeza, con mesas cubiertas de manteles de terciopelo, candelabros centelleantes y arreglos florales que parecían tocar el cielo. Todo estaba envuelto en una atmósfera de lujo y exclusividad, la banda de jazz en vivo ambientando la velada con un toque de elegancia.
Nos encontramos en una de las mesas principales, sentadas junto a Anna Wintour y el resto del comité de la gala, que incluía a diseñadores, directores creativos y figuras icónicas de la industria y Andrew Bolton el curador titular del mueso. Freen, sentada a mi lado, irradiaba una calma serena que contrastaba con mi efervescencia interior. Este era nuestro momento.
El menú, diseñado por un chef galardonado con estrellas Michelin, era una obra de arte en sí mismo:
Las Entradas eran:
Tartar de atún rojo sobre un lecho de aguacate con una emulsión de yuzu y jengibre.
Sopa de espárragos blancos con una crema ligera de trufa y crujientes chips de parmesano.
Nuestro Plato principal:
Pato confitado, acompañado de puré de batata y zanahorias glaseadas con miel y romero.
Risotto de setas silvestres con un toque de aceite de trufa blanca y virutas de parmesano envejecido.
De Postre:
Sablé de chocolate negro con un núcleo de praliné, acompañado de helado de vainilla de Madagascar y una decoración de hojas de oro comestible.
A lo largo de la cena, se intercambiaron risas y conversaciones animadas sobre moda, arte y los próximos proyectos en la industria. Anna, siempre inquisitiva y con su tono afable pero incisivo, se giró hacia Freen, interesada en saber cómo había sido su experiencia vistiendo una creación tan única.
— La verdad, es un sueño hecho realidad — respondió ella con una sonrisa cálida, rozando mi mano bajo la mesa —. Bec ha hecho magia con este vestido, me siento como si estuviera portando una pieza de historia viva.
Las palabras de la modelo hicieron que un calor agradable recorriera mi cuerpo, y aunque intenté disimularlo, Anna me lanzó una mirada cómplice.
— Becca, cuéntanos, ¿qué te inspiró para crear este diseño? — preguntó Anna, llena de curiosidad.
Tomé un sorbo de mi copa de vino blanco antes de responder, sintiendo el peso de la atención concentrada en mí.
— Siempre he creído que la moda es una extensión del alma — dije, mis palabras fluyendo con más seguridad de la que realmente sentía —. Quería que Freen no solo luciera hermosa, sino que personificara algo más profundo, como la devoción y la luz que simbolizan las velas que encontré en Notre Dame. La idea era encapsular esa eternidad en una prenda que reflejara no solo la espiritualidad, sino también la belleza humana en su forma más pura.
Anna asintió lentamente, como si estuviera saboreando cada palabra, mientras los demás en la mesa intercambiaban miradas de aprobación.
Mientras continuábamos con la cena, me permití relajarme un poco, disfrutando del momento, consciente de que esta noche no solo celebrábamos la moda, sino también un nuevo capítulo en nuestra historia. Freen me miró de reojo, con esa sonrisa que siempre lograba desarmarme, y en ese instante supe que, sin importar lo que el mundo viera, esta noche era realmente nuestra.
La cena culminó con un brindis liderado por Anna, celebrando la creatividad, la pasión y la dedicación que todos en la sala compartían. A medida que las copas se alzaban, no pude evitar voltear hacia Freen, sintiendo que este era solo el comienzo de todo lo que podíamos conquistar juntas.
Después de un rato el aire en la sala se tornó electrizante cuando las luces se atenuaron y una suave niebla comenzó a inundar el centro de la pista de baile. Todo el mundo guardó silencio, expectante, mientras la orquesta cambiaba de ritmo, evocando un misticismo casi palpable. Las primeras notas flotaron en el aire, un preludio etéreo que capturó la atención de todos los presentes.
De repente, ahí estaba ella, la protagonista de la noche, emergiendo como una visión divina en el centro de la pista. Enfundada con el icónico vestido que habíamos creado juntas, cada pliegue de la tela fluía como si tuviera vida propia, susurrando historias de cera derretida y devoción eterna. Los focos la bañaban en una luz cálida que la hacía parecer como un ser celestial, recién bajado de un mural sacro.
Inspirada por el estilo único de Loie Fuller, pionera en el uso del movimiento y la luz en la danza, Freen comenzó su performance. Sus brazos se movían en amplios arcos, envuelta por el vestido que se desplegaba como alas etéreas a su alrededor. Los tejidos especiales, diseñados para imitar el flujo de cera derretida, creaban un espectáculo hipnótico mientras giraba, capturando y reflejando la luz en destellos dorados.
El público estaba embelesado. Freen era el centro de un torbellino de luces y sombras, su cuerpo siguiendo un ritmo que parecía conectar lo terrenal con lo divino. Cada movimiento fluía con gracia y precisión, como si la gravedad misma se hubiera olvidado de ella. Las telas danzaban con ella, envolviendo su figura, creando siluetas cambiantes que evocaban la delicadeza de un ángel en pleno vuelo.
Las notas musicales se intensificaron, y ella, en un acto final, alzó los brazos hacia el cielo, con la tela fluyendo como una cascada divina, evocando la imagen de lo divino. Los espectadores estallaron en aplausos, algunos incluso conmovidos por la belleza casi surrealista de la actuación.
Yo, observando desde mi asiento, sentí que el tiempo se detenía. Nuestro esfuerzo, nuestro viaje, culminó en este preciso instante de perfección. Freen era una obra de arte viviente, un espectáculo que no solo llevaba mi diseño, sino que también lo transformaba en una experiencia trascendental.
Cuando la música cesó, ella se quedó quieta en medio de la pista, respirando con fuerza, y entonces se volvió hacia mí con una mirada que decía todo lo que las palabras no podían expresar. Sabía, que habíamos alcanzado algo más que una simple MET Gala; habíamos creado un momento que viviría en la memoria de todos los presentes.
Anna se acercó a mí, susurrando con su tono inconfundible:
— Esto ha sido nada menos que legendario, Rebecca. No me equivoque al confiar en ti, Chankinha es todo lo que la industria necesitaba.
Y, por primera vez, no me quedaba nada más que agregar. Freen había hablado por ambas, y lo había hecho de la manera más espectacular posible.
Los ecos de los aplausos aún resonaban en el museo mientras me despedía de Anna intentando abrirme paso entre la multitud. Mi única misión en mente era encontrar a Freen. Había desaparecido de mi vista justo después de su impresionante actuación, y mi pecho se llenaba de ansiedad con cada segundo que pasaba sin verla. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar más allá de las columnas doradas que bordeaban el salón, una voz familiar me detuvo.
— Rebecca, querida, un momento — la inconfundible presencia de Anna se plantó frente a mí de nuevo, su mirada fija, mezcla de admiración y esa característica aura impenetrable que la rodea.
— Anna, lo siento, estoy un poco... — intenté disculparme, pero ella me interrumpió con un leve movimiento de su mano enguantada.
— Solo quería felicitarte. No sé si ya te has enterado, pero tu vestido... el que lleva Freen — hizo una pausa, disfrutando cada sílaba como si estuviera degustando un vino raro —, ha sido vendido en la subasta silenciosa que propusiste esta misma noche por una cifra histórica. Un comprador anónimo, por supuesto.
Me quedé atónita, las palabras de Anna resonaban como un eco lejano mientras mi mente seguía enfocada en encontrar a la tailandesa. Había esperado que el vestido llamara la atención, pero esto... era más de lo que había imaginado.
— Eso es... increíble — fue todo lo que pude articular. Mi voz apenas un susurro, intentando procesar la noticia.
— Lo es, querida, lo es. Una noche histórica, sin duda —continuó Anna, sus ojos brillando de aprobación.
Con una última mirada, me excusé torpemente, mis pensamientos aún giraban en torno a mi musa. Me apresuré a salir del salón, atravesando los corredores llenos de invitados que aún comentaban la brillante gala. Mi corazón latía rápido, como si cada paso me acercara y alejara a la vez de ella.
Finalmente, siguiendo un murmullo de risas y voces alegres, llegué al baño del museo. Abrí la puerta para encontrarme con un espectáculo: Freen, rodeada por un grupo de modelos, se estaba tomando selfies con el mismo entusiasmo que una adolescente en su primer gran evento. La luz del flash iluminaba sus rostros mientras posaban con una mezcla de diversión y picardía frente al espejo.
— ¡Bec! — exclamó ella al verme, sus ojos brillando con una alegría que casi me hizo olvidar el motivo de mi búsqueda frenética.
— Te estábamos esperando Becca — dijo una de las modelos, alzando su teléfono —. Vamos, únete, una última travesura antes de que termine la noche.
Por un segundo, me quedé quieta, sorprendida por la espontaneidad del momento. Luego, sonriendo, me acerqué. Si esta noche iba a ser recordada, quería asegurarme de que cada segundo contara, incluso los más inesperados.
Me dejé llevar, olvidando por un instante el caos que la noche había traído consigo. Estábamos allí, juntas, inmortalizando un momento que solo nos pertenecía a nosotras, violando las reglas de la gala donde ambas éramos anfitrionas.
El bullicio del baño se convirtió en una fiesta improvisada, donde los flashes de las cámaras de los teléfonos iluminaban el mármol y el eco de las risas llenaba cada rincón. Como anfitriona de la gala, me decía a mí misma que debía respetar las estrictas reglas del evento, aunque la realidad era que simplemente no podía negarme cuando Freen me miraba con esos ojos traviesos, pidiendo "solo una foto más".
Rodeada de modelos que reían y posaban, me sentía como una cómplice en esta pequeña travesura. La exclusividad de la gala, con sus reglas estrictas sobre el uso de cámaras, parecía haberse disuelto en ese rincón donde todos estábamos, momentáneamente, fuera de la vista del mundo.
Por un momento, me dejé llevar, saboreando el encanto del momento, las luces, los rostros felices. Era fácil olvidar las reglas cuando ella estaba a mi lado, riéndose con ese descaro juvenil que me hacía sentir viva.
Finalmente, el baño empezó a vaciarse. Las chicas se despidieron entre abrazos y promesas de más fiestas privadas. Poco a poco, el silencio regresó, y las luces dejaron de parpadear, volviendo a su brillo cálido y constante. Me quedé junto a Freen, observando cómo se acercaba a uno de los grandes espejos. Su reflejo parecía aún más etéreo bajo la luz suave, como si toda la noche hubiera estado diseñada solo para enmarcar su belleza.
Se volvió hacia mí, y ese instante de paz se rompió cuando me dedicó una sonrisa que conocía demasiado bien. Una que era pura provocación. Se acercó, deslizándose entre las sombras y los reflejos, hasta que sentí el calor de su cuerpo a solo centímetros del mío.
— No deberíamos habernos tomado esas fotos —musité, más para mí que para ella, intentando recordar las reglas que acabábamos de romper.
— Oh, Bec — susurró, su aliento acariciando mi oído mientras un estremecimiento me recorría la espalda —, ¿quién dice que seguir las reglas es divertido?
Sentí un cosquilleo, una mezcla de nerviosismo y deseo, como si estuviéramos al borde de algo prohibido. Me quedé sin palabras cuando sus dedos rozaron mi cuello, bajando lentamente, encendiendo una chispa en mi piel. Quise mantenerme firme, recordarme a mí misma que aún estábamos en un evento público, que cualquiera podría entrar en cualquier momento. Pero la manera en que me miraba, ese brillo en sus ojos, hacía que todo lo demás desapareciera.
— Estás jugando con fuego — le dije, mi voz apenas un susurro.
—¿Y?... ¿Me voy a derretir? — respondió, "como una vela" pensé. Me sentí perdida, como una polilla atraída irremediablemente hacia la llama.
Antes de que pudiera reaccionar, me tomó de la mano y me guió hacia el último cubiculo del baño. La noche aún no había terminado, pero en ese momento, con ella tan cerca, cada parte de mí deseaba olvidarse del resto del mundo.
Sus labios se sentían como una promesa rota que no podía evitar seguir rompiendo. Encerradas en ese cubículo de mármol, con el eco de nuestras respiraciones entrelazadas, el mundo exterior se desvaneció por completo. Las reglas de la gala, la formalidad, la presión... todo quedó atrás cuando sus manos acariciaron mi rostro, y nuestros besos se volvieron más urgentes. Era un juego peligroso, pero uno al que estaba más que dispuesta a sucumbir.
El espacio reducido solo hacía que todo fuera más intenso. El roce de su cuerpo contra el mío, el leve crujido de nuestras ropas ajustándose a nuestro deseo. Me rendí a la sensación, sabiendo que en cualquier momento alguien podría entrar, pero ese era precisamente el encanto: el riesgo, la posibilidad de ser descubiertas, el secreto compartido entre risas ahogadas y susurros.
Cuando finalmente nos separamos, me miró con esa expresión traviesa que hacía que cualquier resistencia se desmoronara en cuestión de segundos. Me tomó de la mano, sus dedos entrelazados con los míos, y me arrastró de nuevo al centro del baño.
— Quiero un recuerdo de esto, solo para nosotras — me dijo con una sonrisa.
Antes de que pudiera protestar, sacó su teléfono y me pidió que posara con ella. El sonido del obturador fue casi inaudible en medio de nuestras risas contenidas. Nos tomamos varias, algunas más serias, otras completamente ridículas, ambas sabiendo que esas imágenes serían nuestro pequeño secreto, lejos de los ojos inquisitivos de la prensa y de la gala que continuaba al otro lado de la puerta.
Salimos finalmente del baño, intentando no Ilamar demasiado la atención mientras nos mezclabamos con los invitados. Tomé una bocanada de aire, sintiendo cómo mi corazón todavía latía con fuerza, mientras Freen me guiñaba un ojo antes de volver al salón principal. Aún quedaba mucho por hacer esa noche, pero en ese pequeño rincón del MET, habíamos creado un mundo solo para nosotras.
La noche alcanzaba su punto culminante; la música retumbaba con un ritmo que se sentía en cada rincón del museo convertido en escenario de fantasía. Luces doradas y rojas iluminaban la sala, proyectando sombras vibrantes en las paredes decoradas con arte y lujo. La pista de baile estaba llena, pero mi mirada solo podía enfocarse en ella.
A lo lejos, Freen se apoyaba ligeramente sobre una mesa de espejos, su reflejo multiplicándose en infinitas versiones que solo hacían que su presencia fuera aún más hipnotizante. Sus dedos jugaban distraídamente con la base de una copa de champán, y por un segundo, su mirada se encontró con la mía antes de desviar los ojos, una sonrisa juguetona en sus labios. Como un cazador silencioso acechando a su presa, me acerqué desde atrás, mis pasos amortiguados por el bullicio.
Deslicé mis brazos lentamente alrededor de su cintura, abrazándola desde la espalda, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba contra el mío. Mis manos se movieron con una confianza íntima, trazando el contorno de su silueta ceñida por el vestido sin costuras que yo misma había creado para ella. Todo a nuestro alrededor comenzó a desvanecerse en un tenue borrón, como si solo existiéramos ella y yo en ese universo paralelo donde el deseo gobernaba.
— ¿Te estás divirtiendo? — susurré contra su oído, dejando que mis labios rozaran suavemente su piel.
— Mucho, demasiado quizás... pero Bec — dijo entre risas contenidas —, este vestido es increíble, pero empiezo a sentir que me asfixia un poco.
Su confesión hizo que mi sonrisa se ampliara. Como la diseñadora de su atuendo, yo tenía un as bajo la manga, un pequeño truco que solo nosotras conocíamos. Tomé una fresa del centro de la mesa y la llevé a sus labios, viendo cómo mordía la fruta mientras sus ojos permanecían fijos en los míos.
— Déjame mostrarte un secreto, entonces — murmuré —. finge que estás jugando con tu copa y las fresas.
Con un movimiento hábil, mis dedos encontraron el punto exacto en el costado izquierdo del vestido, el único lugar donde se abría o cerraba. Tiré con cuidado, revelando cómo la tela cedía sin resistencia, mostrando que el diseño no tenía costuras reales, sino que se mantenía adherido a su cuerpo con la micro tecnología que habíamos creado, el mismo efecto que tenía, por ejemplo: una tira de velcro pero sin tener esa cosa horrible y desagradable en la tela. Sentí cómo esa delicada adherencia cedía bajo mis dedos. El roce de su piel expuesta me envió un escalofrío que nos sumergió a ambas en una espiral de deseo, intensificando el aire cargado de tensión entre nosotras. Con su piel expuesta, y ese contacto fugaz.
— Esto es... inesperado — susurró, sus ojos brillando con un fuego que encendía algo profundo dentro de mi, disparando chispas electrizantes a través del reflejo de la mesa de espejos.
— Aún no he terminado de sorprenderte — respondí, mi voz baja, casi ronca por la intensidad del momento.
Mi pulgar dibujó círculos lentos y tentadores sobre su cadera descubierta, disfrutando de la forma en que su respiración se entrecortaba con cada roce.La fiesta seguía estallando a nuestro alrededor, pero en ese instante, no importaba nada más que el pequeño mundo que habíamos creado entre nosotras. Sabía que estábamos al borde de un precipicio del que no había retorno.
Deslicé mi mano entre su cálida piel y la tela del vestido, emprendiendo un viaje lento y tortuoso por toda la extensión de su vientre. Podía verla aferrarse a su copa, y el reflejo en la mesa me ofrecía una vista privilegiada de sus reacciones faciales. Ver cómo se mordía los labios mientras mis caricias viajaban al sur, entre sus piernas, había superado cualquier otro evento de la noche.
— Finge que comes las fresas o van a descubrirnos — la vi asentir mientras sus dientes ejercían presión sobre sus labios. Andrew Bolton se acercaba en nuestra dirección, pero yo quería seguir explorando el húmedo lugar entre sus piernas. Aplique más presión, haciendo que se escapara un suave gemido desde el fondo de su garganta.
— Se va... se va a dar cuenta — apenas podía hablar.
— Entonces actúa normal — mis dedos se sentían húmedos mientras jugaban entre sus piernas.
— Vas a matarme — podía ver el rubor que el placer provocaba en su rostro. Cuando Andrew llegó, ella empujó más su cuerpo hacia el borde de la mesa, bloqueando la vista del curador.
— Felicidades, chicas, esto es increíble — Freen saltó un poco por la sorpresa de mis dedos explorando su intimidad más a profundamente.
— Gracias, Andrew — yo intentaba parecer lo más normal posible —. ¿Probaste las fresas? Son exquisitas— podía ver perfectamente el rostro de la modelo a través del reflejo en la mesa; el placer destellaba en su mirada.
— ¿Chankimha, estás bien? — el pobre hombre parecía genuinamente preocupado po la actitud extraña de la modelo.
— ¡Sí! Solo un poco mareada... Andrew... gracias —apenas podía hablar coherentemente mientras yo disfrutaba de mi exploración.
— ¿Necesitas algo? — ella estaba descargando su frustración contra mi mano libre, presionándola tan fuerte que tal vez iba a romperla.
— Estoy bien... gracias — comencé a dibujar círculos contra su punto más sensible con la punta de mis dedos. Valía la pena dejar que me rompiera la mano.
— Yo me encargo de cuidarla, no te preocupes. Mi padre te envía saludos — eso fue todo lo que tuve que decir para que, después de un breve intercambio de palabras, el curador se retirara.
Freen se volvió hacia mí, una vez que retire mi mano del interior de su vestido sus labios tan cerca que podía sentir su aliento mezclado con el aroma dulce de las fresas. Pero antes de que pudiéramos cruzar esa línea, el sonido distante de una voz conocida —la CEO de Valentino— nos devolvió a la realidad.
Reluctantemente, me aparté, dejando que el vestido volviera a cerrarse como si nada hubiera pasado, aunque las huellas de lo que compartimos quedarán granadas en nuestras miradas.
El ambiente en la gala había alcanzado su clímax. A pesar del bullicio, las luces brillantes y la euforia que flotaba en el aire, algo en nuestras miradas compartidas nos hizo darnos cuenta de que habíamos tenido suficiente por esta noche. Aquel instante íntimo en la pista, el roce de la piel bajo las capas delicadas del vestido, la tensión que habíamos creado en un rincón apartado... era imposible seguir ignorando lo que realmente queríamos.
Levanté una ceja en una silenciosa pregunta, y Freen simplemente asintió, una sonrisa cómplice en sus labios. Haciendo una discreta seña, indicamos a Heng que tomaríamos nuestra retirada antes de lo previsto. El equipo de seguridad abrió paso entre la multitud y, casi como una brisa nocturna, nos deslizamos hacia la salida.
Al cruzar el umbral del museo, la noche fresca nos recibió, aliviando el calor acumulado por las luces, las multitudes y nuestras recientes actividades. Abandonar la opulencia y el brillo detrás de nosotros era casi liberador. Nuestros dedos entrelazados eran una promesa de que lo mejor de la noche aún estaba por llegar.
El auto negro nos esperaba con las puertas abiertas, y apenas nos instalamos en el asiento trasero, sentí a Freen relajarse contra mí, dejando caer su cabeza en mi hombro. Mientras la ciudad pasaba en un borrón de luces por la ventana, sabía que ambas estábamos pensando en lo mismo: una noche más a solas, sin la necesidad de máscaras, en la privacidad de nuestra suite en el Ritz.
La elegancia de la gala quedó atrás, pero lo que traíamos con nosotras era una chispa que podría electrocutarnos. Una declaración tácita de que, aunque la noche oficial había terminado, nuestra celebración privada apenas estaba por comenzar.
Así, mientras el coche avanzaba por las calles de Nueva York, la tensión crecía más y más. Nada más importaba. Solo el deseo creciente que se avivaba con cada kilómetro que nos acercaba al hotel.
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