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Ziamo, el invencible

Relato de Crizzy37, ganadora del segundo lugar en la 2da Edición de los Dreamy Awards ♡︎.




Erasmos estaba tendido en su lecho de muerte. Respiraba con dificultad, entre resoplidos y resuellos. Su familia lo rodeaba. Su bella esposa Hipatia, sus hijos Argus y Nora. Un último pensamiento se aferró a su moribunda mente antes de que se apagara como una vela soplada, un recuerdo que lo transportó al pasado.

Era temprano. La brisa era ligera, el aire húmedo; otro día de verano en la acrópolis griega, cuna de toda ciencia, morada de los dioses .

Erasmos observó en silencio a sus aprendices. Todos ellos príncipes enviados por sus padres; Tebas, Esparta, Mecenia, entre otras ciudades, eran las que habían delegado en él la responsabilidad de educarles; no en estrategias bélicas, sino en sabiduría.

Él, anciano de años, maestro y filósofo respetado, sentía tal devoción hacia su tarea de enseñanza que no mezquinaba sus días y horas, anhelando ser aquella voz que apelara a la conciencia e inteligencia de sus estudiantes.

—¿Cómo se vence a alguien invencible?—preguntó esa mañana.

—No hay manera de lograr esto maestro, por eso se le llama invencible—respondió Ulises, como tantas veces haciendo alarde de su inexistente vena meditativa.

Cabello rojo y ojos saltones, un príncipe espartano con mucho mas músculo que razonamiento.

—No adelantes una conclusión sin haber buscado antes toda respuesta posible, Ulises. El que calla y espera siempre será contado como sabio. En cambio la pronta voz solo revela al insensato.

Ulises lo miró duramente.

—Lo desarrollaré de esta manera—continuó—Les contaré una historia. Una que relata la vida de un rey, Ziamo el invencible.

Antes de proseguir Erasmos caminó alrededor de ellos. Estaban en una cúpula exterior revestida en mármol blanco. Los cortinajes se mecían con fluidez en aquel recinto donde él daba cátedra, amortiguando en parte a la luz solar que poco a poco iba en aumento tanto en resplandor como en calidez.

Los cinco jóvenes sentados lo miraban pasearse con crecientes ansias.

—Ziamo—comenzó—El invencible rey de la poderosa Tesalia, un guerrero sin igual, un general al comando de miles. El que venció a los diez poderosos reyes del Oriente. El que iba delante de su ejercito en cada batalla, aquel de quien decían " Fue bendecido por Ares". Pues, alguien como él, con su temple y su valentía, con su maestría en combate, agudeza y perspicacia... ¿Cómo puede vencerse a alguien de estas características?

—Se envía a alguien para que termine con su vida—respondió Lirion, príncipe de Tebas—No en batalla, ni a luz del día, sino bajo el refugio de la noche, mientras pernocta, sigilosamente. Un solo hombre, una navaja filosa y un corte profundo sin un segundo de vacilación o duda. Se encontraría pagándole la cuota al barquero antes de tener conciencia de que ya no está vivo.

Cuatro de los cinco festejaron la broma.

—Lirión ¿acaso oíste mi narración sobre su formidable destreza?¿Un hombre así dormiría desprotegido?—le hizo ver con fastidio—No. Y te lo declaro porque sucedió. Enviaron hombres con disposición a ser regicidas para que lo sorprendieran mientras descansaba, pero no lo lograron. Ziamo dormía con una mano sujetando la cintura de su esposa y con la otra en su espada.

—Lo compraría—intervino el heredero de Megara—Para que no se apropiara de mis tierras le daría toda clase de metal precioso, y gemas que contengan todos los colores del arco iris. Las sedas mas finas, los tesoros más asombrosos. Adquiriría la paz de mi nación sin derramar sangre, ni nuestra ni suya.

Erasmos sonrió. Megara era una tierra rica, y su rey era un hombre pacifico y moderado. Veía en él a su hijo; en muchos de ellos veía a sus padres.

—Bien pensado—le otorgó—Pero, si conquistara tu nación ¿acaso no podría disponer de tus bienes a su antojo?

La cúpula se llenó de silencio. Erasmos esperó a que sus mentes hallaran la forma.

—Me aliaría—rompió el silencio Tiberio de Pilos, un joven alto y robusto que solo demostraba su edad en su cara de niño—Me uniría a otras naciones; tres o cuatro. Junto a estas lo enfrentaría.

Erasmos suspiró, y cerró los ojos por un momento antes de contestarle.

—¿Cuántas naciones dije que doblego bajo su yugo?

El tímido muchacho de cabellos rizados de Mantinea le respondió después de levantar su mano.

—Diez.

—¡Muy bien Silo! ¡Alguien aquí esta atento a mi discurso!—exclamó algo dramático, luego volvió a mirar a Tiberio—Diez en contra de... ¿Cuántas dices que puedes reunir, mi estimado Tiberio? ¿Tres o cuatro?... Y con mucha suerte. Recuerda que la soberbia de los reyes a menudo tiene más voz que su prudencia. Lo hicieron, sí, se aliaron, tres para ser exactos y él las desbarató como si fueran un fardo de heno en el campo.

Erasmos clavó su apagada mirada azul en sus aprendices antes de continuar con el relato.

—Esta es la respuesta, mis discípulos amados. Solo podemos ser invencibles ante un enemigo. Si no hay enemigo no hay contienda. Si no hay contienda no hay contendientes. No se puede ser invencible si no hay nada que vencer. A la vista por lo menos.

"La que venció a Ziamo tenía los ojos celestes. Hija de un rey, cuya belleza era comparable a la de Afrodita. Obsequiada a el rey por su padre, quien la entregó entre muchos esclavos comunes como gesto de amistad. Ella lo sedujo con la sutil pureza de las pléyades, se adentró y extendió en su reino hasta lograr sentarse a su lado en el trono. Lo asesinó con un beso envenenado en el cual también se le fue la vida".

Erasmos volvió a su fatal presente, no halló fuerzas en sí mismo para recordar las reacciones de sus discípulos ni sus comentarios. Solo pudo observar por última vez a Hipatia antes de exhalar un suspiro que brotó en un susurro apagado. Le pareció ver en sus labios una sonrisa satisfecha.

—Nunca vio un enemigo... aunque allí estaba.

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