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tercera noche

Era un local con suelo de tierra. En el centro había una mesa larga y a su alrededor unas pequeñas sillas plegables. La mesa era negra y brillaba.

En una esquina de la mesa joven bebía sake sentado frente a una bandeja cuadrada. Sobre la bandeja había un plato
con el bocado que acompañaba el sake. La comida parecía ser nishime.

El rostro del joven se había puesto rojo a causa del licor. Tenía una cara lustrosa. Su piel era blanca y tersa era un rostro angelical. Yo todavía era pequeño, y me preguntaba cuántos años tendría aquel muchacho. En eso apareció la dueña de la tienda sosteniendo un pequeño cubo en las manos. Había ido a traer agua del pozo del patio trasero. Frotándose las manos en el delantal le preguntó:

-¿Qué edad tiene usted?

El joven, luego de engullir el trozo de nishime que tenía en la boca, le contestó sin inmutarse:

-No me acuerdo

-¿Cual es tu nombre?

-Seokjin

La señora, ya con las manos secas y metidas tras el cinto del delantal, se había detenido y lo miraba de reojo. El joven bebía de un vaso tan grande como un tazón de arroz. Luego de ingerir un gran sorbo de sake, exhaló largamente. La señora le preguntó:

-¿Por dónde vive usted?

Deteniendo el largo soplo a la mitad, le contestó:

-Vivo en todos lados

La señora, aún con las manos tras el cinto del delantal, volvió a preguntar:

-¿Y adónde va usted?

El tomó del tazón otro largo sorbo de sake caliente y volvió a exhalar con gusto.

-Voy para allá.

-¿Recto?

Seokjin resoplo y atravesó la puerta corredera de papel, pasó por debajo de los sauces y llegó a la orilla del río en línea recta.

Después de cierto rato yo lo seguí.
De su cintura pendía una pequeña caja cuadrada, que a su vez colgaba de uno de sus hombros. Vestía unos pantalones ajustados de color negro, y una camisa sin mangas del mismo color.

Se dirigió directamente a los sauces. Debajo de los sauces había tres o cuatro niños. El , con una sonrisa en los labios, sacó de su bolsillo una toalla larga de color blanco. La retorció a lo largo como si quisiera hacer con ella una soga. Luego la puso sobre la tierra y dibujó un círculo grande a su alrededor. Por último sacó de la caja que
tenía colgada del hombro una corneta de latón, como las que usan los vendedores de caramelos.

-Muchachos, miren esta toalla. Mirenla que ahora se convertirá en una serpiente. ¡Mirenla, mirenla! -repetía

Los niños miraban la toalla como hipnotizados. Yo también tenía los ojos clavados en la toalla.

-¡No dejen de verla, mirenla, no dejen de mirarla! -decía, y tocaba la corneta
dando vueltas sobre el círculo. Yo seguía con los ojos fijos en la toalla, pero la toalla no se movía ni un milímetro.

Seokjin tocaba su corneta a buen compás y seguía dando vueltas y más vueltas sobre el círculo. A ratos caminaba de puntillas, y a ratos se deslizaba sigilosamente como tratando de no molestar a la toalla. Parecía tenerle miedo, y también parecía ser un hombre gracioso.Pasaron unos minutos y el muchacho , de repente, dejó de tocar la corneta. Abrió la caja que tenía colgada del hombro, cogió la toalla por una punta y la metió dentro.

-La pongo aquí, dentro de la caja, y luego se convertirá en una serpiente.

Esperen un momento que ahora se las muestro -dijo, y empezó a caminar de frente. Pasó por debajo de los sauces y bajó el estrecho camino que se prolongaba en línea recta. Como yo quería ver la serpiente, lo seguí por todo el sendero. El joven de nombre seokjin caminaba repitiendo una y otra vez:

«Ya se convierte, ya se convierte» o «Será una serpiente, será una serpiente». Y terminó cantando:

Ya se convierte:

será una serpiente.

¡Enhorabuena!

La corneta suena.

Y de esta manera llegó a la orilla del río.

Como no había ni puente ni barco, pensé que se detendría allí unos momentos y, al fin, mostraría la serpiente. Sin embargo,
no se detuvo y entró de frente en el río. Al principio el agua le llegaba a la rodilla, pero poco a poco le fue subiendo a la cintura y, más adelante, hasta el pecho. Sin embargo, seguía cantando:

Se hace profundo,

se hace de noche,

se hace recto.

Y siguió avanzando recto, hasta que su cara y su gorra desaparecieron por completo.

Pensé que tal vez, al llegar a la otra orilla, a el se le ocurriría mostrar su serpiente. Así que me quedé allí solo, entre el ruido de los juncos del río, esperando a que el muchacho de rostro angelical surgiera al otro lado. Sin embargo, el nunca volvió a aparecer.

Ahora estoy a punto entrar a la universidad y me sigo preguntando ¿porque aquel joven nunca volvio a salir?

Besitos a tod@s.

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