
Epílogo
📆 AÑOS DESPUÉS
Gina cargaba en sus brazos a su hija pequeña. La morenita llevaba hoy dos graciosas colas a las que en principio se negó a lucir, pero que después le gustaron, cuando todo el mundo le decía lo guapa que estaba.
-¡Mamá! ¡Mamá!
Los gritos de Christian, su hijo mayor la hicieron dirigirse al pasillo, que llevaban a los dormitorios. Cuando se mudaron a esta casa, Mario no quiso ninguna segunda planta, temeroso que alguno de sus hijos se cayera por las escaleras, por si se escapaban de su supervisión.
-¿Qué pasa ahora? -entró Gina en la habitación de juegos de sus hijos, encontrándose con la llorosa mirada de Marcos, llamado así en honor a su padrino, el jugador Marcos Llorente, un gran amigo de la familia.
-Mamá... yo... lo siento. No quería, de verdad, no sabía...
Le mostró Marcos aquel juguete que contenía las últimas palabras de su hijo mayor, Matías. Sintió Gina como un escalofrío recorría su cuerpo mientras sus hijos le explicaban que habían borrado la cinta por error, creyendo que el juguete ya no funcionaba ni grababa nada. Ambos sabían la existencia de su hermano mayor, así como las horribles circunstancias de su muerte.
Chasqueó Gina su lengua un par de veces, manteniéndole la mirada a sus hijos. Dejó a la pequeña Alexandra en el suelo, para escuchar mejor a sus hijos. Vio en ellos arrepentimiento, culpabilidad y también algo de miedo por la acción que acababan de cometer, temerosos por la reacción de su madre.
-Tranquilos. No pasa nada -les habló Gina con toda la calma que pudo, pues no quería que ambos se asustaran.
-¿No estás enfadada, mami? -le preguntó Christian, pendiente de todas y cada una de las reacciones de su madre.
-Sé que no lo habéis hecho con mala intención, puedo verlo en vuestros ojos. Solo es un juguete. Tenemos videos de vuestro hermano con su voz y su rostro. No es como si no fuéramos a escucharlo más. Podéis estar tranquilos y jugar con el. Estoy segura de que a Matías le hubiera encantado grabar tonterías con vosotros.
Sus hijos hasta respiraron aliviados por como se había tomado su madre el borrado de la cinta. Una sonrisa que les confirmó que su madre no estaba enfadada, y eso les hizo sentir mejor.
-Eso si, nadie os va a librar de recoger el cuarto -les amenazó ella alzando uno de sus dedos.
-Lo que tú digas, mami -respondió ésta vez Marcos ofreciéndole una calmada sonrisa a su madre.
Volvió a coger en brazos a la pequeña Alexandra, dejando a sus hijos en el dormitorio. Al salir, se dio de bruces con Mario, quien había asistido a toda la conversación en un tácito silencio.
-¿Debería haberlos castigado? -le preguntó Gina al ver como su marido alzaba una de sus cejas mirándola algo divertido.
-No, para nada. Demasiado mal se sienten por lo que han hecho.
La pequeña nombró a su padre un par de veces, alzando sus bracitos para que él la cogiera. Dejó Gina que su hija se fuera con Mario, ofreciéndole a ambos una amplia sonrisa.
-¿Salimos a comer fuera? hace un día muy bueno y me apetece ir a la Sierra -la propuesta de Mario fue recibida por Gina, asintiendo entusiasmada. Una de las cosas que más le gustaba hacer, era pasar tiempo los cinco juntos.
No era Mario uno de esos padres que le dejaba a su mujer el cuidado de los hijos y la casa, excusándose en su profesión. Todos los momentos que el fútbol no los ocupaba, eran para su familia.
Mario se acercó hacia Gina sujetando su nuca con su otra mano libre. Solo tuvo que tirar un poco para que sus labios se unieran a los suyos en un lento pero arrebatador beso que dejó a ambos sin aliento, y a Alexandra riéndose de sus padres.
-Te quiero -le dijo Mario rozando su nariz con la suya, obsequiándole después con una tierna sonrisa.
-Y yo a ti. Voy a decirle a los chicos que se cambien.
Acarició Gina la mejilla de su hija pequeña, dándose la vuelta después para regresar al cuarto de juegos. Al entrar, vio a sus dos hijos afanados en recoger sin emitir palabra alguna. Los observó unos segundos orgullosa y feliz de como estaban creciendo.
-Chicos, cuando terminéis, id a vestiros. Nos vamos a comer fuera -les anunció deteniendo ellos su cometido para prestarle atención a su madre. Fue Marcos el que lo dejó todo para correr a sus brazos, refugiándose en el calor de su cuerpo.
-Lo siento mucho, mami, no debería... -lo calló Gina con un beso en su mejilla negando con su cabeza para que su hijo no siguiera atormentándose más.
-Tranquilo, mi vida. Ya te he dicho que no pasa nada. No me pidas perdón otra vez -los dedos de Gina se perdieron entre las hebras castañas de su hijo, besando su rostro a continuación- péinate Marcos, que tu pelo parece un nido de gorriones.
Se burló su madre de él, encontrándose con la ruborizada sonrisa de su hijo. Salió de la habitación dejando que ambos terminaran de recoger. Caminaba por el pasillo dirigiendo sus pasos a su habitación para cambiarse también, escuchando como Mario se encargaba de la niña. Las paredes estaban pobladas de fotografías de toda la familia en diferentes y preciosos momentos de sus vidas. Detuvo sus pasos frente a la de Matías, sonriendo al ver a su hijo mayor mostrándole una preciosa sonrisa un día que lo fotografió en el jardín de su antigua casa.
Con lágrimas en los ojos, puso su mano sobre el cristal acariciando este con mucha ternura. Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y acabó sonriéndole a la imagen.
-Gracias, mi pequeño. Tú hiciste que tu padre y yo volviéramos a encontrarnos, y que sepas que desde entonces, donde hubo lágrimas, solo hay sonrisas.
** Esta pequeña historia es una idea que tuve hace muchos años, y a la que incluso le hice hasta una portada para publicarla como larga.
Pero me surgieron otros proyectos e historias y la dejé demasiado tiempo en borradores. Me alegro mucho de haberla recuperado.
Gracias por leerla, solo espero que la hayáis disfrutado. Nos leemos pronto con otra historia. Miles de besos y abrazos***
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