2. Cuarto Creciente
📆 DÍAS DESPUÉS
No lograba ver nada, aunque sabía que estaba allí. Había percibido su presencia y hasta un destello de unos ojos que brillaban en la noche. No era la primera vez que perdía la noción del tiempo mirando por la ventana, intentando descubrir que había ahí fuera.
-¿En la casa hay algún perro? -le preguntó Isabella a Christine apartándose de la ventana, y dándose por vencida de que esa noche tampoco vería nada. Acabó sentándose en la mesa, para tomarse un buen tazón de sopa que el ama de llaves acababa de servirle.
-No, no lo hay, ¿porqué lo dices, niña?
-Es que algunas noches he escuchado el gruñido de uno, y la otra noche al asomarme a la ventana de mi habitación creí ver uno en el patio.
-Será alguno del barrio. Suelen merodear por aquí -le contestó el ama de llaves no dándole importancia a lo que la chica parecía haber visto.
Aunque Isabella no estaba de acuerdo, acató sus palabras y siguió cenando en silencio. Pensó en como se había adaptado con relativa facilidad a sus quehaceres. Por la mañana se encargaba de mantener la limpieza de la planta del señor, así como de servirle sus comidas. Ese momento era aprovechado por ambos para lanzarse comentarios mordaces, que a él le divertían, y a ella la desesperaban.
En ningún momento él sintió que su empleada le faltara al respeto, ni Isabella percibió en él que quisiera sobrepasarse. Si bien, alguno de esos comentarios, despertaba en ella otro tipo de sentimientos... más lascivos.
Terminó de cenar y después de darle otro vistazo a la ventana, se despidió de Christine para subir a su habitación y dedicar un rato al estudio. En unos días tendría un examen y aunque lo llevaba muy bien preparado, no estaba de más repasar lo repasado. Tan ensimismada estaba en sus apuntes, que cuando tocaron a su puerta, pegó un respingo, conteniendo un chillido.
Se levantó con cautela, dirigiéndose hacia la puerta, y al abrirla, se encontró con la imponente figura del señor Bellingham, quien la miraba fijamente, resguardado por su sudadera de capucha.
-Te espero abajo en diez minutos -le dijo él forzando una sonrisa y dándose la vuelta para bajar las escaleras.
-¿Perdone?
-Ya sé que no eres sorda. Abajo. En diez minutos.
Resopló fastidiada Isabella regresando dentro de su habitación. Cerró la puerta y se cambió la camiseta que llevaba por un jersey algo más fino, acompañado de una chaqueta. Se calzó los pies con sus zapatillas más cómodas, y después de coger su bolso, salió de su cuarto, dirigiéndose hacia la planta de abajo.
El señor ya la esperaba luciendo algo impaciente. No le hizo falta saber que ella ya bajaba las escaleras, porque su fragancia de moras, le avisó de su llegada.
-Te ha sobrado un minuto, bravo -le dijo él mostrándole una irónica mueca.
-¡Que bien! páguemelo como horas extras -le contestó ella forzándole una sonrisa a la vez que rodó sus ojos cuando él le abrió la puerta que la llevaba al sótano.
-¿Sabes conducir?
-Si.
-Genial -cogió su mano el señor, produciéndole un ligero escalofrío al rozar su piel con sus dedos, poniendo unas llaves en su palma- tú conduces.
-Son las putas diez de la noche, ¿Dónde quiere ir a estas horas? -se quejó ella siguiéndolo escaleras abajo.
-Tú solo conduce y calla, que para eso te pago.
-Mi cuenta no piensa igual. Ni un puto euro he visto en ella -volvió a protestar ella con amargura.
Tan absorta estaba intentando molestarlo, que no se dio cuenta de que él se detenía en las escaleras, quedando casi a la misma altura que ella. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, cuando la mirada de él se posó en la suya, con una intensidad que le robó el aliento. La parte de su rostro que podía ver, era muy atractiva. De facciones marcadas cuyo color de piel, uno chocolateado, le conferían un aspecto aún más llamativo de lo que él trataba de esconder. Sin duda, el señor Bellingham era un hombre muy apuesto, y por eso Isabella no comprendía porque se escondía bajo esa capucha.
-Tienes una tarjeta para que gastes lo que necesites, pero, teniendo en cuenta que no sales de casa, no sé para que coño la quieres. Y ya te informaron que el resto del dinero, se te entregaría al finalizar tu trabajo -le contestó él con algo de dureza, teniendo que tragar saliva Isabella con cada palabra que pronunciaba.
-¿Porqué me paga de esta manera?
-Porque si no lo hago así, tu tía es capaz de robarte. Otra vez.
Sus palabras, duras, pero cargadas de verdad, la golpearon con fuerza, teniendo que parpadear las lágrimas que amenazaban con desbordarse de sus ojos. Porque malditamente, tenía razón.
Se sorprendió Isabella al ver tres coches aparcados en el sótano. Él le señalo uno de ellos, dirigiéndose ambos hacia allí. Pocos minutos fueron los que ambos tardaron en subir al vehículo de color negro y abandonar la mansión, con destino desconocido. O eso pensaba Isabella.
-¿Dónde vamos, señor Bellingham? lo digo por no estar dando vueltas por la carretera como una idiota -le pidió ella sin desviar su vista del frente.
-A Rosemarkie.
-Oh, bien, por lo menos no está lejos. ¿Y qué se nos ha perdido allí?
-Paciencia, pequeña Bella -le pidió él formando una arrogante sonrisa en su boca- y por cierto, deja de llamarme señor, me haces sentir mayor llamándome así.
-Christine me ha dicho que lo tengo que llamar así.
-Pues deja de hacerlo. Me llamo Jude, y te permito llamarme así cuando estemos solos.
Él le obsequió con otra arrogante sonrisa, para fastidio de Isabella. No quiso mirarlo, pero, era algo que no podía evitar aún llevando de nuevo esa sudadera con capucha, una que le ocultaba la mitad del rostro, siendo esto un fastidio para la chica pues sentía mucha curiosidad por ver su cara al completo.
Jude tuvo que contener una sonrisa, pues varias eran las ocasiones en las que la chica lo miraba de reojo, algo que ella no podía evitar. Incluso sintió como su pulso se aceleraba cuando sus ojos buscaban los suyos.
Solo tardaron unos minutos en llegar a la cercana localidad de Rosemarkie, donde él la fue guiando hasta llegar a una construcción de piedra bastante grande que parecía contrastar con el resto de edificaciones del lugar.
-Aparca ahí -le pidió él señalándole un lugar vacío frente al edificio.
Poco tardó Isabella en hacerlo y Jude bajar del coche. Lo imitó ella, deshaciéndose del cinturón para coger su chaqueta y seguirlo, quien se dirigía con determinación hacia la entrada principal de la edificación. Esperó Jude que ella llegara, haciéndose a un lado para que fuera Isabella quien entrara primero. Al hacerlo, los cuerpos de ambos se rozaron sutilmente, embriagándose de nuevo Jude de la dulce fragancia a moras que ella despedía.
En la entrada, los recibió una señora de mediana edad, que sonrío amablemente a Jude y le hizo un gesto señalando una de las escaleras que había en un lateral. Asintió el muchacho a su requerimiento, buscando la mirada de Isabella a continuación.
-Disfruta, Bella, en un rato nos vemos.
Se despidió Jude de la chica, guiñándole un ojo a continuación, alejándose de ella. Confusa se sintió Isabella al encontrarse sola en un lugar que no conocía. Decidió cruzar la puerta que había enfrente, y al hacerlo, se vio gratamente sorprendida.
Estaba en una biblioteca. Una enorme y cálida biblioteca de la que no conocía su existencia pero que adoró desde el momento que puso un pie en ella. Apenas había personas allí, quienes no percibieron su presencia, absortas en sus lecturas.
Fascinada y emocionada, recorrió Isabella la biblioteca, perpleja por los libros que se encontraban allí. Eran ediciones antiguas de algunos de sus libros favoritos, y también títulos para ella desconocidos. La recorrió impresionada con todo lo que veía, subiendo las escaleras para ver la planta de arriba. No sabía que libro leer. Todos le gustaban.
Había pasado casi una hora cuando Jude la encontró aún en esa planta de arriba. Su olor fue lo que lo guio hacia ella, viéndola apoyada en una repisa mientras leía un libro tan absorta en su lectura que no reparó en su presencia.
-Vaya, señorita Howard, no la hacía yo admiradora de la literatura erótica de época -fue lo primero que le dijo Jude reparando en el libro que ella leía.
-¿Erótica? -le contestó ella mirando de nuevo el nombre de la obra cuyas primeras páginas la tenían ensimismada- se equivoca. Es una historia de un amor prohibido entre la mujer de un general y uno de sus soldados.
-Así es. De pasión prohibida más bien. Veo que no conoces este libro, sino, seguramente tu mente puberta no lo leería.
Le arrebató Jude el libro de un tirón ante las protestas de ella, protestas que él ignoró, acercándose un poco más hacia donde estaba, acortando en centímetros la distancia que los separaba. Pasó Jude las páginas de la obra, hasta dar con la que él quería. Fijó su mirada caramelo en Isabella, quien se mostraba algo molesta por la intromisión en su lectura.
-"- Sabes deliciosa, Candence. Voy a disfrutarte tanto.
Arnau agarró uno de sus muslos y se lo levantó con cuidado. Hizo que ella lo pusiera encima de sus hombros, y en cuanto la tuvo así, atacó su coño de nuevo. Lo lamió con su lengua de arriba abajo, buscando su abertura para, con la punta, embestirla solo un poco dejándola de nuevo con las ganas. Sus dedos fueron los que se encargaron de abrirle ahora los labios y proseguir su ataque. Chupaba, mordía y succionaba sin darle ningún descanso a Candence quien, inundada por el placer... "
-Oh, por dios, callad ya -revuelta y agitada se mostraba la respiración de Isabella tras la lectura de ese párrafo por parte de Jude, quien se detuvo de seguir leyendo fijando su mirada en la chica, aunque esta vez sin ningún tipo de arrogancia en ella.
-Te dije que era un novela erótica. Aunque te la recomiende para tus noches solitarias, no sé si será suficiente para satisfacerte.
Le devolvió Jude el libro a Isabella quien ahora si se mostró enfadada por las insinuaciones de su patrón, quien la miraba divertido y con cierto toque de provocación en su rostro.
-Yo no necesito satisfacerme leyendo ni de ninguna manera -le respondió ella con altivez, alzando incluso su barbilla al hacerlo.
-Pequeña mentirosa -se acercó Jude aún más hacia ella, quien dio un paso hacia atrás, chocando con una de las estanterías llenas de libros.
El pulso de Isabella se aceleró, sintiendo como los latidos de su corazón golpeaban alocados contra su pecho. Su mirada estaba fija en los labios de Jude, en como su lengua se paseaba lentamente entre ellos y como su voz parecía una tierna caricia. Él puso una mano en su cintura, tentando su audacia, para pasar su nariz por su cuello, en un gesto sutil pero tremendamente placentero.
-Puedo escucharte como gimes por la noche. Como te tocas intentando no gritar. Te oigo suspirar cuando te corres, tu excitación es tan intensa que te es muy difícil de esconder. Como ahora.
Se relamió los labios Jude al hablarle, dejándola a ella sin palabras. Su respiración no era pausada, bajando él su vista hacia su pecho para ver como este subía y bajaba con rápidos movimientos. Tenía los labios de la chica muy cerca. Casi podía sentir su sabor en su boca, preguntándose si de verdad sería tan deliciosa como parecía.
-Puedes llevarte el libro si quieres. Me conocen y te lo pueden prestar.
📆 DÍAS DESPUÉS
Pasaron muchos días en los que Isabella no vio a Jude. Se limitó a hacer su trabajo sin cruzárselo por sus estancias. Sabía que estaba en la mansión, pero, al parecer él no estaba interesado en contar con sus servicios, algo que la irritó.
Esa noche había tenido una horrible pesadilla, una de la que creía que no despertaría, hasta que escuchó de nuevo ese gruñido en el jardín. Asomada a la ventana de su habitación, oteaba el jardín como si estuviera buscando a alguien o algo. Se mordía los labios algo inquieta pues de nuevo la otra noche, escuchó un gruñido pero esta vez mucho más agudo que el anterior. Estaba segura de que lo que había ahí fuera, no era un perro, pero si un animal de gran tamaño a juzgar por los sonidos que emitía.
Mucho rato estuvo vigilando por si conseguía ver al canino o a lo que fuera, cuando desistió de su empresa. Al no poder dormir y como tenía demasiado calor como para hacerlo, decidió ir a la piscina a darse un baño. Era bastante tarde y todos dormían, o eso creía ella.
Entró en el recinto que acogía la piscina climatizada, cuya temperatura era bastante optima para el baño. Apenas estaba iluminada, agradeciendo que fuera así porque odiaba que la vieran en traje de baño.
Estaba por cambiarse para hacerlo, cuando le sorprendió ver a alguien que nadaba en el agua. Quiso darse la vuelta e irse, pero, cuando vio a esa figura emerger por las escaleras, se quedó estática en su sitio sin ser capaz de moverse.
Sus ojos recorrieron su atlético cuerpo, ese al que las gotas de agua le resbalaban por cada músculo. Una piernas torneadas, y un trabajado abdomen, el cual revelaba unas marcadas abdominales, despertaron en Isabella toda clase de pensamientos lujuriosos sobre el dueño de ese cuerpo de infarto. Alzó sus ojos siguiendo el recorrido, sorprendiéndose al ver una cicatriz que nacía en la parte derecha de su costado, y se deslizaba hasta subir por este. Parecía que acabaría en su cuello, pero Isabella tragó saliva al ver que la marca se perdía por la parte derecha de su rostro.
Sus ojos lo miraron, conteniendo el aliento cuando él se percató de su presencia, una que le irritó hasta el punto de acortar en un par de zancadas la distancia que le separaba de ella.
-¡Qué coño haces aquí! -le gritó Jude muy enfadado pues no deseaba que ella le hubiera visto así.
-Yo... sólo quería darme un baño -se excusó ella bastante avergonzada y si, algo temerosa al ver el fulgor intenso de sus ojos.
-Pequeña entrometida. Deberías estar en tu cuarto soñando con tus libros románticos -le decía Jude cada vez más cerca de ella, quien retrocedió sus pasos hasta chocar con la pared que había tras de si.
-Lo siento, de verdad, yo no quería...
-¿Verme? ¿no querías ver lo grotesco que soy? ¿es eso? -le gritó él haciendo que casi ella se encogiera contra la pared. Pero, si algo no era Isabella, era una cobarde, y le encantaba provocarlo y enfrentarse a él.
-No, no quería molestarle mientras se daba un baño porque sé lo mucho que le gusta estar solo. Y si lo dice por la cicatriz, de grotesca nada. No debería avergonzarse por algo que seguramente puso en peligro su vida.
Sus palabras lo dejaron tan sorprendido que no supo Jude que hacer. Podía ver en ella como de sincera estaba siendo, algo que lo sorprendía aún más. Se separó dándole su espacio sin saber muy bien que hacer. Era la primera vez que alguien lo miraba sin sentir repulsión al percatarse de su cicatriz, al contrario, lo que pudo ver en los ojos de Isabella, parecía...¿deseo?
-¿Qué estabas haciendo aquí, Bella?
-Desde luego, no espiarle. No estoy tan obsesionada como para levantarme de madrugada y seguirlo hasta la piscina -le contestó ella de forma mordaz, algo que hizo reír a Jude- tenía calor y quería darme un baño.
Jude cogió aire dejando que este saliera lentamente por su nariz, mientras en su cabeza se libraba toda una batalla, decidiendo que hacer ahora. Pero, cuando su vista se posó en sus preciosos ojos azules, se rindió a ella y a esa mirada.
-Si aún quieres, es toda tuya. Te dejaré que te bañes tranquila.
Le hizo un gesto Jude señalando la piscina, dándose la vuelta después para coger una toalla. Tenerla tan cerca era una tentación, una en la que quería caer pero no podía.
-No tiene porqué irse. Bastante mal me siento por haberlo interrumpido para que ahora huya de mi -las últimas palabras le provocaron a Jude una sonrisa, una que a ella le hizo sonrojar.
-Jamás huiré de ti, pequeña descarada.
Le guiñó un ojo Jude y decidió tomar su oferta. Volvió a bajar las escaleras de la piscina, dándole a ella la suficiente privacidad para que se deshiciera de su bata y se metiera en el agua. Quiso no mirarla, pero la tentación era tan grande que sus ojos recorrieron su figura cuando ella se adentraba en la piscina.
Isabella nadó alejándose de él, pues sentía que lo estaba importunando, y lo único que quería era mitigar el calor que sentía, subiendo a su habitación en unos minutos. Estaba por hacer lo que pensaba, cuando sintió su presencia tras ella. Solo tuvo que girarse para verlo acercarse, fijando su mirada en la chica, y poniéndola aún más nerviosa de lo que se sentía.
-Si estás pasando calor en tu habitación, pediré que te instalen un aparato de aire acondicionado -le dijo él cuando la distancia que había entre ambos era cada vez más pequeña.
-No es necesario. Tuve un mal sueño y desperté empapada en sudor. Por eso bajé a bañarme.
-¿Una pesadilla? -el cuerpo de Jude casi aprisionaba al de Isabella, quien retrocedió sus pasos, chocando con una de las paredes de la piscina.
-Algo así. Yo... hace unos meses sufrí un ataque en Edimburgo y algunas veces sueño con esa noche -bajó su cabeza Isabella, pues el recordar aquel episodio la alteraba y no era algo de lo que le gustaba hablar. Sintió los dedos de Jude como se posaban en su barbilla, levantando esta para que ambas miradas estuvieran una frente a la otra.
-¿Y estás bien? ¿te pasó algo? -le preguntó él con genuina preocupación en su rostro.
-Si... lo estoy. Por suerte alguien acudió en mi ayuda y el tipo que me atacó no llegó a lograr su cometido, pero, no me pregunte nada más porque alguien echó algo en mi bebida y no recuerdo nada -pudo ver Isabella en el rostro de Jude como su expresión cambiaba un poco hasta parecer de alivio, algo apenas imperceptible que duró unos pocos segundos.
-Me alegro de que no pasara nada. No me gustaría tener que buscar a ese tipo y romperle los brazos -aunque sus palabras la impactaron, el que él rozara su mejilla con tanta delicadeza, la hicieron concentrarse más en sus dedos que en lo que le hablaba.
-Ya le dio su merecido mi misterioso héroe. Pero, no quiero hablar de eso. Odio cuando sueño con ese momento y luego me despierto sintiéndome tan mal -frunció el ceño Jude y de improviso, la tomó de la mano.
-Ven conmigo, Bella.
Se dejó llevar por Jude, como si fuera una autómata pues era tal la fascinación que Isabella sentía por su señor, que no quiso protestarle ni oponerse, pues en realidad, no deseaba hacerlo.
Él la llevó fuera de la piscina, tendiéndole un par de albornoces que había en uno de los muebles del fondo de la estancia. Una vez que ambos estaban envueltos en ellos y algo más secos, de nuevo, tomó su mano Jude para llevarla fuera.
El tacto de su piel era suave, terso y cálido. Isabella se aferró a su mano, queriendo aprovechar el poco contacto que sabía que ambos tendrían. Sin querer hablar. Sin querer romper este momento.
-¿Dónde vamos? -Isabella se aferró a su brazo pues la noche era algo fresca, y también oscura, pues la luna estaba en cuarto creciente y el jardín, que era hacia donde se dirigían, apenas estaba iluminado
-Paciencia, pequeña descarada -le pidió él emitiendo una carcajada al ver la confusión en su rostro.
-Si vais a matarme y enterrar mi cuerpo en el jardín, estáis siendo muy evidente.
-Primero, deja de llamarme de usted, eres un fastidio cuando lo haces -le pidió él acelerando un poco sus pasos hasta llegar a su objetivo- y segundo me diviertes, no tengo pensado matarte.
-Oh, gracias, me deja más tranquila. Perdón, me dejas.
Jude detuvo sus pasos frente a una edificación de madera, la cual reconoció Isabella como el invernadero. La había visto durante sus paseos por el jardín, pero aún no había entrado porque Christine le había dicho que al señor no le gustaba que nadie que fuera él lo usara.
Abrió la puerta Jude y después de encender una de las luces, se apartó a un lado para que ella pudiera entrar, mostrándose Isabella, complacida por lo que tenía delante. Más parecía ese invernadero un refugio o un lugar donde estar en soledad, refugiándose así del resto del mundo.
Sintió Isabella la presencia de Jude tras ella. Su espalda casi pegada a su pecho y su respiración cosquilleándole en la nuca. Su boca, se pegó a su oído acrecentando el temblequeo que todo su cuerpo sentía a causa de su cercanía.
-Si alguna vez vuelves a tener pesadillas y necesitas buscar un sitio para sentirte mejor, puedes venir aquí. Te aseguro que ese sofá es muy cómodo para dormir.
Tragó saliva la joven cuando sintió que él dejaba un beso en su cuello. Admiró de nuevo el invernadero, emocionada por disponer de tan bello lugar. Se dio la vuelta para agradecerle el gesto, pero Jude ya no estaba tras ella, en su lugar, se alejaba caminando hacia la casa.
-Gracias.
Musitó ella sabiendo que él no la ha había escuchado, a causa de la amplia distancia que había entre ellos, pero con la necesidad de decir esa palabra.
Y mientras, Jude, curvó sus labios hacia arriba, formando una amplia sonrisa.
-De nada, Bella.
📆 DÍAS DESPUÉS
-No insistas, de verdad, Amelia. Te lo agradezco, pero no me apetece.
Colgó el teléfono Isabella casi arrojándolo al suelo. En su lugar, lo lanzó al sofá, suspirando fastidiada a causa de la llamada.
-El teléfono no tiene la culpa de que seas una amargada -levantó sus ojos Isabella para ver a Jude recostado contra el marco de la puerta, manzana en mano. Desde que ella le había visto la cicatriz de su rostro, apenas se ponía capuchas para ocultarla, algo que agradecía porque esa marca lo hacía incluso más atractivo.
-No soy una amargada -le contestó la chica poniendo sus brazos en jarra.
-Tu amiga te ha invitado a algo, que parece divertido y le has dicho que no te apetece. Como si tuvieras algo mejor que hacer. Eres una amargada.
-¿Otra vez escuchando conversaciones ajenas, señor Bellingham? tú si que parece que no tienes nada mejor que hacer -le acusó ella levantando su dedo.
-Pues la verdad, es que no. Estás aquí para distraerme, y no lo haces.
-Oye, pues a lo mejor deberías venir conmigo a esa fiesta, si tan aburrido te tengo -le retó ella sabiendo que él se negaría.
-Si quieres que todos estén más pendientes de mi que de ti, pues adelante, vamos -le devolvió él la respuesta de la misma arrogante manera.
-Oh, claro, se cree irresistible porque es guapo -siguió provocándolo Isabella para diversión de Jude aunque él no obviaba la verdadera razón de sus palabras.
-Así que crees que soy guapo... -Jude se mojó sus labios uno contra el otro, en un gesto que a ojos de Isabella, era bastante sensual, tanto que hasta se le sonrojaron las mejillas.
-La fiesta es de disfraces -siguió encarándolo Isabella, quien secretamente deseaba ir a esa fiesta con Jude.
Le pegó otro bocado Jude a la manzana, cuyos jugos se derramaron por su boca, relamiéndose él los labios para no permitir mancharse. Todo esto, fue seguido atentamente por Isabella quien no perdía detalle de como su lengua se perdía entre sus dientes.
-Está bien. Iré contigo -Isabella abrió sus ojos excesivamente, sin creerse aún que él hubiera aceptado su propuesta.
-¿En serio?
-Si, pero los disfraces los elijo yo, que tú eres capaz de ir de monja benedictina.
-¡Serás capullo! -cogió Isabella lo primero que encontró a mano, siendo un cojín del salón que limpiaba. Se lo acabó arrojando a Jude, quien, al esquivarlo, acabó estrellándose en la pobre Christine que en ese momento entraba en la estancia. La mujer dejó escapar un grito bastante elevado a causa del susto.
-¡Señorita Howard! debería usted comportarse -le regañó Jude intentando parecer serio cuando le era inevitable el hacerlo- si quería usted deshacerse de la pobre Christine, debería haber usado algo más contundente.
-¡Madre de Dios! tengo dos adolescentes en casa y me entero ahora -contestó la apurada mujer agachándose a coger el cojín del suelo.
-Voy a buscar los disfraces por Internet. Nos vemos luego en la cena -se despidió Jude de las dos mujeres, dejando que Isabella aún mascullara improperios contra él.
Entró Christine aún más en la habitación, dejando el cojín en su sitio, mirando a continuación a Isabella que retomaba sus quehaceres aún con una sonrisa en sus labios. Tenía mucha curiosidad por saber que disfraces elegiría Jude para los dos, temiendo que fueran algo que no le gustara.
-Lo haces reír. Desde que estás aquí, lo veo sonreír más, y eso es culpa tuya -le dijo el ama de llaves a la chica, quien negó con su cabeza las palabras que ella le decía.
-¡Si estamos la mitad del tiempo discutiendo! a todo lo que yo le digo, le pone pegas.
-Le gusta enfadarte y hacerte rabiar, porque le importas, Isabella. Antes de que tú llegaras, el señor Bellingham estaba sumido en esa planta, escondido como si se avergonzara de su marca, pero ahora... ahora tú lo has hecho vivir de nuevo.
No pudo contestarle Isabella a la ama de llaves, pues esta salió del comedor dándole que pensar a la chica. Pensó que si ella estaba consiguiendo que él se abriera más al mundo, no pararía hasta que pudiera verlo feliz del todo.
Si es que eso era posible.
📆DÍAS DESPUÉS
El señor Bellingham se había limitado a dejarle su disfraz en su habitación sin darle ninguna otra explicación de que se trataba. Tampoco él le había contado de que iría disfrazado, siendo para ambos una sorpresa el verse con sus atuendos.
Esperaba Jude a pie de la escalera a que Isabella bajara, impaciente por verla con su elección.
-Cualquiera diría que estáis ansioso por ver a la chica -dejó caer Christine, con algo de diversión en su voz.
-¿Y usted no tiene gallinas que alimentar? deje el chisme, mujer -le contestó Jude, intentando parecer molesto con las palabras del ama de llaves, aunque Christine pocas veces lo enfadaba.
-Pues no tengo nada que hacer, prefiero estar aquí y ver la cara que pone cuando baje la chica.
No tuvo tiempo de contestar Jude a tal mordaz respuesta, pues escuchó a Isabella salir de su cuarto, procediendo a bajar las escaleras segundo después. Su respiración se agitó y le costaba tragar a medida que ella bajaba cada escalón. La elección de disfraz había sido tan acertada, que el muchacho odió tener que ir a esa fiesta y compartir las miradas de los demás sobre ella.
-Flecha verde y Wonder Woman -fue lo primero que le dijo Isabella una vez que la escalera terminó- me gusta como te queda el disfraz, Bellingham.
Le gustó que ella pronunciara su titulo de esa forma. Lento. Suave y como si estuviera paladeando su apellido. Solo acertó a sonreírle, tomándola de la mano para salir de la mansión.
-¡No lleguéis tarde, niños! -les dijo Christine soltando una gran carcajada antes de cerrarles la puerta.
-¡Maldita mujer que se mete en todo! -bramó Jude abriendo la puerta del copiloto para entrar en el vehículo que Isabella conduciría una vez más.
No pudo contener la chica una carcajada al contemplar el rostro de fastidio de Jude, pues, aunque él se enfadara con Christine, no era algo que pudiera mantener durante mucho tiempo pues esa mujer prácticamente lo había criado.
-Bueno, ¿estás listo?
La pregunta de Isabella fue algo que apenas pudo contestarle Jude, pues, por primera vez en mucho tiempo, iba a ir a una fiesta, sitios estos de los que se había alejado voluntariamente, pero, que por culpa de la chica, volvería a frecuentar.
-La pregunta no es esa, pequeña Bella, la pregunta es si los demás están listos para mi.
" Pasaba la esponja repetidamente por su cuerpo, borrando así el rastro de sangre que había en su piel. El agua pronto se tornó roja, queriendo ir ella a cambiarla por otra limpia.
-Estoy bien, mi pequeña -le aseguró él tomándola de la mano mientras estiraba su espalda y dejaba que las heridas infringidas desaparecieran de su cuerpo.
-¿Porqué tienes que matarlos? ¿porqué no solo asustarlos o herirlos? -le preguntó ella con un tono de voz bastante ahogado. Llevó él su mano a su mejilla, dejándola allí para que pudiera apreciar la ternura de su mirada sobre ella, y como de apacible se encontraba.
-Vendrían de nuevo a por ti una vez se recobraran de sus lesiones, y no puedo permitir perderte, por lo menos, en esta vida.
Un suspiro salió de la boca de la chica, cerrando sus ojos sin saber que contestarle, pero, consciente de que todo lo que él hacía era por protegerla.
-Si algún día te pasa algo, te juro que iré al mismo infierno a buscarte, yo tampoco puedo perderte -le aseguró ella mostrándole una tierna sonrisa a la vez que buscaba rozar sus labios con brevedad.
-Nosotros nunca dejaremos de amarnos, mi pequeña, ni en esta, ni en ninguna de nuestras vidas."
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