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1. Negación

🕰MÁS TARDE

Dejó Gina escapar el aire por su boca, cerrando sus ojos a continuación. Nunca había estado en ésta casa. Sabía de su existencia y la dirección porque fue la que le dio Mario para que le enviara las cartas que aún fueran llegando a su antiguo domicilio. Él vivía aquí con ella, con su amante, y por eso esto lo hacía aún más difícil. Tener que ver la cara de la mujer con la que Mario la engañó, no era muy agradable, pero, ahora no se trataba de ellos.

Pulsó el timbre y esperó solo unos pocos segundos hasta que la puerta se abrió apareciendo por ella la voluptuosa rubia quien la miraba, al principio, sorprendida por verla en su puerta, y más tarde, asqueada por su presencia.

-Gina, ¿Qué haces aquí? -fueron las duras palabras que recibió de la mujer que le robara el novio.

-Le he traído algo a Mario -le respondió ella intentando mantener la calma.

-Pues dámelo, yo se lo daré -la amante y ahora actual pareja de su ex-novio le tendió la mano para que le diera lo que fuera que le había traído, deseando deshacerse de ella.

-Prefiero dárselo yo, si no te importa. Es algo de Matías.

Fue pronunciar el nombre de su hijo y el rostro de Arancha, la rubia, cambió hasta ponerse casi lívido. Aún el recuerdo del fallecido hijo de su pareja, los rodeaba.

-Claro, pasa. Mario no está, pero supongo que no tardará en llegar. 

La rubia se hizo a un lado para que Gina pudiera pasar. No quería tenerla ahí, en su casa, en esta vida por la que tanto había luchado, no con buenas artes, pero, feliz de lo que había conseguido. No tenía más remedio que atenderla pues seguía siendo la madre del fallecido hijo de su novio.

-¿Quieres algo de beber? -le ofreció Arancha forzando una sonrisa que cada vez le costaba más esbozar.

-No, gracias, ¿tardará mucho Mario?

-No sé. A veces se entretiene con algún compañero, aunque bueno, desde hace unos días, está loquito por llegar a casa -se acarició Arancha el vientre, mostrándole así a Gina algo que ella no sabía, que estaba embarazada.

Sintió la morena muchas ganas de llorar, de impotencia, de celos y de pena por su desdicha. Ella, la mujer que le había arrebatado al amor de su vida, ahora, iba a darle un hijo, uno que seguro le haría olvidar al que ellos perdieron.

-Estoy embarazada -le confirmó ella con una sonrisa más prepotente que orgullosa, pues estaba deseando poder restregarle en la cara, su nuevo estado.

-Enhorabuena. Seguro que Mario estará muy contento.

-¡Lo está! los dos lo estamos -le contestó ella con excesiva efusividad- por fin voy a poder darle lo que él tanto desea, su primer hijo.

-Segundo. Te recuerdo que Mario ya es padre -intentó Gina contenerse y no decirle lo que realmente pensaba, pues, lo único que quería era que Mario llegara lo antes posible y poder enseñarle el juguete de Matías.

-Bueno... quiero decir, su primer hijo, vivo -sintió Gina que todo su cuerpo sufría un escalofrío y que se le secaba la garganta. La rabia creció a través de ella, toda, dirigida a la maldita mujer que estaba frente a ella.

-¡Serás hija de puta! -le gritó Gina sin poder contenerse ya lo mucho que la odiaba.

-Sincera. Que no dejas de dar pena. Tu hijo hace más de seis meses que murió y aún estás amargada -se llevó la mano Arancha a su vientre alzando su barbilla de forma desafiante- cuando nazca el mío, Mario se olvidará del tuyo para centrarse únicamente en nuestro bebé.

No lo pudo evitar Gina. Alzó su mano y cruzó la cara de la indeseable que tenía frente a ella, quien, se mostró muy sorprendida por la acción. La puerta de la calle se abrió en ese momento, entrando Mario por ella, algo que aprovechó Arancha, para agarrar la bolsa que llevaba Gina, tirándose al suelo con ella y así fingir una aparatosa caída.

-¡Me ha empujado, Mario! ¡Me ha pegado y me ha empujado! -gritó Arancha forzando las lágrimas para dar más énfasis a sus palabras.

-Yo... no le he hecho nada. Solo le he dado un bofetón, nada más -intentó justificars Gina, horrorizada de ver como Mario se agachaba para atender a su novia, ofreciéndole a la morena una mirada cargada de odio.

-¿Qué coño haces aquí, Gina? -le gritó Mario intentando ayudar a su novia a levantarse.

-¡Ha venido a desearnos que nuestro bebé se muera! -le contestó Arancha ante la incredulidad de Mario, quien ladeó su cabeza para ver a una horrorizada Gina, quien no podía creerse lo que salía por la boca de esa mujer.

-Gina -el nombre de la morena salió de los labios de Mario en un silencioso reproche. Ella solo tuvo que mirarlo para saber que jamás la creería.

Agarró su bolso con fuerza y se dio la vuelta saliendo de esa maldita casa, que nunca debería haber pisado. Sabía que Mario creería a Arancha antes que a ella, no en vano, ahora era su pareja, y la futura madre de su bebé.

Y ella, ella ya no era nada.

Ni novia.

Ni madre.

Ni bebé que acunar en sus brazos.

🕰 POR LA NOCHE

Gina apretaba sus labios mirando la pantalla de su móvil. Había pensado llamar a Mario para disculparse, pero luego pensó que lo mejor era mantenerse alejada de él y de esa arpía. Lo único que lamentaba era haber perdido el juguete de su hijo, aunque pensó que en unos días se lo pediría, a través de la madre de Mario, con la que por suerte seguía teniendo buena relación.

El timbre de la puerta de casa la hizo mirar la hora extrañada. Eran más de las once de la noche y a no ser que fuera un vecino, no esperaba a nadie a estas horas. Se levantó del taburete donde estaba sentada, dirigiéndose hacia la puerta de la calle. Cual fue su sorpresa al ver la cara de Mario a través de la pantalla del intercomunicador. Sintió los latidos de su corazón golpear contra su pecho de forma excesiva, sopesando la idea de no abrirle y que él creyera que no estaba.

Pero, no pudo hacerlo.

Le dio al botón de apertura de la puerta de fuera y abrió la que había frente a ella esperando con el corazón en un vilo a que Mario se acercara. Lo que vio en su rostro, no le gustó. Lucía tan devastado como el día que les dijeron que Matías estaba enfermo. Tan triste. Desolado y perdido, como ahora.

-Hola. Lamento mucho las horas de venir -se disculpó Mario sin atreverse a cruzar el umbral de la que hasta hace unos pocos meses, era su casa- pero... necesito hablar contigo.

Gina lo miró bastante confundida. Tragó saliva lamentándose que aún su cercanía le afectara. Ambos habían dado por finalizada su relación no así, el amor que Gina aún sentía por él.

-Estaba tomándome un té, ¿te apetece una infusión? -ella abrió su puerta aún más para que él entrara, aceptando de esta manera la presencia de Mario en su casa.

-Claro. Gracias.

Entró Mario en la casa sintiendo un escalofrío recorrer todo su cuerpo. La última vez que estuvo aquí, fue cuando vino a por algunas cosas de su hijo, y a día de hoy, no podía evitar que le escocieran los ojos, pues los recuerdos vividos en cada rincón de la vivienda le golpeaban con una fuerza desmesurada.

Gina fue la primera en entrar en la cocina, tan nerviosa como Mario. Esperaba algún tipo de reproche por su parte, pero, a medida que pasaban los segundos y estos no llegaban, su confusión por la intención de su visita, aumentaba.

Le preparó el té en silencio, siendo consciente de como él estaba pendiente de cada uno de sus movimientos, hecho este, que la tenía cada vez más inquieta. No fue hasta que puso la bebida caliente frente a él, que Mario por fin se atrevió a hablar.

-Se rompió cuando Arancha lo tiró al suelo -el juguete de Matías fue puesto por su padre encima de la encimera. Se lamentó Gina el verlo destrozado, odiando aún más si cabe a la odiosa mujer que compartía su vida con Mario- pero, recordé que se lo compramos porque el hijo de Koke tenía uno y él también lo quería. He tenido suerte y Leo aún lo guarda. Así que...

Puso Mario delante de Gina el juguete del hijo de su compañero, con la cinta grabada por Matías dentro. Con una mirada, él le pidió permiso para darle a la reproducción, teniendo que tomar aire Gina antes de enfrentarse de nuevo a la voz de su hijo.

"Hola, soy Matías Hermoso Garrido, tengo 5 años, y tengo un mensaje para mis padres. Quiero pedirles que cuando me ponga bueno y salga del hospital, quiero que nos vayamos los tres a la casa de la abu Rosa en la playa. Aún no has encontrado mi peluche de Bing, papi, y seguro que tiene frío. Por favor, prometedme que cuando me cure, nos iremos a la casa. Os quiero mucho a los dos. Con toda mi alma, mi corazón, mi vida y os mando muchos besos. Que no se os olvide llevarme a la casa"

En cuanto el mensaje acabó, Gina sintió como las piernas le fallaban y el ritmo cardíaco aumentaba. Intentó agarrarse a la encimera, pero falló en su propósito, dejándose caer hasta dar con el suelo. Sus sollozos eran ya inconsolables. Escuchar de nuevo la voz de su amado hijo la había dejado rota de dolor. Pronto sintió la presencia de Mario a su lado y como sus brazos la envolvieron. Ambos lloraron. Compartiendo otro momento más de aflicción, otro de desesperación.

-Lo echo tanto de menos. No hay un solo día que no piense en él  -le confesó Gina a Mario deshaciéndose un poco de su abrazo, pero sin dejar que sus brazos la abandonaran.

-Lo siento. Fui un apoyo de mierda contigo mientras él estaba enfermo -las palabras de Mario estaban cargadas de amargura, y también de culpabilidad. Puso Gina una mano en su mejilla sin tener que forzar la sonrisa que le ofreció.

-Fuiste un novio de mierda pero un padre maravilloso. Cuando me hiciste falta, siempre estuviste ahí, no te tortures por eso. Me diste lo que necesitaba con Matías.

Intentó sonreír Mario y aceptar las palabras de Gina, pero, en su interior aún tenía clavada esa espinita, el como se alejó de la mujer que más amaba en el mundo para vivir una relación de mentira.

Se sentó Mario frente a ella, echando su cabeza hacia atrás para apoyarla en el mueble que tenía en su espalda. El motivo de su visita, era que ambos escucharan las palabras de su hijo, pero, también otro más. Algo que no tuvo reparos en confesarle a Gina.

-El bebé que espera Arancha, no es mío.

Abrió Gina sus ojos de forma desmesurada nada más asimilar las palabras de Mario. Ahora entendía lo que su rostro intentaba esconder y como no le había reprochado nada de lo que había sucedido en su casa. Buscó ella la mano de Mario, quien no tuvo reparos en enlazar sus dedos con los suyos encontrando ese apoyo que tanto necesitaba en estos momentos.

-Puedes estar tranquila, sé que tú no la tiraste. Tú no serías capaz de hacer eso, y aparte, que lo he mirado en las cámaras y vi todo lo que pasó. 

-Yo nunca dije nada de lo que Arancha insinuó.

-Lo sé -se tomó Mario unos buenos segundos antes de proseguir su relato, uno que parecía costarle mucho a juzgar por las pausas que dedicaba al narrarlo- insistí en llevarla al hospital, y allí nos dijeron que todo estaba bien, aunque le hicieron una ecografía. Mi sorpresa fue que en ella nos mostraron que no estaba embarazada de 6 semanas, sino de 10.

-¿Y eso que significa? 

-Gina, Arancha está de dos meses y medio, y en esa tiempo, ella estaba en Las Palmas, con su madre. Enfermó y la operaron de la cadera y Arancha estuvo todo ese mes con ella. Ni nos vimos si quiera. Es imposible que yo sea el padre. Aunque bueno, ya me ha confirmado que no lo soy.

Gina lo dejó hablar. Dejó que él se desahogara y le contara como habían tenido una pelea bastante fuerte, hasta el punto que echó de casa a la que ahora era su ex-novia. Llamó a un cerrajero de urgencia, quien cambió todas las cerraduras de la casa y después de cambiar también la clave de la alarma, fue a casa de Koke.

-¿Y cómo estás? -le preguntó Gina con mucha cautela pues sabía que él estaba roto de dolor.

-Me siento humillado. Engañado y utilizado por ella, pero, eso es algo que tú ya sabías.

Asintió Gina a sus palabras, pues, el día que los descubrió juntos y él eligió a Arancha antes que a ella, le advirtió de las intenciones de la chica, haciendo Mario caso omiso a lo que Gina le decía. 

-Deberías alegrarte. Me ha pasado lo mismo que yo te hice -se encontró Mario con la negación de Gina, quien movía su cabeza de un lado a otro, esbozando una calmada sonrisa.

-Yo nunca me alegraré de tu tristeza, Mario. Es cierto que conmigo no fuiste sincero, pero, después te portaste de una forma correcta. Yo no podía obligarte a estar conmigo si no me querías, pero, que debiste decírmelo antes de engañarme, pues si, así nos hubiéramos ahorrado muchos malos ratos después.

Las palabras de Gina dejaron en Mario un mal sabor de boca y de nuevo que el arrepentimiento y la culpabilidad acudieran de nuevo a él. Cuantas veces se lamentó el haber elegido a Arancha y no haberse quedado con ella, pero, de nada servía eso ya.

Solo pasaron unos minutos más, hasta que Mario se calmó. Aceptó esta vez un café de Gina, y para cuando sintió que ya estaba más tranquilo, decidió volver a su solitaria casa y dejar a su ex-novia tranquilo.

Lo acompañó Gina hasta la puerta y no pudieron evitar darse ambos un cálido abrazo, pues era algo que ambos necesitaban. Los ojos de Mario aún seguían tristes y decepcionados. Necesitaría tiempo para recuperarse de la traición de Arancha, aunque, lo que daba vueltas en su cabeza no era esto, era la grabación de su pequeño.

-Gracias por escucharme, Gina, otra en tu lugar me hubiera mandado a la mierda -le dijo él curvando su boca en una pequeña sonrisa.

-Te conozco desde que tenía 15 años, Mario, mientras pueda, estaré aquí para ti. No puedo ignorar todo lo que hemos vivido y hacer como si no existieras. De alguna manera, siempre voy a tenerte presente en mi vida.

Mario asintió con su cabeza, abriendo la puerta para irse, aunque, antes de despedirse, la miró una vez más, perdido de nuevo en su mirada oscura.

-No dejé de quererte, Gina, solo pensé que tú merecías a alguien que te quisiera aún más del desastre que yo era.

📆 UN PAR DE SEMANAS DESPUÉS

El campeonato de liga había finalizado hacía un par de días. El equipo de Mario, el Atlético de Madrid, se había clasificado para su objetivo de esa temporada, jugar la Champions. Gina había vuelto a ver un partido de Mario, alegrándose cuando él marcó un gol en el último partido, y emocionándose cuando alzó sus brazos al cielo dedicándoselo a Matías.

Terminaba de recoger la mesa de la cocina, cuando sus pasos la llevaron a la puerta, una vez sonado el timbre de esta. Se encontró con la cara de Mario en la pantalla del interfono, no extrañándole esta vez su visita. Le abrió esperándolo, aunque sorprendiéndole la determinada expresión de su rostro.

-Hola -lo saludó Gina algo perpleja al ver como él entraba en casa después de besar su mejilla.

-Me voy a la casa de mi madre en la playa -le anunció Mario cogiendo las manos de la chica- bueno, nos vamos, ti tú quieres.

-¿A la casa? Pero...

-Tres veces, Gina. Tres veces nos pidió que lo lleváramos a la casa -se soltó Gina de sus manos, bastante nerviosa por su propuesta y si, recordando la grabación de su hijo, una que solo había podido escuchar esa sola vez.

-Pero él ya no está, Mario.

-Pero estamos nosotros -acortó Mario la distancia que lo separaba de ella, tomando sus mejillas con sus dos manos mientras sus alientos chocaban uno contra el otro- tengo que encontrar ese muñeco o no voy a poder vivir. No dejo de soñar con Matías pidiéndome a Bing y que vayamos a la casa. Algo me dice que tengo que ir. Que tenemos.

Gina pudo ver el rostro de Mario la desesperación tras sus palabras. Hacía tiempo que no veía en él esa mirada de anhelo y de súplica.

Ir a la casa de la playa. Los dos solos. Era una mala idea.

Una maldita mala idea.

-¿Cuándo quieres irte? -el rostro de Mario mudó hasta ensanchar su boca en una gran sonrisa. Había pensado miles de argumentos para convencer a Gina y que le acompañara en esta aventura, pero, por suerte, no le hizo falta.

-¿Ahora?

-¿En serio? -acabó Gina rodando sus ojos al ver la determinación con la que Mario se dirigía a ella- voy a subir a hacer la maleta. En la cocina hay empanada, por si tienes hambre.

Se giró la morena, dándole la espalda a Mario, dirigiéndose hacia los escalones que la llevaban a la parte de arriba, e intentando convencerse de que esto que iban a hacer, no era una locura.

-¿Lleva pollo la empanada? -.le gritó Mario desde abajo haciendo reír a la chica.

-¡Pues, claro! ¿Cuándo coño no le he puesto yo pollo a mi empanada?

-No me hagas hablar, Gin. Que aún te recuerdo ese día que no fuimos a comprar y la rellenaste de Nocilla -la carcajada que salió de la boca de la chica fue como si fuera música para él. Y tanto necesitaba Mario reír.

A medida que Gina caminaba por el pasillo adentrándose en su habitación, no dejaba de repetirse que todo esto, era una mala idea. Pasar unos días con Mario, a solas, lejos de todo, lo era. Pero, en algo tenía razón su ex-novio, tenían algo pendiente y seguramente Matías, donde quiera que estuviera, estaría dando saltos de alegría porque sus padres por fin cumplirían su promesa.

Buscó su maleta en el armario sin saber muy bien que meter en ella. Decidió pensar que la hacía como si se fuera de vacaciones, y empezó a llenarla de todo aquello que creía poder necesitar. Casi habían pasado unos veinte minutos, cuando recordó que guardaba un secador en el baño del pasillo. Salió de su dormitorio, encontrándose a Mario apoyado en el marco de la puerta, de la que había sido la habitación de su pequeño. 

-No parece su cuarto -volteó Mario su rostro al percatarse de que Gina estaba detrás de él, intentando mostrarle una sonrisa que no podía esbozar.

-No sabía si dejarlo o quitarlo. Cada día pensaba una cosa, pero, no me estaba haciendo bien el tenerlo todo igual, como si nunca se hubiera ido. Tuve que cerrar su puerta los primeros días porque cada vez que pasaba delante de ella, me echaba a llorar -la confesión de Gina lo hizo sentir aún peor. 

Culpable.

 Mientras que él se refugió en Arancha cuando Matías murió, ella tuvo que volver a esta casa y pasar esa primera noche sin su hijo. 

Sola. 

Haciéndole frente a todo. 

Sin él.

-Sigo soñando con él. Al principio todos los días, y después una o dos veces por semana. Pero, desde lo de la grabación, he vuelto a hacerlo casi todos los días -Mario dejó escapar un pequeño suspiro dándole un último vistazo a la habitación. Ahí donde su pequeño dormía, jugaba y era feliz, ajeno a lo que el destino tenía reservado para él.

-Cojo el secador y nos vamos. Ya estoy lista -le dijo Gina esbozando ella esa calmada sonrisa que tanto necesitaba.

-Genial.

Fue a darse la vuelta Gina para buscar lo que le faltaba, cuando Mario volvió a abrir la boca para preguntarle algo de lo que más tarde se arrepentiría, pues él ya no era nadie en esa casa como para enfadarse con la respuesta de su ex-novia.

-¿Y qué vas a hacer en ésta habitación? -le preguntó Mario, sorprendido al ver como la expresión del rostro de Gina cambiaba hasta mostrarse más seria.

-Nada. No voy a hacer nada -le respondió ella con toda la calma que pudo, presintiendo que el resto de sus palabras, provocarían una pelea entre ellos- Voy a vender la casa, Mario. 

"No había manera de que Mario cogiera el teléfono. Lo había llamado miles de veces cada vez más desesperada. Hasta que decidió ir a buscarlo ella misma, dejando a su madre con su hijo. Mientras atravesaba las puertas donde se encontraba la residencia de la primera plantilla del Atlético de Madrid, intentaba no temblar y aplacar sus nervios. Los resultados de las pruebas eran, en principio, devastadores y aunque seguirían haciéndole más, las perspectivas para Matías, no eran del todo buenas.

Subió Gina los escalones vislumbrando por fin la habitación de Mario. Cogió aire y llamó a la puerta, algo sorprendida de que a esas horas no hubiera nadie por allí. Su pareja le había dicho que el míster los había concentrado entre semana, y ella no había dudado de su palabra. Hasta ahora, cuando una rubia que portaba solamente una escueta camiseta, del Atlético y de Mario,  claro, le abrió la puerta sorprendida de verla allí.

-¿Querías algo? -le preguntó la chica encendiendo aún más a una furiosa y decepcionada Gina, pues lo último que esperaba en la vida era que Mario le fuera infiel.

-Dile al cabrón que te estás follando que salga ahora mismo si no quiere que todo el mundo se entere de lo hijo de puta que es -le gritó ella elevando bien el tono de voz para que Mario, quien aún estaba tumbado en la cama, saliera de ella raudo y veloz dirigiéndose hacia la puerta.

-Gina -fue lo primero que le dijo Mario sin poder justificar algo que era tan obvio.

-Te diría miles de cosas. ahora mismo. Y tengo ganas de matarte, Mario, pero, vístete. Ahora. Tu hijo está en el hospital y van a operarlo de urgencia. 

-¿Operarlo? ¿de qué hablas, Gina? -su mirada desencajada y a la vez sorprendida fue algo que a ella no le importó lo más mínimo. 

Porque ya le daba igual lo que sintiera o padeciera, porque su vida, a partir de ahora, estaría en un segundo plano para convertirse Matías en su prioridad.

-Nuestro hijo tiene un tumor cerebral. Y o te das prisa, o puede que no lo vuelvas a ver más en la vida. 

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