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Capítulo 4: Un músico de primera.

Tumbado sobre el colchón de su habitación, sus párpados se cerraban ante el agotamiento mientras que su cerebro se negaba a dormir. Su vida había sido un cúmulo de malas situaciones.

Desde niño, su sueño fue ser músico. ¡Dios! ¡Adoraba la música! Era toda su vida. Su padre tocaba la guitarra eléctrica desde joven, su madre era cantante, él se había criado con la música. Nunca tuvo dudas de que iría al conservatorio. Aprendió primero a tocar la batería y después, se pasó a la guitarra eléctrica como su padre. Fue un gran profesor y aunque su familia nunca tuvo demasiado dinero, tampoco le faltó un instrumento entre sus manos. Ahorraron para poder pagar la matricula del conservatorio, pero... todo sueño tenía un final.

Su sueño duró exactamente un año y dos trimestres antes de tener que abandonar. Allí, todo el mundo le consideraba un genio, hasta Kirishima lo hacía, seguía llamándole así y quizá era cierto que tenía cierto don que había cultivado con trabajo duro, pero ya no era un sueño que estuviera a su alcance y entonces... aparecía ese chico de la nada ofreciéndole una banda.

¡No era una banda lo que le ofrecía! Le estaba ofreciendo exactamente regresar a un sueño que ya había abandonado hacía años.

— ¡Maldición! – susurró. Tenía sueño, pero no podía dejar de darle vueltas a la idea de regresar. Añoraba la música.

Cuando abrió los ojos, era casi mediodía. No estaba seguro cuándo se había dormido, ni cuánto rato, sólo sabía que su cabeza le había dado un poco de tregua para que descansase.

Se incorporó en la cama y miró su apartamento. Vivía a las afueras de la ciudad, en un pequeño apartamento de paredes de yeso cuya pintura se caía a pedazos. Tampoco tenía demasiados muebles, venían con la casa y le hacían el papel como para no tener que comprar nuevos. Vivía al día. Su salario en el club era suficiente para alquilar aquel lugar y comer, pero...

Miró la funda de la guitarra de su padre en una de las esquinas y sonrió. ¿Qué coño podía perder?

Con esa idea en la cabeza, se levantó con rapidez, sacó la única bolsa de deporte que tenía y poniéndola sobre la cama, empezó a guardar su ropa en el interior. Agarró la funda de la guitarra para ponerla a su espalda, cargó la bolsa de deporte sobre su hombro derecho y sacó el teléfono móvil con la izquierda para comprobar el lugar al que debía ir. Ese mitad-mitad se lo había apuntado.

Tuvo que tomar tres trasbordos de metro hasta llegar al centro de la ciudad y una vez allí, sortear a algunas fans que esperaban en la puerta de la residencia. Llevaban pancartas con la frase "One for all" escrita y esperaban sentadas al otro lado de la acera como si les fuera la vida en ello ver a alguien del edificio. Kirishima tenía razón, parecían famosos.

En cuanto se acercó al portal, uno de los guardias le detuvo en la entrada impidiéndole el paso. Resopló. Era obvio que no le esperaban.

— Tengo una cita con alguien de aquí.

— ¿Su nombre?, por favor.

— Bakugo. Bakugo Katsuki. He quedado con... no sé su nombre, ese mitad-mitad.

— Lo siento, pero no puedo dejarle pasar. Su nombre no figura en la lista.

— Pero me está esperando.

— Sí, como a todas las demás – se rió el guardia al ver a las fans. Todas decían lo mismo.

— ¿Puede llamar a Kirishima y confirmarlo? Fuimos juntos al conservatorio.

El guardia al menos sacó la radio de su cinturón para avisar dentro de la nueva visita y asegurarse de que la información era correcta. Bakugo esperó a que alguien dijera algo, pero nadie dentro parecía estar al corriente de la situación. Quizá le habían gastado una broma pesada. Al girar la mirada hacia las ventanas del edificio, se fijó en ese chico de extraño cabello caminando por uno de los pasillos. ¡Le vio! Se detuvo y cuando Bakugo alzó el brazo para indicarle que estaba allí, él alzó su brazo también y le hizo una señal que parecía decirle que aguardarse un momento. En menos de tres minutos, Shoto apareció allí seguido por Kirishima.

— Señor Todoroki.

— Lo siento, se me olvidó confirmar ayer su asistencia. Él es Bakugo, nuevo integrante de la banda – comentó Shoto –. ¿O vienes a negarte?

— Vengo a quedarme, imbécil – se quejó Bakugo.

— Vale, chicos, odio romper vuestra charla, pero... entremos y rapidito – comentó Kirishima al ver a las fans gritar por haberles visto y salir corriendo hacia ellos.

Bakugo, al ver a las locas que salían corriendo en su dirección, echó a correr, pasando la puerta que el guardia mantuvo abierta para él y que cerraba tras él para frenar a la marabunta que venía detrás. Fue Kirishima, sin embargo, quien agarró del brazo a Shoto para apartarlo de la puerta y arrastrarlo al interior para sacarle de la vista de las fans.

— Por poco – susurró Kirishima.

— No mentías – Bakugo todavía estaba un poco confuso por todo aquello, pero sonrió. Parecía que esos chicos estaban en lo cierto. Su grupo iba bien.

— Yo... tengo ensayo en el estudio de grabación. Lamento no poder hacerte de guía, pero Kirishima se ocupará de enseñarte el lugar – dijo Shoto –. Nos vemos luego.

— Qué rarito es – se quejó Bakugo al ver que Shoto se marchaba por el pasillo.

— ¿Shoto? Es un puto genio. Tienes que escucharle tocar y cantar, es brutal. Te sorprenderá – le aclaró Kirishima.

— Creía que ensayabais todos juntos.

— Lo hacemos. Es que él... tiene clases adicionales. A las que no le gusta demasiado asistir – dijo en voz baja Kirishima refiriéndose a Shoto –. Vamos, te enseñaré tu cuarto y te presentaré al resto del grupo.

La casa no estaba nada mal. ¿A quién quería engañar? Era mejor que vivir en su apartamento alquilado. Aquel se caía a pedazos y los muebles tenía que arreglarlos todos los días para que se mantuvieran en pie. Esa casa era alucinante. Muebles de última generación y hasta las luces de los pasillos se encendía automáticas al detectar movimiento. Era como haber ido al paraíso.

— ¿En serio vivís aquí? – preguntó Bakugo.

— Sí. Bueno los fines de semana los tenemos libres. Casi todos vamos a visitar a la familia y eso, pero no hay problema en quedarte si quieres descansar. Ensayamos todos los días a las cuatro de la tarde en la sala de grabación. ¿Ves esa puerta? – señaló Kirishima la puerta negra de la derecha – si la abres, llegarás al pasillo de las salas donde ensayamos. Y aquí están las habitaciones.

Kirishima abrió la última puerta del pasillo. Otro pasillo apareció con más puertas. Una a una, fue abriendo las puertas para enseñarle el lugar. El salón y la cocina común, la sala de juegos donde tenían un billar o dardos y los cuartos de baños. El resto de puertas, las habitaciones.

— La primera es la habitación de Iida, es nuestro guitarrista, aunque ahora tendremos dos contigo – sonrió Kirishima – la mía es la segunda puerta. Frente a Iida está la de Izuku y al lado, la de Shoto frente a mí. Puedes quedarte la de la esquina.

Bakugo observó el lugar. Su puerta estaba presidiendo el pasillo, junto al cuarto de Kirishima y el de Shoto.

— Espero que no ronquéis.

— Tranquilo, no creo que tengas problemas con nosotros. Quizá con Shoto, cuando está componiendo toca el bajo, pero suele irse a dormir pronto. No suele molestar, si él cree que molestará, se va a la sala de ensayo que está insonorizada de esta zona de la casa.

— Vale.

— Te dejo en tu cuarto y me iré a preparar la cena.

— ¿Tenéis turnos de cocina?

— Sí, aunque no te recomiendo que comas demasiado los días que les toque a Izuku o a Shoto, no son demasiado buenos – sonrió Kirishima mientras lo decía en susurro.

— Gracias por la información.

— Te veo luego. Acomódate.

Bakugo esperó a que su amigo se marchase y entró al cuarto. ¡Impresionante! No tenía ni comparación a su anterior habitación. Estaba ordenado, limpio y recogido. Los muebles eran nuevos y los armarios empotrados. Con la poca ropa que llevaba, le sobraba medio armario. En una esquina, un caballete para dejar la guitarra eléctrica y una mesa donde estudiar.

Dejó todo lo que llevaba en el suelo y se lanzó sobre el mullido colchón. Era tan suave y cálido. Aquello parecía un sueño después de la mala suerte que había tenido en su vida.

¡Ensayo! Ese chico... Shoto... tenía ensayo. Pensando en ello y motivado por la curiosidad que sentía por escuchar al supuesto "genio" de su generación, salió del cuarto para ir a la zona donde ensayaban. Kirishima tenía razón, a través de los grandes cristales que daban al pasillo, se veían las salas. Todas estaban vacías, excepto una.

Shoto estaba allí, con un micrófono alto frente a él y agarrando el bajo. Escuchaba al hombre que le daba instrucciones.

Se sentó en el pasillo sobre la moqueta gris bajo la gran cristalera y esperó hasta que los primeros acordes del bajo eléctrico sonaron. Sonrió. El bajo era un instrumento que pasaba desapercibido en muchas ocasiones debido al conjunto del resto de instrumentos. Su sonido grave y ambiental provocaba que se perdiera entre las notas agudas de una guitarra eléctrica y los golpes de percusión de una batería, pero... en realidad, el bajo era el enlace perfecto de comunicación entre todos los instrumentos. Seguía la velocidad de la batería para que la guitarra eléctrica construyera sus "riffs" y todo armonizase.

No podía negarlo, escuchar a Shoto ensayar solo era imponente. El dominio que tenía le hacía pensar en una única palabra: virtuoso. Tenía un don para ese instrumento. Su técnica estaba depurada al más alto nivel, sus ritmos rápidos y complejos había tenido que practicarlos durante años, pero... escucharle sólo le creaba unas ganas inmensas de entrar allí con su guitarra y tratar de seguir su ritmo.

— No, no, no, para.

Bakugo abrió los ojos al escuchar al hombre que anteriormente había dado instrucciones a Shoto. Shoto se detuvo y Bakugo, escondido bajo el gran cristal que daba a la sala y al pasillo, suspiró. ¿Qué podía estar mal? Había sido perfecto, impecable. No se había confundido y esa velocidad a la que tocaba le hacía darse cuenta de la práctica que tenían sus dedos. Era ágil, muy ágil.

— La velocidad es increíble y tus acordes perfectamente pulidos, pero... ¡Maldita sea, Shoto! No expresas nada. Ponle ganas, no basta con tocar bien si no consigues que el público se ponga en pie al verte.

— Lo siento – susurró Shoto algo desanimado.

— Otra vez, desde el principio.

— ¿Qué haces aquí escondido? – escuchó Bakugo a Kirishima, quien tras mirar por el cristal a Shoto ensayando, se sentó al lado de su amigo.

— Sólo escuchaba a ese idiota.

— ¿Y qué te parece?

— Que le presionan demasiado – susurró Bakugo –. Hace años que no escuchaba a alguien tocar de esa manera un bajo. ¿Cuántos años tiene? – preguntó Bakugo algo más interesado ahora que había escuchado el don que tenía para la música ese chico.

— Veinticuatro.

— Dos menos que yo, ¿eh? Tiene un don – susurró, por lo que Kirishima no pudo escuchar lo último que dijo.

— ¿Qué has dicho?

— Que es idiota. Yo toco mejor – rectificó Bakugo lo anteriormente dicho. Jamás reconocería en voz alta que alguien pudiera ser mejor que él, relativamente mejor, porque tocaban dos instrumentos parecidos, pero no iguales –. ¿Qué le corrigen exactamente?

— Su actitud – susurró Kirishima algo desanimado también –. Shoto es genial, brillante tocando, sus arpegios son brutales y saca acordes tan complejos a tal velocidad que dejaría alucinados hasta a los más veteranos, pero... creen que no tiene espíritu rockero.

— Qué estupidez – susurró Bakugo para sí mismo –. Si es bueno, es bueno.

— No es suficiente con ser bueno cuando estás en un concierto frente a la multitud, o eso creen ellos. Piensan que Shoto debería ser más... expresivo.

— Absurdo – se levantó Bakugo. Ya había escuchado suficiente por hoy. Cambiar el carácter de una persona era algo demasiado complicado. Lo único que iban a conseguir presionando así a ese chico era frustrarle.

Caminando por el pasillo para volver a su cuarto y terminar de deshacer la bolsa con su ropa, Bakugo chasqueaba los labios con rabia contenida. No quería reconocerlo, pero ese chico era bueno, era muy bueno con el bajo y le presionaban. ¿Cuánto podían presionar hasta que acabasen con él? Nadie podría aguantar día tras día de presión, corrigiéndole siempre lo mismo.

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