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Capítulo 34. El soñador.

Ellie.

La vida había seguido su curso, pero yo seguía atrapada en una pesadilla interminable. Habían pasado semanas desde la desaparición de Williem, y la vida parecía haberse detenido en un interminable bucle de recuerdos y desesperación. La rutina diaria se había convertido en una especie de tortura constante, donde cada pequeño detalle me recordaba lo que había perdido y lo que había hecho. Mis noches eran desvelos de tormento, y mis días estaban plagados de una opaca desesperanza. Intentaba seguir adelante, pero cada intento parecía más una ilusión que una realidad.

Las imágenes de Mason, la habitación oculta y cada encuentro con Williem me atormentaban. No podía escapar de la memoria de su mirada hipnotizante. Sus ojos azules, tan profundos y enigmáticos, se clavaban en mi mente con la misma intensidad que cuando me miraba en persona. Su cabello rubio caía en mechones desordenados, y esa cicatriz en su labio, una marca de misterio y dolor, parecía siempre tan cercana y tan inalcanzable.

La memoria de los besos y caricias compartidos en la intimidad de sus brazos era un torbellino constante en mi mente. No importaba cuán a menudo intentara distraerme con otras cosas, esos momentos regresaban, crueles y persistentes. La forma en que se había desvanecido de mi vida era como una sombra que se aferraba a mí, y cada recuerdo era una daga afilada en mi corazón.

Cada vez que intentaba concentrarme en algo, su rostro aparecía, una sombra que se negaba a desvanecerse. Recordaba las noches de pasión, las conversaciones íntimas, y esa mirada penetrante que parecía leer cada rincón de mi alma. La vida continuaba su curso en el día, pero las noches eran un tormento constante. La intensidad de nuestros encuentros me había atrapado en una red de emociones conflictivas y recuerdos ineludibles.

Mientras tanto, André seguía investigando. A pesar de su aparente éxito en la resolución del caso, una sombra de duda lo acompañaba. No podían encontrar el cadáver de Mason, y el hecho de que no encontraran el cuerpo de Williem me hacía pensar que tal vez había algo más en juego. Las noticias del accidente, la falta de evidencia concluyente, todo parecía encajar en un rompecabezas incompleto. Aunque André parecía seguro de que Williem había muerto, no podía evitar preguntarme si había algo más oculto detrás de todo esto.

La tensión crecía, y con ella, mi sensación de paranoia. Comencé a notar pequeñas señales de que alguien estaba observándome. Unas miradas fugaces en la calle, un leve crujido en la casa cuando estaba sola, una sensación persistente de estar vigilada. La duda se fue instalando en mi mente, una sensación incómoda que no podía ignorar. Aunque trataba de racionalizarlo como simples nervios postraumáticos, no podía sacudirme la sensación de que había algo más oscuro en juego.

Una tarde, mientras revisaba el correo, encontré una nota arrugada en mi buzón. Era una simple hoja de papel, con un mensaje escueto y una firma que me heló la sangre: "El Soñador.", el apodo que me había mencionado André hace un tiempo. Al principio, pensé que era una broma pesada, una más en una larga lista de trastornos que había vivido en las últimas semanas. Pero el simple hecho de recibir una nota con ese nombre me hizo temblar. Mi mente se volvió una maraña de posibilidades. ¿Era una amenaza? ¿Una señal de que el pasado no estaba realmente enterrado?

Con manos temblorosas, abrí la nota. La escritura era lo que uno esperaría de una mente perturbada: palabras enloquecidas, garabatos que se entrelazaban sin un sentido claro. No pude evitar sentir un escalofrío recorrer mi espalda. Las palabras no decían mucho, solo fragmentos de frases inquietantes:

El tiempo no borra lo que se ha hecho.

La noche oscura guarda secretos.

Las sombras nunca mueren.

Intento escapar del tormento que tú has dejado.

El alma se enreda en el abismo eterno.

Pasé los días siguientes intentando encontrar respuestas, pero todo parecía estar envuelto en una niebla de incertidumbre. La presencia de la nota y la sensación persistente de estar observada añadieron una capa más de terror a mi ya agitada existencia. Sentía que cada paso que daba, cada movimiento que hacía, estaba siendo seguido por una sombra invisible.

La vida, que una vez había parecido tan predecible, ahora estaba llena de incertidumbres y miedos. Mis intentos de seguir adelante parecían en vano, atrapada en un ciclo interminable de recuerdos y temores. Las señales, la nota, y las imágenes que se negaban a desvanecerse se entrelazaban en una red de terror y desesperación que no podía escapar. Y en medio de todo esto, el recuerdo de Williem, con su mirada cautivadora y su aura inquietante, seguía siendo una presencia constante en mi vida, una sombra que no podía arrojar.

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